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EDGAR Espinoza CristianCAMBRONERO “Hay que poner fin a la leyenda de que somos un pueblo esencialmente culto, de que vivimos en la Suiza Centroamericana, de que esta es la mejor de las democracias y de que San José es un París Chiquito”: Omar Dengo (1888-1928)

Por ANY PÉREZ / Periodista / anyperezcr@gmail.com

Por JUAN CALIVÁ

Nada como pasear por una calle, despreocupados por la postura, sin tensar el abdomen, ni intentar cadencioso andar y con medio croissant en la boca y toparnos de frente, o de lado, con nuestra propia imagen reflejada en una vitrina. De inmediato, cual famosos frente a paparazzi, enderezamos la espalda, tensamos todos los músculos, tragamos el bocado en seco e intentamos nuestra mejor sonrisa ¡Como si no lleváramos medio kilómetro haciendo feo! A nivel social, el humor político ejerce esa función de espejo que nos devuelve, con descarnada precisión, la peor imagen de lo que somos pero lo hace de tal forma que, en lugar de enojarnos, nos produce empatía y nos rendimos ante la risa. Así ha sido siempre en todos los rincones del planeta desde antes de la invención de la escritura y donde sea que grupos humanos se hayan reunido para construir murallas, pirámides o rellenar huecos en circunvalación. El periodismo costarricense está unido al humor político desde sus orígenes, desde que José María Figueroa Oreamuno (1820-1900) pegaba sus dibujos y escritos satíricos en las paredes de Cartago y desde que vio luz el periódico satírico “El Guerrillero”, en 1850. Para algunos, el humor en general es una simple válvula de escape al descontento que no llama a la acción pero no es así en el periodismo porque éste siempre trasciende para que entendamos el contexto y las soluciones. Aunque con estilos y de generaciones diferentes, Edgar Espinoza y Cristian Cambronero son periodistas herederos de esa tradición. Analizan la vida nacional e ironizan sobre ella para invitar a la reflexión y con ello nos devuelven la cuota de poder que tenemos como contralores de nuestra propia vida y de las decisiones que toman por nosotros los políticos, a quienes no suele hacerles ninguna gracia porque el humor es rebelde e invita a la rebelión. Los textos que leerán a continuación son versiones modernas de los cuadernos “rojo” y “verde” de Figueroa: no destilan acidez, si no lucidez. Para Cristian este es un país “permanentemente provisional, fruto de una de las peores condiciones que padecemos: la sumisión. Esa es -si me lo permiten- la mayor de las amenazas que nos acechan: Corremos el riesgo de ser recordados como la generación de la resignación”. A lo que Edgar ordena contundente su receta para salvar a la patria: “se le ruega a la población entera desalojarla desde ya sin drama ni revuelo. Es absolutamente prohibido llorar. ¡Demasiado tarde! Lo que correspondía era ayudar ayer y no lamentar hoy”. Sean sus textos homenaje al benemérito de las ciencias, las artes y las letras nacionales y amuleto contra la censura: “Figueroa fue un ferviente crítico de las enfermedades sociales de la época, reprendió sin mesura ciertas prácticas, como la corrupción, las actitudes y los prejuicios de algunas clases privilegiadas, situación que lo llevó al exilio en numerosas ocasiones”.


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