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2.1. Gobierno de Julio César Turbay (1978-1982
mayor detención en el capítulo 4; sin embargo, será abordado con el propósito
de que se note su carestía en el desarrollo de estos segmentos. Para argüir
esa epistemología, se corroborarán las formulaciones de Joaquín Romero
Herrera, Luis Rodríguez Manzanera, Fredric Jameson y Stuart Hall. Ellos
coincidirán en que este postulado es insoslayable para verificar la articulación
de la cultura, la consolidación de los organismos gubernamentales, la
aceptación de una identidad local, la conformidad con los bienes comunes y el
respaldo de las entidades encargadas del buen funcionamiento.
2.1. Gobierno de Julio César Turbay (1978-1982)
Considerando lo que planteó Auerbach (1996, p. 38), es imprescindible
reconstruir la historia para corroborar cómo se ha ido instaurando la moral de la
sociedad. En este caso, es de importancia saber de qué modo el Estado nación
es sometido a un cuestionamiento por las mismas entidades gubernamentales.
Frente a esas controversias, es notorio el intento de forjar un patrimonio que
sirva para la cultura. Eso se alcanzará muchas veces a través de luchas. En el
artículo «Violencia, autonomía militar y procesos de formación del Estado y la
constitución de la nación» (Romero Herrera, 2010b, pp. 116-121), se confirma
que esa será la única manera de confrontar con la existencia del Estado
nación.
En esta sección que abarca el mandato presidencial de Julio César
Turbay, recurriré a las nociones de retrospecciones internas y externas que
postula Mieke Bal (1990, p. 68). Esas epistemologías permitirán evidenciar los
referentes que están incorporados en Noticia de un secuestro y complementa
la documentación que proviene directamente de la historia de Colombia. Por
medio de estos conceptos, se abordarán los sucesos que están comprendidos
entre los años de 1978 a 1981, en los que destacan eventos como la
adquisición de la Hacienda Nápoles por Pablo Escobar, la fundación del Nuevo
Liberalismo de Luis Carlos Galán, la toma de la Embajada de la República
Dominicana por una guerrilla criminal, la misma que raptará a Martha Nieves
Ochoa, y la eclosión del M-19 como grupo paramilitar.
Para empezar, realizaré un contexto breve acerca de este periodo
gubernamental. Durante los ochenta, es necesario percatarse de la situación
económica por la que atravesaba Colombia, la cual no fue tan grave como sí
padeció el resto de países latinoamericanos (Benítez Ballesteros, 2009, p. 35).
No obstante, nada detuvo que se apreciara la reducción de las exportaciones y
las demandas por inconsistencias económicas. Todo eso fue generando un
ambiente en el que se corroboró el deterioro de la productividad. Se aminoró la
cantidad de empleados de las industrias: de 509 200 trabajadores, disminuyó a
481 100. Esto originó que fueran creándose deudas públicas. En rigor, se
constata la presencia de una crisis económica y financiera, que se evidenciaría
con mayor determinación en el transcurso de 1979 a 1982, que justo
comprende el tiempo de Gobierno de Julio César Turbay (La Rosa y Mejía,
2013, p. 79). Esta mala gestión sería el resultado de la pésima administración
del Banco Nacional y el Grupo Grancolombiano (Sixirei, 2011, p. 92)55 .
En los ochenta, la situación económica fue latente en el país; sin
embargo, no era la única crisis por la que se estaba atravesando. Durante esos
años, el líder del Cartel de Medellín, Pablo Escobar, ya empezaba a hacer su
intervención. Esta vez su presencia fue más colosal, a diferencia de cómo se
55 Durante el mandato de Belisario Betancur (1982-1986), se tuvo que asumir el déficit financiero con la imposición de nuevos impuestos (Sixirei, 2011, pp. 92-93).
venía emprendiendo esta modalidad criminal una década atrás. Durante el
Gobierno de Turbay, ya se cotejaba la implicancia de Escobar en el comercio
ilícito de drogas (Morris, 2012i). Una participación paralela también la venía
desarrollando Gonzalo Rodríguez Gacha56, alias el Mexicano, quien conformó
grupos de campesinos pobres para que ejecutaran esta tarea (Atehortúa y
Rojas, 2008, pp. 8-13). Todos ellos recibieron ayuda de mercenarios israelíes
para mejorar sus operaciones. Con el tiempo, llegarían a fundar
multinacionales de la cocaína (alcaloide), la cual era trasladada con sobornos a
lugares donde previamente se establecían armisticios clandestinos (Granier y
Sierralta, 2007). En especial, el Mexicano era quien realizaba todos estos
trabajos arriesgados. Incluso, él conseguía consensuar con parlamentarios.
Para ello, se valía de su organización a la que denominó Morena, que estaba
compuesta por liberales y paramilitares de Magdalena (Atehortúa y Rojas,
2008, p. 12). En medio de todo este panorama ilícito, es necesario destacar
que esos negocios estaban generando cambios en la economía del país. E l 10
% del producto interno bruto (PIB) provenía de estas prácticas truculentas
durante esa etapa (Medina Gallego, 2012, p. 154).
Una peculiaridad adicional de ese periodo gubernamental es que ese
régimen fue represivo y militarizado. Es decir, se adoptó una lógica
anticomunista (Benítez Ballesteros, 2009, p. 40). Para que esa ideología
pudiera imperar con eficacia, se dictó el Estatuto de Seguridad y se promulgó el
estado de sitio. Estas nuevas normativas permitieron que el Estado colombiano
modificara sus leyes judiciales. Eso lo hacía con suma deliberación, puesto que
su accionar estaba acreditado por el mismo Congreso de la República. Sin
56 El Mexicano fue un aficionado a los caballos. Ordenó la muerte de Jaime Pardo Leal, dirigente de la Unión Patriótica. Esto lo hizo porque él lo denunció de narcotraficante y jefe paramilitar públicamente (Atehortúa y Rojas, 2008, p. 10).
embargo, esa libertad de decisiones conllevó un cuestionamiento de la
ciudadanía por la labor que estaban ejerciendo los magistrados, ya que
empezarán a notarse alteraciones en el concepto de delito, así como se variará
la duración de las penas y los procedimientos (Moreno Torres, 2010, p. 52).
Pese a que se trataba de una condición polémica, los conservadores
mantuvieron la tranquilidad. Es más, aprobaron estos ajustes y estuvieron de
acuerdo con que hubiera intervención militar en caso de que el Gobierno
tuviera que luchar contra las guerrillas y el narcoterrorismo, como al enfrentarse
a agrupaciones como el ELN y las FARC (Sixirei, 2011, pp. 90-91). Todo ese
periodo de cambios también generó algunos excesos y afecciones prominentes
en los criminales. Por ejemplo, se originaron asesinatos extrajudiciales y
encarcelamientos ilegales (La Rosa y Mejía, 2013, p. 117; Dotterweich, 2016,
p. 10). A la vez, se aprovechó para realizar un tratado de extradición para estos
narcoterroristas (García Márquez, 1996, p. 30). Esas variaciones no fueron de
agrado para ellos. En ese sentido, pensaron en emprender más atentados y
reforzar su comercio ilícito de drogas hasta que las leyes se regularan a su
conveniencia. Y ese panorama convulso se fue patentizando de inmediato. La
forma de proceder de estos perpetradores provocó que la seguridad
colombiana también se intensificara con la participación medular de las
Fuerzas Armadas. Ellos iban a mantener las modificaciones que habían hecho
en sus respectivas normas. Era la única manera de impedir que el imperio del
narcotráfico alcanzara un nivel álgido en la hegemonía del país. Las
autoridades harían de todo para contrarrestar el crimen. Incluso, usarían como
pretexto el lema de que su accionar estaba condicionado a que se hiciera
cumplir la democracia. Sin embargo, el ejercicio que realizaban empezó a