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3.5.1.2. Las amenazas mediáticas
como se le añadirán sus respectivos actos de intimidación, como recurrir a
detonaciones de bombas, raptos y asesinatos (Wetzel, 2001; Granier y
Sierralta, 2007).
El chantaje es una variante de represión que es imposible de aminorar.
Eso se puede apreciar cuando Pablo Escobar tuvo el control absoluto sobre las
eventualidades que planificaba. En una oportunidad, él revela ese poder en uno
de sus discursos: «A veces soy Dios, si digo que un hombre morirá, muere ese
mismo día» (Murray, 2016). Sus palabras eran tomadas como hechos que se
iban a concretar, más allá de que terminen como simples advertencias. En
algunas ocasiones, incurría en el chantaje, porque era notorio cerciorarse de su
forma de realizar pagos comprometedores y coercitivos a jueces, políticos y
policías para la preservación y el continuo funcionamiento de su comercio
ilícito. Empleaba la violencia cuando su negocio era interferido y alertaba a sus
opositores con el lema del «plomo o plata». Ese refrán estaba dirigido a las
personas ultrajadas, quienes debían decidir entre recibir el dinero o ser
exterminadas. Para Tom Cash (Mabile, 2008), antiguo agente de la DEA, la
elección que se les imponía a estos individuos era muy compleja; por lo
general, la mayoría prefería aceptar el monto ofrecido por el narcoterrorismo, a
cambio de que no se los asesinara.
3.5.1.2. Las amenazas mediáticas
Las amenazas consisten en una modalidad representativa del habla del
hombre. Así como cualquier recurso de expresión que emplee, su
metalenguaje definirá su condición humana; es decir, su propia au tonomía
(Bajtín, trad. 2003, p. 302). Por lo tanto, se puede pensar que el lenguaje que
usan los Extraditables permitirá acceder a la identidad que ellos mismos se han
forjado, una caracterizada por acciones que revelan su aspecto de
secuestradores o narcoterroristas.
A través de las amenazas, se busca afección e imposición sobre el
receptor. Para alcanzar el efecto anhelado, el victimario adopta una conducta
violenta y utiliza un lenguaje ofensivo. Lo que va produciendo con esas
prácticas criminales es la cosificación de su víctima, puesto que la trata como a
un objeto intercambiable, manipulable y perecedero. En esa condición incierta
en la que la tiene, el amedrentador aprovechará para poner a la víctima entre
dos alternativas. Ella debe afirmar o negar la propuesta123. De esa elección, se
sabe que el criminal deseará conseguir una negociación oportuna para él. Esa
forma de operar es notoria en Noticia de un secuestro. Allí las amenazas se
hacen a nivel público para generar una alerta social más expansiva. Esa
situación irá originando un panorama de mayor urgencia, en el que los
representantes del Estado deben intervenir con más severidad. En sí, este
sería otro argumento adicional que valida la idea de que existe un periodo
macrocriminal en Colombia, ya que se van involucrando a personas que
ocupan cargos importantes en el país.
En el libro de Gabriel García Márquez, se aprecia cómo operan las
amenazas que realizan los narcoterroristas. Lo que ellos solicitan al Estado es
algo ilícito y a cambio no se corrobora algo específico y estable de su parte. Lo
que sí se nota con más explicitud en sus discursos son las represalias que
harán estos criminales en caso de que las víctimas no acaten lo que ellos
ordenan. Sus requerimientos terminan siendo muy desproporcionados y de
123 Cabe recordar un incidente ocurrido a Gabriel García Márquez. Él fue amenazado por grupos paramilitares por presunta afinidad con el M-19 (Sixirei, 2011, p. 91). Esto provocó que el novelista partiera de Colombia y recibiera apoyo de diplomáticos mexicanos.
mayor ventaja para el perpetrador. No son equitativos con respecto a lo que
necesitan las autoridades del Gobierno. Además, se intuye que habrá una
incertidumbre si se concreta un armisticio con ellos. Toda esa realidad se
demuestra en un pasaje de la novela, en la que los narcoterroristas optan por la
amenaza para asegurar la victoria de un pacto que desean realizar con
funcionarios del Estado:
«Empezaba por reconocer el secuestro de los dos periodistas, los cuales, según la carta, se encontraban “en buen estado de salud y en las buenas condiciones de cautiverio que pueden considerarse normales en estos casos”. El resto era un memorial de agravios por los atropellos de la policía. Al final planteaban los tres puntos irrenunciables para la liberación de los rehenes: suspensión total de los operativos militares contra ellos en Medellín y Bogotá, retiro del Cuerpo Élite, que era la unidad especial de la policía contra el narcotráfico; destitución de su comandante y veinte oficiales más, a quienes señalaban como autores de las torturas y el asesinato de unos cuatrocientos jóvenes de la comuna nororiental de Medellín. De no cumplirse estas condiciones, los Extraditables emprenderían una guerra de exterminio, con atentados dinamiteros en las grandes ciudades, y asesinatos de jueces, políticos y periodistas. La conclusión era simple: “Si viene un golpe de Estado, bien venido. Ya no tenemos mucho que perder”» (García Márquez, 1996, p. 92).
Como se constata en ese pasaje, hay una prevalencia en los
narcoterroristas de querer imponer las condiciones con las que desean operar.
Eso se observa cuando pretenden una liberación de sus rehenes bajo su estilo
y su criterio. También es notorio cuando son palmarias las exigencias para su
beneficio y al obviarse cualquier tipo de sanción hacia ellos. Verbigracia, en
otro fragmento de Noticia de un secuestro, se corrobora esa misma forma de
delinquir, que comprende los requerimientos desbordantes e ilícitos que ellos
promueven. Al final, esas solicitudes terminarán siendo aceptadas y acopladas
por las víctimas de las amenazas, quienes ya ven normal que ocurran estos
incidentes, tal como se aprecia a continuación: «Don Pacho se lo confirmó:
había una lista selecta de periodistas y personalidades que serían
secuestrados a medida que fuera necesario para los intereses de los
secuestradores» (García Márquez, 1996, p. 70). De esa cita, se evidencia la
predilección de los criminales hacia ciertas personas, así como la advertencia
que brindan de los raptos que harán. Todo ese panorama implica que las
autoridades busquen un accionar cuidadoso que preserve las vidas de quienes
están siendo acechados por esos facinerosos.
En la obra literaria, se hace referencia a una cantidad específica de
raptos que se lograron concretar: nueve reporteros (García Márquez, 1996, p.
90). Entre ellos, se encuentran Maruja Pachón de Villamizar y su cuñada
Beatriz Villamizar. Ellas serían liberadas posteriormente, al igual que Francisco
Santos. Sin embargo, las secuestradas Marina Montoya y Diana Turbay no
tendrían ese mismo desenlace. Serán asesinadas por los perpetradores.
Ante este tipo de situaciones, se constata que no existe ningún respeto
por resguardar los derechos humanos; es más, ni siquiera es notorio un
remordimiento por quienes ejecutan estos homicidios. Simplemente, los
retenidos serán útiles para los criminales en cuanto que se les ha designado un
valor de entes negociables. En ese sentido, el Gobierno tiene la función de
intervenir para aminorar esa realidad convulsa. Sus representantes legales
buscarán la manera de hacer justicia en medio de esa catástrofe. Podrán
recurrir a la prensa para informar y propagar las noticias correspondientes. No
obstante, nada asegura que en todo ese proceso por querer defender el bien
común ocurran más desgracias. Es decir, quienes saldrán más recompensados
de todo ese ejercicio serán los Extraditables.
En Noticia de un secuestro, se contempla que los narcoterroristas
persisten en esa modalidad criminal que les permite obtener beneficios, como
el de mantener su comercio ilícito de drogas. Es más, conforme transcurre el
tiempo, van aprendiendo nuevas estrategias que condensan su forma de
operar. Por ejemplo, optarán por las amenazas mediáticas, con la finalidad de
que las autoridades supriman la norma de extradición. También, estos
amedrentadores buscarán vengar la deportación de algunos de sus secuaces
que fueron enviados a Estados Unidos para ser juzgados. Para reforzar esas
conductas, incluso incurrirán en los raptos del personal público e instintivo de
Colombia.
En el libro de García Márquez, se aprecia que la víctima es cosificada;
en rigor, se la termina percibiendo como si se tratase de un objeto transferible.
Esa condición indigna implicará que esta sea más propensa a las amenazas y
la degradación. Su rol como ciudadano ha sido relevado para que su valor
empiece a depender de lo que pueda conseguirse con su oferta. Con ese modo
de operar, estos criminales irán obteniendo más recursos para insistir en que
no sean extraditados a Norteamérica. En el caso de la novela, se hace mención
de un pasaje que representa lo expuesto, en el que la persona secuestrada es
vacilada, engañada, amenazada y chantajeada, además de que no se toma en
cuenta su palabra, tal como se corrobora a continuación:
«—Somos del M-19. Una tontería, porque el M-19 estaba ya en la legalidad y haciendo campaña para formar parte de la Asamblea Constituyente. —En serio —dijo Maruja—. ¿Son del narcotráfico o de la guerrilla?
—De la guerrilla —dijo el hombre de adelante— . Pero esté tranquila, sólo la queremos para que lleve un mensaje. En serio. Se interrumpió para dar la orden de que tiraran a Maruja en el suelo, porque iban a pasar por un retén de la policía. “Ahora no se mueva ni diga nada, o la matamos”, dijo. Ella sintió el cañón de un revólver en el costado y el que iba a su lado terminó la frase. —La estamos apuntando. Fueron unos diez minutos eternos» (García Márquez, 1996, p. 15).
Este fragmento revela que las dudas por las que atraviesen las víctimas
o las sugerencias que planteen no tendrán ninguna relevancia para el criminal.
Incluso, el subversivo se siente confiado de mentir y manipular la información a
su criterio. Es más, de esa forma dialógica de interactuar, se puede extraer una
jerarquía con respecto a la hegemonía que ejerce uno sobre otro. Asimismo,
ese poder es correlativo con las acciones que desempeñan estos
perpetradores en esa atmósfera forzosa que ellos mismos han construido. Eso
se constata con el personaje del secuestrador, quien adopta un rango
culminante que le permite estar absuelto de sus actividades criminales. No
importará si se equivoca o si es catalogado como inhumano, pero él se
encargará de decidir lo que se hará al final. A ello, se le añade su modo
ofensivo de tratar a sus víctimas, que se caracterizará por su falta de respeto,
su agresividad, su impotencia y las constantes amenazas que proferirá.
Estas acciones criminales serán persistentes. No habrá manera de
concientizar a los victimarios ni provocar remordimiento en ellos. Esa realidad
es la que desarrolla con maestría Gabriel García Márquez. Un ejemplo
paradigmático en la novela es cuando se patentiza una colisión reincidente
entre el sentimentalismo materno de Beatriz contra la agresividad de un
Extraditable. En esa escena, se forcluye cualquier tipo de sensación
humanitaria que pudiera tener el victimario, como al no preocuparse por la
estabilidad de la familia y los integrantes que conforman una colectividad
pacífica. Ese pasaje se puede apreciar a continuación:
«—Ronco dormida y no me doy cuenta —le dijo— . No puedo impedir la tos porque el cuarto es helado y las paredes chorrean agua en la madrugada. El hombre no estaba para quejas. —¿Y usted se cree que puede hacer lo que le da la gana? —gritó— . Pues si vuelve a roncar o a toser de noche le podemos volar la cabeza de un balazo.
Luego se dirigió también a Beatriz. —Y si no a sus hijos o sus maridos. Los conocemos a todos y los tenemos bien localizados. —Haga lo que quiera —dijo Maruja—. No puedo hacer nada para no roncar. Si quieren mátenme. Era sincera, y con el tiempo había de darse cuenta de que hacía bien. El trato duro desde el primer día estaba en los métodos de los secuestradores para desmoralizar a los rehenes. Beatriz, en cambio, todavía impresionada por la rabia del marido en la radio, fue menos altiva. —¿Por qué tiene que meter aquí a nuestros hijos, que no tienen nada que ver con esto? —dijo, al borde de las lágrimas—. ¿Usted no tiene hijos?» (García Márquez, 1996, p. 59).
Del fragmento anterior, se nota cómo era el trato hacia las secuestradas.
Incluso, es notorio que no hay forma de contrarrestar esa situación. Eso se
muestra explícitamente en el personaje Maruja. Ella recurrirá a un mecanismo
de resistencia por la maldad, la amenaza y el chantaje que está padeciendo por
su perpetrador que no quiere que ni ronque. Ella simula no estar atemorizada
de lo que podría ocurrir con su familia por culpa de estos amedrentadores .
Finge desinterés por esas posibles acometidas, con el propósito de que los
secuestradores desvíen la atención de la amenaza que acaba de conferirle.
Todas estas acciones muestran cómo se desenvuelven los
secuestradores por medio de amenazas en ámbitos cerrados, en los que casi
no hay presencia de testigos. Solo las víctimas serán las personas directas que
sobrelleven y reporten todo lo que vivieron. Sin embargo, en un contexto
macrocriminal, estas actividades traspasan esas atmósferas reducidas. Una
vez que se involucre al personal que está laborando para los fines del
Gobierno, ese panorama cambiará. Allí ya podrá apreciarse la intervención de
los medios de comunicación para informar esa realidad, contrarrestar los
constantes abusos de los criminales o interactuar con ellos para brindarles un
espacio que les permita expresarse. Ese rol de la prensa también lo ha
detectado el crítico Luis Cano (2004, pp. 421-422), quien ausculta en Noticia de
un secuestro todas estas manifestaciones. En un inicio, el exégeta destaca la
prominencia de los personajes que se desempeñan principalmente como
periodistas. Verbigracia, nueve de los diez raptados trabajan para la prensa.
Otra forma que identifica Luis Cano acerca de la contribución del periodismo es
cuando el autor empieza a narrar con una investigación lisonjera. Él sostiene
que esa peculiaridad se apreciará en todo el discurso que comprende su libro.
Allí registrará información, fechas y nombres exactos, que son verificables
extratextualmente. Por otro lado, el crítico literario distingue la función
primordial y estratégica de la prensa, la radio y la televisión durante esa etapa
específica de Colombia, en la que el Gobierno tendrá que enfrentarse a los
narcoterroristas. Ante ello, el exégeta deslinda cómo los periodistas deben
transmitir esa información a los ciudadanos, tal como se expresa a
continuación:
«Los medios de comunicación se invisten de una función similar a la que desempeñan las correspondencias. Aunque fundamentales como material narrativo en sus funciones primarias de informar y divertir —los secuestradores y los secuestrados mantienen la radio o la televisión encendida todo el día y gran parte de la noche—, es en su carácter de instrumentos de reflexión ética que adquieren una verdadera trascendencia» (Cano, 2004, p. 427).
Con respecto a este párrafo, hago mención de que la postura que
desarrolla este crítico es válida para conocer el contexto de fines del siglo XX
en Colombia, pero su argumentación no es sustentada con transigencia cuando
se refiere a Noticia de un secuestro; incluso, podría señalar que el panorama
que ofrece es un tanto extratextual. La única reflexión afín que se constata en
la novela se infiere a través de la dicotomía secuestrador-víctima. Ese par no
tiene ni un vínculo directo con la sociedad y lo que acontece desde la política
en esa atmósfera convulsa. Ese distanciamiento que se ausculta del resto de
ciudadanos no suscita una alteración mayor en ningún momento. Los rehenes
conservarán su misma condición. Frente a esas circunstancias, la prensa
resultará incapaz de poder documentar aquello que están padeciendo las
víctimas. Más bien, su intervención como comunicadores en los medios
televisivos generará una exposición innecesaria del sufrimiento de las víctimas
y la permanencia de esa noticia. Esa realidad no tendrá reparación. Se
prolongará solo hasta que estos perpetradores consideren que sea pertinente.
Sin embargo, lo curioso de esta forma de operar de los criminales será
inconsistente, puesto que mientras que la víctima sufre al enajenarse de su
hábitat, el amedrentador no tendrá libertad para desenvolverse. Él deberá
mantener su identidad clandestina para no ser localizado ni sancionado por la
ley.
Pensar en una cavilación ética por parte de las víctimas es imposible
mientras estas atraviesen por cualquier tipo de crímenes. Esa concientización
solo se forjará con el decurso del tiempo y en un lugar totalmente alejado del
desarrollo de los hechos. Sin duda alguna, esa es la única solución que se
puede brindar al respecto. Resulta algo pesimista, melancólico e impotente,
pero uno no podrá tomar en cuenta una ideología progresista y constructiva
mientras que no sepa si su condición de secuestrado será lo último que el
afectado viva. En caso de que las víctimas fueran liberadas, hay un tiempo
perdido que será irreversible. No será asequible recuperar aquellos días y
momentos festivos que estas personas pudieron haber pasado con sus seres
queridos. Por ejemplo, en la novela, se corrobora ese sentimiento de nostalgia
que empezará a desarrollar Beatriz Villamizar al enterarse de que no podrá
celebrar su cumpleaños con su familia. Esa escena del texto se aprecia a
continuación:
«Uno de los pocos alivios de esos días fue el regreso sorpresivo del jefe enmascarado que las había visitado el primer día. Volvió alegre y optimista, con la noticia de que podían ser liberadas antes del 9 de diciembre, fecha prevista para la elección de la Asamblea Constituyente. La noticia tuvo un significado muy especial para Maruja, pues en esa fecha era su cumpleaños, y la idea de pasarla en familia le infundió un júbilo prematuro. Pero fue una ilusión efímera: una semana después, el mismo jefe les dijo que no sólo no serían liberadas el 9 de diciembre, sino que el secuestro iba para largo: ni en Navidad ni en Año Nuevo. Fue un golpe rudo para ambas» (García Márquez, 1996, p. 120).
Con esta cita, se confirma que las víctimas no pueden tener un control
del tiempo que permanecerán bajo esa condición de rehén. Lo único de lo que
se percatarán será de constantes amenazas o engaños que construirán estos
criminales. No habrá un mecanismo que impida o modifique ese estado por el
que están atravesando. Es más, no es posible pensar en un cambio o una
liberación sabiendo que estas personas están distanciadas de la ciudadanía y
exentas de que los organismos del Estado hagan valer sus derechos. Ahora, se
podría asumir que al menos con la propagación de información sería notorio
que se consiga un cambio fructuoso. Sin embargo, esta tarea será muy