sobre los Dólmenes de Antequera: siguiéndolo podemos decir que estaríamos ante una (y sólo una) necrópolis en la que durante siglos se entierran las poblaciones del entorno y que en un momento tardío (cuando se construye El Romeral) incorporan nuevas técnicas arquitectónicas en la tradición megalítica del lugar (estilo evolucionado). Por último, recogeremos algunas opiniones más recientes y con menos tradición: algunos autores sostienen que la aparición de tholoi realmente nos informa de la aparición de una manifiesta desigualdad social, ya, entre las poblaciones del III milenio a. C. Por un lado, existirían grupos de privilegiados o élites que controlarían ya un poder político desarraigado del parentesco clasificatorio propio de las tribus neolíticas (ver cap. 1.3) y que controlarían, en beneficio propio, los recursos subsistenciales, especialmente, la tierra y el ganado. Para consolidar y legitimar su autoridad emergente se apropiarían simbólicamente de la forma megalítica de falsa cúpula para enterrar, allí, sólo a los miembros de esos linajes de privilegiados a los que se acompañaría de unos ajuares, que como hemos visto, presentan un marcado carácter de prestigio y riqueza. Para aquellas otras familias desheredadas, y para posibles poblaciones vecinas sometidas y tributarias, quedarían los dólmenes de ortostatos y los ajuares más modestos. Simplificando mucho, y sólo para hacer más comprensible estos argumentos, podríamos hablar de enterramientos de “ricos” (tholoi) y de “pobres” (ortostáticos). Apuntaremos, para finalizar esta revisión, que otras propuestas, desarrolladas desde la Arqueología del Paisaje, defienden que realmente nos encontramos ante dos paisajes distintos (ver cap. 2.4). Así, se considera que durante el V y IV milenio a. C. en el sur peninsular se establece el Paisaje Monumental que es común a toda Europa Occidental, configurado por sepulcros ortostáticos, recintos de zanjas (enclosures), explotación de minas de sílex, arte esquemático y megalítico,
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