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SEMBLANZA DEL ESCRITOR CHILENO AIME
ROSS BRAVO
DURANTE EL PROCESO de recolección de datos e informaciones para escribir la nota biobibliográfica sobre el Maestro Jaime Ross Bravo que aparece en las solapas de la segunda edición revisada de su ya clásico texto Derecho tributario Sustantivo, cuya primera edición data de 1989, nos llevamos una agradable sorpresa: navegando en la Internet encontramos, en formato PDF, su primera obra, publicada en 1945, y que había sido su tesis de grado para recibirse de licenciando en Derecho por la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad de Chile: Bases para una filosofía de la ley es el título, y con ella obtuvo el Premio “José Clemente Fabré”. Tenía solamente 24 años de edad en ese entonces, pues había nacido en la patria de Gabriela Mistral y Pablo Neruda en 1921. Pero lo sorprendente para nosotros no fue el hecho de que diera a la luz pública esa obra a tan corta edad y sobre un tema como el de la “filosofía de la ley”, sino la hondura de su pensamiento, su madurez intelectual, cualidades que le merecieron opiniones académicas como la del profesor Carlos Vergara al éste rendir un informe sobre la tesis de Ross Bravo al Decano de la citada facultad: “Esta [tesis], que es uno de los mejores trabajos, en su género, filosofía del derecho, sometidos a la consideración de la Facultad, merece calificársela excepcionalmente. Por ésto –sigue diciendo Vergara, con el mérito de lo expuesto y por cumplir, además, con los requisitos reglamentarios, la califico de sobresaliente y la apruebo con nota de amplia Distinción.”
No era la obra de un novel profesional del Derecho, sino de un joven y talentoso pensador del Derecho. Y a esa conclusión arribamos después de haber leído el “Prefacio” escrito por Jaime Ross Bravo en su obra Bases para una filosofía de la ley, donde ya anuncia su condición de Maestro, su talante humanístico, que le permitirían crecer y proyectarse fuera de las fronteras de su Chile natal. Como todo un visionario, él enfoca la crisis espiritual del hombre, hace 66 años, como si estuviera radiografiando la triste realidad espiritual en que vive la humanidad en los momentos actuales: “En estos instantes de zozobra, no hacerse solidario con la humanidad doliente es la más cobarde de las traiciones, es renegar de nuestra condición de hombres, es huir de nuestra propia cruz. Nadie tiene el derecho de contemplar frívolamente cómo a su lado todo es muerte y desolación. Nadie tiene derecho a detenerse a la vera del camino a mirar pasar la cabalgata humana a través de una senda cubierta de guijarros y de espinas, cargada con el peso infinito de sus tristezas. Todo hombre debe reclamar para sí una cuota del dolor colectivo. En el desempeño de la función propia de cada cual, se ha de estar pronto a dar de sí lo necesario para evitar a la humanidad la congoja de nuevos sufrimientos” (pág. 11). Y su concepción temprana sobre el Derecho quedó definida en ese momento, permeada por su profunda fe cristiana, pero arraigada, a la vez, en una clara visión científica: “La Ciencia del Derecho, como toda ciencia particular, debe cimentarse en la sabiduría, es decir, en el conocimiento cabal de la esencia de Dios, del hombre y del mundo…” (pág. ) Pero también tempranamente, en su Bases para una filosofía de la ley dejó izada la bandera de su concepción moral, muy hostosiana: “La soberbia y el orgullo son enemigos de la Verdad; a ésta ha de buscársele donde se encuentre y donde mejor sea expuesta” (pág. 14).