Revista Semayor #19

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El Pastor nos Habla

Monseñor Darío de Jesús Monsalve Mejía - Arzobispo de Cali

en ella, es ya un trascenderse a sí mismo, una apuesta por la vida, un descubrimiento y retorno al “Amor primero” (Ap 2,4;1Jn 4,19), el de Dios creador y redentor. La vida que supera a la muerte es la que se experimenta en el acto de creer. “Ésta es la victoria que vence al mundo: nuestra fe. ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es Hijo de Dios?” (1Jn5,4-5). Creer es la respuesta a saberse amado. Y no puede ser sino respuesta de amor. Creer es confiarme a Quien dio su vida por mí: “la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gal 2,20). Creer para vivir, pasando de estar vivo a “tener vida eterna” en Jesús, vida que se absorbe a la muerte: “el que vive y cree en mí, no morirá jamás” ( Jn 11,26). La Vida Eterna se convierte en fuente, camino, luz y meta de la vida temporal del creyente y de la Iglesia. Desde ella se transforma el sentido de la vida humana y de la historia colectiva.

CREER PARA VIVIR

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Ensombrecida y sometida por la muerte, la voluntad de vivir se convierte en instinto ciego de supervivencia, en competencia impredecible por el poder, el tener, el saber y el placer. La razón, la ciencia y la tecnología podrán darle a la vida humana y al mundo material grandes niveles de desarrollo y de bienestar, pero el vacío de vida que se siente en la conciencia de las personas y en la cultura colectiva, será siempre una amenaza a la sostenibilidad de la existencia humana, de la historia y del planeta mismo.

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ún en países de elevado desarrollo e inclusión social, los índices de suicidio y de degradación humana son alarmantes. La muerte de la cultura, a causa de este vacío interior, termina arrastrando a las sociedades hacia la cultura de la muerte, con sus más atroces manifestaciones. Por eso, el primer desafío que enfrenta hoy la humanidad es el de trascender a la muerte y reencontrar el sentido global de la existencia humana, incluida su finitud y vulnerabilidad. Creer, esperar y amar serán siempre una exigencia profunda a la inteli-

gencia y al corazón de la humanidad. Mucho más cuando dramas como la violencia, la depredación ambiental, la degradación de las personas y de sus entornos sociales, cuestionan los cimientos de la conciencia y de la libertad, de la cultura y los modelos sociales de que hacemos parte. La vida humana, la vida como esencia interior de la existencia, es el primero y principal desafío a nuestra conciencia de creyentes, en este AÑO DE LA FE. Creer, ese acto personal mediante el cual una persona se entrega a otra, movida por la confianza que esa otra persona ha despertado

“Creer, esperar y amar serán siempre una exigencia profunda a la inteligencia y al corazón de la humanidad”

Situados en una realidad como la nuestra, necesitamos entonces pasar de esta fe religiosa, centrada en aceptar que hay un ser supremo, un creador, conocido a través de una tradición eclesial, a una fe cristiana, centrada en el encuentro con la persona de Jesús y en la vida que surge de la relación personal con Él. Jesús es Dios hecho hombre para hacerse contemporáneo de cada ser humano y para hacer de cada ser humano un prójimo de sus semejantes. La fe religiosa se hace fe cristiana cuando irrumpen en nuestro corazón, por la persona de Cristo Resucitado, el amor a Dios, a sí mismo y al prójimo. No es un amor voluntarista, sino comunicado: “como Yo los he amado”, “como se ama uno a sí mismo”, “hasta amar a quienes los odian”, “hasta dar la vida por los demás”. Pasar de una fe religiosa a una fe cristiana, confrontar la tendencia cultural a la privatización de la fe, liberar la fe del individualismo que la ata a la satisfacción de necesidades y sensaciones (salud, maleficios, posesiones, obsesiones, prosperidad, éxito, milagros, fenómenos, apariciones), rehacer el vínculo fundante de la fe con La Palabra (“fides ex auditu”) y con la comunidad discipular, asumir explícitamente al pobre como lugar de encuentro con Jesús, lograr la unión entre la dimensión eclesial, misionera y social de la fe, constituyen retos y desafíos en los que podremos profundizar durante este año. 

“¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es Hijo de Dios?” (1 Jn5, 4-5). ”

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