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EL QUE SE ESCONDE

Dilatando Mentes Editorial



EL QUE SE ESCONDE Tony Jiménez Ilustrado por Almu CJ Prólogo de Jesús Cañadas Ensayo de Fernando Jorge Soto Roland

Dilatando Mentes Editorial


EL QUE SE ESCONDE Primera edición, Abril de 2016 Dilatando Mentes Editorial dilatandomenteseditorial.blogspot.com facebook/dilatandomenteseditorial dilatandomenteseditorial@gmail.com C/ Rey Jaime I, 7, Ondara (Alicante) Editora María Teresa Aranda Morata Coordinación editorial José Ángel de Dios García © de “El que se esconde” Tony Jiménez © de la portada e ilustraciones interiores Almu CJ © del prólogo Jesús Cañadas © del ensayo “Visitantes de la noche. Aproximación al devenir histórico de los fantasmas en el imaginario de la Cultura Occidental” Fernando Jorge Soto Roland. © de la maquetación, la corrección y la edición Dilatando Mentes Editorial Fotografía de la página cuatro: Tony Jiménez © Almu CJ Imprime La Imprenta CG Tipografía empleada: “Caslon Antique”, obra Freeware de Alan Carr. Las ilustraciones e imágenes del apartado “Miscelánea”, son propiedad de sus respectivos dueños y autores, utilizádose tan solo como acompañamiento al texto, como referencia visual a las citas. Al final de dicha sección, están escritos los créditos y los © de cada una de las imágenes. ISBN: 978-84-945203-1-0 Depósito Legal: A 147-2016 Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta edición sin permiso previo y por escrito de la editorial y los autores.


El cabrón de Tony Jiménez. Por Jesús Cañadas

S

iempre que me preguntan qué es el terror, acudo a la mejor forma que tengo de explicar las cosas: una historia. Mi historia empieza donde termina: en Granada, en mis años de universitario. Una tarde cualquiera salía de la facultad. Eché mano al teléfono y llamé a Álvaro, mi compañero de piso. Le pregunté si le apetecía que cenásemos juntos, alguna tapilla en el bar de debajo de casa. Álvaro me contestó que no podía; había quedado ya con su novia. Mejor nos veíamos mañana. Lo que yo no sabía era que Álvaro sí que estaba en casa y tenía ganas de cachondeo. Lo que hizo el muy cabrón fue cerrar la llave del piso por dentro, apagar todas las luces y esperarme. Dentro de mi cuarto. Agazapado a un lado de la puerta. Con la mano sobre el interruptor de la luz. Siempre que me preguntan qué es el terror, les digo: terror es llegar a tu casa por la noche, abrir la puerta, caminar a oscuras hasta tu cuarto, ir a encender la luz y tocar una mano. Cuando explico esta anécdota, la gente me suele preguntar si pegué un grito. Pobres. Demasiadas películas malas de violines y sustos han echado a perder su percepción. No, hijo, no. Cuando te pasa esto, no pegas un grito. De hecho no te sale ni un hilo de voz. El escepticismo y el raciocinio y el agnosticismo se te borran de un plumazo de la cabeza. Y mientras te giras, aunque al final de ese giro esté tu compañero de piso descojonándose, lo único que puede articular tu Prólogo: El cabrón de Tony Jiménez -9-


mente es:unamanounamanounamanoestoytocandounamanoJODER. Estoy convencido de que el cabrón de Álvaro se llevaría bien con el cabrón Tony Jiménez. Como el cabrón de Álvaro, el cabrón de Tony Jiménez sabe cómo funcionan los mecanismos de terror. Los de verdad. Nada de gritos. Sabe que no hacen falta violines ni sobresaltos chapuceros para borrarte el escepticismo de un plumazo. Para que creas. El cabrón de Tony Jiménez sabe que la semilla del terror germina de pequeñas cosas, plantadas aquí y allí, en el sitio justo. Por ejemplo, en un coche atravesando una carretera de noche con las luces apagadas, de unas zapatillas rojas que asoman por debajo de una puerta. Ya lo entenderás. El cabrón de Tony Jiménez sabe ponerte frente a algo que se supone que no debería estar ahí. Algo que, quizá, está detrás de ti. Algo que, quizá, lleva todo el tiempo detrás de ti. El cabrón de Tony Jiménez, porque es un cabrón, eso te lo digo yo, probablemente no se habría contentado con esperarme en mi cuarto a oscuras con la mano sobre el interruptor. No, ricura, no. Después de leer este libro, estoy convencido de que el cabrón de Tony Jiménez habría rebuscado en el baúl de los disfraces de carnaval hasta dar con una túnica negra. Que el cabrón de Tony Jiménez se habría pintado la cara de blanco. Y que el cabrón de Tony Jiménez le habría pedido al herbolario de debajo de casa una guadaña. Sí, y que se habría partido su puto culo de cabrón mientras a mí me daba un infarto en la puerta del cuarto. Porque Tony Jiménez sabe bien que, como dijo Guillermo del Toro en cierta ocasión, lo malo no es cuando abres esa puerta que no deberías abrir y ves al fantasma. Lo malo, lo jodidamente malo, es cuando el fantasma te ve a ti. ¿Estás preparado para que Tony Jiménez te haga pasar un mal rato? ¿Estás preparado para descubrir lo que es el terror? Pues vamos. Atrévete. Intenta encender la luz.

Jesús Cañadas

Jesús Cañadas -10-


EL QUE SE ESCONDE


MĂşsica recomendada para ambientar la lectura de este libro:


PRIMERA PARTE: Espíritus


ÂŤEl Hombre del Saco se acercaba, se acercaba, se acercaba...Âť


I

Los siete pasajeros

1 La luna era un borrón blanco en el cielo nocturno, como una palabra escrita a tiza y borrada con desgana en la pizarra de Dios. Las estrellas eran insectos muertos en el mar de tinieblas del universo. Los árboles eran centinelas expectantes ante lo que ocurría en la larga carretera, una larga cicatriz que transportaba la veloz bala negra cubierta de sombras que era el coche. El conductor no era, ya no. Antes solía ser, pero sin esperanza, sueños, planes de futuro y el deseo de vivir, hacía tiempo que había abandonado la idea de ser cualquiera cosa. Sobrevivir. Eso susurraba la apatía que lo empujaba a apretar el acelerador. Sobrevivir. Los ojos del vehículo llevaban cerrados cientos de kilómetros. Cuando el sol acompañaba su viaje no tenía mucha importancia, pero ni siquiera se molestó en activar los faros al reclamar la oscuridad el horario que le pertenecía. Entró en el estado de Maine ya con la noche acosándole, y lo único que hizo fue aumentar la velocidad para llegar cuanto antes a su destino. Había cruzado tantas veces aquellas carreteras que conocía perfectamente el número de coches con los que se podía encontrar, lo que no hacía más atractiva, al menos para su supervivencia, la unión de la negrura que le rodeaba con el apagón consciente de cualquier tipo de luz que le ayudase. El que se esconde -15-


Sobrevivir. Eso era lo que le quedaba, y nadie le hubiera creído al verle conducir de noche con los faros apagados y a más de cien kilómetros por hora. Sobrevivir. Eso era lo que buscaba el hombre, eso era lo que le movía, eso era lo que inflaba en realidad los pulmones, y no el aire como a las demás personas que viajaban por vías iluminadas, a una velocidad prudencial y con el coche bien visible para los demás. Sobrevivir. Sólo para ese concepto guardaba tiempo, por lo que todo lo demás carecía de sentido para él, algo lógico si tenía en cuenta que sin la supervivencia que buscaba su vida terminaría. Por lo que había podido contemplar, sería de forma horrible y brutal, así que la ausencia de faros encendidos era la menor de las preocupaciones que mordían su mente. Si en ese momento el vehículo se escapaba de su control, en realidad estaría haciéndole un gran favor. La tortura de los últimos años acabaría de una vez por todas por terrible que fuera el accidente de coche. Alguna vez había jugueteado con el suicidio, pero nunca se decidió, no por cobardía, sino para no darle el gusto a aquello que convirtió su vida en supervivencia pura, sin matices de ninguna clase. Y, lo más importante, si lo que acabó empujándole para sobrevivir y no para vivir había conseguido volver su existencia del revés, como si fuera un calcetín sucio antes de meterlo en la lavadora, sabotear el coche de mil maneras diferentes sería un juego de niños. El conductor había contemplado sucesos peores, tan asombrosos como horribles, la mayoría de ellos muy por encima de apagar los faros del automóvil o detener el motor lentamente, problemas provocados sin razón aparente. Lo único que debía hacer era llegar a la casa. El resto del plan era bastante sencillo, tanto que le daba miedo que no se le hubiera ocurrido mucho antes. Era simple hasta tal punto que era imposible que saliera mal, aunque no era esperanza lo que navegaba entre sus pensamientos, sino un ansia furtiva, certera y furiosa, preparada para saltar encima de la última opción que le quedaba para mantener con vida al hombre. Si no funcionaba, seguramente aparecerían otras alternativas, pero lo último que deseaba en el mundo era soportar el sufrimiento que recibiría mientras llegaban. Era bastante probable que, a pesar de que surgieran, careciera del tiempo necesario para ponerlas en práctica. Ni siquiera le serviría estar acompañado, no porque su único apoyo huyese, algo que no sucedería nunca, sino porque acabaría en el mismo agujero profundo y oscuro que él. Una fuerza inidentificable le oprimía las entrañas, le sacudía la espina dorsal y le atoraba la garganta hasta casi dejarle sin respiración. El mensaje estaba claro. «Es tu última oportunidad.» Tony Jiménez -16-


Así que a la mierda los faros y cualquier otro detalle superfluo que se interpusiera en su camino. No redujo la velocidad. No apartó el pie del acelerador ni un solo milímetro. Apretó los dedos alrededor del volante hasta que los nudillos se le pusieron blancos. Sus ojos, cansados e inyectados en sangre, se centraron en las difuminadas líneas blancas que surcaban la carretera. Sintió deseos de echar un vistazo al espejo retrovisor, pero aún poseía las suficientes fuerzas como para contenerse. Tal y como conducía, prefería no recibir ninguna desagradable e inesperada sorpresa que le ayudara a matarse. Aquella insondable oscuridad en la que navegaba ya era lo bastante siniestra para él; no necesitaba un refuerzo extra que terminara de aterrarle. Condujo. Condujo. Condujo. Océanos de árboles, mecidos por la suave brisa nocturna, a cada lado de la carretera. Asfalto infinito frente a él, una especie de espejismo de civilización en un mundo tenebroso donde él parecía el único habitante. Reflejado en los espejos laterales, el pasado, formado por exactamente los mismos detalles que el futuro alcanzado por el vehículo a cada nuevo giro de las cuatro ruedas. Densas sombras dentro y fuera del medio de transporte, dentro y fuera del conductor desde hacía ya demasiado tiempo. Creyó que el estridente pitido se encontraba sólo en su mente herida. Cuando la soledad del camino fue destrozada por las luces rojas y azules pensó que el juego acababa de comenzar. Se resistió a mirar por el espejo retrovisor, pero cuando lo hizo, lo que descubrió fue la más absoluta y pura realidad en forma de una motocicleta policial con su respectivo agente montado en ella. Un gruñido salió de los labios del hombre. Redujo la velocidad, permitiendo que el recién llegado vehículo pudiera colocarse a su izquierda con facilidad. El policía, enfundado en varias capas de ropa y con el rostro oculto por un enorme casco, le indicó que detuviera el coche a un lado de la carretera, el procedimiento habitual en casos como ese. Durante un breve instante, el conductor pensó en aplastar el acelerador hasta reventarlo si es que así conseguía dejar atrás a aquel problema motorizado. El destello de locura desapareció cuando recordó las directrices que él mismo implantó para el último movimiento en la siniestra partida de ajedrez en la que llevaba inmerso tanto tiempo. Lo mejor era comportarse como una persona normal y corriente, pensar que estaba en un escenario representando la obra que le lanzaría al estrellato de la supervivencia. Al mismo tiempo que paraba el coche en una zona repleta de gravilla cercada por varios abedules, el agente hacía lo mismo con la motocicleta, sólo que un par de metros justo tras el vehículo. El conductor clavó sus ojos en el El que se esconde -17-


retrovisor, el cual le mostró al policía quitándose el casco y dirigiéndose hacia él. También se vio a sí mismo, o el fantasma con barba de varios días, ojos hundidos y sueño permanente en el que se había convertido. Su aspecto no iba a ayudarle a continuar el viaje sin contratiempos. Sonríe. Actúa con normalidad. No has hecho nada malo, pensó. Tú no. Tragó saliva al pensar en el maletero. Todo iría bien si el policía no tenía el bastante tiempo libre como para querer revisarlo. Bajó la ventanilla en cuanto el agente estuvo a su altura. Un soplo de aire frío le acarició el rostro; hubiera sido reconfortante para cualquiera, pero esa palabra ya no entraba en su diccionario personal, al que le sobraban otras como sobrecogedor, terror, miedo y pánico. —Buenas noches, señor —saludó el policía. Alzó una linterna para iluminar tanto el rostro del hombre como el interior del coche. —Buenas noches. —El conductor trató de sonreír, consiguiendo sólo una extraña mueca. —¿Me permite su documentación? —El agente la recibió con un gesto de cabeza—. Gracias. Examinó varias veces el carné de conducir al mismo tiempo que observaba disimuladamente al hombre al que había parado, tratando de hallar el más ligero parecido entre ambos. Le costó, pero allí estaba, aunque era evidente que no pasaba por su mejor momento. —¿Señor Noonan? —Barry Noonan, sí. No le dio la impresión de que el agente de policía fuera uno de esos imbéciles que paraban de forma indiscriminada a cualquier conductor honrado que viajase por sus carreteras. Siempre los había considerado como reyes déspotas, estúpidos dictadores de tres al cuarto que usaban el poco poder que atesoraban para hacer la vida imposible a personas inocentes. Quizás alguna vez tenían suerte y pillaban a algún criminal de verdad, pero la mayoría de las ocasiones eran idiotas que se enorgullecían de la larga lista de multas colocadas sin motivos reales. Sin embargo, Barry no era estúpido. Era de noche, se encontraban en una carretera solitaria, la ausencia de otros vehículos era incuestionable y ni siquiera sabía si iba a más velocidad de la permitida en ese tramo. —Tome. —El agente le tendió el carné. Barry no le escuchó. Toda su atención estaba en el espejo retrovisor. «Vigila el maletero.» —¿Señor Noonan? Tony Jiménez -18-


—¡Ah! —El conductor cogió su documentación—. Gracias. —Señor, ¿sabe a la velocidad a la que iba? —Si le soy sincero, no —admitió. Era mejor decir la verdad que intentar esconderla y parecer sospechoso—. Es algo tarde y tengo bastante prisa, agente. Lo siento. El policía asintió. Sus ojos captaron cómo los de Barry se dirigían de nuevo al espejo retrovisor para vigilar el maletero. —En realidad, no le he parado por eso. A estas horas es raro ver vehículos por esta zona, así que intento ser bastante permisivo al respecto —explicó el agente—. Lo que de verdad me ha preocupado es comprobar que llevaba apagados los faros de su coche, señor Noonan. —Ni siquiera me había dado cuenta. —Actuación de Óscar para Barry. Otra nueva mirada para asegurar el maletero. El policía la capturó de nuevo, así como el hecho de que el conductor sabía perfectamente que iba sin las luces. —¿Sabe que lo que hacía es muy peligroso? Ir a su velocidad a estas horas es una cosa, y otra muy diferente conducir a oscuras —insistió el agente—. Puede que haya sido un despiste, pero... La radio del vehículo se encendió de repente, sobresaltando a ambos hombres. Here comes the Boogeyman de Henry Hall comenzó a sonar a todo volumen. Escuchar la canción en aquella solitaria carretera les rodeó de un aire siniestro que les infundió escalofríos. El Hombre del Saco se acercaba, se acercaba, se acercaba... —Por favor, apague la radio —solicitó el policía sin percatarse de que las manos de Barry no se habían alejado en ningún momento del volante para encenderla. El conductor obedeció de inmediato; el sudor comenzó a perlarle la frente—. Le decía que es muy peligroso ir a estas horas sin las luces encendidas, especialmente para los demás vehículos que pueda encontrarse. —Y-yo... No sé qué decir... —balbuceó Barry. Sus ojos no podían apartarse del espejo retrovisor. «Vigila el maletero.» El agente se incorporó. Movió la cabeza de un lado a otro, como si el siguiente paso a dar fuera a saltarle desde uno de los cientos de rincones oscuros de la vía. Se sorprendió al desear que regresara la cancioncilla ante el inquietante silencio que había regresado. —Salga del vehículo, por favor —solicitó. —¿Es necesario, agente? Tengo mucha prisa, y mi casa está cerca... —¿Hacia dónde se dirige? —Silent Rock —dijo la verdad—. Mi familia tiene una casita junto al lago. Quiero pasar unos días de descanso. El que se esconde -19-


El policía asintió. Barry notó que le daba igual. Creyó observar una leve neblina que empezaba a levantarse. —De acuerdo. Salga del vehículo. Me gustaría comprobar si va borracho. Aunque no sea así, no es normal viajar tan tarde por estas carreteras a esa velocidad y sin ninguna luz —replicó el agente—. Es un peligro. La opción de huir volvió a la mente de Barry Noonan. La descartó incluso a más velocidad que en la anterior ocasión; existía la posibilidad de que el problema con placa terminase esgrimiendo su arma reglamentaria contra él, allí mismo o durante una persecución en la que podrían acabar mal cualquiera de los dos o ambos. Y si por un golpe de suerte lograba despistarle, siempre quedaba... «Vigila el maletero.» —Agente, preferiría no salir del coche —pidió Barry. —¿Hay algún problema? ¿Hay algo que quiera contarme? —Tengo prisa, ya se lo he dicho. De repente, un par de golpes, como si alguien llamara a la puerta de alguna casa cercana, atrajeron la atención del policía, quien giró el cuello hacia su derecha. Noonan se limitó a echarse hacia atrás en el asiento, soltar un largo suspiro y pasar las manos por su pelo desordenado y negro como la noche que los observaba con interés. El agente alzó la linterna, tratando de hallar la causa del extraño sonido, pero no dio con nada, aunque el haz de luz parpadeó varias veces sin motivo aparente. El hombre sacudió el aparato hasta que volvió a funcionar correctamente de nuevo, al mismo tiempo que inspeccionó la zona mediante un rápido vistazo, confirmando que era la personificación de la soledad. Barry Noonan sabía qué ocurría. El Hombre del Saco se acercaba, se acercaba, se acercaba... —Señor, por favor, salga... Los golpeteos regresaron, con más potencia, llamando la atención del agente de policía sobre el maletero del coche. Apuntó con la linterna, iluminándolo, lo cual le permitió ver que algo se movía dentro, tratando de salir, buscando ayuda para hacerlo o requiriendo su auxilio. El policía abrió la funda de su arma. —Señor, salga del vehículo con las manos en alto, que pueda verlas en todo momento. —No es lo que cree —susurró Barry. —No voy a repetírselo. —El agente señaló el maletero—. Salga y abra... Un chasquido. Alerta en la mente del policía. Puro terror acuchillando la espalda de Noonan. El maletero acababa de abrirse por sí solo, sin ninguna llave de por medio, sin que Barry hubiera apretado un solo botón, pues sus manos Tony Jiménez -20-


descansaban sobre el volante tras la clara advertencia del hombre de la placa. —Manténgase dentro, señor. —La linterna apuntó hacia la pistola, una nada velada amenaza sobre lo que ocurriría si se atrevía a desobedecerle—. No sé qué está pasando aquí, pero le quiero ver ahí dentro mientras compruebo el maletero. Barry asintió con toneladas de amargura encima de los hombros. Los correctos aunque firmes avisos del agente sólo intentaban esconder las sospechas acerca de la auténtica naturaleza del conductor, y éste lo sabía. El policía intuía que en el maletero había alguien encerrado, y le mostraría a Noonan lo rápido y certero que era con su arma reglamentaria en cuanto le diera la más mínima excusa. —No vaya al maletero... —fue el último intento de Barry para evitar lo que estaba a punto de suceder. Le dio la impresión de que la desgana de su voz provocó que ni siquiera le escuchase, así que se limitó a hundirse en el asiento para aguardar lo inevitable. A pesar de que el agente de la ley se dirigía, mediante lentos pasos, hacia el enigma que intentaba resolver, trataba de vigilar disimuladamente al conductor. Sin embargo, presentía que no iba a hacer nada que pudiera evitar que descubriera lo que escondía en el vehículo, así que se armó de confianza y recorrió lo que quedaba un poco más relajado, sin olvidar la pistola que guardaba en la funda, por supuesto. Barry observó en el espejo retrovisor al policía situándose frente al maletero abierto. La tapa le ocultaba la cara y parte del cuerpo, pero pudo percibir cómo se contraía al averiguar qué era lo que provocaba los misteriosos golpes. Cerró los ojos un instante, un simple segundo, oyó un gemido y, cuando volvió a mirar, el agente había desaparecido como si fuera el mejor mago del mundo. Mientras maldecía entre dientes por no haber arrancado el coche en cuanto tuvo ocasión, Noonan salió del vehículo, se dirigió al maletero aún abierto y examinó las cercanías, hallando sólo la linterna, todavía encendida, en el suelo; ni rastro del policía. Una inspección más minuciosa le reveló la presencia de una diminuta gota de sangre en una de las luces intermitentes. Cerró con fuerza el maletero tratando de no prestar atención a su interior. A continuación, volvió a ponerse al volante y se alejó a toda prisa, abandonando la motocicleta cuyo dueño acababa de esfumarse en el aire. El conductor sabía bien cuál era su nuevo hogar, aunque explicarlo significaba entrar en un terreno donde la locura y la realidad se daban la mano e iban a cenar, al cine y a tomar una copa en la casa de una de las dos antes de follar como locas. No tardó en dejar atrás el cartel que anunciaba la llegada a Silent Rock. Tuvo que conducir durante quince minutos más y pasar por al menos cuatro salidas a carreteras secundarias para alcanzar la que buscaba. Las demás, sobre todo El que se esconde -21-


las situadas a la derecha de la vía que se dirigía al corazón del pueblo, llevaban al interior de los bosques de los alrededores, a zonas para acampar o a las proximidades del lago junto al que descansaba la comunidad. Él buscaba el camino largo, el que daba toda la vuelta a Silent Rock por detrás y acababa en lo que muchos vecinos conocían cariñosamente como el Culo de Silent Rock, a pesar de que era una parte de la localidad donde descansaban las viviendas más lujosas. Barry tuvo que atravesar un auténtico océano boscoso para encontrar la casa de verano de los Noonan. El estropeado asfalto y las carreteras de tierra no se lo pusieron fácil, tanto para conducir como para mantenerse concentrado, pues los felices recuerdos de la niñez no tardaron en aflorar. Morgan Noonan, el último cabeza de familia de su linaje, siempre repetía lo mismo una y otra vez en cada viaje al hogar a orillas del inmenso lago de Silent Rock. «Este pueblo puede tener carreteras, restaurantes, señalizaciones, línea telefónica, servicio de correos, automóviles, comisaría... Pero recuerda que continúa siendo una mota de polvo en la gran alfombra del bosque. No lo olvides nunca, porque él no lo hace.» Y era cierto. Silent Rock era naturaleza en estado puro. La madre naturaleza dando unas miguitas de su divinidad a los insignificantes seres humanos. El conductor detuvo el coche en el camino de tierra que se bifurcaba en dos senderos; uno llevaba a la vivienda familiar, levantada en una pequeña colina, mientras que el otro se dirigía hacia el muelle donde descansaba la barca a motor que era el objetivo final de Barry. Le gustó salir del vehículo, abandonar brevemente el ataúd de metal que había pilotado durante horas, aunque le desagradó contemplar la casa iluminada por una luna liberada de la presa de la oscuridad. Aquel brillo ceniciento lo hacía todo más real. Sintió unas ganas irrefrenables de visitar la vivienda, pero antes tenía que sobrevivir. Si no se volvía a centrar, no tendría existencia a la que agarrarse, una en la que deseaba regresar al hogar de su infancia y preparar galletas de chocolate en la cocina donde Isabelle Noonan las había preparado en el pasado para toda la familia. Grandes momentos. Buenos tiempos. Una época en la que entre las ideas de la mujer no se encontraba la de atravesarse el cráneo con un taladro con la broca colocada en su ojo derecho. Barry se dio cuenta de que avanzaba hacia la casa mediante pasos tambaleantes. Se giró hacia el automóvil, obligándose a dirigirse al maletero. Observó que, a varios metros de distancia, entre un par de pinos, todavía permanecían las marcas de la verja que el abuelo Noonan colocó hacía años y que Morgan terminó quitando. La razón era muy sencilla: ningún vecino de Silent Rock robaba a otro vecino de Silent Rock. Tony Jiménez -22-


Y era cierto, aunque Barry nunca supo las auténticas razones. El timbrazo del teléfono móvil estuvo a punto de hacer trizas su corazón. Se lo sacó del bolsillo trasero del pantalón y se lo llevó a la oreja, no sin antes comprobar de quién era el número mostrado en pantalla. —Acabo de llegar —murmuró. La otra persona le respondió—. ¿Pusiste gasolina en el motor de la barca? Pues entonces no habrá ningún problema. Esto tiene que terminar. Por Dios, tiene que... Algo saltó en la mente de Barry. Un presentimiento. Un picor en la nuca. Un puñetazo en el plexo solar. Dedos apretándole la traquea para que se diera cuenta de una jodida vez del juego en el que se encontraba atrapado desde la adolescencia. ¿Y si quién le llamaba no era quién decía ser? —Recita el poema. —Una queja al otro lado del aparato—. Debo saber que eres tú. Recita el poema. Joder, tienes que recitarlo. Más protestas. Barry apretó los dedos con tanta fuerza alrededor del teléfono que éste crujió ligeramente. —¡Recita el puto poema! —estalló. En otras circunstancias, una bandada de pájaros habría salido huyendo de la zona al ver destrozada su amada tranquilidad con aquel aullido. Sin embargo, el lugar estaba libre de animales, no por la presencia de la noche, sino por... «Vigila el maletero.» ... Otra presencia muy distinta. La persona al otro lado del móvil pronunció el poema de manera lenta, deteniéndose en cada palabra, demostrando así lo que Barry deseaba. Éste se sintió mucho más calmado cuando acabó, sin significar eso que bajase la guardia. Asintió varias veces como si fuera importante recalcar que la tranquilidad le seducía, y continuó andando hacia el maletero sin soltar el aparato. —Todo terminará esta noche —anunció. Apagó el teléfono, se lo guardó y abrió el maletero. No pudo evitar tragar saliva con tanta fuerza que le dolió la garganta. La reacción siempre era la misma cuando la veía; no podía evitarlo aunque quisiera. La caja. Imperturbable, fría, sin vida. No siempre imperturbable. No siempre fría. No siempre... sin vida. Estaba hecha totalmente de madera y su tamaño era poco mayor que el de una vulgar caja de zapatos. Las esquinas eran metálicas como algunas partes de los bordes y la cerradura, tan sencilla como la de la hucha que usaría un adolescente para ocultar su primera bolsa de marihuana. Nada extraño había en ella salvo un par de arañazos en su base, las formas que adquirían un par de las El que se esconde -23-


piezas de acero y la palabra escrita en la tapa. —Hija de puta... —gruñó Barry. Sacó un cuchillo de uno de los bolsillos del pantalón, aunque sabía bien cómo podría acabar por hacerlo. Arañó lo bastante el carácter como para que nadie lo leyera, a pesar del lugar al que iba a viajar aquella maldita cosa que agarró tras guardar la improvisada herramienta afilada, no sin antes tomar una gran bocanada de aire helado. Coger la caja le hizo sentirse desagradable, sucio, asqueado. Un montón de pensamientos se apelotonaron en su cerebro. El mensaje de la mayoría de ellos era tan alto y claro como si estuviera contemplando un cartel de neón en pleno día: arrójala lo más lejos que puedas. Barry usó las pocas fuerzas que le quedaban en el alma para mantenerla en sus manos. Observarla detenidamente le hizo recordar aquella famosa cita sobre el abismo que te acaba mirando cuando lo miras durante demasiado tiempo. «Cuando miras largo tiempo a la caja, la caja también mira dentro de ti.» Barry ni siquiera se molestó en cerrar el maletero. Corrió a la máxima velocidad que le permitía el abrazar aquella cosa de madera, y alcanzó el pequeño muelle de la familia Noonan en un tiempo récord. El candado colocado en las puertas dobles no estaba siquiera echado, así que pudo entrar sin ningún problema. La barca pareció bambolearse con cierto ritmo al verla, como si le diera la bienvenida después de tanto tiempo. Lo primero que hizo fue soltar la caja en la embarcación. A continuación, soltó la cuerda que la sujetaba al puerto, por entre cuyas tablas silbaba un viento que anunciaba algo terrible, y activó el motor en cuanto estuvo junto a aquel maldito objeto que sólo había traído desgracia tras desgracia a su vida. Dirigió la barca hacia lo más profundo del lago, dejando atrás la vivienda familiar hasta que fue un punto negro entre sombras y oscuridad, aunque para él hacía mucho tiempo que sólo era eso, un difuminado recuerdo que a veces le parecía demasiado irreal para haber formado parte de él. En cuanto se cercioró de que se hallaba en una de las zonas del lago más alejadas de cualquier atisbo de civilización, agarró nuevamente la caja a pesar de la repugnancia que le transmitía y la colocó justo encima de las tenebrosas aguas. Ese debía ser su destino, ese era el nuevo hogar que se merecía. Olvidada en lo más profundo de la insondable maravilla acuática creada por la naturaleza. Un gesto de dolor apareció en el rostro de Barry. Se le contrajeron los labios, apretó los dientes y frunció el ceño como si alguien estuviera cortándole las encías con un bisturí. Evitó gritar, pero era complicado no hacerlo debido al dolor que le hostigaba, un daño que iba más allá de lo físico. —Sal de mi cabeza... —gruñó el hombre—. ¡Sal de mi cabeza! Voy a soltarTony Jiménez -24-


te. No puedes hacer nada por impedirlo. Esto se acaba aquí. Cuchillas de afeitar contra una pizarra. Una sierra mecánica cortando un lavabo de porcelana. Cientos de tenedores arañando un enorme plato. Todo directo a la mente de Barry. —¡Para! ¡Para! ¡Para! —Sus ojos, inyectados en sangre, se centraron en la luna, testigo del horror que vivía—. Esto se acaba. Esto se acaba. He dicho que esto... Se abrazó a la caja antes de lanzarse al lago. La barca se meció con fuerza primero, y más suavemente después, hasta que se detuvo mientras las burbujas de aire desaparecían conforme Barry Noonan se hundía en las oscuras aguas, en las oscilantes sombras a las que se sacrificó. Luego, el más completo silencio regresó al lago de Silent Rock. En la lejanía, en la residencia familiar de verano de los Noonan, un hogar feliz en otro tiempo —otros momentos, otra época—, la quietud fue violada por una radio antigua que se encendió sin que nadie la tocase. Here comes the Boogeyman de Henry Hall comenzó a sonar a todo volumen. El Hombre del Saco se acercaba, se acercaba, se acercaba...

El que se esconde -25-


VISITANTES DE LA NOCHE Aproximaci贸n al devenir hist贸rico de los fantasmas en el imaginario de la Cultura Occidental


por Fernando Jorge Soto Roland

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iempre me ha sorprendido la fluctuante capacidad para creer en historias fantásticas que muchas personas poseen en la actualidad. Basta con organizar una reunión frente a un fogón —en cualquier noche de invierno o de verano— para advertir cómo, inexorablemente, la conversación deriva hacia temas que meten miedo y que, generalmente, tienen como protagonistas a fantasmas de distintas especies. En circunstancias como ésas, el viento deja de ser viento para convertirse en susurros o lamentos; las sombras nocturnas se vuelven misteriosamente significativas, denotando presencias no expuestas que alimentan la sugestión y agigantan la imaginación. El mismísimo recuerdo se ve alterado, y acontecimientos del pasado personal —mal definidos por la memoria— encuentran en aquel contexto nocturno un catalizador que los reinterpreta, entablando ocultas relaciones, antes no tenidas en cuenta. La noche y los fantasmas se llevan bien. Es un binomio que ha logrado mantenerse en buenos términos durante siglos en el imaginario de la cultura occidental, sustentando así una abundante literatura que, aún hoy, sigue publicándose con gran éxito editorial. Los fantasmas nos seducen, nos interesan, nos inquietan. No es posible la neutralidad o la absoluta indiferencia cuando alguien instala el tema en una mesa de discusión. Se les puede reverenciar, temer o rechazar, pero nunca hacerlos a un lado sin algún comentario irónico, escéptico o crédulo. La creencia en la existencia de fantasmas es un hecho generalizado que se fija prácticamente en todas las sociedades de la Tierra. Leyendas, cuentos populares, rumores y folklore referidos a ellos, testimonian —directa o indirectamente— el interés que los hombres tienen respecto de lo que sucede más allá de la muerte; al tiempo que explicitan la propensión de una época determinada a seleccionar respuestas, entre un repertorio cultural particular, en consonancia con las demandas de una situación concreta. Occidente ha tenido con las muy variadas entidades intangibles de su imaginario una relación que se advierte cualitativamente cambiante en momentos determinados de su historia; y múltiples han sido los factores que se conjugaron para que los fantasmas sean hoy lo que la literatura muestra y mucha gente sostiene que son. Por todo ello, podemos decir sin temor a equivocarnos, que la experiencia temerosa ante los fantasmas —así cómo la conceptualización, atributos y cualidades que de ellos se ha tenido— estuvo, y está, social, cultural e históricamente determinada. Este breve ensayo se propone una primera y provisional zambullida al universo de fantasías, temores y esperanzas que condicionaron el contacto del hombre occidental con sus miedos y dudas internas. A través del devenir histórico de los fantasmas en el imaginario de la cultura occidental, intentaremos describir cómo la estructura construida de la realidad se vio alterada en determinados momentos, viendo de qué manera los paradigmas y hábitos psíquicos de cada época condicionaron las explicaciones que se daban de las apariciones espectrales de leyendas y rumores. El que se esconde -7-


Cada cultura ha inventado sus propios fantasmas, y occidente no ha sido la excepción a la regla. Pero la historia del fantasma occidental es singular es singular en un aspecto: el haber estado ligada al proceso de individuación, tan propio de nuestras sociedades. Los fantasmas nos hablan de nosotros mismos. Sus apariciones son nuestros propios reflejos. Nos muestran, desde un ángulo original, cómo hemos elaborado en los últimos quinientos años nuestra identidad, nuestro exacerbado individualismo; y de qué manera se entretejieron variables culturales, psicológicas y sociales en la construcción de la cosmovisión antropocéntrica que ha hecho de Occidente lo que hoy es. Definir qué es un fantasma depende del espacio y del tiempo. Depende del lugar que cada persona se adjudica a sí misma dentro del universo. Por ello, una Historia de los Fantasmas nos obliga a recorrer los senderos —ya exitosamente transitados— de otras historias, como la del cuerpo, la de la muerte o la de la lectura. Significa, también, dejar abierta una puerta al estudio de los sistemas de valores y sus cambios (que desde el siglo XVIII indican una progresiva secularización y un olvido de los deberes y normas trascendentes, para centrarse únicamente en la condición inmanente del ser humano). En muchos casos, el fantasma nos recuerda el sentido y el deber que los hombres hemos olvidado. Nos reflejan los problemas existenciales propios de una sociedad impregnada del más hondo materialismo. El fantasma oculta y revela muchas cosas al mismo tiempo. El discurso histórico sobre las apariciones —en ocasiones controlado, tergiversado o utilizado en beneficio de sectores particulares— revela una suerte de actitud imperialista que tornó a la imagen tradicional del fantasma en un producto de exportación a distintas partes del mundo; modificando imaginarios no europeos y creando una falsa idea de homogeneidad planetaria en la creencia. La actitud aculturadora de Europa, tan pujante —desde el siglo XVI— sobre islas y continentes lejanos, alteró muchas estructuras fabricadas de la realidad; y así, los fantasmas locales o regionales, no pudieron resistirse a cambiar sus comportamientos, caracteres y status. Los fantasmas, asimismo, pueden ser variables interesantísimas a la hora de reflejar las modificaciones en las sensibilidades colectivas, relacionadas con instituciones sociales muy caras del universo burgués (en especial del siglo XIX), tales como: la familia, el amor, la muerte romántica, el secreto y el individualismo. Banderas visibles del antirracionalismo, los fantasmas —apareciendo y desapareciendo— denuncian insatisfactorias concepciones del mundo, inseguridades y muchas esperanzas, no del todo creídas. DE LO MARAVILLOSO A LO SOBRENATURAL. LOS FANTASMAS Y EL RACIONALISMO EN OCCIDENTE. Cuando el historiador Jacques Le Goff explicó el carácter fronterizo de lo maravilloso durante la Edad Media, sostuvo claramente que dicha frontera poseía la cualidad de ser permeable, es decir, que sus manifestaciones se daban en el seno de la realidad cotidiana, no percibiéndose dichos fenómenos como algo particularmente extraordinario. Los acontecimientos maravillosos eran aceptados y reconocidos como parte natural de un Universo aún no regulado por la leyes de la física y los prodigios se añadían al mundo real sin atentar contra él, ni destruir su coherencia. Hadas, dragones, monstruos y duendes penetraban el mundo natural sin conTony Jiménez -216-


flictos, sorpresa o misterio1. El concepto de “lo imposible” carecía de sentido2 y “lo maravilloso” no espantaba ni sorprendía, ya que no se violaba ninguna regla sólidamente establecida. “Lo maravilloso —dice Le Goff— era una categoría del universo.” 3 Estas cualidades otorgadas a la realidad hacían, del ignoto mundo invisible que rodeaba a los hombres, un hecho cotidiano; siempre tenido en cuenta a la hora de explicar catástrofes, pestes o hambrunas. La buena o mala suerte —individual y colectiva— se hallaba regulada, de una forma imposible de conocer, por fuerzas y energías que trascendían el mero plano material en el que hombres y mujeres desarrollaban sus prácticas diarias. Incluso, la franqueable frontera entre la vida y la muerte no estaba —como hoy— absolutamente definida: “El pasado no estaba muerto, en cualquier momento podía hacer irrupción, amenazador, en el interior del presente. En la mentalidad colectiva, con frecuencia, la vida y la muerte no aparecían separadas por un corte nítido.”4 “La vida se prolongaba después de la muerte, y los muertos estaban siempre presentes, sobre todo durante las ceremonias en que se asociaban con los vivos.” 5 Desde el Renacimiento (siglos XV-XVI), y de manera paralela a la creencia en la realidad de un mundo maravilloso y mal comprendido, se empezó a perfilar, gradualmente, un cambio de actitud y mental que derivaría, después de doscientos años, en el movimiento iluminista (siglo XIII). A lo largo de aquel período, el devenir de Occidente fue adoptando un sentido de “lo natural” distinto al que había tenido vigencia durante la etapa medieval y el primer Renacimiento. La voluntad de poder y la dimensión utilitaria —que por aquel entonces la burguesía empezaba a imponer con fuerza— configuraron un contexto mental en el que la acción sobre el mundo (con el claro intento de dominarlo) procuraron la gradual y lenta tendencia a nuevos valores y emociones. La experiencia, la comprobación empírica, el ver y racionalizar el mundo, empezaron a levantar una barrera entre lo visible y lo invisible, inexistente hasta entonces. Lo animado se diferenció de lo inanimado, y los prodigios —entre ellos los fantasmas— empezaron a quebrantar la estabilidad de un universo que procuraba ser controlado por leyes tenidas desde entonces por inmutables. El sentido de “lo imposible” tomó su forma original y con él, el status de las maravillas se vio transformado. La antigua convivencia con los espectros (que nunca dejaron de inquietar un poco) se alteró y “lo sobrenatural” apareció como una fractura a la coherencia, sorprendiendo y aterrorizando. Desde entonces, los fantasmas se transformaron en entidades perturbadoras. Al descomponerse la fluidez antes existente entre este mundo y el Más Allá, el terror hizo acto de presencia, ya que el contacto entre ambas realidades podía poner en riesgo la salud física, psíquica y moral de los hombres. Pero esta nueva cosmovisión no se aceptó sin más. La reacción al cambio fue 1 Caillois, Roger, “Del cuento de hadas a la ciencia Ficción”, en Imágenes, Imágenes...Ensayos sobre la función y los poderes de la Imaginación. Editorial Sudamericana, Buenos Aires, 1970, pp. 9-47. 2 Véase: Febvre, Lucien, El Problema de la Incredulidad en el Siglo XVI. La Religión de Rabelais, Editorial UTHEA, México, 1959, pp.379-383. 3 Le Goff, Jacques, Lo Maravilloso y lo Cotidiano en el Occidente Medieval, Editorial Gedisa, Barcelona, 1994, pp.9-25. 4 Jean, El Miedo en Occidente, Editorial Taurus, Madrid, 1989, pág. 119. 5 Duby, Georges, Año 1000, año 2000:las huellas de nuestros miedos, Editorial Andrés Bello, Santiago de Chile, 1995, pág. 124,

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inmediata, y aquella frontera existente entre lo posible y lo imposible, siguió conservando cierta movilidad. Lejos de estar firmemente establecida, su indefinición no sólo trajo aparejada la inquietud, sino una nueva sensación: la vacilación.6 Con las historias de fantasmas, aquello considerado ficcional ocupaba un lugar concreto en lo cotidiano, y esa usurpación del espacio por lo inmaterial empezó a ser uno de los terrores más profundos que surgían de ese tipo de relatos. Como señaló Gillian Beer: “Las historias de fantasmas tuvieron desde entonces que ver con la insurrección, y no con la resurrección de los muertos.” 7 En esta lucha entre cosmovisiones rivales que coexistían, donde la superstición —entendida como “exceso de credulidad” 8— empezaba a soportar el embate del racionalismo, este último llevó al principio todas las de perder. De hecho, al ser los hundimientos cosmovisionales siempre parciales, fue factible que subsistieran vestigios irreductibles del pasado, oponiendo resistencia a la irrupción de elementos de interpretación no tradicionales. Recién en el siglo XVIII la duda metódica y el racionalismo cartesiano derogaron aquella visión del mundo en donde todo era posible, transplantándola al espacio de la literatura fantástica e impidiendo que entrara en contacto con una realidad que se pretendía más objetiva y materialista.9 Pero aún en plena Ilustración, muchos intelectuales de relieve, y peso en la construcción del imaginario colectivo, seguían dispuestos a creer en episodios imposibles. Como ha escrito Christian Delacampagne, “los sabios de la época (siglo XVIII) no eran racionalistas, intentaban serlo.”10 Así, pues, la Historia Natural de los siglos XVII y XVIII —sólo por dar un ejemplo— era sensible a toda clase de influencias extracientíficas, ya sean morales, religiosas o sobrenaturales. Por supuesto que no faltaron las desmitificaciones y los debates respecto de las apariciones. Además, mucha de la crítica se apuntó contra los charlatanes y sus ingenuas víctimas, deseosas por creer. Se discutió sobre la existencia misma de los fantasmas, y no su naturaleza o capacidad de acción sobre el mundo material, tal como se había debatido durante la Edad Moderna. La erradicación del fantasma de la realidad, inició así su progresivo camino. De todos modos, tenemos que tener presente una verdad que dijeran el historiador francés Georges Duby, poco antes de morir: “El miedo a lo invisible continúa profundamente arraigado en nuestras entrañas. A medida que se difunde el conocimiento científico vamos adquiriendo más y más conciencia de que hay cosas que no podemos conocer. Hay muchas enfermedades del alma que provienen precisamente de esta sensación de impotencia de los hombres ante su destino.” 11 Impotencia, dudas, incertidumbre, incluso pesimismo. Sensaciones propias de un 6 Todorov. Tzvetan, Introducción a la literatura fantástica, Editorial Buenos Aires, Barcelona, 1982, pág. 34. 7 Beer, Gillian, “Fantasmas”, reseña de la investigación de Julia Brigg obre la ficción de fantasmas ingleses en su libro Visitantes Nocturnos, Cita indicada por Rosmary Jackson en Fantasy: literatura y subversión, Editorial Catálogo, Buenos Aires, 1986, pág. 69. 8 Caro Baroja, Julio, De la superstición al ateísmo, Editorial Taurus, Madrid, 1974, pp. 151-170. 9 Lovecraft, H. P., El Horror Sobrenatural en la literatura, Distribuciones Fontamara S.A., México, 1995, pág.18. 10 Delacampagne, Christian, Racismo y Occidente, Editorial Vergara, Barcelona, pág. 129. 11 Duby, G., op.cit., pp.130-131.

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período de crisis e inestabilidad. Pero esto quizás no coincida con los aires ilustrados que inundaban los espíritus europeos durante el siglo XVIII, cuando la idea de Progreso, el triunfal optimismo en la técnica y en las capacidades intelectuales y morales del hombre, hicieron, de amplios sectores de la sociedad, fervientes creyentes en el poder omnímodo de la Razón. Aún así, los fantasmas nunca dejaron de estar. Sin embargo, la conceptualización que las capas letradas tenían de lo sobrenatural era distinta a la que existía dentro del mundo rural, generalmente iletrado; y que mantenía una relación mucho más fluida, poco traumática y natural con las entidades invisibles del imaginario (muchas de ellas, de origen pagano). Entre los campesinos la vacilación era menor y, lejos de sostener una posición maniquea entre el bien y el mal, armonizaban ambas tendencias, concibiendo a los infinitos seres imaginarios que invadían su cotidianeidad como entes ambivalentes, partícipes de una relación de reciprocidad, compleja y ritualizada, que reglaba el contacto entre los vivos y los muertos. Sublimaban así la inquietud que les producía la muerte, exorcizando el miedo que les causaba el posible regreso de los muertos, con cientos de rituales diferentes. Los estudios llevados a cabo por folkloristas y antropólogos desde el siglo pasado, revelan algo que Adolfo Colombres ha sabido sintetizar en la siguiente frase: “Seres imaginarios (...) han poblado siempre las noches (...) sin que la era del átomo y la cibernética hayan podido acabar con ellos, acaso porque el conocimiento científico y las utopías sociales están aún lejos de calmar todos los miedos ancestrales del hombre y de colmar sus esperanzas.” 12 No obstante el manifiesto contraste entre el mundo letrado y el iletrado, las nociones eruditas —condensadas a partir del siglo XVI en miles de libros, panfletos y almanaques, de amplia circulación por Europa— iniciaron un convincente proceso de divulgación de nuevos miedos, amenazas y peligros. Se catalogaron a miles de fantasmas, espectros, íncubos y súcubos, demonios menores y monstruos emisarios del Diablo. Se fantaseó con los conventículos de brujas (los tristemente famosos aquelarres) y se acentuó, en el imaginario colectivo, una geografía de la perdición en la que bosques, lagunas, valles, senderos o cerros, empezaron a individualizarse como lugares prohibidos, en donde lo peor podía ser posible. La noche modificó —con sus personajes reales o inventados— su valor simbólico; y con esta asociación entre lo sobrenatural y lo maligno, las capas populares vieron cómo se rompía en mil pedazos su cordial relación con los aspectos maravillosos de la naturaleza. Toda la estructura simbólica de la realidad se alteró, y el pánico nació ante la revelación de hechos, considerados desde entonces, imposibles. En síntesis: el período comprendido entre los siglos XVI y XVIII presenció cómo se libraba el último gran esfuerzo del imaginario medieval por vencer y desterrar al mundo ideológico de la razón crítica, que pugnaba por imponerse desde los sectores intelectuales más influyentes. Aunque, como ya hemos dicho anteriormente, en esta lucha cosmovisional la fuerza de la tradición perdió menos adeptos de lo que podríamos suponer. Por otro lado, la difusión de la palabra escrita contribuyó a que lo sobrenatural, y el mundo fantasmal a él asociado, se impusiera en amplios sectores sociales, encon12 Colombres, Adolfo, Seres Sobrenaturales de la Cultura popular Argentina, Ediciones del Sol, Buenos Aires, 1984, pág. 9.

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trando en movimientos como la Reforma, la Contrarreforma, la neoescolástica y la Inquisición, de los siglos XVI y XVII, poderosos agentes de divulgación. Según el historiador Brian Levack13, la difusión de los textos de Demonología —entre 1570 y 1630 aproximadamente— coincidió con un exacerbado temor a las brujas y al Diablo. Todo aquello catalogado como increíble —pero que muchos rumores daban por cierto— fue adjudicado a Satanás y sus acólitos. A partir de entonces, el fantasma quedó asociado al Mal, a la culpa, la perdición y el pecado. La creencia en fantasmas careció de la autonomía que más tarde tendría, quedando ligada, directa e indirectamente, con el campo de estudio de la Demonología teórica y práctica. Cuando la ciencia desplazó a la Teología y todas sus verdades reveladas, y el empirismo dieciochesco impuso a la experiencia como único criterio de verdad, la creencia en fantasmas pasó a ser objeto de estudio de disciplinas médicas, que describían y trataban de curar enfermedades mentales. De seres reales, los fantasmas pasaron a gozar de una existencia subjetiva propia de los enfermos alucinados, de los esquizofrénicos, histéricos y paranoicos. Así, especialmente desde el siglo XIX, las interpretaciones dadas a la apariciones dejaron el ámbito de la demonología para ser transferidas al de la psiquiatría; y el temor a la locura substituyó al que se le tenía al Diablo. El Positivismo, que destruía el misterio y desarticulaba al asombro, empezó a recibir una crítica muy profunda desde sectores que —si bien no aspiraban a regresar al oscurantismo de antaño— pretendían hacer uso de una ciencia con perspectivas más amplias, menos intolerante y soberbia; en otras palabras, deseaban tener un método híbrido que conjugara el conocimiento y el arte, el saber y la emoción. Como consecuencia, se impuso un viejo concepto para identificar a las disciplinas que e encargaban de estudiar a los fantasmas y sus manifestaciones: las Ciencias Ocultas14. Lo Oculto devino en moda y los nuevos chamanes del mundo industrial —los médium— inauguraron sus siempre discutibles —y lucrativos— intentos por resolver los misteriosos derroteros del alma después de la muerte. Pero los seguidores de Voltaire (los racionalistas a ultranza) no archivaron sus argumentos. Prosiguieron sus ataques contra lo que denominaban una “ignorancia manifiesta”, manteniendo tensa la cuerda del debate, hasta aproximadamente la década de 1930, que fue cuando el interés por los fantasmas se desinfló y las corrientes en pugna siguieron caminos paralelos, desoyéndose mutuamente e ignorando las respectivas evidencias que cada una daba. La Ciencia Oficial —mecanicista, positivista, materialista— etiquetó el tema de los fantasmas como una “soberana tontería” y lo archivó. Un diccionario enciclopédico, publicado en parís en 1891 —y de amplia difusión en las escuelas primarias a principios del siglo XX— define de la siguiente manera a los desprestigiados visitantes nocturnos de las tradiciones populares: “Fantasma: m. Representación de una figura en ensueño o por debilidad de la imaginación. Espantajo para asustar a la gente sencilla.” 15 Por su parte, el Diccionario Crítico Etimológico de la Lengua Castellana (Tomo II, Ed. Gredos, Madrid, 1954) nos dice: “Fantasmas [berceo; J. Ruiz, Nebr.], tomado de phantasma, y este del griego 13 Levack, Brian, La caza de Brujas en la Europa Moderna, Editorial Alianza, Madrid, 1995, pp. 138-139, 146-149, 153, 273 y 290. 14 Vax, Louis, Arte y Literatura Fantásticas, Eudeba, Buenos Aires, 1963, pág. 18. 15 González de la Rosa, Manuel, Campano Ilustrado. Diccionario castellano Enciclopédico, Casa editorial Granier Hnos., París, primera edición 1891 (edición de 1921), pág. 447.

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Edouard Isidoro Buguet fue un reconocido fotógrafo en la década de 1870 que se convirtió en toda una sensación entre los espiritistas, dado que “conseguía” muchas imágenes de espíritus y fantasmas. En 1875 la policía de París descubrió que Buguet tenía placas fotográficas con imágenes pre-expuestas; fraude por el que cumplió una condena de cárcel de un año. Buguet, a pesar de todo, mantenía que sus fotografías eran reales.

Tal vez, esta imagen de Lady Dorothy Walpole tomada en 1936 por los fotógrafos de la revista Country Life Provand e Indre Shira, sea una de las más célebres en la historia de las fotografías de fantasmas. También conocida como la Dama Marrón de la mansión Raynham Hall (Norfolk, Inglaterra).

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Arriba: El Barón Albert von Schrenck-Notzing fue un médico y psiquiatra alemán pionero de la psicoterapia y la parapsicología. Estudió con interés el fenónomeno del ectoplasma que se producía con algunos mediums. Abajo: Eusapia Palladino fue una prestigiosa medium de finales del siglo XIX y principios del XX. Tenía la capacidad de mover y hacer levitar objetos con su mente, materiazlizar luces, rostros y manos, así como producir música con distintos instrumentos sin contacto alguno con ellos.

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JESÚS CAÑADAS Jesús Cañadas nace en Cádiz en 1980. Sus relatos han aparecido en otras publicaciones como Aurora Bitzine o Miasma. Asimismo, ha colaborado en las antologías Calabazas en el Trastero, Ácronos, Fantasmagoria, Charco Negro o las más recientes Presencia Humana y Retrofuturismos. En 2011 publica su primera novela, El baile de los secretos, en la Colección Excálibur de la Editorial Grupo AJEC. La obra llega a ser finalista a Mejor Novela en la primera edición de los Premios Scifiworld. En Octubre de 2013 publica su segunda novela, Los nombres muertos, en el sello Fantascy de la editorial Penguin Random House . A partir de la publicación de esta obra se le reconoce como uno de los valores emergentes del género fantástico en España. Su novela más reciente es Pronto será de noche, un thriller apocalíptico publicado en mayo de 2015 en la colección Insomnia de la Editorial Valdemar, que le ha valido apelativos +como “el nuevo maestro del horror más asfixiante, incómodo y sangriento“, “el actual amo de los horrores en la literatura española” o “uno de los maestros del terror patrio.” Su próxima novela, una historia de terror gótico ambientada en el Cádiz del S. XIX, se publicará en septiembre de 2016. ALMU CJ Almu CJ (Málaga, 1986) Desde su infancia siempre le ha resultado más sencillo explicar las cosas a través de un dibujo que por medio de las palabras, así que haciendo caso a su instinto decidió formarse para poder seguir haciéndolo de manera profesional. Aunque actualmente trabaja en el campo del diseño gráfico y recientemente está más centrada en su otra gran pasión, la fotografía, ha colaborado como portadista e ilustradora en diferentes ocasiones: Imaginaria, Tormenta Sangrienta, Ángeles Robados y Actos de Venganza: Edición definitiva. También ha colaborado en diversas exposiciones de la Facultad de Bellas Artes de Málaga y ha realizado exposiciones colectivas en la Diputación de Málaga con diferentes fotógrafas de su ciudad. FERNANDO JORGE SOTO ROLAND Fernando Jorge Soto Roland (Buenos Aires, 1963): Profesor en Historia, escritor, explorador, se graduó con honores como Profesor en Historia en la Facultad de Humanidades de la Universidad del Mar de Plata y ejerce su labor profesional en el ámbito universitario y secundario desde 1992.


Es autor de numerosos libros, artículos y ensayos tanto en Argentina como en el extranjero; editando en 1997 su primer trabajo, “Visitantes de la Noche”, en el que describe y analiza una de las expresiones más desarrolladas y perdurables del imaginario de la cultura occidental: la creencia en fantasmas. Siguiendo esta línea, abordó el tema de los exploradores y las exploraciones durante el siglo XIX; publicando “Aproximación al imaginario de los exploradores durante la Era del Imperio (1875-1914)”, en donde investiga profundamente la postura occidental frente a “los Otros”, a partir del análisis de una novela ejemplar para dicho caso: El Mundo Perdido de Sir Arthur Conan Doyle. Enamorado de la cultura incaica y ha realizado numerosos viajes al Perú, entablando amistad con grandes arqueólogos y exploradores del medio. Amante de la exploración y la aventura, organizó y dirigió en 1998 una expedición por la cuenca amazónica peruana, en pos de las ruinas de Vilcabamba “La Vieja”, la última capital de los incas (de la que ha publicado un libro); y desde hace más de una década se encuentra abocado al estudio y búsqueda de la legendaria ciudad perdida del Paititi (algo que, según sus propias palabras, “se ha convertido en una obsesión”). Amante de su profesión, de sus hijos (Rodrigo y Florencia), del jazz, está siempre a la espera de partir tras las huellas del imaginario colectivo.


IMPRESO EN ABRIL DE 2016 EN LA IMPRENTA CG



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