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Un jonrón con bases llenas

José Luis Taveras

percibe ingresos por un valor aproximado de 370 millones de dólares anuales y los estelares dominicanos en el gran circuito siempre han contado con los mejores contratos.

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Frente al cuadro anterior, la pregunta se impone de forma mecánica: ¿por qué no tenemos un estadio moderno? Las instalaciones deportivas del béisbol dominicano no se corresponden con las credenciales que acumulamos en ese deporte.

Nuestros estadios no solo son viejos (1955, Estadio Quisqueya; 1958, Estadio Cibao; 1959, Estadio Tetelo Vargas), sino con limitaciones de aforo (Estadio Cibao, el más grande, con 18,077 asientos y el Tetelo Vargas, el más pequeño, con apenas 8,000 asientos). Sus estructuras, accesos, club house, vías de movilidad, facilidades de parqueos, espacios para tiendas, restaurantes, bares y oficinas son precarios y poco funcionales.

Casi todos los estadios están situados en áreas marginales de las ciudades con entornos degradados por la arrabalización.

La construcción de un nuevo estadio no es un lujo, es una oportunidad para consolidar nuestra marca como potencia mundial.

Se trata de una inversión redituable: es una facilidad que se podría incorporar al calendario de juegos de los equipos de las Gran- des Ligas; pudiera ser sede del Clásico Mundial; serviría como base para organizar, en coordinación con la MLB, una liga con las academias de los equipos de Grandes Ligas o para la temporada de entrenamiento de la MLB, aparte de que serviría como arena para el montaje de grandes eventos y espectáculos.

Un estadio de 50,000 asientos, y con los estándares mundiales en obras de ese tipo, le daría al béisbol dominicano otra dimensión y el empuje que ha perdido por décadas. No han sido pocas las ocasiones en las que el país ha sido desestimado como destino para juegos especiales o de exhibición de equipos de las Grandes

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Miembro de la Sociedad Dominicana de Diarios

Miembro de la Sociedad Interamericana de Prensa ciones privadas que son parches que tapan hoyos, simplemente.

Los incendios forestales, muchos de ellos intencionales, otros ocasionados por el hombre por descuido en quemas de rastrojos o para desmonte en zonas donde no se permite la agricultura son un daño que tarda años en cicatrizar. Y el país no invierte lo suficiente para combatirlos.

Ligas porque sus plazas no son aptas ni seguras. El argumento de que se trata de una obra superflua para un país pobre no se sostiene. Existen diversas maneras de explotarla rentablemente. Cuba, en el 1946, construyó el Estadio Latinoamericano, una plaza para 55,000 espectadores, sede hoy del equipo Industriales de La Habana. Venezuela, por su parte, acaba de inaugurar el más moderno estadio de béisbol de América Latina, el Monumental La Rinconada, con capacidad para 40,000 asistentes. Claro, antes eran obras grandilocuentes de los viejos caudillos, hoy son estrategias del negocio deportivo.

Frente al cuadro anterior, la pregunta se impone de forma mecánica: ¿por qué no tenemos un estadio moderno? Las instalaciones deportivas del béisbol dominicano no se corresponden con las credenciales que acumulamos en ese deporte.

Si hay una obra compatible con un esquema de coinversión público-privada es esta. El Estado puede aportar terrenos y el sector privado el capital y la operación. Es más, el aporte conjunto de potenciales inversionistas como Pedro Martínez, Álex Rodríguez, David Ortiz, Manny Ramírez, Albert Pujols y Vladimir Guerrero, entre otros, en asociación con cualquier equipo de Grandes Ligas, sería suficiente para sustentar la participación mayoritaria de la inversión privada. Creo que si el presidente Abinader los invita a participar en un proyecto de esta dimensión su aceptación no se haría esperar. Se trata de diseñar y soportar un buen plan de negocio. Lograr esta obra en un momento en el que la República Dominicana es dueña de la estelaridad en el béisbol mundial sería un jonrón con las bases llenas. 

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