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Sábado 3 de noviembre de 2012 DiarioLibre.

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LECTURAS CONVERSANDO CON EL TIEMPO POR JOSÉ DEL CASTILLO PICHARDO

SKOKIAN PARA UN MAGO DEL RITMO

L

o conocí –realmente lo bailé, lo disfruté, lo quise siempre por su estampa de músico honrado y talentoso, hecho de una sola pieza de noble guayacán– siendo yo apenas un niño y luego un jovencito agentado que seguía los pasos de la orquesta del carismático Antonio Morel en los bailes de los clubes sociales de la capital. Gracias al empeño de mis tíos Arístides Álvarez Sánchez y Llullú Pichardo, pude acceder a esos ambientes y a los hoteles Jaragua, Hispaniola y El Embajador, así como al fabuloso mundo del Teatro Agua y Luz Angelita. Pero fue justo en el Club de la Juventud, en una fiesta infantil en el primer quinquenio de la década del 50. Allí registro el recuerdo borroso inicial de Félix del Rosario (19342012), un saxofonista que procedía de la orquesta de la Marina de Guerra, entroncado en el elenco de la banda de Morel. Maestro éste caracterizado por su enérgico estilo de conducción en los bailes de Reyes, Blanco de San Andrés, de Navidad y Año Nuevo, así como en aquellos dedicados a festejar las efemérides patrias el 27 de Febrero y el 16 de Agosto y con ellas el celebrante bullanguero carnaval de máscaras y vejigazos. Sin dudas que fue Skokian el hilo conductor que me ligó a Félix desde entonces hasta hoy. Ese swing de tema cadencioso –un éxito de 1954 de origen rodesiano interpretado por el trompetista Louis Armstrong, la orquesta de Ralph Marterie, la banda de Bill Halley, que pronto encabezó el Hit Parade en Estados Unidos y que también tocó Pérez Prado– fue adaptado a merengue en arreglo realizado por Félix del Rosario. Lanzado por Morel en los salones de baile, en la radio, las velloneras y las victrolas, sus notas alargadas como goma de mascar se nos pegaban en las suelas del zapato y en la cadera del ritmo, estirándonos en un jaleo elástico medio merengue medio calypso, contorsionando los cuerpos en rendición danzaria. Era algo nuevo, un sonido que nos enloquecía, nos envolvía, nos ponía a imitar el soplado del saxofón y el trepidar de trompetas en las esquinas de barrio, debajo del poste de luz convocante. Una resonancia de banda Dixieland en procesión borracha por las calles alegres de New Orleans, evocación de sonidos africanos, frenesí

Felix del Rosario y los Magos del Ritmo en el Europa.

de libertad mareada. Cuando los negros (digo los ángeles) marchan al cielo promisorio, convocados por la trompeta del Señor. “When the saints/ go marching in”. Desde luego que el tema no anduvo solo. Estuvo acompañado por otros que se convirtieron en exitosas grabaciones, tales merengues y carabinés como La Agarradera, Por ahí María se va, Siña Juanica, Cara sucia (“compra jabón/ pa’ que laves tu camisón”), Mal Pelao (“quien te peló/ que la oreja te dejó”), Límpiate el bozo (“Yo te estaba dando/ y tu no quisiste/ pues límpiate el bozo/ y di que comiste”), Masá, Masá, Masá (de origen haitiano), y el calypso Matilda (“Matilda, she takes my money /and run Venezuela”), que popularizara a nivel internacional Harry Belafonte al arrancar los revolucionarios años 60. Al desvincularse de Morel y la orquesta Antillana –que todos conocían por el nombre de su director–, desplegó su oficio en otras formaciones, laborando en El Embassy con Agustín Mercier y Rafael Solano, quien fuera pianista de Morel, y en Rahintel. Tras la decapitación del tirano, regresó del exilio Billo Frómeta –cuyos mosaicos caraqueños bailables hicieron furor, junto a Espera Quisqueyana, un verdadero himno libertario. Los otros compañeros de la antigua jazz band juvenil en la que tocaba Billo antes de partir a Caracas en 1937 –Negrito Chapuseaux, Simó Damirón y Manuel Sánchez Acosta–, en un reencuentro 25 años después, pusieron la música en las calles. Unas calles calientes, bien calientes, por donde andaba el pueblo alborotado, pero también “el guardia con el tolete”, como reflexivo lo observara Enriquillo Sánchez, con su efectivo petardo musical. En 1964, cuando las grandes or-

questas que dieron lustre a la Era de Trujillo declinaban debido a cambios en el mercado y a la moda de nuevos formatos musicales más costeables (como los combos), surgieron Félix del Rosario y sus Magos del Ritmo. Así bautizados por el locutor Ramón Rivera Batista, como conjunto de planta del Hotel Night Club & Casino Europa, un establecimiento de alta categoría operado bajo la regencia de dos ases encantadores y veteranos en esas lides, como lo fueran Faqui Franco y Felo Haza del Castillo. Sito en el kilómetro 0 del sistema vial de la Duarte, en un triángulo formado por las calles 30 de Marzo y 16 de Agosto al confluir sobre Las Mercedes. Emplazado frente al Parque Independencia que fue -hoy transformado por una remodelación demoledora de su belleza versallesca tocada con glorieta emblemática que anidó sueños y juegos infantiles de varias generaciones, acogió retretas sonoras de bandas militares dirigidas por los maestros Loló Cerón, Luis Rivera y Fello Ignacio. Ubicado allí donde funcionó antes el Hotel Presidente, que acogió en 1930 a un joven abogado y periodista de La Información de Santiago llamado Joaquín Balaguer. ¡Oh!, ese parque de inocentes paseos vespertinos, peñas coloquiales diurnas. Con un jovial doctor Anamú sentado en bancodispensario de consultas médicas, aviado con bombín negro y maletín facultativo, estetoscopio colgado para auscultar a sus pacientes y Vademecum al alcance, listo para recetar tras el diagnóstico expreso y gratis. Animado por el pregón pegajoso de José, el Maco Pempén descalzo, vendiendo billetes, los ojos bizcos entornados hacia arriba, esa sonrisa idiota y los cachetes colorados como manzanas navideñas. Barajita exhi-

biendo sus collares y pulseras de bazar barato, elegante, con sombrero de fieltro negro, redecilla, guantes de encajes y tacones altos. Paseando su garbo moreno por la ciudad amable que la acogía como una de las suyas. Allá, en el recodo, los amores eternos de una vieja pareja de manitas agarradas en reencuentro de senectud. Él con su dril presidente y sombrero de pajilla, sonreído, recuperando el tiempo perdido del amor bisoño. Ella, coqueta, elegante y alta, vestida en trajes pasteles con detalles de encajes. Fragante y rozagante con su cartera blanca repleta de recados, de petitorios amarillentos de citas, cuando el deseo era más fuerte y brioso. Trocado ahora en abrazos de atardeceres mansos. Este conjunto maravilloso apareció en la escena aportando un sonido diferente, basado en el diálogo de los saxofones del gran Manso (saxo barítono y alto, clarinete) y de Félix (saxo tenor, xilófono y flauta) y la ejecución acoplada del pianista Papito Zayas Bazán, Raposo en el bajo, Marcano en la conga y Arroz Blanco percutando la tambora y los timbales. Sin trompetas en el elenco. En la voz de Frank Cruz se pegaron los merengues Papá Bocó, una montadera de Sánchez Acosta y Chapuseaux (que éste cantaba y dramatizaba con gracia), Vicenta (“la ley no te deja salir/ si no pagas los 30”, alusivo a un impuesto de salida del país) de este último. Candela, un tema navideño muy movido (“Estas Navidades van a ser candela/ Cójelo bien suavecito/ o si no te quemas”) y Ay que negra tengo. De Sánchez Acosta –quien andaba por estas tierras con su Baitoa a cuestas revoloteando El Conde, donde reinaba la bohemia con Enriquillo Sánchez al piano, los habitué Salvador Sturla, Babín Echavarría, Negrito Chapuseaux, Simó Damirón, Sylvia De Grasse, Luis Alberti, Billo Frómeta en retorno del exilio–, Félix y sus Magos le pusieron ritmo al coloquial Víctor y Memelo. Interpretado por el Negrito Macabí, alusivo a la atmósfera creada por el estelar Tony Echavarría, el celebérrimo Cambumbo, con lírica de doble sentido entre percusión y otras veleidades gustativas. Los boleros que interpretaba el grupo eran una combinación de un imperativo Armando Manzanero con Llévatela, Panchito Martín Mena con Mi decisión, y un

anhelante Juan Martínez, el hombre de Otro fin de semana (“quiero pasarlo/ por siempre a tu lado”), tema que se hizo muy popular al coronar el cierre de la jornada bailable e invitar al recauchado de la próxima. Papito Flete, con su amnésico No recuerdo tu pasado, contrastaba con el cubano Bobby Collazo, quien al revés de aquél aportaba al repertorio del Europa Vivir de los recuerdos (“Se que no piensas volver/ y aun te espero/ Y que te debo olvidar/ y más te quiero”). Tema en el que Félix hacía sonar con tersura las barras del vibráfono, creando un clima de intimidad. En el mundo de los Magos había un compositor a quien Osvaldo Cepeda presentaba como la nueva revelación. Era Eloy Tejeda (Manyulo), autor del bolero Tímido y de otras piezas. De la banda sonora de la película Orfeo Negro de Marcel Camus –una producción franco brasileira e italiana que obtuvo Palma de Oro en Cannes y Oscar en Hollywood basada en texto original de Vinicius de Morais–, los Magos fraguaron su versión de Canción de Orfeo (Manhã de Carnaval) de Luiz Bonfá y Antonio María. En su exitosa carrera discográfica, esta agrupación puso a gozar a los dominicanos cada año con un auténtico tren de la Navidad, cuya locomotora arrastraba vagones cargados de hermosos villancicos tradicionales y nuevas creaciones. Alegre vengo (“de la montaña…”), Navidad que vuelve (“vuelve la parranda/ en fiesta de Reyes/ todo el mundo canta”), Cascabel y tantas otras piezas. Su composición original Carmen (“que sabor tú tienes/ Carmen”) fusionaba mambo y Latin jazz. Él fue un emblema del jazz en Dominicana, en los encuentros auspiciados por Federico Astwood y en el Heineken Jazz Festival de Chavón. El congreso Música e Identidad en el Caribe celebrado en Santiago rindió el mejor de los homenajes a este grande de “la música de los músicos”. Ya golpeado en su salud, lo recibió con su humildad característica en el Gran Teatro Cibao, en compañía de su fiel compañera, haciendo un tremendo esfuerzo para estar presente. Allí estuve junto a él. Era lo menos que podía hacer por quien me sembró tantos Skokian en el alma. Desde aquellos tiempos del Club de la Juventud. Y me encaramó en una montadera Bocó de la que no quiero bajar.


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