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Ricardo Anaya, la joven esperanza de México DEALBOOK © 2018 ECONOMIST NEWSPAPER LTD, LONDRES. TODOS LOS DERECHOS RESERVADOS. REIMPRESO CON PERMISO.
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e necesitan agallas para desafiar tanto a Andrés Manuel López Obrador, un populista mesiánico y elocuente, como a la maquinaria política residual
gobernante, el Partido Revolucionario Institucional (PRI) de México. Sin embargo, Ricardo Anaya es tan osado como implacablemente ambicioso. Habiendo forjado una coalición de su propio conservador Partido Acción Nacional (PAN) con dos pequeños grupos de centroizquierda,
Anaya argumenta que las elecciones presidenciales del 1 de julio son ahora una carrera de dos caballos entre él y “AMLO”, como los mexicanos llaman a López Obrador, el candidato que ha estado por mucho tiempo a la cabeza de las encuestas. Varios sondeos apoyan esa opinión. La pregunta que se cierne sobre México durante
los próximos cuatro meses es si, en su ascenso a codazos, Anaya ha creado demasiados enemigos como para poder unir a la dispar mayoría a la que no le gusta AMLO, y con ello ganar la presidencia. A la vista de las cosas, esta es la elección de AMLO para perder. Los mexicanos rara-
mente han sido tan pesimistas o han querido tanto el cambio. El gobierno del presidente Enrique Peña Nieto, del PRI, es impopular. A pesar de que ha logrado importantes reformas en educación y energía, ha fracasado en la lucha contra la delincuencia violenta y la corrupción, así como en la mejora de la economía, los temas que más le importan a la sociedad. Cuando el PAN gobernó México, del 2000 al 2012, no lo hizo mucho mejor. Eso significa que “hay menos resistencia” a AMLO que en el 2006 y el 2012, cuando casi gana la presidencia, dijo el ex secretario de Relaciones Exteriores Jorge Castañeda. En esas campañas se presentó como un agitador empeñado en devolver a México a su pasado proteccionista y nacionalista. Sus amigos insisten en que se ha suavizado. Ha tenido acercamientos con los negocios y con el norte capitalista de México. Su promesa de revisar todos los contratos emitidos a compañías privadas de energía no significa rechazarlos, según Alfonso Romo, un empresario de Monterrey que lo asesora. Romo enfatiza la preocupación de AMLO por el “México olvidado” de los pobres y los indígenas, pero el candidato también ha abierto la puerta a aliados de las partes reaccionarias y corporativas del PRI, partido al que perteneció desde 1976 hasta 1988. Ha hablado de una amnistía para la delincuencia organizada. “Ya no puede ostentar el estandarte del cambio fundamental de régimen”, comentó la politóloga Denise Dresser. Tampoco puede hacerlo el candidato del PRI, José Antonio Meade, un competente y respetado ex secretario de Hacienda sin militancia partidista. Él hace de su falta de antecedentes políticos una virtud. Sin embargo, “la magnitud del bien merecido repudio” a Peña hace “imposible” la tarea de Meade, dijo el historiador Enrique Krauze. Es Anaya quien ofrece la mejor esperanza de derrotar a AMLO. Solo tiene 38 años. Con su pelo recortado y sus gafas, parece un estudiante nerd. Sin embargo, es un buen polemista y un formidable operador político, que habla con un enfoque láser. “Esta es una elección muy cerrada entre dos opciones de cambio”, comentó
recientemente. “La pregunta... es qué tipo de cambio quieren (los mexicanos)”. AMLO propone el cambio “con ideas muy viejas, atrapadas en el pasado”, dijo, mientras que su propio ideal es una democracia moderna, abierta al mundo y a la nueva tecnología. Por ejemplo, AMLO promete cancelar la construcción de un aeropuerto de 13 mil millones de dólares que se construye cerca de la Ciudad de México. Revertiría la reforma educativa, que hace que los maestros prueben sus conocimientos con evaluaciones. AMLO no quiere convertir a México en una dictadura marxista como Cuba o Venezuela, dijo Castañeda, pero quiere ser amigo de esos países. Promete luchar contra la corrupción, pero también recortar los salarios de los altos funcionarios, lo que es una receta para la corrupción. Anaya argumenta que, para imponer la ley, tener instituciones más fuertes es esencial. Él quiere que la oficina del fiscal general, sobre quien el presidente tiene influencia, sea completamente autónoma. Lucharía contra los carteles de narcotraficantes con mejor inteligencia. Para enfrentar la pobreza, “gradualmente” introduciría un ingreso básico universal (aunque los votantes podrían preferir más y mejores empleos). Anaya tomó el control del PAN ante rivales más experimentados y bajo su supervisión el partido obtuvo la victoria en varias elecciones para gobernador. Dice que él no defiende los errores de los presidentes pasados del PAN y que, en cualquier caso, él representa a una coalición. Cuán coherente será esa coalición de conveniencia es una pregunta abierta. Él enfrenta otros obstáculos. Sus ataques despiadados al PRI son una espada de doble filo. Si Meade no tiene ninguna posibilidad de victoria, opinó Krauze, “es más fácil para los priistas ir con AMLO que con este güero”. La mayor dificultad de Anaya puede ser que, en su obstinada búsqueda de la candidatura, haya enajenado a figuras importantes de su propio partido, empezando por Margarita Zavala, esposa de un ex presidente, y quien se postula como independiente. Para ganar, Anaya debe ser tanto un sanador como un luchador.