letras centrales 25-06-2019

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Letras

Centrales

Memoria Viva

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Orundellico y el silencio que nos habla A propósito del excelente libro Huesos sin descanso de Cristóbal Marín

Por Juan R. Chapple

Orundellico alias Jemmy Button.

Q

ué identificación más profunda me produce este libro de Cristóbal Marín, Huesos sin descanso (Debate), pues, la verdad completa es que hasta que el Estado chileno no se pronuncie dando una disculpa oficial a nuestros pueblos originarios por la desidia, la falta de protección, la falta de respeto y la ayuda al genocidio cometido con ellos, en este caso con los pueblos de Tierra del Fuego, esos huesos, como otros tantos en la historia del país, no podrán descansar. La otra identificación tiene que ver con que, así como está planteado el libro, desde la investigación razonada, y desde la biografía, también me toca, pues mi propio abuelo, John Graddon Chapple Robinson, ingeniero geomensor inglés, llegó desde Londres a esas inmensidades patagónicas en 1904, y tuvo la oportunidad única, el honor y el horror, como le contó a mi padre, Juan José Chapple Clerici, de relatarle “historias indígenas”, episodios de los resabios de esos últimos pueblos que habitaban tierras y canales australes, compartir algo de su lengua y cosmovisión, y, al mismo tiempo, conocer de primera mano a personajes siniestros como los que relata Marín en su estupendo libro, como Alexander Mc Lennan, el llamado “cerdo rojo”, un escocés alcohólico y contratado por el asendado Menéndez para mantener a raya la supuesta amenaza indígena sobre dominios que habitaban los pueblos canoeros de la Patagonia, sin traba ni exactamente dominio, a la usanza occidental, pues no había nada que dominar, sino simplemente coexistir en medio de la naturaleza. El resultado: se calcula que de 4 mil personas pertenecientes a estas etnias que existían aproximadamente en 1880, ya en 1919 solo quedaban alrededor de 279. Mi abuelo se mantuvo, después de una estancia en Puerto Bories, hasta 1916 en la zona, antes de recalar en Punta Arenas para venirse definitivamente a Santiago a principios de los años ‘30, pero aún, hasta hace algunas décadas, circulaba como moneda común en la familia una foto donde salía retratado junto a los que serían tal vez los penúltimos yaganes.

Raptados por afán civilizador, evangelizador o por ganancia monetaria, muchos habitantes de nuestros pueblos originarios de Tierra del fuego fueron llevados a Europa, para que abandonaran la supuesta barbarie, para ser exhibidos en zoológicos humanos, ser estudiados, diseccionados y vejados. Hoy todavía hay restos de estos primeros habitantes allá, en universidades y otras instituciones del viejo mundo, y el libro de Cristóbal Marín hace una intensa e interesante pesquisa al respecto.

De Zoológicos humanos y viajes De todos los habitantes de pueblos originarios llevados (11 patagones y 14 mapuches, raptados deberíamos decir) a Europa para “civilizar” y exhibir como animales, el más conocido debe ser el caso del bautizado Jemmy Button (14 años a la sazón), que junto a Fueguia Basket (9 años), York Minster (26) y Boat Memory (20) surcó el Atlántico de vuelta a Londres en el HMS Beagle, comandado por el capitán Robert Fitzroy en 1830. Casi doscientos años después habrá que decir fuerte sus verdaderos nombres, los que le dio su familia y tradición cultural, y que Marín deja de manifiesto en su investigación. Jemmy no era Jemmy más que para los que lo raptaron, y se trataba de Orundellico, tenía 14 años y era yagán. Fueron llevados al puerto de Plymouth y desde ahí al campo, lugar donde Boat Memory contrajo viruela y murió en consecuencia. Los demás fueron trasladados a la localidad de Wathamston, cercana a Londres, donde se les pretendió educar en ciertos saberes occidentales, teniendo como base que se los estaba arrancando de la barbarie, del salvajismo, “para que puedan integrar la única forma de vida posible y la única compañía aceptable, como hombre y mujer que se han puesto los hábitos del hombre occidental”, señala el autor. Y casi al unísono nos revela un pensamiento solidario con este, del padre de la teoría de la evolución, Charles Darwin, quien consideraba a estos fueguinos nada más que ancestros “inferiormente organizados” y que “difícilmente habrá la menor duda en reconocer que descendemos de bárbaros”. Las meditaciones de Darwin, comenzadas en el segundo viaje de Fitzroy en el Beagle a Tierra del Fuego, en 1831, al ponerse en contacto con los pueblos originarios que ahí habitaban en su estado más prístino, y puestas después en su teoría de El origen de las especies, no hacen otra cosa que seguir la línea argumental del atropocentrismo etnocentrico y que, como señala el académico Bernardo Subercaseaux, habían prosperado en un clima de darwinismo social, hasta llegar a la exhibición

en zoológicos humanos en París y en Berlín ya entrada la década de 1880. Estas exhibiciones y zoológicos humanos, que describe muy documentadamente el libro de Marín, que nada tiene que ver en lo pragmático con el rapto de Orundellico y sus congéneres por Fitzroy y sus marinos, y el viaje del Beagle, aunque es parte de la misma estela de miopía, de la pretendida lucha de civilización (evangelización) contra barbarie, iniciada muchos siglos antes por los poderes imperiales, en este caso, consistió en llevar al plano de las ganancias comerciales el tráfico de personas, a contrapelo incluso de las leyes que abolieron la esclavitud durante el siglo XIX en muchos países del mundo: Inglaterra en 1807 (en territorio británico y en 1834 en las colonias); Chile lo hizo en 1811, declarando la libertad de vientres; Francia en forma definitiva en 1848; Portugal en 1854, etc. Y decimos esto porque, qué fue si no secuestro y esclavitud, personas llevadas contra su voluntad desde sus tierras ancestrales, y, como consta en los registros, con el beneplácito del Estado, a servir intereses comerciales, negocios de circo y exhibición lucrativa para empresarios europeos (dentro de los que destacaba Carl Hangenbeck, el creador del zoológico moderno), mostrados en jaulas y que tenían como “pago” solo la comida. Personas consideradas inferiores y que, junto con eso, tuvieron que sufrir vejaciones, malos tratos y violaciones las mujeres, además de enfermedades, que en conjunto son violaciones flagrantes a sus derechos humanos (habrá que volver a ver el excelente documental Calafate: zoológicos humanos, de Hans Mülchi y que permitió la restitución de las osamentas de 5 personas kawesqar que permanecían en el Departamento de Antropología de la Universidad de Zurich). Las fotos conservadas de los grupos Kawesqar y selk´nam llevados a Paris (1889), Zurich, Bruselas y Berlín (1881), son testigos parlantes de estas arbitrariedades y muy elocuentes al respecto. El silencio de los que tendrían que pronunciarse, también lo es.


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