Diario del Misterio n28

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www.diariodelmisterio.com diariodelmisterio@gmail.com 1 Diario del Misterio Periódico Digital Semanal G R A T U I T O - nº28 (Mayo 2011)

Relato de terror: "el taxista" (El Diario del Misterio) Andrés Gandía Hacía unos años que no iba a París. En esta ocasión, Eduardo había tenido la ocasión de apuntarse a un congreso de aquellos a los que estaba acostumbrado, por su profesión, cuando era más joven. Ahora, casi con 60 años, le invitaban menos y a él tampoco le apetecía tanto como antes... Era domingo. El dichoso congreso comenzaría el lunes a las 10 de la mañana y desde una gran capital de provincia española, no siendo Madrid ni Barcelona, los vuelos directos a Paris no coinciden siempre con lo que uno desea. Eduardo tuvo que embarcar a las cinco de la tarde. El vuelo no fue mal y a las siete, mas o

menos, estaba en el aeropuerto de Orly. Sólo a Orly volaban los aviones desde su ciudad. No al gran Charles de Gaulle, no. Sólo a Orly. Al sur de París. Pero el congreso se iba a celebrar en el norte de París y él había preferido un hotel que estuviera cerca de donde se produciría el evento, cerca del aeropuerto Charles de Gaulle, al norte de París. Se dirigió a la parada de taxis y no tuvo que esperar demasiado. Un señor simpático con un taxi negro se detuvo ante él y tras dejar el equipaje en el maletero, Eduardo le indicó al taxista su destino. El taxista era portugués y hablaba, no sin acento, un español bastante entendible. Lo primero fue advertir al viajero que el trayecto iba a superar la hora de duración ya que estaba lejos y, además, los domingos por la tarde, aquella endiablada autopista se

llenaba de vehículos de vuelta a casa, tras pasar el fin de semana en otras latitudes. Eduardo no hizo demasiado caso. Llevaba unas semanas en que se encontraba muy triste. De hecho, su médico le había recetado un antidepresivo suave para levantarle el ánimo. Hacía dos días que se le había terminado la caja y, no habiendo notado mejoría, decidió no insistir en la medicación. Y el caso es que no tenía un motivo poderoso para estar melancólico. Quizá se trataba de una serie de pequeñas cosas...Es verdad que en su profesión había perdido protagonismo, porque, por su edad, había tenido que dejar paso a otros más jóvenes. Ahora ocupaba uno de esos puestos en los que no se es operativo, pero se intenta aprovechar la experiencia de tantos años. A

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Eduardo le faltaba esa dosis diaria de adrenalina que se produce cuando los problemas se resuelven por la multitud de decisiones que uno toma hora a hora. La mujer de Eduardo, menopausica, había tenido que acudir a tratamiento psiquiátrico y psicológico por esos problemas existenciales que aparecen en las mujeres a esas edades y que Eduardo nunca alcanzó a comprender. Su única hija, licenciada, había tenido buenos momentos profesionales; pero ahora no iban bien las cosas y su empresa estaba a punto de desaparecer. ¡Bueno!, nunca nos faltará para comer, solía decir Eduardo. Tras un breve periodo de silencio, el taxista comenzó con sus preguntas: que si venía a algún congreso, que de


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