El Retrato de Dorian Gray

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–¡Qué desagradable eres, Harry! No debes decir cosas tan espantosas. A Hetty no se le ha roto el corazón. Lloró, por supuesto, y todo lo demás. Pero no ha perdido la honra. Puede vivir, como Perdita, en su jardín de menta y caléndulas. –Y llorar por la infidelidad de Florisel –dijo lord Henry, riendo, mientras se inclinaba hacia atrás en la silla–. Mi querido Dorian, tienes curiosas ideas de adolescente. ¿De verdad crees que esa muchacha se contentará ahora con alguien de su posición? Imagino que algún día la casarán con un carretero mal hablado o con un labrador chistoso. Y el hecho de haberte conocido, y de haberte amado, le permitirá despreciar a su marido, lo que la hará perfectamente desgraciada. Desde el punto de vista de la moral, no puedo decir que tu gran renuncia me impresione demasiado. Incluso como modesto principio es muy poquita cosa. Además, ¿quién te dice que en este momento Hetty no flota en algún estanque iluminado por las estrellas y rodeada de lirios, como Ofelia? –¡Eres insoportable, Harry! Te burlas de todo y acto seguido imaginas las tragedias más espantosas. Siento habértelo contado. Me tiene sin cuidado lo que digas. Sé que he actuado bien. ¡Pobre Hetty! Cuando pasé a caballo esta mañana por delante de su granja, vi su rostro en la ventana, como un ramillete de jazmines. Vamos a no hablar más de ello, y no trates de convencerme de que mi primera buena acción en muchos años, el primer intento de autosacrificio de toda mi vida es en realidad otro pecado más. Quiero ser mejor. Voy a ser mejor. Cuéntame algo sobre ti. ¿Qué está pasando en Londres? Hace días que no voy por el club. –La gente sigue hablando de la desaparición del pobre Basil. –Yo pensaba que ya se habrían cansado después de tanto tiempo –exclamó Dorian, sirviéndose un poco más de vino y frunciendo ligeramente el ceño. –Mi querido muchacho, sólo llevan seis semanas hablando de ello, y el público británico necesita tres meses para soportar la tensión mental que requiere un cambio de tema. De todos modos, ha tenido bastante suerte en estos últimos tiempos. Primero fue el caso de mi divorcio y el suicidio de Alan Campbell. Ahora se les ofrece la misteriosa desaparición de un artista. Scotland Yard sigue insistiendo en que la persona con un abrigo gris que el nueve de noviembre tomó el tren de medianoche camino de Francia era el pobre Basil, y la policía gala afirma que Hallward nunca llegó a París. Supongo que dentro de un par de semanas se nos dirá que lo han visto en San Francisco. Es una cosa extraña, pero de todas las personas que desaparecen acaba diciéndose que las han visto en San

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