El Retrato de Dorian Gray

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Durante la cena, sin embargo, fue incapaz de comer. Los criados le fueron retirando plato tras plato sin que probase nada. Lady Narborough no cesó de reprenderlo por lo que ella calificaba de «insulto al pobre Adolphe, que ha inventado el menú especialmente para usted», y alguna vez lord Henry lo miró desde el otro lado de la mesa, sorprendido de su silencio y su aire distante. De cuando en cuando el mayordomo le llenaba la copa de champán. Dorian Gray bebía con avidez, pero su sed iba en aumento. –Dorian –dijo finalmente lord Henry, mientras se servía el chaud froíd–, ¿qué te pasa esta noche? Pareces abatido. –Creo que está enamorado –exclamó lady Narborough–, y no se atreve a decírmelo por temor a que sienta celos. Y tiene toda la razón, porque los sentiría. –Mi querida lady Narborough –murmuró Dorian Gray sonriendo–. Llevo sin enamorarme toda una semana; exactamente desde que madame de Ferroll abandonó Londres. –¡Cómo es posible que los hombres se enamoren de esa mujer! –exclamó la anciana señora–. Es algo que no consigo entender. –Se debe sencillamente a que madame de Ferroll se acuerda de la época en que usted no era más que una niña, lady Narborough –dijo lord Henry–. Es el único eslabón entre nosotros y los trajes cortos de usted. –No se acuerda en absoluto de mis trajes cortos, lord Henry. Pero yo la recuerdo perfectamente en Viena hace treinta años, así como los escotes que llevaba por entonces. –Sigue siendo partidaria de los escotes –respondió lord Henry, cogiendo una aceituna con los dedos–, y cuando lleva un vestido muy elegante parece una édítion de luxe de una mala novela francesa. Es realmente maravillosa y siempre depara sorpresas. Su capacidad para el afecto familiar es extraordinaria. Al morir su tercer esposo, el cabello se le puso completamente dorado de la pena. –¡Harry, cómo te atreves! –protestó Dorian. –Es una explicación sumamente romántica –rió la anfitriona–. Pero, ¡su tercer marido, lord Henry! ¿No querrá usted decir que Ferroll es el cuarto? –Efectivamente, lady Narborough. –No creo una sola palabra. –Bien, pregunte al señor Gray. Es uno de sus amigos más íntimos. –¿Es cierto, señor Gray? –Eso es lo que ella me ha asegurado, lady Narborough –respondió Dorian–. Le pregunté si, al igual que Margarita de Navarra, había

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