Nacido para morder

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Enderezándose, se quitó los guantes de goma que se había puesto para atender a la vaca y miró su reloj, hizo una mueca al ver la hora. Era poco más de medianoche. Solo habían pasado un par de horas, desde que llegó a la granja. Se sentía como si hubiese sido al menos el doble. De hecho, estaba un poco sorprendida al salir del granero que hubiera una noche estrellada en lugar de la luz del amanecer. Miró hacia la casa del encargado. No le sorprendió ver la casa a oscuras. Había tardado poco en ir hasta la oficina. Encontrar la chequera le había llevado un par de minutos. Armand había cubierto el cheque y lo había llevado hasta la casa del encargado donde se lo había dado a Lucian y él lo había metido en las maletas de Paul. Lucian había limpiado la mente a Paul y lo había llevado hasta el pueblo. Armand sospechaba que Lucian, probablemente, lo había hecho mientras él estaba ayudando a la vaca. No tenía ninguna duda de que Lucian había estado sentado durante horas esperando a que terminara y volviera a... junto con Eshe. Había venido una vez para preguntarle si podía ayudarle, pero él le había dicho que se fuera ya que en vez ayudarle le distraería. Había algo en la mujer, una combinación de timidez y fuerza que le fascinaba. Era la forma en que le miraba. Ella sin duda habría sido más un obstáculo que una ayuda en el granero. Ahora que el ternero y su madre estaban bien, Armand se encontraba ansioso por llegar a la casa y verla otra vez. Había pasado mucho tiempo desde que una mujer le llamara tanto la atención. Desde su primera esposa, Susana, su única compañera de vida. El pensamiento hizo que Armand arrugara la frente mientras subía las escaleras de la entrada. No tenía ganas de pensar en ello más. La verdad era que lo único que tenía que hacer era convencerla de que no era buena idea de que se quedara con él. Pero él no podía hacer eso. Aparte del hecho de que simplemente no se le negaba nada a Lucian Argeneau, tenía que admitir que Eshe, probablemente, no estaría más segura en otro sitio que en su casa. Si ella fuera a otra parte y le pasara algo, nunca se lo perdonaría. Armand encontró a Lucian y a Eshe en la sala de estar. Ella estaba hojeando perezosamente una revista, mientras que Lucian tenía la televisión encendida y estaba mirando los pocos canales disponibles, con una expresión de aburrimiento que se convirtió en irritación cuando vio entrar a Armand. -Dios mío, Armand, sólo tienes el cable básico. ¿Qué pasa contigo? Los mejores programas están en el cable superior, y no sé cómo vives sin los canales de películas.-


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