41 minute read

El hundimiento de la nueva casa

Ruan Wangchun

uando mi tío me preguntó por qué me quería separar de Li Sha, le contesté que era porque su nueva casa se estaba hundiendo.

Advertisement

Mi tío soltó una risita irónica y dijo entre dientes cosas como que yo no tengo remedio, que hablo con rodeos, que pienso demasiado para una relación de amor… Sus palabras me angustiaron mucho, casi me eché a llorar. Luego lo llamé a usted, ¿recuerda? Eso fue hace cinco meses. Usted nada amable me sermoneó severamente. Je, ese reto sí que me reconfortó. Al colgar la llamada, no tuve más ganas de hacer caso a mi tío, pero si me iba con disgusto, él me reprendería sin falta. Entonces pensé, mejor quedarme a cenar y luego agarrar mi bolso y largarme de allí. Después de la cena, salí al patio con mi tío, y mientras fingía observar el cielo, aguardé el momento en que él cruzaría el portón.

Pero él de repente se detuvo, se volvió hacia mí y preguntó: “¿Dijiste que su nueva casa se está hundiendo?”.

Mi tío había caído en la cuenta: la casa nueva de Li Sha, si bien se había construido a las apuradas, no era como para que se hundiera. ¿Cómo iba a hundirse si estaba edificada en su antigua parcela particular? Además, el suelo no era arenoso y estaba lejos del río… Pero al pensarlo mejor dijo: “Sí, es normal que las casas se hundan, sobre todo una de cinco pisos como esa. Las construcciones nuevas se pueden hundir unos centímetros, incluso más, todo eso es normal, pero con tal de que la estructura sea sólida y las paredes no se agrieten, después de un tiempo se terminan asentando”.

Mi tío sonrió con mala cara, y dijo que los cimientos de la casa de Li Sha eran tan altos que nada ganaba yo preocupándome si se hundía o no. “¿Acaso tienes miedo de que se hunda en la tierra por completo? Ay, tú… ¡qué cosa, eh! No pienses tanto. Los problemas del pasado déjalos ir nomás”.

Volví a repetirle lenta y pausadamente: “Li Sha y yo ya decidimos separarnos. Esta vez va en serio”.

Con el rostro aún sombrío, mi tío se rio un tanto avergonzado y exclamó: “Bueno, bueno… Ay, tú, ¡no tienes remedio!”.

Yo no quería separarme de Li Sha, pero al final terminé haciéndolo. Yo tomé la iniciativa. Esa era la realidad.

Mi tío me dijo que pasara lo que pasase, jamás debía cortar la relación por propia iniciativa, y si en el caso lo hubiera hecho ella, debía descaradamente retenerla a toda costa.

Mi tío tenía razón. Cuando me separé de Li Sha sufrí demasiado. Por largo tiempo no pude escribir y pasaba el día entero tumbado en la cama sin ganas de levantarme. Claro que también fracasé en el trabajo. El puesto al que había ascendido como montado en un cohete, lo perdí como un avión que cae en picada. En el peor momento, hasta me estafaron una suma considerable de dinero.

Usted querrá saber cómo fue que se hundió la nueva casa, ¿verdad? Esa casa la comenzaron a construir los padres de Li Sha después de que yo conociera a su madre. Un día que fui con mi tío a cosechar verduras, pasamos en frente de la construcción. Mi tío exclamó: “¡Mira! Los padres de Li Sha te están levantando un nuevo hogar”. Ellos eran buena gente, un matrimonio sencillo de mediana edad. El padre no era alto, la cara barbuda, sufría de diabetes y era adicto al alcohol, tanto que todos los días, como de costumbre, acompañaba su remedio con varias copitas de aguardiente. La madre era una mujer robusta y saludable, que, si bien nació y se casó en el campo, contaba con la ventaja de que su marido era hijo único, tenía a Li Sha, una sola hija, y tanto sus padres como sus hermanos y suegros la adoraban; por si fuera poco, la aldea donde radicaba su familia había sido designada a integrar una Zona de Desarrollo Económico mucho antes que Lijiahaizi. Hará cosa de quince o veinte años.

Lijiahaizi es la aldea donde viven Li Sha y sus padres, pertenece al poblado de Jinshan, prácticamente a las afueras de la ciudad de Kunming. En cambio, la casa de la familia de la madre de Li Sha ahora forma parte del barrio urbano de Xiyihe, donde además ella tiene un terreno a su nombre, y ahora se encuentran el Gran Edificio Jinlong y el Hotel Jinlong. Desde hace más de una década, la madre de Li Sha recibe todos los años un suntuoso dividendo, por lo que en su rostro no hay una sola marca de sudor ni agotamiento –con cuarenta años recién cumplidos se conserva espléndida.

En Lijiahaizi viven también dos tíos maternos y tres tíos políticos míos. Uno de mis tíos políticos, treinta años atrás, pastoreaba cabras por la zona, hasta que se casó con una chica de Lijiahaizi y se radicó allí. Luego llevó a sus dos hermanos, y más tarde a uno de mis tíos maternos, cuñado de los tres. En torno a ellos, muchos de sus parientes y amigos comenzaron a llegar uno tras otro a la aldea para buscarse la vida, pronto cercaron unas tierras, levantaron unas sencillas chozas o alquilaron viviendas y se asentaron en el lugar.

Después de separarme de Li Sha, tuve que aguantar un tiempo la burla de mis parientes. Todos se reían de mí, y alborotaban la aldea difundiendo una sarta de rumores… Pero, a decir verdad, la mayoría de esos rumores eran ciertos. Por ejemplo, que yo tenía miedo de toparme en la calle con el abuelo de Li Sha. Una vez, lo vi venir a lo lejos. Con pánico miré a los cuatro lados hasta encontrar un baño público, retrocedí unos pasos y me escondí en él. El abuelo de Li Sha, que me había visto desde el principio, se dio cuenta de que me escondí. Después de la separación, el abuelo se lo comentó a Li Sha, a su madre y a otras personas, pero con un tono un tanto ambiguo, ya que no podía afirmar a ciencia cierta si me había escondido de él, o justo me había urgido ir al baño. Pero lo que sí podía afirmar era que yo había entrado al baño después de verlo a él y había fingido no verlo. Esta historia circuló por la aldea durante meses, a esa altura yo ya me había marchado de Lijiahaizi, y del poblado de Jinshan.

Cuando decidimos casarnos Li Sha y yo, hubo un día por la tarde en que me puse a conversar con su madre en el balcón. Esta me dijo que la casa se estaba hundiendo un poco. No comprendí lo que me quería decir. Ella esperó a que hiciera algún comentario. Pero yo no sabía qué significado escondían sus palabras.

El padre de Li Sha se acercó y dijo, mejor si se hunde de ambos lados por igual, el problema sería que se hundiera de un solo lado, y se agrietara. El padre salió al balcón y dio unos saltitos.

“¿Tambalea?”, preguntó.

“¡Loco! ¿No te da miedo que se caiga?”, lo reprendió la madre.

“Minzi, piensa algo para hacer que esta casa se hunda un poco más, hasta que se asiente”, me pidió la madre. Mi corazón dio un vuelco. ¿Qué clase de prueba era esta?

Antes de mi primer encuentro con Li Sha, mi tío me dijo que debía tratarla con dulzura, tenía que ser atento y servicial, hablar continuamente, y mostrarme despabilado. Le repliqué que Li Sha tampoco era una chica demasiado linda ni talentosa, ¿acaso sus padres se burlarían de mí? Mi tío me dijo ¡ay! no se trata de que se burlen de ti, sino que no debes mostrarte torpe. Si su familia te invita a cenar, debes comer con soltura, pero nunca sentarte a la mesa antes que ellos, y ponerte a comer tú solo como un desenfrenado. Le dije que por supuesto yo no sería como él. Adiviné que mi tío quería contarme de nuevo la vez que, cuando joven, no se atrevió a sentarse a comer con la familia Liu, y como cuando lo hizo se puso a devorar los platillos como un desesperado, y de cómo fracasó en su cita con la hija de los Liu, y fue a intentar con la hija de los Wu. Pero él, en cambio, soltó una tonta risita, y luego se quedó mirándome por tres segundos, para después decirme: “¡Ja! No me refería a esa vez… Anda, vete ahora, los asuntos de tu trabajo son más importantes”.

Mi tío no sabía que antes de conocer a Li Sha, su madre ya me había manifestado que quería que yo y su hija saliéramos un tiempo a ver qué pasaba. En aquel entonces Li Sha estaba a punto de regresar de Italia. Las intenciones de su madre eran muy claras, que yo le gustaba.

El tema del hundimiento de la casa no era para ponerme a prueba. Pero así y todo no podía quedarme sin responder. Mi tío me dijo que no debía tomarme a pecho ese asunto, ni tampoco entrometerme. “¿Cómo vas tú a hacerte responsable de eso? Si quieres, puedes poner cara de entendido, y decir unas palabras pasajeras, pero no sugerir nada, ni tampoco pasarte de listo. ¿Si la casa se hunde o se cae, ¿qué solución vas a poder darle tú?”.

La nueva casa de Li Sha era una vivienda autoconstruida, su madre fue quien se encargó del diseño, la compra de materiales y la supervisión de la obra. Cuando la espera de las supuestas demoliciones de viviendas para el consecuente cobro de indemnización parecía ya sin esperanzas, la madre de Li Sha tomó la decisión de construirse en serio una nueva casa, y con mucha determinación contrató a los maestros de obra más competentes de todo el poblado. Los vecinos que ayudaron en la construcción conocían bien el carácter de la madre de Li Sha, y sabían también que una vez terminada la casa se iría a vivir allí, al menos hasta el día que vinieran a demolerla. ¿Quién sabe por cuánto tiempo? ¿Y si las demoliciones se aplazaban por ocho o diez años, quién se atrevería a vivir tanto tiempo en una casa mal construida? Por esa razón la madre de Li Sha se esmeró en la obra, sabiendo con lujo de detalles el número y lugar de cada una de las varillas de acero y ladrillos de esa vivienda de cinco plantas.

Sin embargo, aquella sólida casa construida con suficiente material y mano de obra, no pudo evitar hundirse un poco. El padre de Li Sha llamó a una Consultoría de Seguridad Estructural, los maestros de obras encargados de la construcción y los aldeanos ayudantes también se hicieron presentes. Yo di junto a ellos varias vueltas alrededor de la casa, observando cómo sacaban mediciones desde distintos ángulos. Pero así y todo no detectaron ningún desperfecto, revisaron las paredes y tampoco encontraron la más mínima fisura. “Esta vivienda está en perfectas condiciones”, concluyeron. “En este suelo hay cierta probabilidad de hundimiento, pero no demasiado. Ustedes sigan controlando la casa. Con tal de que las paredes no se agrieten, no hay de qué preocuparse”.

Cuando la casa estuvo terminada y decidí casarme con Li Sha, me mudé allí con su familia. En ese entonces, yo trabajaba en la Empresa Hongsen. ¿Usted conoce esa marca? Sí, sí, una empresa de renombre nacional, de primer rango en la provincia de Yunnan, con una capitalización superior a diez mil millones. Ah, no, eso no… yo simplemente me dedicaba al servicio al cliente en el sector logístico y al mantenimiento de los canales de venta. El trabajo era sencillo, no requería demasiado tiempo, claro que el sueldo era bajo, pero a nadie le importaba, al fin y al cabo, era suficiente para satisfacer mis propios gastos. Lo más importante era que el departamento de logística de la empresa estaba justo en la Zona de Desarrollo Económico del subdistrito de Jinshan, bastante cerca de lo de Li Sha. Viviendo en su casa, podía ahorrarme los gastos de comida, y con el dinero ahorrado –como quien toma flores prestadas y las ofrenda a Buda– le compraba unos cigarros y licores a su padre y abuelo. Ay, doctor Cao, no me llame “señor Min”, usted puede tutearme, llámeme por mi apodo, Minzi. A decir verdad, hoy no he venido para una consulta, sino a que alguien escuche mi historia. ¿Él es su practicante? Bueno, no hay problema. De todas maneras, ya me ha estado escuchando largo rato. Mejor prosigo el relato, usted escuche…

La nueva casa de Li Sha tenía una huerta de puerro, podría decirse que destinaban la única tierra de la casa a ese fin. Para sus padres, sembrar y cosechar puerros constituía una especie de entretenimiento. El padre todas las noches traía a la sala una cantidad fija de la huerta, cinco atados, lo justo para completar una canasta. Cuando Minzi volvía del trabajo, luego de cenar en familia, se sentaba en la sala con los padres de Li Sha y, mientras veían la televisión, abrían los atados y sacaban las hojas secas y amarillas.

Una vez que los puerros quedaban verdes y turgentes, volvían a atarlos y meterlos en la canasta. Al día siguiente, el padre con la canasta a cuestas los llevaba al mercado. El armado de los atados les llevaba solo una hora, pero Li Sha muy pocas veces daba una mano, para ella que cuatro personas armaran cinco atados era una tremenda tontería. Ella decía: “¿De qué se las dan? ¿Cuánto dinero pueden hacer con esto? ¿Y hasta nos ponen a trabajar a los dos? Mejor destruyan esa huerta y listo”. Siempre decía lo mismo y se iba a su habitación a ver películas o leer novelas cibernéticas. Minzi sabía que a ella le gustaba ver Diarios de vampiros, Juego de tronos, o leer La leyenda del paseante de cadáveres, El brujo de las pociones venenosas y El jinete del Dragón, entre otras tantas series y ciber-novelas a las que él casi nunca prestaba atención.

Cuando terminaba con los atados, Minzi sacaba de la heladera una botella de Coca Cola, buscaba dos vasos y entraba en la habitación de Li Sha.

“¿Ya terminaron?”.

“Terminamos”.

“Qué molestos mis padres ¿no?, con ese poquito de puerros no hacen ni cien yuanes”.

“Seguro que no lo hacen por dinero”.

“Y entonces para qué”.

“Para divertirse”.

“¿Divertirse?”.

“Y algo tienen que hacer para socializar”.

“¿Vender puerros para socializar? Jaja. Justo en el mercado de verduras que es puro chismerío”.

“Y sí. Si no, ¿qué otra cosa tienen para hacer? ¿Jugar al mahjong? ¿Buscarse un amante? ¿Ir a ver a la masajista?”.

“¿Cosechar puerros es divertido?”.

“No, no es divertido”.

“¡Cómo te gusta quedar bien, eh!”.

“¿Eh? Ah”.

“¡Te estoy elogiando!”. Quizás ella lo besara, o se colgara de su cuello.

“Lo sé”. Respondía él, abrazándola de la espalda. O si no: “¿Qué película estás mirando?”.

“No sé, una que encontré de pasada”.

A veces, Li Sha cerraba a propósito la puerta de su habitación, para que sus padres malinterpretaran lo que ambos estaban haciendo dentro. Todas las veces que cerraba la puerta, su madre en menos de tres minutos venía puntualmente a buscarla. Detrás de la puerta la llamaba, no decía nada más, solo su nombre. Li Sha abría la puerta, y jamás preguntaba a su madre qué necesitaba, su madre tampoco decía nada.

A la noche, cada quien se lavaba la cara, se enjuagaba la boca y se iba a dormir. Minzi dormía en la habitación de Li Sha, el padre, como roncaba, dormía solo en otra habitación, mientras que Li Sha dormía con su madre. Desde que Minzi se mudó a vivir allí, las cosas se mantuvieron así, en perfecta calma.

Una medianoche de verano, se desató una fuerte tormenta, la lluvia caía a cántaros, los relámpagos centelleaban y los truenos rugían con violencia. De día Minzi había puesto a secar su ropa en la azotea. Los truenos y relámpagos lo despertaron sobresaltado. Al escuchar la intensidad de la lluvia, pensó que no habría necesidad de buscar la ropa; subir a la azotea por la noche con semejantes rayos y el suelo resbaladizo sería un tanto peligroso…

Minzi se acomodó la almohada para seguir durmiendo, cuando volvió a escuchar el feroz silbido del viento, y pensó preocupado que su ropa podría volarse. En ese preciso instante, escuchó que se abría una puerta, y tras ella, el sonido de pasos en dirección a la azotea. De repente tomó conciencia, no sería adecuado que nadie lo ayudara a recoger sus prendas íntimas. Avergonzado, se levantó presuroso de la cama, se vistió, prendió la linterna de su celular, y siguiendo el sonido de los pasos subió a la azotea.

Mientras subía podía ver el cielo blanco y los encandilantes rayos iluminando el descanso superior de la escalera, la puertita de chapa que conducía a la azotea estaba abierta, y se sacudía chirriante por el viento. La madre de Li Sha en ese momento estaba pisando el último peldaño.

“Tía”, la llamó Minzi. La madre de Li Sha se asustó. “Oh, sí, sí, no te preocupes, baja y duerme, está lloviendo fuerte. No recogeré la ropa”.

Minzi asintió, se dio la vuelta, y comenzó a bajar por la escalera.

Pero luego de unos peldaños, se detuvo en seco, alargó el cuello para constatar que no hubiese nadie despierto abajo, y volvió a subir lentamente hacia la centelleante azotea.

A la derecha de la puertita de chapa había una cocina. Cuando la casa estuvo terminada, los padres de Li Sha levantaron provisoriamente en la azotea unas columnas de acero, colocaron los ladrillos, unas chapas prepintadas como techo y en el interior un rústico horno de leña. Para la Fiesta de Año Nuevo lunar u otras festividades, la madre solía cocinar allí a sus invitados. Cada año la utilizaba solo unas pocas veces.

La cocina era de gran dimensión, dentro había una pequeña cama. Un antiguo inquilino se las había dejado al terminar su contrato, como al nuevo inquilino no le gustó, el padre de Li Sha no tuvo más opción que llevarla a la cocina de la azotea. La cocina casi nunca se ocupaba, de vez en cuando a los inquilinos les llegaban visitas y la tomaban prestada para pasar la noche.

Los truenos y relámpagos de aquella noche de verano y la salida de la madre de la habitación perturbaron el sueño de Li Sha. Al poco tiempo escuchó golpes de objetos que provenían de la cocina de la azotea, y algunos vagos sonidos de empujones e insultos débiles que se colaban por la ventana con mosquitero mal cerrada. Los insultos aparecían y desaparecían confundidos con el sonido de la lluvia. Li Sha, adormecida como estaba, se paró en un solo pie, y cerró herméticamente la ventana. Estaba demasiado fastidiada: si solo era una fuerte lluvia, qué necesidad de andar insultando y haciendo ruido a esas horas…

El nombre de Minzi era Min Chunbao. Antes había sido inquilino de la antigua casa de los padres de Li Sha, por ese entonces aún no había ingresado a la Empresa Hongsen.

En la antigua casa moraba otra familia inquilina, que provenía de Guangdong. Min Chunbao, en un principio, trabajó como secretario ayudante en la fábrica de aquel jefe cantonés. Como la fábrica estaba prácticamente contigua a la casa de Li Sha, Min Chunbao iba de vez en cuando al alojamiento de su jefe para entregarle documentos o quedarse a comer con su familia. La esposa del jefe lo llamaba con acento cantonés “Minzai”. Más tarde, todos los trabajadores de la fábrica comenzaron a llamarlo así. Al visitar a su jefe, solía encontrarse a la madre de Li Sha en el patio, ella era una persona muy amable, que tenía una excelente impresión de él, la madre, imitando a los cantoneses, también comenzó a llamarlo Minzai, de tanto llamarlo así, terminó apodándolo cariñosamente Minzi.

Más adelante, el jefe cantonés alquiló también el patio de los padres de Li Sha, levantó unas chapas prepintadas y se construyó un depósito. Junto a la construcción del depósito, Minzi aprovechó para alquilar una pieza a los padres de Li Sha, y se fue a vivir allí hasta el día que estos intercambiaron terrenos con un vecino y se construyeron una nueva casa. Al poco tiempo, los terrenos de la aldea se fueron encareciendo cada vez más, por lo que el jefe cantonés optó por abandonar Lijiahaizi con su familia. Luego de la partida del jefe, Minzi se buscó un trabajo por los alrededores y más tarde ingresó a la Empresa Hongsen, en el servicio de atención al cliente.

Por aquel entonces, Li Sha se encontraba en Italia estudiando la carrera de Economía y Finanzas. Según palabras de la madre, en Italia sufrió ciertos “reveses”. Sin embargo, Minzi, después de escuchar casi medio año las historias de estudio en el extranjero de Li Sha, no descubrió ningún tipo de “revés”, solo que, en el último año de secundaria, Li Sha no aprobó el examen Gaokao de ingreso a la universidad, y que después de aburrirse durante dos años en su casa sin nada para hacer, y luego de unos frustrados amoríos, decidió que quería estudiar algo como la gente. El marido de su tía, después de un intenso ajetreo, consiguió presentarla para un programa académico de grado y máster en Italia, un total de diez años de formación. Pero Li Sha no aguantó diez años, sino que a los diez meses regresó. Por más que la persuadieran sus padres, ella ya no quería volver al país europeo.

En sus momentos de ocio, a Minzi le gustaba llevar consigo unos libros para leer. En el período que estaba intimando con Li Sha en la antigua casa, él leía El sobrino de Wittgenstein, Cien años de soledad, El amante de Durás o En busca del tiempo perdido… Li Sha y su madre tenían ciertos prejuicios sobre estas obras, no solo porque escapaban de su margen de lectura –y si no fuera por él, jamás habrían sabido de su existencia– sino también porque, a pesar de no haberlas leído, podían adivinar de qué se trataban; y en su opinión, ninguna de ellas eran libros serios sobre Economía.

Minzi se llevaba un banco al patio o a las escaleras de piedra, y se sentaba a leer tranquilamente sus libros.

La madre de Li Sha salía con una pila de ropa recién lavada, y le decía: “Minzi, ¿otra vez leyendo tus libros extranjeros?”. Él enseguida cerraba el libro, se levantaba, le agarraba la palangana, y luego con una toalla la ayudaba a limpiar la soga para tender la ropa, mientras charlaban de cosas pasajeras.

Más tarde ella bajaba nuevamente al patio con pala y escoba y preguntaba: “Minzi, ¿todavía sigues leyendo tus libros extranjeros?”. El enseguida dejaba el libro a un lado, llevaba el banco a las escaleras, ponía en orden las sillas, bicicletas, la manguera para regar las plantas y otras tantas cosas desperdigadas en el patio, y luego los trasladaba a algún rincón limpio. Ella le preguntaba: “¿Qué están haciendo tus tíos últimamente?”. Ella elogiaba a sus tíos diciendo que eran realmente sacrificados, el perfecto ejemplo de quienes hacen fortuna con el sudor de la frente. El respondía con modestia unas breves palabras, decía que sus tíos, en efecto, eran los hermanos más sacrificados sobre la tierra, que moneda a moneda iban acumulado sus riquezas. Minzi hablaba con tacto, en ningún momento le hizo entender que sus tíos se ganaban el dinero a base de sacrificio y que ella, en cambio, se había hecho rica de la noche a la mañana gracias a las políticas de Gobierno. Minzi intencionadamente quiso hacerle entender que el destino de ella era disfrutar de comodidades y riquezas; ahora, si ella lo comprendió de esa manera o no, él no tenía forma de comprobarlo. Él dijo: “Mis tíos tienen una vida de sacrificios porque están destinados a manejar tractores, en cambio usted es diferente, usted está destinada a viajar en avión”. De todas formas, sea como sea que lo dijese, tampoco tenía demasiada importancia, la madre de Li Sha ya estaba acostumbrada a soportar a diario las burlas de los llegados de otras aldeas, quienes comentaban que si no hubiese sido por la indemnización que recibió cuando las tierras de su familia les fueron expropiadas, tan solo a costa de su propio esfuerzo, su situación económica sería incluso peor a la de quienes viven de changas, pero a ella poco le importaba, total, su dinero lo ganara ella o se lo diera el Estado, era suyo y nadie se atrevería a sacárselo.

Minzi se había ganado la estima de la madre de Li Sha, a ella le gustaba su naturaleza ingenua, su temperamento tranquilo y despreocupado, y su costumbre de leer libros extranjeros.

Li Sha no pretendía regresar a Italia a continuar sus estudios, como se pasaba los días sin hacer nada, su madre quiso aprovechar la ocasión para que intimara con Minzi. Su intención era muy clara: quería incorporar un yerno a la familia, no le importaba mantenerlo, tampoco le importaba si tenía trabajo o estudios, con tal de que respetara a los mayores, cuidara bien a los hijos, y fuera cortés con las visitas era suficiente. Minzi a su vez era bastante apuesto. Una vez que la madre exteriorizó estos pensamientos, la relación entre su hija y Minzi se concretó a pedir de boca.

Lo único que a Li Sha le inquietaba eran esos libros que él leía. Claro está que ella no tenía ganas de leerlos, pero quería saber qué tenían de interesante. Él leía Cien años de soledad, ella un día le preguntó: “¿Te sientes solo?”, si bien su pregunta no tenía malas intenciones, llevaba implícita su descontento ante él, el interés de ahondar en sus pensamientos y la esperanza de alguna contestación que la dejara conforme.

El cerró el libro, y respondió que en verdad no entendía lo que leía.

No fue una respuesta sincera, pero ella al contrario se alegró y se echó a reír a carcajadas. Él también creía que su respuesta había sido aprobada con el máximo puntaje.

“¿Y para qué los lees si no entiendes?”.

De repente él cayó en la cuenta de que si bien era cierto que cuando leía estos libros se le venían a la mente una serie de pensamientos tristes, esto no era de relevancia. El verdadero problema radicaba en que él no tenía modo de compartirlos con Li Sha y menos de explicárselos, porque así lo hiciera ella siempre despreciaría esta clase de lecturas. Sus caminos de vida eran tan distintos, ¿cómo podrían convivir en una misma familia? Claro que él también podía dejar de lado estos libros y dedicarse a alguna otra cosa.

Y sí, claro que podían tener otros entretenimientos más originales, por ejemplo, en febrero y marzo, conducir el auto unos sesenta kilómetros fuera del pueblo para recolectar papas silvestres. A veces iban aún más lejos y atravesaban las fronteras de la prefectura. Las veces que salían de pesca silvestre, incluso se iban hasta los lagos naturales de las provincias de Hunan o Hubei. A ellos le gustaba todo lo silvestre: papas silvestres, ajos silvestres, peces silvestres, conducir una 4x4 en terreno silvestre, defecar en pastos silvestres… Las papas silvestres en realidad se trataban de unas tiernas que crecían en invierno y primavera de los brotes de las que los campesinos, durante la cosecha de otoño, dejaban olvidadas en el terreno. Qué diferencia había entre el sabor de una papa silvestre y de una de cultivo, Minzi no podía explicarlo. Pero los padres de Li Sha, siempre que recordaban sus años de juventud, decían que las papas silvestres eran en ese entonces uno de sus manjares más exquisitos. Minzi con ellos aprendió muchas cosas nuevas, por ejemplo, que los ajos silvestres, al contrario, no eran los que crecían de los brotes de aquellos que dejaban olvidados los campesinos; que la diferencia entre estos y los ajos de cultivo era como la diferencia que hay entre el arroz y la gramilla, o como la que hay entre el trigo y la avena. Claro que a él y a Li Sha no les importaba de qué cosa se tratara, con tal que su nombre viniera acompañado con el atributo “silvestre” era suficiente para volverse loco de alegría.

A Minzi le gustaba cada día más ir a recolectar papas silvestres, ajos silvestres este tipo de actividades. Para sus tíos esto era el extremo de la ridiculez, un absoluto sin sentido. Los tíos se reían de estas aburridas actividades sin ambiciones. “¡Qué vulgaridad!”, exclamaba su tío. Es que en su opinión existían dos tipos de aburrimiento, el vulgar y el refinado. Regar las plantas, podar árboles, practicar caligrafía, pintar, comprarle ropa y zapatos al perro, bañar al gato y sacarle las pulgas eran aburrimientos refinados, era la clase de vida que ellos aspiraban. En cambio, conducir el auto unos tantos kilómetros para recolectar papas, ajos y nabos silvestres, ¡¿qué clase de locura era esa?! Sin embargo, ahora que los tíos sabían que su sobrino estaba intimando con aquella muchachita, si bien no habían cambiado su opinión respecto a esta serie de actividades, su actitud sí se había modificado, ellos ahora solían decir: “Ja, tampoco puedes desperdiciar la vida holgazaneando, ¿qué sentido tiene quedarte todo el día en la casa leyendo hasta que te revienten los sesos? Está bien que salgas al campo, al menos tomas aire fresco y haces un poco de ejercicio”.

Pero una vez que Minzi se despedía y cruzaba la puerta, los tíos volvían a soltar una sonora carcajada diciendo: “¡Qué malcriado! Ahora que tiene dinero hasta a la carne le hace ascos, bien que cuando era pobre no le gustaba comer papas silvestres”.

El doctor Cao Fei en ese punto hizo un ademán, y sin contenerse interrumpió a Minzi: “¿Estás arrepentido?”.

“¿Arrepentido?”.

“Sí, ¿estás arrepentido de haberte separado? Por lo visto, Li Sha era una chica en buena posición, en cambio tú… Disculpa, nunca te he preguntado de dónde vienes, por el acento me doy cuenta de que no eres de Kunming”.

“No, soy de Lixian”.

“Entonces estás arrepentido”.

“Puede ser. Sí, estoy arrepentido, pero no de haberme separado de ella. Si bien soy de Lixian, mi familia puede decirse que tiene dinero”.

“Discúlpame ahora”, el doctor Cao Fei levantó la muñeca para mirar el reloj, dando a entender que no quedaba mucho tiempo. “Mi consulta por lo general no pasa de una hora. Tengo otros pacientes esperando. Si estás de acuerdo, ¿te parece finalizar aquí por hoy?”.

“No hay problema. Hasta mañana”.

“Hasta mañana”.

3.

Por alguna extraña y súbita ocurrencia, Minzi comenzó a seguir mujeres. Mujeres de trasero grande. Tres o cinco, sin precisión. Al principio, su meta prefijada eran solo dos: Li Xing, de la sección de personal de su compañía de trabajo, y una muchacha de la compañía de seguros del octavo piso que él no conocía, quién sabe si al día siguiente no encontrara una tercera que se adaptara a sus necesidades de persecución. El edificio de oficinas tenía quince pisos, en cada piso había cuatro o cinco compañías, por lo que no sería nada difícil encontrar mujeres de gran trasero. ¿Cuán grandes eran los traseros que buscaba Minzi?, no había un requisito específico, solo bastaba que se vieran grandes, rellenos, gigantes. Su observación tampoco requería ningún sentido, ni objetividad alguna, solo precisaba, en un día específico –por ejemplo, los jueves– hacer un seguimiento de los hábitos y paraderos de las mujeres de gran trasero una vez que salían del trabajo, anotar si se iban a pie, en bicicleta, en auto o en colectivo; registrar si se iban directamente a su casa, o pasaban antes por el shopping, entraban al salón de belleza, o al gimnasio; registrar si iban de compras en bicicleta o en auto; observar la diferencia entre los shoppings y mercaderías que solían frecuentar aquellas que aparentaban tener dinero y las que no, y así continuar hasta acumular la cantidad de datos que él considerara suficiente. Por supuesto, él sabía que no necesitaba y tampoco le sería posible obtener el contenido y los datos que decía precisar, quizás también, al minuto siguiente se aburriera y no las persiguiera nunca más.

Si a lo último él tuviera que escribir una tesis al respecto, esta posiblemente se titularía “Informe sobre las diferencias comportamentales entre mujeres de trasero grande y de trasero chico en el lapso de una hora después de la salida del trabajo”. De ser así, entonces, debería seguir también a mujeres de trasero pequeño. Para la objetividad de sus datos y comparaciones, mejor también escribir otros artículos como “Informe de las diferencias conductuales entre mujeres de trasero grande de distintas empresas del edificio xxx en el lapso de una hora después de la salida del trabajo” o “Informe sobre las diferencias conductuales de mujeres de trasero grande de diverso rango etario en el lapso de una hora después del trabajo” o “Informe sobre las diferencias conductuales de mujeres de trasero grande de distinto nivel de ingresos en el lapso de una hora luego del trabajo”…

Pero, amigo lector, no será posible que leamos estos informes, ya que nunca nadie le encargó a él que los realizara, y tampoco podría haber alguien interesado en sus conclusiones. Él posiblemente le diría que la primera cosa que realizan las mujeres de trasero grande del piso doce al salir del trabajo es ir al baño, ya que justamente eso hacía Li Xing al dejar la compañía; en cambio, las mujeres de trasero grande del octavo piso comen snacks, ya que esto era justamente lo que hacía aquella muchacha de minúsculas pecas cuando entraba al ascensor al término de su trabajo. Así fue como él se lo expuso al doctor Cao Fei.

“Oh, ¡qué interesante! Siga contando”. El doctor Cao Fei le insinuó que podía soltarse un poco más.

“No, me confundí, esa chica de pecas minúsculas no tenía el trasero grande, sino redondo y levantado, pero no era demasiado grande”.

“Ajá… y ¿qué más?”, preguntó el doctor.

“Era hermosa. Pura inocencia”.

Naturalmente, el resultado de la “comparación entre mujeres de trasero grande y trasero pequeño a la salida del trabajo” no era el quid de la cuestión.

En realidad, Minzi –si bien no negaba, por más increíble que parezca, el valor sociológico y psicológico de esta clase de seguimientos, en caso él fuera un sociólogo o psicólogo (y él tan solo era un simple empleado del departamento de medios de una compañía)– sabía completamente que, si alguien revelaba este tipo de persecución, sería muy probable que lo metieran en la cárcel por un par de días, o que directamente lo encerraran en un manicomio y lo sometieran a electroshock. Pero siempre que se encontraba solo en medio de una desolada avenida sin un sitio donde ir, debía sí o sí seguir a alguien, para evitar ser engullido por la soledad. Él siempre se decía, esta es la última vez, sé que hay personas que hacen este tipo de investigaciones, pero son investigaciones académicas, con sueldos, con becas. En cambio, yo no, si hablo demasiado, quizás me metan en la cárcel.

La primera vez que siguió a una mujer sucedió hace un año y medio atrás. En ese entonces esta aún no era de trasero grande. Cualquier tipo de mujer venía bien. Esa primera vez tuvo lugar en el camino de regreso a su cuarto de alquiler en Kunming, iba solo, al llegar bajo el puente, no quiso continuar. No quería regresar a ese cuarto, temía volver a encerrarse solo en ese ataúd de cemento. Ya hacía al menos medio mes que no llamaba a casa. Con su madre y con su padrastro no había buena comunicación.

Quiso ir a la aldea Luojiaying a buscar prostitutas, pero siempre que iba, aquellas misteriosas mujeres de la calle se quedaban con la prenda superior totalmente cerrada, y solo se bajaban el pantalón a la altura de las rodillas. Ellas no querían hablarle, solo le decían que se diera prisa. Por supuesto que había algunas más condescendientes, que se sacaban la ropa por completo y hasta lo abrazaban. Esa tarde, la lucha interna de si ir a buscar prostitutas o no lo consumió durante media hora. La decisión de no ir salió vencedora. Por fin había triunfado sobre sí mismo, una sensación sumamente reconfortante. No era nada común vencerse a sí mismo con tanta facilidad, pensó. Al despertar de sus pensamientos, escuchó el ruido apabullante sobre su cabeza, y observó las luces que iluminaban el puente en el atardecer, como la corriente interminable de coches que pasaban bajo su arco. De golpe se sintió invadido por un cansancio mortal.

Un colectivo pasó bajo el puente y entró en la parada. Él por un segundo se quedó estupefacto, mirando cómo este se iba alejando. Seguidamente fue caminando hacia la parada, y se ubicó detrás de ella, con el rostro cubierto de lágrimas. Alguien en la parada dijo algo, él contuvo el llanto, se secó las lágrimas y volvió a salir. Otro colectivo, el 74 se aproximaba, sus luces brillantes atraparon su atención, buscó en el bolsillo, por suerte tenía dos billetes de un yuan, sin dudar un segundo, dio una larga zancada y se subió. Ya dentro, su estado de ánimo se tranquilizó un poco, pero enseguida volvió a inquietarse. No sabía a dónde estaba yendo, el pánico y alteración de su interior era imposible de calmar. Por miedo de ponerse a gritar entre los pasajeros, volvió a llorar. Esta vez no escondió sus lágrimas, levantó la cabeza y las dejó correr sobre sus mejillas, sollozando de tanto en tanto.

Nadie prestaba atención a su llanto. De repente dejó de llorar y se levantó para observar el recorrido del colectivo en el letrero del techo. Iban en dirección a Zhoujiaying, un barrio que le era bastante conocido. Cuando se volvió a sentar, observó a una mujer vestida a la moda, y como si hubiese presentido que esta le hacía una silenciosa invitación, decidió ir detrás de ella.

Esta fue la primera vez que siguió a una mujer, bajó del colectivo tras ella, y la siguió hasta el área residencial, hasta que ya no tuvo coraje de aproximársele más, dejándola desaparecer en el edificio, para no volverla a encontrar jamás. ¿Había concluido así un viaje? Él sintió que por fin se había desahogado de esa angustia que llevaba tiempo contenida, con el corazón contento emprendió el camino de regreso, en el 74 regresó a la parada original, se bajó, y una vez cerca de su vivienda regresó a ella brincando de alegría.

Otro día siguió a una mujer que viajaba en metro, más adelante siguió a un par de muchachitas. Nunca pensó en tener algo con ellas, jamás pasó por su cabeza la idea de hacerles daño. Él no tenía malas intenciones, tampoco deseo carnal. Solo las seguía, y luego las clasificaba en distintas categorías, las que usaban pollera, las que usaban pantalón, las que llevaban una chalina de gasa sobre los hombros, las que no… Estas súbitas y extrañas ocurrencias hacían que él no pudiera dejar de perseguir mujeres.

Él vagamente comenzó a notar que esto le provocaba algo similar a lo que le generaban las visitas de su pequeña tía en sus años de infancia. Su tía era apenas tres años mayor que él. A los nueve años él perdió a su padre. Más o menos al año siguiente, la tía comenzó la secundaria, como la escuela quedaba cerca de su casa, ella venía frecuentemente a acompañar a su madre, y solía traer un grupito de amigas. La tía y sus amigas jugaban con él, y le hablaban… Siempre recordaría aquellos años como la etapa más feliz de su vida. Pero ellas pronto desaparecieron, todas las niñas que habían nacido y crecido en tiempos de penuria, a los diecisiete, dieciocho años comenzaban una tras otra a casarse y tener hijos. Él todavía recordaba a algunas de ellas, e incluso podía afirmar que una se había casado con tan solo quince años. Ellas desaparecieron rápidamente y por completo, él nunca más las volvió a ver.

Sí, la sensación que le provocaba seguir mujeres coincidía con la que le provocaba jugar con su tía y sus amigas. Él hasta parecía creer que las mujeres que seguía eran las amigas de su tía ya más mayores. Pero sabía bien que no era así. Podía ser que algunas de esas muchachas ahora vivieran una vida holgada sin preocupaciones económicas, quizás habrían emigrado a una gran ciudad o al extranjero (en la mesa de un bar escuchó decir una vez que alguna que otra se había casado con un hombre viejo en segundas nupcias, y se habían convertido en esposas millonarias), pero la mayoría de ellas seguro vivirían el día a día sacrificándose para ganarse el pan, con solo treinta años recién cumplidos, ya tendrían dos o tres hijos cursando la secundaria o la primaria. Pero las mujeres que seguía le traían la misma sensación que cuando jugaba con ellas. Su avidez por seguirlas iba cada día en aumento, las dividía en categorías, las separaba en grupos opuestos, observaba sus diferencias. Su observación no tenía objetivo alguno, ni que hablar de la posibilidad de arribar a algún tipo de conclusión.

¿Tendrían alguna característica en común las mujeres de trasero grande? Comenzó, entonces a seguir a Li Xing. Observó cómo esta salía de la oficina, entraba al baño, salía del edificio, pasaba por el estaciona- miento de autos, caminaba por la vereda, subía el puente. Li Xing no fue de compras al shopping, tampoco a ninguna cita. Él no sabía a qué sitio se dirigía. Quizás directamente volvía a su casa. La siguió, subió con ella al metro, observó su semblante, y llegó a la conclusión de que regresaba a casa. En ese punto, su observación concluyó. En cuanto a la manera cómo volvería ella a su casa, en qué parada se bajaría, si luego saldría de la estación subiendo por la escalera, escalera mecánica o ascensor, eran todas cosas que escapaban de su análisis. ¿Acaso revelaría algo el modo en que ella saliera del metro? ¿Quién sabe si hoy no subiría por la escalera mecánica, mañana por ascensor, y pasado mañana por la escalera común, y de ser así cómo diferenciar la particularidad de cada uno de estos días? Quién sabe, incluso si habría o no escalera común, escalera mecánica o ascensor en la parada donde ella se bajaba, ¿y si al bajar del metro salía directamente a la avenida? Él estaba a punto de explotar de la desesperación, sentía un insoportable calor y sudor en todo el cuerpo; cuando se abrieron las puertas del metro, se bajó iracundo, sin saber qué hacer. En definitiva, había seguido a Li Xing hasta perderla, pero en el fondo se alegró de haber acabado por fin con su absurdo comportamiento. Luego de fumarse un cigarrillo, ya no se sintió arrepentido, ni tampoco enojado con el resultado de ese día. Volvió a su cuarto de alquiler, y otra vez prendió un cigarrillo. Pronto se hartó de este juego aburrido hasta la coronilla, pensó que mejor sería acabar con todo esto antes de que la policía se lo llevara a la cárcel. Pero la soledad para él ya no se trataba simplemente de un estado anímico, sino que se había transformado en un trastorno físico, la soledad le provocaba tensión muscular, debilidad, fatiga, boca reseca, debía necesariamente salir otra vez a quemar aquellas horas infernales. Una noche, quiso salir a dar una vuelta. Sin pensarlo demasiado, abrió la puerta de su cuarto y se fue. Al salir del edificio, vio por primera vez a la madre de Li Sha. Esta se estaba despidiendo de alguien armando bastante bullicio, pero su voz era agradable y hasta seductora.

Como con las demás, él también siguió a esta bulliciosa mujer a lo largo de siete kilómetros, cambió con ella tres colectivos, hasta llegar a la aldea Lijiahaizi. Esta aldea quedaba solo a un kilómetro de distancia del mercado de productos agrícolas de la calle Jinshanzhen, donde sus dos tíos maternos se ganaban la vida. Él había vivido antes allí durante tres meses. Bajó del colectivo detrás de la madre de Li Sha, y la siguió a una distancia prudencial, hasta que esta atravesó la puerta principal de su residencia. Allí él apretó el paso, y observó en la puerta un anuncio de empleo, el lugar de trabajo quedaba justo donde se ubicaba la residencia de esa mujer, más abajo observó un anuncio de alquiler de habitación, también en la misma residencia.

Al poco tiempo, Minzi renunció al departamento de medios, y se fue a vivir unos días a la casa de su tío, para luego mudarse a la aldea de Lijiahaizi, donde consiguió el empleo de secretario ayudante en una fábrica de tamices. El jefe era cantonés. Este trabajo era el que había visto en el anuncio pegado en la puerta de la residencia de la mujer que siguió aquella noche. El lugar de trabajo era, en un principio, una vieja casa de ladrillos y techo de tejas y más adelante un galpón que construyeron con chapas de acero prepintado en el patio de la residencia de aquella mujer. La esposa del jefe, también cantonesa, lo llamaba Minzai. Más adelante la mujer que él había seguido comenzó a llamarlo Minzi. Ellos no sabían nada sobre él, solo que sus tíos maternos se dedicaban a la venta de verduras en el mercado de Jinshanzhen próximo a la aldea Lijiahaizi, y que ambos hermanos eran gente amable y honesta, ellos eran clientes frecuentes de sus tíos. En cuanto a qué se dedicaba él y en dónde trabajaba, tampoco era algo que les interesara a sus tíos; solo que pasado el tiempo, cuando estos se enteraron de que estaba noviando con una chica de la aldea Lijiahaizi, su actitud hacia él comenzó a cambiar un poco, ahora ellos lo miraban con buenos ojos, y lo invitaban seguido a comer, hasta le enseñaban ciertas experiencias para que aprendiera a comportarse en sociedad. Que sus tíos y la gente de la aldea conocieran esta relación, le trajo a él no pocos beneficios, él se sentía muy a gusto con su nueva situación.

Minzi, Li Sha y sus padres vivían en la quinta planta de la nueva casa, las piezas de las cuatro plantas inferiores las alquilaban de tanto en tanto. Al llegar la estación lluviosa, la madre de Li Sha manifestó que el hundimiento de la casa ya era un tanto evidente, a simple vista se notaba que los pilotes del cimiento habían quedado totalmente enterrados. Esto era algo que la gente de afuera, o mejor dicho aquellos que no sabían que la casa de Li Sha se hundía, podían notar y comprender.

Para los aldeanos de Lijiahaizi, la nueva casa de Li Sha ya se había tornado en el tema de conversación preferido de las sobremesas. Unos comentaban que desde un principio le recomendaron a Li Qinglin no invertir semejante capital en esa construcción, pero él no les creyó y dejándose llevar por su mujer fue agregando a la fuerza más material y mano de obra. Ahora lo veía bien, por el exceso de peso se le hundió el cimiento. Otros en cambio habían sacado conclusiones diametralmente opuestas, según ellos, la verdadera causa del hundimiento de la casa era que la familia de Qinglin, al contrario, se había quedado corta con el material y mano de obra para el llenado del cimiento. Pero de qué servía comentar eso ahora. Si había algo en lo que todos coincidían era que la casa tarde o temprano se iba a demoler, por lo que daba igual si se hundía o no. Si no la demolían en tres años lo harían en cinco, si no lo hacían en ocho lo harían en diez. Más adelante, consideraron que la familia de Li Sha se estaba buscando problemas donde no los había. Ellos le preguntaron al padre de Li Sha: “Hermano Qinglin, dinos ¿dónde ves que la casa se hunde? No te hagas mala sangre, ¿eh?, nosotros tus vecinos no somos ciegos, sabemos bien lo que te decimos. Si de verdad se está hundiendo, ¡espérate a que pasen las lluvias, vas a ver como después se termina asentando!”.

El padre de Li Sha contestaba que él tampoco tenía la menor idea, era la madre de Li Sha la que insistía en que se hundía: “Se hunde dice, yo tampoco entiendo cómo lo nota”.

El tema de la casa estaba dado así, y sea como sea que se hundiera, de más estaba preocuparse por ello. Lo que de verdad preocupaba, era que la diabetes del padre de Li Sha se iba agravando día tras día. A pesar de ello, él seguía como siempre tomando a diario sus infaltables copas de alcohol, hasta que un día, de tanto beber, tuvieron que internarlo en el hospital, luego lo trasladaron a la sala de cuidados intensivos, y al poco tiempo murió.

El padre apenas había cumplido los cincuenta años de edad, en palabras del abuelo de Li Sha, su hijo había vivido cuarenta años a base de repollo salteado con ají, ahora que podía disfrutar en cada comida de unos buenos platos de carne y pescado, y había logrado la vida ideal de comer y gastar a sus anchas, se iba de este mundo. Para la madre de Li Sha, la muerte de su marido –si bien hacía tiempo dormían en cuartos separados– significó un duro golpe. El padre de Li Sha integraba el equipo de guardabosques de la aldea –a decir verdad, todos los hombres de Lijiahaizi lo integraban– y por mes ganaba poco menos de 3.000 yuanes, con solo subir a la montaña y dar unas vueltas de control durante diez o quince días, era suficiente para cumplir con la asistencia. Su única afición era el alcohol. Todos le advertían: “Si sigues tomando así, tarde o temprano vas a morir”. El padre de Li Sha se lo tomaba a gracia, y respondía: “Todos algún día vamos a morir, más tarde o más temprano, ¿no es acaso lo mismo?”.

El ataúd del padre de Li Sha se condujo hasta la calle Jinshanzhen, donde lo esperaban los asistentes de seguridad, los empleados de la Oficina Subdistrital y de la funeraria que venían a recoger los restos. Con seriedad intercambiaron unas palabras con los familiares: “¿Desean cremarlo solo o junto al ataúd?”. La madre de Li Sha contestó: “Que sea junto al ataúd. Si me lo deja, qué hago después con eso”. Los empleados murmuraron: “Les dijimos que no era necesario un ataúd, ¿por qué se empecinaron en comprarlo?”. Los tíos maternos de Li Sha siguieron al coche fúnebre hasta el sitio de cremación. Li Sha y su madre se quedaron en la casa para recibir a los parientes que venían a dar sus condolencias. Cuando les fueron entregadas las cenizas, las dejaron en la casa durante tres días, y luego llamaron a ocho hombres para que las llevaran al cementerio, al igual que cuando llevaron el cuerpo dentro del ataúd para ser cremado, esto también se trataba solo de una ceremonia. Luego de llevar las cenizas hasta la salida de la aldea se las entregaron a la madre de Li Sha y Minzi en el auto las llevó a ambas a enterrar las cenizas.

Al regresar, comenzó a llover copiosamente, la madre de Li Sha sugirió comer algo afuera. Minzi estacionó el auto en un aparcamiento frente a una fila de restaurantes. Eligieron una parrilla tenedor libre de extraño nombre: “Flores ayudantes de cocina”.

“¿No le molesta que los pacientes le vengan con este tipo de historias sin sentido?”, se interrumpió Minzi de golpe, para preguntar al doctor Cao Fei, luego observó al practicante que sentado en un rincón tomaba apuntes sin parar. “¿Qué anotas tú?”, preguntó.

Cao Fei insinuó a su practicante que no era necesario tomar notas. Luego alentó a su paciente a que prosiguiera.

Entramos a un tenedor libre llamado “Flores ayudantes de cocina”, y elegimos una mesa para sentarnos, Li Sha fue al baño. Su madre y yo elegimos unas verduras y frutas para acompañar la carne. Las gotitas de aceite chisporroteaban sobre el bistec, saltaban en todas las direcciones y desaparecían en la superficie de la negra asadera. De repente me sentí inquieto –una tarde lejana de primavera, en la sala del quinto piso de la nueva casa, los rayos del sol alumbrando su cuerpo, ella pelando un pomelo. Abría sus dedos blancos y finos, levantaba su cara blanca, y metía en su boca los gajos que iba cortando, sus labios, rojos y carnosos–. Qué serena se la veía, como una imagen de película capturada en un paisaje de primavera…

“Flores ayudantes de cocina”, cómo detesto ese nombre, y eso que era un tenedor libre bastante bueno, con calefacción, decorados lujosos y ventanas inmaculadas con vista al Lago del Dragón. Yo quería contarle a ella la leyenda del dragón del lago. Pero, sabía que, si bien yo conocía bastantes leyendas del lugar, ella sin duda sabría muchas más que yo y más interesantes. Del mismo modo que ella sabía mejor que yo cuáles eran los buenos restaurantes del pueblo y los platos destacados de cada uno de ellos.

“Mira el Lago del Dragón, justo allí en el sitio donde ahora hay andamios. En ese lugar, siempre que el cielo se cubre de nubes negras, y los truenos y relámpagos anuncian la tormenta, aparece un dragón que mete su cabeza en el lago para beber agua”.

Ella me miró extrañada, y bajó la cabeza para seguir cortando la carne.

El techo reflejaba cálidas luces amarillas, en un rincón había un árbol de navidad colmado de brillantes copos de nieve y bastones de caramelo de todos los colores. Por la ventana se veía gente pasar, los clientes entraban de tanto en tanto. Vi a dos chicas ingresar al restaurante, iban agarradas de la mano, con gestos bastante cariñosos, una vestía una chaqueta de lona amarilla gruesa y rígida, y llevaba unos anteojos de marco dorado que le cubrían media cara. Su compañera era una chica hermosa con aspecto de estudiante de secundaria. Las dos se besaban como si no hubiese nadie alrededor, o se tocaban sus zonas sensibles. Otra chica con un bebé en brazos hablaba a los gritos con un mozo. En lo profundo de mi subconsciente sentí un malestar que me hizo entrar en pánico. De golpe recordé aquellos años de penuria de mi adolescencia, cuando mi tío regresó una medianoche y me despertó. Yo me refregué los ojos hinchados por el sueño y le pregunté qué ocurría. Mi tío me dijo que me levantara y me vistiera. Yo estaba desconcertado, vestirme a medianoche ¿para qué? Pero no me atreví a preguntar, así que no me quedó otra cosa que obedecerle, ponerme las zapatillas y seguir a mi tío fuera de casa. Tiritando de frío y miedo, seguí a los tumbos a mi tío hasta llegar a un pequeño camino al lado de una apestosa zanja. Luego de cruzar la zanja, trepamos la pendiente de cemento de la autopista, nos hicimos camino entre los arbustos y pastos congelados, abrimos el alambrado hacía tiempo venido abajo, y nos metimos en la autopista…. Mi tío esquivando los autos que pasaban silbando a toda velocidad cruzó la autopista y desapareció detrás de la hilera interminable de coches. Nervioso le grité, ¡Tío!, ¡Tío! Del otro lado no hubo respuesta, solo el ruido de los coches que pasaban como ráfagas.

Al poco tiempo un carril se oscureció, en otro, las luces de los coches se veían bastante lejos, aprovechando aquel espacio abierto, atravesé corriendo la autopista…

Bajé la cabeza con los ojos ardiendo de dolor, mirando el bistec de mi bandeja le dije a ella que mañana me marcharía.

Ella detuvo el cuchillo y el tenedor, como si no hubiera entendido y esperase a que lo volviera a repetir.

En ese momento regresó Li Sha del baño.

Minzi miró los ojos de Li Sha. Su tío dijo una vez que esos ojos parecían de fantasma.

Ella se los maquillaba fuerte, y cuando miraba a la gente le gustaba levantar los párpados y fijar la vista con los ojos bien grandes y redondos; si uno se le acercaba hasta podía ver en ellos una marca de pena y remordimiento, algo había en esa mirada que hacía sentir mal a la gente, que hacía pensar que sería mejor tener a esa chica lo más lejos posible, cuanto más lejos mejor, o por lo menos no sentada al lado de uno. Pero Minzi ya se había acostumbrado, cuando hacían el amor, ella entrecerraba los ojos, o los abría de par en par, y él no les veía nada malo. Si los veía detenidamente, hasta le parecían bastante bellos. Por eso cuando su tío dijo que Li Sha tenía ojos de fantasma, él se enfureció como nunca, un día aprovechando que su tío había salido con su familia, les orinó la alfombra de la sala, y solo así logró aplacar su ira. Pero siempre que Minzi se enojaba también solía pensar con irritación: “¿Cómo puedo yo estar de novio con una chica con ojos de fantasma?”. Si sus pensamientos o las palabras de su tío llegaran a oídos de Li Sha o su familia, se buscarían un gran problema. Sin embargo, la vez que su tío dijo que Li Sha tenía ojos de fantasma, solo estaban presentes Minzi, su primo y el esposo de su prima, además su tío solo lo mencionó una vez. Cuando terminó de decirlo se dio cuenta de que no había sido apropiado, pero, impedido por su orgullo, no le pidió disculpas a su sobrino. El primo y el marido de la prima se quedaron helados, este último lo reprobó: “¡Aya! ¡Qué clase de disparates dices!”. El primo agregó: “Mejor cierra el pico, ¿qué cosas dices?”. Luego ambos desviaron la conversación a otro tema, el marido de la prima comentó la idea de comprarse una nueva casa, el primo, siguiéndole el hilo, comentó sobre la situación del mercado de viviendas.

Difícil saber si alguien difundió afuera las palabras de su tío. Como Minzi nunca escuchó a nadie hablar sobre el tema, dio por entendido que nadie más se enteró. Pero después del comentario de su tío sobre los ojos fantasmales de Li Sha, Minzi mentalmente se sintió muy mal. ¡Maldición! ¿Qué sentido tienen esa clase de críticas? Según Minzi, lo malo de la vida es que siempre hay personas espectadoras que se creen con derecho a opinar de lo que no les compete, incluso se creen con el nivel para estar dando lecciones a los demás, y piensan que sus opiniones son las más acertadas y deben ser tomadas como referencia. Pero no se pueden hacer comentarios vulgares como esos, ¿“Ojos de fantasma”? ¿Qué clase de crítica es esta? Esa es una denigración insana… ¡Bah, al diablo con todo esto!