Mientras Duren Las Palabras

Page 1

Universidad Nacional de La Plata | Facultad de Artes TALLER EN COMUNICACIÓN VISUAL 3C

http://www.tallercfilpe.com.ar/ tallercfilpe@gmail.com

El presente libro fue realizado a partir del enunciado del trabajo práctico N°5 “Diseño editorial” propuesto por los docentes a los alumnos del 3er año de la presente materia con fecha de Julio 2020

Alumno: Lamberto Daiana

Docentes: Guerrero Rafael, Malaspina Andrea

ANTOLOGÍA
MA RT A TOMENELLO

Amor en tiempos sin luna

Está oscureciendo, el día se acorta, va llegando el invierno; para él hay que prepararse. Andrés recorre los pasillos iluminados con luces Led. Casi nunca ve el cielo, siempre anda en lo subterráneo.

—Hola, Wilfred, ¿cómo estás hoy?

Wilfred es su amigo, trabaja en otro sector.

—Buenas, Andrés. Yo bien y ¿vos?

—Bien, bien, gracias. ¿Preparaste el nuevo panel?

—Sí, está listo. Cuando regrese la luz lo instalo.

—Está llegando el invierno, tan crudo, y no sé si tenemos suficiente energía acumulada.

—Sí, tenemos, amigo, no te preocupes.

—Iré a ver por mi zona si todo está bien. ¿Mejoraron tus dolores?

—Sí, sí. Nos vemos.

—Wilfred, amigo, si casi no nos hemos visto, nuestra comunicación es casi exclusivamente telefónica, no la perdamos. Podríamos ponernos de acuerdo para encontrarnos, en el metro o en los pasillos de la planta, y así vernos en persona, ¿te parece?

—Por supuesto, hasta luego.

El metro los lleva de casa al trabajo y viceversa, siempre su vida es subterránea, para protegerse. Salen poco al exterior ya que el calor es intenso en verano y el invierno muy frío. Muy de vez en cuando salen al aire libre, un poco de sol y aire siempre es bueno para estar más sano.

Andrés llega a su zona de trabajo.

—Hola, Mildred.

—¿Qué tal, Andrés?

—¿Ya sabés algo de tus padres?

—Están bien, ya volvieron de Colombia.

—Me alegro. Voy a ver la carga de los transformadores, ¿me acompañás? Nos espera un invierno intenso, es probable que esta vez llegue a -70°.

—Puff, consumimos tanta energía solar para mantenernos vivos, pero también de la nuestra para conseguirla, ¿verdad?

—No es fácil nada, no tenemos mucho descanso. Esta noche voy a descansar un poco y trataré de leer. Estoy con un libro muy interesante.

—Hay que trabajar holgazán, ja, ja, ja.

—¿Te parece que no lo hacemos? Te cuento que estoy leyendo un libro muy bueno, con información de una historia muy lejana, de cuando nuestros ancestros vivían más cerca de los polos. Mis antepasados eran de Argentina y ¿los tuyos?

—Es verdad, de muy lejos. Los míos eran de Canadá.

—¿Viste? Así es. Ahora la vida en esos lugares es inviable. En Canadá siempre es noche y en Argentina, siempre día.

—Qué buena suerte la nuestra de haber nacido cerca del ecuador.

—Sí, aunque cuentan que antes por aquí, en Venezuela, había hermosas playas, de arena blanca. Nosotros conocemos sólo esto, el agua cubriendo todo, casi hasta las zonas altas.

—Aun así, si deseas, un día de estos, antes de que comience el invierno, te invito a ver el mar. Llevo algo de comer. Debe ser durante nuestro breve día libre.

Caminan por los pasillos bajo tierra, esos que los protegen del clima intempestivo. Es de noche, ellos ya saben que es muy oscura, ya que alguna vez se asoma-

• 7
Marta Tomenello Marta Tomenello

ron por curiosidad, con muchas estrellas brillantes en el cielo negro. Su mundo es limitado, no pueden salir demasiado al exterior. Trabajan para mantener el sistema que los sostiene con vida, no duermen, casi no descansan, por lo que su vida es corta, sus cuerpos se deteriorarán pronto.

En medio de tanta hostilidad del planeta, entre estos seres humanos aún existen sentimientos fuertes de amistad y amor que los mantiene vivos.

Se consume mucha energía para mantener todo funcionando, sobre todo las luces permanentes. Se utiliza la energía solar, ya que en el hemisferio sur siempre es de día y el sol omnipresente por lo que se hace casi insoportable. Crearon unos enormes paneles solares.

Andrés y Mildred llegan a los grandes transformadores. Todo parece estar en orden, tocan algunos botones de ajuste. Antes, en los pasillos, se encuentran con compañeros de trabajo, como siempre apenas se saludan.

Mientras controlan, Andrés cuenta sobre el libro que está leyendo:

“Dicen que todo ocurrió lentamente, los hombres no lo reconocieron, salvo los astrónomos, hasta que los cambios ya fueron muy grandes. Según cuentan, antes existía un astro brillante en la oscuridad de la noche, al que los poetas le escribían y los enamorados se sentaban a contemplar. Era como un globo sostenido en nuestra atmósfera. Un día se fue alejando lentamente y el único satélite que tenía el planeta, bello para verlo desde aquí, cada vez se fue viendo más pequeño; hay muchas crónicas de ello. Hubo un desequilibrio y de pronto salió de la influencia de la Tierra y la llamada Luna desapareció del cielo”.

Mildred comentó que era una historia extraña y que

debía ser lindo vivir en el planeta en esos momentos.

—Claro que sí —respondió Andrés—. La Luna mantenía un equilibrio en el clima y en el mar, el cual tenía mareas, o sea subía y bajaba por su influencia; los hombres cultivaban el suelo guiados por sus fases. Cuando la Luna desapareció hubo una gran hecatombe y todo cambió. El eje de la Tierra se inclinó mucho más y se derritió el hielo de la Antártida. En ese momento muchos murieron, muchos…

—¡Qué suerte no haber estado allí!

—Las personas que sobrevivieron fueron emigrando hacia el ecuador, y por eso estamos aquí nosotros.

—Bueno, ya basta, que me vas a quitar años por la tristeza y quiero aprovechar la vida que tengo.

—Sí, tenés razón. Vení, dame la mano, vamos detrás de ese transformador. Ya que aún estamos bien vivos y porque me gustás mucho, lo sabés.

—Vivamos —dijo Mildred con una sonrisa pícara.

Andrés y Mildred se desearon y se amaron con toda la intensidad con que lo han hecho por siglos, desde los tiempos de la Luna, todos los amantes de la Tierra. La noche será corta y también su vida. El ser humano ha de tener una lucha terrible por sobrevivir, pero ellos sienten la alegría de estar aún vivos.

• 9
Marta Tomenello Marta Tomenello

¿Cafecito?

Se levantó temprano, se duchó, se maquilló. Tengo suerte este día. Voy presentar mi proyecto, pensó Lucrecia. Por fin le darían, en la empresa, la oportunidad de sobresalir, quizás de ascender. Tiene treinta y cinco años y mucho de trabajar en ese lugar, con ahínco y dedicación, pero siempre estuvo relegada por sus compañeros varones. Me tomo unos matecitos antes de salir y voy, se dijo.

Se perfumó y puso su traje verde claro, la camisa blanca. Estaba elegante, el peinado recogido le daba un aire distinguido, con los zapatos de tacón y su ataché; buscó su automóvil, y salió hacia el centro de la ciudad.

Todo era frenético, el tránsito muy intenso, los semáforos rojos, y pasaban los minutos No voy a llegar a tiempo, pensó.

El edificio vidriado la recibió apurada. A pesar de todo llegué, se dijo. Y Lucrecia corrió por los pasillos. Encontró el ascensor, como siempre, lleno. Estaba siendo una mañana complicada.

En la sala de reuniones ya estaban casi todos, la esperaban. Algunos conversaban, quizás demasiado. Comenzó la reunión.

Lucrecia se percató de que, con el apuro, se había olvidado de pasar por la toilette. “¡Ayyy, ayyyy! ¡Qué ganas de mear!, no sé si podré aguantar…”. Faltaba poco para la presentación. “No puedo retirarme ahora, justo cuando están por llamarme”.

Mientras que las conversaciones eran intensas, ella casi no podía pensar. Es terrible como el cuerpo nos domina, a veces. Aunque en su mente trataba de pensar

en la presentación, le venían imágenes de ríos que corren, cataratas que caen, canillas abiertas. “No…no. ¡Por favor!”.

Se levantó de su asiento y fue a la pequeña habitación contigua, donde preparan el café. En un rincón, con la mayor discreción, fue llenando algunos vasitos con el líquido ámbar y tibio. Los fue dejando sobre la pequeña mesada. Después del alivio, recordó que tampoco tenía papel, con ese destino perpetuo de las mujeres buscando, pidiendo un trozo de papel: ¿Tenés papel? ¿Hay papel? En este caso una servilleta puede servir.

Como una lady regresó a su asiento, cuando una amiga le hacía señas de que la habían anunciado. Ya había llegado el momento.

Lo hizo muy bien, con certeza, detallista, resolviendo algunos problemas futuros de la empresa. El suyo era un buen proyecto y ella lo sabía, pero en la sala había muchos cuchicheos y algunas burlas entre dientes.

Cuando ella concluyó, sin embargo, el presidente del Directorio le dijo: Muy interesante, lo tendremos en cuenta. La felicito.

Lucrecia buscó su ubicación en los asientos, mientras su amiga le hacía gestos con el pulgar hacia arriba, y todos la miraban. Dejó sus cosas a un costado y regresó a la salita del café. Qué rico, un café para distenderse, pensaba, mientras preparaba algunos un poco mezcladitos.

Llevó a la sala de reuniones una bandeja con varios vasitos.

¿Muchachos, un cafecito…?

• 11
Marta Tomenello Marta Tomenello

El misterio de adiós que trae el tren

A ver, Marita… ¡Abrí los párpados! Sabés que estás despierta, dale, de a poco, un hilito de luz apenas, vas a tener que comenzar el día. ¿Ves qué lindo el sol que entra por la ventana? Uhhh, anoche me olvidé de cerrar las persianas, no recuerdo cuándo me dormí. Ayyy, ayyy, Marita, creo que ayer no tuviste un buen día, pero hoy será fantástico. Pongo un pie a la vez en el piso frío. ¡Me gusta tanto andar descalza!, además es más fácil para caminar entre tantos bollos de papel arrugado. ¿Qué era todo eso?, ahhhh, sí, intenté escribir algo ayer y el día anterior y no me inspiré para nada. También está ese estúpido telegrama de mierda hecho un bollito.

Hasta la compu dejaste abierta, estabas recansada anoche, creo que también tomaste demasiado, pero hoy será un gran día. Si mirás a través de la ventana, verás las margaritas florecidas, todo será realmente bueno el día de hoy.

¡Vamos, Mari ¡! Mirá por la ventana, ya! Ni pienses en ese gordo desagradable, el editor de MG, con el que te tuviste que revolcar ayer ni pienses, Mari. No te quedó otra, nena, lo sabés. Tuviste que tomar mucho cuando volviste, sí, para olvidarlo, mucho, mucho e igualmente, ¡qué ganas de vomitar, qué asco! Mejor será que vayas al baño y vomites y te lo saques de encima de una vez. Era pesado el gordo y transpiraba como cochino, pero no tuviste otra. Mejor que vomites ya, y te quites el llanto de hace meses, que te quedó atravesado en la garganta, cuando Julio te dejó, como una pelotuda, que no le servía ya para nada, cuando lo peor era que él tenía todos los contactos, los grupos, las relaciones, y ahora tenés

que acostarte con cualquier gordo basura, para que te publique algo, y para colmo no te sale nada, nada bueno, al menos. Y encima, ese telegrama…, ni pienses ni te acuerdes. Tenés que ir al baño y vomitar, bien, bien lindo, porque hoy va a ser un gran día, lo presentís, Mari. Ayer cuando tenías al gordo encima pensabas en mami y en Margarita, en cuando éramos chicas y salíamos a jugar al patio, debajo de las glicinas, y éramos tan felices y nos reíamos tanto.

Ayyy, Marita, qué manera de vomitar, ja, ja, ja, ya está; pero qué cara tenés, nena, horrible, son feas estas ojeras, muy feas. A lavarte la cara, Mari, refrescate un poco, que se te va a hacer tarde y tenés que salir rápido.

Ahí están las margaritas, como mi hermanita, frescas, blandas, puras, seguramente me darán suerte hoy, todo va a salir bien, comienza un tiempo mejor. Este maquillaje te va a mejorar la cara. Nadie debe notar que ayer tuviste un mal día, ja, ja, ja, nadie; maquillate bien fuerte, ponete mucho corrector de ojeras, esta sombra celeste te agranda los ojos, el iluminador iluminará, ja, ja, como en la canción, el labial rosa Dior te va a dar calidez y juventud, a ver, Mari…

Tenés que lustrar los zapatos, sacarles un poco la tierra, que se juntó de tanto caminar, de andar pateando cuadras para ahorrarte un peso. No entiendo por qué cuando lustro los zapatos me viene mamá a la cabeza, debe ser porque ella siempre me los lustraba para ir a la escuela. ¿Cómo estás, viejita? Seguramente así nomás, bien viejita ¿no? Todavía están bastante pasables estos zapatos, para ir a trabajar, tenés que ir a ese trabajo, lo necesitás, dale. Aunque ese telegrama…

Querés escribir, cuando vuelvas, más tarde, seguís, al fin de cuentas la creatividad no viene sola y vos la

• 13
Marta Tomenello Marta Tomenello

estás buscando desesperadamente, pero tenés siempre la sensación de estar dando un salto al vacío todo el tiempo.

¿Y julio? Julito te ayudaba, además te gustaba, mucho te gustaba, pero eras una carga para él, vivíamos una cotidiana pesadilla, tuvo razón, es mejor soltar y fluir, como te decía.

Busquemos mejor las llaves, Mari, qué sé yo dónde las dejaste anoche, tenés que salir de acá rápido porque se te va a hacer tarde, y vas a ver lo maravilloso que va a ser hoy. Acá están las putas llaves, abajo de todo este papelerío, después tenés que ordenar un poco todo esto.

Creo que tenés un puchito en la cartera, fumatelo en el pasillo, el último pucho, para no andar fumando por la calle, te da tiempo de mirar un rato más las margaritas de la vecina, que son tan bonitas y te van a dar tanta suerte.

Acomodate la blusa un poco, porque seguro que te vas a cruzar con alguna chusma del barrio, y que no ande diciendo que estás hecha un desastre, justamente hoy que es tu gran día.

Son siete cuadras, las de siempre, las que siempre hacés casi corriendo, para llegar a la estación, no es mucho, uff, ahí viene Silvia vas a tener que saludarla si no qué va a pensar.

—Hola, Sil.

—Hola, Marita, parecés apurada, se te hizo tarde hoy.

—Sí, sí, apuradísima, es el horario del tren.

—Por suerte hay sol, no como anteayer que llovía tanto, y vos corrías debajo de la lluvia.

—Cierto, ahí es cuando las cuadras parecen más largas. Chau, Silvia.

—Hasta luego, Marita.

Hasta luego, hasta luego, que te importa luego, ni las cuadras. Sólo el sol y las margaritas, y hablando de

flores podés pasar por la florería, ahí está de paso, para que te guarde unas margaritas, así las ponés en la mesa y son más tuyas.

-Buenas, doña Paulina, ¿cómo está?¿Tiene margaritas?

—Hola, señora, tengo de esas amarillas, parecen doradas, ¿ve?

—Pero esas no son margaritas, esas son “culo de vieja” y no me van a dar suerte. Adiós.

Te falta una cuadra, apurate ya es la hora.

Justo a tiempo, ya viene el tren, tocando furibundo su bocina, anunciando que viene, pero a mí siempre me parece un canto de adiós, y esto que voy a hacer cómo será, como un abrazo fuerte que te daba Julito o como el peso del gordo encima tuyo, será doloroso como ese aborto que te hiciste a los dieciocho o será quedarse dormida como cuando te tomás todo el vodka.

A ver, Marita, es un solo paso delante del tren…

• 15 Marta Tomenello Marta Tomenello
SARA ISA B E L L A BONFANTE

Diario de cuarentena veinticuatro horas el tema. Nos ganó la realidad. Pensábamos que estando en casa, juntos, muy juntos sería más fácil. El primero en caer fue Jorge, y no solo por el encierro. El negocio se transformó en una fuente de desdicha. Tuvimos que pagar el alquiler con los ahorros. Jorge mira cómo se junta el polvo sobre la mercadería. Los chinos son los depositarios de nuestra bronca.

Día uno

Estoy feliz por quedarme en casa. Me da un tremendo optimismo saber que este bichito, si estamos adentro, muy adentro, no va a atacarnos. Y para hoy hice una lista de todo, todo lo que nunca pudimos hacer. A saber:

1-Arreglar los placares. Esto me toca a mí.

2-Desocupar el cuartito del fondo. Esto lo hará Jorge, mi esposo.

3-Catalogar los libros de la biblioteca. Esto lo hará Juana, nuestra hija de diecisiete años.

4- Pintaremos la fachada del P.H. En familia.

5-Hice una lista de platos que siempre quisimos comer. Me encanta la cocina, por supuesto que esto es para mí.

6-Pintar los zócalos de toda la casa. Ninguno quiso. Lo sortearemos.

7-Limpiar las canaletas del techo. Veremos si Jorge se anima. (Habrá que conversarlo. Él sufre de vértigo).

8-Pintar las macetas y hacer un patio tipo andaluz. Las ferreterías estarán abiertas, por suerte.

Y me pareció que ya era suficiente, la idea era pasarla bien. Tampoco matarse.

Día 40

Lo que en un principio eran catorce días se fueron alargando. En las primeras jornadas, estábamos exultantes. Una experiencia única que estuviéramos todos juntos en casa. Hicimos más de lo que yo había propuesto. Pasaban los días y queríamos estar arriba todo el tiempo, pero las noticias empezaron a bajar nuestras expectativas. Terminamos sucumbiendo, nos habíamos prometido no ver ningún canal que transmitiera las

Día…

Sin novedades en el frente. Como decía mamá.

Día…

Día…

La realidad nos pasó por encima, sin embargo, yo traté de levantarles el ánimo. Hice unos videos que estaban buenísimos, y los subí a la cuenta de Instagram. Empecé a tener seguidores que esperaban ansiosos mis chistes y morisquetas. Hasta me llamaron de un canal para hacerme una entrevista. Esto a Jorge lo ayudó. Y se puso a vender por Internet, nos vino un subidón que por un tiempo estuvo bien.

Día…

Tampoco sé que día es hoy o ¿es ayer? No sé cuántos días llevamos. De todos modos, estamos esperanzados. La naturaleza se está reseteando. Vimos animales salvajes caminando por grandes ciudades. Se limpiaron los canales de Venecia. Se escuchan las resonancias. El cielo está magnifico para este otoño que parece primavera.

Día…

Mientras esperamos habituarnos a la nueva realidad: Sonrío. Bailo. Leo. Como. Leo. Duermo. Sonrío. Bailo. Leo. Como. Leo. Duermo. PIENSO LUEGO EXISTO.

• 19
Sara Isabella Bonfante Sara Isabella Bonfante

Ayer, hoy y mañana

Todo comenzó cuando con solo mirar hacia adentro nos dimos cuenta de que teníamos un espacio desconocido, poco habitual, a pesar de que hacía años que vivíamos allí. Era el primer día, no supimos qué hacer con esas horas. Y nos dimos cuenta de que habíamos hecho de la belleza un culto viral, teníamos mucho ruido.

El mundo aullaba, las calles ululaban con sus motores y gente y micros y bocinas. Una, dos y tres horas en el regreso a casa ya que todos los semáforos estaban siempre en rojo. La caída de la noche nos encontraba en el frenético andar de las autopistas. Y las luces pasaban, las bajadas de las autovías eran un atolladero, y al menor descuido de un automovilista otro vociferaba su bronca, su hastío. La calle era un catálogo de sensaciones hostiles. Nunca consideramos que la realidad era tan conflictiva como nosotros.

Ahora estamos cuidándonos de nosotros y de los otros porque un estornudo hizo temblar al mundo. Una corona amenaza nuestro lento discurrir de días monótonos… Y con asombro nos dimos cuenta de que la quietud nos dio oídos para escuchar los latidos y ojos para contemplar la simpleza de la ciudad. Esperanzados en la rendición de la amenaza nos basta salir para batir las manos en un aplauso que agradece y nos acerca. Por eso hoy a la nueve de la noche, y mañana. Hasta que el mundo se ponga de pie Isabella.

Sara Isabella Bonfante

A N D REA VIVECA

El árbol de fuego

En la estancia de los Hernández pasaban cosas raras. Sin embargo, Ana no era supersticiosa y no se dejaba llevar por las historias que se contaban en la zona.

El campo en el que vivían desde hacía varios meses, estaba ubicado en Junín de los Andes. En ese paraíso donde la naturaleza se entregaba por completo era sencillo distenderse. Más allá de las inclemencias del clima, allí se estaba en paz, en armonía con lo que la vida ofrecía a cada instante.

Santiago se acercó con un mate en la mano y se lo ofreció a su esposa. Ana lo invitó a sentarse en esa galería que le resultaba encantadora para hacer un paréntesis en las tareas cotidianas. A ella le gustaba saborear esos momentos que compartía con su flamante marido y, si bien estaba muchas horas sola, se estaba acostumbrando al silencio cargado de sonidos en los que nunca antes había reparado.

Cuando Santiago se alejó para continuar con las tareas de cuidado y protección de los animales silvestres de la zona, a las que estaba destinado, Ana se dirigió al interior de la vivienda. Junto al fuego se dispuso a escribir, lo suyo era contar historias. Un silbido le llegó de lejos y de pronto se sintió observada. No le dio importancia y se propuso escribir al menos un nuevo capítulo de la historia que había empezado hacía unos meses.

Se acomodó en la silla y comenzó a dibujar la escena con sus palabras. Se detuvo en la descripción del espacio sobre el que sus protagonistas caminarían sus días.

Unos ojos inquietos la miraban desde algún lugar. Le habían contado en el pueblo que en esa casa, hace

muchos años, había muerto una niña y que los antiguos moradores no pudieron tolerar su presencia. A ella esas cosas le parecían puro cuento, que se trasladaba de boca en boca y que no tenía ningún fundamento.

María y José eran los caseros de la estancia. Estaban ahí para ayudarlos en las tareas cotidianas. Como gente de campo que eran ellos sí creían en las muchas cosas que se decían, pero, sobre todo, en aquello que habían podido experimentar.

Esa tarde, María entró en la sala con un té para la señora y, una vez más, la vio acuclillada detrás de la chimenea. Siempre era igual. La niña se escondía detrás de ese fuego que se la había llevado. De todas maneras, ella ya no le temía. Se había acostumbrado a verla ir y venir por las escaleras, de arriba abajo y de abajo arriba, una y otra vez, como si en la eternidad en la que se encontraba, se obligara a repetir el intento de salvarse. Después siempre terminaba igual, anudada, junto al fuego que la había convertido en una roca oscura que sus padres no se atrevieron a tocar.

Tal vez, si alguien se atreviera a moverla, ella podría descansar en paz, pero era evidente que nadie se animaba a tocar lo que el tiempo había petrificado, junto con el dolor y los recuerdos.

Por la ventana, una brisa suave se precipitó de pronto sobre las hojas que Ana tenía desparramadas sobre la mesa. No había viento afuera y, sin embargo, ese soplo había atravesado las cortinas y se había convertido en un remolino que se llevó los papeles.

Ana comenzó a sentirse incómoda, había algo en el ambiente que le impedía continuar con la historia que escribía. Sus personajes se resistían a contar lo que ella ponía en sus bocas y en sus gestos. Los ojos que la miraban desde la estufa a leños no podían ser reales. Sin

• 23 Andrea Viveca Andrea Viveca

dudas estaba cansada. Mejor seguía mañana.

Se levantó de la silla con intención de ir al piso de arriba para darse un baño reparador. Mientras subía las escaleras le pareció que algo se enredaba en sus pies. María se dio cuenta y decidió acompañarla.

La niña estaba inquieta ese día. Algo quería decir o pedir, pero ¿cómo le explicaba eso a la señora Ana?

La noche llegó pronto para Santiago que se había retrasado en sus tareas. Además, no sabía si el clima le iba a permitir regresar del pueblo, donde se había trasladado esa tarde para comprar unos medicamentos.

La joven cenó temprano y decidió ir a descansar para desprenderse de esas sensaciones que la estaban agobiando desde el mediodía.

Afuera había comenzado a nevar. Un frío inusual atravesó su cuerpo a las tres de la mañana.

Se removió en su cama y recordó que Santiago no vendría esa noche. Por primera vez tuvo miedo. Encendió la luz, como si de esa manera pudiera espantar a los fantasmas. Tal vez tanto cuento la estaba predisponiendo a tomar por ciertos los chismes que llevaban años viajando entre las lenguas supersticiosas. Intentó recuperar el sueño. En la oscuridad una figura blanca flotaba en el aire de su habitación y la observaba con ojos vacíos. Se sentó, presa de un pánico que no le era propio. Las manos le transpiraban y sus músculos temblaban ante la presencia de esa extraña figura que se recortaba en el fondo negro de la noche. No podía ser verdad. ¿Estaría soñando? Volvió a encender la luz de su velador. Salió de la cama y decidió ir a la planta baja por un vaso de agua. El temporal que se había desatado afuera provocó un corte de luz. Con la poca batería que le quedaba en el celular, trató de iluminar los escalones que la conducirían a la cocina.

Cada paso que daba iba acompañado de otros pasos, más pequeños, cansados de transitar una historia incompleta. Un pie pequeño enredó a otro y éste perdió el equilibrio, arrastrando a Ana por la larga escalera de madera. El golpe fue fuerte y terminó en desmayo. Sobre su cuerpo, una niña reía y se desplazaba divertida hacia la chimenea que la contenía.

Cuando abrió los ojos ya estaba en su cama. Santiago no podía entender la historia que le contaba. Creía que su mujer se había dejado llevar por los relatos de aquella gente que se perdía en leyendas.

Tres días después, Ana descubrió entre los leños algo extraño que las llamas no lograban atrapar. Se quedó mirando esa danza circular entre el objeto y el fuego, fusionados en una simbiosis que los atraía, unidos por el tiempo. Entonces, en medio de las lenguas que abrazaban la oscuridad de aquella especie de roca basáltica, la pudo ver. Unos ojos vacíos crepitaban en chispas que, enfurecidas, se perdían en el aire. Allí estaba, una niña blanquísima convertida en carbón. Un espíritu errante que buscaba el consuelo y la paz.

Empujada por las circunstancias, se tomó tiempo para apagar el fuego. Las llamas se deshicieron en un lamento, y cuando solo quedaron cenizas, ella tomó entre sus manos los vestigios de otro fuego.

Envolvió la piedra en una manta blanca, la llevó al jardín y la enterró debajo de un ciruelo. Unos ojos vacíos tomaron vida. La niña descansaba en paz y ella tendría una historia que contar.

Cuentan en el pueblo que, junto al ciruelo, brotó con el tiempo un extraño árbol de hermosas flores rojas. Cada una de ellas había absorbido la furia del fuego atrapado para siempre en el alma de aquella niña errante.

• 25 Andrea Viveca Andrea Viveca
H ARO MUIÑO
C
CE C I L I A ANGLADA
MARC E L A CHIQUILITO
A L E JANDRA CORIA
PATRICIA

Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.