Cuscopolita edición 16

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Eran cerca de las diez de la mañana de un día nublado, caminábamos por la calle Tambo de Montero y observamos a una señora que vendía frutas en una esquina. Estábamos buscando la casa donde se rendía culto al Niño Compadrito. La señora nos dijo que mucha gente venía a preguntar lo mismo y que ésta se encontraba hacia la mitad de la calle y presurosos fuimos hacia allá. Nos recibió un señor muy viejo, de tez clara y cabellos blancos como la nieve. ¿A quién buscan? – nos preguntó- “Al Niño Compadrito” – contestamos al unísono. Subimos por unas escaleras en cuyo final nos esperaba una señora que sonriendo nos ofreció velas de diferentes colores que estaban asociadas con las peticiones que haríamos. Ingresamos a un salón amplio en cuyo fondo estaba un pequeño altar en donde reposaba una figura humana de aproximadamente 50 centímetros de altura. Cuando preguntamos a los concurrentes, nos dijeron que era el cráneo y esqueleto auténticos de un niño. Solo pudimos apreciar el rostro cadavérico, pues el resto del cuerpo estaba cubierto con una túnica blanca similar a la que se usa para cubrir

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a los santos e imágenes católicos. La imagen Lleva una peluca natural larga, la órbita de los ojos se han rellenado con cuentas de vidrio, así como pestañas postizas y dentadura. Sobre la cabeza porta una corona, símbolo de su divinidad. El Niño está dentro de su urna de vidrio. Delante de esta, se hallan varias ofrendas como flores, velas, juguetes, así como medallas, fotos tarjetas de visitas y placas de sus devotos en las que le agradecen por los diversos favores concedidos. El culto al Niño compadrito es similar al de otros muchos santos “oficiales” dentro de la iglesia católica y especialmente al del Niño


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