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El carrusel mellado. Antonio José Cuevas Rueda

La memoria juega con el pasado. Hay recuerdos de mi infancia tan claros como una película recién vista. Probablemente se trate de falsos recuerdos. Hay lagunas de años que pasaron como en la bruma de una borrachera de tiempo. Años que solo reflejan siluetas indefinidas. Hay picos de vivencias muy marcadas. Hay recuerdos que se basan en relatos ajenos a los que uno dota de imágenes que cobran vida. Y hay carruseles en los que parecen faltar algunas diapositivas entre otras que dan pistas sobre lo que debían de contener las ausentes.

Precisamente de uno de estos carruseles es del que quería hablar. Quiero escarbar en mis neuronas frente a ustedes, frente a vosotros, si me permitís el trato. Porque hablando de mí, hablaré también de mi pueblo, de vuestro pueblo, de nuestro pueblo. De Lora.

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No voy a intentar siquiera documentarme buceando en profundidad (que es la mejor manera de bucear, según dicen) en alguna hemeroteca local que hable sobre el tema del que trataré. Primero, porque quiero que se trate de un relato, como he dicho, personal. Segundo, porque vivo a quinientos kilómetros de Lora y se me antoja una labor cuanto menos complicada. Tan solo he recurrido a un llamamiento a un reducido grupo de Whatsapp de loreños más o menos exiliados, más o menos de mi edad, por si podían guardar en sus bolsillos algunas de esas diapositivas extraviadas. De la primera diapositiva que ha aparecido en este llamamiento, yo guardaba una copia. Y es que también recuerdo acudir con nerviosismo a la biblioteca para ver, antes de que pudiera llegar al cine Goya (al que nunca llegaban los grandes estrenos hasta pasado algún año desde su gran estreno en Sevilla) la obra de la que todo el mundo hablaba aquel diciembre del 82: ET, el extraterrestre. Sí, voy a hablaros de cine, una pasión que ha orientado mi vida. Y voy a hablaros de la Biblioteca de Lora, un lugar sin el que yo no sería ni la mitad de lo que soy, signifique eso lo que signifique.

Destapado el misterio, voy directamente al grano.

Pues eso, tendría yo 13 años cuando en la biblioteca se anunciaba el estreno, en vídeo pero simultáneo al de los grandes cines de las grandes capitales, de la peli que niños y mayores de todo el mundo querían ver. ET, el extraterrestre se había convertido en un fenómeno sin necesidad de grandes estrellas, de canciones pegadizas ni de redes sociales.

"(...)voy a hablaros de la Biblioteca de Lora, un lugar sin el que yo no sería ni la mitad de lo que soy

Cuando llegué, en el salón de actos casi no cabía nadie más. Cualquiera habría pensado que se iba a emitir en directo un Madrid-Barça, o un BetisSevilla o un Sevilla-Betis. Pero no, una película supuestamente para niños había conseguido movilizar al pueblo. Tras la emoción, vino la decepción. Al menos en parte. Aquello que se proyectó no era otra cosa que una copia pirata de la película cuando todavía no existían las copias piratas. Una copia que alguien había grabado desde la cabina de proyección de algún cine y en el que el sonido del proyector dominaba sobre los diálogos. Aun así, pronto lo emocionante del argumento me hizo olvidarme (un poco) de la pésima calidad. Tal es el poder de las buenas historias. ¿Quién se encargó de traer la película? ¿Quién organizó la proyección? No me pidáis que recuerde tanto, que solo tenía trece o catorce años, esa edad a la que empiezas a dejar de ser niño para convertirte en impertinente. Pero sí os puedo contar que por aquellas fechas, no sé si antes o después de ET, yo entré a formar parte de algo que mi memoria llama Club de Vídeo. Tal vez se llamaba así, tal vez Club de Vídeo Axati, o tal vez no tenía nombre. aquello. Con una frecuencia que puede que fuera semanal o puede que dependiera de disponer de un título que mereciera la pena, se proyectaba en el salón de actos de la biblioteca una película. Yo estaba metido en aquello, un poco ayudando a organizarlo y un mucho flipándolo. Gracias a mi grupo de apoyo de WhatsApp y a mi propia memoria fragmentada, he recordado que descubrí títulos como La vida de Brian, en el que las carcajadas seguro que se oían hasta en las Torretas, como El Muro de Pink Floyd, con el que no parpadeé durante la hora y media larga de duración y descubrí otra forma de hacer cine, como Dos hombres y un destino, en que Paul Newman y Robert Redford cautivaban a todos los sexos por igual en una historia de amistad inolvidable, como El jinete eléctrico, película menor pero en la que Robert Redford de nuevo nos cautivaba como solo él sabía, sabe, hacerlo. Seguro que a muchos de los que leéis esto os vienen a la cabeza otras películas que visteis por primera vez o volvisteis a disfrutar en el salón de actos de la Biblioteca (con mayúsculas, sí), lugar de encuentro imprescindible de nuestra localidad, lugar para cuidar, mimar y proteger.

¿Y qué era aquello del Club de Vídeo? ¿Qué hacíamos?

Eran los ochenta. Los que seáis de mi edad, mayores o solo un poco menores tal vez os acordéis de Divertirnos. Sí, divertirnos. Tenía trece o catorce años, ¿lo he dicho? Yo solo quería pasarlo bien. Y lo pasaba bien. Muy bien, si me apuráis.

La proyección de películas, no obstante, no era la única función de aquel club que tantos días llenó mi vida de adolescente. También preparábamos piezas para completar la sesión, como una especie de No-Do local. Se trataba de piezas informativas o de entretenimiento que preparábamos y montábamos como auténticos profesionales, lo que da cuenta de que Lora siempre ha arropado a los medios de comunicación.

Así, como expliqué hace poco en mi muro de Facebook, cuando allá por 1984 el Ayuntamiento tuvo la intención de ceder gratis unos terrenos a una empresa que pensaba montar en nuestro término municipal una fábrica de coches Biscuter, salimos a la calle cámara y micrófono en ristre. Le dimos voz al pueblo para que opinara. Montamos el reportaje y el mismo pueblo lo pudo ver varias veces antes de las películas de turno.

También recuerdo con mucho cariño haber montado un videoclip con la canción Once upon a time in the West de Dire Straits, para lo que tomamos trozos de películas del oeste, sobre todo de las dos que he citado.

Muchos otros detalles se pierden en la línea del tiempo, dejando mellas en el carrusel. Esas mellas son parte de la misma vida, imágenes latentes que pueden permanecer ocultas para siempre o pueden ser rescatadas de manera inesperada por un olor, un destello, una mirada, un comentario…

Lo que nunca perderé será la sensación de plenitud de aquellos días y mi agradecimiento más que eterno a la Biblioteca Municipal.