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¿Qué escribir?

Carmen Macedo Odilón

Sobrevivir a la primera sesión de un taller literario debería ser motivo suficiente para ganarse una estrellita en la frente. El texto en cuestión, ya expuesto, tachoneado, con dobleces y arrugas debido al nerviosismo de leerlo en voz alta, vuelve a casa. En ese momento, el espíritu del autor novato se encuentra indeciso entre dos estadios: orgulloso por haberse atrevido, o con incertidumbre por la siguiente reunión.

Quien decide emprender el camino de la escritura sabe que no hay vuelta atrás: el primer texto es la carta de presentación; los demás son los testigos del proceso evolutivo y muestra del aprendizaje. ¿Qué sucede, entonces, para la próxima sesión?

Cada taller ha recibido a escritores noveles que han centrado toda su atención en un solo texto, ese que creen que los catapultará al ambiente literario: la novela que romperá el paradigma narrativo; el poema que el mundo estaba esperando. Así, y «echándole ganas», llegarán las becas, y luego, solo por desearlo o porque así lo dicta el destino, los premios. Sin embargo, es preciso volver a partir de cero y pensar en un nuevo escrito.

Un autor nuevo, ambicioso por un lado e idealista por el otro, que quiere comerse al mundo es capaz de creer que, para «no contaminar» su visión única y diferente, de ideas revolucionarias, puede prescindir de cultivarse: tener referencias previas, modelos, conocer las necesidades del mercado o buscar un nicho al cual pertenecer. En ocasiones, el ego puede llevarnos a pensar que para escribir solo basta con sentarse frente a la computadora, celular o cuaderno; lo demás es obra de las musas. ¡Al diablo con las lecturas de ancestros y contemporáneos, con la teoría y el análisis estructural de un relato, con las reseñas y recomendaciones de lo que ya se está produciendo! ¡Que nadie toque este escrito que aún no se ha mancillado con la influencia de lo que sucede afuera! Y entonces nace un texto: virgen, sí, pero plano y vacío.

Que haya o no genios, cuyas primeras creaciones valgan lo que a otros les ha tomado años conseguir, no es objeto de debate en este instante, así como tampoco la existencia de los «garbanzos de a libra», de quienes en algún momento nos preguntamos: «qué habrá sido de…» La literatura, como cualquier otra manifestación artística, traza su camino mediante el ensayo y el error. El autor en ciernes se transforma ante cada obra creativa, puesto que su crecimiento se mide con base en su último trabajo. Entonces, ¿es necesario abandonar el primer escrito al que se le ha dedicado sangre, sudor y lágrimas para enfocarse en un nuevo texto? Sí/No/Es complicado.

Quien decide emprender el camino de la escritura sabe que no hay vuelta atrás: el primer texto es la carta de presentación; los demás son los testigos del proceso evolutivo y muestra del aprendizaje.

Toda obra en construcción necesita un tiempo de descanso. Una vez que se recibieron las impresiones, críticas y sugerencias, hay que hacer un balance entre lo que funciona y lo que no, implementar los cambios pertinentes, releer la nueva versión y pasar página. La pausa ayuda a recobrar la objetividad, a no dejarse llevar por ese delicioso ímpetu de ver el texto publicado, ataviado con sus nuevos accesorios, listo para compartirse entre propios y extraños. Dejar que la obra repose hará que la próxima vez que se consulte se vea con una mirada distinta: ya no la del creador sino la del lector, y será en ese momento en el que las inconsistencias, si es que aún las hay, serán visibles para un último arreglo, o bien, que pueda decirse: ya quedó.

Mientras tanto, ¿sobre qué más puede escribirse: algo totalmente opuesto para no parecer autor de una sola idea?, ¿de un asunto similar, como parte de una línea temática (por aquello de la coherencia)?, ¿de un tópico que esté de moda para asegurar su aceptación en una convocatoria o taller? Otra vez: Sí/No/Es complicado. Si bien, existen temas que en el imaginario común se han considerado universales y que responden a dicotomías ubicadas dentro del espectro de la condición humana, como el amor odio, vida muerte, cielo infierno, paz guerra, lo cierto es que la combinación de un «gran tema», por ejemplo, la muerte, con un «tema específico» como la migración, puede arrojar propuestas tan interesantes como: niños a los que el «pollero» deja a su suerte, pero no en el río Bravo, sino rumbo al sol, como en el cuento especulativo «Nada qué declarar», de Anabel Enríquez.

Un autor no debe temer a escribir por el prejuicio de que los tópicos ya están explotados hasta el cansancio, puesto que parte de lo que diferencia una obra de otra es la construcción: del conflicto, los personajes, la época, el lugar, el tiempo de la narración, quién cuenta la historia, el momento climático y el desenlace (si se trata de prosa), mientras que en la poesía puede hablarse del tema, voz lírica, el ritmo, métrica, construcción de imágenes, disposición de versos y demás. Es imposible que dos textos sean iguales, incluso si se parte de una misma consigna, porque la mirada del autor se centra en lo que le resulta valioso: alguien ahondará en las descripciones del ambiente; otro, en la psique de los personajes; uno, en lo que se dice; otro, en lo que se calla; el movimiento afuera vs. el desplazamiento en el espacio de la memoria.

Un autor no debe temer a escribir por el prejuicio de que los tópicos ya están explotados hasta el cansancio, puesto que parte de lo que diferencia una obra de otra es la construcción

Pero este tipo de conocimientos y estrategias narrativas se logran gracias a la experiencia de las lecturas previas y la práctica constante. Escribir sin leer es tan absurdo como pretender correr sin saber caminar. Hay que deshacerse de la idea de «contaminarse», de perder originalidad, pues esta se desarrolla como una propuesta o desafío a un modelo previo: Si A escribe de forma lineal, yo jugaré con el tiempo en un vaivén de presente a pasado; si B tiene un giro inesperado cerca del final, yo llevaré al personaje a tener una epifanía previa que lo hará cuestionarse sus acciones; si C narra desde los hielos perpetuos, mi escrito partirá bajo tierra, donde yacen los cuerpos de aquellos sepultados por un terremoto; a D le gustan las frases largas, donde parece que la realidad depende de quien mira, en la que los personajes pausan el tiempo para asegurarse de que están vivos, o vuelven a la infancia, a cierta reunión familiar; yo preferiré las líneas breves de una niñez a escondidas.

Toda obra en construcción necesita un tiempo de descanso. Una vez que se recibieron las impresiones, críticas y sugerencias, hay que hacer un balance entre lo que funciona y lo que no…

¿Y qué se escribe en el segundo, el tercero y en los siguientes textos? Lo que quiera contarse: la inspiración llega de las lecturas, de lo cotidiano, la música, lo que sucede en las redes sociales, del verso inesperado, o del «yo lo habría hecho así» que surge cuando ves una película o serie; incluso emerge de las notas periodísticas o de un chisme. Ideas que de a poco se acomodan en la mente, a la espera de ser alimentadas. La inspiración implica compartir una emoción sin que el resultado termine en plagio porque, de nuevo, todo depende del cristal con el que se mira: cada persona tiene sus propias motivaciones y, sin darse cuenta, emprenderá un siguiente proyecto para llevar al taller literario o comprartirlo con sus allegados en busca de opiniones.

De la misma forma, durante este proceso aparecerán nuevos elementos que también serán útiles para trabajar el texto que se dejó descansar. Incluso, es probable que alguno pase a ser parte del otro, que se fusionen o se destruyan: es normal.

El proceso creativo es así: ni todo es bueno ni todo es malo, solo que de a poco es más fácil entender que a veces un texto, al que se le ha invertido mucho tiempo y esfuerzo, no está funcionando: no conmueve al lector, no sorprende ni causa risa, o enfada… Casi daba igual escribirlo o no. Este es un momento crucial porque indica una cosa: que el ojo crítico de quien escribe está despertando, y que si es lo suficientemente maduro, lo aceptará como una oportunidad de volver a empezar con otro enfoque, un narrador distinto, una metáfora más clara o profunda, una estructura menos ambiciosa, o con un lenguaje más sencillo o dinámico.

El proceso creativo es así: ni todo es bueno ni todo es malo, solo que de a poco es más fácil entender que a veces un texto, al que se le ha invertido mucho tiempo y esfuerzo, no está funcionando…

Puede que este momento parezca el primer fracaso, pero la mayoría de las veces, ese traspié es el punto de partida para una nueva obra. Entonces, felicidades, autor novel, has alcanzado el siguiente nivel en el proceso creativo: la facultad de discernir entre lo que hiciste bien o mal, y dónde están las áreas de oportunidad. Pero no es momento de confiarte, porque en el paso siguiente, cuando tu texto esté listo, empezará la guerra.

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