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Habitación 302

Francisco Moreno Ramírez

AQUELLO ERA SIMPLEMENTE incomprensible. No sólo incomprensible, sino que además debía ser imposible, dado que se trataba de una situación de llegar de un punto A a un punto B. Porque cuando uno sale por una puerta es obvio que, al cruzarla, se llega al otro lado. Por eso, cuando el señor Conti trató por enésima vez de salir por la puerta de la habitación de aquel hotel, no podía comprender cómo es que siempre terminaba en la bañera.

Había probado varias veces correr a través de la puerta; también intentó salir de espaldas, con los ojos cerrados, a gatas, y de haber podido, incluso hubiese intentado hacerlo parado de manos. Pero el resultado invariablemente era el mismo.

En un principio le pareció extraño. Todos hemos tenido ese sueño en el que nos preparamos para salir, desayunamos, y al comenzar el día resulta que seguimos acostados. Por lo que su reacción natural fue pensar que se trataba de un caso similar. Después llegó la angustia, el ansia de querer huir ante una posible amenaza; no obstante, el miedo dio paso a la ira cuando se encontró de nuevo en la bañera. Finalmente, llegó la resignación y, con ella, la curiosidad. Fue entonces cuando decidió experimentar a salir de diferentes formas.

Una vez que concluyó que no era algo de la posición, decidió hacer otra prueba. Llenó la bañera, se colocó en un extremo de la cama y brincó a la puerta. Resultado: un sentón amortiguado por el agua y un costoso traje completamente empapado. Decidió no volver a repetir una cosa semejante.

Tras vaciar la bañera y poner a secar su traje, se envolvió en una de las batas de cortesía. Salió del baño secándose el pelo con una toalla de mano, y al ver la puerta abierta y el pasillo al que conducía, no pudo evitar hacer una bola con la toalla húmeda y lanzarla con rabia a través de la puerta. Sus ojos se abrieron en un claro asombro puesto que, del otro lado, tirada a mitad del corredor estaba la toalla. Se apresuró a recogerla, pero tan pronto como atravesó el umbral de la puerta, se encontró de nuevo en la bañera.

―¡Maldita sea!

***

Si el señor Conti hubiese estado jugando a las charadas habría ganado con la representación de la conocida estatua de Rodin, en cuya postura llevaba largo tiempo ponderando su situación con la vista fija en la toalla afuera del cuarto. No fue sino hasta que comenzó a sentir hambre que cambió de postura, movido por una nueva idea. Rápidamente marcó en el teléfono de la habitación el número de la recepción.

―Sí, ¿qué tal? Habla el señor Conti, de la habitación 302. Verá, tengo un problema.

―¿En qué podemos servirle, señor Conti?

―Tengo un problema con la habitación. No puedo salir de ella.

―Entiendo. La puerta no se abre.

―No, la puerta está abierta.

―Entonces querrá decir que la puerta no cierra.

―No, no. Mire, la puerta no tiene ningún problema… bueno, sí lo tiene, porque cada vez que intento salir por ella no puedo.

―Me temo que no lo comprendo. ¿Dice que no puede salir de su habitación, pero tiene la puerta abierta?

―Así es.

―¿Hay alguien al otro lado de la puerta?

―¿Cómo?

―¿Hay alguien que no le permite cruzar la puerta?

―No, del otro lado no hay nada, solo una toalla en el piso.

―¿Una toalla en el piso?

El señor Conti suspiró exasperado.

―Mire, cada vez que he intentado salir por esa puerta termino siempre en la bañera.

―Ya comprendo —la voz sonaba condescendiente–, está teniendo problemas con la puerta del baño. La puerta de la habitación es la que está al otro lado.

―¡Yo sé dónde está la puerta! Pero no puedo salir por ella.

―Solo tiene que girar la perilla y empujarla.

―A ver… escuche con atención, ¿de acuerdo? La puerta de mi habitación está abierta, ese no es el problema. El problema es que cada vez que intento salir de la habitación termino en la bañera. ¿Entiende?

Hubo un momento de silencio del otro lado de la línea.

―Comprendo perfectamente, señor Conti. ¿Tiene medicina a la mano o gusta que le consigamos algo para el estómago?

―No… —el señor Conti estuvo a punto de maldecir en el auricular, pero se contuvo—, ¿puede mandar a alguien a mi habitación y también algo de comida? Siempre terminaba en la bañera.

Había probado varias veces correr a través de la puerta; también intentó salir de espaldas, con los ojos cerrados, a gatas, y de haber podido, incluso hubiese intentado hacerlo parado de manos. Pero el resultado invariablemente era el mismo.

―Por supuesto, señor Conti. En seguida le llevarán la medicina. Para servicio al cuarto recuerde que debe marcar el número seis.

―Gracias.

El señor Conti colgó con molestia el teléfono, pero se sintió más tranquilo al pensar que alguien podría ayudarlo o, al menos, podría entender el problema en el que se encontraba.

Con más calma revisó el menú que había disponible en la mesa de noche y marcó al servicio a la habitación para pedir algo de comer. A los pocos minutos, un empleado llegó a su puerta, que tocó mientras se asomaba disimuladamente.

―Buen día, ¿señor Conti? ¿Me permite pasar?

―¡Espere!

El señor Conti se paró frente a la puerta abriendo los brazos para bloquearle el paso. El empleado se quedó quieto ante el tono de urgencia en la voz del huésped sin saber bien qué debía hacer.

―¿Está todo en orden, señor Conti?

―No, tengo un problema. Pero quizá usted pueda ayudarme, no puedo salir de la habitación.

―Claro, para eso vine —dijo el hombre dando un paso para entrar.

―¡No! ¡No se mueva! —el señor Conti trató de detener al hombre abalanzandose hacia él, pero se encontró nuevamente en la bañera.

―¿Señor Conti? —exclamó el empleado sin poder dar crédito a lo que había pasado.

―¿Ahora entiende? —preguntó él saliendo de la bañera.

―No verdaderamente… ¿cómo ha hecho eso?

―¡Es lo que he intentado averiguar toda la mañana! Cada vez que intento salir, termino en la bañera.

―Si me permite… ―¡No, no!

Pero fue demasiado tarde. El empleado entró al cuarto.

***

―Bueno, ¿y ahora qué? —preguntó el empleado.

Había pasado media hora desde que entró a la habitación y se vio en la misma situación que el señor Conti. Al igual que él, varias veces trató de salir por la puerta y en cada ocasión terminó en la bañera.

―¡Yo sé dónde está la puerta! Pero no puedo salir por ella. ―Solo tiene que girar la perilla y empujarla. ―A ver… escuche con atención, ¿de acuerdo? La puerta de mi habitación está abierta, ese no es el problema. El problema es que cada vez que intento salir de la habitación termino en la bañera. ¿Entiende?

―En cualquier momento debería llegar la comida que pedí antes de que usted se apareciera.

―¿Cree que podrán ayudarnos?

―No tengo idea.

―Perdón que lo pregunte hasta ahora, pero… ¿por qué está en bata?

―Un experimento fallido, no quiero hablar de ello.

Un silencio incómodo se apoderó de ambos hombres sentados en la cama, con la puerta del pasillo abierta y la toalla tirada en la entrada.

―¡Servicio al cuarto! ¡Ah!

El camarero, que en ese momento llevaba una charola en las manos, trastabilló con la toalla en dirección a la puerta. Ambos cautivos se precipitaron para tratar de evitar que el camarero cayese dentro, pero terminaron en la bañera, en una posición tan incómoda como inconveniente.

―¿Podría quitarse de encima?

―Lo siento mucho, señor Conti. En seguida.

Los dos hombres forcejearon tratando de tener algún punto de apoyo hasta que finalmente pudieron salir de la bañera. Mientras tanto, el camarero había logrado recomponerse y, colocando la charola en la mesa de noche del cuarto, se disponía a marcharse por la puerta.

Pronto se vio inmerso en la bañera, recibido por un irónico «bienvenido» del señor Conti, al tiempo que el empleado le ofrecía la mano para salir de ahí. Brevemente le explicaron la situación en la que se encontraban los tres y el camarero se sintió tan desolado como sus compañeros.

―¿Han intentado el proceso inverso? —preguntó el camarero.

―¿A qué se refiere? —retrucó el señor Conti.

―A que si han intentado salir por la bañera.

Los tres hombres se quedaron mirándose por un instante antes de precipitarse a la bañera. Entre empujones, el señor Conti logró ser el primero en entrar y saltar dentro de la bañera. Poco faltó para que resbalase si no fuera porque logró aferrarse a las llaves del agua.

―¿Tiene alguna otra brillante idea?

―No perdíamos nada con intentarlo.

Los hombres volvieron a la cama, donde dividieron el sándwich y las papas que el señor Conti había pedido. Nuevamente se quedaron en silencio sin saber qué hacer para remediar su situación.

―¿Y si llamamos a recepción? —sugirió el camarero.

―Ya lo hizo —dijo el empleado señalándose a sí mismo.

―Alguien debe de poder ayudarnos, ¿no?

―¿Qué opina usted, señor Conti?

Antes de que pudiese responder, la voz de una mujer se escuchó en el pasillo llamando al camarero.

―¡Estamos aquí! —gritó desesperado este.

―¡Se puede saber que estás haciendo! ¡Hace más de una hora que debiste volver a…!

―¡No, no, no! —gritaron los tres hombres a coro.

Pero fue demasiado tarde, el camarero seguido del empleado, aparecieron en la bañera tratando de evitar que la mujer entrase y esta se quedó tan estupefacta como sus predecesores.

―¡Basta! ¡No lo soporto más!

―Señor Conti, ¿qué va a hacer?

El señor Conti tomó vuelo y corrió hacia la ventana para saltar por ella. Pero, así como saltó, apareció acostado en la cama.

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