Leer y escribir poesia textos Grao-Sánchez Enciso

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existencia. Antes de analizar un poema, tendríamos que saber conectarlo con la experiencia y la sensibilidad de la persona que lo lee, tarea que no resulta nada fácil. Y aquí sí que soy dicotómico: no me vale eso de que "las dos cosas se hacen al mismo tiempo", porque pienso que no es verdad. Al menos no lo es en la práctica real (otra cosa son las declaraciones de intenciones). Comentar un texto tiene sentido para un alumno cuando ha gozado de un poema, cuando es consciente de las impresiones, imágenes, sugerencias, sentimientos, visiones de la realidad que el poema le proporciona. Cuando es consciente de todo aquello, que es cálido, íntimo, personal, y que la crítica "científica", desde el formalismo y, especialmente, el estructuralismo relega al sótano de la crítica impresionista y de la pedagogía sospechosa: pobre Brunnetière, pobre Azorín... Sin embargo, se olvida la perspectiva del lector en favor de la del crítico. Observemos a una persona que lee un poema: al principio hay una especie de magma; el lector o la lectora arrastra imágenes, intuiciones, emociones imprecisas. Hay una acumulación de elementos, como el fondo de color de un cuadro en el que las figuras todavía no aparecen de manera precisa. Es esta entrada, curiosamente parecida a la de la creación, la que suele determinar el éxito de un poema en cada uno de nosotros. La operación crítica posterior puede estar cargada de sentido, aunque no se sea especialista o experto en literatura: "Quiero iniciar una búsqueda, solo o con más personas, sobre el sentido de este texto que me ha llegado al corazón", que es lo único para lo que sirve la literatura. Pero la didáctica oficial, la transposición didáctica más institucional, no se pregunta nada sobre el proceso de recepción de un texto de naturaleza artística. Sus fuentes son las corrientes teóricas validadas por la comunidad científica universitaria en cada momento. Ante la preocupación por la "cientificidad" de la teoría literaria, hablar de nuestras emociones, de nuestra aventura interior al leer un texto, no es serio; es, incluso, impúdico. Creo, pues, en una didáctica vinculada al proceso de recepción de un texto, que acompañe al alumno desde la emoción al descubrimiento progresivo de los fundamentos de dicho texto, que no dé respuestas o seudorrespuestas a preguntas que nadie ha hecho, porque nadie tiene ganas de hacerlas. Un estudioso tan poco sospechoso de extremismos pedagógicos como Georges Mounin (1978), excelente comentador del Curso de lingüística de Saussure, pone en duda una forma habitual de comentar textos en el aula (y eso que el comentario de textos es un invento de los franceses, que lo hacen bastante bien) en la cual el docente abre el texto a la valoración crítica de su alumnado, pero desestima cualquier interpretación del poema que no sintonice con su "interpretación oficial"; es decir, la interpretación ordenada por la autoridad competente: el crítico o los críticos especialistas en el tema, reconocidos en el ámbito bibliográfico y universitario. Y la voz de los pobres alumnos -de María, de Sonia, de Juan- se va reconduciendo -con mayor o menor delicadeza y respeto- hacia las tesis autorizadas, en detrimento de aquella hipótesis, de aquella emoción central, que había vinculado el alumno con el poema. Pero no hay que escandalizarse. Volvamos a la pedagogía crítica. Apple nos recordaría que la escuela transmite básicamente autoridad: se va a la escuela para recibir cultura establecida, no para crearla. Eso del espíritu crítico y la implicación viva en el conocimiento pertenecen a la espuma retórica de una institución tan conservadora como la escolar.


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