Diez años del PT en el Gobierno: Logros y desafíos

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DIARIO DEL SUR AGENCIA LATINOAMERICANA DE NOTICIAS

agosto 2013 / www.portaldelsur.info

diez años del PT en el gobierno: logros y desafíos Luego de las movilizaciones que sacudieron al país hace algunos meses, el PT se encuentra en una encrucijada. A poco más de diez años de su llegada al poder se pueden observar cambios innegables en materia económica y social que mejoraron las condiciones de vida de millones de brasileños, pero aún persisten continuidades con los modelos anteriores. La gran incógnita es hasta dónde se animará el PT a tensar sus alianzas con los sectores más conservadores para poder dar una respuesta a la “voz de la calle” y que las viejas estructuras “terminen de morir”.


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El PT y el desafío de pasar a otra etapa Por María Constanza Costa

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as trabas impuestas al avance de la reforma política propuesta por la presidenta Dilma Rousseff pusieron de manifiesto, una vez más, que el Partido de los Trabajadores (PT) no tiene todavía la fortaleza para disciplinar a sus aliados políticos y, de esta manera, poder avanzar en las reformas institucionales que Brasil necesita. Si estos diez años permitieron sentar las bases para organizar una sociedad más justa y saldar la deuda histórica que Brasil tenía con los sectores más desfavorecidos de la sociedad, la etapa que se abre a partir de las históricas movilizaciones (las más multitudinarias desde el retorno de la democracia) plantea la necesidad de ampliar los márgenes de la democracia brasileña, para poder consolidar una sociedad diferente. Es verdad que durante los primeros días de las protestas hubo silencio y confusión, pero cuando las cartas ya estaban sobre la mesa y era sabido que las movilizaciones respondían a un reclamo que iba más allá de cuestiones partidarias o de planteos radicalizados www.portaldelsur.info

sin ningún asidero en la realidad, la mandataria Dilma Rousseff y el ex presidente Lula da Silva se manifestaron sin titubeos, celebraron las manifestaciones y se comprometieron a “oír la voz de la calle”. Con una decisión política clara, tomando nota de que era el momento justo para poder realizar la tan ansiada reforma política que duerme en los cajones de muchos de los legisladores brasileños desde hace más de 15 años, Dilma impulsó un “gran pacto” con gobernadores y alcaldes de

todo el país, para atender esas “voces de la calle”, poniendo como prioridad hacer un plebiscito para una reforma del sistema político brasileño, cuyo eje principal está en el financiamiento público de las campañas y un cambio en el sistema electoral. Pero se chocaron con los sectores conservadores que todavía pretenden que los márgenes de la democracia brasileña sean angostos. Esto no es novedoso en un país caracterizado por tener un alto desarrollo económico en convivencia con eleva-

das tasas de desigualdad, lo trágico es que muchos de estos sectores son aliados políticos del PT. Es por eso que la intención de llevar a cabo un plebiscito en el menor tiempo posible –de modo que la reforma política entre en vigencia para las próximas elecciones presidenciales de 2014– fue frenada por los jefes de todos los bloques de la Cámara baja, incluido Henrique Eduardo Alves, miembro del Partido de Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), principal aliado del gobierno de Dilma.


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Esto demostró, una vez que más, que si bien el PT fue ganando madurez como fuerza política, no puede prescindir de sus aliados para llevar adelante su propia agenda parlamentaria. El PT no escapa a las reformas del sistema político que la sociedad demanda y el gobierno está dispuesto a motorizar. En diálogo con Portal del Sur, el sociólogo brasileño Emir Sader reflexionó acerca de los obstáculos que tiene el PT para lograr la reforma. Sader señaló: “La estrategia, apoyándose en el descontento revelado en las calles con “los políticos” en general, fue la de hacer pasar una consulta popular que permitiera, sobre todo, aprobar el financiamiento público de campañas electorales. El PT tiene dificultades para aprobarla, por el peso que tienen los partidos aliados, como el PMDB, o los opositores. Esto no ha cuajado, porque una convocatoria como esa depende del mismo Congreso que fue elegido por financiamientos privados”. Y aclaró que “no hay alternativa mayor que no sea llegar a obtener una mayoría de izquierda en las próximas elecciones. Antes de eso, hay negociaciones parciales sobre temas específicos, pero grandes temas encuentran obstáculos infranqueables”. Meses después de las movilizaciones, en una columna publicada por el sitio web del diario estadounidense The New York Times, Lula da Silva elogió el rol que tuvo el PT, del cual es fundador y presidente

honorario (además de ser la fuerza política que los llevó a él y a Dilma a la presidencia), en la modernización y la democratización de la política en Brasil, pero señaló que el partido necesita una “renovación profunda” y para ello debe recuperar sus “conexiones diarias” con los movimientos sociales y ofrecer nuevas soluciones para los nuevos problemas, sin tratar a los jóvenes de una manera “paternalista”. El PT fue fundado en 1980, durante la lucha por la recuperación de la democracia en Brasil y en el marco de la “transición democrática” iniciada durante el gobierno de Ernesto Geisel (1974-1979) con el restablecimiento de los derechos civiles y políticos, hasta el retorno de la democracia con José Sarney en 1985. Identificados con el socialismo democrático en sus inicios, el PT se reconoce como un partido de masas. Sus fundadores fueron sindicalistas del campo y la ciudad, activistas del movimiento popular, integrantes de la Iglesia católica identificados con la Teología de la Liberación, militantes de agrupaciones de izquierda que operaron en la clandestinidad, algunos de ellos incluso en la lucha armada, grupos feministas, y intelectuales de renombre en el país, entre otros. Fue una fuerza disruptiva en la política brasileña y algo de ese espíritu transformador que supo aglutinar una pluralidad de intereses y transformarlos en logros políticos concretos es lo

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que Lula propone hoy. En este caso, el sujeto al que hay que convocar es la juventud que salió a las calles, los hijos de la clase trabajadora que acceden por primera vez a ciertos derechos. Para Lula y Dilma la presencia de los jóvenes en las calles está estrechamente relacionada con la movilidad social ascendente que se dio en Brasil en estos deiz años de gobierno del PT, un hecho inédito para la historia del país. El PT tuvo una prueba de fuego, en 2005, de la cual salió fortalecido: altos funcionarios del gobierno fueron acusados de pagar mensualidades (de allí que el escándalo fuera conocido con el nombre de mensalao) a legisladores opositores para que votaran las leyes propuestas por el oficialismo en el Congreso. El caso terminó en la Corte Suprema y lejos de perjudicar la popularidad de Lula –quien logró su reelección en 2006–, este hecho obligó a una renovación dentro de las filas del partido produciendo el ascenso de figuras como la misma Dilma o de Fernando Haddad, candidato a intendente de San Pablo, que ganó las elecciones en 2012, venciendo a José Serra, una figura histórica del Partido de la Social Democracia Brasileño (PSDB). Pero esa renovación todavía tiene que ser profundizada. Lula le pidió a su partido que esté más cerca de los sindicatos y de los movimientos sociales. Uno de los movimientos sociales que fue aliado del PT hasta la llegada de Lula al poder es el

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Movimiento de los Sin Tierra (MST), actualmente propone una “reforma agraria popular” y defiende la agroecología, la soberanía alimentaria, la democratización de la tierra y la construcción de escuelas que difundan la agricultura ecológica. Para el gobierno ha sido difícil mantener está relación y el cuestionamiento a un modelo de desarrollo que ha permitido financiar la política pública que permitió sacar a millones de brasileños de la pobreza extrema. Luego de las movilizaciones, una salida por izquierda es la apuesta más fuerte del MST. Su principal dirigente, João Pedro Stédile, señaló que Dilma precisa enfrentar a la clase dominante en todos los aspectos, esto incluye a la burguesía rentista. Para ello, sostiene que es necesario llevar adelante reformas políticas tributarias, impulsar un proyecto de democratización de los medios de comunicación, llevar adelante la reforma política y por supuesto impulsar una reforma agraria para terminar con el “agronegocio” a favor de las trasnacionales. Dilma enfrenta la batalla más dura: poder generar un nuevo entramado institucional que permita cristalizar esa “voz de la calle” que durante semanas se escuchó en todo el mundo. La pregunta es hasta qué punto se pondrán poner en tensión los acuerdos que permiten la gobernabilidad en un país que, hasta la llegada del PT al poder, parecía tener naturalizado que crecimiento y desigualdad iban de la mano. • www.portaldelsur.info


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Luces y sombras de la política económica A poco más de diez años de la llegada del Partido de los Trabajadores (PT) al gobierno brasileño, en materia económica y social se pueden observar tanto cambios estructurales como ciertas continuidades con las anteriores gestiones neoliberales. Por Portal del Sur

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esde la asunción de Luis Ignacio Lula da Silva como presidente de Brasil, las novedades más importantes pueden encontrarse en el campo social. Mediante políticas activas de revalorización del salario y planes masivos de asistencia social, el PT puso como meta central de su plan de gobierno la lucha contra la pobreza. En materia de política económica, en cambio, se observan muchas continuidades con el período precedente. Sin embargo, la gran ruptura fue revalorización del salario, los planes sociales y la lucha contra la pobreza como prioridad. Tanto la administración de Lula como la de Dilma Roussseff llevaron a cabo distintas medidas destinadas a beneficiar a los grupos sociales más vulnerables. En particular, se destacan la implementación de los programas “Hambre Cero” y “Bolsa de Familia”, dos paquetes importantes de ayudas monetarias. Este último beneficiaba en 2011 (último año con información www.portaldelsur.info

disponible) a más de 13,3 millones de personas, con una ayuda promedio de 120 reales (aproximadamente 60 dólares en 2013) por mes por familia. A su vez, desde el gobierno federal se otorgaron sucesivos aumentos de los salarios mínimos que beneficiaron a los trabajadores de menores ingresos, estimulando el consumo de las familias más vulnerables. La transferencia de ingresos no fue sólo a través de los mayores sueldos de los trabajadores que perciben el haber mínimo, sino también a través de los mayores beneficios previsionales (jubilaciones y pensiones), pues aproximadamente el 60% de ellos está atado a las variaciones que experimente el haber mínimo. Como resultado, desde 2003 el poder de compra de la remuneración mínima (y de las jubilaciones y pensiones) creció más del 70%, según información del Instituto Brasilero de Geografía y Estadística (IBGE). Esta recuperación del poder de compra de los

salarios mínimos y de la mayor parte de las jubilaciones y pensiones, junto con la implementación de los programas sociales arriba mencionados, mejoró sensiblemente la calidad de vida de la población más vulnerable. Según datos de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal), la pobreza cayó de 27,5% de la población total a 14,9% entre 2003 y 2011; es decir, prácticamente a la mitad. Por su parte, la indigencia pasó del 14% de la población en 2003 a 6,1% en 2011. El índice de Gini mostró una reducción en la desigualdad de ingresos desde 0,62 en 2003 a 0,56 en 2011 (último dato disponible). Si bien esta caída es un dato muy positivo, Brasil continúa siendo uno de los países más desiguales del mundo, sólo superado por algunas naciones africanas y centroamericanas. Continuidad en política económica La configuración macroeconómica desplegada por el PT es bastante similar

a la heredada del período anterior. En particular, esta continuidad se vio reflejada en tres grandes aspectos: metas de inflación, tipo de cambio apreciado y contención de la demanda agregada. Brasil sostiene desde 1999 hasta la actualidad un modelo de metas de inflación, utilizando como principal herramienta de políticas la tasa de interés de referencia (Selic). Ante la amenaza de que la inflación supere las metas preestablecidas, el Banco Central aumenta las tasas de interés para enfriar la economía y contener el aumento de los precios. En este marco, ante las fuertes presiones inflacionarias desatadas en 2003 a partir del incremento en el precio de los commodities, el Banco Central de Brasil aumentó considerablemente la tasa Selic, ubicándola entre las más altas del mundo. Como consecuencia del alto costo del crédito derivado de la política de controlar la inflación por sobre el crecimiento de la economía,


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Brasil registra los niveles de inversión productiva más bajos de la región después de Bolivia y Paraguay, con un 19,7% del producto bruto interno (PIB) en 2012. A su vez, el aumento de las tasas de interés trajo aparejado un fuerte incremento en el ingreso de capitales de corto plazo y, consecuentemente, una considerable apreciación de su moneda. De hecho, el tipo de cambio poco competitivo marca un segundo punto de continuidad con respecto a la política cambiaria del “Plan Real” de Fernando Henrique Cardoso (1995-2002). Este elemento de continuidad merece atención especial, por su sesgo contrario al desarrollo del sector industrial, que se refleja por ejemplo en la “primarización” de las exportaciones brasileñas. Mientras que en el período 1995-2002, la participación de los productos primarios en el total de las exportaciones fue en promedio 25,3%, en la etapa de Lula y Dilma esa proporción aumentó a 36,3%. Este corset macroeconómico limitó considerablemente el potencial de crecimiento de la economía. Al estallar la crisis internacional de 2008, el gobierno se vio obligado a tomar una serie de medidas tendientes a proteger la industria brasileña. Así, por ejemplo, el plan “Innovar-Auto” impuso un aumento de 30 puntos porcentuales en el Impuesto sobre Productos Industrializados (IPI) para los productos que no cumplieran, entre otros aspectos, con determiwww.portaldelsur.info

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nados niveles de contenido local, sesgando a favor de la producción doméstica de automóviles y autopartes. Por otro lado, a fines de 2010, Brasil comenzó a desplegar un nuevo régimen de “compre nacional”, que prevé, entre otras características, una preferencia para los bienes y servicios nacionales de hasta un 25% y una reserva de mercado para aquellas contrataciones públicas relativas a la implementación, mantenimiento y mejora de los sistemas de tecnología de la información y comunicación, considerados “estratégicos” para el desarrollo nacional. Estas medidas fueron acompañadas por una agresiva política comercial externa que se manifestó en el uso extensivo de las medidas antidumping. El año pasado, Brasil fue el país que más investigaciones inició, con un total de 47, que representan el 23% del total iniciado por los socios de la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2012. En tiempos de crisis En los últimos años, la crisis económica con epicentro en las naciones desarrolladas comenzó a afectar severamente al conjunto de los países emergentes, en particular a Brasil. Tras sufrir una fuerte desaceleración en 2008 y los tres primeros trimestres de 2009, el PIB brasileño mostró –en un contexto de fuerte reducción de las tasas de interés y medidas crediticias y fiscales expansivas– una recuperación rápida a partir del último trimestre de ese año.

A partir de la asunción de Dilma Rousseff el 1 de enero 2011, la política económica brasileña se ha mostrado errática. En tal sentido, se observan dos etapas claramente definidas en materia de política económica. La primera, de carácter contractivo, ocupa los primeros dos trimestres del gobierno de Dilma, mientras que la segunda, de tono más expansivo, tuvo lugar desde mediados de 2011. Durante el primer período se desplegaron una serie de medidas monetarias y fiscales contractivas que frenaron la rápida recuperación que había exhibido la economía durante 2010. En particular, apenas asumido, el gobierno federal retomó el ajuste al alza de la tasa de interés, que llegó a un máximo de 12,5% en agosto de 2011, en comparación con el piso de 8,75% que tuvo en 2009. Asimismo, el equipo económico adoptó otras medidas monetarias contractivas –referidas como “macroprudenciales” por las autoridades económicas de Brasil– que incluyeron la suba de encajes bancarios y otras disposiciones de retracción crediticia. Paralelamente, el gobierno impulsó durante todo 2011 un marcado ajuste fiscal. Se dispusieron medidas de reducción del gasto para alcanzar la meta del 3,1% de superávit primario, que en realidad se trataba de un sobrecumplimiento en relación al rango previamente establecido. Este paquete de medidas impactó de lleno sobre la inversión pública, que pasó

a ser la variable clave en el ajuste realizado por el Estado brasileño. La inversión de la administración pública, que había exhibido un crecimiento anual medio cercano al 15% en el período 2004-2010, tuvo una caída real interanual del 12% en 2011. En materia cambiaria, durante los inicios del gobierno de Dilma se continuó convalidando la tendencia a la apreciación del real –iniciada a principios de 2009– hasta llegar a un máximo en agosto de 2011, momento en que el tipo de cambio nominal alcanzó los 1,58 R/US$. Se trató de una apreciación nominal del 9,6% respecto del nivel observado un año atrás y del 33% respecto del pico alcanzado en febrero de 2009 (2,37 R/US$). No es extraño que el resultado de este conjunto de políticas monetarias, fiscales y cambiarias de carácter contractivo haya sido una desaceleración muy fuerte del crecimiento y de la producción industrial: en 2011 el crecimiento del PIB fue del orden del 2,7%, con un nulo crecimiento de la industria. Vis-à-vis el 6,9% y 10,1% en 2010, respectivamente. A partir de entonces, se produjo una reversión de la política monetaria contractiva y, con posterioridad, se impulsó un paquete de expansión fiscal, con el objetivo de dinamizar la actividad y sostener la generación de empleo. La política alcista de las tasas de interés se revirtió y el Banco Central de Brasil implementó,


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entre septiembre de 2011 y octubre de 2012, diez bajas consecutivas de la tasa Selic, que pasó, de forma gradual, de 12,5% a 7,25% en ese período. Los agregados monetarios también revelaron el cambio adoptado por el Banco Central: mientras que en 2011 la base monetaria creció sólo un 3,6%, en 2012 se expandió al 8,9%. Sin embargo, desde mayo de 2013, debido a la aparición de nuevos temores frente a un posible “desborde” de la meta inflacionaria para este año, la tasa de interés –que permaneció fija durante seis meses– está experimentando una leve tendencia al alza. En ese sentido, la tendencia de apreciación del real se interrumpió a partir de septiembre de 2011. Con oscilaciones, el tipo de cambio nominal fue aumentando gradualmente hasta alcanzar una depreciación nominal de un 40% entre agosto de 2011 y junio de

2013, pasando de un nivel de 1,58 R/US$ a 2,21 R/US$. Dado el elevado nivel de reservas internacionales con que cuenta el Banco Central del Brasil, la devaluación cambiaria mejoró la posición fiscal del gobierno: en términos interanuales, la deuda pública cayó en 2012 el equivalente al 1,3% del PIB, mientras que el pago de intereses lo hizo en 0,9% del PIB. En ese contexto, el gobierno redujo impuestos al consumo (sobre la venta de automóviles, electrodomésticos y materiales de construcción, entre otros) y eliminó la contribución previsional de los empleadores en diversos sectores. El gasto fiscal, por su parte, se incrementó nominalmente un 11% en 2012; el énfasis estuvo en las partidas de gasto social: asistencia social +18% interanual (i.a.), salud +15% i.a., educación +13% i.a. Pese a la expansión fiscal referida, Brasil continuó exhibiendo un superávit primario en

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2012, aunque menor al del año anterior (2,4% del PIB versus 3,1% del PIB). Finalmente, en materia salarial, el gobierno dispuso en 2012 un aumento del salario mínimo que alcanzó en términos reales el 8,3% i.a. Esta decisión contrastó fuertemente con la política salarial implementada en 2011, cuando el incremento nominal dispuesto apenas había sido suficiente para cubrir la inflación. Pese a la reversión de las políticas contractivas y a la devaluación cambiaria que el gobierno brasileño dispuso a partir del último trimestre de 2011, los resultados económicos alcanzados en 2012 fueron decepcionantes. La actividad se expandió tan sólo 0,9% (versus 6,9% en 2010 y 2,7% en 2011) y el producto industrial cayó un 2,5% (versus 10,1% en 2010 y 0,1% en 2011). En el sector externo, se observó una fuerte reducción del superávit comercial en la

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balanza de bienes y una agudización del déficit en servicios. Asimismo, por quinto año consecutivo, Brasil mostró déficit en su cuenta corriente. En suma, si bien las administraciones de Lula y Dilma han mostrado importantes avances en materia social los principales indicadores macroeconómicos no presentan mejores resultados respecto de la etapa de Cardoso. La combinación de las metas de inflación, el tipo de cambio apreciado y la contención de la demanda agregada se tradujeron en tasas de crecimiento del PIB de Brasil inferiores al promedio de América Latina. En el período 2002-2012, el crecimiento promedio del PBI fue de 3,6%, mientras que la región registró un incremento del orden del 4,1%. En contraposición, entre 1995 y 2002, el crecimiento de Brasil fue levemente superior en relación a América Latina (2,3% respecto de un 2,2%). • www.portaldelsur.info


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Entrevista a Valter Pomar*

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“Es hora de polarizar, movilizar las calles, tensionar de ‘afuera para adentro’ las instituciones conservadoras y los aliados de centro-derecha”

En diálogo con Portal del Sur, el dirigente nacional del PT, habló sobre las movilizaciones que sacudieron a Brasil en los últimos meses, la reforma política que intenta llevar adelante el gobierno, la necesidad de la renovación del Partido de los Trabajadores planteada por Lula y el futuro de los procesos de integración regional. Por María Constanza Costa

¿

Cuál es la caracterización que hace usted sobre las protestas que sacudieron a Brasil el mes pasado? Son expresión de un doble malestar, por un lado, vivir en las grandes ciudades, con la precariedad de las políticas públicas y por el otro, la forma de hacer política que prevalecen en Brasil, especialmente en amplios sectores de las elites oligárquicas. Este último afecta en su mayoría a jóvenes hijos de obreros y a jóvenes trabajadores. www.portaldelsur.info

Evidentemente, no se trata de un único movimiento, homogéneo, sino que hay una disputa entre la izquierda y la derecha por la hegemonía del proceso y la narrativa de lo que realmente ocurrió. Teniendo en cuenta que el ex presidente Lula dijo al diario The New York Times que el PT debe recuperar sus “conexiones diarias” con los movimientos sociales y ofrecer nuevas soluciones para los nuevos problemas, sin tratar a los jóvenes de una manera “paternalista”, ¿cómo se da la discusión al interior

del partido para lograr su renovación?, y ¿cuáles son los ejes sobre los que consideran que hay que trabajar? La declaración de Lula es la correcta. Sin embargo, ni él ni el conjunto de la izquierda ni el conjunto del PT tiene claridad sobre lo que hay que hacer y mucho menos demuestran coherencia entre la observación hecha por Lula y la acción práctica, cotidiana, de nuestras organizaciones políticas y sociales. En mi opinión, el PT debe renovar su programa, su estrategia y su conducta. Debe recuperar sus compromisos

socialistas, su estrategia democrática y popular y su conducta de partido de masas, militante, combativo. Al hacerlo, reconectaremos con las bases. El problema de fondo es político. ¿Cuál es la estrategia del PT para apoyar el plebiscito que la presidenta Dilma Rousseff está tratando de impulsar y que tanta resistencia causa en los sectores políticos más conservadores? La única estrategia posible es la disputa pública. La lucha ideológica, para afirmar que los problemas básicos del país requieren


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consultar a la población, para que se haga una profunda reforma del Estado y la política. Y la lucha política para derrotar a los sectores conservadores que están en la oposición que nos hacen y también a los sectores conservadores que integran nuestro gobierno. ¿De qué manera la reforma política transformará el funcionamiento del sistema político brasileño? ¿Qué cosas cree que van a cambiar si se llegara a implementar? La reforma política tiene dos focos clave: la ampliación de los mecanismos de participación y control popular sobre el Estado y la eliminación de los mecanismos de influencia, el control y la corrupción de las grandes empresas en la democracia. Es decir: acabar con el financiamiento privado de las campañas electorales. Teniendo en cuenta la dificultad de lograr consenso debido a que la fragmentación en el Congreso inviabiliza la aprobación de las propuestas impulsadas por el gobierno. ¿Cuál es el margen que usted considera que tiene Dilma para tensar los acuerdos que permiten la gobernabilidad como por ejemplo la relación con el PMDB? La mayor parte del PMDB se encuentra ahora en la oposición. Por lo tanto, para disputar el apoyo de sectores del PMDB y de otros partidos, se tendrá que abandonar la idea de que un mal acuerdo es me-

jor que una buena disputa. Es la hora de polarizar, movilizar las calles, tensionar de “afuera para adentro” las instituciones conservadoras y los aliados de centro-derecha. Por último, nos interesaría una breve reflexión sobre la situación de los procesos de integración regional, el debate sobre la Unasur, el Mercosur y ahora la aparición de la Alianza del Pacífico. ¿Cómo incide la presión de los intereses económicos concentrados en Brasil en esta discusión? Estamos en una nueva etapa en la región, principalmente marcada por la contraofensiva de la derecha local y sus aliados en Estados Unidos y Europa. En esta nueva etapa, hay dos retos principales: profundizar el proceso de cambio en cada país y acelerar el proceso de integración regional. La integración regional es un proceso en disputa. En primer lugar, disputa contra el imperialismo, que desea una integración subordinada a ellos, como en el proyecto del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA). En segundo lugar, la disputa contra la gran burguesía, que quiere una integración centrada en los mercados y los beneficios a corto plazo, lo que conduce a una integración que profundice las desigualdades regionales y sociales, que nos termina conduciendo a una integración subordinada a los gringos. En tercer lugar, una disputa entre diferentes ritmos y vías de

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desarrollo e integración. Es, por lo tanto, un proceso en caliente, desde el punto de vista de la izquierda, precisa ser simultáneamente político, económico y cultural. Tareas en las que los gobiernos son esenciales pero no suficientes. Los partidos políticos, así como los movimientos sociales y la cultura mundial son esenciales en este proceso. ¿Cuáles cree que son los desafíos que presenta la integración regional? Uno de los desafíos de la integración, además de la conducta del imperialismo de Estados Unidos y las burguesías locales, es el proceso de desaceleración de China, que está haciendo un cambio hacia el mercado interno. Esto puede tener dos consecuencias: o bien volver al “estado normal” de las economías dependientes, víctimas de la desigualdad en términos de intercambio entre productos de bajo y de alto valor añadido, o hacer un cambio hacia un ciclo de desarrollo económico regional, impulsada por el Estado y sobre la base de la expansión de la infraestructura, las políticas universales y la capacidad de consumo. Este es el telón de fondo de la profundización de la lucha de clases en la región, así como la intensificación de conflictos entre algunos países de la región, por no hablar del agravamiento de nuestra relación con las potencias imperialistas. ¿Cómo ve la situación política de la región?

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Hay un agotamiento de la primera etapa del ciclo progresiva y de izquierda, que se inició entre 1998 y 2002, con la elección de Hugo Chávez y Lula, y que en algún punto terminó con el estallido de la crisis internacional y la toma de posesión de Barack Obama. A partir de este momento, entramos en una nueva etapa, marcada por la crisis, la contraofensiva de la derecha y el agotamiento del patrón adoptado en todos los gobiernos progresistas y de izquierda. Este patrón fue en Venezuela, Brasil, Bolivia y Argentina, en todos los lados, redirigir para otros sectores sociales la renta y la riqueza generadas por el modelo heredado. Este modelo se ha agotado. Ahora es tiempo para construir otro modelo, si tenemos éxito viviremos un cambio cualitativo. Las fuerzas de la derecha saben esto y están en plena ofensiva contra nosotros. Ellos confían en sus propias fuerzas, que son enormes, con sus aliados internacionales, y en las debilidades de nuestros gobiernos. La derecha está jugando su papel, la Alianza del Pacífico tiene que ver con eso. El reto consiste en reaccionar a esto, corrigiendo errores, superando debilidades, ampliación de la cooperación entre nosotros. • * Valter Pomar es miembro de la dirección nacional del Partido de los Trabajadores (PT) de Brasil y también secretario ejecutivo del Foro San Pablo. Durante varios años ha estado a cargo de las relaciones internacionales de su partido. Es Doctor en Historia Económica por la Universidad de San Pablo.

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