Cripy # 23

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Eructorial

por Lubrio

¿Nos extrañaste? ¡Mucho tiempo sin vernos querido lector! pero te puedo asegurar que tuvimos un merecido descanso. ¡Ojalá tus vacaciones hayan sido igual de divertidas que las nuestras! Por una cuestión de privacidad no podemos mostrarte las fotos de nuestros dibujantes, escritores y diseñadores en el verano (en realidad es por una cuestión de buen gusto, una cosa es que te asustemos y otra que te arruinemos la infancia para siempre). Aunque nadie nos prohibe contarte que hicimos... Gory estuvo paseando por los pantanos de Florida, buscando nuevas especies exóticas de plantas carnívoras para su jardín. ¡Y además logró bajar de peso! La pierna que le comieron los caimanes le sacó como unos 6 kilos extras que tenía. Marcia estuvo haciendo turismo aventura en la sabana africana. Logró contactarse con unas tribus de reducidores de cabezas y en vez de traer un peinado nuevo ahora usa tres tallas menos de gorras. Cuando se pone remeras ya no se despeina, pero no logra ponerse los auriculares... bueno, todo no se puede. Jesús (no ese, el que dibuja en Cripy) y Carlos estuvieron practicando buceo. Se encontraron con una sirena carnívora, le dieron pena y no se los comió. Ahora se están peleando para ver quien se queda con ella. Intentaron dividirla a la mitad, pero tampoco se ponen de acuerdo con que mitad se lleva cada uno.

El costo de la ciencia/ Albornoz

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Y yo... yo estuve en Oz. Mucha gente, no se podía salir a pasear por el Camino Amarillo, no logré ver al Mago, el Hombre de Hojalata al rojo vivo en el sol, el León Cobarde afeitado... un desastre. No voy más, el año que viene regreso a Mar de Ajó, me parece que me asusto más con los precios de las casas de comidas. ¿Y vos? contame... ¡Nos vemos en dos meses!

La indomable Cyra de Marce Martinez y sus eructos atómicos. ¡Gracias!


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CONTINUARÁ...

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ERROR por Lubrio

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Historias minúsculas para sustos mayúsculos...

por Emilio Ferrero

-“ÉRASE UNA VEZ”- Dijo la abuelita apenas levantando el tono -¿Eh? ¿¡Qué…qué dijo?!- Preguntó el más pequeño de los niños. -“Érase una vez “ ¡Dijo “Èrase una vez”!Aclaró la rubiecita de pecas -¡Sí, sí! ¡Yo la he escuchado!- Casi grito el colorado que llegaba al metro y medio con esfuerzo -¡Contará un cuento! ¡Contará un cuento!Advirtió una pero ya no recuerdo quién -¡Nos dirá de hadas! -¡Y de dragones! -¡Y princesas y príncipes valientes! -¡No, no! ¡Nos hablará de brujas malvadas que se comen a los niños! -¡De lobos! -¡Y de padres que abandonan a sus hijos! -¡Atormentará nuestras noches!

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-¡Deberemos dormir con la luz prendida para siempre! ¡Sé de qué les hablo! -¡Que no se hable mas! ¡Matemos a la vieja! -¡Síííiíi! -¡Matémosla! -¡Matémosla! -¡Matémosla! -¡Que la hiervan! -¡Y la condimenten! -¡Llevémosla al bosque para que se la coman las bestias! -¡Eso! ¡Que tome de su propia medicina! -¡Sí. Sí!- dijo el más pequeño de todos- ¡Y dejadme el final a mí! Dejadme acercarme despacio a su cuerpo tullido, a su aliento jadeante, a su oído ensangrentado, para pronunciarle las últimas palabras que escuchará de los vivos… “¡Y COLORÍN COLORADO, ESTE CUENTO, SE HA TERMINADO”!


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PÁGINAS MACABRAS

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No llores


Del preescolar no podía escapar. No lo habían mandado ni a guardería ni a jardín de infantes, Lorenzo se sentía afortunado por eso… preescolar era obligatorio. Y con él empezaba una vida de responsabilidades y horarios que cumplir. Después primaria, secundaria, universidad, trabajo… era el final de la libertad tal cual la conocía. Bueno, Lorenzo sólo tenía cinco años, no pensaba en la palabra libertad, pero él no poder hacer lo que deseara cuando así lo quisiera, no le gustaba nada. “No es como la primaria”, le había dicho su hermano mayor, “en preescolar te la pasas jugando y haciendo dibujos… te va a gustar”. Para hacer dibujos y jugar prefería hacerlo en casa. Era verdad que había chicos que le gustaba. No sería su caso. Estaba dispuesto a que todo le pareciera feo. El delantal era ridículo. ¿Por qué ponerse algo así, con ese moño gigante? Los adultos decían que le quedaba hermoso, se los veía felices y emocionados. Si tanto les gustaba, que se lo pusieran ellos… a que no lo hacían. ¡No con ese moño! Había pasado por la escuela en varias ocasiones, hasta había entrado en ella de la mano de su madre al acompañar a su hermano, sin embargo el lugar se veía lúgubre y terrorífico ahora. Más allá de su actitud negativa, Lorenzo sentía algo. Esa percepción especial que tienen los chicos ante el peligro, y no era el único, podía verlo en los rostros de los demás a punto de empezar la vida escolar. Algunos lloraban, se abrazaban a sus madres pidiendo que los llevaran a casa. Las madres los consolaban diciendo que se iban a divertir, que iban a hacer amigos. Lorenzo no quería a llorar, en un momento pensó salir corriendo, pero las puertas de la escuela se abrieron y ya no tenía tiempo para intentar huir. Su madre lo agarró de la mano para hacerlo entrar, Lorenzo se clavó al piso con todo su peso. -¡Vamos! Vas a entrar igual… - dijo la madre No iba a llorar. No iba a suplicar. Su carita se frunció contra su voluntad, haciendo puchero. ¿Acaso ese llanto era contagioso? Los ojos se le llenaron de lágrimas. -Quiero ir a casa – dijo entre sollozos. Vio angustia en los ojos de su mamá, le dolía ese momento más que a él. Quería agarrarlo y alejarlo de allí. Sí, su intuición de madre también le decía que dejarlo era peligroso, pero su racionalidad adulta disipó su percepción por completo. -Voy a estar acá afuera esperándote… hoy es sólo una hora – le dio un beso en la frente y Lorenzo entró. Las maestras se acercaron a los nenes que lloraban abrazados a sus madres, gentilmente los des-

prendieron de ellas y los hicieron entrar entre manoteos y quejas. Las puertas de la escuela se cerraron tras ellos. Estaban solos. Se quedaron parados en el patio hasta que las maestras los hicieran formar para entrar a sus respectivas aulas. Lorenzo había espantado las lágrimas de sus ojos, pero sentía una angustia tan grande que lo obligaba a fruncir la carita de vez en cuando. No sabía por qué, no lo estaban lastimando ni pasaba nada grave. Debía esforzarse para contenerse y no largarse a llorar como hacían otros. Un chico mucho más grande y robusto que él se le estaba acercando, eso sí era una razón para sentirse asustado. ¿Querría molestarlo? Había escuchado de su hermano que algunos chicos decían cosas hirientes o golpeaban, “si alguien te molesta, me avisas” le había dicho. El chico robusto usaba lentes de marco redondo, eran bastante gruesos. Cuando estuvo bien cerquita, casi cuerpo a cuerpo, le dijo en voz baja a Lorenzo: “no llores”. No fue con voz amenazante, todo lo contrario. Se lo veía preocupado. Se acercaba a cada uno de los chicos nuevos y hacía lo mismo. Lorenzo respiró profundo y trató de pensar en cosas divertidas el resto de la hora. -¿Viste que se pasaba rápido y te iba a gustar? – le dijo la madre a la salida de la escuela. La respuesta era un NO gigante, sin embargo asintió con la cabeza. Ese momento era tan difícil para su mamá como para él, no la preocuparía de más. Al llegar a su casa de la angustia no quedaba ni el más mínimo recuerdo. Al otro día volvió a ocurrir lo mismo. Angustia en la puerta de la escuela, querer escaparse, entrar a regañadientes mientras hacía pucheros, nenes y nenas llorando aún más fuerte que el día anterior. Esta vez se quedarían en clase más tiempo, intentaría hacer contacto con el chico robusto de lentes. En la fila se le acercó una nena, del bolsillo canguro de su delantal sacó unos caramelos y se los extendió a Lorenzo. - Si te concentrás en masticarlos, te olvidas de la tristeza – le dijo. -Gracias, soy Lorenzo - Celeste… -¿Sabés que pasa? Porque hay algo raro… - le preguntó Lorenzo a Celeste. -No sé, pero lo sentimos todos. Él debe saber más que nosotros – dijo mirando hacia donde estaba el chico de lentes – me contaron que viene desde salita de dos años. 43


Llegó la maestra y no pudieron seguir hablando. En la sala mientras dibujaban, uno de los nenes se puso a llorar desconsoladamente. A Lorenzo contenerse le estaba costando demasiado. Vio que los demás empezaban a hacer pucheros, definitivamente era contagioso. Sacó uno de los caramelos del bolsillo y se lo llevó a la boca. Masticar, masticar, masticar… sólo pensar en eso. El chico de lentes, sentado en la otra mesa miraba al nene que lloraba y le hacía señas de que parara. -Bueno, te llevo a Dirección hasta que te calmes… - dijo la maestra con tono dulce, lo agarró en sus brazos y salió del aula. El chico de anteojos volvió a concentrarse en su dibujo. No había nada más que pudiera hacer. En el recreo aprovechó a acercarse al chico de lentes, se enteró que se llamaba Agustín, aunque no tenía cara de Agustín. Estaba solo, comiendo una galletita tras otra. Le convidó una y Lorenzo la aceptó gustoso. -Acá no podemos hablar de “eso”. Buscáme afuera – le dijo Agustín – y evitá que te lleven a Dirección… no llores. -Ese es mi nuevo amigo – le dijo Lorenzo a la mamá apenas salieron, Agustín hizo lo mismo con la suya. Ambas se juntaron para conocerse y rápidamente se pusieron a charlar, como suelen hacer las madres. Los chicos se alejaron para hablar tranquilos. “Que sintamos angustia es normal”, empezó diciendo Agustín, “nadie se puede sentir feliz estando encerrado en un lugar haciendo lo que te dicen, de donde no te podés ir hasta que se cumplan cierta cantidad de horas. Nadie. Sin embargo todos lo hacen. Los alumnos en las escuelas, los padres en los trabajos. A veces no lo soportan pero siguen aguantando, y hasta se mienten diciendo que les gusta. ¿Por qué? Porque nos cambian desde pequeños. En este momento. En el jardín de infantes… y si no fuiste, te atrapan en preescolar, por eso es obligatorio. Así empezás la primaria cambiado, y ocasionás menos problemas. Como todos cambian no podés contarle a nadie, no te creerían porque no recuerdan como era antes. Estamos solos…” -¿Y eso sucede cuando vas a Dirección? – preguntó Lorenzo. -Así es, los que van por llorar, por portarse mal o por lo que sea, vuelven diferentes. Lo vi muchas veces – contestó Agustín. -¿Y vos como escapaste hasta ahora? -Pasando lo más desapercibido posible. Pero no sé hasta cuando podré hacerlo. -¿Qué te hacen en Dirección? – preguntó Lo44

renzo con cierto temor. -No lo sé, por algo todas las directoras dan miedo… Lorenzo miraba la televisión mientras su hermano mayor hacía la tarea. -¿Te gustaba ir a preescolar? ¿Lloraste? – le preguntó. -Sí, me gustaba. ¿Por qué iba a llorar? – contestó el hermano dejando de lado lo que estaba escribiendo – ¿Pasa algo? ¿Un compañero te molesta? -Sí, lloró… los primeros días – dijo la madre que había escuchado la conversación desde la cocina – después le gustó, hizo muchos amigos. Por un momento había pensado contarle al hermano lo que estaba sucediendo, pero sería inútil. No se acordaba lo que había sentido, ni siquiera recordaba haber llorado. Agustín tenía razón, no podían contar con nadie. Había pasado un mes desde que empezaron las clases. La mayoría de los chicos habían dejado de llorar después de visitar Dirección, entraban contentos a la escuela y sonreían. Agustín, Lorenzo y Celeste aún seguían resistiendo. -No se come en clases, Lorenzo… siempre te lo digo – lo retó la maestra – la próxima te mando a Dirección. Lorenzo tragó el caramelo lo más pronto que pudo e intentó concentrarse en otra cosa que no fuera escapar de allí. -Celeste… - dijo la maestra – llevame el registro, por favor. La nena se quedó pálida, el registro se llevaba a Dirección… todos lo sabían. No podía negarse. Se paró de su sillita y agarró lo que la maestra le estaba dando. Agustín le rozó la mano intentando darle aliento. Lorenzo se levantó apurado, “¿puedo llevarlo yo, señorita?”. La maestra se negó. “¿Puedo ir al baño?”, la maestra asintió. Celeste y Lorenzo salieron del aula. En ocasiones la directora no estaba en su oficina, eso les había contado Agustín, a quien le había tocado llevar el registro otras veces. Sería cuestión de entrar con cautela, dejarlo sobre el escritorio y volver a salir. -Yo entro, vos escondete en el baño – le dijo Lorenzo a Celeste – después te busco. La nena estaba preocupada, no quería dejar que lo hiciera. Lorenzo le aseguró que estaría bien, y que seguiría odiando el colegio tanto como hasta ahora. Entró despacio, sin hacer ni un ruido. La oficina estaba desierta. Dejó el registro, estaba a punto


de irse cuando vio una sombra larga reflejada sobre el escritorio, la directora estaba detrás de él. -¿Lorenzo, verdad? – le dijo con tono amable – Por fin nos conocemos, me acuerdo de tu hermano… Lo hizo sentarse frente a ella. Era una mujer entrada en años, muy delgada y alta, llevaba el cabello sujeto en un tirante rodete. No parecía mala a simple vista, sin embargo había algo que la hacía extraña. -Sabés lo que pasa aquí. No me gusta hacerlo, pero es mi trabajo y tengo que cumplir. ¿No estás cansado de sentirte angustiado y con ganas de estar en tu casa? – le preguntó. Lorenzo no contestó, estaba inmóvil en su silla, se perdía en ella por lo pequeño que era. De repente tuvo sueño, sentía que se estaba quedando dormido. La directora provocaba eso en él, mientras hurgaba en su mente intentando mover, acomodar y cambiar. Lorenzo no había contestado por una simple razón, antes de entrar se había colocado dos caramelos en la boca, mientras la directora hacía su trabajo, el chico comenzó a masticar. Lo dulce del caramelo lo sacó de la ensoñación. Se concentró en cuánto le gustaba estar en casa jugando con su hermano, viendo la tele, dibujando, levantándose a la hora que quería y no cuando el despertador le ordenase, ayudando a su mamá con las compras de la mañana. Masticar, masticar, masticar. La directora creía estar cambiándolo pero no lo lograría. -Buen chico, como tu hermano. Mandale mis saludos – le dijo la directora mientras lo acompañaba hasta la puerta de la oficina. Lorenzo le dedicó una gran y falsa sonrisa, hizo su mayor esfuerzo por verse feliz aunque quisiera llorar, y se fue. Antes de ir al aula corrió hacia el baño de nenas donde Celeste lo iba a esperar escondida… no estaba. Volvió al aula pensando que estaría allí, tampoco. Luego del recreo, Celeste apareció. Se la veía contenta, sonreía. Pasó al lado de Lorenzo como si no lo conociera y se fue a juntar con otras nenas en el rincón de la mamá. La había atrapado, la Celeste que había sido su amiga ya no existía.

puestos. Ahora debía ser precavido para que no se diera cuenta que seguía siendo el mismo. Unos chicos pasaron corriendo en el recreo y empujaron a Agustín, éste cayó cuan grande y pesado era. Se alejaron riendo y cargándolo por sus lentes y sus kilos de más. Agustín que hasta el momento se había mantenido enfocado y había resistido desde los dos años de edad, sollozó. Por la angustia contenida todos los días, por haber visto cambiar a sus amigos, porque se reían de él… por todo. Y una vez que el primer sollozo se liberó, un gran llanto se abrió paso como el agua a través de una canilla abierta. -No pasó nada, no llores… tomá – le dijo Lorenzo con desesperación, poniéndole casi a la fuerza un caramelo en la boca. -¿Te lastimaste, querido? – dijo una voz fría y distinguida proveniente de la figura alargada e infinita de la directora, tomó con sus dedos huesudos la manito de Agustín y se lo llevó con ella. Saludó a Lorenzo con una sonrisa, y él tuvo que devolvérsela si no quería que lo descubriera. Esperó que Agustín recordara y aplicara la técnica, que el caramelo que le había dado fuera suficiente. No lo volvió a ver por lo que quedaba del día. A la mañana siguiente, Agustín llegó tarde a clases. Se sentó en su lugar de siempre, en una mesa alejada a la de Lorenzo. Agachó la cabeza y se concentró en su trabajo como todos los días. Recién pudo acercarse a él en el rincón de los bloques. Lo hizo cautelosamente para no llamar la atención. -¿Estás bien, Agustín? – preguntó Lorenzo a su amigo mientras apilaba unos bloques rojos. -Sí – le contestó – ¿Vos como te llamás? El nuevo Agustín le dedicó una amplia y bobalicona sonrisa. Tenía sus lentes, su cara redonda, pero no era él. -Lorenzo… ¿te gustaría ser mi amigo? – le contestó el chico intentando sonreír. Se llevó un caramelo a la boca lo más rápido que pudo, se esforzó por contener las lágrimas que le empañaban los ojos y siguió apilando bloques…

Le explicó a Agustín la técnica que había utilizado para no dejar que lo cambiara. En caso de que alguna vez estuviera frente a la directora, ya sabría que hacer. Lamentaba no haberle podido contar a Celeste antes que la atrapara. Lorenzo notaba que no era el único que había engañado a la directora, podía verlo en los ojos de algunos chicos de primaria, en ellos se Texto: Verónica Roldán percibía la constante disconformidad y las ganas de Ilustración: Lautaro Capristo Havlovich estar en otro lado… sin limitaciones ni horarios im45


De TeJorh!

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