Cripy #21

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Eructorial

por Lubrio

Estamos pensando seriamente que somos víctimas de alguna maldición ancestral. No te maginás todas las cosas que sucedieron para poder sacar este número: tormentas eléctricas que destruyeron la redacción, sarampión de dragón en las axilas a los dibujantes, el ogro se fracturó un dedo sacando punta a un lápiz, un desastre tras otro y el mes que se terminaba y nosotros con la revista esperando salir para invadir tu computadora. ¡Un mes caótico por donde lo mires! Lo bueno es que se hizo esperar pero trae un montón de cosas maravillosas: nuevas historietas, viejos personajes en nuevas aventuras, Zoila va al psicólogo (era hora), historias que llegan a su fin y a con unos finales para sacar platea y un tarro de pochoclos de 5 kilos. ¡Sin exagerar nada de nada! Lo más triste es que no queríamos salir en diciembre con el número de noviembre, así que llamamos a unas brujas que manejan el tiempo y les pedimos si podían repetir el último día del mes hasta que sacásemos la revista. No hubo problema. Eso sí, luego de repetirlo 10 veces nos querían cobrar un regargo, tuvimos que dejar avanzar el tiempo y salir hoy... sí, el 30 de noviembre se repitó 10 veces consecutivas. ¿No sentías acaso un deja vú este fin semana? ¿No escuchaste a tu mamá decir:

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“este noviembre es de goma, no llegamos más a fin de mes!” Una vez más fuimos nosotros. Lo realmente bueno... ¡en diciembre vas a tener dos Cripys! Hay que ver el pozo de la tumba medio lleno y no medio vacío. ¡Nos vemos en unos días!

¡Por supuesto que los monstruos de Emilio Ferrero van a eructar si los alimenta con cualquier cosa!


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TOPATI

por Brian Janchez


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OVEJA NEGRA el ciclo de la familia del hombre lobo Dibujos: El Gory Gui贸n: Lubrio

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PÁGINAS MACABRAS

11 calaveras 42


-¿Y vos te vas a disfrazar? – le preguntó la madre incrédula, sabía que a su hija no le gustaba. -No, pero van mis amigos – dijo Victoria, que en verdad no tenía amigos, sólo un chico con el que hablaba y se llevaba bien. Los demás se dividían en enemigos y no enemigos. Tenía catorce años, parecía de menos edad por lo pequeña de su contextura. Llevaba su rebelde cabello atado porque de otra forma era imposible de controlar. La única manera de que la dejaran ir era acompañada por su hermano mayor. No tenía objeciones a eso, una vez que llegaran a la plaza en la cual se realizaba el evento, seguramente él la dejaría sola y se iría con los chicos más grandes. Y así sucedió. Dos compañeras de su curso se le acercaron, todas las chicas se habían puesto de acuerdo en ir vestidas de colegialas zombies, usando el uniforme del colegio. -¡No estas disfrazada! – le dijo una mirándola con desdén. -Soy una sobreviviente del apocalipsis zombie – le contestó acomodándose sus lentes, las chicas pusieron cara de desaprobación… no la entendían – ¿Dónde está lo bueno de ser un zombie? Estás muerto, pudriéndote, cayéndote a pedazos, tenés que buscar cerebros para comer porque el tuyo ya está licuado y no podés pensar… Las compañeras ni siquiera le respondieron y se fueron con el resto del grupo sin darle mayor importancia. El que estaba detrás de Victoria disfrazado de parca, se rió al escuchar sus palabras. El evento le importaba poco, había querido asistir porque su amigo también lo haría, era una buena oportunidad para poder charlar con él. Victoria le tenía más que un simple cariño de amistad. -Te estaba buscando – le dijo él al llegar, tampoco estaba disfrazado. La alegría de Victoria al verlo fue imposible de ocultar, su cara seria y enojada de siempre se iluminó con una gran sonrisa. Fue una tarde maravillosa… hasta que llegó Mariela, vestida con un uniforme diferente al de las demás y demasiado arreglada para ser un zombie. “Con esta pollerita revivo hasta los muertos…”, dijo toda risueña. Donde iba quería ser el centro de atención, y lo lograba. Hablaba sin parar, se sonreía, se movía todo el tiempo, era sólo ella, ella y ella. Victoria no sabía si ejercía algún tipo de encantamiento en los demás o los aturdía tanto que terminaban hacien Tres días seguidos tardó Victoria en convencer do lo que ella deseaba. Mariela era insoportable, su a su mamá para que la dejara ir a una marcha donde deporte favorito era molestar a Victoria, y qué mejor la gente iba vestida como zombies. manera que robándole a su querido amigo. Victoria se sentó junto a sus dos sobrinos en uno de los bancos de la plaza. Habían llegado temprano. Los primeros zombies se acercaban a paso apresurado, algunos con el maquillaje a medio colocar, otros rompiéndose la ropa y tirándose un poco más de sangre falsa sobre sus disfraces. La marcha zombie se realizaba una vez por año, era el día en que gente de todas las edades se juntaban en aquella plaza, se disfrazaban y caminaban por la ciudad. Era una extraña, pero linda costumbre. Desde la primera vez que ella había asistido a la marcha, cuando era adolescente, nunca había faltado. Ahora que era una persona adulta, llevaba a sus sobrinos a que se divirtieran. El más pequeño había dejado que lo maquillaran, la nena más grande prefirió quedarse vestida de “sobreviviente” (según le había dicho). “Se parece a mí”, pensó orgullosa rememorando la respuesta que había dado cuando le preguntaron por qué no quería ser zombie. Victoria nunca se disfrazaba. Junto a ellos pasó toda una familia de muertos vivos, perro incluido. La hija de la familia llevaba en la mano la cabeza de una muñeca como si se tratara de una parte de su víctima a medio comer. Se detuvieron a que les sacaran fotos, y siguieron su camino. La plaza que era el punto de reunión de todos los disfrazados se llenaba velozmente. Tomó a sus dos sobrinos de la mano y caminaron por los alrededores sacando fotos y eligiendo a su zombie preferido. El más chico jugueteaba con la pulsera de su tía, le gustaba mucho porque estaba formada por pequeñas calaveras blancas y negras. - ¿Dónde la conseguiste, tía? – le preguntó señalándole la pulsera. -Es una larga historia… un poco romántica, se aburrirían – contestó Victoria guiñando un ojo. Los dos chicos hicieron cara de asco, y los tres rieron a continuación. Un grupito de adolescentes miraron a la sobrina de arriba a abajo, se alejaron cuchicheando entre ellas y riendo. La sobrina de Victoria frunció el ceño con enojo. -¿Las conocés? – preguntó la tía Victoria, no le gustaba que se rieran de su sobrina. -Sí, son de mi colegio… la zombie de la pollera más corta siempre me molesta. – dijo la nena. -Mmm, a mí también me molestaba alguien… hasta que la puse en su lugar. Fue el día que vine por primera vez a la marcha zombie, el mismo día que conseguí esta pulsera…

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En unos minutos, Mariela se quedó con su tarde perfecta. Se colgó del brazo de su amigo, y con el pretexto de mostrarle algo, lo alejó de ella. -Ya vuelvo – le dijo el chico, pero Victoria sabía que no lo haría. Si lo hacía, no volvería solo, y Victoria dejaría de existir ante sus ojos. La sonrisa de su rostro se esfumó. Lo mejor sería volverse a casa. Mientras buscaba a su hermano entre la multitud se detuvo a mirar a los chicos y chicas que emitían gruñidos y caminaban como muertos vivos. “Si hubiera zombies de verdad, todos estos serían los primeros en salir corriendo asustados”, pensó. -Tenés toda la razón… - dijo un muchacho disfrazado de parca. La capucha le tapaba la cara completamente. Dejó la guadaña apoyada contra un árbol y buscó con ambas manos en los bolsillos de su túnica. – Para que te levante el ánimo… La parca le extendió una pulsera con calaveritas blancas. Victoria sabía que no tenía que aceptar nada que le diera un extraño. Era tan linda la pulsera que no podía negarse. -Gracias – le dijo tomando la pulsera, contó las calaveras mientras se la colocaba en la muñeca – ¿por qué once? -El once es considerado un número maestro, representa el vínculo entre lo mortal y lo inmortal, entre el hombre y el espíritu, entre la oscuridad y la luz… Victoria miró con más detenimiento al muchacho, intentó ver su cara dentro de la capucha pero no había nada. Ni siquiera estaba parado sobre sus pies, sino que se mantenía sobre el suelo sin hacer contacto con él. -Depende de vos que esta tarde se convierta en inolvidable – dijo la parca mientras se alejaba. La guadaña que había quedado apoyada en el árbol desapareció, para aparecer, mágicamente, en sus manos huesudas. Giró la pulsera que llevaba en la muñeca, pensando en lo que el chico disfrazado o lo que fuera en realidad, le había dicho. Subió los lentes que siempre se le resbalaban por la nariz, tocó una de las calaveras y pidió un deseo. “Entre lo mortal y lo inmortal…”, repitió Victoria como un mantra. ¡Todo seguía igual, que tonta había sido en creer que algo pasaría! Al mirar su muñeca se dio cuenta de que la calaverita que había tocado ya no era blanca… sino negra. A lo lejos escuchó unos gritos, y la gente comenzó a correr aterrada. Se empujaban unos a otros, los que caían al piso allí se quedaban… pidiendo la ayuda que nadie estaba dispuesto a brindar. “Que disfraces de zombies tan reales”, pensó 44

Victoria al ver a un grupo que se abalanzaba sobre la gente. Un olor nauseabundo inundó el aire. Olor a muerte. Cuando Victoria vio a su propio hermano casi arrancarle el brazo de un mordisco a una mujer, entendió que ya no estaban disfrazados. Algunos se habían convertido en zombies reales, despedazando a cuanto humano tuvieran a su alcance. Al ver a todos tan asustados, Victoria esbozó una sonrisa, era tal cual ella había dicho. Cuando la marea humana y los zombies estuvieron más cerca de ella ya no le pareció tan gracioso. Si no corría también sería comida. Un zombie la agarró de la mochila y la tiró hacia atrás. Cayó de espaldas dándose un fuerte golpe. El muerto abrió la boca para darle un mordisco, baba sanguinolenta se deslizó por la pera del zombie y terminó sobre la remera de Victoria. A su lado las personas corrían y gritaban. Junto a su cara cayó medio brazo ensangrentado, no sabía si era real o parte de algún disfraz, tampoco tenía tiempo de andar corroborando. Si le daba ese mordisco estaba acabada. Juntando ambas manos golpeó la cara del zombie con todas sus fuerzas, desprendiéndole la podrida mandíbula. Ya no mordería a nadie. Se levantó velozmente y siguió corriendo. Una avalancha de gente iba arrastrando todo a su paso. El suelo estaba resbaloso, y se había teñido de rojo. Si sobrevivía no se olvidaría nunca de aquella tarde. No era eso lo que había deseado, bueno, quizás en el fondo sí. Ahora que lo estaba viviendo, no se sentía bien consigo misma. Unos chicos más grandes la empujaron al pasar. Victoria volvió a caer al suelo. Sus lentes salieron disparados, apenas pudo ver como se destrozaban bajo las pisadas de las personas. El mundo estaba borroso sin su aumento. Se tapó la cabeza con las manos para protegerse o terminaría igual que sus anteojos. La tomaron de la cintura y la levantaron. -¡Te encontré! ¿Estas bien? – preguntó su amigo. Él estaba un poco lastimado, algunos cortes en la cara y en los brazos. A su lado, Mariela lloraba presa del pánico. Dio un alarido al ver como un zombie devoraba a un hombre ante sus ojos. -Parece que tu pollerita funcionó… revivió a los muertos – le dijo Victoria sin poder evitar sonreír ante el susto reflejado en la cara de Mariela. En medio de la plaza se erigía un viejo y frondoso árbol, sus ramas se extendían hacia los lados. Eran tan pesadas que necesitaban de un soporte para que no tocaran el suelo. -Intentemos subir al árbol, lo más alto que podamos – dijo su amigo – Supongo que los zombies no trepan, al menos no lo hacen en las películas, ¿no? Los tres chicos comenzaron a subir. Mariela volvía de a poco a ser ella misma, haciendo el papel de damisela en apuros y poniendo ojitos de cachorro


triste, consiguió la atención que deseaba. “Ayudame a subir, no puedo sola…”, el muchacho como buen caballero que era así lo hizo, dejando a Victoria sin ayuda alguna. Sin los lentes Victoria veía distorsionado, estiró la mano pensando que la rama estaba más cercana y sólo agarró el vacío. En la base del árbol cuatro zombies saltaban intentando agarrarla en su caída. “En las películas no saltan”, pensó. Pero antes de caer, su amigo la sujetó y la ayudó a subir. A Mariela no le gustó perder momentáneamente la atención. Más personas siguieron su ejemplo de subir. El árbol era grande y resistente, sin embargo no sabían cuánto peso aguantaría. -Vamos más arriba, alejémonos de la multitud – dijo el muchacho. Los zombies no eran como en las películas ni en los comics. Bastó que uno empezara a trepar, para que todos lo siguieran. La gente se desesperó por subir más alto, algunos cayeron y fueron tirando a otros en el intento de sujetarse. Una mujer manoteó la pierna de Mariela, arrastrándola con ella. Victoria la sujetó de la mano con todas sus fuerzas, podía no soportarla pero tampoco la dejaría caer para que los zombies la devoraran. Su amigo mientras tanto forcejeaba con otros que intentaban tirarlo para seguir subiendo. -¡Nos va a hacer caer a todas, ya suéltela! – le dijo Victoria a la mujer. Sintieron un fuerte tirón hacia abajo y después nada. Mariela ya no sentía el peso de la mujer que la llevaba consigo, pero sí su mano agarrándole la pierna. Cuando miró hacia abajo vio que sólo eso quedaba de la mujer. Pegó un grito aterrador, y sacudió la pierna hasta que la mano se desprendió. Victoria aún la seguía sujetando. -¡¡¡Subime, tonta!!! ¿Qué esperás? -¡Eso estoy intentando! – le dijo Victoria, por lo pequeña que era tenía bastante fuerza, pero no la suficiente. Mariela volvió a gritar, un zombie la había sujetado de ambas piernas y mordisqueaba su zapato. Se dio cuenta que Victoria no sería capaz de subirla. Podía distraer al zombie arrojándole otro cuerpo para que se alimentara. Era más corpulenta que Victoria, de un tirón la haría caer, y aprovecharía para volver a subir cuando el muerto la soltara. -¡Victoria, soltala ahora! – le gritó su amigo que estaba de nuevo a su lado, y había visto las intenciones de Mariela. Abrió la mano justo cuando Mariela dio el tirón, cayendo aún más rápido a los brazos de los zombies que la esperaban para darle toda su atención. Victoria y su amigo se sentaron en una rama más alta y alejada. Él la abrazó y Victoria se sintió protegida. Desde ahí veían como la gente y los zom-

bies corrían por las calles más allá de la plaza. Todo era caos. Una tarde perfecta se había vuelto una pesadilla… y todo por una pulsera. Se había olvidado por completo de ella. Acurrucada en los brazos de su amigo, lejos de los zombies que habían dejado de trepar, miró las calaveritas de su pulsera. Tocó una, cerró los ojos… “entre la oscuridad y la luz”, repitió para sus adentros. Ya había visto demasiada oscuridad por una tarde. Cuando abrió los ojos ya no había gritos. Los despedazados volvían a estar en una sola pieza, se tocaban el cuerpo corroborando que no les faltara ninguna parte. Los zombies eran de nuevo personas disfrazadas, se los veía confundidos. Uno de ellos se tocaba la mandíbula. Victoria y los demás bajaron del árbol. Mariela estaba sentada sobre una de las raíces sobresalientes, temblaba de pies a cabeza. Miró a Victoria, agachó la mirada y se alejó. No volvería a molestarla, ni a ella… ni a nadie. Aunque todos recordaban lo sucedido eligieron guardar silencio, y no hablaron de ello. Lo consideraron una alucinación colectiva. Algo en el aire quizás. La pulsera de Victoria tenía dos calaveras negras… -Ahora tenés cinco calaveras negras en tu pulsera, tía – le dijo el sobrino contándoselas, aún le quedaban seis blancas. -¿Qué más pediste? - preguntó la sobrina. -Otro día les cuento… La Victoria adulta aún llevaba anteojos, su pelo rebelde había sido domesticado por lo cual lo llevaba suelto, y ya no era esa chica tan malhumorada… bueno, a veces… Como todos los años la parca estaba en el mismo lugar que la había encontrado de niña. Al pasar, Victoria la saludaba discretamente con la mano, la parca le devolvía el gesto moviendo su guadaña. El grupito de chicas que habían cuchicheado al ver a su sobrina volvió a pasar, la de pollerita más corta la empujó a propósito. -Me tropecé, perdón… – y se alejó riendo con las demás. Victoria las miró molesta, instintivamente se tocó la pulsera. Al hacerlo su rostro se embelleció con una amplia sonrisa, miró a su sobrina y le dijo entusiasmada: -¿Qué te parece si convertimos esta simple tarde en una inolvidable…? Texto: Verónica Roldán Ilustración: Lautaro Capristo Havlovich

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De TeJorh!

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