Revista Cosas #245 Julio 2012

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CHAGALL

Sueño de una noche de verano, 1939

El violinista 1912/1913

La virgen de la aldea, 1938/1942

ENCANTAMIENTO SENSORIAL Se puede pensar que las 169 creaciones incluidas deben reflejar su trabajo en forma bastante exhaustiva. Pero no es así si se considera que este artista desplegó su talento obsesivamente, plasmando sin descanso sus experiencias y todo lo que le rodeaba, en miles de obras por casi 80 años (pintó hasta poco antes de morir a los 98). Fue, además, un hombre que vivió intensamente y amó la vida a fondo; residió en Rusia y Francia, en distintos períodos, y en Estados Unidos, y viajó mucho; estuvo profundamente enamorado de las tres mujeres en su bitácora sentimental; fue amigo de otros pintores y –porque adoraba la literatura– de numerosos escritores notables; y experimentó en carne propia los grandes eventos históricos de su siglo: las guerras, la persecución antisemita, el holocausto judío. De modo que repasar su obra y su evolución artística, es recorrer sus vivencias y, al mismo tiempo, lo que le sucedió a la Humanidad durante los ’900. “No me gustaría ser como los otros. Quiero ver un mundo nuevo”, declaraba Chagall en su libro de memorias “Mi vida”, que escribió a los 35 años, cuando decidió abandonar su Rusia natal. Visitar esta excepcional retrospectiva fue, por lo tanto, descubrir una realidad muy personal, una imaginada por un artista que fue un soñador y un poeta, el mundo según Chagall. Con razón se le apodó “el poeta con alas de pintor”. Sus obras son, antes que nada, poesía hecha pintura. Considerado un pionero del modernismo, en su juventud admiró

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La novia de las dos caras, 1927

Gólgota, 1912

Desnudo delante de la casa, 1911

a Gauguin, después asimiló las influencias del cubismo, el simbolismo y el fauvismo, para elaborar su estilo único, expresivo y colorista, que rompió con todas las leyes conocidas de composición y perspectiva. Así, con la libertad juguetona de un niño, en sus cuadros las vacas vuelan, personajes gigantescos se codean con otros pequeñitos y novias con gallos y machos cabríos, siempre incluye remembranzas de su pueblo natal en Bielorrusia, vuelve una y otra vez a las tradiciones judías, a los lugares y a las cosas que amó (el circo, desde luego). Chagall se ubica dentro del surrealismo, pues sus obras obedecen a la lógica de los sueños, del recuerdo y la fantasía. Pero a diferencia de otros surrealistas, nunca se permitió caer en la trampa de los recovecos del inconsciente. Si bien sus imágenes contienen abundantes símbolos, sus representaciones en clave nunca son densas ni tortuosas, sino llenas de humor y ternura. Porque aun retratando los horrores de la guerra, el antisemitismo o el éxodo, su paleta está marcada por el optimismo, el mensaje de esperanza, el amor por la vida. Para el final, lo primero que salta a la vista: el colorido exuberante y extraordinariamente seductor de sus cuadros. Picasso creía que solo el artista ruso y Matisse entendían de veras lo que el color es y significa. Los colores en Chagall están vivos, llenos de magia y ensoñación lírica; sin siquiera tratar de imitar a la naturaleza, sugieren movimientos y ritmos, animan los volúmenes. Es el cromatismo de su universo visual el que hace que el visitante de esta gran exhibición plástica emerja deslumbrado, en un estado de auténtico encantamiento sensorial. ■


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