¿Por qué geonomía?

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¿POR QUÉ GEONOMÍA? Rodrigo Gaínza


Rodrigo Gaínza © Ediciones Corazón Terrícola · Colección Pensamiento Terrícola Fragmento de Elementos de Geonomía V Diagramación Inés Cheuquelaf Septiembre 2013 · Niebla www.corazonterricola.net


intencionalismo y estudios geonómicos En esta monografía intento dar cuenta del origen y uso del término geonomía. Debido a sus componentes anecdóticos, está escrita en primera persona singular y plural. Los estudios geonómicos surgieron como un elemento de lo que a mediados de los años ochenta era un marco filosófico en formación: el intencionalismo. Pero unos años más tarde dicho marco pasó a un segundo plano debido a que las urgencias derivadas del análisis geonómico de la actividad humana capitalizaron nuestras inquietudes. El intencionalismo intentaba responder a las preguntas qué, cómo, por qué y para qué son los fenómenos del mundo y la conciencia. Su aspiración metodológica era la realización de observaciones en el mayor número posible de ambientes de conciencia. Sobre esta base, ponía atención en un observable cosmológico que no podía ser reducido a ninguna propiedad o característica específica de las muchas que adopta lo que experimentamos, las que dependen de la arqui-tectura biológica de nuestra cognición y del modo en que es socialmente programada. La especificidad de ese sustrato consistía en que estaba en la base de cualquier propiedad o regularidad ontológica, volviéndose ostensible en el modo en que todas esas propiedades o regularidades se relacionaban entre sí. Puesto que estas apreciaciones eran de índole filosófica, trataban con los hechos en una forma teórica, sin detenerse a considerar sus consecuencias en el mundo de los asuntos prácticos. El intencionalismo intentaba construir una nueva plataforma epistémica para estudiar la cognición y la cosmología, pero esto lo llevó a advertir que el solo hecho de pensar en esa plataforma involucraba responsabilidades con la Tierra y los seres terrícolas. La idea de un mundo de intencionalidades del que la conciencia humana participa como una singularidad autorreflexiva no establecía ningún supuesto acerca de la ontología de lo que percibimos, ni lo ceñía tampoco a los límites cognoscitivos de www.corazonterricola.net

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una cultura o una época determinada. Cualquier ontología completa el acto que demanda por ella y que es termodinámicamente anterior al momento de la implesión con su objeto. Puesto que la Erfüllung no presupone ninguna ontología, el hallazgo de la intencionalidad como el fundamento del mundo y la conciencia conectaba estas investigaciones con el pensamiento de las culturas originarias, desdeñadas por el mundo académico al considerarlas racionalmente balbuceantes y a menudo cautivas en las “supersticiones mágicas” del “animismo primitivo”. La intencionalidad podía ser detectada en la conciencia humana y sus productos culturales, pero tratarla como una propiedad cosmológica era un extravagancia vitalista. En la racionalidad científica, la Tierra era una roca cubierta de musgo. El cosmos, como totalidad, era inerte, fortuito y desprovisto de propósito. Al predicar inobservables basados en creencias, el finalismo religioso no hacía ningún aporte sustantivo al estudio de estas materias. Lo que me impulsaba a profundizar en ese sustrato ontológicamente irreductible eran algunas experiencias desestructurantes en las que me asomaba fugazmente a otras formas de conciencia. Las montañas seguían siendo montañas y los ríos seguían siendo ríos, pero decían algo. Esas experiencias de vinculación con la Tierra eran a tal punto perentorias que provocaban la desconexión espontánea de mis procesos mentales. Con ellas emergía un mundo interpelante que me compelía a percibir, incrementando mi conciencia, y a la vez me daba indicaciones con sentido práctico acerca del curso de los acontecimientos. En cierto momento la percepción del mundo como un mundo de intencionalidades se fue consolidando como un nuevo modo de percibir sin requerir de un agente o facilitador externo. El mundo de objetos que presumía trascendental a la conciencia, o la conciencia recluida en sí misma en un mundo perturbacional incognoscible, iban debilitándose a medida que reflexionaba en el hallazgo de un vínculo entre la conciencia y el mundo que no dependía de la actividad mental y se desplazaba transversalmente en diferentes ambientes de conciencia. Exis4

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tía una conexión operacional entre la cosmología y la cognición que no había sido satisfactoriamente descrita por la religión, la filosofía o la ciencia, tres modos de saber que provenían de una misma orientación histórico-cultural: la dominante. En 1990 describí esta experiencia como un ambiente de conciencia vinculada, en el cual se interrumpe la disociación entre las propiedades físicas y psíquicas que establece el sistema ordinario de semantización. La conciencia vinculada surge al tomar contacto con las propiedades cognitivas de la cosmología, lo que en forma recíproca y proporcional otorga propiedades cosmológicas a la cognición, de modo que ésta comienza a relacionarse de otro modo con los invariantes físicos convencionales. La peculiaridad más significativa de estos fenómenos es que su operar no puede ser determinado por el intelecto, dado que involucra ambientes psíquicos en los que no tienen pertinencia las premisas lógicas u ontológicas sobre la realidad que suscribimos en la conciencia ordinaria. En agosto de 1995 intenté poner en el lenguaje la distinción entre universos operacionalmente determinables y no determinables, en la que los primeros se sustentan en el acto de atribuir a los elementos del mundo no antrópico las propiedades de los objetos producidos por el trabajo humano, perdiendo de vista que la computabilidad intelectual puede ser exhaustiva en algunos de nuestros productos culturales, de los cuales somos responsables, pero no en las condiciones geonómicas y cosmológicas que posibilitan su existencia, las que no pueden ser agotadas por el intelecto en virtud de su infinita complejidad y variabilidad. La creencia de que a la larga todo será explicado nos impide explorar aquello que no es explicable, que es donde se encuentran las opciones que no consideramos. Como un mundo que no ha sido fundado por la actividad humana, el mundo de intencionalidades es un cosmos operacionalmente no determinable, aunque en las civilizaciones exobióticas la porción operacionalmente determinable que conocemos del mundo es aparentemente suficiente para producir bienes que satisfagan nuestras necesidades. Lo preocupante es que www.corazonterricola.net

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al no realizar la distinción entre universos OD y OND, la forma en que la mayor parte de la humanidad resuelve sus necesidades va desorganizando el torrente de coherencias espontáneas entre el cuerpo, la biosfera y la Tierra tomada como un todo. Lo que parece un problema epistemológico puramente teórico tiene serias consecuencias prácticas e históricas. La observación de las diferencias culturales en la relación entre el cuerpo y el mundo condujo a la distinción entre dos grandes rangos de orientaciones histórico-culturales. La divergencia endobiosis-exobiosis se convirtió en el problema central de una antropología que no estaba fundada sobre las premisas antropocéntricas de las ciencias sociales. Las comunidades endobióticas vivían en un mundo de intencionalidades, mientras que las sociedades exobióticas vivían en un mundo de objetos gobernado por las intencionalidades humanas dominantes. Para las primeras, la Tierra era un ser. Para las segundas, una cosa. las leyes de la Tierra. Esta fue una de las razones que nos impulsaron a tomar contacto con la cultura mapuche, la que está basada en el respeto y el amor por la Tierra. El modo de vida tradicional mapuche se sustenta en la noción de az mapu, como el conjunto de prácticas basadas en la reciprocidad con el territorio y todos los seres y elementos de la Tierra (Marimán, Caniuqueo, Millalén y Levil, 2006: 273). El az mapu es el fundamento de las relaciones de comunidad y del conocimiento ancestral de la naturaleza. Perdura a lo largo de los siglos y proviene de una experiencia que los mapuche describen como un vínculo directo con la Tierra. La contienda mapuche inspiraba nuevas interrogantes: ¿Era posible revitalizar las orientaciones culturales endobióticas, generando cambios radicales en la relación entre el cuerpo y el mundo? ¿Cuál era el impacto total de siglos o milenios de exobiosis en la ontogenia de los seres humanos? El análisis de las prácticas y los productos sociales que proponía el intencionalismo ponía en evidencia las orientaciones exobióticas. Conceptos cosificadores como “medio ambiente”, “recursos naturales” o “planes de manejo” proporcionaban el marco teórico para 6

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prácticas sociales estructuradas como un modo de resolución de las necesidades. Esta articulación entre las intencionalidades humanas y las intencionalidades de la Tierra no había sido estudiada en tales términos. En ese momento me puse a buscar un término que describiera simultáneamente la economía de la Tierra y la disciplina epistémica que intentaba estudiarla. Tal fue el origen de la palabra geonomía, término que inventé en 1988 sin tener idea de que ya existía y que en el trabajo de los geonomistas más recientes estaba directamente relacionado con nuestras inquietudes. Esta no fue la única vez que inventé un término que ya existía o que más tarde fue acuñado por otros autores. Lo primero ocurrió con la palabra endobiosis, empleada en parasitología para referirse al ciclo de ciertos coloides, y lo segundo con los superfotones, formas de energía extraglobular que al interactuar con las condiciones de membrana del espaciotiempo generan campos fotónicos disipativos de gran complejidad. En esa misma época también empecé a usar los términos geónomo, geosfera y geocampo. Cuando tuve acceso a internet y averigüé que la palabra geonomía ya existía, lo tomé como una señal de que había que reformular conceptos preformados. El término era adecuado para describir lo que se estaba desarrollando bajo su propio impulso como una plataforma epistémica en la que todos las áreas del saber se hallaban referidas al geocampo, como condición de producción de cualquier forma de conocimiento humano. En el uso que le di a este término, γόμος no significaba gestión, en un sentido instrumental y visiblemente antropocéntrico, sino la suma total de condiciones necesarias para la existencia del geocampo y la optimización de sus propiedades biogénicas. Sin embargo la geonomía no pretendía ser una disciplina auxiliar de las geociencias o la biología. Su discusión central era precisamente con el pensamiento científico y sus premisas, las que fundaban una racionalidad absorta en sí misma que legitimaba la dominación de la naturaleza y la manipulación irrestricta del organismo humano. Tampoco albergaba el deseo de que www.corazonterricola.net

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en un futuro por lo demás incierto fuera posible algo así como una reconciliación epistemológica entre la ciencia y la geonomía. Más bien la relación que existía entre ambas me resultaba similar a la que en su momento existió entre la teología medieval y el entonces emergente pensamiento científico. En el siglo XIX, el término geonomía correspondía a una disciplina agronómica relacionada con el estudio de la tierra vegetal. Esta conexión con la superficie de la Tierra subsistió más tarde como el “estudio de los cambios en la forma superficial de la Tierra y de la forma de aprovechar esta superficie”. La geonomía era, pues, una ingeniería para el uso de la fertilidad terrestre de acuerdo con los intereses del sistema social exobiótico. No intentaba dilucidar las leyes de la Tierra como un campo generador de organización, sino estudiar y utilizar su superficie de un modo racional. Apropiarnos del término para apuntar a una forma de conocimiento totalizador que avanzaba con la desfragmenta-ción de las diferentes disciplinas epistémicas nos parecía mucho más coherente con su etimología. Durante el siglo veinte la geonomía adquirió otro significado en el marco de las ciencias naturales, convirtiéndose en la ciencia que estudiaba la relación entre las sociedades y su entorno natural. Esta acepción era de sumo interés porque estaba directamente relacionada con algunos de los postulados geonómicos que habíamos venido desarrollando en la última década. Nuestro punto de partida eran las tres distinciones geonómicas: 1) la distinción entre el ambiente mental o conciencia ordinaria y el conjunto de ambientes de conciencia disponibles para la humanidad, 2) la distinción entre el carácter operacionalmente determinable de los productos culturales humanos y el carácter operacionalmente no determinable de los seres y fenómenos no humanos, y 3) la distinción entre orientaciones histórico-culturales endobióticas y exobióticas. Sobre la base de estas tres distinciones intentábamos estudiar la relación entre la actividad humana y el geocampo. ¿Pero sobre cuáles premisas y con qué objetivos lo hacía la geonomía en tanto ciencia? 8

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geonomía y racionalidad instrumental Siguiendo la línea conceptual de Haeckel, quien creó en 1866 el término ecología (o “conocimiento de la casa”, entendiendo por casa al planeta Tierra), en el ámbito científico se emprendió la búsqueda de un término que aludiera a la “gestión de la casa”, en el sentido haeckeliano de gestión de nuestro planeta y su biosfera y de nuestras relaciones con él. No era consistente usar el término economía (que, en esta lógica, precisamente significa “gestión de la casa”), ya que esta palabra atribuida a Jenofonte y Aristóteles era empleada en el orden de los asuntos productivos. En 1909, el naturalista y oceanógrafo rumano Gregorio Antipa, uno de los alumnos de Haeckel, propuso emplear el término geonomía, que en el marco de la ciencia significa “gestión de la Tierra”, para describir el sistema de aprovechamiento racional de los recursos naturales de las cuencas del Danubio y el Mar Negro, en lo que trabajó a partir de 1898 con el auspicio del rey Carlos I de Rumania (Antipa, 1909). No obstante, el término geonomía ya existía en rumano en 1900 con un significado estrictamente geofísico. La geonomía era una rama de la geología que trataba de las leyes físicas que presiden las transformaciones de la forma superficial de la Tierra. De acuerdo con los datos disponibles, después de la primera guerra mundial, el geógrafo francés Albert Demangeon (1942) introdujo el término geonomía en Europa occidental, luego de haberlo conocido gracias a su colega Emmanuel de Martonne, quien publicó varios trabajos en Rumania y en 1918 tomó parte en el trazado de sus nuevas fronteras. Por lo visto quien contribuyó a popularizar el término fue Andrés Cholley, quien lo empleó en una guía para los estudiantes de geografía publicada en 1942. En 1947, Maurice François Rouge, del Instituto de Urbanismo de París, actualiza el concepto: “La geonomía es una nueva disciplina, distinta del urbanismo y de la geografía, es la ciencia de la organización del espacio, que estudia las estructuras y los equilibrios que afectan la ocupación de los suelos, bajo www.corazonterricola.net

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el triple aspecto de la geografía, la sociología y la economía”. Si para los precursores rumanos la geonomía es básicamente geofísica, en Francia se conecta con el mundo de las ciencias sociales, dado que necesita de esta perspectiva para atender mejor a sus objetivos instrumentales. Esta línea de trabajo culminará más tarde al volver evidente la contradicción entre la Tierra y el abuso que ejerce sobre ella la civilización occidental. Entre los años 1970 y 2000 el término fue empleado por el geógrafo Felipe Pinchemel y por el biólogo y ecologista François Terrasson del Museo Nacional de Historia Natural de París en sus trabajos sobre una concentración parcelaria no destructiva de los setos en Francia y sobre la reconstrucción del entorno en las Islas Galápagos. Como se verá más adelante, Terrasson es el autor que parece llegar más lejos en el proyecto de una geonomía científica comprometida con la restauración del equilibrio entre la actividad humana y la geosfera, aunque sus principios humanistas eurocéntricos le impidieron visualizar en profundidad la divergencia de orientaciones culturales. Para Terrasson el desequilibrio ambiental se explica por el pensamiento dual que se desarrolla en occidente durante los últimos doscientos años, oponiendo la humanidad a la naturaleza y la economía a la ecología. Pese al trabajo de los mencionados autores franceses, el término geonomía ha desaparecido de las enciclopedias y hoy se emplea a menudo como sinónimo del georgismo, una ideología tributaria del siglo XIX. En algunos centros académicos la geonomía ha subsistido como una ingeniería territorial, vinculada con la demarcación y administración de los espacios geográficos desde diferentes perspectivas. Con respecto al georgismo (o geoísmo), a menudo confundido con la geonomía y denominado así por Henry George (1839-1897), se trata de una filosofía económico-política según la cual cada quien es dueño de aquello que logre crear o producir, pero todo aquello que es proporcionado por la naturaleza, sobre todo los suelos, pertenece a toda la humanidad por igual. George propuso un sistema basado en el respeto por la propiedad privada (activos y rentas), gravando con un solo impuesto el 10

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uso de los bienes naturales, físicos e increados, impuesto calculado de acuerdo con el valor del bien en el mercado. Dentro del georgismo existen diferencias en torno a qué uso darle a la renta extraída, que podría ser principalmente para el presupuesto público del Estado, sustituyendo los impuestos abolidos, o bien para algún tipo de renta ciudadana para la población, la que en última instancia determinaría su uso. El georgismo propone un solo impuesto al valor del bien, y no impuestos a la productividad del mismo ya que considera tal cosa económicamente destructiva y criminalizadora de la prosperidad. Tampoco está de acuerdo con canalizar todos los fondos en servicios asistenciales públicos, al menos no necesariamente, ya que ve en ello un aumento de la burocracia y una disminución de la libertad de los beneficiarios de administrar tales fondos como mejor les parezca. La radicalidad tributaria de su programa incluye la eliminación de todos los demás impuestos existentes. En la geonomía demócrata-republicana de George, la Tierra es oro. El interés instrumental por la superficie de la Tierra busca sus propios resortes jurídicos en el marco del capitalismo estadounidense en expansión.

indefinición de la geonomía científica La principal aspiración de la geonomía centífica no parece haber sido definir claramente su objeto de estudio, sino obtener legitimidad epistémica entre las ciencias naturales clásicas. Tal vez debido a sus orígenes menores en el panteón de las ingenierías de la reproducción social, como una modesta herramienta de los agrónomos y más tarde de los geógrafos, hasta la actualidad no ha adquirido un perfil prominente, a diferencia de disciplinas como la ecología o el estudio de los modelos de desarrollo. Lo que ocurre es que hay una ambigüedad epistemológica en su definición. Por una parte no tiene el nivel de abstracción de la biología o la geología, y por otra no es solamente un instrumento técnico de éstas u otras ciencias. A esto se suma que cada vez que la geonomía científica se aproxima a las ciencias sociales, www.corazonterricola.net

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lo hace como pidiendo permiso para existir. En su núcleo conceptual hay algo disminuido o indeciso, a lo que se añaden los prejuicios de los autores angloparlantes para adoptar términos provenientes de Francia o de países europeos periféricos, como es el caso de Rumania. Por lo visto los caminos de la ciencia son inescrutables. La geonomía aspira a ser ante todo una ciencia, a la vez teórica y aplicada, que estudie el uso de los recursos terrestres, realice predicciones sobre sólidas bases experimentales o elabore teorías que permitan mejorar la “gestión de la Tierra”. Su lógica es la misma que la de las tecnologías de control que hablan de “planes de manejo” de ecosistemas o poblaciones de seres vivientes, como en el caso de las autodenominadas ciencias forestales. En este sentido, posee atributos más dinámicos que la mayoría de las geociencias, básicamente descriptivas. La oscilación entre ambos polos marcará toda su trayectoria conceptual. La geonomía científica está interesada en examinar las transformaciones del entorno terrestre que tienen repercusiones en la vida social, previniendo las consecuencias de las decisiones humanas por medio de los estudios de impacto ambiental. Su programa se propone indicarnos cómo sobrevivir como especie en un planeta sometido a una continua modificación antrópica, reconociendo aquello que puede amenazar nuestra supervivencia. En su curso sobre organización del espacio en la Escuela Práctica de Altos Estudios de París, desde 1953 Rouge define la geonomía como un conjunto de conocimientos científicos tomados de las ciencias y disciplinas de base (geografía física y humana, geología, climatología, ecología, demografía, sociología, economía, etc.), los que son aprovechados para describir la realidad de los espacios y las leyes y condiciones de sus posibles modificaciones. En combinación con diferentes técnicas (matemática, car-tografía, estadística), los saberes que forman el eclecticismo geonómico constituyen los medios utilizados por el geonomista en su búsqueda de las mejores soluciones. 12

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Haciendo caso omiso de las sabidurías endobióticas que se remontan al pleistoceno, los geonomistas franceses “descubren” que los problemas de la economía, el clima y el medio ambiente en general están unidos y por lo tanto las soluciones también deben estarlo. En esta perspectiva, ecología y economía no pueden seguir lógicas antagónicas, ya que describen la misma realidad. Como se ve, la oposición conceptual entre cultura y naturaleza —que en realidad consiste en la oposición práctica entre endobiosis y exobiosis— se expresa aquí como un antagonismo académico entre economía y ecología, dos ciencias instrumentales provenientes de una misma matriz histórico-cultural basadas en las mismas premisas epistémicas. Sin desmerecer estos descubrimientos trascendentales de la geonomía científica francesa, más allá de su lenguaje de obviedades interdisciplinarias hay en ella un afán de perfeccionamiento de los modelos de explotación de la Tierra con el fin de que las sociedades contemporáneas dejen a sus descendientes un mundo habitable. En pos de este objetivo altruista, la geonomía científica anhela unificar la “historia natural” con la “historia humana” en una misma historia. Tal vez debido a su desinformación en el campo de las ciencias sociales, los geonomistas no advierten que toda historia es siempre historia humana, y que la llamada historia natural es el relato interpretativo de los eventos del mundo no antrópico que son significativos para una sociedad en particular, la que en este caso se ha convertido en una civilización global que instala su episteme como racionalidad dominante. Lo que probablemente los geonomistas han querido comunicar con tal aspiración es un llamado a que la historia humana deje de ser antagónica a la historia del mundo natural, en el sentido de que la una representa la supresión de la otra en cuanto tal. En este punto la hipótesis Gaia parece tener una gran afinidad con la geonomía académica, si bien Lovelock desarrolla otra plataforma conceptual para su teoría, a la que llama geofisiología. Pero la geonomía científica no profundiza en las ciencias biológicas, aunque tampoco permanece enfocada en los www.corazonterricola.net

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problemas puramente ambientales o geodemográficos, puesto que comienza a pronunciarse sobre los aspectos antropológicos de la relación entre los seres humanos y la Tierra. De allí su coincidencia con el trabajo del biogeógrafo Jared Diamond, a quien sus adversarios acusan de hacer pseudociencia al promover una visión catastrofista y hasta cierto punto apocalíptica que anticipa el colapso de la civilización contemporánea.

a ella le gusta la gasolina Dado que el pensamiento científico asume los comportamientos exobióticos como la manifestación de una naturaleza humana exobiótica y no como el exponente de una orientación históricocultural determinada, términos como “aprovechamiento”, “racional”, “recursos”, “Tierra”, “sus-tentable” o “supervivencia humana” dan vueltas en la unidimensionalidad del discurso de la ciencia, pretendiendo aludir a las más entrañables necesidades del ser humano y la biosfera. Para ser aclaradas, las condiciones de producción de la exobiosis exigen un marco historiológico por completo distinto de los que se conocen hasta ahora. El lenguaje científico y su marco de aseveraciones epistémicas no es sometido jamás a discusión, salvo en los círculos especializados de los epistemólogos, cuya incidencia en el mundo de los asuntos prácticos suele ser tardía o anodina. Pese a todo, los geonomistas europeos han examinado el impacto de la actividad humana en la economía de la Tierra, actividad que al cabo del tiempo tiende a agotar los recursos naturales o representa la extinción de decenas de miles de especies animales y vegetales. El discurso geonómico coincide en este punto con las ideas de Diamond acerca de que la expansión de ciertas culturas por causas esencialmente medioambientales ha contribuido a generar un notable crecimiento demográfico, cultural y militar. Según Diamond, la aparición de nuevos recursos inmunológicos (anticuerpos, defensas contra ciertas enfermedades), la explotación de un nuevo elemento del entorno (domesticación de ani14

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males, metales) o la emergencia de una nueva tecnología (irrigación, metalurgia del hierro) explicarían, por ejemplo, las bruscas expansiones indoeuropeas, bantúes, turcas o austronesias. Al cabo de un tiempo estas expansiones se agotan y colapsan. En Oceanía se destacan los casos de las islas Henderson y Rapa Nui, donde los asentamientos humanos socavaron el medio ambiente. En el caso de Europa no representa mayor dificultad conectar acontecimientos naturales y acontecimientos históricos. Un ejemplo es el período de abandono de numerosos emplazamientos agrícolas en los siglos XIII a IX antes de Cristo en Italia y Grecia en concomitancia con las grandes erupciones de los volcanes Thera, Etna y Vesubio. La crisis del siglo III o el período de grandes invasiones del siglo IV al X coinciden con los empeoramientos climáticos en Eurasia septentrional. También son conocidos los efectos de las grandes epidemias, como la peste negra en Europa en el siglo XIV. Estas alternancias de expansión y hundimiento forman la teoría de las pulsaciones descrita por Diamond en sus obras (véase, por ejemplo, Diamond, 2004 y 2006). La civilización tecnológica mundial y sus siete mil millones de habitantes constituye una pulsación que se explicaría por el acceso a los combustibles fósiles y el uranio. Al agotarse dichos recursos la sociedad se verá obligada a limitarse a las energías renovables como antes de la era del carbón y la humanidad tendrá que reducir drásticamente su población. En la hipótesis de las pulsaciones y los colapsos culturales no se anticipa el desarrollo de tecnologías hoy desconocidas que aprovechen recursos naturales inagotables, como en el caso de la energía del vacío o la fusión nuclear controlada, ni menos aún se considera la posibilidad de un cambio en las orientaciones culturales. Durante la transición fatal entre pulsaciones y desintegraciones, el objetivo de la geonomía científica consistiría en volverla lo menos violenta y conflictiva posible, siempre al pie de la letra de la profecía autocumplida del colapso. Un clima pesimista parece imperar en las precauciones de la geonomía científica. A la civilización exobiótica le gusta www.corazonterricola.net

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la gasolina y la energía nuclear, socava la Tierra, destruye a las culturas originarias, extingue especies como quien corta el césped, se reproduce más allá de cualquier modelo sostenible y luego produce expertos que buscan hacer la transición más agradable. Hasta aquí no se ven muchos elementos favorables para una congruencia entre la geonomía científica y la geonomía terrícola. En la primera, los responsables de la catástrofe son los beneficiarios de los planes para amortiguarla. En la segunda, la responsabilidad humana incluye también la práctica de modos de vida capaces de impedirla o contrarrestarla. Diamond advierte sobre las consecuencias de las pulsaciones civilizatorias, pero muchos autores científicos niegan los hechos que respaldan sus teorías, como por ejemplo que muchas migraciones e invasiones humanas han sido consecuencia de una degradación importante de sus ecosistemas de origen o de empeoramientos climáticos, eventos contrastados por investigaciones arqueológicas. Los criticos de la teoría geonómica afirman que esas correlaciones son a menudo dificiles de fechar con precisión, y que además no son pruebas contundentes ya que las huellas de violencia asociadas a esos abandonos o invasiones pueden haber tenido causas sociales, como por ejemplo el crecimiento demográfico y la jerarquización en el seno de las llamadas sociedades bárbaras en plena transformación bajo la influencia de los imperios meridionales (Roma, Bizancio, China). Estas controversias no desalientan a los geonomistas, quienes subrayan que las causas de un fenómeno y las soluciones a los retos actuales no son nunca únicos. A las catástrofes ambientales habría que sumar la codicia, la xenofobia y el deseo de supremacía.

contradicciones del hijo de la Tierra François Terrasson es probablemente el geonomista que más se ha aproximado a la divergencia de orientaciones culturales, aunque al final queda atrapado en la contradicción entre sus principios humanistas y su crítica del modelo occidental de re16

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lación con la naturaleza. En pos de una disciplina integradora que describa la relación entre el medio ambiente y los seres humanos, Terrasson descubre una alteridad que había sido desechada por la idea marxista-hegeliana de que toda realidad es parte de la actividad histórica de producir la historia. Hay algo anterior o subyacente a la práctica histórico-social, aunque ésta se considere subjetivamente muy por encima suyo. Para Terrasson el anverso de la actividad humana es la naturaleza, demarcada por los occidentales a partir del temor y el rechazo. Sus esfuerzos serán la incorporación de enfoques multidisciplinarios para examinar esta relación y su conflicto, relacionado con las decisiones que tienen consecuencias ambientales de gran envergadura. Por ello se ve en la obligación de informar acerca de la naturaleza y, sobre todo, de lo que sucede con los seres humanos (occidentales, contemporáneos, académicos) al ingresar a sus dominios. En la agenda de Terrasson esta toma de contacto con la intemperie debe informar no tanto acerca del mundo natural, sino del observador que se sumerge en él. Con este fin organiza seminarios de Nature, donde los estudiantes deben pasar la noche en el bosque bajo las estrellas, evaluando a la mañana siguiente las dificultades que se fueron presentando. Entre los árboles y los ruidos nocturnos de Fontainebleau, los universitarios advierten la raigambre del pensamiento dual que los separa y opone al mundo que no ha sido producido por los seres humanos. Los informes de los estudiantes indican que el campamento nocturno no es una inmersión en el romanticismo de una noche inspirada a la luz de la Luna, sino una lucha constante contra la incomodidad, las fobias, el fastidio de experimentar sed, necesidad de orinar o defecar, eludir los mosquitos y otros insectos o identificar los sonidos desconocidos del bosque. La nostalgia hippie de una “fusión con la madre naturaleza” brilla por su ausencia. Terrasson confirma que la civilización ha roto totalmente su vínculo con la Tierra y se pregunta sobre las consecuencias. Mientras en Norteamérica comienza a emerger una contracultura que culminará con el Unabomber o la green anarchy, Terrasson aspira a una solución científica para este divorcio. www.corazonterricola.net

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El geonomista Terrasson se pregunta: ¿por qué es el hombre occidental el que destruye la naturaleza? Su respuesta es rotunda: porque tiene miedo de la selva (Terra-sson, 1988; 1994; 2004). Pero él prefiere ver en ese miedo algo inconsciente, o sea, irresponsable, en lugar del producto de una civilización antropocéntrica. Aunque no enfoca la raíz del Homo occidentalis, rechaza la idea de que una reserva de biodiversidad pueda caracterizar al mundo natural. Por definición, una reserva no es en modo alguno “natural”, como en su momento hizo saber a los gestores de las reservas naturales o la NFB. Terrasson reconoce la mala fe o la falsedad de los criterios conservacionistas, cuyo punto de partida es la manipulación del entorno y el control de las poblaciones biológicas generando una escenografía pseudonatural. En todo esto visualiza un profundo disenso cognitivo, un doble vínculo, en el sentido que le otorgaba la antipsiquiatría, una suerte de hipocresía esquizofrenogénica que genera violencia y agresión en los seres cuyos modos de vida han sido fragmentados y desnaturalizados con la excusa de su conservación o protección. Pero Terrasson no examina las contradicciones del conservacionismo desde una visión anticivilizatoria, como en el primitivismo de Zerzan (1994) o Jensen (1995), sino desde el axioma europeo de que el destino del hombre es la pacificación de la existencia a través de la razón. Por ello distingue entre la “hominización”, como la capacidad de escapar de la tiranía de los instintos e inventar nuevos comportamientos, nuevas reglas, que atribuye a la neotenia humana, y la “humanización”, como la capacidad de escapar de la tiranía de la agresión y la depredación e inventar reglas de comportamiento basadas en el respeto y la cooperación dentro de nuestra especie, con otras especies y con la naturaleza en general. Definitivamente, lo suyo son las reglas. Sin ellas somos depredadores ilustrados. Terrasson estima que la hominización ha tomado alrededor de medio millón de años, mientras que la humanización se está produciendo en la actualidad con la disminución de los umbrales de angustia y precariedad mediante los estándares de 18

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vida de la civilización contemporánea. En el evolucionismo de Terrasson, los márgenes de supervivencia se incrementan debido a la evolución humana, aunque en última instancia depende del éxito de la humanización. ¿Cómo ha hecho Terrasson para reconciliar el hecho de que aquello que denomina “humanización” asegura la supervivencia y al mismo tiempo la amenaza, empujándola hacia el abismo del colapso ambiental o la guerra nuclear? ¿Cómo podría encontrar coherencia en un modo de vida que, por una parte, proporciona bienestar y satisfacción al individuo metropolitano, mientras por otra agudiza el antagonismo entre la humanidad y la naturaleza, degradando el entorno y socavando los condiciones de vida de la biosfera en su totalidad? La evolución, en este marco, no es más que otro eufemismo para la exobiosis. Terrasson reafirma la superstición exobiótica de que a lo largo de una supuesta historia unidireccional tiene lugar algo así como una progresiva “humanización” del ser humano. Pero el ser humano es tal desde que su filogenia lo permite, sujeta a los cambios ortogénicos intencionados durante su ontogenia. El doctor Mengele es tan humano como el doctor Schweitzer, porque las intencionalidades que nos caracterizan pueden dar origen a la solidaridad o la dominación, la crueldad o la misericordia. No hay intencionalidades humanas que sean más humanas que otras; lo que hay son diferentes modos de actuar en el mundo con sus respectivas consecuencias. A Terrasson lo angustia la lucha insensata de la civilización contra la naturaleza, pero al mismo tiempo bestializa la naturaleza como el oscuro reino de los instintos, del que nos hemos librado a través de la electricidad, la penicilina y el papel confort. No quiere ver que una cosa es el carácter predatorial que adoptan algunas de las interacciones del mundo natural, y otra muy diferente la violencia exacerbada con que el sistema social exobiótico destruye la Tierra y ejerce el control biológico del cuerpo. La “humanización” de Terrasson es la separación entre los seres humanos y la naturaleza, pero él quiere que esa humanización nos libere de lo que ella misma ha producido.


El geonomista Terrasson publicó numerosas obras y trabajó activamente en el establecimiento de áreas naturales protegidas, parques nacionales o regionales y otras reservas, siendo también un reconocido gestor del desarrollo de las zonas rurales. Tomó parte en muchos estudios de impacto ambiental y viajó por el mundo como experto en reconstrucción ecológica, destacándose por su trabajo en las Islas Galápagos. Finalmente pareció agotarse por esta actividad hasta encontrar la muerte en 2006.

las orquídeas salvajes de Wiltshire Las inconsistencias del humanismo han pasado desapercibidas para la academia, tal vez porque la actividad intelectual del mundo contemporáneo responde invariablemente a unas premisas antropocéntricas que se dan por sentadas como universalmente deseables. No obstante, en el campo de las ciencias ambientales ha surgido una vigorosa geofisiología aparentemente desprovista de presupuestos humanistas. La hipótesis Gaia marcó un antes y un después en la historia de la biología, convirtiéndose en el centro de gravedad de una sensibilidad comprometida con la biosfera. Es de notar que como el mismo Lovelock ha señalado, cuando publicó Gaia, una nueva mirada sobre la vida en la Tierra (1985) desconocía el trabajo de sus predecesores: la idea de la Tierra como un superorganismo, atribuida a Hutton, la geofisiología no reduccionista anticipada por Korolenko o la biosferización constante de Vernadsky. Su hipótesis no se enmarca en una tradición, un elemento a favor de su originalidad. A Lovelock le llama tempranamente la atención que el estudio de la Tierra, por parte de las diferentes disciplinas científicas, produce saberes aislados que resultan incapaces de visualizar el papel de la biosfera en la biogénesis y la evolución de los organismos y el ambiente. Geólogos y biólogos estudian por separado propiedades que no pueden ser entendidas sin un paradigma unificador. Lovelock intenta moverse en la delgada línea entre el holismo y el reduccionismo. En su trabajo


evita cualquier connotación mística que pudiese desprenderse de sus postulados, pero al mismo tiempo hace hincapié en que la consideración de la Tierra como un ser viviente tiene amplias repercusiones en nuestra forma de entender el mundo: Ninguna nueva teoría sobre la Tierra puede ser mantenida como un secreto científico. Tenderá a atraer la atención de los humanistas, los ambientalistas y aquellos vinculados a diferentes creencias y sectas religiosas. La teoría de Gaia está tan fuera de sintonía con el mundo humanista lato sensu en cuanto a la ciencia establecida. En Gaia somos apenas una especie diferente, ni propietarios, ni guardianes de este planeta. Nuestro futuro depende mucho más de una correcta relación con Gaia que con el interminable drama de los intereses humanos (Lovelock, 1993: 11). La hipótesis Gaia suministra un contexto para otras teorías que describen la biosferización, como la simbiogénesis de Lynn Margulis (Margulis, 2002), cuyo evolucionismo microbiológico contempla aspectos que Darwin jamás imaginó. Lovelock advierte que la vida no cuenta con una definición científica consistente, y aprovecha esta fisura para abordarla en términos de las condiciones de membrana que separan una estructura viviente de su entorno. Nuestro planeta se asemeja a un sistema de membranas concéntricas que van desde la atmósfera hasta el núcleo celular. Su descripción surge con independencia de la teoría de la autopoiesis y las emergentes teorías del caos determinista, la autoorganización o la termodinámica de estado no estable, pero tiene la coherencia suficiente como para explicar el rol activo de los organismos en las transformaciones de la superficie de la Tierra. A su congruencia con el trabajo de Margulis se añade que ambos se mueven en los extremos de la escala de la vida. Lovelock enfatiza las propiedades biogénicas de la geosfera, mientras que Margulis confiere a las células, “esos diminutos seres de los que apenas somos conscientes”, un rol fundamental en la evolución, contradiciendo los postulados que reservan dicho papel a los genes o la especiación.


Margulis postula que el comensalismo microbiológico arcaico se transformó en mutualismo permitiendo la incorporación del genoma de otros seres vivientes en las bacterias eucariotas, lo que otorga a la evolución por lo menos un mecanismo generativo alternativo al de la selección natural de las mutaciones aleatorias del ADN. Este será su énfasis el marco de la hipótesis Gaia: Lovelock postula que tanto la composición química de la atmósfera, como su temperatura global, la salinidad de sus océanos y la alcalinidad de la superficie de éstos (pH 8,2), no son parámetros aleatorios, sino que presumiblemente vienen regulados por el metabolismo de la suma de la vida sobre la Tierra. Esta clase de modulación global no significa que la superficie de nuestro planeta sea el equivalente a un organismo, porque, a diferencia de la biosfera, no puede sobrevivir de sus propios residuos ni respirar sus propias excreciones gaseosas. Sin embargo, la superficie de la Tierra sí presenta algunos rasgos propios de los organismos. Está construida en gran medida a base de células que se reproducen, toma sus nutrientes del agua y produce incesantemente residuos. Ambos entran en asociaciones ecológicas, en ocasiones simbióticas, absolutamente necesarias para el reciclado de residuos, lo cual determina que el reino celular se expanda. El resultado consiste en que, con el paso del tiempo, el medio ambiente se vuelve cada vez más organizado, diferenciado y especializado (Margulis, 2003: 184). Para Margulis, las bacterias son las principales responsables de las trasformaciones químicas de la biosfera. La composición química de la atmósfera o la salinidad de los océanos no son fortuitas, sino que están relacionadas con la respiración de trillones de microorganismos. Los conceptos de endosimbiosis y simbiogénesis instan a reformular las premisas de la síntesis neodarwiniana. Condiciones macroscópicas como la atmósfera, el clima y las diversas poblaciones biológicas organizan las condiciones inorgánicas de la Tierra optimizando la expansión de la vida, en cierto modo conducida por procesos basales que dependen de


seres microscópicos. Se rompe así la lógica reduccionista de la selección natural, como un proceso ciego e incontrastable que se desenvuelve sin ninguna conexión con la Tierra como cuerpo celeste. Al involucrar todos los procesos geonómicos, la hipótesis Gaia ha sido reafirmada por las teorías posteriores sobre la autoorganización y autosustentabilidad de lo viviente. No lejos de Stonehenge, las orquídeas salvajes de Wiltshire han sido apreciadas por ojos sensitivos. El sabio dice: “no somos propietarios, inquilinos ni pasajeros de la Tierra. La habitamos, formamos parte suya, la caracterizamos”. De acuerdo. Pero la vida, ¿ocurre porque sí? La geonomía científica se originó en una tecnología de análisis y uso de la superficie de la Tierra y las propiedades biogénicas de los suelos. Fue contemporánea de la embriología vitalista de Driesch, uno de los primeros en abordar el tema de la intencionalidad de los procesos biológicos. En términos observacionales, la verificación de las hipótesis de Driesch sigue en el mismo punto. Las intencionalidades continúan siendo un intangible que el pensamiento puede aceptar o rechazar sin que aparentemente nada cambie en el orden de los asuntos prácticos. Esto se debe a que la conciencia es identificada con la mente, rechazándose a priori la posibilidad de desarrollar las facultades recursivas en otros ambientes psíquicos con el propósito de realizar observaciones consistentes. Esta ignorancia tiene consecuencias abrumadoras en las prácticas económicosociales humanas, ya que es la raíz de la cosificación de la Tierra y la degradación de su biosfera. ¿geofisiología forense? Al enfatizar la intencionalidad de los procesos biológicos y cosmológicos, la geonomía intencionalista introduce un elemento políticamente incorrecto en el mundo epistémico. Su siguiente paso es proponer el esclarecimiento de las condiciones de perceptibilidad de la Tierra como un ser recursivo. Pero tanto para la civilización tecnológica como para la geonomía científica, la


Tierra es una cosa. A esto se debe que sus teorías no enfoquen los temas de fondo, relacionados con las responsabilidades que le corresponden a los seres humanos en la economía de la Tierra. Esta podría ser la razón de que la geonomía científica no ha desarrollado iniciativas efectivas para contrarrestar el colapso ambiental. Si cumpliera con sus objetivos epistémicos, debería hacer uso de la razón para proporcionar a la humanidad herramientas prácticas para revertir los desequilibrios generados por la actividad humana o para resolver de otro modo sus necesidades. Ha impulsado iniciativas puntuales o regionales relacionadas con las poblaciones biológicas o sus ecosistemas, o ha examinado el antagonismo entre las sociedades industrializadas y la naturaleza. Pero no ha asumido su lugar como la ciencia unificadora de todas las demás disciplinas científicas en virtud de que atiende al sistema global del que todo depende: la Tierra y sus condiciones de existencia. La actividad humana está generando severos cambios en los patrones de autorregulación del geocampo que en las próximas décadas pueden afectar a las poblaciones biológicas, incluida la humana. Los estándares de vida de las sociedades más ricas y poderosas está desencadenando perturbaciones atmosféricas y un agotamiento de recursos que puede tener serias consecuencias geodemográficas. Incluso el mismo Lovelock, contrario al armamentismo nuclear, promueve el uso pacífico de la energía atómica como único recurso para disminuir el abuso de los combustibles fósiles y evitar que el sistema atmosférico llegue a un punto sin retorno de inestabilidad global. En esta lógica, Hiroshima y Nagasaky pueden ser vistos como excesos militaristas en el uso de una tecnología potencialmente beneficiosa para la humanidad. Pero después de Chernobil y Fukushima este optimismo tiende a disiparse. La tecnología nuclear representa la manipulación supuestamente controlada de las condiciones cosmológicas de una estrella (el Sol) en el contexto de las condiciones cosmológicas de un planeta (la Tierra). Sin embargo, ¿es congruente con las propiedades biogénicas del geocampo el desarrollo de


tales tecnologías y sus riesgos? ¿Cuál es el marco regulador de las facultades ingenieriles de los seres humanos? ¿Debemos aceptar que por el hecho de ser un producto del intelecto humano esas tecnologías tienen legitimidad racional? Todo depende de cómo definamos la condición humana en relación a la Tierra, como su condición de existencia, y sobre todo depende de cómo definamos nuestras necesidades. Lo mismo se aplica a todos los factores que, de seguir así, podrían acabar convirtiendo la geofisiología loveloquiana en una geofisiología forense. En tanto contribuya a cambiar el curso de la actividad humana, cobra sentido una redefinición del marco conceptual de la geonomía científica. Esto puede conferir una inten-cionalidad diferente a las economías y tecnologías que tienen consecuencias para las condiciones de vida de los seres terrícolas en su totalidad. Sin el desmantelamiento de las premisas antropocéntricas del mundo científico-tecnológico difícilmente podremos evitar la transformación de la Tierra en un planeta cubierto de megaciudades pobladas por un monocultivo humano exobiótico en condiciones ambientales altamente perturbadas, las que obligarán a incrementar el control tecnológico de la geosfera para enfrentar las secuelas de este mismo modelo. En el ínterin, la biodiversidad es condenada a desaparecer. Entre 17.000 y 100.000 especies son aniquiladas cada año. La velocidad de extinción de las especies es cada vez más rápida. Pronto se asemejará a la extinción masiva que hace 65 millones de años marcó el final del cretácico, o a la de fines del pérmico hace 250 millones de años. Se sabe que cuantas más especies hay en un ecosistema más resistente es éste a los cambios ecológicos inesperados. Siete millones de kilómetros cuadrados de bosque tropical se han desvanecido en los últimos cincuenta años. Alrededor de 2 millones de kilómetros cuadrados fueron usados en cultivos, mientras los restantes cinco millones no han sido repoblados con especies vegetales, pese a que se trataba de bosques nativos que podían capturar alrededor de cinco billones de metros cúbicos de carbono de la atmósfera cada 10 o 20 años. En este momento no basta con


detener la eliminación de poblaciones biológicas. Es necesario cambiar radicalmente la forma en que convivimos con ellas. Arborización intensiva y repoblamiento animal son tareas urgentes, pero la conciencia de su necesidad depende de profundos cambios culturales que involucran desde lo que comemos o la relación con la temperatura ambiental hasta lo que percibimos cuando interactuamos con otros seres terrícolas, como por ejemplo los árboles. Este es un problema relacionado con la educación de las generaciones emergentes, pero también involucra cambios de fondo que tienen que ver con el modo de percibir y las unanimidades interpretativas que se fundan en éste. Generar esos cambios es la madre de todas las batallas. monocultivos humanos exobióticos Otro problema estrechamente relacionado con el deterioro de las condiciones biogénicas de nuestro planeta es el crecimiento demográfico insostenible de la especie humana. En la vida salvaje, el problema de la sobrepoblación animal es resuelto por los depredadores, los que tienden a buscar signos de debilidad en sus presas y usualmente primero se comen a los animales más jóvenes, más viejos o más enfermos. A escala humana, una abundancia natural o artificial de satisfactores puede producir una explosión demográfica que da origen a más individuos de los que se pueden sustentar. Si esa abundancia colapsa, la disputa por los recursos escasos puede resultar en una fuerte reducción de la población o en su completa destrucción. La especie humana podría continuar expandiéndose en la medida en que las sociedades exobióticas desarrollen tecnologías apropiadas. Nos agrada suponer que ocupamos la cúspide de la cadena alimenticia. La perspectiva cambia si tomamos en cuenta el punto de vista de las culturas prehispánicas, cuyas cosmovisiones incluyen formas de vida inorgánica que establecen con nosotros relaciones de simbiosis o comensalismo. El


nagualismo describe unos predadores energéticos extraterrestres denominados voladores, los que en lugar de hacer disminuir la población de sus presas promueven su aumento, amontonándola en humaneros (Castaneda, 1999: 273-296). Normalmente los predadores biológicos toman las vidas de sus presas, si bien seres como los insectos o los pájaros contribuyen a la propagación de especies vegetales. Pero en el caso de los predadores de energía psíquica, les resulta conveniente prolongar esas vidas y multiplicarlas hasta el infinito, generando especies desdichadas, domesticadas y sumisas. La creencia de que encabezamos el orden trófico de la naturaleza se funda en el dominio tecnológico que la humanidad ejerce sobre la Tierra y en la consecuente disminución del riesgo de ser diezmados por otros organismos. Aunque desde las sombras las pandemias siguen amenazando el bienestar de las sociedades opulentas y cada año no pocos bañistas son devorados por algún escualo inteligente, la sola idea de que coexistimos con seres que no forman parte de lo que normalmente podemos percibir suscita el más enérgico rechazo de la mente racional, cuando no una invalidación que puede llegar a la violencia o el confinamiento. Por una cuestión de sentido común, tomamos lo que percibimos como la realidad en su totalidad. Y lo que percibimos, con la excepción de intangibles como el tiempo y el espacio, son formaciones corpusculares compuestas de células, moléculas, átomos, etc. Soslayamos que la física depende de la geonomía, porque mientras más aumenta la conciencia de la Tierra más amplio se va haciendo el marco cosmológico. Desde hace milenios, las culturas originarias provenientes de las comunidades de cazadores recolectores hechiceros del holoceno temprano realizan observaciones de múltiples formas no biológicas de conciencia en la Tierra y el universo entero. Lo que podría parecer una discusión etnográfica que poco tiene que ver con el destino de la biosfera se torna preocupante cuando observamos que hay un patrón en la exobiosis, que es su tendencia a situarse por fuera y por encima de la Tierra y los seres terrícolas. Somos de Dios y de la religión, dicen quince


siglos de oscurantismo cristiano. Somos de la humanidad y la razón, dice la ciencia en los últimos 500 años. A muchos nos gusta sentir que somos de la Tierra. Pero si examinamos la mente exobiótica, ¿a quién pertenecemos realmente? Estas ideas extrañas, disonantes desde cualquier punto de vista en el marco de la geonomía científica, resultan de interés para una geonomía que incluye en su marco de trabajo otros ambientes de conciencia y otras descripciones cosmológicas. La relación que establecen las sociedades tecnológicas con la Tierra es la relación que podría establecer una especie colonizadora extraterrestre. Tal vez el chamanismo de la América antigua está en lo cierto al sostener que la causa de este comportamiento consiste en que la mente es una instalación foránea. Si fuera así, el desarrollo del intelecto y las facultades ingenieriles humanas obedece a unas intencionalidades predatoriales inconspicuas que dan origen a la exobiosis, generando monocultivos culturales acríticos mientras se va extinguiendo la biodiversidad. Esta incógnita será despejada cuando se realicen las correspondientes observaciones, de las que podría depender el futuro de la humanidad. Entre otras consecuencias de los estándares de vida generados por la mente exobiótica está la alteración de las condiciones de membrana de la Tierra (atmosféricas, químicas, geomagnéticas). El calentamiento antropogénico global está produciendo el aumento del nivel del mar, la inundación de los deltas asiáticos, la multiplicación de la energía de los huracanes, el incremento de los episodios de lluvias extremas, inundaciones y sequías, y cambios en la distribución de las especies que pueden favorecer la aparición de nuevos agentes patógenos y la degradación de los bienes alimentarios. La mente exobiótica busca la comodidad y una seguridad imaginaria que hace descansar en los poderes del sistema social. Le cuesta mucho prescindir de una constelación de bienes superfluos que le permiten mantener este orden de cosas. Ya sabemos entonces cuál es el enemigo de la vida en la Tierra.


camino a Pangea La geonomía científica parece estar condenada a ser una tecnología territorial en la que se intersectan los entusiasmos de la pulsación modernizante y los horrores del colapso ambiental. Hasta ahora no ha desarrollado un marco epistemológico consistente ni ha dialogado con las culturas que fundan sus modos de vida en la reciprocidad con la Tierra. Su parentesco con las geociencias le confiere una especie de dignidad académica de disciplina senior, mientras que su contradictoria proximidad con las corrientes críticas del modelo civilizatorio occidental le otorgan una dudosa reputación en el mundo científico. Después de todo, no ha sido una fatalidad haber inventado la geonomía sin estar enterado de los afanes de la geonomía científica. Claramente nuestra geonomía es una forma de pensamiento terrícola. Pero si no surge ni se orienta según las coordenadas de la ciencia oficial, ¿cuál es o cuál podría ser el continente epistémico al que pertenece? Una de las diferencias fundamentales entre geonomistas y geónomos es que los primeros parten de la base de que el mundo posee estructuración intrínseca, la que se les antoja ontológicamente racional. En su deseo de descifrar la razón de la naturaleza, filósofos y científicos no se han detenido a preguntar por la naturaleza de la razón. Pero la razón, como una facultad reflexiva del linaje humano, surge en la geosfera y actúa sobre ella a través de las ingenierías de la supervivencia o el sistema social. Convertida en la clave del dominio exobiótico, la razón ha suprimido la sintonía con la naturaleza para luego declarar que entre ella y lo humano hay un abismo. Al cabo de milenios de práctica histórica exobiótica, la razón no se conoce a sí misma y es visiblemente irresponsable. Los geónomos parten de la base de que el mundo carece de estructuración intrínseca y que cualquier racionalidad que le otorguemos es una interpretación intelectual de los fenómenos que llaman nuestra atención. Al proceder así, suspenden la estructuración humanizante y examinan el mundo y su propia ac-


tividad cognoscente sin preconcepciones. Es entonces cuando hacen un descubrimiento fundamental: tanto el mundo como la propia condición humana, su biología y su psicología, no son productos de la actividad humana. Son productos de un cosmos no humano en el que lo humano no es preponderante. La naturaleza de la razón consiste que es un geofacto, aunque su actividad se identifique con los productos culturales que se amontonan en el tiempo, dando origen con ello a la creencia en una historia trascendental inteligible. Asumida como un producto del campo de intencionalidades de la Tierra, la razón puede ser contemplada desde la misma óptica con que observamos los fenómenos del mundo no humano. Con ello la razón se revela como una actividad que también carece de estructuración intrínseca, aunque se caracterice por sus propiedades estructuradoras. La razón geonómica es una propiedad de la geosfera. Al menos bajo una forma intelectiva, los seres humanos pueden desempeñar un rol en la economía de la naturaleza. ¿Pero cuál es la tarea que le corresponde a la razón? ¿Construir una inteligibilidad en expansión? ¿Especificar qué, cómo y por qué ocurren las cosas? ¿Instaurar la pacificación de la existencia en un mundo agonístico? ¿Liberar a los seres humanos de los dioses o las revoluciones que los esclavizaron con la promesa de su emancipación o redención? La razón de la razón no puede ser hallada en los productos de la actividad humana, sino en la plena conciencia de su condiciones geonómicas de producción. La razón de la razón es lo mismo que la naturaleza de la naturaleza, algo que, como humanos, podemos percibir, aunque no pueda ser penetrado por el intelecto. En el exterior de los confines de la mente exobiótica, la mirada terrícola puede aquilatar la trama de la vida, pero no hacer de ella un objeto de conciencia operacionalmente determinable. La condición de producción de la razón es la naturaleza. La naturaleza de la razón es saber y pensar todo lo que puede ser sabido y pensado. La razón de la naturaleza es el arrogante comentario


de una razón desvinculada de la naturaleza. Pero cuando la razón piensa en la naturaleza de la razón puede encontrar un propósito para su existencia, como por ejemplo optimizar el curso de la vida. Las teorías de la complejidad, las audaces hipótesis que intentan desamarrar la vida de las ataduras del reduccionismo y el mecanicismo, son como placas continentales separadas que van a la deriva sobre el manto terrestre, o como embarcaciones que quieren levar anclas pero se hallan atascadas en el arrecife de la estructuración humanizante. La geonomía terrícola navega sin tales ataduras, pero en su insularidad circunstancial anhela una unificación de los saberes, una desfragmentación de la humanidad, un diálogo genuino de los conocimientos, formando una Pangea de ideas y sensibilidades. La geonomía no cuenta con un marco epistémico preformado en el cual respaldarse, por lo que se ve en la necesidad de proporcionárselo a sí misma en el curso de su propia actividad. Considera que lo urgente es cambiar la forma de relación de los seres humanos con la Tierra. Al hacerse completamente responsable de sus afirmaciones no conoce el arrepentimiento. Su pasión es el anhelo de lo paradisíaco y su consigna no hay tiempo que perder.



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