El Espiritu Santo en la vida cristiana

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describir su estado de ánimo, es decir, la fuerza con la que se entregaba a su obra. Cuando, junto al pozo de Jacob, sus discípulos le rogaban que comiera, les respondió: «Yo tengo para comer un alimento que no conocéis» (Jn 4, 32), un alimento invisible, inmaterial. Y continuó: «Mi ali ­ mento e s hacer l a voluntad del que m e envió y aca­ bar su obra» (Jn 4, 34). Ese es su deseo, ardiente e ininterrumpido, que Él se vuelca en satisfacer, pero que da paso a nuevos deseos. No h ay expresión más fuerte: la voluntad del Padre es su alimento, su co­ mida cotidiana y necesaria, y no existe otra para Él. San Pablo escribe: «Al entrar en el mundo dice: "He aquí que vengo para hacer, oh Dios, tu volun­ tad"» (He 1 O, 5-7). Y, al dejar este mundo, nuestro Señor repitió: «No sea lo que yo quiero, sino lo que quieres tú» (Mt 1 4, 36). No da un paso sin tener presente la voluntad del Padre y está hambriento de ella. A lo l argo del Evangelio manifiesta su sed del cáliz, por primera vez con ocasión del anuncio de su pasión y muerte: cuando Santiago y Juan le pi­ den su parte de gloria, nuestro Señor responde: «¿Podéis beber el cáliz que yo voy a beber?» (Me 1 0, 38); en el momento de su prendimiento en Get­ semaní, dice a Pedro: «El cáliz que el Padre me ha dado, ¿no voy a beberlo?» (Jn 1 8, 1 1 ); y en su ago­ nía se encuentra de nuevo con ese cáliz, el cáliz de la voluntad del Padre. Durante la prueba siente un primer movimiento de rechazo, de tristeza y angus­ tia: «Padre, si quieres aparta de mí ese cáliz ... » Y, sin embargo, había venido a beberlo y se rehace di­ ciendo: «No sea lo que yo quiero s ino lo que quie50


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