En la intimidad con Dios

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BENEDIKT BAUR, O.S.B. Archiabad

EN LA INTIMIDAD CON DIOS Pensamientos pqra las horas de recogimiento

BARCELONA

EDITORIAL HERDER 1964


La presente traducción, hecha sobre la segunda

timita con Dio,

publicada en

la cuarta alemana de Still mil Gott: Gedanken publicada en 1951

edición i11li1n1 d� Ne//'in­

1952 por Orbis Catholicus,

für

die

de Roma, Y sobre

Studen

der

Einkehr,

por Verlag St. And reas , Krefeld-T�veris (Alem,nia), ha

sido totalmente revisada de acuerdo con la quinta .edición 1leman11, publi· cada en

1957 por esta llltima editorial

Primera edic16n

1954

Segunda edición 1956

edici ón

1958

Cuarta edición

1960

Tercera

Quinta edici6n 1962 Sexta

edición

1963

Séptima edición 1964

NIHIL OBSTAT: El censor, SERAFIN ALEMANY VINDRELL, C.0. IMPRIMASE: Barcelona, 26 de abril de 1954 t GREGORIO

Arzobispo-obispo de Barcelona

Por mandato de Su Excia .. Rvma. ALEJANDRO PEcH, Pbro., canciller-secretario

@ Edltorlal Herder

Es PllOPlllDAD

S. A., Barcelotta

Depósito legal: B. 16817

GaAFESA,

Torres Amat, 9

(&po/fa) 1960

1961

Barcelona

l'lllNTED rtf SPAJN


1NDICE P6gs. A modo de introducción . Prólo go a l a cuarta edición alemana

7 .

·

9

.

Prólogo a la quinta edición ale mana .

l.

Nuestra vocación x.

9 11

.

Estamos destinados por Dios a participar

de su vida divina y a compartirla con Él 2.

vida

II.

III.

2.

¿Qué encierr a esta «vida para Dios• ?

32 35 41

1.

4'2 47

La

l.

Sed petf�\{Y.l. Cuándo somos perfectos purificaci6n del

cora.z6n

El porqué de la purificación del corazón

El ca m ino de la purificación del corazón

El pecado .

.

Hemos pecado

venial

combatir

.

El enemigo x. 2.

64

¿Qué hemos h e ch o al pecar? .

Cómo

Qué

54 55 58

63

.

El pecado venial . I. Formas del pecado venial 2.

VIII.

vivimos para Dios

Sed perfectos .

2.

VII.

31

El hecho :

l.

VI.

II

18

.

.

l.

2.

V.

divina

Para Dios

2. IV.

.

Estamos destinados por Dios a convivir su

66 72

.

eficazmente

el

pecado

73 77

.

es el amor propio .

Cómo se vence el a mor propio

La práctica de la virtud cristiana .

84 85

9�

101

r.

Sentido íntimo de la virtud cristiana

102

2.

Leyes de las virtudes cristianas .

1o6 5


IX.

1.as 1

.

2.

X.

XI.

XIII.

XIV.

XV.

IIJ Il4

Nuestra conducta en la tentación

u8

tentaciones

Las imperfecciones .

1.

Obramos frecuentemente con imperfección .

2.

Importancia

de las imperfecciones

La humüdad 1. Qué es la humildad cristiana . 2. Por qué debemos !'.er humildes . 3.

XII.

Qué es la tentación

Cómo llegar a la humildad

.

XVII.

XVIII.

1.

Por qué debemos or a r .

2.

Sentido de Ja oración cristiana

La oración

6

138

144

l6o

( conti n uac ión )

1.

¿ Qué es orar ?

2.

El hábito de. oración .

T.a

santa

167

168

171 179

misa

Idea del sacrificio eucarístico .

179

La

18g

santa misa (continuación)

.

La realización de la idea de sacrificio en nues-

189

La t•ida interior . I. Qué es la. vida interior 2. Cómo con c il iar actividad y vi da interior . 1.

Dios . La voluntad revelada de Dios

2.

El beneplácito de Dios .

Nuestra En

2.

Consecuencias

2II

222

Cristo Jesús

prácticas

El amor al

201

2o6

215

unión con Cristo

1.

200

210

La santa i•oluntad de

1.

XX.

133 133

152

223 de nuestro estar

con Cristo. XIX.

128

La oraci6n .

tra asistencia a la santa misa

XVI.

123

124

228

prójimo

236

Formas de la caridad .

2.

Importancia de la caridad fraterna .

El

santo

amor de Dios

242 250

I.

El

2.

Los frutos del amor de Dios en el alm a

mandamiento del amor

237

. .

250 253


A modo de introducción «Dos son las finalidades que puede perseguir un

libro

en

y

ambas

influyen en su estilo. Una consiste

produ cir en el lector

dura la lectura;

cierta impresión

mientras

la ot�a, en traer a la memoria de­

terminadas verdades del modo más adec_uado para que queden bien grabadas. El presente volumen ha si d o escrito con este fin, y, por eso, he preferido proceder con la máxima brevedad compatible con la cla rid ad de exposición, teniendo en cuenta la amplitud del tema y lo mucho que éste se presta a los equívocos.n Repito aquí estas palabras del P. W. Faber en . su preciosa obra El progreso espiritual, porque creo que se pueden aplicar al ·presente trabajo. Y puedo añadir con el m is m o P. Faber : 11a buena parte de las pá ginas de este libro se ha apli cado fielmente la máxima nonum prema.tur i111 a.nnum (debe ma­ durar durante nueve años)n. Lo qu e aquí presento al lector ha ido maduran do y agrupándose en el transcurso de muchos años. Los pensamientos que ,

.

propongo que

a las almas sedientas

de perfección para

los m e d iten, fueron base de numerosos ej er

-

7


ctctos espirituales predicados

en d iversos sitios;

la

mayoría de ellos aparecen en los últimos años de la revista ccDas Innere Leben» (La vida interior). Cediendo

a

numerosos

ruegos

para

que

publicara

todos los artículos refundidos en un solo libro, los he reelaborado a fondo agrupándolos en torno a una idea directriz. Es así como los transmito a las almas que sinceramente se afanan en el perfeccionamiento de su vida interior.

¡ Sean, pues, para todas ellas, fuentes de luz

y

de fervor y guía en la práctica de un fecundo y se­ reno ascetismo !

Beuron, febrero

de 1938.

B11;Nl1;DIKT BAUR, o. s. B. Archiabad

8


Prólogo a la c:uarta edic:ión alemana

Al cabo de más de diez años debe ser publicado otra vez Still mit Gott, obedeciendo a los requeri­ mientos de much.as personas. En esta cuarta edición se han introducido numerosas modificaciones, espe­ cialmente en los capítulos iniciales y en los que tra­ tan de la oración y la santa misa . Beuron, 17 de septiembre de 1951.

BENEDIKT BAUR,

. Archia bad

o. s. B.

Prólogo a la quinta edic:ión alemana

Gracias a Dios me he sentido con fuerzas y he tenido estos últimos meses el tiempo necesario para modificar profundamente la obra Still mit Gott, apor­ tando complementos importantes. ¡ Ojalá sirva de ayuda y de orientación a muchas almas en el cultivo de la vi d a interior! Beuron, 15 de agosto de 1957.

BENEDIKT BAUR, 0. Archiabad

S. B.



I NUESTRA VOCACIÓN «Ved qué amor nos ha mos­ trado el

Padre,

que ha que­

rido que nos llamemos hijos de Dios,

y lo somos.• I

l.

loh J,

I

Estamos destinados por Dios a participar de su vida divina y a compartirla con et

¿Qué quiere Dios de n osotros ? ¿ Cu ál es son sus planes so br e mí? ¿Cuál es el verdadero sentido de nuestra vida como h ombre s y como cristianos? He aquí 1a cuestión fundamen tal. Sólo la revelación sobrenatural, sólo Dios mism o nos puede dar respuesta segura e infal ibl e a esta pregunta; nos la da en cada página d el A n tig uo y Nuevo Te st a m en t o de la sagrada Escritura. Todas ellas tratan del magno tema de la inefable grandeza de nuestra vocación y destino a participar de la infi­ n itamente sublime , rica y beati fic an t e vida de Dios Padre, Hijo y Espíritu. El ínt im o sentido de nuestra vida se eleva hasta lo infinito por encima de la esfera propia de n uestra naturaleza humana, con todas sus aspiraciones y facultades. Dios nos ha destinado por la gracia ((a huir de los placeres corrompidos del m undo y a ser partícipes de la naturaleza divina)) (2 P etr 1, 3-4) y, por lo tanto, de la vida d ivina, que compartim os verdadera y rea1m ente, si bien en forma misteriosa,

limitada,

y cuyo desarrollo inicia11


mos ahora aquí en la tierra para poder completarlo después en el cielo. u Y o he venido» , nos asegura el Hijo de Dios hecho hombre , u para que tengan vida y la tengan abundante» (Joh 10, 10). La vida que Cristo quiere darnos es la vida de Dios ; la vida q u e el Hij o re­ cibió, al en ca rn arse en su naturaleza humana y que constantem ente difunde sobre los suyos, de modo misterioso , a través de los sacramentos. uDe su ple­ n itu d todos rec\bimos» (loh 1, 14). <<Dios es a morn Y el amor le impulsa a com­ partir sus ri qu ez a s sus bienes, en una palabra, toda su vida con el hombre, con el pol vo, con la nada . Éste es el distintivo de todo el que es verdade­ ramente bueno, noble y generoso : sentir un irresis­ tible impulso a difundirse en o t ro ser para hacerlo rico , grande y feliz . Tu vo pues, Dios un sublime proyecto que quiso realizar e n mí, al trazarme de­ terminada ruta en la ·vida y a sign a rm e determinado· n ú m ero de años para recorrerla : todas y cada una de las cosas de mi vida tienden a un solo obj etivo : mi elevación al plano de la vida divina , en· orden a coposeerla y convivirla. Al hablar de coposesión y convivencia , no lo hacemos pensando que vayamos a ser igual es a Dios, dejando así nuestra condición de criaturas. Ni tampoco figurándonos que haya de inj ertarse en nos­ otros una parte del ser o de la vida de Dios, que de este modo se convertiría en. algo p ropi o nuestro . Ni siquiera pensando que podríamos vivir esa vida di­ vina con su misma plenitud infinita, o como la vive el Verbo, engen dra do de la sustancia del Pa d re y con sustan ci al con el m ism o Lo que queremos decir es que Dios , por la fuerza de su caridad , infunde ,

.

,

,

.

12


en nosotros un algo - la gracia santificante - por la que obtenemos una pureza, belleza y santidad limitadas, pero que, en realidad, son propias de la esencia divina y que sólo a ella corresponden esen­ cialmente. Convertida en semej ante a Dio s un alm a así dotada, podemos llamarla , con el lenguaje de los Padres de la Iglesia, 11divina» y udeiforme», ya que es reflej o de aquella magnificencia, hermosura, santidad y plenitud que distingue a Di o s de todo lo creado y le coloca a un nivel infinitamente ele­ vado sobre cuanto no es �l. Cuando la vida divina se : difund e por nuestra alma, nos pasa algo así como al hierro : el hierro que se pone al fuego, sigue siendo hierro, pero va perdiendo la dureza y color na turales , para ir adqui­ riendo , en cambio, el brillo, el a rdo r y la energía que son propios del fuego y no del hierro. En virtud de la gracia santificante adqui er e el alma una cua­ lidad nueva , algo que sobrepuja en mu ch o a su na­ turaleza, algo gracias a lo cual se transforma en imagen de Dios, en 11deiforme» o semejante a Dios, y adquiere la capacidad de convivir la vida de Dios en forma perf ec t a , aunque lim ita da A pesar de que este algo, nuevo y superior, es también creado y del todo diverso de la vida de Dios, basta para elevarnos altísimamente sobre nuestra naturaleza humana, in­ cluso sobre la naturaleza angélica, y hace que po­ damos entablar relaciones totalmente insospechadas con Dios, con nosotros mismos , con el prójimo, las cosas todas y la vida. En este sentido y sólo en éste hay que entender la frase 11 vida divina en nosotros». Nosotros , los h ombres podemos y debemos ser copartícipes de esta vida divina; .nosotros que, por .

,

13


causa del pecado

original,

somos

uhijos de

la ira))

(Eph 2, 3), uvasos de i ra aptos para la perdición» (Rom 9, 22) y que, sin embargo, la benignidad infi­ nita de Dios los transforma en uvasos de misericor­ dia, haciendo ostentación de las riquezas de su glo­ ria sobre l os que han sido destinados por Él a la misma» (Rom 9, 23). Los hombre s participamos de la vida divina en la gloria eterna de. los cielos.

Allí será realidad eterna y beatificante lo qu e nos está prometido: «He aquí el tabernáculo de Dios entre los hombres, y erigirá su tabernáculo entre ellos, y ellos serán su pueblo y el mismo Dios será con ellos, y enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo e s to es ya pasado» (Ap 2 1 , 3-4). Como di(:e el Concilio Vaticano, «Dios, e n su bondad infinita, ha destinado al hombre a partici­ par de

los dones divinos,

gencia humana)) Dios ha

que superan toda

inteli­

( se si ó n 3, cap. 2).

plasmado

sabiamente nuestra naturaleza

humana de tal forma que, siempre y en todo lugar, el

deseo ardiente de nuestro espíritu y de nuestro

corazón tiende al infinito, a

lo

eterno, y no encuen­

tr a su sosiego más que en Él. Nuestro espíritu re­ clama su saber sin límites, nuestro corazón exige un amado que le pueda saciar para siempre y le haga eternamente feliz: nuestros transitorios goces terrenos as pi r an a desembocar en una beati tud sin fin. Lo que de más notable hay en el hombre tiende a amplitudes y profundidades infini tas: en último término a la coposesión de la vida divina. En la vida eterna que nos a g ua rda en el cielo, «desaparecerá todo lo que es imperfecto» (1 Cor 13, 14


10); entonces sí que tendremos «vida, y vida abun­ dante » (Ioh rn, rn), « s eremos semejantes a :f:lu ( r Ioh 3, 2) , poseeremos la vida de modo pare­ cido al suya, no ya como aquí en la tierra, sólo como

mom ento parcial y fugaz de nuestra existencia, sino para· siempre, en su fuerza y p len i tu d indivi­ sas, igual que Dios la po see simultánea y e ntera mente por ete rn i dad de eterni dades. Las potencias de n uestro espíritu se verán pe­ netradas, transformadas e iluminadas por una nu e­ va luz; luz que se enciende al contacto con la llama de la divinidad y, una vez en cend ida sigue bri­ llando et er nam ente en toda la plenitu d de su fuerza y de su ardor. Por m edio d e esta luz abrazaremos de una sola ojeada al i nfinito, sus profundidades i nsospechadas, sus ilimitadas amplitudes. Lo vere­ mos «tal cual es » (1 I oh 3, 2) : sin velos, claramente, en un acto de visión único y eterno. No como aquí en la tierra, paso a paso, en continuo forcejeo desasose­ gado, en constante tantear, incierto siempre, siem­ pre afanoso, i ntranquilo, insatisfecho, sino con pleni· t u d eternamente perfecta. Nuestro espíritu parti ci pa rá entonces de la sublimidad y perfección de la visión divina y concluirá ya para siempre nuestra dolorosa tarea de amor fragmentario. Seremos absorbidos por la llama del amor divi no y nos veremos cautivados por él. Amaremos e n un acto eterno de caridad, único ininterrumpido, sem ejante al de Dios. Al co n tact o con la llama del amor divino se habrá reno v a do el nuestro a im itación del suyo: amaremos con fu erza serena y entera todo lo es de Dios, todo lo que fü enc ie r ra dentro de sí y todo lo que Él ama amo­ rosamt:nte y ha sido creado por Él. un

­

,

­


¿ Quién puede comprender lo que Dios quiere ha­ cer de nosotros, los hombres, y lo que hará , a pesar de nuestra absoluta indignidad? Lo 6nico que po­ demos hacer es asombrarnos y prorrumpir en una continua acción de gracias: esto es, también, lo .que haremos eternamente en la otra vida , en l os goces del cielo a los que Dios nos tiene desti nados. También aquí en la tierra tenemos el inestima­ ble privilegio de compartir la vida divina ; pues uasí copio el padre tiene la vida en sí mismo, así dio también al Hij o el tener vida en sí mismo» (Ioh 5, 26), la misma vida que to i ene el Padre . Procedente del Pad r e, el torrente de vida di v ina se derrama sin límites, en plenitud i ncreada e incesantemente en el Hijo, en el Verbo , que es uDios de Dios , lu'z de luz, Dios verdadero de Dios veroaderoii . Al hacerse hombre encarnándose, el torrente . inmenso de vida divina ha irrumpido en e1 mundo creado , y , en pri­ mer lugar , en la n aturaleza humana asumida por el Hijo de Dios en el seno de la Virgen . uLleno de gracia y de verdad , y de su plenitud todos hemos recibido» (Ioh 1, 1 4-1 6). E1 eterno Hijo de Dios en virtud de la aceptación de 1a naturaleza humana, se ha convertido para nosotros en una especie de vid , como S I mismo se des igna : <<Y o soy l a vid, vos­ otros los sarmientos. El q ue permanece en mí y yo en él, ése da m ucho frutq» (Ioh 1 5, 5). El sarmiento recibe en sí l a vida que de 1a vid se difunde ; del .mismo modo recibimos nosotros, los sarmientos, la vida de Cristo, si nos incorporamos a f:l. Y no hemos de temer que nue st ra vida natural , humana, vaya a extinguirse en esta unión vital con Cristo, antes a] contrario , se verá irrigada por su v id a y sumer­ gida en su plenitud y feraci dad . De este modo nues,

16


tra vida sobrenatural será tan sublime , tan pujante y tan fecunda, que descollará inconmensurable sobre todas las grandezas meramente humanas y sobre to­ dos los valores naturales. El Hijo de Dios se hizo hombre y se inmoló en la cruz precisamente para que pudiéramos partici­ par de la vida divina. «Porque tanto amó Dios al mundo, le dio su unigénito Hijo, para que todo el que crea en f:l no perezca, sino que tenga la vida eterna» (loh 3 , 1 6) . Participamos de esta vida divina uniéndonos a Cristo, incorporándon0s a Él por la fe y por la re­ cepción del sacramento del santo bautismo. El bau­ tismo es un renacimiento (1 Petr l, 2 3), un naci­ miento «según Dios, que no según la carne» (Ioh 1, 13; l loh 3, 9). Los bautizados somos una «nue­ va criatura» (Gal 3 , 10 ; 2 Cor 5 , 47), un «hombre nuevo» (Eph 4, 24; Gal 3 , 10), copartícipes de la vida divina que nos ha sido infundida, «hijos de Dios» (1 loh 1 , 1 2). Lo que en el bautismo se inició , va desarrollán­ dose en constante crecimiento hacia la perfecCión por medio del sacramento de la santa eucaristía. En ella viene a nosotros el Señor en persona, como Dios y como hombre. «He venido para que tengan vida , y la tengan abundante.» Todos los días quiere saciarnos de su vida, para introducirnos así cada vez más profundamente en su intimidad e identifi­ carnos con su manera de pensar y querer, con sus juicios y su amor, su oración y su constante obla­ · ción, de modo que, poseyendo su vida , podamos lle­ gar a decir, sin temor a engañarnos, «Ya no vivo yo , e s Cristo quien vive en m íu . L a santa eucaristía es «el pan de Dios que bajó del cielo y da la vida al

17


mundo» (Ioh 6, 33). ((El que come mi carne y bebe :mi sangre, tendrá la vida eterna y yo le res ucitaré . el último día» (Ioh 6, 48; 51, 54). Llenos de santa admiración, medi temos el su­ . blimc misterio de haber sido llamados y e legidos para participar de la vida divina; nada más grande podía ni puede dársenas. ¿Qué sign ifica la vida pu­ ramente n atural y h u m an a tanto la corporal como la espiritual, frente a esta vida divina? ¿Qué son el t ale nto , el genio, la ciencia, los bie n e s terrenos, el favor y la estima de los hombres, la salud , la fuerza física o la del espíritu, el prestigio , el p oder y cuan­ to la vida terrena puede brindar n os ? ¡ Qué pena sería que no conoc ié ramos el don de Dios, que no lo estimáramos en su justo valor ! Sólo Dios puede saber cuántos son los que pre­ fieren trocar el único bien verdadero , la participa­ ción de la vida divina, por un bien terreno, pasa­ jero, vano. «i séñor, perdónalos, que no saben lo que hacen !n ,

2.

Estamos destinados por Dios a convivir su vida divina

Realmente , somos copartícipes de la vida de Dios, aunque de modo limitado, creado . Esta coparticipa­ ción de l a vida divina nos impulsa y obliga a apro­ piárnosla , a realizarla en nosotros, imitándola, en conv i venci a con Dios, ya q u e sólo participamos , en r ealid ad , de la vida divina cuando la convivimos simutá n ea e íntimamente con SI. E s decir obte­ nemos esa participación por la unión de nuestro es­ píritu con Dios, y un espíritu sólo se une con otro por la ejecución en común de sus actos vitales. 18


Con esta refiexi6n se nos descubre un nuevo ho­ rizonte y otra excelencia de nuestra vocación : en la participación de la vida divina, se trata nada menos que de asimilar el modo de pensar, saber, querer, amar propio .de Dios, y así convivir con f:l; se trata de obrar siempre de tal forma que nos unamos continuamente a la obra de Dios, que vive en nuestra alma. Unión, por supuesto, a modo hu­ mano y limitado, en absoluta subordinación a Dios y en completa y l ibr em ente consentida sumisión a su voluntad. Convivir la vida de Dios, compartir su modo de pensar y de amar, ejecutar de común acuerdo los planes divinos, ¡qué grandeza! Nuestra vida no se mueve ya dentro del corto plano de los criterios, juicios, aspiraciones y acciones meramente humano­ naturales; se convierte en vida «sobrenatural» , vida elevada a un nivel infinitamente superior al de toda vida puramente humana y que se va acercando de un modo gradual a la infinitamente rica y potente vida de Dios. Éste, que vive y obra en el alma así agraciada, la llena de su luz, de su pureza, de su aversión a todo lo impuro y lo malvado, de sus pensa­ mientos, de su poder, de su amor y de su felicidad. Y así e'l alma se hace C<deiforme>1, imagen pura y brillante de Dios, manifestación e irradiación de la vida de Dios, no ya solamente en su misma sus­ tancia, sino en su modo de pensar y de amar, en sus sentimientos, en toda su conducta. f:ste es el secreto de nuestros santos; ellos sí que lo entien­ den bien y han plasmado en sus vidas con la gracia de Dios la vida, los sentimientos y los designios di­ vinos que han experimentado en el santuario íntimo de sus almas. 19


Este es el excelso comf!tido para el que hemos sido llamados: convivir la vida del Dios santo, fuer­ te e inmortal. ¡ Convivir la vida de Dios! Para eso desciende a nuestras almas el Dios infinito, Padre, Hijo y Espíritu Santo, estableciendo en ella su tienda y su morada. ¡Somos habitación de Dios! uSi alguno me ama , guardará mi palabra , y mi Padre le amará , y vendremos a El y en El haremos morada» (Ioh 14, 23) . En efecto , Padre, Hijo y Espíritu Santo habi­ tan en el alma que posee la gracia santificante , y viven en ella la misma vida santa, rica y feliz que en el cielo : el Dios santo y amoroso se entrega al alm a , la penetra, l a abrasa, l a aviva con la plenitud d e su luz , de su poder y de su santidad, la atrae al seno de su propia vida juntamente con todo el complejo de sus potencias y sus acciones. No puede menos, el alma , de convivir con gozo y con entera, pero libre, entrega personal y amorosa , la· misma vida que Dios vive en su intimidad infinita. Así se ve cada vez más y más dominada y transformada por el torrente de la vida divina. Se va elevando progresivamente sobre el plano meramente natural y humano , dejando atrás su impotencia, su estrechez de miras, su apego a lo vil, a lo efímero, a lo pasajero. Se va despegan­ do de esa difícil atadura del amor desordenado al uVo», de la afición a las cosas, acomodándose progre­ sivamente a las exigencias de la vida de Dios , y su vida se convierte en deiforme, en vida santa. Crista, el Hijo de Dios hecho hombre , vive ante nosotros esa vida divina en forma visible, intuitiva, asequible, humanizada. Lo que piensa y quiere, hace y omite, su oración y su sacrificio , sus obras y su doctrina, todo constituye 20


la manifestación de la vida divina en forma humana entre nosotros y para no sotro s los hombres. Por eso nos dice el Padre: «Üídlen (Mt r7, 5); por eso el Señor nos intima, agrupándonos en torno suyo : ce Aprended de mÍ>l (Mt IO, 29) . Dios vive ante no s otros su vida divina en la persona de Cristo. El que vive con Cristo la vida divina, tiene que elegir, como f:l, la pobreza, la sumisión a la voluntad ajena, el empequeñecimiento, la humillación ante los hombres, la privación, la cruz, la vida retirada de sil encio y de oración; en una palabra, justamente lo que el hom­ bre natural rehúye y se esfuerza en alejar de sí por todos los medios. «Aprended de mí.n Nuestra sublime vocación es «conformarnos con la imagen de su Hijo» (Rom 8, 29) , urevestirnos del Señor Jesucristo» (ibid. 13, 14), para que «así como llevamos la imagen del hombre terreno, lle­ vemos ·también la imagen del hombre celestial» (1 Cor 15, 49). Cuanto más realicemos en nosotros la imitación de Cristo, tanto más viviremos la vida divina y se­ remos «<leifotmesn, semejantes a Dios. De aquí que la imitación de Cristo ocupe el centro de la vida y la aspiración cristiana, como ejemplo y módulo de nuestra posibilidad de convivir la vida de Dio s en nuest ro carácter de criaturas humanas y de alcanzar la perfección. Para que de hecho vivamos esta vid�. divina y podamos dar un valor divino a nuestras acciones, fatigas y preocupaciones cotidianas, Cristo, nuestro Señor , nos admite a la comunión de vida consigo y nos transforma en miembros de su cuerpo, sarmien­ tos de la vid que f:l es. uYo soy la vid , vosotros los sarm ientos. El que permanece en mí y yo en él, ése ,

­

21


da mucho fruto, porque sin mí no podéis hacer nadan (Ioh r 5 , 5-6). Con este fin de hacernos convivir su vida divina, Cristo nos ha incorporado a sí en el santo bautismo, y refuerza esta incorporación en cada comunión que recibimos, otorgándonos f�erza para superar las maneras de pensar, sentir y obrar pura­ mente naturales y humanas, y manteniéndonos en la convivencia y prolongación de su vida, lo mismo que la vid hace con el sarmiento. Además, en el santo bautismo nos ha infundido Dios, a la vez que la gracia santificante, todas las virtudes sobrenaturales: las tres virtudes teologa­ les, fe, esperanza y caridad, y las cuatro virtudes cardinales, prudencia, justicia, fortaleza y templan­ za, y, en perfecta trabazón con ellas, toda la com­ pleja serie de las demás virtudes sobrenaturales, que forman la corte de la gracia santificante, como la virtud de la veneración de Dios, la humildad, cas­ tidad, paciencia, obediencia, etc. Estas virtudes sobrenaturales, que son al principio delicadas se­ millas, echan sus raíces en nuestra alma y se des­ arrollan hasta convertirse en disposiciones habituales, mediante las cuales podemos apartar de nosotros, con cierta naturalidad y seguridad, todo lo malo, y comprender y soportar la vida cotidiana con sus pequeñeces, los hombres, las obligaciones, los sin­ sabores y sufrimientos, casi por nuestra cuenta y apoyados en nosotros mismos. Todo esto lo hacemos de un modo que contrasta con los juicios, sentimien­ tos y vivencias del hombre mundano; lo hacemos de un modo semejante al divino: como ::i;:1 v�, juzga, piensa y valora las cosas y los hombres, sus pensa­ mientos, sus intenciones y sus obras, o sea de un modo «sobrenaturaln. 22


Por eso es fundamental - la virtud de la santa fe. Por la fe nos elevamos ·infinitam ente sobre la ca­ pacidad y la luz de la razón natural. La fe ilUmi na sobrenaturalmente la razón, pres t án dole las fuerzas necesaria s para identificarse con los juicios y cri­ terios de D ios y poder verlo todo, si se ad mite esta expresión, con los mismos ojos de Dios. Por la fe nuestro espíritu se. vincula tan íntima y estrecha­ mente con el Espíritu de Dios, que asimila el modo de pensar, j uzg a r y saber divinos, su su blimid ad cer teza y verdad El acto de fe excede toda po tenciá racional n at ura l y humana : es un acto ((sobrenatu­ ral» de participaci qn en el saber divino, un ver con los ojos de Dios, un juzgar y val orar a tenor de las medidas de Dios. Por esto, es la fe , y sólo ella, la que está en grado de admitir y comp rend er teóricamente las bie nave ntu ran zas del sermón de la montaña , y, si llega a ser viva, también práctica­ mente: la bie n av enturanz a de los pobre s de espí­ ritu , de los mansos, de los tristes, de los pacíficos, de los injuriados , d es ter � ados , perseguidos por amor a Cristo . La fe nos sum ini stra una actitud frente a la s cosas y a los acontecimientos, un enjuiciamiento y valor a c i ón de los mismos, que j amás podría por sí solo obt en er e l pensami ento pu ramente natu ral , y que por eso mismo parece, ante la consideración de los hombres meramente rac i onal ista s algo total­ mente irracional y ant inatu ra l , que debe rechazarse. La segunda vir tud fundamental es la virt ud so­ bren a tur al de la esperan�a, que se nos infunde en el alma , mediante el santo bautismo, jun tamente con la semilla de la fe y de la caridad. Ella es la fuerza motriz de la vida cr i s tian a Ella nos brinda la segura expectativa de la eterna bienaventuranza, que Dios ,

.

,

.

23


nos ha prometido y nues tr o Redentor n os ha mere­ cido. Ella nos d a la firme convicción de que Dios nos dará todos los medios necesari os para nuestra salva­ ción eterna. Puesto que Dios nos ha empeñado su palabra, co nfi amo s en alcanzar con su gracia la glo­ ria que nos ha prometido. Sa be m os, sí, las dificul­ tades que a sed ia n a la con se cu ci ón de la vida etern a Conocemos también lo desproporcionadas que son las fuerzas humanas para la conqui sta del re i n o de Dios. Reconocemos de buen g r ad o que «somos i n ca p aces de pensar algo (sobrenaturalmente bueno) como de nos ­ otros m ism o s » (2 Cor 31 5). A p esa r de todo, excla­ mamos con el Apóst ol : c<todo lo puedo en Aquel que me conforta» (Phil 4, 13). Aquí radica el secreto del cristiano: c ua n to me­ no s confíe en sus propi a s fuerzas para salvarse, tanto más te n drá a su disposición la ayuda y la gracia de Dios. Y cuan to más c u e nte con la gracia y la ayuda de Dios , con su fidelidad y om nipotencia, ta nto más tendrá conciencia de que Dios colabora con él, y podrá d eci r con el Apóstol : ume ba st a su gr a ci a puesto que de las flaquezas hemos de sacar la vir­ tud. Muy gustosamente, p u es , conti nuaré glorián­ d ome e'n mis de bi li d ade s para que h abit e en mí la fuerza de Cristo. Por lo cual me complazco en las enfermedades, en los op r ob i o s en las necesidades, en las perse cu cion es en las angustias, por Cristo; pues cuando parezco débil, en to n c es es cuando soy fu erte » (2 Cor 12, 9-ro). En el desvalimiento del cri s t i a n o se r e vel a n el poder omnipotente y la acción omnicomprensiva de D i os , a lo s que ·el cristiano se adhi ere �n sus pensamientos, deseos y ac ci o n es so­ brenaturales, colaborando con Dios en sum1s1on completa a su voluntad. A legre, victorioso, rebosan.

,

,

,

24


do ánimo y confianza en Dios, puede hacer suya la e xp re sión d e l Após tol: u lo puedo todo». Y «la espe­ ranza no quedará confundida , pues el amor de D ios se ha derramado en nues tros corazones por vir­ tud del Espíritu Santo, que nos ha sido d a do» (Rom 5, 5). uAhora quedan estas tres cosas: la fe , la espe­ ranza , la caridad ; pero la más excelente de ellas es la caridad » (r Cor r3, 13) . La caridad del cristiano es enteramente nueva , divina, es una participación de la caridad de Dios. Es una -caridad complet a­ mente saturada del ardor y la pureza de la caridad divina , y, por eso, pertenece a esa especie sing ular de amor que es propia de. Dios. Dios se a m a a sí mismo y ama todo lo creado : a sí mismo, como sumo bien que comprende y re­ sume toda bondad; a; los se re s creados precisa mente por amor, como reflejo, imagen e irradiación de su propio ser, como seres en los que se reconoce y redescubre, en los que se ama a sí mismo. Nues­ tra condición de cristianos nos eleva a esta forma divina de amar: amamos a Dios por sí mism o; los seres creados, los hombres y las cosas, los ama­ m os por amor de Dios y en relación con Dios, es de­ cir, como Dios los ama . Con nuestro amor entramos en Dios, y cuanto amamos l o amamos a partir de D ios Así los cristianos amamos a Dios y cu a n to Sl ha creado, del mismo m odo que Sl ama . Nuestra caridad queda incluida, así, en el torrente de amor infinitamente santo con que Dios ama , y orientada hacia f:l. Es una caridad rea lm en te sobrenatural, elevada inmensamente sobre todo amor puramente humano, natural, por noble que fuere; cuánto más sobre el amor impuro, sensual e instintivo. La -cari,

­

.

2S


dad cristiana es el amor del que escrito está : «el amor de Dios se ha d erra m a do en nuestros cor a zon es por virtud del Espíritu Santo, que nos ha sido dado» (Rom 5, 5). ¿ Por qué, p ues, hemos de extrañar que la ca­ ridad cristiana sea ta n vigorosa, pura y heroica, y que todo lo supe re ? «La caridad es paciente, es be­ nigna; no es envidiosa, no es j act a nc i os a ; no se h in cha; no es descortés , no es interesada, no se irr i ­ ta, no piensa mal; no se alegra de la inj u sticia , se compl ace en la verdad; todo lo ex cusa , todo lo cree, t odo lo es p er a , todo lo tolera» (1 Cor 13, 4-7). La caridad cri st i a na es tan sublim e y pot en te precisa­ mente por ser una participación de la divina; pe­ n etra y cauti va nuestra voluntad de tal manera, que l a asimila a la de Dios, haciéndo l e compartir sus d e si g nios, si emp r e i n fi n i tam e n te santos y p u r os . Y ¿puede haber para nosotros algo más s a nt o y más alentador que compartir la voluntad divi n a y diluir nuest ros deseos en los de D i o s ? j F e l iz el que haya con seguid o este ccamor de uni for m i dad " en to do , en las alegrías y en los sufrimientos, y no atienda ya a sus deseos y capric h os, habiéndose sumergido to­ talmente en la identidad con la voluntad divina! Pero

nuestra

vocación

cristiana

alcanza todavía

más a lto. En el ba ut i sm o se nos infundieron, además de la gracia santificante y de las virtudes sobre­ naturales, los lla m ad os dones del Espíritu Santo : don de sabiduría, de entendimiento, de consejo, de pi edad, de ci enci a , de fortaleza, de temor de Dios.

esté sometida al influjo de la gracia, nues­ naturaleza s i gue siempre sujeta a lo s efectos del pecado original , es decir, a su propia imperfección, y no es capaz de a spi ra r por sí m i sma, de un modo Aunque

tra

26


perfecto , a la meta sobrenatural. Le fa l t a ese es­ tímulo in t e r n o , tan peculiar y tan necesario también en cada momento, para elevarse a las cumbres de la santidad cristiana . Pero Dios quiere que escalemos estas cumbres; para esto infunde en nuestra alma los dones del Espíritu Santo, que nos capacitan para seguir sin resistencia la llamada de D ios y de­ j arnos a rrastrar por el sop l o del divino Espíritu a las alturas de la e x i s t e n c i a cristiana . Nos domina y mueve un poder del todo nuevo : no ya l as ponde­ raciones y reflexiones humanas, sino directamente el mismo Espíritu Santo , que nos impulsa. Podemos compararnos a una barca en el agua a la que ya no hiciéramos avanzar a golpe de remo, sino dejando que el viento h in chara sus velas . Po­ �eídos y arrastrados por el Espíritu Santo, reali­ zamos obras realmente santas, y ·en ellas nos ele­ vamos sobre el modo de obr a r meramente humano. Nuestra voluntad humana ha adquirido el ritmo y la regularidad del querer y el obrar de Dios; nues­ tras acciones son más suyas que n ue s tras . Es enton ­ ce5 cuando experimentamos como nunca cuán cierto es que, más allá de todo querer y obrar nuestro , puramente humano , estamos totalmente absorbidos en el obrar y el querer d i v i nos . «Que el que se gloríe , se gloríe en el Señorn (1 Cor 1, 3r), « que es el que infund e en nosotros el querer y el obrar según su be neplác ito » (Phil 2, 13). La cumbre de nuestra vo cac i � n , el pensar , que­ rer y obrar siempre a lo divino , en una palabra, el convivir la v i d a de Dios, obtiene su realización per­ fecta en la vida del más allá , en el cielo. Entonces «seremos semejantes a f:l, po rque le veremos tal c ua l es» ( 1 loh 3, 2). «Ahora veo por un espej o y oscu27


ramente, entonces veremos cara a cara . Al presente conozco sólo en parte , entonces conoceré com o soy conocido» ( 1 Cor 1 3 , 1 2 ). ¡ C onoce r a Dios como es en sí m ismo , en toda la plenitud de su ser , de sus perfecciones, ,de su sabi duría , de su j usticia y mise­ ricordia , de su pureza y santidad, de su fecundidad infinita, que se despliega eternamente en las tres divi nas personas ! A esta contemplación de Dios hay que unir el éxtasis de am or nunca experimentado aquí , en la tierra , que llena y arrebata toda el alma, amor que la hace profundamente feliz, amor que no se extinguirá j amái. Pero ¿ cómo es posible esta visión de Dios y el eterno éxtasis de amor ? Solamente porque Dios nos permite participar de su naturaleza, y de su modo de conocerse y amarse, y asimilarnos este conoci­ miento Y. amor . De este modo adquiriremos con­ ciencia eterna de lo que significa haber nacido de Dios (Ioh l , 1 3 ) , ser « partícipes de la naturaleza di­ v ina» ( 2 Petr l , 4 ) «hijos de Dios y herederos del cielo » ( Rom 8, 16- 17 ) . Por este camino alcanzaremos nuestro último fi n , que no está en nosotros mismos , sino en Dios, en la santific a c i ón de su nombre y el cumplimiento de su voluntad . Todo lo que el hombre es , todo lo que posee, sus dones de naturaleza y de gracia , su santidad y su virtud, su vida, su porvenir, sus bienes , todo lo que no es propiamente Dios, es sólo medio y camino para la obtención del último fin : la glorificación de Dios. Cuanto más perfectam ente participemos y convivamos la vida de Dios, tanto más nuestros sentimientos y aspira ciones, nuestros sufri m ientos y nuestras obras serán una exaltación de D ios , y tanto más nos queda r emos absortos ad­ mirando su plenitud i nfinita , amándole y gustando 28


de su propia felicidad , y llenos del torrente de sus delicias cantaremos incesantemente sus alabanzas . Participando de la vida de Dios, cumpliremos el principal mandamiento , en el fondo el único, que Dios nos dio : « Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón , con toda tu alma , con toda tu mente y con todas tus fuerzas» (Me 1 2 , 30) . « i Amarás ! » « El amor e s la suprema glorificación . A l amar , con­ centramos todo nuestro ser y querer y lo ponemos al servicio del que amamos» . 1< j Amarás ! » Este es el gran mandamiento que comprende los demás, el gran deber que encierra todos los deberes . Es nu­ lidad y van idad cuanto no aspira a glorificar a Dios por el camino del amor. Al llamarnos Dios a la exis­ tencia, nos ha creado para que le demos gloria ; y para que, conviviendo su vida divina , alcancemos lo que nuestro ser· incesantemente reclama : nuestra salvación , nuestra felicidad . Dios ha ligado nuestros intereses a los suyos , n uestra vida a su vida, nues­ tra fel i cidad a su felicidad, y hay que tenerlo bien en cuenta : sólo tendremos verdadera felicidad si le glorificamos y servimos , y según la medida del amor con que le sirvamos . Dios ha dispuesto las cosas así por el bien de nosotros, los hombres. Sólo para que seamos felices , nos da unos m andamientos, nos envía fatigas y prue­ bas , amarguras y sufri mientos en la vida terrena ; nos ha llamado a una meta altísima y ésos son los únicos medios para alcanzarla . Y nosotros, los hombres, ¿ qué hacemos ? ¡ Pe n sa­ mos tan poco en lo que más nos importa , nos pre­ ocupamos tan poco en saber cuál es el plan de Dios respecto a nosotros ! Poco tardamos en olvidar la gratitud debida al hijo de Dios. Si El no hubiera 29


venido ,

si

no

te ,

habríamos sido

profundo

sobre si

hubiera tomado

no h ubie r a ex p iad o del

muerte .

nuestros

cruz , su

si

muer­

arroj ados para siempre a lo más

infierno ,

a

la

Y o he venido para que (Ioh 1 0 , 10) . ¡ V ivamos más de la fe ! mos y qué dicha sentiríamos tra conciencia de la grandeza sobre nosotros ! 11

gan ab u nda n t e »

la

pecados con et ern a

oscuridad

tengan vida ,

y

y

la ten­

¡ Qué á nim os cobraría­ si se impregnara nues­ de los designios divinos


JI

PARA DIOS cHaced cuenta de que

es­

táis muertos al pecado, pero vivos

para

Dios

en

Cristo

Jesús . » Rom 6 , u

Compartir la vida divina : ésta es la cumbre a se n os e ncam ina . Pero Dios v i v e de por sí , tiene fin y obj eto en sí mismo ; al con trario de nosotros, que lo encon­ que

tramos en otras cosas, en lo exterior . En É: l se con­ tiene la plenitud de toda bondad y de todo lo apete­ cible, y esta plen itud es tan enorme, que no puede ser completada n i aumentada con ningún otro bien . Los se re s que existen fuera de f:l son solamente una revelación, un reflej o, una emanación y u n a descarga de la plenitud de bien que Dios encierra en sí : todos son i nfin ita me n t e i nferiores a f:l ; en conj unto y en particular, son nada en su compa­ ración . ¿ Qué pueden ser , pues, para D io s ? El único bi en para el que Él p ue d e persistir, el centro de t odo vi v i r y querer d i v in o s no puede ser otro que su propia infinitud_ Dios vive su propia vida ; y nosotros , los hombres, fa convivimos . Tam bi é n , pues , nosotros vi vimos, en fin de cuentas, sólo y única­ ,

mente para Dios . 31


1.

E l hecho : vivimos para Dios

Convivimos la vi:la de Dios « en Cristo Jesús» , la cabeza a que pertenecemos como sus miembros . De f:l n os afirma el Após tol : u muriendo, murió al pecado una vez para sie m pr e ; mas viviendo , vive p a r a Dios» ( Rom 6, 1 0 ) . Su vida humana y su vida en la tierra están totalmente dedicadas a D ios « No cumplo mi voluntad, sino la del que me envió » (!oh 5 , 30) , uno busco mi gloria ; hay quien la busca y j uzga » (Ioh 8 , 5 0) ; u m i alimento es hacer la voluntad del que m e e n v i ó y a ca bar su obran (Ioh 4 , 34) ; uyo hago siempre lo q ue es de su agrado» (Ioh 8, 29) . Cuando san Pablo quiere r e su m i r en u na palabra el e sp í r i t u y la v i da del Verbo encar­ nado , no encuentra m e j o r expresión que ésta : «s e h izo obediente hasta la muerte, y m uert e de cruz» (Phil 2, 8) . C ris to · vivió para el Padre todos los años qu e pa só en la tie r ra ; para la gloria , voluntad , deseos e inte n c io n es del Padre, vive aún noche y día en los sile n ci osos tabernáculos de nuestras i gles ia s Toda su v i da es am orosa dedicación al Padre . En e l diario sacrificio nos une a nosotros, m i e mbros de su cU:erpo m í s tíco a sus or a c i o ne s y ala banzas. Es tan g ra n d e su amor al Padre , que le determina a multiplicar en nosotros la d edi cac ión a D i os que cons­ tituye su vida entera . Por esta razón nos ha i ncorporado a sí en e l sa111 t o b autismo . Los hombres recibimos de nuestros pa<l res la vida natural , mas ellos no p u ed en impedir q ue contraigamos el pecado original en el preciso momento en que nos dan la vida . Si el Señor no n os el e va ra a su altura , seguiríamos apegados a los .

.

,

32


deseos de la carne .

« Pero Dios, que es rico en mi­

sericordia , por el gran amor con que nos amó,

y es­

tando nosotros muertos por nuestros delitos, nos dio

v i da (en el santo bautismo) por Cristo» (Phil 2, 4-5 ) . Hemos renunciado a l demonio, a l a carne y al mun­ do

con sus

ciado

placeres

es contrario

a

y

d ecid i d o

nuestro

vanidades ;

hemos pronun­

a brenuntio a todo lo que

Dios , a todo lo que nos aleja y separa

de ÉL A la pregunta : « ¿ Crees en Dios Padre, Hij o y Espíritu Santo ? » , 11Creo » :

hemos contestado que creemos .

es decir, me entre go a

Dios, me pongo de

su parte . Me consagro a Dios con todo mi ser, con toda mi voluntad, con todos mis sentidos y potencias . Y entonces fuimos bautizados 11en el nom bre del Pa­ dre, y del Hijo, y del Espíritu Santo » . Desde

aquel

momento ya

n o nos pertenecemos .

N o vivimos para nosotros , ni para ninguna criatura, llámese hombre o cosa , ciencia o arte, trabajo o pla­ cer , riqueza o salud o belleza . Desde aquel mom en­ to pertenecemos a Dios en

Cristo Jesús,

y vi vimos

con Cristo para el Padre . Éste es el significado del santo bautismo .

participar en la cele bra­ ción del sacrificio eucarístico, cen t ro y vértice de toda la vida cristian a . En el momento del ofertorio, deposi tamos e n el altar , por mano del sacerdote, con los dones del pan y del vino, nuestro corazón , nuestra personalidad , nuestros deseos e inclinaciones, todo lo que somos , tenemos y podemos, todo lo que nos alegra y nos hace sufrir . 11Con espíritu de humildad y corazón contrito seam os acogidos por ti , oh Señorn (ofer­ torio) ; queremos llegar a ser una pura ofrenda a Dios, a semejanza de Cristo nuestro Señor, que se Fuimos bautizados para

33


sacrifica por nosotros, ser un m ismo espíritu y una misma voluntad con f: l. En el o fer tori o , nos despegamos de cuanto no es Dios mismo y de cuanto no está consagrado a g lor i fi c arle renunciamos a todo movimiento de amor propio, a toda afición desordenada a las cosas crea­ das . Sólo as í nos preparamos para ser ofrendados j untamente con Cristo. En la consagración , nos t ra n s for m amos , con f:l, en una u hostia pura , santa , in­ maculada» , elevados sobre todo lo creado en Cristo y con Cristo, entregados y consagrad os a Dios. El día que hem o s comenzado con esta participación en el sa cri fic io eucarístico, está consagrado al Señor : le p e r te n ec e por entero y sin r e ser v a s . Le pertene­ cen nuestros pensamientos y todo nuestro a m or Le p er t e n e ce n nuestras obras y nu e st ras fatigas y to­ dos los instantes de la j orn a d a . En efecto, d u r a n t e la consagración también nosotros hemos sido con­ s agr ado s a Dios con C r i st o y, como f:l, vivimos ya úni cam e nt e para el Padre . Y, en la comunión , Jesús en persona habita en nu e s t ra s almas : «Yo v i v o , y ta mbi é n vosotros viviréis» (Ioh 1 4 , 19) . f: l es el canal que <'onduce a nuestras almas las caudalosas aguas de s u santa vida, toda entregada a l Padre . «Así como me envió mi Padr e viviente y vivo yo por mi Padre , así también el que me come vivirá para ru fo (Ioh 6 , 57) . J e sú s une el alma al amor con que, como Hijo, ama al Padre ¡ la i n t r o d u ce en su corazón , la reviste de su ar di e n te caridad, para q ue ((en f:l, con f: l y para Él» ame al Pad r e y viva para el Padre . Jesús le enseñ a , y le empuj a , a adorarle, a alabarle , a entregarse a f:l como Jesús m ismo hace . Vivamos la vida de Cristo, asimilemos sus m o­ dos de p e nsa r y de q u er e r . Que también de nosotros ,

­

.

34


pueda decirse : « bien sabemos que vive para Dios » , con e l espíritu y l a fuerza d e Cristo (Rom 6, 10) . ( Para los re ligiosos hay que añadir otra consideración . Hemos pronunciado votos de pobreza , cas­ tidad y obediencia. ¿ Con qué fin ? Para d e spr e n ­ dernos consciente , li br e m e n te , con ayuda de aquellos santos votos, de toda clase de p e sa d a atad ura a los bienes materiales ; a los amores t e rr e n os y a nuestra libertad personal . Sólo p a r a poder v i v i r totalmente y sin traba a l g un a para D i o s y su amo r . ¡ Para Dios en todo y para si empre ! S i D i o s vive exclusivamente p a r a s í , vivamos nosotros exclusiva­ m en te para :€1. « H a c e d cuenta de que estáis m u er­ tos al pecado , pero vi vos para Dios en C ri s t o Jesús» (Rom 6, 1 1) . 2.

¿ Qué encierra esta «vida para Dios» ?

1CCristo , m u riendo , m u rió al pecado de una vez p a r a siempre » . Com partimos nosotros su vida . « Ha­

seos c u e nt a de que estáis t am b ién v osoros muert o·s al p e c ad o » ( Rom 6, 1 0 -1 1 ) . El primer paso e n la « v ida para Dios>> , el deci­ sivo, consiste, pues , en m o ri r al pe c ad o , en romper completamente y sin comprom isos, no sólo con el pecado mortal , sino t am bi é n con el venial , con las i m perfecciones e infi deli d a des conscientes y delibe­ radas . Si queremos vivir p a r a Dios, debem os l i ­ brarnos d e toda participación e n el pecado, d e be mos estar dispuestos a cualquier sacrificio para precaver­ nos contra u n p e c a d o o una infidelidad consci e n t e , debemos sustraernos con voluntad inflexible a toda ocasión d e pecado . Abandonemos los an c h os cam i­ nos q n e llevan a la p e r d i c i ó n (Mt 7 , 13) . Las opi3S


niones y los criterios de los hijos de este mundo no deberán nunca más influir nuestra conducta, ya que sabemos que <Ctodo lo que hay en e l mundo es con­ cupiscencia de la carne, concupiscencia de los oj o s y orgullo de la vida n ( r Ioh 2 , 16) , y, por lo tanto, a lej a m i e n t o de Dios. <C V i v i r para D i o s » significa también vivir para lo cre ad o : para la salvación del alma propia y la d e los demás , para la familia , la profesión , el j usto bienestar m a t e r i al , el cum p l im i e n to de los deberes, la ciencia , la salud física ; vivir para las grandes c a us a s de la sociedad y de la patria . Pero siempre de modo qu e , a u n aspirando a la felicidad terrena , cuidando de la fam il ia y de los p r ój i m o s , cumplien­ do lo s deberes del propi o estado, no n o s de ten ga ­ mos en las cosas c r e a da s , s i no que m i r e m o s más allá d e t o d o lo que n o s rodea o momentáneamente se nos exige , y aténdamos directamente a Dios : a í�I , y n o a n o so t r os , debemos .referirlo todo. No d e ­ bemos buscar sati sfacción o placer personal, ni éxito y h o n or entre los h om bres , n i ventaj a , ga n a n c i a o prov¡;ch o . ¡ D i o s en todo ! S6lo así estableceremos relaciones j ustas con lo,; hombres , con l a s cosas , e l t r ab a jo , l a s p e n a s y los sufri m i e n tos y gu a rd a r emos la debi d a p ro x i m i d a d y la d e b i d a d i stancia c o n todas las cosas . Vivir p a r a D i os implica fi n a l m e n t e u n a triple acti-. vidad : ver, aba n donarse y a m a r a D i o s en to ci o . V e r a D i o s en tod o . N e c es i t a m o s a n t e todo oj os i l u m i n a d o s por la fo ; oj os q u e , en todo lo qt· 2 el día nos pr e s e nt a , n o v e a n sólo la activi dad d e la naturaleza , la ob r a de hombres m ejor o peor i n t e n ­ cionados, sino la be n e volen c i a , la providencia y la ma no de D i os . Él es q u i e n todo l o pre d i sp on e y di36


que qui ta ; la gran realidad que oc ul ta detrás de cada suceso y de toda experi e n c i a . Confiarse a Dios en todo. Si hemos de v i vir real­ mente para Di os , no recon ocere m o s más que su santa voluntad ni nos dej aremos guiar más qu e por ella . Su l ey y su voluntad s er á n nu e st r a norma y nuestra fúerza . Nunca haremos cosa alguna que pue­ da d e sag r a d a r l e ni q ue sea contraria a su ley y a su v o l unt a d . Renunci aremos de buen g r ad o a nues­ tros deseos y a nuestros gustos personales , para h ac e r solam ente lo que a Él le place . C o n fe y amor no s someteremos a t o d o s los deseos , decisiQnes y p e r m i s i o ne s de la provi dencia ; a t od as las humi­ llaciones y contrariedades de la v i d a e x t e r i o r e i nte­ r i o r , y a s en t i re m o s con nuestro « fi at n , amorosa y h u m i l d e m e n t e , a todo lo duro que el Señor nos i m po n ga . « Según tú gustes, como tú lo q uie r a s y p o r q u e tú lo q u i e r e s : h ágase tu voluntad sobre to­ das las cosas. » A mar a Dios en t od o . « El t e m o r de Di os es el principio de la sabiduría » , de la vida perfecta . Pero la perfección se alcanza s o l amen t e en el amor, por­ que .gracias al amor , y sólo a él , nos olvidamos de n oso tro s mismos y de las cosas que n o s ci rcundan , obrando solamente para Dios y sacrificándole toda criatura . El amor h ac e q ue D i os sig n i fi q u e y sea todo para n o s otro s, el sol en c u yo derredor nos mo­ v e m o s . Sólo por el amor somos c a p a ce s de d i r i g i r n u es tro s p e nsam i e nto s y n u e s tr a s intenciones al Se­ ñor, de verle en todo y de encontrarle en cualquier parte, de escuchar continuamente su voz y vivir exclusi vamente para Él ; sólo el amor hace que in­ terpretemos, refi riéndolas a su be n e v o le n ci a , todas las cosas . El am o r hace que nuestros deseos y n uesrige , el que da y el

se

37


tras inclinaciones estén consagradas a · Él , que no nos liguemos deso.-denadamente a ninguna criatura , sino que nos mantengamos en relación con Dios y santifiquemos las incli nac i o n es y el amor, justificados y necesarios, hacia determinadas personas o actividades . El a mo r nos im pulsa a buscar siempre en primer tér­ mino a Dios y a su gloria y a elevarnos sobre el amor propio y el respeto humano . Nos fortalece para soportar• con calma y resignaci ó n , y aun para aceptar con alegría y agradecimiento todo lo penoso y desagra­ dable que nos trae cada día . El amor tiene una sola respuesta a todo l o que la vida nos quita o nos da : por ti , Dios mío, por tu amor ; como tú lo quieres y porque así es como lo quieres. Dios, su santa voluntad , su agrado : ninguna otra cosa toma el amor en consideración . P or eso reduce enérgicamente a sumisión a todas nuestras i ncli na­ ciones , opiniones y tendencias : a nuestro entero mod-0 de obrar . El a m or debe reinar como un sobe­ rano ; es la llama que llega al cielo y que transfor .. ma en fuego todo lo que en nosotros pueda encontrar o alcanzar : la oración , e l trabajo , las renunciacio­ nes , los sufrimientos, los sacrificios . Así vivimos como quienes , muertos al pecado, vi ven para Dios en. Jesucristo nuestro Señor . Ésta · es, pues, nuestra tarea de todos los días y todos los momentos : vivir para Dios, sólo para Dios. « Yo soy el Señor tu Dios : no tendrás otro dios que a mÍ» ( Ex 2 0 , 2 ) . ¡ N ingún ídolo ! No puede . h a ber término medio en la vida religiosa : o un alma siente a Dios como a su todo , o se s ie n te ella ce n t ro del uni­ verso, astro a cuyo alrededor todo se mueve : quien no vive para Dios, necesariamente vive para sí mis38

·


mo, llegando hasta pretender que los dem ás e incl uso Dios se sometan a sus caprichos u j Vivir para Dios en Jesucristo ! 11 Este D ios in­ finito se nós entrega con toda la plenitud de su s er y nos llama a su servicio personal : toda otra servi­ dumbre es irri sori a e i nd i g na ¡ De este modo es como honra Dios al hombre ! ¡ Vivir para Dios ! J;; sta es n u es tra verdadera grandeza y nuestra verdadera dignidad : dignidad que no se mide por las acciones externas, por el li­ naje o el título, por la excelencia o el cargo, no r..>r la aureola que a uno le rodea por méritos de su ca­ rácter, talento, saber, sino ú nicamente por el fin para el que uno vive . El que aspira a más alta meta , es el más alto . El que vive totalm ente para Dios y sólo a Sl sirve , es el más digno. j Vivir para Dios ! Ssta es la única verdadera felic i dad del hombre. Con sahi duría y bondad admi­ rables ha enlazado Dios mi pobre vida a la suya ; sólo seré feliz si v i vo para SI, si m e entrego a su voluntad y sirvo sus intereses , su agrado y su glo­ ria. u Nos has hecho , Señor, para ti, y nuestro co­ razón andará inquieto hasta que descanse en ti ll , dice san Agustí n . Pocos han conocido como este santo en sí mismo la verdad de estas palabras j V i v ir para Dios ! Lo que en mí no vive para SI y no le sirve sólo a Él ; lo que en mi vida no vence al amor propio, al afecto a esta criatura o a esta ocupaci ón al temor y al respeto humano ; lo que en mi vida no supera l a preocupación desmedida por el bienestar material, físico o moral : todo esto no es más que vanidad , locura, bancarrota . Sólo lo que se hace por D io s y para SI tiene valor, aunque cueste . sacrificios . .

.

.

,

39


¿ Para qué vivo ? ¿ A quién sirvo ? ¿ A quién per­ tenecen mis pensamientos, mis secretas aspiraciones, mis afectos, mis preocupaciones , mi trabaj o ? ¿ Son , en realidad, del Se ñ o r , o, a ca so , son más bien míos, de mi amor propio ? ¿ Vivo para Dios en todo, incluso en mis aspi­ raciones a la santidad y en mi piedad, incluso en la educación y en e1 fUidado de las almas que tengo encomendadas ? ¿ Vivo verdaderamente para el Señor y no p ara mí ? ¿ Vivo enteramente, solamente, para Dios,

para

ln n tad ?

40

su

glori a,

para

cumplir

su santa

vo­


III

SED PERFEC'ros «Sed perfectos, como vues­ tro

Padre

fecto. »

cele stial

es

per­

Mt 5 , 48

Hemos de participar en la vida de Dio�. si bien en forma c r eada y limitada. Esto nos en fre n ta a una ta r e a : « Sed perfectos como vuestro Padre cel est ia l es perfecto 1> . Los cristianos so m os p e rfec to s cuando ordenamos nuestros pe n s ami e n tos y nu est ra volun­ tad , nuestras acci ones y om i si o nes nuestros sen ti­ m i e n to s y aspi raciones y t od as nuestras cosas con­ fo r m e a la santa voluntad de Dios, sin d es via rs e un á p i ce ni a la derecha ni a la izquierda , sin faltar por más ni por menos . Orar perfectam ente, c u al debe ser la oración ; a m a r a Dios pe rfec t am en te sin r e ti­ cencias, siem pre y en todo ; ser perfectos e n la pa­ ciencia ante el do lo r y el s ufri m ie n to y l¡is decep­ ci one:; diaria:; ; amar pe rfec ta m ente a todos los ho m br es a cada u n o de ellos en n u e s tr os sen timientos, en n uestras palabras, en nuestra conducta, sin fal ta ni o m i sión a lgu n a : todo esto es sencillamente sobre­ h u m a n o . u j Sed perfectos como vuestro Padre celes ti a l es pcrfrcto ! 1> ,

,

41


l.

Sed perfectos

Por el santo bautismo, el c r i s t i a n o lleva en s u alma la gracia sobrenatural , la gracia « santifican te » , qu e es el germen y raíz de l a vida so br e n a tu r a l Pues bien , lo m ism o que t od a raíz sana, posee J a gracia

santificante

un

impulso a

crecer

y

deii>arro­

ende el bautizado está también som e­ tido a esa ley d e aspiración al crecim iento y a la perfección : sustraerse a e s t a ley implica detenerse en su d e sa rr ol l o y d es m e d ra r . De igual m odo qu e son m u chos los obstáculos que contrarrestan el des­ envolvi m iento de to d a vida natural , un inmenso nú­ m e r o de fu erzas y p o t e n c i a s enem igas ac e c h a n l a vida so br e n a t u ra l e n su m isma existenci a . Quien no trabaj e s eri am e n t e por e l constante progreso de s u vida sobrenatural , t a r d e o t e m p r a n o tendrá que su­ cumbir al influj o de los obstáculos destructores ; porque no a v a n z a r significa , si m pl e m e n t e , retro­ ceder. De aquí nace e l deber fu nda m e n t a l d e todo cris­ tiano : a spirar con todo ahínco a la meta de la per­ fe c c ió n y p roc u ra r ser más pe r fe c to cada i n s t a n t e . Solamente así podrá c o n s e r v a r la vida sobre n a t ural y asegurar su florec i m i e n t o . u j Sed p er fe ctos ! n C o n indecible a m o r n o s h a aco­ gido el Señor, por e l santo ba u t i s m o , e n s u propia vida, para que cc part í c i pá ram o s d e l a d i v i n a natura­ leza >> (2 Petr 1 , 4) . Con el p r i n c i p i o d e v i da sohre­ nl\ t u r al que ,es la gra c i a s a n t i fi ca n t e , nos ha llarse ,

y por

regalado las tres v i r t u d es teologales : fe , esperanza y ca r i d a d , como p i es c o n los que c a m i n a r h a c i a Dios y brazos c o n l o s q u e pode·r abrazar l e ; y o t r a s m u c h a s 42


virtudes con las que podemos orientar hacia Dios y sus divinos fines nuestro q ueha ce r cotidiano con la s

cosas terrenas .

Injertados p or el bautismo en la v id Que es Cristo , quedamos sin más incorporados a la Iglesia, nos hacemos hijos de ella . Nuestras son , ento nce s las sa gr a da s Escrituras, divinamente inspiradas, del A n tig u o y Nuevo Testamento ; n u e s tro s los san t os sacramentos : nuestro Cristo e n la sagrada euca­ ristía , víctima y alimento de nuestro espíritu ; n ues­ tros los méritos y las virtudes, las ora c io nes y repa­ raciones de Cristo y d e sus santos, de todas las al m as puras y ama n t e s de D ios en el cielo y en la tierra . Por el santo bautismo el mismo D i os, el Padre, el Hijo y el Espíritu Sa nto se establecen en nuestra alma para estar cerca de nosotros, atraernos amoro­ samente al círculo de su vida divina y proseguirla misteriosamente e.n n o so t ro s . ¿ No debemos, no po­ ,

demos llegar a ser perfectos , como es perfecto nues­

tro Padre celestial ? Si el bautismo es el sacramento de la rege n e­ ración , la confirmación es el sacramento del per­ feccionamiento, del vigor cristi an o , de la madurez sobrenatural . La c on firma c i ó n trasplanta al bauti­ za�lo al estado de mayor de edad, de adulto . Ahora po see el c ri s t i ano la plenitud de la gracia y « tiene que extender en su derredor el e nca nto y perfnme de todas las virtudes» (Catecismo Romano) . Para eso se rec i be en la sagrada confirmación a1 E spí ri t u San­ t o y el cri sti a no está desde ese momento llamado a compor tar se varonilmente, llevando una vida cristia­ na perfecta . El c om eti d o de avanzar en la perfección , que se- nos impuso en el santo bautismo, apremia y urge más d e sd e que se ha r e c i bid o la confirmación. 43


Cuantas veces celebramos con recta i n t e n ci ó n y la d isp os i c i ó n

debi da

co n

o lo

tico,

de

ánimo

c el ebr am os con

penetramos con

el el

sacri fi c i o

eucarís­

nos

sacerdote,

com­

el sacrificio que Cri sto h a realizado

en la cruz . Con un rot und o sí de nu e str a voluntad ,

nos

unimos a

nos

su oblación ,

celsos s e n t imie n t o s

y

los

fines

aprop iamos

los

s ac rifi c i o

d el

ex­

con el

que el Señor se inmola p or nosotros . Cuando

en

la

c om u nió n el Se ñ or se nos su e spír i tu su capaci d a d de sa­ y s a t u ra n lo más profundo d e

santa

d a como alimento , ser .

nuestro

tificar

,

i mpr e gna n

crificio

Nos sentimos

nuestra

v i da

d e san­

entonces capaces

coti diana ,

con

trabaj os

sus

y

luchas , sacrificios y fatigas . Graci as a la v i r tud del

sacrificio eu ca rí sti c o y a l a participación del san t o j o r n a d a del auténtico cristiano vien e a ser

convite , la

un ininterrum pido santo sacrificio d e adoración , ción de

en trega a todo ll evar

alabanza

gracias ,

y

lo que D i os

sufr i r . conforme

y

a

expiaci ó n ,

de

ac­

a m o ros a

nos da que hace r , sobre­ su

volu n t a d .

santa

participación en la san t a m isa

así

nos ofr e c e

La

diaria­

mente una preciosa ocasión de aden trarnos ca da vez más íntimamente e n el e spí ritu

de sacrificio d e l Se­ obe­

ñ o r , en su abandono en m anos d el Pa dre, en su dienci a h as t a la m u er te día más

comunión

grave las

:

llega a se r

y aprem iante

fu e r z as y

el

un deber cada

sacar

los á n im o s

de

para

la

santa

edificamos

i n te ri o r m e n te en en trañ abl e vinculació n de espír i t u y vol u n tad con Cristo, para autoi n m olarnos y v i v i r

a m or

Dios .

total , u ¡ Sed

e

i n d i v i siblemente u ni dos a

Cristo y

da 44

a

perfectos ! >1

« i Sed p e r fe c tos ! 11 En primer lugar , D i os, su ria,

en

el cumplimiento más gloria

a

de

Dios ?

su santa ¿ Quién

vol u n t ad . se

glo­

¿ Q uién

aban dona

más


totalmente y sin reservas a las disposiciones y nor­ mas de la providencia ? El santo . Una sola alma perfecta glorifica a Dios mucho más que miles de imperfectas, ya que un solo acto de amor, tal como lo realiza un alma perfecta , tiene mayor valor ante Dios que todo::\ los actos de amor de tantas almas que aún no han alcanzado la perfección . El alma perfecta se ocupa constantemente en tales actos de amor. Si queremos honrar a Dios de verdad y con todo fervor , hemos de procurar por todos los medios superar las imperfecciones y vivir para la perfección . « i Sed perfectos ! » En segundo lugar, la sa l'Va­ ci6n d e nues ira a l m a . ¿ Cómo nos la aseguraremos mej or ? Trabajando sincera y eficazmente por la per­ fección ; cuanta más urgencia nos demos en alcan­ zarla , con tanta más seguridad nos preservaremos del pecado , de todo pecado, por i nsignificante que pueda parecernos . Quien l u cha para llegar a la per­ fección , sabe resistir a las ocasiones y halagos del mal , pues tiene ante los oj os un i deal que le sub­ yuga , l e apremia, le espolea constantemente, sin de­ j arle un momento de descan�o : no podrá contentarse con medi anías . « i Sed perfectos ! » Nuestro tiemp o necesita san­ tos. Todos lamentan que la situación del mundo haya ven i d o a s e r insostenible e l.nsanable . ¿ Qué puede ya salvar al mundo de hoy ? No la ciencia , ni e l trabajo, ni la industria , ni la técn i ca . Única­ mente la santida d , la santi dad de los cristianos , sobre todo la de sacerdotes y religiosos. Tenemos urgente necesidad de cristianos perfectos, de sacer­ dotes y religiosos , estu di antes y empleados, obreros y patronos. Quien qui era ser útil al m undo, a la Iglesia, a la patria, a la humanidad , deberá comen4S


zar por sí mismo, e s forz á n do se en reco rr e r el cam i ­ no de l a p er fecció n cristiana . ¡ C uá n descristianizada está hoy la vida ! ¡ Cóm o ha penetrado el espíritu del mundo en la Iglesia, en las com u n idades y pa­ rroquias, en las fam il i as , en las i nteligencias y co­ razones de los hombres ! N o s o tro s , hombres d e hoy , nos vemos interiormente divi d ido s , c o m o d e sga rrados, perdida toda í nt i m a y pro fu n d a relación con Dios, inconscientes y, p o r tanto, infelices, amarga­ dos, s i n v erd a d era y r ad i cal a l eg ría , cansados de vivir y sin á n imos para seguir viviendo . Jun to a todo esto , tantas preocupaciones de los superiores ec l e s iá st i c os y del clero, tantos libros bu e nos : tantas m isio n es , academ ias, discursos, ser­ mones ; aun las m i smas sa n t a s confesiones y com u ­ niones, las peregrinaciones, los ofici os divinos y l a s festividades religiosas t a n detalladamente organ i za­ da s y ej ecu t a d <is con tanta pom p a . Y siempre de nu e vo la m ism a amarga experiencia : el di sp endio es grande y el fruto p equ e ñ o y e fí m e ro . Y viene sie mp r e de nuevo el enem igo y s i e m b r a c iza ñ a , y la cizaña abunda inmensamente más que la buena siembra . En reali dad , sólo una cosa p ue d e poder aportarnos r em ed io : l a ser i a a sp i rac i ó n a ser per­ fec to s , el firme prop ó s i to de obrar siempre con v i v a y e n érg i ca v i r tu d c r i sti a na ; en una palabra , la s a n ­ tid a d , que , com o toda vida auténtica, ha de empezar echando sus r aíce s en el interior . No es que se despr e ci e lo externo , pero ha d e br ota r del fondo del alma . El alma de la p er fec c i ó n es l a vida in te­ rior , e l íntimo despego de las cosas del mundo , la ruptura con todo p ecado consc i e n te, con todo egoís­ mo, la r en u n c i a a todo lo que no es Dios y que , por tant o , nos dificulta la unión con É l , el ansia de ­

46


humillación, la penitencia, la exp iació n , el sentirnos siempre en presencia de Dios, la oración, el recogi­ miento , el amor de Dios sobre todas las cosas , l a pronti t ud de á nimo para hacer y sufrir cualquier cosa , soportarlo y ofrecerlo todo como Dios lo d a y lo dispone , como SI lo perm ite y ordena . Esto es precisamente lo que los tiempos actuales esp era n y exigen de nosotros , los cristianos : una vida de per­ fección cristiana . 2.

Cuándo somos perfedos

So m os perfecto s si amamos y en la m edida e n que amamos . cí Am arás al Señor, tu Dios, con t o do tu cora zón , con toda tu alma y con toda tu m e n t e ; y al p r ój imo como a ti mismo» (Mt 2 2 , 37-39) . El amor e s la e x pre s i ó n más s u bli m e la cifra y resumen de nuestra capacidad . · En el amor r e s um i mos t odo nues­ tro ser , se nt i r , querer y aspir a r , y lo entregamos incondicionalmente al servicio del ser que amamos . El amor es el modo más perfecto de glorificar a Dios . Por el amor es como mejor cumplimos su s mandamientos . Del mandam iento del am or a Dios y a] pr ój im o udependen toda la ley y los p ro fet as » ( Mt 2 2 , 40) . Al amor se refieren todos los manda­ mientos ; más todavía , él es la sati sfacción de tod a s las leyes, porque sin él no hay satisfacción ; es el alma de todas las virtudes , es toda la virtud . Si falta el amor , falta todo ; pero , habiéndolo, todo lo tene­ mos con él ; las virtudes brotan del amor como de s u raíz n a t u ral , están a su se r vicio le allanan el cam i ­ no de tal modo que el alm a a m a n t e puede re al i z a r o sacrificar con facilidad , con valen tía y con alegre prontitud todo lo que el a mor le exige . ,

,

47


Somos, pues , perfectos en la m e d i da en que ama­ mos . ¿ A quién ? A Dios y al prój i m o . Por eso pone el Señor como signo de sus seg uidores el amor al prój i m o . " En esto conocerán todos que sois m i s dis­ cípulos, si tenéis cari dad unos para con otros 11 (Iob 1 3 , 35) . De la mis m a manera el apóstol san Juan dictamina la autenticidad de nuestro amor a Dios por el amor que demostramos al prój i m o : ccSi alguno dijere : A m o a Dios, pero aborrece a su her­ mano , miente . Pues el que no ama a su hermano , a quien ve , no es posibl e que ame a Dios , a quien no ve . Nosotros tenemos de f':l este precepto , que quien ama a Dios ame también a su hermanan (1 Ioh 4 , 20-2 1 ) . Es en realidad un único e idénti co amor el que nos lleva a amar en Cristo a Dios y al hermano : sólo el motivo es diverso : amamos a Dios p or "f:l m i sm o , y al prój imo por amor de Dios y de Cristo . ¡ Qué falsa , engañ osa y dañ ina es la idea que tan­ tas almas tienen de la perfección ! Piensan que con­ siste en penitencias y mortificaciones extraordina­ rias , en los ayunos y sacrificios lo más grandes posible ; creen ser perfectas cuando se encuentran libres de luchas y de ten taciones , cuando pueden orar sin dificultad , cuando sienten fervor y consuelo en la oración , cuando pueden rezar como a ellas les gusta . Muchos religiosos creen ser perfectos cuando ob­ servan

rigurosamente

las

reglas

prescritas .

¿Y

quién va a negar que las mortificaciones, 1a asi­ duidad en la oración , la fideli dad a las reglas, sean cosas muy sa n t a s , si n las cuales no puede h aber perfección cristiana en un convento ? Pero no son la p er fe cci ó n . ¿ Acaso no hay muchas alm as , suma48


mente m ortificadas, dadas a la orac10n

y fieles a sus

reglas, que son duras en el juicio, soberbias, presun­ tuosas y te r c a s , dominadoras, palabra, y

sin el

prontas a la crítica y al reproch e ,

poco caritativas de

susceptibles, men9r

pensamiento y de

celosas, irritables,

dominio

sobre

cap r ich o sa s

mismas ?

¿ Son ,

acaso , perfectas ? Somos p e rfe c t os

en que amamos . aquel que está en est a do de gracia, es decir , que o b s er v a los mandamientos de Dios sin cometer pecado grave . ¿ E s , por esto, realmente p e r fe ct o ? No ; la per fe c c i ó n exige más : no sólo excluye los pecados graves, sino cualquier pecado venial deliberado ; em p r e nde una denodada lucha con t ra toda fal t a que d e s c u br e . No tolera ac­ titudes acomodaticias, n egligenci a , debilidad o falta alguna de carácter , a un q u e no pueda i m p e d i r que el hom bre, mien t ra s viva en la tierra , sea {recuente víctima de debil ida des i n voluntarias , de fa ltas y pe­ queñeces h u m a n a s . La perfección c o n sis t e en el amor, o sea en el perfecto cumplimiento del gran precepto : u A m arás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón , con toda tu alma y con toda tu m e n t e , y al prój imo com o a ti m ismo ll . El que ame cualquier otra cosa más que en

la m edida

Pero el amor lo posee todo

a Dios, el que ame algo contrario a Dios o simple­ mente algo distinto de Dios en el mismo grado , que

Él , no cumple el pre c e p t o del am o r y no cam i na la senda de la perfecció n . Si quiere andar por el camino de la v i d a perfecta, ha de cu m pl i r en alg(m grado el m a n d am i e n t o del a m o r , que puede practi­ carse en m il gradaciones distintas. Dentro del m arco a

por

de este gran mandato del amor quedan aún al cri s­ tiano·

un sinfín de posibi li dades p a r a

aspirar

a la 49


perfecci6n :

pues

también

la

perfecci6n ,

como

el

A prim era vista podemos disti nguir dos líneas fundamentales d e la amor,

admite grados innumerables .

�rfecci6n cristiana :

la de la perfección esencial y

la de la perfección en sentido propio y estricto.

Ja entendida en su sin la cual nadie puede al­ canzar l� meta de la vida cristiana, que es la gloria La perfecci6n esencial , o sea

sentido lato ,

aquella

es

eterna con Dios. mientos,

que

se

Exige que se cumplan los m anda­ viva en estado _ de gracia santifi­

cante, y además de esto, que se haga todo sario para

ese

estado

de

gracia y,

por

lo

lo nece­ mi�m o ,

para mantenerse libre de pecados graves . Pero, cristiano

quisiera

hacer

o

evitar

solamente

si

lo

un

que

está estrictamente mandado, no cumpliría entonces exigencia de Cristo : «i Sed perfectos ! » Si al­ guien , por ej emplo, quisiera amar a sus sem ejantes

la

sólo cuando hay ob1igaci6n defini da de actuar y pe­

cado

grave

pliría

las

en

la omisión , en poquísi mos casos cu m­

exigencias

del amor

cristiano.

contenta con lo rigurosam ente mandado,

Quien se

se

encuen­

tra aún muy lejos de la perfección esencial . La

perfección en

la

que ahora

de

la

sentido propio

tratamos,

perfección

esencial .

El

y

estricto,

de

estrecheces que es p e rfe c t o en

sobrepasa

las

sentido estricto , evita todo pecado, incluso los peca­

deliberados y, en cuanto es posible, se precave también de las llamadas fl.aquezl¡ls o debilidades naturales. Cumple a ciencia y conciencia los mandamientos de Dios, del Evan­

dos veniales conscientes y le

gelio y de la Iglesia y llev� una vida de gracia y Hace, además, lo que no está mandado es­ trictamente . Yendo más allá del círculo de las obli­ virtud .

gaciones estrictas, escoge sacrificios, so

lo simplemente


c o n sej a do y rec omen d a do , y 'lo h a c e para d a r m ayor ho n r a a D i os Hay ·, en efecto, m u chas cosas q u e podemos poseer y de las que p o d e m o s disfr u tar líci tam ente , y mu­ chas que podemos h acer u omi ti r l í c i ta m e n t e , dis­ ponerlas en un sen tido o en otro. Las o bl ig aci o n e s mismas, que nos han sido i m pu e s t a s , pueden cum­ plirse más o m enos perfecta mente ta n t o en el asp ec­ to cuan titati vo como en el cual i t a t i v o En el a s p ecto cuantitativ o : orac10n más frecuente, lim osna más cuap. ti os a ; en el c uali t a t i v o : m ayor fervor , más constancia, m ay o r pureza d e i n tención al ej ecutar a

¡doria y

.

.

las obr as .

El perfecto realiza d1 ariamcntc a ciencia y con­ t od o s sus deberes, t a n to los estri ctamente u obligatoriosn c o m o los d e m ero consej o . Los eje­

ciencia cuta

con plena fidelidad , exact i t ud

y

puntualidad .

Es, adem ás , de suma i mpo r t an c i a q u e el m ó vi l de nuestro,; pensamientos y voluntades, . de n ues tra s ac­ c i o ne s y m i siones sea el a m or perfect o , es decir, que lo p en sem o s y q u eramos todo, lo hagamos y

suframos todo con recta in t enci Ó n : porque Dios lo quiere y lo desea de nosotros . Nuestra acti v i dad es verdaderam en te perfecta cuando va ac om pa ñ ada por aquel grito que i r ru m pe de lo más profundo del alma : uSí, Padr e , porque así te p lug o » (Mt 1 1 , 26) . La fuerza del amor espolea al am ante a e v i t a r en lo posible torias las fa l t a s de prec i p i tación , debi­ l idad y fl a q u eza h u m a n a s , si bien es cierto, como hemos ya d i cho, qu e nosotros , hombr�s endebles, no l o grar e m o s superar t o t a l m e n t e todas las fal tas y d e­ bilidades . Solamente a 1a Madre d e Dios, la Vi rgen santí si m a , le fne otorg ado el pri v ilegio de v erse

ne de toda m a n c i l l a

inmu­

y de toda i m perfección . 51


Puesto que la perfección cristiana consiste en su meollo en el amor , o sea en el cumplimiento del « primero y principal m andam iento n , todo cristiano está obligado a aspirar a la perfección . Se viola el m andamiento del amor no sólo por el pecado, sino por toda acción u omisión que no vaya dirigida a D ios por todo lo que no hagamos y suframos por la gloria de Dios. uYa comáis, ya bebáis, hacedlo todo para gloria de Diosn ( r Cor r o , 3 1 ) . Lo que es de mero cons ej o debe también estar dirigido y orientado a la gloria de Dios . Por eso quien lo hace todo , incluso lo meramente aconsej ado y recomen­ dado , se limita al perfecto cumplim iento del deber. Es consecuencia de todo esto el llamamiento a la vida perfecta , dirigido a todos los cristianos, aun­ que no estén llamados todos al mismo grado de per­ fección cristiana ; de una manera son llamados los célibes y de otra los casados ; uno es el caso de los sacerdote s , otro el de los religiosos. Pero , estando todos llamados a la v i da perfecta, a todos es posible, en conformidad con las cualidades y circunstancias personales y según la medida de la gracia de Dios, alcanzar la perfecció n . Es un grave error y causa de perj uicios todavía más graves pactar con ligereza consigo m ismo , diciéndose que no está llamado a la vida perfecta o que la vida de perfección es te­ rreno acotado de unos pocos, reservado para sacer­ dotes y religiosos. Quien así pi ensa , se aparta de los desi gnios de Dios, no atenderá a su obligación de aspi rar a la perfección . Claro es que nadie se con­ dena por no s e r perfecto en la hora de la m uerte , con tal de que cumpla en cierto grado el manda­ miento del amor de Dios y muera , por consiguiente, en estado de gracia . ,

,

52


Nuestros más serios e m peñ os han de cifrarse, por tanto, en llegar a ser perfectos, no contentándonos con la que hemos llamado p erfecció n esencial, es de­ cir, con alcanzar un gra d o cual q u i era , relativamente bajo, de amor, sino aspirando a la p er fección en sentido r i gu roso y a fi n ado y luchando por ella con la gracia de Dios . Co nvenzámonos de que nuestro deber más sagr ad o y nuest ro verdadero interés con­ sisten en violentarnos diaria e incesantemente por conseguir la p e rfecció n No aspiraríamos continua­ mente si, ll ega do un momento, dij éramos 1Cya basta» . Si pensamos haber alcanzado la cima, entonces ce­ samos de avanzar, aba ndonam os nuestro deber y dejamos de cumplir el mandamiento del amor de Dios . <c El a mor de Cri st o nos a p remia » , debemos exclamar con el Apóstol (2 Cor 5 , 14) . El am o r hace 1 l i g ero todo l o pasado y lleva con igualdad todo lo desigual . Lleva la carga sin carga y hace dulce y sabroso todo lo amargo. No dice : Est o es imposible . Porque cree poderlo y d eberlo todo (cf. La imitación de Cristo, libro 3, cap . 5 ) . ¡ Dichosos nosotros s i v i vi m os l a realidad del « am or de Dios, infundido en n uestr os corazones por el Espí­ ritu Santo que nos ha s i d o dado» ! ( Rom 5 , 5) . So m os tanto más perfectos cuanto más amamos . .

.

S3


IV

LA PURIFICACIÓN DEL CORAZÓN «Bienaventura dos pios de coraz6n . »

i

Co n v i v ir la vida

de

Dios,

tada de lo pu r am e n t e terreno,

los

lim­

Mt 5, 8

una vida qu e , apar­

pertenece e n t e r a m e n t e a Dios, una vida de perfecto am or de D ios ! Ésta es la c i m a a la que estamos llam ados. Mas ¿ cuál es el ca m i n o que a ella conduce ? Es

usual ,

tres caminos

desde o

h ac e

m uchos

d is t i n gu i r

sigl os,

« vías n en la v i d a espiri tual :

La vía purgativa o de los principiantes , la iluminativa o de los

o de los

proficientes,

y

la

vía

vía unitiva

perfectos .

Ya se ve, pues, q u e las cumbres de la perfecc ión se apoyan sobre dos escalas que debemos

de poder alcanzar el deci r que estos

amor

subir antes

perfecto . Lo cual no qui ere

dos grados

prel i m i nares

sean

prác­

ticamente separables entre sí o de la vía uni tiva, ni

ésta no sea ya necesario el trabaj o de la pu­ del corazón y d e la co n s t a nte vigilancia para preservarse de todo pecado o defecto , n i que sena superfl uas las ansias d e la vía iluminativa y qu e en

rificación

el S4

constante

esfuerzo

por

la

obtención y

aumento


de las virtudes. Estas vías de purificación . ilumi­ nación y unión se relacionan e interfieren ; están estrechamente vinculadas entre sí : iniciados en la vía purgativa, hemos ingresado también en la ilu­ minativa y la unitiva ; lo mismo que, por otra parte, la ilumi nati va , con sus ansias de tener y aumentar las virtudes, permanece siempre condicionada al tra­ bajo de purificar el corazón. 1.

E l porqué de la purificación del corazón

Tenemos que convivir la vida de Dios en Cristo jesús. Siend o Sl 11la verdadera vid11, quiere y debe continuar su vida en nosotros : éste es el profundo sentido de nuestra vocación y vida cristianas . Lo repite san Pablo más de ciento cincuenta veces en sus cartas : 11Vivimos en Cristo Jesús» , estamos vi­ talmente unidos a SI como lo está el sarmiento a la vid, como la m ano al brazo, y éste al cuerpo y al alma que lo vivifica. Jesús quiere 11 revivir » en nos­ otros, quiere repetir en nosotros, lo más fiel y per­ fectamente posible , la vida que tuvo aquí en la tierra por la gloria del Padre y por la salvación de nuestra alma y las de nuestros hermanos . Ahora bien , la vida de Cristo es de la más deli­ cada pureza , ya que, siendo Sl Hij o de Dios y Dios mismo, sólo puede ser su vida purísima y santísima . Puros son s u er. tendimien to y su voluntad, puras sus intenciones y los móviles de su acción ; puro es su corazón, libre de todo movimiento de aversión o de inclinación que no sea perfecto, libre de toda ce­ rrazón en su p rop i� juicio, sus razonamientos o su voluntad . Cristo está exento de toda som bra de sen­ sualidad , de todo movimiento de orgullo, de toda SS


forma de egoísmo . Vive en nosotros, sus miembros, com o quien es divinamente pu r o , y ansía ardiente­ mente colmarnos de su pureza para vencer todo cuanto en nosotros queda d e impuro . Para esto nos proporciona su ejemplo , para esto nos da fuerza : con la fuerza de Cristo podemos C1purificarnos de toda mancha .de nuestra carne y nuestro espíritu, completando la obra de la santificación en el temor de Dios n . ( 2 Cor 7, 1 ) . Existe el p e cad o original. D e él arr an ca l a per­ versidad del corazón humano , de la que todos nos resentimos . Ha quedado oscurecida nuestra inteligen­ cia : no conocemos a Dios ni nos conocemos a nosotros mismos ; ignoramos tanto el origen como el fin de nuestra vida. No sabemos en qué consiste nuestra verdader a feli cidad ni qué hacer para alcan­ zarla . Somos ciegos e ignoramos que lo somos ; más bien cree m os que vemos, a pesar de no ver nada. La voluntad, creada recta por Dios, se ha torcido baj o los efectos del pecado original : tenía ongma­ riamente nuestro corazón tendencia natural a amar a Dios sobre todas las cosas , mas después del pe­ cado nuestro amor se ha reconcentrado en nosotros mismos. Si amamos, es con egoísmo : buscamos siempre nuestra ventaj a y nuestro interés . Con es­ tas tniras nos afanamos desde la infancia tras las cosas terrenas, y nos esclavizan , sujetan a sus ór­ denes las necesidades materiales y el deseo de re­ mediarlas . Del pecado original nació la concupiscen­ cia, el afán desordenado de las posesiones terrenas (concupiscencia de los ojos) , de los goces y placeres mundanos y sensuales (concupiscencia d e la carne) y del honor, del poder y la distinción social (con­ cupiscencia del espíritu) . Esta concupiscencia nos 56


dificulta querer

y,

más aún , practicar el bien :

ve­

mos el bien , lo estimamos, incluso lo deseamos , pero

¡ viven

obramos mal . No somos como debemos ser ;

en n osotros tantos instintos que no deberíamos tole­

rar ! Siendo así ,

¿ qué recurso nos qu e da ? Purificar

del mal nuestro corazón , libertarlo del desorden y de

la corrupción . La cuestión del progreso in terior, de la subi da a las cumbres de la vida cristiana, d e la vida para Dios y con l!l, se reduce necesariamente al proble­ ma de la purificación del corazón .

Haremos posible

que la gracia divina se difunda en nosotros, en la medida en que trabajemos en la purificación de nues­ tro corazón ;

obtendremos provecho

de

la

sagrada

y de n u estra vida piadosa, en la me did a en que seamos pu ros de corazó n . Si

comunión, de la oración nuestro esfuerzo

espiritual

no

produce cuanto

de­

bería , si nuestra participación

de l os sacramentos

n uestra

todo

que

oración

buscar ante

no

del

son

todo la

causa

de

fructuosas , nuestra

y

hay

insufi­

del corazón, en la que radica todo el progreso espiritual . La purificación del corazón es la condición indispensable de todo progre so El trabajo de la purificación del corazón es siem­ pre y en todas partes la tarea fundamental . La vía ciente purificación

.

purgativa es lo primero ;

el que la abandona,

cre­

la unitiva por un sende ro div erso y más cómodo, se equivoca. yendo llegar al grado de la iluminativa y

El que quiere subir una escalera , debe comenzar por el peldaño inferior, ya que

sin comi enzo no puede

haber progreso ni perfección . Combatir los defectos , enderezar la

naturaleza

inclinada al

tras día , hora t r as hora,

los

mal,

arrancar

día obstácu los a nuestro

la cizaña del j ardín de nuestra alma ,

elimi n ar,

51


avance : en esto consiste la purificación del corazón . Este primer p a so , además de n ec esa r i o , es el único que augura victoria. Podrá atemorizarnos la mag­ nitud de la empresa , podrá parece r a alguno más atractiva la máxima moderna : « la naturaleza es buena en sí y es m e n e st er únicamente dej arla obrar , dejar que crezcan todos sus gérmenes, i ncluso la cizaña » . Mas para eso reza la palabra del p r ofe ta : « i Oh p u e bl o mío ! , los que te guían y te llaman feliz son l o s que te descarrían » (Is 3, 1 2 ; 9, r 6) . Un solo camino conduce e n v e r d a d a la victoria : la pu r i fi ­ cación del corazón ; no es su fi c i e n te para llevar a la perfecció n , pero es necesario y hay qu e recorrerlo. 2.

El camino de la purificación del corazón

« Crea en mí, j oh Dios mío ! , u n corazón puro» (Ps 50, 1 2 ) . Esto es principalmente o bra de Dios, mas también nuestra : obra de p uri fica ci ó n por el mal come ti d o por no so t r o s o que vive en nosotros, y obra de preservación del mal, del p eca d o y de la i m p er­ fección.

En primer lugar debemos realizar, naturalm ente, Es un hecho , p o r desgra­ cia , que faltamos , q u e p e c am o s d i ar i a men te, y así diariamente debemos arrepentirnos y pedir perdón al Señor . Siempre tenemos motivos para rezar : 11Padre nuestro, perdónanos nue s t r as d e ud as » , y todos los días co n fe sa m os con humildad en el 11Confíteorn de la misa : «que pequé de pen sam i e n t o , palabra y obra por mi c ul p a , por mi c u lp a , por mi grandísima cul p a ll . Con razón frecuentamos el sacramento de la pe­ ni t e ncia y n os lamentamos de los pecados que co­ metemos . la purificación d e l pecado .

58


En seg und o lugar, la purificación de las malas cost u mbres innatas e n nosotros, de la tendencia a buscar siempre y ante todo nuestro provecho, nues­ tra comodidad , nuestros intereses personales y la sati sfa cció n de n uestr os deseos egoístas. ¡ Primero nosotros, después el Señor ! I! s ta es la ll aga abierta en carne viva, el foco de nuestra enfermeda d , el v e n eno que intoxi ca nuestra sangre : es nu estro amor propio desordenado . Somos unos egoístas, con frecuencia incluso baj o disfraz de pie d ad Este egoís­ mo nos ciega y es, en el noventa por ciento de los casos, el motivo de que nuestra piedad sea s61o un barniz y no un sentimiento auténtico y fir me Muy importante es también la purificación de nuestra inveterada costumbre de razonar y j u zgar de un m od o demasiado humano y d e obrar por mo­ t i vos meramente naturales. D e ci mos que es más ra­ cional, más fácil, más p r ud ente desde cl punt o de vista humano, m á s sano, más lucrativo, m ás h on­ r oso ; que a los demás les causa mejor impresión ; que se conquistan mayor estima e influencia , etc. Por desgracia, tenemos el hábito de j uzgar desde un punto de vista meramente natural, de emplear me­ dios naturales, de contar especial y casi exclusiva­ mente con las energ ía s y capacidades humanas, de dejarnos determinar en nuestras decisiones por mo­ tivos puramente humanos . Costumbre muy nociva también es la de entre­ garn os a pensamient os inú t i les, absurdos y 11anos, es­ truct u rar planes para el fu t u ro , cr e a r nos p r eo cu pa ­ ci o ne s su p er fl u as y exageradas respecto a .nuestro por ve nir Hay preocupaciones justísimas y Dios las aprueba , siempre que se mantengan d e nt ro de lími­ tes razonables. ¡ Pero somos tan poco razonables ! .

.

.

S9


Así es e:i hombre : se preocupa con más frecuencia cosas que no le interesan que de aquellas que más le i m p or ta n y frent� a las cua les se siente impotente. No quiere reconocer su p ropia incapacidad : se ima­ gina ser y poder alguna cosa preocupándose de dom in a r el fu t u ro y su straerse a esta o aquella vici­ situd, en vez de entregarse ciegamente , en la os­ curi da d de la fe, a la providencia d e Dios. Con cierta frecuen cia se preocupa también gustosamente en escarbar todos fos recovecos del pasado. Quere­ mos ver claro , poner todos los puntos sobre las íes, reh u samos confiar en Dios, que en su misericordiosa bondad nos lo ha perdonado todo y ha borrado todas nuestras culpas. Queremos h acer lo todo por nos0tros

de

,

mismos, confiar en nuestras propias fuerzas. La ten­

den ci a a replegarse en sí m i sm o puede ser mor­ bosa en algunos casos, pero ¡ cuántas veces no es sino fruto del orgullo y de una excesi va confianza ! ¡ Cuánto debemos trabajar para liberarnos de p en sa m ie n tos y cui dados inútiles ! A tod o esto se añade la difícil labor de acabar con los apegos desordenados, sea a las personas, sea al oficio, a los cap ri ch os y simpatías, al cuerpo, a la salud, al propio j u i c i o y a la propia voluntad, a la h onra a las alabanzas y al reconocim i ento, a ci ertas d is traccion es , lect u ras y ch arlas Cue sta muchas fa­ tigas y gra n d e abnegación el libertarse de tal es in­ cl i n ac ion es y ligaduras. Esto resulta tanto más difícil cuanto que nos es imprescindible tratar con los hom­ bres, dedicarnos a nuestro oficio y ocuparnos en mil cositas de la vida cotidiana. En fi n , ¡ nos enfrentamos con la tarea de dom i­ nar las pasiones ! 'l'enemos pasiones. :f:stas son ele mentos integrantes de un a naturaleza sana y pueden ­

,

.

­

60


rendirnos servicios insustituibles, a condición de que vayan dirigidas y dominadas por el espíritu, por una

y

voluntad noble

elevada . Ahí están las fuertes pa­

siones del orgullo, de la ira y de la sensualidad , con sus m últiples ramificaciones de la envidia, celotipia , su sceptibilidad , vindicta, pereza, comodidad, ambición y luj uria, que

otras

tantas manifestaciones del

amor propio desordenado .

son

Se requiere una vigilancia

continua y una abnegación consciente para dominar ad ecuadamente

las pasiones

y

aplicar sus impulsos

bf.sicos a la obra del bien . El primer paso decisivo en la vida de la piedad cristiana es la purificación del 'COrazó n .

Purificación

d e todo pecado, de todo apego desordenado a lo crea­

do, de las mal�s tendencias e inclinaciones y de la esclavitud de las pasiones . He aquí la gran nuestra

vida

si

tarea

que debemos realizar en

queremos

ser

cristianos

perfectos.

Esta labor exige de nosotros una oración ferviente , que pide fuerzas y luces d e l o alto . Exige una seria disciplina

y una

constante

abnegación

de

nosotros

mismos. Exige que nos esforcemos por ser cada vez más pacientes,

humildes y menos quisquillosos, que

crezcamos en el santo amor. Cuanto más amemos a Dios y al prój imo por amor de Dios, tanto más segu­ ramente superaremos el pecado

y

todas las desviacio­

nes, triunfando sobre todo del poder d e nuestro desor­ denado amor propio. ¿ Estamos Ciertamente,

-

dispuestos sería

a

nuestras fuerzas humanas . está de nuestra parte ,

trabaj o

de purificarnos.

en mÍ>I , dice Cristo,

comenzar

imposible

11y

Pero

esta

contando

tarea ?

sólo

con

si hacemos lo que

Dios mismo acabará su gran 11Todo

i

sar m en

to que haya

dé fruto, fo podará (el Pa61


dre) para . que dé más fruto » (Ioh 1 5 , 1) . El Padre sabe qué m edios de purificación nos convienen y cómo ha de guiarnos y conducirnos para que nos veamos libres del pecado y de la" imperfección. A nosotros nos toca en tregarnos con todo celo a la labor que se nos ha encomendado, a la llamada «purifica­ ción activa», poniendo nuestra confianza inconm ovi­ ble en la gracia y en la acción de Dios sobre nosotros . f: l tiene gran interés en que lleguemos a la pureza, soltura y libertad interiores, y alejará los óbices que salen al paso con el torrente de mayores y más abun­ dantes gracias . Confiemos en la eficacia y poder del amor infinito con que nos am a . Confiemos en la vir­ tud de n uestro Señor Jesucristo que actúa en nos­ otros, que nos sum erge en su vida pura y santa, para hacernos partícipes de su i nocencia y de su p ureza perfecta , haciéndonos así testigos suyos y de su santidad.

62


V

EL PECADO «Reconozco mis culpas, y mi pecado está siempre ante mí. »

Ps 50, 7

«En f:l nos e l i gi ó antes de la c on st i t uc i ón del undo ; para que fuésemos santos e inmaculados ante su presencia» ( Eph r , 4) m edi a n te la posesión de la v i d a d i v in a y la participación en la m isma . Cada día deberíamos agradecérsela n u ev a m e n t e po­ se e r l a y v i v ir l a con más perfección , hasta que poda­ mos v i v i rla un día con perfección absoluta en la vi s i ó n beatífica d e Dios : allí (( Seremos se m ej a n tes a f:l, porque le veremos tal cual es. Y t o d o el que tie n e en Él esta esperanza , se santific a como santo es f:h> (Ioh 3, 2-3) . Se reflej ó en n u e st ra alma esta luz por primera vez en el ba ut i sm o Después de m

,

,

.

bautizarnos,

al imponernos un

vestido

sím­

blanco ,

bolo de la gracia que se nos había co nferi d o nos dij o la Iglesia : « Recibe e s t a blanca vesti d ura y llé­ v ala inmaculada hasta el trono del Juez divino n . C o ns i d e re m o s , pues , el don d i v i n o que hemos reci­ bido en el bautismo y examinemos hasta qu é punto hemos llevado limpio a través de la vida el bl a n c o velo bautismal . ,

63


l.

Hemos pecado

Debíamos llevar a través de la vida la blanca ves­ tidura de la gra cia , el traje espléndido d e nuestra adopci6n divina, y lo hicimos d u rante algunos años. Eran los años de la primera infancia . Mas apenas llegamos a la edad en que podíamos conocer y dis­ cernir en tre el bi e n y el m al , se insinuó el pecado en el paraíso de nuestro joven corazón y pecamos : pecados pequeños, pecados mayores, p e c ados gra­ ves : hemos pecado mucho. Nos so bran motivos para, rezar incesantemente : «perdón a nos nuestras deu­ das» , 11 miseTe re mei Deus, apiádate de mí, Qh Dios, según tus piedades, y según la muchedumbre de tus misericordias , borra mi iniquidad . Contra ti, sólo contra ti he pecado, he hecho el. mal a tus oj os» (Ps 50, 3-6) . Hemos sido el hijo pródigo que abandonó la casa paterna para marcharse a un país extraño : « después de haberlo gastado todo, sobrevino una fuerte ham br e en aquella t i erra , y comenzó a sen ti r necesidad . Volviendo en sí, dijo : Me levantaré e iré a mi padre y le diré : Padre , he p eca d o contra el cielo y contra ti 11 (Le 1 5 , 1 3- 1 9) . Padre, he pecado de p en sa m i ento , de d eseo , de palabra, de obra, de omisión ; he pecado con tra Dios , contra el prójimo, con tra mí m ismo ; he pecado con­ tra los mandamientos de Dios, los precep tos d e Ja Iglesia, los deberes de mi es ta do y de mi profesión ; he com et id o los siete pecados cap i ta les , y además h e envuelto a otros en mi pecado : les he da do mo­ tivo de escándalo, los he i n stiga do y he si d o para ellos ocasión de pecar. He cometido más de un pe­ cado grave, y me he hecho culpable, más o m enos 64


inconscientemente , de numerosos pecados de infide­ l idad, de faltas e imperfecciones de todo género . He com etido pecados todos los día s de m i vida , desde hace . ya m u ch o s años , y v a n superando en número «a los c a be l l o s de mi cabeza » (Ps 39, 1 3 ) . Y todo esto, a pesar d e los medios innumerables que h emos tenido a nuestro alcance para con ser va r intacta la ve ste bautismal ; .ª pesar de las enseñan­ zas recibidas en la famili a , en la escuela, en el t e m­ plo ; a p e sa r de las num erosas inspiraciones, de las amonestaciones y los avisos interiores de la gracia divina ; a pesar de tantos buenos ejemplos que con­ tinuamente se nos p r e se n t an a la vista ; a pesar de las meditaciones, · ej ercicios espirituales, c on fe si on e s y buen os propósitos ; a pesar de la participación , cotidiana quizá , en e l santo sa c r i fié i o y la comu­ nión ; a pesar de1 g r a n número de or a c ion e s que re­ ci t amos y l ibros espirituales que leemos . Los sacer­ dotes y religiosos recuerden especialmente la gracia del s acer doci o y de la profesión r el igiosa , con los gra ndes medios de santificación que encuentran en los sagrado s v o tos y en la discipli na del claustro. (( Apiádate de mí, oh Dios, seg ú n tus piedades, y según la m uch e du m br e de tu misericordia , borra mi i ni qui da d . Lávame de ella más y más y límpiame de mi pecado. Pues reconozco mis culpas , y m i pecado está si empre ante mí . Contra ti , sólo contra ti he p ecado , y he hecho el mal a tus ojos. Aspérgeme con hisop o y se ré puro ; lávame, y emblanqueceré más que la nieve» (Ps 50, 3-6, g) . u Nada hay de que pueda gloriarme ; pero hay muchas cosas por las que debo postrarm e en tierra , pues yo d éb i l e inconstante» (Imit. de Cristo) . 6S


2.

¿ Qué hemos hecho al pecar ?

Para saber valorar la gravedad del pecado, antes debemos intentar comprender quién es Dios, ya que el pecado es negación de Dios : un atenta.do contra su misma esencia, contra su amor y su santidad , una violación de sus supremos e inalienables derechos. El pecado nos separa de Dios y nos arroja a un abismo de humillación tanto más profundo y de mi­ seria tanto más íntima, cuanto más sublime, grande es nuestra vocación a convivir la vida divina . El pecado se revu el v e en primer lugar contra Dios: es una ofensa a SI, ((Yo soy el Señor, tu Dios» , al cual debemos referir todas .las cosas, ser­ virle, vivir exclusivamente y siempre pa ra SI . ¿ Qué hacemos al pecar ? En reali dad , apreciam os todas las cosas seg6n nos sirvan o no para satisfa­ cer nuestras pasiones, especialm ente el orgullo y la sensuali dad. Las fuerzas fisicas y morales nos han sido dadas para que viviéramos sólo para Dios y su gloria, y nosotros, por el con trario, las empleamos para nuestros fines personales, contrariando la vo­ luntad y los preceptos de Dios. Más a6n , nos in­ cautamos arbit rariam ente de las que nos interesan , que son propiedad de Dios, y por su naturaleza .h an de servir a la voluntad y a la gloria del Señor, y las acomodamos a nuestros caprichos y n u e s tra s in­ ten'C iones contra la voluntad de Dios : las referimos a nosotros, no a Dios, y las h ace m o s esclavas de n uestras ambiciones ; buscamos nuestra glor i a y nuestra voluntad , en vez de la suya . Nos preferimos a Dios, nos colocamos sobre Sl : ¡ primero n oso tro s , y luego Dios ! Pon e mo s j unto a Dios, incluso sobre 66


Píos, un ídolo : el ídolo de n uest ro yo , del dinero, provecho, t ra b aj o n ho n or : el íd o l o de un placer , u n a amistad , u n gozo vano . . Prcfcritnos una criatura al Creador, la si t ua m os prácticamente· sobre l!l Y. decimos a n u e s tro ídolo : «tú eres mi todo, tú er es mi D io s ; yo v i vo para t i . 11 ¿ No es e s to t11ia inj us� ticia, una ofensa, un m enosp r ec i o a D i o s ·? « ¿ Su­ ced ió j a m á s cosa como ésta ? ¿ Hubo j a m á s pueblo a lg u no que ca m bias e de Dios , con no se r d i o ses ésos ? ¡ P u e s mi p ue bl o ha ca m biad o su gloria por un ído­ lo ! P a s m a os , ciel os, de e st o , y ho r ro r i z a ó s , dice el Señ or» ( I e r 2 1 1 0- 1 2 ) . El pecado es desobediencia a D i os , violación consciente de un mandato suyo . «Yo soy el Señor, tu Diosn . Tiene el d erech ó de m a n da r , y s u man­ dato es ley . Al pecar, le retiramos la obed i e n ci a debida, m enospreciamos la v o l u n t ad y . la ley del A ltísi m o , pisoteamos sus manda1ü ientos y quere­ mos seguir nu e s tro cam i n o : C1 Desde antiguo ya q u e-. brantaste tu yugo, rompi ste tus coyundas y dij iste : No te serviré n ( Ier 2 , 20) . Y todo esto , tras haber­ nos co n sa g r a do a f:I en el bautism o , tr a s habernos puesto a su servicio . El pecado es i n g r a t itud . ¡ En su amor m iseri­ cor d i oso nos ha sacado Dios de la condenación e ter­ na, nos ha adoptado como a s u s hijos m uy amados en Jesucristo , y h a derramado tantas buenas sem i­ llas en el s e m br ad í o de nuestra alma ! ¡ Y n o so t r o s pecamos ! No d i s fr ut a m o s de los dones naturales y sobrenatural es, los dones de la fe, de los s ac r a m e n ­ tos, de n u estro estado de c r i s t i a n o s o de religioso s , s i n o q u e a busa m o s de ellos . Nos se r v i m os de l a s fu erzas del espíritu y de las del cuer p o , d e la salud , de los m i e m bro s y de los senti do s , no para dar gloria 67


a Di os y cumplir en todo su vol u nt a d viviendo sólo para f:l , sino para enfrentarnos, serle desobedientes y u lt raj arl e « ¿ Qué más podía yo hacer por mi viña que no lo hiciera ? ¿ Cómo, esperando que diese uvas, dio agrazones ?n (Is 5, 4 ) . El pecado va d irig i d o contra, Cris to, nuestro Se­ ñor y Salvador. Para arrebatarnos al ' pecado y a la m i s e r i a que éste implica , nos baja a la tierra el Hijo de Dios, que viene «a salvar lo que estaba perdido n ( Mt 1 8, n ) . ¡ Cómo nos ama , y cuántos sacr i fi cios , cuántas penas pasó por salvarnos, desde el pesebre hasta la cruz ! ¿ Qué nos diceri los mis­ terios dO'lorosos del rosario, las estaeiones del vía­ crucis, la cruz, los clavos y la l anz a , las heridas ? Por nosotros , por cada uno de' nosofros ha sufrido todo esto , solamente para abrirnos el «acceso al Pa­ dre n ( Eph 2 , 18) , , p ara obtenernos el perdón de los pecados , la vida d i v i n a , la gracia y el derecho a la p o sesió n de la vida etern a . N os o t ro s , en recompfCnsa , pecamos y despreciamos todos sus sacr ifi cios . f: ste fue su dolor más agudo durante la agonía en Get­ semaní : previó con clarivi d encia divina la i ng rat i ­ tud con que íbamos a corresponderle . « Pue blo mío, ¿ qué mal te he hecho, en qué te he d isg us ta d o ? R e spó ndem e Porque te he libertado de la escla­ vitud de Egipto (bautismo) , me ofreces tú l a cruz ; porque te he llevado a través del desierto nutrién­ dote del maná celestial (eucaristía ) , dán dote la patria donde corre leche y . miel (Iglesia) , preparas tú la cruz a tu Salvador . Yo te he enaltecido c o n mi poder (a la dign i dad de" Hijo de D i os , a la copo­ sesión de la vida divina) , y tú en recompensa me clavas en la cruz . Pueblo mío : ¿ qué te he hec h o en qué te he disgustado ? ¡ R espóndeme ! n (impro.

.

,

68


perios del viernes sa nto ) . ¿ Qué podemos responder, sino esto ? : Sí, hemos p aga do tu amor con vil ingra­ titud . ¡ Y �a ingratitud duele ta n to ! Es el ·pecado lo que est e r i l i z a en n osotros la obra de l a redenció n , lo que i m p i de que c r ezc a y p r o s p e r e en nuestra alma la buena semilla de las inspi racio­ nes y e s t í m u l o s de la gracia : tanto el p e ca d o grave como el v e n i al . Es v e r d a d que mientras cometem os so l am en te pecados veniales estamos en gracia de D i o s y proseguimos por el r ecto cam i no , pero las p eque ñ as infidelidades y los numerosos defecto s nos i m p i de n andar con soltura : la v i d a i n terior no p r o s p e r a , las g r a c i a s no producen · los frutos d e sea ­ dos. Y e s que oponemos obstáculos insuperables a la o bra de la · r e d e n ci ó n y san t if cac i ó n que el Señor quie r e consumar en n o sotr o s con su acci ó n y sus sacramentos . Y así esterilizamos la o br a de la r e ­ dención en n oso tro s y en los demás . ¿ No le c a u sará pena al Señor todo estq ? El pecado n os daña ta m bi é n a noso t ros mis m O's, es la mayor desgracia que nos puede suceder. Hu­ biéramos podi do convivir con Dios, y al com e te r un pecado gr ave d ej a m o s de alim entar e s ta vida . De las cumbres de la p o sesi ó n de Dios, nos preci­ p it a m os en los a bi sm os de su l e j a n í a . Y en lo q u e toca a nosotros nos h emos separado, nos hemos ex­ cluido de la v i da d iv i n a : ya no s o m o s hijos de Dios, s i n o hijos de i r a ; ya no so m o s sarmientos v i vo s de la vid que es Cristo, sino sarmientos se c os . Y sólo n os faltará que la m uerte c or te la última fibra que a ú n nos mantiene u n i dos a la vi d , para que caig-amos por toda la eterni d ad en las tini eblas d o n d e habrá cc llan to y r e c h i n a r de d i e n t es » . Dios, q u e t a n to nos ha amado en C r i st o , nos debe rech azar i

69


para siempre de sn seno, y, perdido Dios, yll está perdido todo . El pecado entraña en sí m isn1o su castigo : ese atorm entador remordimiento que per­ sigue día y noche al pecador , quizá la pérdida de la sal n d , de la riqueza, del honor, del bu�n nombre ; sit?mpre el abrasador reproche y la pregµ.nta angus­ tiosa : 11 ¿ Cómo acabará todo esto ? » Si el infe l iz no vuelve al Padre, su desgracia se hace aún mayor con la perversión de la con.ciencia, la ceguera de la r azón, el relajamiento de la voluntad , el endureci­ miento del corazón, 12 i nsospechada debilitación del carácter, la pérdida de toda estima de sí mismo, la perversión de la naturaleza y, en consecuencia , el temor a la muerte . Í!stos son los. dos caminos del pecado aquí en la tierra ; si la gracia de Di os no interviene misericordiosa, desembocan inevítable­ mente en la exclusión defi nitiva de la vida divina y de la visión de Dios : el infierno : eterna l ej anía de Dios, lej anía de todo bien, lej anía de toda feli­ cidad y de toda alegría . j Sólo i nfelici dad , o d io y amargura por toda la eternidad ! El pecado ej erce también una repercusión sobre la comuni dad : sobre la fam ilia , la parroqui a , la Iglesia, la humanidad . Todo pecado com etido es un perj uicio para la comunidad : priva de la bendición de Dios al indi viduo y , por tanto, también a aquélla , puesto que todos formamos u n solo cuerpo mí stic o , un único organismo. Si un miembro en ferm a , todo el organismo se resien \e ; si un sarmiento queda es­ téril , ya la vid no da todo el fruto . Si un mi e m bro es obj eto de la i ra de Di os, se resiente toda la colec­ tividad . Nadie vive aislado , nadie al pecar se daña sólo a sí mismo ; y todo esto aun prescindiendo del escándalo que ordi narfamente va vinculado al pecado . 70


� ste es el cóncepto católico y cr i sti a n o de1 pecado. pecado entraña una relación con Dios que no puede soslayarse . La época moderna, que pone entre paréntesis la existencia d e Dios, no pu e d e menos de negar el pecado y se v e forzada a explicar exclu­ sivamente el sentimiento de la culpa a partir del mismo hombre . Otros , por su parte, admitiendo la existencia . de D i os , tratan de aminorar la gravedad de l pecado ; diluyendo la causa del pecado entre fac­ tores puramente pe dagó gic os y psicológicos, y r edu ciéndola en último análisis a un simple error de la mente y de la conciencia . Se llega hasta afirmar que el pecado es humano, un signo de v ital i dad hu­ mana y de grandeza de espíritu . H oy se glorifica y ensalza p o si t i v a y públicamente el pecado . Nosotros , en cambio, reconozcamos que el pecado es una inj uria h echa a D i os y a Cristo, n uestro Re­ dentor . Lo aborrecemos como la m a yo r y la ú n i c a El

­

verdadera dewic.ha

�el hombre

y

de

la humanidad

en el tiempo y en la eternidad . Confesamos con el Salmista : « Reconozco mi culpa y mi peca do está siempre ante mín . Arrepintámonos de lo que hemos faltado. Volvamos , con el hijo pró di go , al Padre y esperemos que use con nosotros aquella bondad, amor y gracia con que recibió al hijo « que había m uerto y ha vuelto a la v ida se había pe r d i do y h a sido ha­ ll a do » (Le 15 , 18-3 2 ) . P i dam os por los extraviados en las sendas del pecado y expiemos para que Dios les sea be n é vo l o y l es dé luz y fuerza para romper con el pecado . « Haced cuenta de que estáis muertos al pecado, pero vi vos para Dios en Cristo Jesús» (Rom 6, I I ) . ,

71


VI EL PECADO VENIAL cQnien ha nacido de Dios, no peca . • I

!o h 3 , 9

Una vez que Dios quiere hacernos partícipes ya en este mundo de su vida divina, se nos impone el deber de purificarnos y preservarnos de todo pecado, ' no sólo del morta l , sino t ambi é n del venial . Porque la vida de D i o s es por esencia absolutamente santa . El pecado venial, lo m ismo que el grave, es una afición desordenada a la criatura , si bi en por él aún no nos separamos completam ente de Dios, aún segui­ mos en el camino que conduce hacia É l , siendo hijos de D i os hijos de la gracia ; pero nu estra participa­ ción en la vida de Dios, nuestro « Ser en Jesucristo » , pierde fuerza y vigencia . Nos quedamos para el tiempo y la eternidad e n un grado inferior al de la gloria para la qtie Dios en su amor infinito nos ha­ bía llamado y escogido . Hay almas a qui enes horroriza el pecado mortal, pero que a menudo e st i man el venial com o insignifi­ cante y menospreciable . Al no valorarlo debidamen­ te, no le tienen el horror que se mere·c e . Y, sin em ­ bargo, de la postura que se adopte respecto al pecado ,

72


venial d e p e n d e precisamente el desarrollo , el progre­ so o el retroceso de toda la vida in te r io r Mientras consideremos el pecado como co sa de poca m onta , m i e n tr a s permanezcamos indiferentes fr e nt e a él, es inconcebible una verdadera participación de la vida divina, es im posible una vida de caridad perfecta . ((El que desprecia lo poco, poco a poco se prec1p1tará » (Ecli 1 9 , 1) . uEl q u e es fiel en l o poco, tam­ bién es fiel en lo m uch o » ( Le 16, 1 0) . .

1.

Formas del pecado venial

Hay u n pecado venial deliberad o . Es una trans­ c o n sc i e n t e de un m a n d a t o divino cometido con pleno consent i m i ento de la voluntad en materia , como suele d e c ir se no grave ; por ejemplo , una pe­ q ue ñ a mentira , una pequeña fa lt a de c a r i da d o de l a obediencia que d e be m o s a n u e st r os padres o superio­ res . No es un apartamiento c om pl eto de Dios , ya que seguimos en el camino r e ct o pero a la voluntad re­ co n oc i d a de nuestro Dios y Salvador contraponemos la nuestra ; estimamos un placer cualquiera, una satisfacción o u n a cosa terrena por e nci m a de la voluntad y el m and a to de Dios . Rehusamos así una i nspiració n , una invitación de la graci a : de haber correspondido a ell a , nos hubiera dado Di os otras a6n m ayores y u n aumento de carid ad y de felici­ dad eterna . Pero con el pecado venial hemos perdido este d erec h o : ése es el fruto del p e c a d o venial deli­ berado . Va no será de extrañar que D io s se nos muestre más reservado en sus d one s y que , por con­ s i gu i e n t e , sin e ll o s cometamos aún más frecuentes infidelidades y que nuestra volu nt ad se incline a c e d e r se nos ofusque el juicio, mengüe la fe , regresión

,

,

,

,

73


vivan l a s tendencias n a tur al e s , disminuya el fervor. · perdiendo de vista progresivamente el ideal del amor de Dios, sintiendo fa t i g a y cansancio , hasta que, por fin , nos a ba n d o nen el coraj e y la alegría. Nu estra m i seri a se consuma c o n el p e cad o venial habitual. Muchas a lm a s pi adosa s están en una infi­ delidad e inexactitud casi continuas en « pequeñas!> cosa> ; son impacientes, poco caritativas en sus pen­ sam ientos , j uicios y p a l a br a s, falsas en su conver­ s a ci ó n y en sus acti tudes, l en t as y r elaj a da s en su piedad, no se dominan a sí m i sm a s y son demasiado frívolas en su l engu aj e , tratan con ligereza la buen a fama del prój imo. Conocen sus defectos e infidelida­ des y los acusan quizá en c o n fe s i ón , mas no se a r re ­ pienten de ellos con seriedad n i emplean los medios con que podrían prevenirlos. No reflexionan que cada u n a de est a s i mperfecciones es como u n peso de plo ­ mo que las a r ra str a hacia abaj o , no se dan cuenta de que van c o men z a nd o a pensar de manera pura­ mente h u m ana y a obrar únicamente por m oti vos naturnles, ni de que resisten habitualmente a las inspiraciones de la gr a c ia y abusan de ella . El alma pierde así el esplendor de su be l l e z a , y Dios va reti­ rándose cada vez más de ella . Poco a poco p i erde el alma s u s p u nt o s de contacto con Dios : en Él no ve al Padre am oro so y amado a quien se entregaba con filial ternura ; algo se h a interpuesto entre los dos . Y tiene que ser así , porque el p eca d o venial hace que nos comportemos .continuamente con D i os y el Salvador de u n modo m ez quin o e incluso baj o : ele­ gimos lo que Él d e sp r eci a y aborrece, nos exponemos a s abi e n d a s al p e ligr o de vernos separados completa­ mente de Él . Esta actitud nos priva de las ayudas de la gracia, nos va abismando en un estado de debíIremos

74


lidad , de indiferencia y de tibieza, al mismo tiempo que aumenta nuestra satisfacció n , orgullo y ceguera . ¿ Por qué h emos de extrañar que en tal estado nos precipitemos i rremediablemente en el abismo de la separación de Dios ? La ruina de las almas radica en el pecado ve'lial frecuente, h abitual ; nos lo enseñan 1a experiencia y la h istoria de tantas almas . Algo muy distinto son los llamados p e cados v e ­ niales se mid e li b e rad os. Muchas almas buenas tienen tal horror al pecar deliberado, que son , por así de­ cir, i ncapaces d e cometer cualquier pecado, por « pe­ queño>> que sea, a plena conciencia, pero , sin - em­ bargo, tienen que reprenderse todos los días de ciertas faltas que las humillan y oprimen, a la vez que irritan al prój i m o , n o obstante ·los esfuerzos más sinceros y los m ej ores propósitos, y aun ha­ biendo empleado todos los medios para evitarlas . No se· trata de pecados veniales deliberados, sino de los semideliberados y pecados de fragili dad y precipi tación . Se cometen por irreflexión momentánea , por lige­ reza de carácter o por atolondramiento , olv i do y celo excesivo : se decide y obra uno sin darse cuenta , en el momento de actuar , de la pecami nosidad del acto . Hay también pecados de sorpresa : una excita­ ción nerviosa , una situación comprometida , un apuro , una sorpresa, hacen que nos deci damos u obremos diversamente de como querríamos. Sucumbimos a la presión de las circun�tancias : hemos cometido una falta, mas sin total advertencia n i consentimiento perfectamente lil,re de la volunta d . Ocurre, además, q u e u n o e s sobrecogido por mo­ vimientos repentinos de impaciencia, tedio , ira, irri­ tación , pensamientos poco caritativos, sentimientos 75


de antipatía, de menosprecio de los demás , de envi­ dia , impulsos de sensualidad, de imaginaciones tor­ pes y ap e t en c i as impuras , caprichos del h u m o r de la m e la n co l ía, etc . Después de la falta, t e n e mo s la im­ presión , clara y p e no sa , de no haber sido suficiente­ mente g e n e rosos ni habernos dominado bastante, si bien no somos capaces de precisar qué parte exacta tiene nuestra vol tintad libre en la falta . Sin embar­ go, en general , hay cierta culpabilidad, siquiera re­ mota, por culpable n eglig e nci a en la vigilancia , en el co noc i m i e nto y en la guarda de nosótros mismos . Por esta razón las fal tas semideliberadas , esos im­ pulsos espontáneos y d i r e ctos pueden ser materia de arrepentimien to, de con fe si ó n y de a bsol u ci ón e n el sa cram en to de la penitencia . Estas faltas semideliberadas son ta m b i é n peca­ dos, por lo cual debemos fomentar frent e a ellas durante todo nuestra vida un profundo horror y esforz a rnos por evitarlas. Pero no estará de más hacer notar que nunca p od r emo s evitarlas del todo, que es precisam ente lo que enseña la I g l e s ia : m ien­ tras v ivamos en la tierra , nadie puede evitar todos los p eca dos semideliberados, a n o ser que Dios le con ce da este pri vi l eg io especial, que creemos otorgó a María s an t í si m a (Con . de Trento, sess . VI , can . 23) . Lo que debemos in t e n ta r , pues, en . n ues­ tra lucha contra el pecado semi deliberado, no es su eliminación definitiva, sino su restricción a un mínimo. Sea nuestro programa : nunca un pecado cons­ ciente y deliberado ¡ a la vez , el menor núm e ro posible de pecados semideliberados y d e faltas o im­ perfecciones . «Quien ha nacido de Dios, no p e ca . u ,

·

,

.

76


2.

C ómo combatir eficazmente el pecado venial

Pregunta de vital importancia , porque todo de­ p end e del modo de comportarnos frente al pecado venial . Debemos eliminar a toda costa de nue s tra vida el pecado ven ial deliberado . Mientras no ten­ gamos est e propósito d e c id i d o , será imposible la ca­ ri dad perfecta , la perfecta unión con Dios, la vida para y con ÉL El pecado se � i d e l iberado ya es o tra cosa , porque presupone un profundo horror a toda consciente infidelidad y transgresión de un manda­ m iento de Dios, y, apenas cometido y reco n o c i do , provoca un sincero arrepentimiento . Nos humilla el haber hablado u obrado ire:flexiblemente, el haber t o m a do determinada decisión en un momento de com­ prom iso, el haber sido presa fácil de la irr itac i ó n y del n ervi os i smo ; y acud i m o s en seguida a Dios para pedirle perdó n , renovamos el p ropó si to de mante­ nernos en mayor vigilancia y g e n ero s i da d en ade­ lante, y le pedimos la gracia de no caer otra vez . En una palabra , estos pecados semideliberados nos han servid o para conocernos mejor, para humillar­ nos y recurrir a Dios, nuestro único salvador, y formular un acto de con t r ic i ó n renovando la decisión de oponernos al mal . Por eso estas faltas no son para nosotros un obstáculo o un perjuicio, sino más bien un eficaz m e d i o de santificación, un cami no hacia D i o s , una gracia . No obstante, debemos hacer lo posible para que vaya red ucié n do se también la frecuencia de esta s fal tas ¿ Qué medios utilizar en esta lucha ? E n primer lugar, la oración. No nos ba s tan el dese o y el esfuerzo h umanos. « D i o s es el que obra .

77


en vosotros el querer y el obrar según su beneplá­ cito» ( Ph i ! 2, 1 3 ) . El m i sm o deseo de n o pe car ya no es obra nuestra , sino que lo despierta e n nos­ otros l a gracia divi na (Corre . de Orange, año 5 29 , can . 4 ) . Para comprender bien l o que e s y l o que para ·nosotros significa el pecado venial , es preciso que nos ilum i n e la gracia de Dios . Y habrá de ser tambié n la gracia divina la que nos dé vigor y for­ taleza para emprender la lucha contra el pecado venial en sus más variadas formas y para m ante­ nernos en ella día tras día durante toda la v i d a con fervor y fi delidad inviolables . Dios da la gracia al que se la p ide : cc pedid y se os dará n ( Le I I , 9) . En segundo lugar , hay que adquiri r principios claros respecto a las que llamamos <C cosas peqtteñas n , las reglas, las prescripciones, los deberes, etc . En reali dad , para nosotros no puede haber cosas pe ­ queñas. En cada obligación nuestra , en cadii man­ dato , deseo u orden de los superiores legítim os , en . cada suceso del día,

sea bueno o malo, el o}o

de la

fe descubre a D ios : su providencia, tolerancia o disposición , su voluntad , su beneplácito. Si viv i m os la fe , aun las cosas que , h umanamente hablando , son insignificantes, serán grandes para nosotros , santas y dignas de consideración . Descubrimos en ellas la santa voluntad d e Dios, al m i smo Dios, y así nos será fácil preservarnos de cualquier i nfidelidad y negligencia .

La justa val oraci6n d el p e cad o v e n i a l , e s pe ci a l ­ del deliberado , es de la máxima i m portanc i a . Tendemos a considerarlo como i nsi g n i fi c ant e , mas esta ilusión es el principio del fi n . Debe subsistir en nosotros el profundo con venci m i ento de que es una ofensa a Dios, algo que 8 aborrece con todo mente

78


el poder de su santidad, de.obediencia a sus leyes , ingratitud al que nos ama infinitamente y nos con­ cede todo el bien que poseemos . Después del pecado grave, e1 venial es nuestra m ayor desgracia . Si bien en realidad no nos separa de Dios, pues no nos priva de la inhabitación de Dios en nosotros ni nos quita la vida divina, la dignidad de hijos de Dios, sí nos priva, desde bego , de numerosas gra­ cias e impide 1a expansión de la vida divina en nos­ otros, e1 aumento de 1a gracia santificante y de las virtudes sobrenaturales, obstaculiza la gracia , la re­ pele y arrincona de modo que no puede desarrollarse donde crece l a planta venenosa del pecado venial habituai . Otra ayuda , y de primer orden , en esta lucha contra el pecado venial , es el uso frecuente y pro­ vechoso del sacramen to d e la p eni t e n cia.. Este sa­ cramento no sólo perdona los pecados cometi dos , sino que prepara y fortifica el alma para el por­ venir, gracias al arrepentimiento , a la absolución del sacerdote y a la penitencia que éste i mpone ; a.t enúa la tendencia a recaer, aumenta la inclina­ ción al bien y nos da derecho a nuevas y más efi­ caces gracias actuales con las que podamos resistir y evitar el pecado venial . Por supuesto, este triunfo depende mucho del buen uso que hagamos del sa­ cramento de la penitencia, que debemos recibir con profunda contrición , reportando el provecho o ue nos brinda . A los superiores de las órdenes religiosas manda la Iglesia que velen por la confesión al menos semanal de los religiosos . Para evitar la rutina e n la confesión sem anal , y especialmente en la confesión de los pecados veniales, será útil que concentremos nuestra atención en el dolor. Y para formar u n ver 79


dadero dolor , echaremos una oj eada general , no par­

ticular, a los pecados de nuestra vida pasada . Si no hemos cometido ningún pecado grave desde la últi­ ma confesión , recordemos que no es absolutam ente necesaria, según enseñan expresamente los teólogos, para la validez de la confesión la mención y acusa­ ción detallada de los pecados veniales e imperfeccio­ nes. Según la doctrina del Concilio de Trento (sesión 1 4 , cap . 5) , m uchos son los medios por los que se pue­ de obtener la remisión de los pecados veniales, no siendo , por consiguiente , necesario acusarnos de e llos en la confesión ; pero, añade el Concilio, es prove­ choso confesarlos. Rigurosamente hablando , por consiguiente, basta , si no tenemos la conciencia manchada ·con u n peca­ do mortal, acusarnos de un pecado real , aunque se trate de uno de la vida pasada ya confesado y perdo­ nado por Dios . En todo caso , no es bueno demo­ rar demasiado en el examen de conciencia , siendo, en cambio, mucho más importante el esfuerzo por for­ mar el acto de arrepentim iento amoroso más perfecto posible, que borra los pecados veniales . Entonces puede bastarnos la acusación limi tada a unos pocos puntos. Con el arrepentimiento renovado sobre los pecados de la vida pasada t e rm i n arem o s la confe ­ sión , di ciendo : Me acuso de todos los pecados - de mi pasada vida . Muchos se estacionan demasiado en el examen de conciencia y en la formulación de las faltas, haciéndoseles onerosa la confesión semanal . Al arrepentimien t o siguen espontáneam ente los pro­ pósitos d e enmienda correspondientes . Otro medio indispensable es la a s i d u a 'V igi l a n­ cia: sobre los senti dos externos, la imaginación , pensamientos, deseos, tendencias , afectos y costum80


bres . «Velad y orad para no c a er en la te n tación ; el espíritu está pron to, pero la carne es flacall (Mt 26, 4 1 ) . Sin una continua vigilancia y morti­ fi ca ció n de los sentidos, del paladar y de la lengua, de la volubilidad · de l a s tendencias espontáneas, de la susceptibilidad , del resentimiento, del e spír itu de contrad�cción, del orgullo , de la inclinación a la c r íti c a y al des p r e c io del prój imo, es i m p osib le su­ perar el pecado venial . A la oración debemos unir la mortificación y la adecuada ascesis, como nos exhorta e l Señor : cc Vi gi la d y orad ll , porque « esta e sp e cie de demonios no puede ser expulsada p or ningún medio, si no es por la oración ll (Me 9 , 28) . Otro m ed i o también indispensable es el ej ercicio reflexivo de las vi rtu d e s cri sti anas, especialmente de la virtud de la fe, de las virtudes cardinales de la templanza (autodominio) y de la fortaleza para los sacrificios que se nos exigirán . Pe ro lo más impor­ t a n te de todo es que se e n c i e n d a en nosotros el a m o r a Dios y al prój imo, el amor ardiente a Cristo , nuestro Señ o r y Sa l v ad o r -Creciendo el am or , crecen todas las v ir tu d es y se v i g or iza el d eseo de e v i ta r el pecado venial . El pr ob lem a del p r og re so i n t er i o r y de la pureza del a l m a es a n te t o d o u n p r o blem a de aumento de la ca ri d a d Si ama m os , los pecados y l a s faltas desaparecen como por encanto . Generalm ente , adoptamos una p o s t u r a errónea respecto a nuestras relaciones con el pecado v e n i a l : ponemos a los bordes del ca m i n o de nuestra vida una i n fi n idad de letreros que nos va n adv i r t i e n d o : u es pecado » , uno se puede » , o ce ¿ podré hacer esto ? ll , y a sí lo empequeñecemos o , mejor , lo obstruimos , y nos re s ul t a verdaderamente i m p o sible caminar por él , con sencill e z , seguridad y alegría , hacia la c u m bre ¡ V i v i m o s una ascesis de.

.

.

.

81


masiado negativa ! N e cesitam os más a m o r , una as­ cesis más positiva y luminosa . Si ten em os amor, lo tenemos ya todo . El amor nos fortalece para acep­ ta r los sacrificios y mortificaciones, para renunci ar a esto y aquello , para oponer un no tajante a l os movimientos del amor propio , para mantener la vi­ gi lancia imprescindible si q ue r e m os preservarnos de to d a falta aun en las cosas más n p equeñas » . D e las profundidades del am o r debe brotar ese sin cero aborrecimiento de todo pecado venial, por peq u e ñ o que sea , que debe acompañarnos si e m p re y penetrar enteramente nuestro ser, influir y de ter ­ minar toda actitud de nuestro e sp ír it u y de n ues­ tra voluntad. El a m or nos inmuniza contra ci er ta forma de temor al pecado, infundada, p aral i za dora y de bi lit a nt e, y contra toda incerti dumbre y exceso de. e s c r úp u lo respecto a las innumerables posibili­ da d es de pecar venialmente, porque u n e n u e s t ra vo­ luntad a la de Cristo y a la de Di os, y le d a una dirección claram e nt e determinada . Nos e mpuj a a ha c er el bien , a hacerlo perfectamente y a pesar de, todas las dificultades . El amor no se c on ten t a cor. e v i ta r el mal, con no faltar a nin gú n mandato de Dios, que eso lo h a ce también el temor ; se eleva sobre el simple deber y quiere h a cer m á s , dar más. El a m o r otorga al alma la f ue r za de u n a vigilancia constante , la fuerza de emplti!ar los medios necesa ­ rios para obrar bien, superar los obstáculos, evitar t{ldo lo que podría desagr a da r a Dios. El amor nos m ueve a i ntentar com pl a c erl e si e mpr e y en todo. -gsta e,; su meta : muy superior , por cierto, al mero no obrar m a l . El amor es una potencia superior a todas las demá s . Transforma al que ama , le da nuevas ideas, 82


nuevos impulsos y capacidades desconocidas .

No es

p eq u e ñ a cosa el q u e nos haga evitar continuamente en la tierra el pecado venial , en m ed i o de

bres, en el vaivén d e la vida moderna ;

los hom­

no e s pe­

queña cosa vigori zar n uestras fuerzas con esa faci­ l i da d y prontitud que nos mantiene casi espontánea­ mente en el recto ca mi no

de svi a c i ón

y

y

hace casi imposibles la

la caída . Para llegar hasta aquí se pre­

cisa un estado

de ánimo,

superior a toda mediocri­

dad , que puede existir solam ente donde el fuego del amor divino arde con vehemencia.

sobr e nosotros venial ? ¿ cómo lo he co n si d e ra d o hasta ahora en la teoría y en la práctica ? ¿ qué debo hacer , modificar, a ban don ar , Haga m os un examen de conciencia

m ismos :

¿ qué pienso yo del pe cad o

mejorar ? ¿ con qué medios alcanzaré este obj eto ? . Nuestro programa : « Quien ha n ac id o de Dios, no p eca , porque la simiente de Dios (la gracia) está en él»

( 1 loh

3 , 9) . Tenemos q u e

moralmente

imposible

llegar a que nos sea

cometer

deliberadam ente

el

menor pecado, perm i t i rnos a c i e n c i a y conciencia las menores

i n fi d e li d a des. Tiene que ir veri fi cá n do se poco escri to : u Q u i e n ha na­

a poco en nosotros lo que e stá

cido de Dios , no

peca .

No puede pecarn .

desprecia las cosas pequeñas,

poco11 ( Eccl i

19,

r).

se

«El que

prec i p i tará poco

a

83


VII EL ENEMIGO cTodos buscan sus intere­ ses, mas no los de Jesucristo.• Phil 2, 21

No es cosa de poca mo nta haber sido elevados hasta la participación en la vida divina ,. ser sarmien­ tos de la vid que es Cristo, sarmientos en que :f:l hace circular la savia de su vida, y, en fin, poder d e c i r : u no vivo yo , es Cristo quien vive en mÍ>I . Cristo quiere y debe vivir y rei n a r en nosotros, ser el alma que n os vi vi fique y determine todos nues­ tros pensamientos, deseos y a c cion e s . Pero , a partir del i ns ta n t e en que Cristo toma p os esió n de n u e s t r a alma para infundirnos su espí­ r i t u y p e n e tra rn os de su vida , se le con t r apone el enemigo que ambiciona im pedir su expansión . No es precisamente es te enem igo el demonio o el mundo, sino que vive en n uestro interior : nacido con nos­ otros, nos ha e s t a d o esclavizando i ncluso cuando no gozábamos todavía del uso de la razó n . Es el ene­ migo cuyo p o d e r aumenta cada día, ayudado por n u estr a s pasiones, las tinieblas de nuestra mente, la debilidad de n u e!'ti r a voluntad, nuestros pecados

y n u e s t ra s malas costumbres.

84

Es un enemigo que


envalentona precisamente con los golpes que le damos, un enemigo que se u fan a de las v i c t o r ia s que sobre él vamos logran do , y se l a s adjudica . U n e n em i go que c re c e n u triéndose precisamente d e las virtudes que p ra c t i ca m o s y h a s ta de los d e fe c t o s a los que cedemos ; un enemigo que se despierta c on nosotros p or las mañanas y queda a nuestro lado to do el d í a , atento siempre a e nvene n a r y d eg rad a r

se

esp iritualmente todas nuestras obras .

Ya es hora de decir que este enem igo se llama a.mor propio . ¡ Hay que derrotarlo ! Si l o vencemos, está asegurado en nosotros el reino de Cri sto. Sólo entonces po d r e m o s deci r , con san Pablo, u no vivo yo, es C r i st o qu ien v i ve en m fa (Gal 2, 20) . Un bosqu ejo i ntuitivo de este enemigo artero nos l o da la J mita­ ci6n de Cris t o , de To m á s de Kem p i s , l i bro '3 , cap . 54 : u Las tendencias c o n t r ar i a s de la naturaleza y de la gracia» . 1.

Qué es el amor propio

Hay un a m o r propio recto, ordenado . Debemos amarnos, desearnos el b i e n , sí , te n e m o s qu e a m a r n os a nosotros m ismos, porque la a s p i rac i ón y la te n ­ dencia a la felici dad están inscri tas en nuestra natu­ raleza . Po d e m os desear para n osotros lo s b i e n es n a ­ turales : talento, ciencia, integri dad . Podemos amar también nuestro cuerpo, cnidario, velar por su sa­ lud y h e rmos ura , pero a condición si e m p re de que la principal solicitud sea por el alm a , p or adquirir las virtudes, por conseguir la salvación etern a . El amor propio es ordenado c u a n d o nos amamos en Dios y po r Dios, cu ando, comÓ hijos de Dios, corn o redi­ m i dos , corno llamados que so m o s a la participación 8S


de la vida divina, le adoramos, le servimos, traba­ jamos en su santo amor por :fil y cumplimos su voluntad . El amor propio ordenado tiene su reverso, que es el odio de sí mismo : odiar los pecados cometidos y hacer penitencia por ellos. Aborrecemos nuestra propensión al pecado y nuestra corrupción interna, esforzándonos por subsanarlas mediante la ascesis y la abnegación . Odiamos nuestro cuerpo, sometién­ dolo a la disciplina y a la mortificación . uSi aignno viene a mí y no aborrece aun su propia vida, no puede ser mi discípulo» (Le 1 4 , 26) . Hay también un amor propio desordenado, del que vamos a hablar ahora . E�ie amor propio nos lo encontramos en todos los caminos y en todos los sen­ deros, día tras día y hora tras hora, bajo mil formas diversas, exteriormente siempre complaciente, mesu­ rado, mañoso, gentil , amable, deferente . Pero , visto al desnudo, es un lobo voraz, falso, mentiroso, habi­ lísimo en el arte de la seducción y de la persuasión, sofista . El amor propio es la fuerza que mueve el mundo. uTodos procuran sus intereses» , dice san Pablo, to­ dos van a lo suyo, todos buscan su provecho : somos unos egoístas. El amor propio es la raíz secreta y profunda de los pecados y de los vicios que hacen a los hombres continuamente infelices : pereza, falta de cacácter , infidelidad, mentira, concupiscencia , ava­ nc1a ; de los pecados de . la carne y del espíritu . El amor propio es la madre fecunda de todos los grandes crímenes de la humanidad, de las injusti­ cias que claman venganza al cielo y de las que la h istoria es ri ca en ejemplos ; de ]as opresiones, de las faltas de caridad con el prójimo, de las enemis86


tades y guerras, de la destrucción de nuestra feli­ cidad y de la del prójimo. El amor propio es, en último análisis, lo que arranca la fe y la religión de millones de corazones, lo que priva de Dios y del cielo a m illones de hombres . Jrnto a este egoísmo grosero y vulgar, hay otrc más sutil que es propio de las almas piadosas : el amor propio ((espiritualn . Tam bién en esta forma se introduce el egoísmo cada día en los corazones , pensamientos , reacciones internas, palabras y obras de las almas buen�s . U n alma, por ej emplo , anhela ardientemente la perfección ; pero detrás de esta ansia se encuentra , inconfesad� , el deseo de ser estimada, admirada , con­ siderada , y, frecuentemente, una complacencia en la propia perfección , una admiración de sí m isma, y un secreto orgullo . Trabaj a el alma cuanto puede . por huir del µe­ cado, pero, a escondidas, se insinúa en ella el amor propio : huye del pecado , no tanto pora uc es ofensa a Dios, sino también porque afea su propia belleza espiritual , o también porque querría creerse a sí tuis­ ma superior a tales debilidades . El amor propio va buscando consuelos, desea l uces, dones y gracias ; se fija en las que Dios concede a las demás y termina por hacerse celoso, envidioso y antipático. Engañada por el amor propio sobre el verdadero obj eto de la vida y el combate espiritual, el alma los considera no ya como el cumplimiento de la vo­ luntad de Dios , sino como un perfeccionamiento per­ sonal y una mejora de su vida ; y al proponerse un

objeto eq ui vocado,

se

desfiguran los moti vos de

acción . El alma termina por encerrarse

en

u na

su e!'-


cuela ele perfección conforme a su elección y a sus gus tos , y no sos pecha n i d e lejos que su esfuerzo por progresar no es otra cosa q ue un e nga ño y una apoteosis de su propio e sp í r i tu . El amor p rop io hace q u e se agite el alma y se inquie t e por sus defectos , pecados y debilidades·; que se dej e abatir y acobardar p o r s u propia miseria, que no pueda soportar la vista de su p r op i a nuli­ dad, que esté descontenta de la obra de Dios y de .la gracia en ella, ya que le parece l e nta , terrible­ m en t e lenta . Había calibrado sus propias fuerzas de bien d iverso modo y pen san d o que la gracia iba a obrar como por encanto . ¡ Qué nerviosa la p one esta lentitud de Dios ! El amor propio lisonj ea al alma para que s e proponga una meta alta , demasiado alta : teniendo a la vista el ej emplo de Cristo y de los santos, piensa hacer otro tanto . Cree que ha hecho ya cuan­ to ha p o d i do , mas no puede dejar de c o m pr o b a r que lo q u e ha hecho queda por debajo de lo que ha visto en ellos, y e s ta reflexión acaba por desani m a rl a . El amor propio pone ante los oj os del a l m a el bien que hace : la fidelidad con q ue cumple sus obli­ ga cion es , el celo con que practica la orac ió n y los ejercicios <l e p i e d ad ; a la vista de tanto bien , pronto se 1evanta una sutil niebla y el alma com ienza a

marearse .

El am or propio produce en el al m a i nq u i e tu d , impadencia,

descontcn.J;o ,

si

se ve

obligada a

com ­

batir, en ' tos mom entos de o ra c i ó n , las distraccion es , los pensamientos vanos y otras te nta c i on es ; si no ta en sí p obr ez a de pensam ientos elevados o frialdad de corazón ; si tiene que r e co no c er su propia inca­ pacidad ; si sufre a r i d ez d e espíritu . 88


En las rela ciones con el prój imo, el amor propio nos hace sus cep t i bles , inflexibles, soberbios, impa­ cientes, exagerados en la afirmaci ó n del propio yo y de los p rop ios derechos, fríos, indiferentes, i n ­ j ustos en nuestros j u icios y en nu e str a s palabras . Se deleita en h abl ar de las p r op i a s acciones, de las luces y e xp er i e n ci a s interiores, de las dificultades, de los sufrimientos, aun sin necesidad de hacerlo. En las prácticas de piedad se com p l a ce en mirar a los demás, observ a rl os y j uzgarlos ; se inclina a com­ pararse y a cr e erse mejor que éllos , a verles los de­ fectos solamente y n e garles las bue na s cualidades, a a tri bui r les deseos e intenciones poco n obl e s ll ega n d o incluso a d esea rl es el mal . El a m or propi o � para deshonra de la p ied a d h a ce que nos si n ta m o s ofen­ didos cuando somos humillados, insultados o pos­ terga d os , o no nos vemos considerados, e stim ados y obsequiados como esperábamos. No es p o si bl e enumerar todas l as formas del a mor propio esp i ritual . Ba sta indicar las que éste gusta adoptar en la vida de comunidad. En ella se manifiesta con frecuencia como separatismo, como ,

tentativa

de

apartarse

un

tanto de la

vida

común,

de querer hacer más de l o que p r e sc riben las reglas y las constituciones, de su stra erse siempre que p ue de a la vida comú n para s egui r su propio cami no . Gusta de p rese ntarse baj o el di sfraz de una rigurosa fide­ lidad a la regla , intento que hace a uno poco com­ p rensivo y le mueve a espiar , con t rola r y ac usar a los otros , y que considera siempre a los su p e ri ores demasiado suaves e indulgentes . Se m a n i fi es ta como afición a las cosas pri vadas, si n interés por las de la com unidad ; como in d e p en d e nci a de espíritu : no qt.i ere uno someterse a la obedi en ci a ciega , no le .

89


place realizar sin examen crítico lo ordenado, quiere ver y j uzgar por sí mismo. El amo� propi o induce a la crítica, al desconten­ to, a la indiferencia para con los superior es, herma­ nos o hermanas. El amor propio, por fin, es la fuente de todas las inquietudes, dificultades i nteriores, zozobras, temores, desilusiones, deseos, esperanzas irrealiza­ bles, programas, pr o pós i t o s intenciones : todas esas cosas que mantienen el alma en tensión continua , que no la dej an en tranquilidad , la privan del reco­ gimiento y el espíritu de oración, de la paz interior, y 1e impi den llegar a la unión perfecta con Dios, al estado <le oración perfecta . Ahora que hemos visto con claridad la decisiva importancia qu e el amor propio tiene en la vida de piedad, comprenderemos cuán necesario es afrontar este enemigo para rechazarlo y aniquilarlo . El amor propio es la causa profunda de t<>dos nuestros p e cad os e infidelidades . Sabemos que el pe­ cado es la afición desordenada a u n bien temporal , a una vanidad , a una locura , a un ídolo ; afición que reconoce su origen en un amor desordenado de sí m ismo, en el amor propio. Se insin6a la serpiente en el paraíso : « No, n o vais a morir ; y sere1s como Dios» (Gen 3 , 4 ) ; halaga el amor propio de Eva, y la mujer· se dej a engañar, toma el fruto pro­ hibido y lo entrega a Adán para que lo coma tam­ bién . En este momento se desata sobre la humani­ dad el torrente del pecado, que penetra en todas las cosas, en todos los corazones, en los pensamientos, inclinaciones y deseos, en los cuerpos y en l as al­ mas, en las palabras y en las obras de los hombres : éste es el fruto del amor propio. Hace de Caín un ,

. . .

90


fratricida ; de un ap6stol, el traidor del Señor . ¿ Hay poder más nefasto que el del amor propio ? El amor propio es en nosotros e l enem.igo de Dios . Hemos sid o creados para el santo amor d e Dios . <1Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón , con toda tu alma y con todas tus fuerzas» (Mt 2 2 , 3 7 ) . <1 El que no ama , permanece en la muerte » ( 1 Ioh 3 , 14) . Pero ¿ quién ama a Dios ? El que se entrega enteramente y sin reserv as a la v o l u n t a d y al bene­ plácito divinos, el que asiente con un sincero fíat a todas las gra'Cias, fatigas, deberes, penas y alegrías que la vida le proporciona , el que nada busca para sí, sino que s6lo vive para el honor, el servicio y la voluntad de Dios . Mas, a todo esto , ¿ cuál es la actitud del amor propio ? : vive para sí y n o para Dios, es el enemigo j urado de Dios y su amor El amor de Dios y el amor propio son como los dos platos de una balanza : si uno sube, el otro baj a . S6lo tras l a derrota del amor propio puede germinar en el alma el amor a Dios y a Cristo . V si el amor propio es el enemigo del amor a Dios, necesariamente es también el enem.igo d e l amor a l prójim o . Sste une los espíritus y los cora­ zones , que el amor propio separa . El amor propio es el gran aguafiestas, el enemigo que siembra en los corazones la mala simiente de la aversió n , la envidia, el odio y la enemistad . El amor propio busca sólo y siempre el propio provecho, sin cui darse de los derechos aj enos ni de la ley de la caridad con el prójimo. San Pablo escribe a los de Corinto : «el am or es paciente, es benigno ; no es envidioso, n o es jactancioso, no se h i n cha ; no es descortés, no es interesado , no se irrita , no pi ensa mal ; no se ale­ gra de la inj usticia, se complace en la verdad ; todo 91


lo excusa , todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguan­ ta » ( 1 Cor 1 3 1 4 ss) . ¿ Verdad que no es esto el amor. propio ? ¿- Qué se sigue de ahí ? Esta verdad incontrover­ tible : toda perfección, toda santidad, todo progreso espiritual se funda en la destrucción del amor pro­ pio. Sólo sobre sus ruinas puede erigirse la nueva edificación en la que Cristo vive y reina. Y e sta otra verdad : el gran medio para llegar a la perfección es la pur ific ac ió n y desapego del propio yo y del amor propio, que es el enemigo por excelencia. 2.

Cómo se venc:e el amor propio

Nuestra tarea es doble : oraci6n y morti/icaci6n . (( Esta clase de demonios no se vence sino por la oración y el ayun o [la mortificación] » (Mt 1 7 , 2 1 ) . A l a oraci6n l e están prometidas y vinculadas Jas gracias . «Pedid y se os dará, buscad y encontraréis» (Mt 7, 7) . «Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia [ santidad] , porque serán saciados» (Mt 5, 6) . Cuanto más y mejor oremos, tantas más gracias nos se rá n concedidas para que podamos ven­ cer el amor propio. En nuestra oración debemos pedir ante todo el v.erdadero amor de D i os y de Cristo . El amor propio disminuye a medida que crece en nosotros el amor de Dios . ((Señor, ¡ aumenta nues­ tro amor ! » Estrechamente unida a l a oración está l a m or­ tifica ci6n . La mortificación de la sensualidad y de la molicie, del deleite y del placer en sus innumera­ bles formas y m atices , la mortificación de los sen­ tidos, de los oj os , de la curiosidad , de la l en gua Finalmente , y ante todo, la mortifrcación generosa .

92


de las potencias del alma, es decir, la disciplina y el dominio de las inclinaciones y de las pasiones, del orgullo, la vanidad , la susceptibilidad , la exagerada confianza en s í mismo, el mal humor, la volubilidad , el espíritu de contradicción , la locuacidad , la inde­ cisión de la voluntad, la impetuosidad del carácter ; la mortificación de la inteligencia, el dominio de la im agi nació n y de la memoria, la moderación de la tristeza y l a · nostalgia , del temor, de la alegría , de la actividad exagerada e insaciable . Aun cuando hubiéramos hecho todo esto, sería­ mos todavía unos siervos inútiles. Nuestro esfuerzo no basta . Nunca somos bastante perspicace� para com­ batir el amor propio en todos sus aspectos : nos falta ese valor, casi cruel, necesario para seguir trabajando hasta aniquilarlo. En consecuencia, es necesaria la intervención. de Dios. Y Dios interviene, empuña martillo y c i ncel y se po ne al trabajo : quiere hacer con nosotros una obra maestra, una imagen lo más fiel y perfecta po­ sible de su Unigénito : un hijo de Dios, como SI, que lleve marcados los rasgos y la fisonomía propios de Jesús y resplandezca con la belleza de Cristo ; y todo esto, para extender a nosotros lo más perfecta­ mente posible el amor que el Padre tiene al Hijo suyo consustancial . Interviene Dios, y actúa en nosotros externa­ ·menÑl por medio de su amorosa providencia, de sus disposiciones, de las que nosotros llamamos las <<ca­ sualidades» de cada día ; por medio de las ci rcuns tancias en las que nos coloca, de l as enfermedades, hum i ll a c ion es triunfos y fracasos, di fic ultades y amarguras , cr u ce s y dolores , pequeñas y grandes ale­ grías. En cada mom �nto de la vida Dios nos tiene ­

,

93


de su mano y está trabaj ando en nosotros para des­ truir nuestro amor propio, que es nuestro mayor enemigo . Actúa tambi én en nosotros in tername nte, mani­ festándose corno un Dios celoso que no tolera a su l a do en n u est ra alma, otros dioses, como quiera q ue se llamen . Es celoso del amor y de la entrega de nuestro co r a z ó n : quiere ser centro y obj eto de todos nuestros deseos y todas nuestras inclinaciones ; quiere que le amemos de verdad con todo el co razó n , con todas las fuerzas, y que además amemos todas las o t ra s personas y cosas en Él y por fil. Es c e loso del homenaj e de nuestra inteligencia : quiere que humillemos n uestro entendimiento a nte Él, que re­ conozcamos que El lo es todo, que con una fo ci ega le sometamos todos n uestros c r i te r i os y nos dej emos guiar si e m p r e por su luz ; que estemos dispuestos a morir al espíri tu propio, a re n u nc i a r a v erlo y comprenderlo todo con n u estra pobre inteligencia , ,

y

a adm\t\r

la or\entadón de.

'i>\l

E'i>piritu

y de

su

Luz , a som e t er no s absoluta e incondicionalmen­ te a El . El Señor es u n Dios celoso : sus celos, en ver­ dad , no tienen límite. Va Dios tan lejos, que no tolera en n u es t r o corazón ni la más i n s i g n ificante huella de amor propio , al que persigue h a sta su ani­ q u il a m i e n t o total Dios comienza esta obra de total desprendimiento retirando al alma que ha decidido vivir sola mente para Él los c o n s u elos que en un p r i n ci p io le había concedido. Estas consolaciones eran necesarias y muy oportu nas en los comienzos de la vida espiri­ tual : tenían por obj eto ap a r ta r a la criatura de la parte inferior del alma, con el fi n de u n i rla sólo a _ .

94


Dios. Estas consolaciones lo sabemos por expe­ riencia personal - iban vinculadas a un gusto sen­ sible de Dios y de las cosas divinas ; de ahí que nuestra primera entrega a Dios no era en realidad pura, sino que estaba matizada por un sutilmente disfrazado �_m or propio . Poco a poco , cuando estos consuelos ya han cumplido su papel , interviene Dios para purificar· nuestro amor . A intervalos y durante alguna tem porada sustrae al alma los con­ suelos i n te r n os permite que ella note en sí misma aridez, distracciones involuntarias, . dificultades en la oración , pérdida de toda devoción sensible y de la fruición que anteriormente sentía ¡ incluso la dej a caer en cierta frialdad y desgana por las cosas divi­ nas, en una sensible dificultad para recoger se y co­ m unicarse con Dios. Por todos estos indicios el alma se da cuenta de que ha entrado en una crisis espiri­ tual . Feliz en tonces el alma que se comporta con coraj e y acepta con paz y humil<�.ad el tiempo de -

,

pr ueba :

si permane<!e fiel

y

entrega generm.amente

a Dios todo l o que Sl le pide, comenzará a amarle por sí mismo, y no ya por su dulzura ni por sus consuelos . Al llegar a este punto, puede ya iniciarse el se­ gundo período de la acción divina encaminada a destruir el amor propio . Tras alternativas más o menos pronunciadas de períodos de fervor y seque­ dad, Dios arrebata todos los elementos sensibles al alma que le ha permanecido fil'!! ; le da a saborear su amor con escasa frecuencia y tan sólo por breves momentos. Así despojada, el alma se va haciendo más sencilla y más pura : no se da ya cuenta de que es amada , ni siquiera de que ama ¡ y , sin em­ bargo, su amor es más fuerte y más puro que antes . 9S


Ama sin pensar en sí misma , se o l vida, se pierde de vista . La prueba de su amor no se apoya , como antes, en lo sensible, sino que se ha hecho más ro­ busta, más fiel , más paciente, más caritativa, más suave, más desinteresada, más firme ante las ten­ taciones . El fervor de la sensibi lidad ha cedido el puesto al fervor de la voluntad , el amor propio ha perdido terreno, el alma ha aprendido a · olvidarse y a perderse en el amor de Dios. Y aquí comienza la tercera fase, la de «la grande purificación >> , el tiempo del que escribe santa Ca­ talina de Génova : « El amor di vino destruye todo lo que es más querido : valiéndose de la muerte, de la enfermedad , de l a pobreza , del odio , de la dis­ cordia, de la calumnia, del escándalo, de la men­ tira , de la pérdida del honor a los oj os de tus padres , familiares y am igos y de ti misma, de modo que no sabe una cómo comportarse , ya que de todas las cosas más queri das sólo te vienen pena y humillación . No comprendes siqui era por qué obra así e l amor de Dios, pues tanto por relación a Dios com o a los hombres su conducta te parece que no tiene sentido. Después de dej ar así al alma más o menos con­ trariada , presa de íntimo sufrimiento , el amor di vino le muestra , por fin, su rostro radiante y lumi noso y, apenas lo advierte , desnuda y abandonada, se arroja �1 alma en sus brazos» . La primera de estas grandes purificaciones se manifiesta en forma de graves tenta ciones que pa­ recen arremeter contra todas nuestras virtudes : tentaciones contra la pureza , la fe, la confianza en Dios y la caridad y el amor al prój i m o ; tentaciones de ira, ·de resentimiento , de desconfianza , de blas­ femia, de resistencia a Dios y a su gra cia ; marejada ·

96


p a si on e s ,

que

y

ti empo

ya

c reía mos

extirpadas P ero , a pesar de todo, el alma permanece i nteriormente firme y pura : c o noce sus fragilidades y su n a d a , y, por fin, de todas

para

las

siempre

ces a d e

d esd e

admirarse y

de

atrás.

amarse ;

reconoce lo peca­

minosa y lo ho rr i bl e que íntimamente es, y comienza

a

al i m e n t a r

su

propio

d espre c i o

y

aborrecimiento.

no es más que o bra del amor divino en nuestra alma . Se car a cte r i za la seg u n da p u r i fica ció n por gran­ des humillaciones externas. Se pro p ag an calum nias c o nt r a la persona , pierden todos la est i m a en que la tenía n , se la calific a de hipócrita , se i n te r p re t a n mal sus palabras y sus obras. Los q u e un ti empo eran sus a m i g o s , ahora la abandonan, la rehúyen . Ni sus mismos su p e r i o r e s la valoran ya : la con­ d enan , le retiran su confianza . Y el alma s u fr e y ca lla , deja q u e la con d ene n , que la ca l um n i e n , que se alej en todos d e ella , que so sp ech e n d e ella lo que q u i e ra n , y ora con Cr i st o : <c Padre , perdónalos)) . En realidad , nada d e cuanto le reprochan p u e d e i m p u t a r se a st m i sm a , m as se cr e e culpabl e y está con ve n c i d a d e que merece el tratam i ento que recibe . Aquí es do n d e Dios actúa . El amor prop i o no debe e n c ont r a r n i ngún apoyo : ni en el testimonio de la p ro p i a conciencia , ni en la opinión o en el j uicio de los hombres . Y , con to d o , Dios no está aún satisfecho. El alm a podría a p o y a rse en Dios , en su p roxi m i d a d , pero hasta d e ese d e s eo se ve privada . En el período en que Dios la somete a escrúpulos y a apariencias de p e c a d o , y a gra v es h u m i llaciones provenien tes de las cri at u ra s , i ncluso :f:l m i smo la trata con severidad, casi con d u r e z a , de modo que parece rechazarla. El Todo esto

97


alma se cree condenada toda la e ternidad . únicas posesiones

y repudiada por Dios para

Todo le ha sido arrebatado : son la tiniebla,

la

sus

oscuridad ,

la

pri vación de toda ayuda, la ansiedad, un sentimi ento de abandono total, por parte de todo se ve imp ulsada a exclamar : ¿ por

me

qué

cer ? N a da ; zos

nal :

has

y

de todos, y

u Dios mío, Dios mío,

desamparado ? H

¿ Qué

puede

ha­

si no es arroj arse ciegamente en los bra­

de Dios , en una especi e de rendición incondicio­ u A tus manos, Señor , encomiendo mi ' espíritu . »

Profu ndamen te

h umillada,

red ucida

a

la

nada

a los oj os de los hom bres y a los suyos propios, no

l e queda donde apoyarse . Pero en este momento se le abren

los oj o s

,

y , por fi n ,

el amor propio

se

des­

arraiga del suelo del a l m a , llevándose consigo todos sus retoños y ram i fi caciones. Y el alma q ueda libre para estallar en actos de puro amor ; el amor de Dios le m uestra su rostro luminoso y radiant e . Con

un sen tim i e n to de ín tima gratitud, el alma se en trega

ya definitivamente en los brazos amorosos del Padre

u ¡ D i os es amor ! »

y canta alegremen te :

<< Vencer

prop i o e s vencerlo todo » ,

dice

de Ligorio. El qu e ven ce el a m or

pro­

el

san A l fonso

amor

p i o , lo con quista todo :

Dios, l a prop i a a l m a , la paz

del corazón , la santidad . Tarea fuerzas .

gran d e ,

Pero

otros v i v e

no

demasiado grande para n u estras

nos acobardem o s , p o rque en

y actúa el

Cristo, nuestro Señ o r ,

Dios o m n i p ot e n te

,

nos­

en nosotros

vive y actúa y lucha contra

n u estro c o m ú n enem i go .

:f:l nos i n fu n d e s u espí r i t u , lo pue d e . u Y o s o y la vid ,

su l u z , su fuerza que todo

y vosotros los sa rm i entos. » « Todo lo puedo

que me conforta» (Phil 98

4, 1 3 ) .

en

Aquel


u Hij o, q u e nada

conviene q u e l o des todo por el t o d o y sea tuyo . Sabe q u e el amor propio te e n ­

gaña m ás que n i nguna cosa d e l m u n d o . Segú n fue­ ren el a m o r y a fi c i ó n q u e tienes a las cosas, esta­ rás más o menos ligado ·· a ellas. Si tu amor fuera p u ro , senci ll.o y bi e n

n i ng u n a .

No cod icies

o r d e n ado ,

lo

n o te con viene

te

p u e d a n i mpedir

No qu i eras t e n e r cosas que tar

la l i be r t a d

i n teri or .

no serás escl avo

que

Es d e

adm i ra r

que

de

t ene r .

o

qui­

no

te

lo ínti m o del c o r a zón con todo lo que p u e d es tener o desear . ¿ Por qué te c o n s u m es con vana tristeza ? ¿ Por q u é te fa t i gas c o n superfl uos cuidados ? Está p r es t o a cum p l i r m i v o l u n ta d y no sen tirá s dañ o a lg u n o » (Imit a c ión de Cris t o , li­ e n tregues

a

de

b r o 3 , cap . 27).

99


VIII LA PR ACTICA DE LA VI RTU D CRISTI ANA

La vía pu r g a t i v a se con t i n ú a con la vía i l u m i n a ­ tiva

de

o

los

profi c i e n t e s ,

es

deci r ,

que s e

d e l os

entr egaron u n día al ser v i c i o de D i o ,.; (primera con­ versió n ) a

y

ahora

se consagran seria

y

s i ncera m e n t e

v i v i r la v i d a d e perfecc i ó n crist i ana ya en el claus­

tro ,

ya

en el mun d o ,

en

el

ej ercicio

de u n a p rofe­

s ió n p rofana (segunda con versión) . Gracias infu n d e

a

en

las

la

luces

vía

más r a d i a n t es

i l u m i n a ti v a ,

q u e Dios les

los proficientes

quieren un conoci m i en t o más ín ti m o d e Dios .

que a través de las bellezas de la creación ,

ad­

l\I ej or

que los

rodean , conoce el al m a a D i os e n Jos g randes m i ste­ rios salvíficos

de

la

en carnación

del

Hijo

de la redenci ó n y de la v i d a eterna , q u e

El

prometi d a .

alma

vi d a ,

terios d e l a acci ón en al m a

se

y

el e v a

fam ili ariza más con las ver­

de l a pasión

glorificación el

Dios ,

ha si do

penetra más pro fu n da m e n t e l os m i �

dades de la fe ; rrección

se

de

le

cuerp o a

un

de

místi c o ,

y

m uerte , d e l a resu­

Cristo , que

de es

la

conoci m i ento vi tal

su

vi da

Iglesi a . del

a m or

y El

y

bonda d i n fi n i tos de D i os , que la h a c e , por su parte , 1 00


más s e n s i b l e y dócil a sus inspiraciones . Baj o los au spic i os de e s t a influencia divina, capta el alma cada vez más los val o r es de la p e r so n a de Cristo, el Se ño r , su sa n t a vida interior y la acción de su gra­ cia en los h o m b r e s . Y t o d o esto lo consigue el alma no tanto p o r s u propio esfuerzo y 5us reflexiones teológicas, c u a n t o p o r l as J u ce s derramadas p o r Dios sobre su i n t el igenc i a . El alma se s um erg e más en . los m i s te r ios de la fe y vive más de ellos a medida que se va abriendo también más y h a c i é n d os e más dócil a las inspiraciones de la g r a c i a , e s d e c i r , se p urifica más del p e c a d o y se libera de las p as i on e s y apegos des o r d e n a d o s . Sólo así puede a vanzar en el cam ino de l a virtud y de la perfección . Al resplandor de las ilumi naciones que la acom­ pañan en la vía de los proficientes , el alma m a­ dura paso a paso en un alto amor de Dios y d e l prój im o . El a m or se m a n i fi e sta en los proficientes no só l o luchando contra el mal y e l enemigo de lo di.vi.no, como en el grado de los incipientes, sino tambi én s i g u i e n d o · más de c e r c a a Cristo por l a imi­ tación más p e rfe ct a de sus v i rt u d es, particularmente de la h u m i l d a d y la m a n se d u m br e (Mt 1 1 , 29) , de Ia o be d ien c i a hasta la muerte ( P h i l 2 , 8) , d e l amor al Padre y a los h om b r e s ( Ioh 1 3 , r ; Gal 2 , 20) . P a r a c o n so l i d a r y p e rfec c i o n ar las virtudes en el alma de los proficientes, Dios las prueba con ciertos sufri m i en t o s y penas, al m ismo tiempo que las ilu­ mina : aridez dur a d e r a y desazón e n la oración, ten­ t a ci o nes vehementes , sobre todo contra la pa ci en ­ c i a ; no raras veces permite Dios la p é r d i d a de bienes exteriores : el h o n or , la fama, relaciones fa­ m iliares y amistades, pobreza y e n fe r m e d a d e s . Dios mismo apoya y sostiene en ta l es pruebas las as p i r a 1 01


ciones del alma a crecer y perfeccionarse en la vir­ tud. Quiere sobre todo fundarlas sólidamente en la humildad, que es la base última de toda virtud autén­ ticamente cristiana, y quiere también anegarla en el conocimiento, que sobrepuj a a cuanto podemos vis­ lumbrar, del amor de Dios que se reveló en Cristo y en su obra redentora y que i ncesantem ente se nos manifi esta también a nosotros. J,

Sentido íntimo de la virtud cristiana

La vida divina de la gracia, que se nos infundió en nuestras almas en el santo bautismo, está suj eta a crecimiento . « Es semejante el reino de los cielos a un grano de m ostaza , que toma uno y lo siembra en su campo ; y con ser la más pequeña de todas las semillas, cuando ha crecido es la más grande de todas las hortalizas y llega a hacerse un árbol , de suerte que las aves del. cielo vienen a anidar en sus ram a s . Es sem eja n te el reino de los cielos al fermento que una mujer tom a y lo pone en tres m e­ didas de harina hasta que todo fermenta» ( M t 1 3 , 3 1 - 3 3 ) . Así e s e l amor infinito de Dios : nos hace participar de su vida divina, pero no quiere que nos quedemos estacionar ios, no qui ere que nos contente­ mos con lo recibido en el santo bautismo, sino que crezcamos y progresemos en una partici pación cada vez más sublime y plenar i a . ¿ Hasta dónde podemos llegar ? Hasta «hacernos conformes con la im agen de su Hij o » (Rom 8 , 29) . En verdad , elevada y gran­ diosa es la cima qu e estamos llamados a escalar : cc la imagen de su Hijon , tal como se nos ofrece irra­ diante en las excelsas virtudes que el Señor practica e n el Evangelio ; las cumbres de su hum ildad y de 1 02


su amor que, generoso , lo da todo . El grano de m os­ taza de la vida divina ha sido depositado en nuestras almas, para que crezca sin cesar, para que llegue a ser un árbol grande y lozano , para que fr uctifi que a la gloria de Dios y de nuestro Señor Jesucristo, en provecho de nuestra propia alma y d e la de tan­ tos de cuya salvación y santificación somos solida­ riamente responsables. La gracia santificante es el fermento que penetra en el hombre y lo transforma con su virtu d . Es un poder vivo y eficaz que actúa en n o s otro s . Puede y elevará e l pensamiento y la voluntad del hom bre, sus sentimientos y fuerzas , sus alegrías y sufrimien­ tos a la esfera de lo sobrenatural , transformándolo todo en obras de virtudes sobrenat urales : uhasta que todo fermenta » . La gracia no puede peqnanecer ocio­ sa en nosotro;; ; trabaj a y actúa, puesto que no es si no participación de la vida misma d e Dios, potente y siempre activa . No descansa mientras no r e t r oceda en el alma el enemigo de Dios y todo el hom bre que­ de santificado y divinizado, inundado de los vivos reflej os de las virtudes sobrenaturales. La gracia urge a re al izarse en actos y obras de virtud, a dar fruto . « Aprended de mí, que soy mans o y h u m i lde de corazón , y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mt I I , 29) . « Y o os he dado ej emplo » , dice el Señor, u p a r a que vosotros hagáis también como yo he he­ cho n (!oh 1 3 , 1 5 ) . Y el Apóstol nos insiste con toda urgencia : u Tened los mismos sentimientos que, tuvo Cristo Jesús , q u ie n siendo Dios en la form a , no reputó cod iciable tesoro m antenerse igual a Dios, an­ tes se anonadó , tomando la forma de siervo y hacién­ dose semej ante a los hombres, y en la condición de 1 03


hom bre y

:;e

mue r t e

también

h umilló , h ech o obediente hasta la m uer te ,

cruz 11 ( Phil

de

especialm en te

5-8) . Menci onarem os otro texto : « Vestíos 1 3 , 1 4 ) . T e n e m o s que

2,

aquel

Jesucristo i> (Rom con los sentim i e n tos del Señor hasta poder decir en verdad : « Ya no v i vo yo , es Cristo q u i en vive en m fo (Gal 2, 20) . El P a d re nos ha desig­ n a d o explíci tam ente a su Hijo, hecho hombre, como maestro y modelo : u f:ste es mi Hijo amado, en quien tengo m i com placencia : escuchad l e » ( Mt 1 7 , 5 ) . Cris­ to vive y obra siempre confor m e al beneplácito del P a dr e . Su pensar y querer, sus sentimientos y su ora c ió n , sus pa l abra s y acciones, su conducta con los hombres, todo es perfecto , santo y como deb e ser según l a voluntad del Padre. De aquí q ue las palabras y obra s del Señor sean p a ra nosotros el modelo y ej emplo de toda v i rtud y del

Señor

identificarnos

sa nti dad .

aquí

De

u ¡ Escuchadle ! ll , u ¡ Aprended de

virtud, de

la

que

y que

n os

el

recomiende

m i sm o

Señ or

el

Pa dre

nos

:

diga :

mí ! ll En El h a:bita la plen i tu d de la y de la perfección . En fü, en

santidad

su vida santa

y perfecta

han

se

formado los san tos

ser lo que son . Éstos

de la Iglesia y han llegado a

escucharon la recomendación del Padre y la palabra

Cristo.

j Oj alá también

l e prestemos ! ¡ Dios lo quiera ! El m isteri o de nuestra unión vita.l con Crist o n os revela el verdadero s e n ti d o del esfuerzo por la de

n osotros

oído y J a pongamos en práctica

adquisición es

de

las

vi rtudes :

la expresión natural.

de nuestro

« se r

y

en Cristmi .

la

n uestra

vida

necesaria

virtuosa

irradiación

cc Yo soy la v i d , vosotros

los sarmientos . El que permanece en mí y yo en él , é se da mucho fruto, po r qu e sin mí no podéis ha­ cer nada» (Ioh 1 5 , 5 ) . La práctica de la virtud es 1 04


la expresión natural y el respla ndor necesario de nuestra incorporación a Cristo en el santo bau tism o . N o es, pues, cosa d e nuestro gusto libre y per­ sonal , sino un d eber sagrado , que de r i v a de la re­ cepción del santo ba utism o . En tonces fu im os incor­ porados a Cristo, u n i dos vi talmente a Él , para ser colmados de su prop ia vida . É ste es el pri vilegio de la virtud cristiana : si el cristian o , es dec i r , el bautizado o miembro del cuerpo místico, se h u m i lla con espíritu contrito , esta hum illación s e v i n c ul a a l a h umillación prac­ t icada por Cri sto cuando se hizo hom bre , cuando estuvo sometido a María y José , cuando lavó los pies a los apóstoles. Es Cristo qui e n con su hum il­ dad glorifica al Padre y le honra en n osotros y a través de no:mtros, s u s mi embros . N u estra p obr ez a �;e une en espíritu con la pobreza que el Señor prac­ ticó en el pesebre, en el desierto de Egipto, e n Na­ zaret , en su vida públ i ca , cuan"do no tenía siquiera d ond e reclinar la cabeza . Y es su p obreza , prolon­ gada en nosotros, la que con dena la a varicia · de Jos hijos de este m u ndo y honra expresamente al Padre . A los oj os de Dios sólo hay en todo el universo uno q ue l o glorifica dignam ente , sólo uno que ora per­ fectamen te , que perfectamente es h u m ilde y pobre de espíritu : Cristo . Nosotros le estamos i ncorpora ­ dos, y de este modo pudo E l proseguir en n osotros su vida de perfección para gloria del Padre . cc La ca bez a y los mí�m bros form an tan íntimam ente un solo cue rpo , q u e es imposible distinguir lo que per­ tenece a uno y lo que es de los otros» (S. Agustín , fo Ps 4 0 , 1 ) . Ser cristian os, ser miembros de Cristo y no vi­ vir su vida de perfección , es una contradicción in

1 05


t e rm inis. ciona

N u estra

a

nuestra

que superan a

i n corporaciér n

vi rtud

un

valor

a

Cristo

y

una

propor­

e x ce l e n c i a

los ele cual q u i er v i r t u d p u r a m e n te na­

t u r al y h u mana . 2.

y

Leyes

Primera

de las virtu d e s cristianas

léy : las v i rtudes p u eden y deben crecer La vida s o b re natur a l u n a fuerza · qu e d e spierta

robu stecerse cont i n u a m e n t e .

p e n e tra

en

no s o t ro s

po ten c i a s

las

vol u n ta d ; en

como

del

las

e n t e n d i m i e nto ,

memori a ,

satura d e u n a nueva v i d a ,

las coloca

alm a ,

m e j o r disposición

dad

di vi n a

v1v1r

les

;

siempre buen o ,

sufr i r

y actuar

Es

amor.

recibir

para

trabaj ar

cada

vez

la

más

:f:l ,

ve r ­ para

infinita­ mortificarse ,

p erfectamente

u n a n u e va o l e a d a de vida q u e

n u es t r a al m a y

la

i m p ulso Señor

al

con

y

l uz

n u e vo

un

consagración

en

mente

para

i n funde

nos arrastra consigo ,

se

por

su

vierte e n

una fuerza di­

vina q u e e x i ge s i e m pre del a l m a n u e v as e n ergía s ,

sujeta

la

de nuestra

com plej i da d

v i d a moral

y

la

c o n d u c e h a c i a c u m bres más altas . Como

cri s t i a nos ,

debe m o s hacer todo lo posible Pero hay una d i ferenc i a muy notable entre el d e sarrollo de l a s v i rt u des naturale s - por crecer .

para

ej emplo , ciencia

o

diante

el

la

form ac i ó n

del

carácter ,

el logro

de

la

el de sarrollo d e las virtudes cristianas sobrenaturales. El hom bre lleg a a poseer las prim etas por su propia vo l u n t a d , me­

p r o d u ci d a

humano : quien 1 06

p r o p i o esfuerzo

y

u n a ac t i v i d a d

nos

ni

ac r e c e n t a d a

solamente eleva de

Dios p u ede un g r a d o

inca nsa­

c on t rar i o no p u e d e por el s ol o esfuerzo

la v i d a sobrenatural , po r el

ble ; ser

del valor n a t u ral - y

,

dárnosl a .

inferior

Es

Dios

d e virtud

a


otro su p erior , q u ie n nos concede una luz más viva que antes o nos infunde u n gr a do de vitalidad sobr e Es Dios natural más i n t enso que el p r e c e dent e quien produce en nosotros el c r ec i m i e n to de las virtudes, que sólo de El debemos e sp e r ar y só l o en É;l debemos buscar . Nos p r o p or ci o na el Señor tres gran·d es medios que fa v or ece n el crecimiento de las virtudes sobre­ na t ur ale s El p rim ero es el uso de los s a cr a me n tos En ellos fluye caudalosa la corriente de la gracia. Nosotros la recibiremos a la m e di d a de la pureza y del f e rv or de n uestras almas . Entre t o d o s los sa­ cramentos, e s el de l a sagrada comunión el que a u men t a r á en n osotros la vida de l a gracia . Todos los sacramentos ti enen como fi n el a u m e n t a r en nos­ ot ros la gracia sa ntificartte , con cuyo aumen to se realiza simultáneamente e l de las v i rtudes sobrena­ turales . Constituyen el segundo medio las b u e n a s obras que realizamos. Como estas obras s o n fru to de la gracia , nos ha­ cen más agradables a Dios, quien nos c o nfie r e un grado más al t o de gracia y, por lo m i smo, un aumen­ to en la virtu d . El Concilio de Trento e n s e ñ a ex­ presamente contra los protestantes que los j ustifica­ dos alcanzan por su s bu enas obras el aumento de ­

.

.

.

gracia y la vida eterna .

La oración c i m i ento

buena cia y

y, de

de

contribuye

las

vi r tud e s ;

de modo

particular al cre­ la oración es una obra

como tal , nos merece un aumento de gra­ virtu d ,

pero además

tiene

c o m o cualquier la

oración

un

otra

obra buen a ;

valor propio

:

el

se nos ha dicho : <e Pedid y se o s dará n ( I oh 1 6 , 24) . Este valor impe ­ tratorio será t an t o más e fi c a z cuanto más conscien-

llamado valor i m p e tratorio, ya que

1 07


con nuestra vida y nu e st r a oraci6n e n comu nión con 1a Iglesia orant e . Que t a m bi é n esta oración de l a comu nida d ti ene su p r om e s a : « Donde están dos o tres congregados en m i n o m br e , allí e stoy yo en medio de e llos ll (Mt 1 8 , 20) , allí es t o y temente entremos

yo orando con ello s . ley : la vi r t u d puede t a m bi é n dism inuir puede llegar a perderse totalmen te . Así somos de débiles , de i n cons t a n t es en n ue s t r o esfuerzo y en n uestro querer . de expuestos a t a n t a s dificulta­ d e s , enem i gos y peligr os . E l enemigo po r e x ce l en ci a que d i fic ult a el cre­ c i m i en t o de 1a g r ac i a y de la virtud , o que la detiene , es el pecado venial, no sufici entem ente odiado ni co mbat i do . No puede atacar directamente la virtud y la g r aci a ni puede destruirlas, pues que s on tan p u r a s ; pero u n a cosa puede h acer el p e ca d o venial : debilitar la in t en si dad y la fecundidad de la gr a c i a santificante, y con ella el aumento y la p e rfec ci 6 n de las v i rtu d e s , especialmente del a m o r . El pecado ven i al se ciñe como la h ied r a a la de l i ca da plantita de la vida en l a graci a , para ir so fo cá n do l a lenta­ mente . Las plantas venenosas de los pecados veni a ­ les habituales d e t eri o ra n el te r r en o , le sustraen los j ugos . vitales , v ici a n el a i r e necesario a p l a n ta s de sol c u al es son la gra c ia y las virtu des . Fi n al m e n te , el p e cado venial aleja d el alma muchas gracias efi­ caces y mata m uchos gérmenes vitales de los cuales habrían d e d e sarr o lla rse las v i r t u d e s : tod o e st o es el fruto del pecado venial deliberado . M as t a m b i é n p o d emos echar a p e rde r las vi r tu ­ d es . Las perdemos por el pecado mortal, que mata e n p r i me r l u gar l a v i r tu d más esencial y básica : la caridad . Una vez perdida l a caridad que nos une a Segunda

e

in c l u so

1 08


Dios, pierde ya el alma todas las demás virtudes, a excepción de la fe y de la esperanza : queda des­ tr uido y asolado el j ardín divi no del alma cristiana, -;e esfuma toda la vida . Sólo la fe y la esperanza van arrastrando una existencia enlutada ·e n el alma, has­ ta el día en que la irífeliz llega a destruir, por la incredulidad y la desesperación , estos últimos re­ cuerdos de la hermosa floración divina de un tiempo ; v entonces todo es noche en el alma, todo (i!S este­ rilidad y tiniebla. Tan sólo una llamita vacilante : ti carácter bau tismal - no precisamente una \' Ír­ tud -, que inextinguible sobrevive en el alma del bautizado y suspira i ncansable por el retorno de la gracia y de las virtudes. ¿ Quién de nosotros puede considerarse eximido, !'iquiera por u n i nstante , de l a fragilidad, el pecado y la maldad de corazón ? «El que cree estar en pie, mire no caiga» (1 Cor 1 0 , 12) , u n o es del que· quiere ni del que corre , sino de Dios , que tiene misericor­ dian (Rom 9, 1 6) , « con temor y temblor trabaj ad por vuestra salvación >> (Phil 2, 1 2 ) . Podemos per­ der la gracia y las virtudes , estamos inclinados al pecado, y si nos vemos exentos lo debemos única­ mente al amor misericordioso del Señor, que nos preserva . Te rcera ley : todas las virtudes sobrenaturales se apoyan m utuamente : nacen , c recen y disminuyen a la vez . No están yuxtapuestas , como árboles dis­ tintos cuyo desarrollo se efectúa a tenor del carác­ ter particular de cada uno , sin o que más bien forman un solo árbol , un todo orgánico con la gracia santi­ ficante, de la cual proceden como de su raíz . En el organismo h umano no crece primero sólo un brazo o sólo el corazón o la cabeza ; todas las partes del 1 09


cuerpo crecen simultáneamente, en dependencia ab­ soluta una de otra , como un todo orgánico . Esto mismo ocurre en el organismo de la vida sobrena­ tural : todas las virtude s crecen o menguan a un mis­ mo tiempo . Y no podría ser de otra manera , ya que todas ellas están en relación directa con la virtud del amor a Dios, en la cual todas se comprenden . (( La cari­ dad es paciente , es benigna ; no es envidiosa, no es jactanciosa , no se hincha, no es descortés, no es i n ­ teresada, n o s e irrita, no piensa mal ; n o s e alegra de la inj usticia, se complace en la verdad ; todo lo excusa, todo lo cree , todo lo espera, todo lo tolera » ( r Cor 1 3 , 4-7) . El que posee la caridad sobrena­ tural para con Dios y con el prój imo, está dispu e sto a practicar cualquier virtud donde y como se la presenten el deber y la ocasión . El amor ori enta cada pensamiento y cada obra nuestros hacia Dios, y por eso plasma toda nuestra vida , tanto la pri vada como la social, según las exigencias de la virtud cristiana sobrenatural . u j Ama y haz lo que quieras ! » (San Agustín) . Lo que nace del perfecto amor a Dios le resulta siempre bueno y agradable ; el que p ose e el amor perfecto, posee todas las virtudes : la fe , la esperan­ za , la prudenci a , l a fortaleza , la t emplan za , la j us­ tici a . Cuanto más perfecto sea n uestro amor de Dios, tanto más perfecta , sencilla y fecunda será nuestra virtu d , pues el amor es el alma d e t o das las virtu­ des . Importa , en consecuenci a , que nos esforcemos por adquirir y poseer el amor . Al calor de la ·caridad crecen espontáneamente todas las virtudes. Sucede con cierta frecuencia que tenemos una virtud y las otras no. Alguien , por ej emplo, se rá 1 10


castísimo, pero a la vez soberbio y presuntuoso ; otro será o be d i e n te , y al mismo tiempo altanero ; aquél piadow, pero poco caritativo , impaciente y egoísta . Semejante áesm embramiento y seg r eg a ci ón de las distintas virtudes o be d ece a q u e la v i r t u d de tales personas es débi l e i m p e r fecta : de ahí esas l ame n tabl es ca :icaturas de la virtud cristiana que , por desgracia, solemos encontrar con tanta frecuen­ cia e n todas partes. La vida de gracia y la v i rtud sobrenatural son algo su bl i m e , sobre todo la v i r t u d perfecta que t ie n e sus raíces en la vida sobrenatural perfecta . Quien , por otra parte , posee la v i d a y las virtudes sobrenaturales, tiene asim i sm o la d i ch a de que son suyas de modo perfecto todas las nobles virtudes naturales humanas : las virtudes cardinales de la j usticia , la prudencia , la fortaleza y la templanza , j untamente con todas las demás qu e llamamos vir­ tudes morales y están r e la c io n ada s con las cardi­ nales , por ej e mplo , la modestia, la castidad , el do­ minio de sí m i sm o , etc . Toda virtud natural es al mismo tiempo sobre­ natural para n o so t ro s los bautizados , con tal de que esté vivificada por la gracia sa n t i fic a n t e y m o vi d a además por un impulso sobrenatural , sobre todo por el amor de Dios . Si , por consiguiente, a d qu i r i m os y practicamos con celo la virtud ·cristiana, seremos también al mismo tiempo hombres n at u r al me n t e no­ bles y virtuosos. La práctica de la perfecció n cris­ tiana nos hace asimismo p e r fe c t o s L 't" el a s pe c t o humano . Y , por el contrario, m i e n t ra s nuestra vida moral natural está m a nc i l l a d a de falta s , señal es de que nuestra vida sobrenatural no es todavía perfec111


Las relaciones existentes entre las virtudes na­ turales y. las sobrenaturales son para nosotros un motivo más de vivir en toda su pureza la vida de la gracia y de la perfección crisfiana . Así, la natura­ leza misma hallará su plena expansión y nosotros alcanzaremos el ideal de la personalidad cristiana. Nuestro celo y fervor por crecer en la gracia Y con­ ta .

quistar

las

virtud�s

sobrenaturales

quedan

recom­

pensados. Examinémonos y pidamos la gracia de llevar u na vida virtuosa cristiana perfecta .

1 12


IX LAS TENTACIONES o:No nos dejes

tentación . »

caer en la M t 6 , IJ

¡ Con v i v i r la

vida de Dios en Cristo Jesús como su cu e rpo m ístico ! C r i s to «padeció y fue t en t a d o » (Hebr 2 , 18) . El Apóstol lo d i ce y re ­ pite explícitamente : C1 Fue probado en todo a se m e­ j anza n u es t ra , excepto el p e c a d on (Hebr 4, 15) , y el Evangelio narra prolijamente cómo, desp ués del ba u t i smo en el Jordán , el Señor C1 ÍU e llevado por el E s p i r i tu al des i e r to para ser tentado por el dia­ blo» (Mt 4, 1 ) . ¿ No es éste u n hech o misterioso ? El Espíritu Santo impulsa al m i smo sobre quien poco antes en el J or d á n se vi e r o n l os c i el os a bi er tos y sobre quien resonó la voz del Padre : u l!ste es mi Hij o . muy a mad o , en q u i en tengo mis com pla­ cenci as n , y lo conduce al desiei;to de Judea para ql'le sea tentado por Satanás. La liturgia de la primera dominica de cuaresma ve en el Señor as{ conducido al cc C ri sto total» , es d eci r , a C ri sto unido con su Iglesia , a su cuerpo m ísti co , a todos nosotros. Todos los que en el ba u t i sm o hemos sido admitidos en Cristo y en la Iglesia , nos vemos conducidos al de­ sierto para participar en su vida, para proseguir miembros

de

113


su vida en nosotros y ser tentados con :SI p or Sa­ tanás . Es vocación nuestra, como miembros de Cristo, vencer co� su fuerza al enemigo, al rnundo, al demonio y a la carne, para gloria del Padre y con el fin de conquistar de este modo la corona de la vida. «El que se bate en el estadio, no es coro­ nado si no lucha según las reglas» (2 Tim 2, 5) . « Bienaventurado el varón que soporta la tentación , porque, probado, recibirá la corona de la vida que Dios prometió a los que le amam> (Iac 1 , 1 2) . «Tened por sumo gozo veros rodeados de diversas tentaciones , considerando· que la prueba de vues­ tra fe engendra la paciencia . Mas tenga obr a per­ fecta la paciencia , para que seáis perfectos y cum­ plidos, sin faltar en cosa algunau (Iac 1 , 2-4) . La virtud puesta a prueba en la tentación, se fortifica y crece. l.

Qué es la tentación

Lo sabemos todos demasiado bien por experien­ cia diaria . Bastante tenemos que sufrir por las ten­ taciones que nos vienen de nuestra naturaleza , que, a consecuencia del pecado original , arrastra el sello de la concupiscencia. Como si no nos bastase este enemigo interno, estamos circundados por enem igos externos que con sus lisonjas intentan arruinarnos : el mundo y el demon i o . « E sta d alerta y velad , que vuestro adversario e l diablo, como lc6n ru­ giente, anda rondando y busca a quién devoran> ( r Petr 5 , 8 ) . Se le ha concedido l i c e nci a para moles­ tarnos y estimular n uestras peores pasiones . Fu­ rioso de odio y d e envidia contra nosotros , qui ere aplastar en nosotros a Cristo , causarle perj uicio y 1 14


derrotas, a f:l , cabeza nuestra, que en nosotros vive le combate . ¿ Quién se atreve a poner en duda que en el demonio encontramos un adversari o mu­ cho más fuerte que nosotros ? Con el diablo está aliado el m un do . Al hablar de u mundo» , entendemos todas las p erso nas que vi­ ven para sa t i sfac er su amor p rop io, orgu ll o y sen ­ sualidad . «Todo lo que hay en el mundo es concu­ p i sc e nc ia de la car ne , c on cu p iscen cia de los oj o s y el orgullo de la vidan ( 1 Ioh 2 , 1 6) . Viven para el dine ­ ro y la satisfacción de sus s e n t imien to s . La p obreza , y má s si es libremente elegida, la ca sti dad, son p ara ellos locura . Las humillaciones y las ofensas volun­ tariamente aceptadas , necedad ; orar, una ocupación buena para quienes n o sirven para otra cosa . Y que­ r r ían inculcarnos estos principios ; con palabras y ej emp l os se e m p eñ an en arrastrarnos al camino an­ cho que conduce a la perdición . Intentan descorazo­ narnos, haciendo burla de nuestro p e n s a m ien t o y de y

n uestra

vida , de n uestra

religión

y n u estra

Iglesia .

frecuentemente no son personas que siguen la s prácticas del m undo, sino p erso n a s de c rist i anism o inoperante en la práctica , que con su ej em pl o y c o n ­ sej os nos dan ocasión de p ecado . Su seducción nos inclina a com par t i r su v an idad , su sensualidad , su frialdad ante el p rój i m o . Concupiscencia y p asiones en nuestro i nterior ; y en torn o a nosotros el mund o y el demonio : j real­ m ente , no nos faltan estímulos ni halagos para in­ ducirnos a abandonar el bien y obra r el mal ! u Nadie en la tentación diga : soy t e n ta d o por Dios . Porque Dios ni p uede ser t entado al mal ni t i e n t a a nadie » (Iac r, 1 3 ) . ¿ Cómo podría ser santo D i os si nos indujera al mal ? Dios no nos tienta n u n -

Y

115


sólo p er m i t e que seamos tentados, interior y ex­

ca :

Dios

teriormente . que

puede

tamb ién

reina

acercársenos sólo

lo perm ite,

pero

¡c n o perm itirá

sobre v u estr a s fuerzas, el

tación IO,

é xito

13). Si Dios

sobre

hasta

pe r m i t e

que

que

podá i s

s eam os

(r

resistirla>>

tentados,

si

no

Cor

es porque

persigue u n fi n d i vinamente sa bi o y sublime . perm i t i ría

Señor

tentados

seáis

antes dispon drá con la t e n ­

que

para

tent a do r ,

el

donde el

No lo

las

supiera sacar u n bien

de

bengala ,

abismos

ten­

q u e nos somete , ra z ón por la cual las tenta ciones no S-On para noso tros u n mal , sino un grand e bien . ¿ Por q u é ? , porque son u n medi o i n ­ sustituible en la emp resa de la purificación del cora ­ taciones a las

zó n . la

Como

una

sensual i d a d ,

de

iluminan

p i o , del egoísmo, de la a varicia, con vi e r t en en guía nosotros men tos

y de

los

la concupiscen cia,

dd

del

de

del amor pro­ odio ;

y así

se

conocim iento que t e n em os de

de la verdadera humildad . En los mo­ tentación

vemos

con

clarida d

infalible

l o d ébi les que som os, lo poco que hace falta para a pa rtarnos de1 bi en y precip itarnos en el ma1 . Las

resistir viril­ mente, expiando de este modo nuestra indole n'c i a y n eg l ig e nc i a en otras épocas de n u estra v i d a ; no s obligan a man t e n erno s en guardia, a proh i bi rnos cuanto podría convertirse en cebo de la ten tación ; nos instan a dedicarnos con interés a la oració n , ten taciones n os i ncitan a combatir y a

porque si

qu erem os

c ió n , y la gracia está La greso

t e n ta ci ó n

del alma ,

es

vencer necesitamos

m u cha

vi nc u l a d a a la oración . un pre cioso medio para

y por esto

es un

bien

el

ora­ pro­

grandísimo.

Na d i e que se em peñe seri a m e n t e en la búsqueda de Di os , 116

pue de verse exento

de ell a .

La

tentación

nos


despierta dcI letargo de la tibieza y nos e s po l ea a realizar s a c r i f c i o s y ac t o s de mortificación . A d e m ás , tiene el fi n , y la fuerza t a m b i é n , de hacernos ade­ lantar en l a v ir t u d : toda tentación combatida y ve n c i d a es un a c t o de vi r t u d y r ed u n d a en su acre­ i

centamiento . Al combatir una incipiente d u da contra la fe: d e sp e r t am os u n acto de fe ; al de fe n d e r no s de un sentim iento de sos p ech a , de odi o , de e n vi d ia , o de un p e n sam i e n t o poco caritati vo que nos asalta , s u s ci ta m o s una reacción de hum i ldad . ¡ En qué p a ­ raría n uestra vi rtud si no tuviéramos que co m bat i r tentaciones ! En la lucha co n t ra éstas , aquélla se p u r i fic a , se fortalece , se consolida . Reaccionando con­ tra la desgana en la oración y e n las cosas reli­ giosas, se r o b u s t ece nuestra fidelidad a Dios. El vernos persegui dos o calumniados p u ede transfor­ marse en una ventaj a , si soportam os con paciencia y hum ildad por a m or d e Dios . La t e n t ación es ta m bi é n una fuente inago t a b le d e méritos para l a vida eterna . Cada victoria o b t eni d a sobre la tentación aumenta la gr a ci a sa n tifi c a nt e y la v i d a divina en nosotros ; nos u n e más estrechamente a Cristo . R azón t ie n e el a p óst o l Sa n t i ago al e xc l a ­ mar : u Tened por s u m o gozo veros rodeados de di versas tentaciones, c on si d e ra n do que la prueba de ' vuestra fe e n ge n d ra la paci e n ci a . M as tenga obra perfecta la paciencia , porque seáis p e r fec t o s y cu m ­ plidos sin faltar en cosa alguna» (Iac r , 2-4) . ¿ Extrañaremos , pues, nuestras tentaciones o nos atreveremos a lamentarnos de ellas ? u Porqne eras a ce p t o a Dios , fue n e c e sa r.i o que la tentación te probase » (Tob r 2 , r 3) . C on estas palabras con­ suela el angel a To bí a s en la hora de su prueba . J ,as te n t a ci o n es son el pre mio del sincero suspirar 1 17


por Dios y de la fidelidad a para

que

nos

si las permite,

El ;

purifiquemos,

y

purificán donos

hagamos más agradables a sus oj os .

Si las

nos son necesarias .

fuente

para nosotros 2.

Las tentaciones

serán

aprovecham os bie n ,

de gracias.

Nuestra con ducta en la tentación

Sería una rer

es

nos

presunción desear la

provocarla

sin

motivo,

pero

tentación

sería

un

o que­

error

te­

merla como si el Señor no nos fuera a proporcionar la

necesaria

asi stencia

entristecernos cuando

Sería

inj usto

presentimos que llega

y creer

que todo está perdido .

de

su

gracia .

Nunca estamos solos y si em­

pre tenemos la certeza de que Dios no nos abando­ na :

j amás permite que seamos tentados más allá de

nuestras

fuerzas.

Dios

no

dem uestra

su

de nosotros ahorrándonos la tentación ,

cuidado

lo cual ,

m ás

que apro_vecharnos, nos perj udicaría , s i n o al no per­ mitir

que

seamos

tentados

capacidad.

Conoce

mejor

mite .

¿ No

es

El

gracia ?

Contiene

tuna

no

las

y

quien

a fin

de

nos

que

se

graves

rebasar

nosotros

da las

la tentación

tolera

tentaciones más

yor ,

hasta

que

en

nos

fuerzas

lí­

con

su

medida

opor­

demasi ado .

Para

s!l

ensañe

nuestra

n uestro

da una

que podamos resisti r

graci a

vence r .

y

m a­ Dios

nos ama y conoce las profundidades de nu estra alma : ansía

vehemente ,

divi namente ,

y ven zamos ;

vive

píritu

infinitamente

Santo_,

en nosotros,

que

seamos

Pa dre ,

próx i m o ,

Hijo

con

fuertes Es­

y

obj e to

de

sostenernos en la lucha y conduci rnos a la v ictori a . Cri sto, la cabeza , la v i d , habi ta en nosotros

:

su

fuerza circula como sav i a en e l alma . C risto se pone siempre de nuestra parte para vencer , en y con nos1 18


otros, al mundo, al d e monio . Y a la c a rn e u Confiad : yo he vencido al m undo >> (Ioh 16, 3 3 ) . Y nosotros nos apoyamos en esa su fuerza que actúa 1.:n nos­ otros : uTodo lo puedo en Aquel qu� me conforta » ( Phil 4 , 1 3 ) . ¿ Qué debemos t e m e r los que en el bautismo hemos sido marcados con la contraseña de la cr u z e iluminados por la luz de Cristo, los que hemos sido inj ertados en :i;:1 para participar en su vida ? « El Señor es mi luz y mi salvación : ¿ a q uié n voy a temer ? n (Ps 26, 1 ) . Podemos aplicarnos con­ fiadamente las palabras del salmo que rezamos todas las tardes en · completas : « Te enviará a sus ángeles para que te guarden en todos tus 'Cam inos, y ellos te llevarán en sus manos para que no tropieces en las piedras. Pisarás sobre áspides y ví bo r a s y hallarás al león y al dragón . Porque me amó, yo le salvaré ; yo le d efende r é porque confesó mi nombre . Me in­ vocará y yo le oiré , estaré con el en la tribulación , le sacaré y le ho n ra ré Le saciaré de días y le daré a ver mi salvación 1> (Ps 90 , 1 1 ss) . Uni dos así a Dios y a C r ist o cabeza nuestra, el gran triunfador, vamos valerosamente al encuentro d e la tentación con la vista serena que sabe distin­ guir en la tentación entre el primer movimiento , la c o n s i gu i ent e complacencia del hombre inferior, y el verdadero consentim iento propiamente dicho del hombre superior. El demonio o n u estr a imaginación nos ponen ante los ojos el fruto prohibido, a veces c o n gran vi vaci dad , insi stencia y obstinación . Mas todo esto no es sino el p r im er movimiento, una suge­ rencia que no const i t u ye absolutamente ningún peca­ do mientras nuestra vol u n t ad no otorga su consenti­ m i ento. Pero la tentaci6n prosigue : sin quererlo , el h o m bre inferior que habita en nosotros se ve atraí.

.

,

119


do por el fruto p roh ibido que se le presenta, y expe­ rimenta cierto agrado. Esta complacencia de la parte inferior de nuestra naturaleza influye , como es na­ tural, sobre la decisión de nuestra voluntad libre, y la invita a consen tir. Entonces hay que decidirse . Si

la

ción

voluntad es

rehúsa su

rechazada

consentimiento, la tenta­

enérgicamente :

la

voluntad

ha

vencido . A veces vacila un momento : no querría ofen der a Dios, pero al m i sm o tiempo querría gozar del fruto prohibido.

También puede suceder que la

vol untad resista sólo a medias y que le falt e una decisión absoluta, o qu e rechace realmente la tenta­ ció n , pero sólo cuando se h a dado cuenta de que la cosa le va resultando peligrosa : es un estad o de ánimo en el cual el entendimiento no claridad ;

la

voluntad

está

con toda

ve

encadenada

en

cierto

modo por la incipiente actuación de la concupiscen­ cia : es el estado de semiconsenti m i ento . En él nunca se

puede hablar de un

pecado propiamente

dich o .

M u y disti nto caso sería s i consintiéramos totalmente a la tentación , esto es, si , a pesar de la voz de la conciencia y con perfecto conocimiento del mal, nos dej áramos arrastrar a pensar con placer en el fruto prohibido, a desearlo , o todavía más a gustarlo de �ech o . Este pleno consentimiento consti tuye un pe­ cado mortal , si se trata de materia grave ; u n pecado venial , si

se

ambos casos

trata de materia menos grave ; es

pero

en

un pecado cometido deliberadamente ,

con scientemente.

Prevengamos !a tentaci6n: practicando una seria mortificaci6n interna y uniendo a ella la oración . « Velad y orad para no caer en la tentació n » (Mt 26, 4 1 ) . La táctica del mundo y del demonio tiende a impedir que oremos , 1 20

i ncluso a infundirnos aversión


a la oración . Prevengamos también las tentaciones huyendo de las ocasiones de pecado, por pequeñas que se a n u El que ama el peligrú perecerá en él» (Eccli 3 , 27) . U n a cosa es exponerse al peligro de pecar mientras se cumple e l deber , y o t ra , s i n razón suficiente . ¡ Cuántos han acarreado gra v ísimos ma­ les a su alma po r haberse expuesto al p el ig ro de ver, decir, hacer o cu r iosear algo sin n e ce si d a d ! Pre­ vengamos también la t e n ta ci ó n alej ándola con el trabajo continuo, con el co n c ienz u do "Cumplimiento de n uest ra s obligaciones. « La oc i osi da d es la madre de todos los vicios>> , dice la sabiduría popular. Pre­ vengámosla, ocupándo n o s de fomentar nuestro ho­ rror a todo pecado, por pequeño que parezca, y, sobre todo , esforzándonos por aumentar en nosotros el amor de Dios y de Cristo. El a m or es la niej or ayuda y la mayor defensa contra la tentación : nos da fu erza, alegría, í mp etu y arroj o tales, que la tentación queda pronto su p era d a . Combatamos la ten taci6n. H a br e m o s de rep e t i r muchas veces y con confianza la petición del pa­ d ren u e st ro : ce no nos dejes caer en la tentación » , t.-oncédenos la fue r za de permanecer fuertes en ella . Ya que el m i smo Señor po ne en n u es t r os labios tal plegaria, bien estará que la repi ta m os continua­ .

.

.

mente . Combatimós la tentación

ta.mente

manifestándose la abier­ al dire ctor espiritual, pues el manifestarla

es ya casi vencerla . El que re v el a sus propias t en

­

taciones al director espiritual puede estar seguro de que Dios otorga a éste la gracia necesaria para dirigirle bie n . La revelación de las tentaciones era para nuestros Padres una cosa santa a la que se atenían rigurosamente . No andaban, ni mucho me1 21


nos, descami nados : este acto de humildad era para ellos un remedio d e primer orden para vencer la ten­ tación y ahuyentarla . No creamos n unca que la ten tación se combate poniéndonos a discutir con ell a , ni siquiera afron­ tándola directamente : se la combate mejor indirec­ tame n t e . Apenas se presente, apartemos de ella la m irada para dirigirla al Señor , que vive dentro de no so tro s y combate a nuestro lado, que ha vencido el pecado ; abracémonos a Él en un acto de hum i lde sumisión a su vol u n tad , de aceptación de esta cruz d e la t e nt a ción que Él nos coloca sobre los hombros, de confianza en Él y de fe en su proximidad, de súp l ica para q u e n o s transmita su fuerza . De este modo la te n tación nos conducirá a la oración , a la unión con Dios y con Cristo : n o será u na pérdida, sino una gananci a . u Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de los que le aman » (Rom 8, 28) . La t e n tac i ó n es, pues, re a l m e n t e una gracia , un medio e x ce l en t e para lograr la vida de perfección cristiana : así la ve Dios, y así debemos n osotros a p r e c i ar l a Sabemos que somos m iembros de Cristo . Con tal conciencia , y ap oyados e n la fuerza de Cristo, afron­ temos la tentación . ¡ Venceremos ! u Tod o lo puedo e n Aquel que me conforta » ( Phil 4, 1 3 ) . u B i en aven­ t urado el v ar ó n que soporta la tentación , porque , probado, re c i bi rá l a corona de l a vida q u e Dios pro­ metió a los que le aman 11 (Iac 1 , 1 2 ) . .

1 22


X

LAS IMPERFECCIONES «Esforzaos

por alcanzar el

amor . a

Cor 14, 1

Estamos destinados a conv ivir la vida divina en Jesucristo mediante una acti va participación en la v i da del que es n u e s tr a cabeza . Pero en Cristo no hay p e c ad o ni sombra de im­ perfección : todas sus obras son perfectas, tanto en su ej ecución exterior como en s u espí r i t u interior . Le es imposible obrar con una car i da d i m p er fect a , por temor al castigo o por una esperanza de recom­ pensa . Todo lo hace por amor p urí s i m o hacia el Pad re , atendiendo únicam ente a su deseo y a su gloria . Cristo vive su vida de oración con absoluta perfección y fideli dad : su oración es a do r a d ón , ac­ ción de gracias, intercesión y reparación p erfe c t a s . Su mortificación es también perfecta en todos los aspectos ; su sed de inmolación no conoce otros lí­ mites que el ben e p lác i to del Padre . Su a mo r a la pobreza , a la renuncia , a la h umi ll a c ión ante los h om bre s , es h eroico, e igu a lm e n t e lo es su amor a los hombres : ni siquiera a los enem i gos guarda ren­ cor su corazón : se en trega a ellos voluntariamente y dej a que le atorm enten con sal vaj e c r ue l da d . Cristo 1 23


da su sangre y su vida lo mismo por sus amigos que por sus enemigos. No hay acción o pensamiento suyo su scep t ible s de perfeccionamiento : todo lo que hace, dice o sufre, es insuperablemente perfecto . Son actos, los suyos, que agradan todos inmensamente al Padre y le d a n una inmensa gloria. Compa r ti r esta vida divina, revivirla : ésta es nuestra vocación como cristianos . Por lo tanto, no sol am en te debemos librarnos de todo pecado, incl uso venial , sino también luchar i nce s a n te m e nte por li­ brarnos de las imperfecciones que suelen afear los a ctos y p e n sa m i e n tos nuestros que de suyo son bu eno s . 1.

Obramos fre«:uentemente «:on imperfe«:«:ión

El Señor n o nos impone la re n un c i a absoluta a las cr iatu r as , pero la aconsej a, a fin d e que Dios, su voluntad , su beneplácito, su gloria, sean n ue st ro único amor. N o nos manda vender todo lo que posee­ mos y darlo a los p obr es y seguirle, pero lo aconse­ ja : 1<Si qu i eres ser perfecto, ve, vende cuanto t ie n es , dalo a los pobres y tendrás un te so ro en los c i e los , y ven y sígu e me » (Mt 1 9 , 2 1 ) . No n os manda renun­ ciar al matrimonio, pero l o aconseja como algo más p e rfec to para aquellos 1<a q ui en es ha sido dado a entender esto)) (Mt 1 9 , 1 1 ) . A c on sej a servir con hu­ mildad : 1< el que sea mayor e n tre vosotros, sea vues­ tro servidorn (Mt 2 3 , n ) , 1< cu an do seas i nvitado, ve y siéntate en el postr er lugarn (Le 1 4 , 10) . 1< No os p reocu péis , diciendo : ¿ qué beberem os , qué comere­ m o s o qué vestiremos ? Los gentiles se afan an por todo eso ; pero bien sabe vuestro Padre celestial que de todo eso tenéis neces i da d . Buscad , pues , pr i m e ro ) 24


el reino y su j ust ici a , y todo lo d em ás se os dará por añadidura 11 ( Mt 6, 3 1 -33 ) . cc Hac e d al prój imo todo lo que deseáis para vosotros11 (Mt 7, 1 2 ) . " No resistáis al m al , y si alguno te abofe tea en la mej illa derecha , preséntale también la izquierda ; y al que quiera l i ti gar contigo para quitarte la túnica , dé­ j ale también el manto , y si alguno te requisara para una milla, vete con él dos . Da a quien te pida y no vuelvas fa esp al da a quien te pida algo pres­ tado 11 (Mt 5 , 39-4 2 ) . Para cumplir la ley basta hacer lo que está man­ dado ; si observamos los mandamientos, no comete­ mos ning ú n pecado. Pero más allá de lo que no puede ser hecho u omi tido sin . pecar, sin ofender a Dios, queda abierto a nuestras aspiraciones el vasto horizonte de las cosas que no están mandadas, sino solamente recomendadas o aconsej adas ; que no son solamente buenas, sino mejores ; que no entran ya en los estrechos límites del mandamiento, sino que pertenecen a la vida de perfección. En estas cimas ya no hay lugar a posturas tibias frente al pecado venial y a los defectos ; hay sólo vida in­ tensa , deseo ardiente de hacer todo el bien posible siempre que se presente la ocasión , el bien hacia el que nos sintamos movidos interior o exteriorm ente , y de hacerlo con la m 11 yor entrega y perfección po­ sibles. Deseo ardiente de no perder nada de todo el bien que podamos hacer , de no perdonar fatiga para realizar cualquier acción nuestra con mayor perfec­ ción . En es tas cimas reina el «ardor de la caridad11 , d e aquella caridad que ama verdaderamente a Dios sobre todas las cosas, y ta n sinceramente, tan ínti­ mamente, que excluye todo lo que podría desagra­ dar al Señor o agradarte menos, e incita eficazmente 12S


al alma a practicar lo que más le gusta y l o Q u e le p ro cu r a una mayor glo ria Por eso aquí, que es donde acaba el campo de lo que es obj eto de simple deber y de e st r i c to p re­ cepto , se abre también el vasto c a m p o de las i m.p e r­ f e cci o n e s . O br a mo s con imperfección cuando cum­ plimos, sí , lo que está mandado, pero a la vez dej amos más o m en os sistemáticamente para los que qu ie re n ser perfectos lo que se sal e de la estricta obligació n . Obramos también con imperfección siem­ pre que p rac t i ca mo s lo que e s j usto y bu en o mas sin la de lic ad ez a y pulcritud que debe caracterizar a un alma que tiende seriamente a e l evarse más ca d a día . Podríamos , deberíamos hacer m ej o r lo que ya h acemos bien : orar, estudiar , obedecer , etc . Hace­ mos el bien inenos perfectamente de co m o som os capaces, o, lo que es lo mismo, no ha c e mos todo el bien q u e p o de m os . Cada día afeamos nuestra alma con nuevas im­ perfecciones. Las buenas acciones que vamos encon­ t r and o en el t r a n scurs o de nuestro día son , p oc o más o m en o s la oración , el trabajo , las obras de caridad , las mortificaci ones , los sufr i m i ento s A toda e s ta cadena casi ininterrumpida de buenas obras se adhiere el moho de las im p erfecciones. Las m á s de las veces nuestros actos sobrenatu­ rales buenos , como la oración, la obedienci a , la m or t ifi c ación la obligación d e amar al p rój i m o y aun a los enemigos , las prácticas religiosas de toda clase , las realizamos no tanto inci tados por u n p er fecto amor a Dios, cuant o por un a.mor i mp e rfe c t o , e s deci r , por temor al castigo, por la esperanza de premio, de glo r i a y de atraernos la bendición del Señ or . B uscam os a Dios, sí, m a s para satisfacción .

,

,

.

,

­

1 26


nuestr a , porque en El encontramos nuestra felici­ dad . Y así, pri vados de esta cari dad pura , muchos, demasiados de nuestros actos quedan muy imper­ fectos. Frecuentemente obramos con un amor muy d é­ bil, un amor de Dios que ni s i q u ie ra de lejos se pa­ rece al que debe tener un alm a fervorosa . :f: sta es otra fuente de imperfecciones . Nuestros actos, naturalmente buenos, por • ej em­ plo, el trabaj o, el cumplimiento de las obligaciones . familiares o profesionales, el comer o descansar, el estudio , no siempre están animados del espíritu de fe y pureza de intención que son necesarios para sobrenaturali zarlos . Más hien proceden de nu estro ni.od a de ver, juzgar y pensar simp le me n te hunui.no .

Obrar de esta forma constituye una urdimbre de im­ perfecciones . A veces nos sentimos movidos a hacer algo bue­ no, por ej emplo, a rezar ; pero preferimos cual­ quier otra cosa , buena tam bién en sí misma, cual­ qui er otra ocupación i nnecesaria, a pesar de que no nos p o d e m o s disim ular que sería m ucho mejor aten­ der a esa inspiración del rezo. Así es como muchos de n uestros actos buenos se transforman en actos i mperfectos . Una inagotable fuente de imperfecciones es, fi­ nalmente, nuestra inn a t a mala costumbre de no te­ n e r , a nte todo, la m i ra de n u estras acciones dirigida hacia Dios, hacia su beneplácito, su gloria , su vo­ luntad, sino , al contrario, fija en n osotros mis mos Nos hemos acostumbrado a j u zgar los sucesos , las experiencias , las circunstancias, incluso los hom­ bres, en primer lugar desde nuestro punto de vista personal : estimamos buena una cosa en cuanto nos .

1 27


parece

deseable ; la llamamos mala, si no es confor­ a nuestros deseos . No nos preocupa el saber si es o n o en sí agradable al Señor. Nos portamos como si nos hubiéramos olvidado totalmente de f:I , por estar concentrados en nosotros . Y esto mismo nos ocurre en la oración y en la recepción de los sacramentos : los llamamos buenos cuando sentimos gusto y cuando nos procuran consuelo . Siempre el ccyo » en primer lugar ; ¿ y el Señor ? De esta dispo­ sición proceden todos los días innumerables actos imperfedos, que podrían y deberían ser más perfec­ tos, más en consonancia con la divina voluntad . j Cuántas imperfecciones , con las que estropea­ mos el bien que hacemos ! Y, sin embargo, les damos muy poca importancia . Esta indiferencia es un g ran­ dísimo obstáculo para nuestro progreso espiri tual . cc Claro está que es i mposible el progreso de nu estra voca�ión , mientras no nos limpiemos de estas im­ perfecciones» (cf. Su bida de l mon t e Carmelo, lib. 1 , cap . n ) . ¿ De dónde proviene esta indiferencia respecto a las imperfecciones , incluso en quienes se esfuerzan por romper con el pecado venial o han efectuado realmente tal ruptura ? Proviene de que nos deci­ mos : ya hay bastante con no pecar, y de que no nos damos cuenta suficiente de nuestra vocación a la perfección y de lo mucho que estorban las im per­ fecciones en la vida espiri tual . me

2.

Importancia de las imperfecciones

El acto imperfecto es, de suyo, un a cto bueno , ya que n o hay en él pecado o transgresión de un mandamiento o prohibición divinos . Pero es un acto 1 28


IX LAS TENTACIONES cNo nos tentación . »

dejes caer en la M t 6, 1 3

¡ Co n v i v i r la v i d a d e Dios en Cristo Jesús como

! Cristo <fpadeci6 y fue te n ta do » ( Hebr 2 , 1 8 ) . El Apóstol lo d i ce y re­ pite explí'citamente : « Fue probado en todo a seme­ j anza n uestra , excepto el pecado » ( Hebr 4, 1 5 ) , y el Evangelio narra p roli j a m e n t e c6m o , de sp ués del ba u t is m o en el Jo r d án el Señor « fue llevado por el Espiritu al desierto para ser tentado por el dia­ blo » ( M t 4, 1 ) . ¿ No es és t e un hecho m ist er.i oso ? El Espíritu Santo i m p u l sa al m i sm o sobre quien poco a nt es en el Jordán se vieron los cielos abi e r tos y sobre quien reson6 la voz del Padre : « f: ste es mi Hijo . muy amado, en qu ie n tengo mis co m pla­ c en c ia s >> , y lo conduce al d e s i e t t o de Judea para que sea tentado por Satanás. La lit u rg i a de la primera do m inica de cuaresma ve en el Señ or así conducido al u Cristo total» , es decir, a C risto unido con su Iglesia a su cuerpo místico , a todos nosotros. Todos los que en el bautismo hemos sido admitidos en Cristo y en la Iglesi a , nos vemos conducidos al de­ si e r to para participar e n su vi d a para proseguir m i e m bros de su cuerpo místico

,

,

,

113


su v i da en n osotros y ser tentados co n Él por Sa­ ta n ás . Es voca ción n u est ra , c om o m ie m b ros de Crist o , vencer COI). su fuerza al e n e m igo , al m undo , al dem on i o y a la carne, para gloria del Padre y con el fin de co nq u i star de este modo la coron a de la vida. « El que se ba te en el estadio, no es coro­ nado si n o lucha según las reglasH (2 Tim 2 , 5 ) . « B ien a ve n turado el varón que soporta la tenta c ión , porqu e, probad o , recibirá l a co ron a de la vida que Dios prometió a los que le aman H (lac r , r 2 ) . « Te n ed por sumo gozo veros rodeados d e diversas tentaciones , considerando que la prueba de vues­ tra fe e n gen dra la paciencia . Mas tenga obra per­ fecta la pa c i e n ci a , para que seáis pe r fect os y c um ­ plidos, sin faltar en cosa alguna)) (Iac 1 , 2 -4) . La virtud puesta a p r ueba en la tentación, se fortifica

y crece. 1.

Qué

es

la tentación

Lo sabem os todos demasiado bien por experien­ cia d i ar i a . Bastante tenemos que sufrir por l as ten­ taciones que nos vienen de n u estr a naturaleza , que, a co n sec uenc i a del pecado original , arrastra el s ell o de la concupiscencia. Como si no nos bastase este enemigo i n te rn o , estamos circundados por enemigos externos que con s us lisonjas i nt en ta n arruinarnos : el mundo y el demonio. << Estad alerta y ve l a d , que vuestro adversario e l d i a bl o , como león ru­ g i e nte , anda r o n d a n d o y b u s c a a qu ié n devorar» (1 Petr 5, 8) . Se l e ha concedido l i c e n c i a para moles­ t a r n o s y est imular nuestras peores pasiones. Fu­ rio so de od i o y de e n vid i a contra nosotros, quiere aplastar e n nosotros a Cristo, causar l e perj u i c i o y 1 14


derrotas, a Él , cabeza n u es t r a, q ue en nosotros vive le c om ba t e . ¿ Quién se atreve a poner en duda que en el dem on i o encontramos un adversari o mu­ cho más fuerte que nosotros ? Con el diablo está aliado el m undo . Al hablar de e< mundo n , en t e n de m os todas las per son as que vi­ ven para sat i sfac er su a m or propio, orgullo y sen­ sualidad . ((Todo lo que hay en el mundo es concu­ piscencia de l a carne, concupiscencia de los oj os y el orgullo de la vida>> ( r Ioh 2 , 1 6) . Viven para el di n e ­ ro y la sa tisfa cción de sus sentimientos . La pobreza , y más si es libremente elegi da, l a castidad , son para ellos locura . La::; humillaciones y las ofensas volun­ tariamente aceptadas , n ec e dad ; orar, una ocupación bu e n a para quienes no sirven para otra cosa . Y que­ rrían inculcarnos estos principios ; con p ala b ras y ej e mplo s se empeñan en arra s tra rnos al camino an­ cho que conduce a la perdición . Intentan descorazo­ n a r nos , haciendo burla de nuestro p e n sami ento y de nuestra vida , de nuestra religión y nuestra Iglesia . Y fr ecuent eme nt e no son personas que si gu e n las p r á cti ca s del mundo, sino p e rson a s de cristianismo inope ran te en la práctica , que con su ej e m pl o y ·c on­ sej os nos dan ocasión de pecado . Su seducción nos inclina a compartir su vanidad, su sensualida d , su frialdad ante el prój i mo . Concupiscencia y pas i o nes en nuestro i nte rior ; y en torno a noso tros el m u n d o y el d em o n io : ¡ r ea l ­ mente , no nos faltan estímulos ni halagos para i n­ ducirnos a abandonar el bien y obrar el mal ! « Nadie en la tentación diga : soy tentado por Dios . Porque Dios ni puede ser tentado al mal ni ti enta a nadie >> (Iac 1 , 1 3 ) . ¿ Cómo podría ser santo Dios si nos indujera al mal ? Dios no nos tient a n u n y

115


ca : sólo permite que seamos tentados, i n terior y ex­ teriormente . Dios reina también sobre el tentador , que puede acercársenos sólo hasta donde e1 Señor lo permite, pero ¡mo permitirá que seáis tentados sobr e vuestras fuerzas, antes dispondrá con la ten­ tación el éxi to para que podáis resistirla» (I Cor IO, 13) . Si Dios perm ite que seamos tentados, es porque persi g u e un fin divinamente sabio y subl i m e . No lo permitiría si no supi era sacar un bien de las ten­ taciones a las q ue nos somete, razón por la cual las tentaciones no son para nosotros un mal , sino un gra n d e bie n . ¿ Por qué ? , porque son un m ed i o in­ susti t ui ble en la empresa de la purificación del cora­ zón . Como una bengala, ilumi nan los abismos de la sensualidad , de la concupiscencia, del amor pro­ pio , del egoísm o , de la avaricia , del odio ; y así se con vierten en guía del conocim iento qu e tenemos de nosotros y de la verdadera humildad . En los mo­ m entos de tentación v e m o s con claridad infalible lo débiles que somos, l o poco que hace falta para apartarnos d el bi en y precipitarnos en el m a1 . Las ten taciones nos incitan a combatir y a resistir v i ri l ­ mente, expiando de este modo n uestra i n dol e n ci a y negligencia en otras épocas de nuestra vida ; n os obligan a man tenernos en guardia , a prohibi rnos cuanto podría converti rse en cebo d e fa tentación ; nos instan a dedicarnos con interés a la oración , p o r que si querem os vencer necesitamos m u cha ora­ ción , y la gracia está v i ncu l a da a fa oración . La tent a c i ó n es un precioso medio para el pro­ greso del alma, y por e s t o es un bien gran dísi m o . Nadie q u e s e e m p e ñ e seriamente en la búsqueda de D ios , p u e d e verse ex e nt o de ella . La tentación nos '

1 16


despierta dc-1 letargo de la t ibi e z a y nos e s p o l ea a r e alizar sa crifici o s y actos de mortificación . Además, tie n e el fin, y la fuerza también, de hacernos ade­ lantar en la virtud : toda tentación combatida y v e n c i da es un acto de virtud y redunda en su acre­ c e nta m i e n t o Al com batir una i n ci p i e nt e duda contra la fe: despertamos un acto de fe ; al defendernos de u n sentim iento de sospecha , de odio, de envidia , o de u n p e n sa m i e nt o poco ca r i ta t i vo que nos asalta , suscitam ós una r e ac c ió n de humildad . ¡ En qué pa­ raría nuestra virtud si no tuviéramos que co m batir tentaciones ! En la luch a contra éstas , aquélla se purifica , se fo rt a l e ce se consolida . Reaccionando con ­ tra la desgana en la o r a c i ón y en las cosas reli­ giosas, se robustece n ues t ra fid el i d a d a D i os El v e rn o s persegui dos o calumniados puede transfor­ marse en una ventaj a , si soportamos con p ac i e nc i a y hum ildad por amor d e Dios . La tentación es también una fuen t e inago t a b l e d e méritos para l a vida eterna . Cada victoria obtenida sobre la tentación aumenta la gracia santificante y la vida d i vina en nosotros ; nos une más estrecham ente a Cristo . Razón tiene el a pósto l Santiago al excla1nar : uTened por sumo gozo veros rodeados de di versas tentaciones, considerando que la prueba de vuestra fe engendra la paciencia. Mas tenga obra pe r fec t a la p a ci e n c i a , porque seáis p e r fe c to s y c u m ­ p l i d os sin faltar en co sa alguna » (Iac r , 2-4) . ¿ Extrañaremos , pues, nuestras tentaciones o nos atreveremos a lamentarnos de e ll as ? « Porque eras acepto a Dios , fue ne c e s a r io que la tentación te probasen (Tob 1 2 , I 3) . Con estas palabras con­ suela ·el angel a Tobías en la hora de su prneba. J.,as tentaciones s o n e l P remio del sin c�ro su spirar .

,

.

.

1 17


por Dios y de la :fidelidad a f: l ; si las perm i te, es para que nos purifiquemos, y purifi cán donos nos hagamos más agradables a sns oj os . Las tentaciones nos son necesarias . Si las aprovechamos bie n , serán para nosotros fnente de gracias. 2.

N uestra conducta en la tentación

Sería una presunción desear la tentación o que­ rer provocarla sin motivo, pero sería u n error te­ merla com o si el Señor no nos fuera a proporcionar la necesaria asistencia de su gracia. Sería inj usto entristecernos cuando presentimos que llega y creer que todo está perdido . Nunca estamos solos y siem­ pre tenemos la certeza de que Dios no nos abando­ na : j amás permite que seamos ten tados más allá de nuestras fuerzas . Dios no demuestra su cuidado de nosotros ahorrándonos la tentación , lo cual , más que apro_vecharnos , nos perj udicaría, sino al no per­ mitir que seamos tentados hasta rebasar n uestra capacidad . Conoce mejor que nosotros n uestro lí­ mite . ¿ No es f:I quien nos da las fuerzas con su gracia ? Contiene la tentación en su m edida opor­ tuna y no tolera que se ensañe demasiado . Para las tentaciones más graves nos da una gracia m a­ yor , a fin de que podamos resistir y vencer. Dios nos ama y con oce las profundidades de nuestra alma : ansía vehemente, divinamente, que seamos fuertes y venzamos ; vive en nosotros, Padre , H ijo y Es­ píritu Santo, infinitamente próximo, con obj eto de sostenernos en la lucha y conduci rnos a la victori a . Cri sto, la cabeza , la vid, habi ta e n nosotros : s u fu erza circula 'Com o sav ia en el alm a . Cristo s e pone siempre de nuestra p a rte para vencer, en y con nos1 18


otros, al m u n d o , al demonio . Y a la carne . 1< Confiad : yo he v e n c i do al mundo» ( Ioh 1 6, 3 3 ) . Y nosotros

n os apoyarnos en e sa su fu e r za que actúa L: n nos ­ : (( Todo lo p u ed o en Aquel qu e me c o n for t a » (Phil 4 , 1 3) . ¿ Qué debemos temer los que en el ba u ti s mo hemos sido marcados con l a con traseña de l a cruz e i l u m i n a d o s por la luz de Cristo, los que hemos sido inj ertados en Él para participar en su v i da ? (( El Señor es mi luz y mi sa l v a ci ó n : ¿ a quién voy a t e m e r ?n (Ps 26, 1 ) . Pod e m o s aplicarnos con­ fiadamente las p a l a br a s del sa lmo que rezamos todas las t a r de s en· completas : « Te enviará a sus á n gel es para que te guarden en todos tu s caminos, y e ll o s te llevarán e n sus m a n os para que no tropieces en las piedras. Pisarás sobre áspi des y víboras y hallarás al león y al dragón . Porque me amó, yo le salvaré ; yo le d efe n d e r é porque confesó mi nombre . Me in­ vo ca r á y yo l e oiré, es ta r é con él e n la tribulación , le sacaré y le h o n r a r é . Le saciaré de días y le daré a ver mi salvaciÓO >l (Ps 90 , I I ss) . U n i dos así a Dios y a C r i s to , cabeza n u e st r a , el gTa n tri u n fado r , va m os valerosamente al e n cuen tro de la tentación con la vi sta s e re n a que sabe distin, guir e n la tentación entre el primer m o vi m i e n t o , l a consigu i e n t e complacencia d e l hombre i n fe r i o r , y el verdadero consen tim iento propiamente dicho del h o m bre superi or. El demonio o nu e stra imaginació ll. nos pon e n ante los oj os el fr u to prohibido, a vece!S con gran vivaci dad , i n si st en c i a y obstinación . Ma!S todo esto no es sino el p r i m e r movimiento, una suge, re n c i a que no co n st i tu ye absolutamente n i n g ú n peca, do m i e n t ra s n uestra voluntad no o t orga su consen t¡ , m i ento . Pero la tentación pr o sigue : sin quererlo, el h o mbre inferior qu e h abi t a en nosotros se ve atrat otros


do por el fruto prohibido que se le presenta, y expe­ rimenta cierto agrado . Esta complacencia de la parte inferior tural ,

de nuestra na t uraleza influye,

sobre

la decisión

de

nuestra

como es na­

volun tad libre ,

y la i n vita a consentir . Entonces hay que deci dirse .

Si

la

ción

voluntad

es

rehúsa

rechazada

su

consentimiento , la tenta­

enérgicamente :

la

voluntad

ha

A. veces vacila un momento : no querría ofender a Dios, pero al m i sm o tiempo querría gozar vencido .

del fruto prohibido. También puede suceder que la voluntad resista sólo a medias

decisión absoluta,

que

y

le

falte

una

que rechace realm ente la tenta­

o

ción , pero sólo cuando se ha dado cuenta de que la cosa

le

va

ánimo en claridad ;

resultando peligrosa :

es

un

estado

de

el cual el entendimiento no ve con toda la

voluntad

está

encadenada

en

cierto

modo por la incipiente actuación de la concupiscen­ cia : es el estado de semiconsentim iento . En

él n unca

se puede hablar de un pecado propiamente dicho.

Muy distinto caso sería si consintiéramos totalmente

a la tentación , esto es, si , a pesar

de la voz de la

conciencia y con perfecto conocimiento del mal, nos dej áramos arrastrar a pensar con placer en el fruto proh ibido, 4ech o .

a desearlo , o todavía

Este pleno

cado mortal ,

si

se

más a gustarlo de

consen timiento consti tuye un pe­ trata de materia grave ;

un

venial , si se trata de materia m enos grave ;

p ecado pero en

ambos casos es un pecado cometido deliberadamente, conscientemente .

Pre7Jengamos !a t e nüu:i 6n : practicando una seria

mortificaci6n

interna y

u n iendo

a

ella

la

oraci6n.

«Velad y orad para no caer en la tentación >> (Mt 4 1 ) . La táctica

impedir que oremos , 1 20

26,

del mu ndo y del demonio tiende

a

i ncluso a infundirnos aversión


a la

oracion .

Preven g amos también

tentaciones

las

huyendo de las ocasiones de pecado, por pequeñas

u El que ama el peligrv perecerá en él» (Eccli 3 , 2 7 ) . Una cosa es exponerse al peligro de pecar mientras se cumple el deber, y otra, sin razón suficiente. ¡ Cu án tos han acarreado gravísimos ma­ les a su alma por haberse expuesto al pel igro de ver , decir, hacer o curi osear algo sin ne ces id a d ! Pre­ vengamos también la tentación alejándola con el traba.jo continuo, con el concienzudo "Cumplimiento de nue st ras obligaciones. u La ociosidad es la madre de todos l os vicios1> , dice la sabiduría popular . Pre­ que sean .

vengámosla,

ocupándonos

de

rror

pecado ,

pequeño

a

todo

por

fomentar nuestro parezca ,

que

ho­ y,

sobre todo, esforzándonos por aumentar en n osotros el amor de Dios y

de Cristo . El am o r

es la mej or

ayuda y la mayor defensa contra la tentación : da fuerza ,

alegría ,

ímpetu

y

arroj o

tales,

que

nos la

queda pronto superada . Combatamos la t en ta.ci6n . Habremos de repeti r muchas veces y con confianza la petición del pa­

tentación

drenuestro :

«no

nos

concédenos la fuerza

dej es

caer en

la

tentación11 ,

de permanecer fuertes en ell a .

Ya q u e el mismo Señor pone en nuestros labios tal plegaria, bien estará que la repitamos continua­ mente .

manifestánd ose la abier­ dire ctor espiritual, pues el manifestarla es ya casi vencerla . El que revela sus propias ten­ Combatimós la tentación

tamente

al

taciones

al

director

espiritual

puede

estar

seguro

de que D i os otorga a éste la gracia necesaria para dirigirle

bien . La revelación de las tentaciones era

nuestros Padres una cosa santa a la que se a tenían rigurosamente . No andaban , ni mucho mepara

1 21


nos, descaminados : este acto de humildad era p a r a ellos un r em e d i o de p ri m e r orden para ven c e r la ten­ ta c i ó n y ahuyentarla. No creamos n u n ca q u e la te n tac i ó n se c o m b at e

con ella, ni siquiera afron­ d i re ctam e nt e : se la co m ba t e m ej o r indire c­ tamente . Apenas se presente, apartemos de ella la m i ra d a para d i rigi r la al Señor, que v i v e de n t ro de nosotros y co m ba t e a nuestro lado , que ha v en c i d o el pecado ; abracémonos a Él en un a cto de humilde sumisió n a su voluntad, de aceptación de esta cruz de la t e n tac i ó n que Él n o s coloca sobre los h om bro s de confianza en É l y de fe e n su p rox i m i da d , d e súpl i ca para que nos transmita su fuerza . De este

ponién donos a disc u t i r tándola

,

modo

la ten tación

si n o cosas

D i os

nos con d ucirá a la oración ,

a la

o n Cristo : no será u n a pérdida , u n a gananc i a . « Dios h a·ce concurrir todas las para el bi en de l os que le aman >> (Rom 8, 28) .

u n ión con

La medio

t e n t ació n excelente

c r istiana

:

así la

y

c

es,

p u es ,

para

realmente una gracia,

ve Dios,

y

un

perfección así debemos n osot ro s

lograr la

vida

de

apreci arla .

Sabemos

que so m os

miembros de Cristo . Con tal la fuerza de Cristo, afron­

con c ie n cia , y apoyados en temos

la

ten tación .

¡ Ve n ceremos !

« Todo

lo

puedo

en Aquel que me conforta n ( Ph i l 4 , 1 3 ) . « B i e n a v e n turado el varón q u e soporta la tentación , porque, p robado, recibi rá la corona de la vida que D i o s pro­ m e ti ó a los que le aman n (Iac 1 , 1 2 ) . ­

1 22


X

LAS IMPERFECCIONES <Esforzaos por alcanzar el amor . •

Estamos destinados a

Jesu c ri s t o m ediante

una

perfección :

c o nv iv i r

act i va

la vida divina en en la

participación

n uestra c abe za Cristo no hay pe c a d o ni som bra d e im­ todas s u s o bra s son perfectas, tanto en

vida del que es Pero en

Cor 1 4 , 1

.

ej ecución exterior com o en su espíritu in terior. es im p o s i bl e obrar c o n una cari dad i m perfect a , por t e m o r al castigo o por u n a esperanza d e recom­ pensa . Todo l o hace por amor p urísimo hacia el Padre, atendi endo únicamente a s n de seo y a su gloria . Cristo v i v e su v i d a de o r a ci ó n con absoluta p erfe c c i ó n y fidelidad : su o r a c i ó n es adoraci ón , ac­ ción de gracias, i n t e r cesi ó n y rep a ra c ió n pe rfe c t as Su mortificación es ta m bi é n perfecta en todos los a spect o s ; su sed de inmolación n o conoce otros lí­ m i tes que el be neplác i to del Padre . Su a m o r a la p o br ez a a la renunci a , a la h um i ll a c i ó n ante los hom bres , es h e r o i co e i gualmente lo es su a m o r a los hom bres : ni si qui era a los e n e m i g os guarda ren­ cor su co r a zó n : se en t r eg a a e l l o s vol u n tariam ente y dej a que le atormenten con sal vaj e crueldad . C ri st o su

Le

.

,

,

1 23


da su sangre

y su vida lo m ismo por su s amigos hay a cci ó n o pensamiento

qu e por su s enemigos. No

suyo susceptibles de perfeccionamiento :

todo lo que

dice o sufre , e s insuperablemente perfecto . Son actos, los suyos, que agradan todos inmensam ente al Padre y l e dan una inmensa gloria . hace ,

Compartir

esta

nuestra vocación

vida

divina,

revivirla :

como cristianos .

ésta

es

Por lo tanto,

no

solamente debemos librarnos de todo pecado , incluso venial,

sino también

brarnos de actos

y

luchar

incesantem ente

las imperfecciones que

pensamientos

nuestros

suelen

que

de

por

l i­

afear suyo

los son

buenos .

1.

Obramos frecue·ntemente con imperfección

no nos impone la renuncia absoluta a pero la aconseja, a fin de que Dios, su vo luntad, su beneplácito , su gloría , sean nuestro El Señor

las criaturas,

único amor. No nos manda vender todo lo que posee­ mos y darlo a los pobres y seguirle , pero lo aconse­ ja :

(( Si quieres ser perfecto , ve, vende cuanto tienes ,

dalo a

los pobr es

y tendrás un

tesoro en los

cielos , y

ven y sígueme » (Mt 1 9 , 2 1 ) . N o nos manda renun­ ciar al matrimon io, pero lo aconseja como algo más perfecto

para

«a

aquellos

mildad :

quienes

ha sid o dado

a

u ) . A consej a servir con hu­

entender esto» (Mt 1 9 ,

(( el que sea mayor entre vosotros, sea vues­

n ) , (( cuando seas i n vitado, ve el postrer lugarn (Le 1 4 , 1 0 ) . « No os

tro servidor» (Mt 2 3 , y siéntate en

preocupéis, diciendo mos o qué todo eso ;

:

¿ qué beberemos, qué com ere­

vestiremos ?

Los gentiles

pero bien sabe vuestro

se

afanan por

Padre celestial

que

de todo eso tenéis necesidad . Buscad , pues, primero 1 24


el reino y su j u sti c i a

y todo l o demás se os da t(\ por añadidura» (Mt 6, 3 1 -33) . u Haced al prój im. I) todo lo que deseáis para vosotros » ( Mt 7, 1 2 ) . n NI) resistáis al mal, y si alguno te abofetea en la m ej i ll �

derecha ,

,

preséntale también la izquierda ;

y al

ql.l_�

litigar contigo para qu itart e la túnica , d�, jale también el manto, y si alguno te requisar� para una m illa, vete con él dos . Da a quien te p i d.� y no v u e l v a s 'la espalda a q u i e n te pida algo pr�, tado » (Mt 5 , 39-4 2 ) . Para cumplir la ley basta hacer lo que está mall, dado ; si observamos los mandamientos, no comet�, mos ningún pecado. Pero más allá de lo que n lJ puede ser hech o u omitido sin . pecar, sin ofendet a Dios, queda abierto a nuestras aspiraciones el vastl) horizonte de las cosas que no están mandadas , sin lJ solamente recomendadas o aconsej adas ; qu e nlJ son solam ente buenas , s in o mejores ; que no entra ll. ya en los estrechos límites del mandamiento, sinlJ quiera

que pertenecen

a

la

vida

de perfección . En esta.�

cimas ya no hay lugar a posturas tibias frente lll p e cado venial y a los defectos ; hay sólo vida i:n., tensa, deseo ardiente de hacer todo el bien posibl � siempre que ·Se presente la ocasión, el bien hacia �l que n os· sintamos movidos interior o exteriormente y de hacerlo con la m a yor en t rega y perfección po, sibles . Deseo ardiente de no perder nada de todo e1 bien que podamos hacer, de no perdopar fatiga par� realizar cualquier acción nuestra con mayor perfec, ción . En estas cimas reina el u ardor de la caridad 11 • de aquella caridad que ama verdaderam ente a Dio!\ sobre todas las cosas, y tan sinceram ente, tan ínti, mamente, que excluye todo lo que podría desagra, dar al Señor o agradarle menos, e incita e:ficazment� •


al a l m a a practicar lo que más

le gusta y lo q u e l e

procura una m ayor gloria .

eso aquí, que es donde acaba el campo d e es objeto de simple d e be r y de estri c to pre­ c e pto se abre también el vasto campo de las imper­ fe cciones . Obramos con imp erfección cuando cum­ Por

lo q u e ,

plimos,

sí ,

que

lo

está

mandado,

pero

a

la

vez

dej amos más o m enos sistemáticamente para los que

quieren ser p erfec tos lo que

se

sale de l a estricta

obligación : Obramos también con imperfecci ó n siem­ pre que practicamos lo q u e es j u st o y bu e n o , mas

sin la delica deza y p u l cr i t u d que d ebe caracterizar a un alm a que tiende seriamente a elevarse nt ás cada día . Podríam os , deberíamos h acer m ej or lo que ya hacemos bien : mos

el

bien

orar,

menos

estudiar, o be dec e r , etc . Hace­ perfectamente de com o som os

ca p ace s o , l o que es lo m i sm o , no hacemos todo el bien que podemos. ,

Cada día afeamos nuestra alma con n u e vas i m ­ perfecciones. Las buenas acciones q u e vamos en con­ t ran d o en el transcurso de nu e stro día son , poco más o menos, la

oración , el tr a baj o las obras d e caridad , ,

las mortificaciones, los su fri m i ento s. A cadena casi inin terrumpida de buenas adhi ere el m oh o de las i m perfecciones.

toda esta obras se

Las más de las veces nuestros actos sobrena t u ­ rales buenos, com o la oración , la obediencia , la mortifi caci ó n , la obli gación de amar al p rój i m o y aun a los e n e m i gos , las prácti cas reli g i osa s de toda

clase , las realizamos no tanto incitados por u n per­ fecto amor a Dios, cuant o por un a.m or imperfe cto,

es deci r , por temor al castigo, por la esperanza de prem i o , de gl o r i a y de atraernos la be ndición d e l Señ or. B u scamos a Dios , sí , mas para sati sfacción 1 26


porque en El e n co n tra mo s nuestra felici­ dad . Y así , privados de esta c a r i d ad p u r a , muchos, demasiados de nuestros actos quedan m uy i m p e r fectos. Frecuentemente obramos con un amor muy dé­

n u estra ,

-

bil, un amor de Dios que ni siquiera de lejos se pa­ rece al que debe tener un ahna fervorosa . Ssta es otra fuente de imperfecciones . Nu estros actos, naturalmente buenos, por : ej em­ plo , el trabaj o , el cumplimiento de las obligaciones familiares o profesionales, e l comer o descansar, el e s tu d i o , no siempre están animados del espíritu de fe y pureza de intención que son necesarios para sobrenaturalizarlos. Más bien proceden de nu estro

niod o de ver, juzgM y p e nsar simp le mente humano .

O b ra r de esta forma con stituye una urdim bre de im­ perfecciones .

A veces nos sentimos mCYVid os a hacer algo bue ­ p o r ejemplo, a rezar ; pero preferimos cual­ quier otra cosa, buena también en si misma, cua1quier otra ocupación innecesaria , a pesar de que no nos podemos disimular que sería mucho mejor aten­ der a esa inspiración del rezo . Así es comó m u chos de nu es t ros actos buenos se transforman en actos

no,

i mperfectos . Una inagotabl e fuente de imperfecciones es , fi­ n al m e nt e nuestra inna t a mala cost umbre de no te­ ner , ante todo, la m i ra de nuestras acciones dirigida hacia Dios, hacia su beneplácito , su gloria, su vo­ luntad , sino, al co n t ra rio , fija e n nosotros mismos. Nos hemos a co s t u m b rado a j uzgar los sucesos, las experi encias , las circunstancias, i ncluso los hom­ bres, en primer lugar desde nuestro p u n t o de vista personal : e s t i m amos buena una cosa en cuanto nos ,

1 27


parece deseable ; a

me

n u e st r o s

la llamamos m a l a , si no deseos.

No

si es o no en sí agradable al Señ or.

hubiéramos

es

confor­

preocupa el

nos

saber

Nos portamos

totalm ente de �1 , nosotros . Y esto mismo nos ocurre en la orac i ó n y en la recepción de los sacramentos : los llamamos buenos cuando sentimos gusto y cu an d o nos procuran con s ue l o . Siem p re el « yo n en primer lugar ; ¿ y el Señor ? De esta d i s po ­ sición p ro ce d e n todos los días i nm1merables actos i m p er fec t o s , que p o d r í a n y d eberían ser más p er fe c ­ tos, más en consonancia con la d i vi na volunta d . como si

po r

nos

estar

i m perfecciones ,

¡ Cuántas m os

ol vidado

con c e n t r a d o s en

el bi e n

con

las

que

estropea­

que hacemos ! Y, sin e m bargo , les damos

muy poca i mportancia . Esta i n d i ferenci a es u n gran­

dísimo obstáculo para nuestro progreso esp i ritual . <e Claro e s tá qu e es i m posible el p r og r e s o de n u e st ra vocadón , m i e n t r a s no nos l i m pi em o s d e estas i m ­ perfeccionesn (cf. Subida del mon te Carmelo, l i b . 1 , cap . I I ) .

¿ De dónde proviene es t a i n d i ferenci a re s p e c to a las imperfecciones, i n c l uso en q u i enes se esfuerzan por romper con el pecado venial o han efectuado realmente tal ruptura ? Proviene de q u e nos deci­ mos : ya hay has tan te con no peca r , y de que no nos damos cuenta sufi ciente de nuestra vocación a la

p erfe cció n

y

de

l o mucho que

estorban

las

im per­

fec c i o n es en la vida espiri tual . 2.

El

acto

I mportancia de las imperfecciones de suyo , un a ct o buen o , é l pe c ad o o transgresión d e u n proh i bición di vinos . Pero e s u n acto

i m perfecto es,

y a q u e n o h ay e n m a n d am i e n t o o

1 28


ser m ejor a do . Nos co n s ol am o s fá­ : no estoy obligado a más, he hecho lo que d e bía y l o sigo haciendo ; y olvidamos q u e el acto im perfecto puede t r a n sfo r m a rs e fácil­ que pu ede y d ebe

c i l m en t e dicién donos

mente en

un

pecado venial , fo

cual p u ede suceder,

lo que nos determ i n a a obrar imperfectamente . Esta causa es el apego desorde­ nado d e una pe r s o n a , al trabajo, a un p l a c e r que en sí está permitido ; o es el amor de la propia como­ didad , el horror al sacrifi cio, la ausenci a de la m or­ tificación debida , del necesario espíritu de fe y de u na visión sobrenatural respecto a la vida práctica , la fa lta de disciplina ; o e s la ligereza y superficia­ li dad en todo lo que respecta a Dios . Es siempre, en

y sucede, por culpa de

el fon d o , u n insuficiente dom i ni o de nuestro orgullo ,

de nu est ro egoísmo . Por pueden encon trarse en el fondo de muchas accione s i m perfectas , las imperfecciones se convierten con frecuencia en pecados veniales, y, por lo tanto, pueden ser m a teria de confesión , a pesar de que, aisladas de estas causas y tomadas en sí m ismas, no sean pecado algun o y no puedan

de

nuestro

estas

amor

causas,

propio y

que

ser m ateria de confesión .

Aunque la imperfección de suyo no es p ecado , es sin embargo, un desord en, porque está necesariamente en contraste con l o que Dios, lo que el Salvador espera y e x i g e d e no so t ro s . Con estos actos imperfectos d em o s t ram o s tener una voluntad po co noble y aun positivamente no generosa : de­ mostramos que es t am o s dispuestos a s e r v i rl e sólo hasta donde el no pecar equ i v al e a no incurrir en culpa o en castigo. Las imperfecciones , rectamente m i ra d as , no sig­ nifican sino que anteponemos nuestro gusto a la vosie m p r e ,

1 29


luntad y al beneplácito de Dios. Buscamos ante todo lo que nos agrada, si bien en cosas buenas y q ue no representan una formal ofensa al Señor . Un trabajo , u n a obligación , cosas todas buenas d e por sí, n o las consideramos primeramente en relación a Dios, sino que las subordinamos a nuestros propios intereses , consideramos si son o no agradables, útiles y prove­ chosas. Este es el desorden que encierra la imperfec­ ción : primero nosotros y luego Dios y la voluntad di vina. ¿ Es éste un perfecto amor de Dios ? Las imperfecciones son , además, una mengua d e l b i e n que podemos y debemos hacer, comprometen el valor moral de la acción buena que realizamos y representan una no despreciable pérdida de gracia, d e méritos y de gloria . Es evidente que de este modo nos privamos de muchos favores y de especiales gracias divinas ; como lo es también que, obrando así , no podemos alcanzar la perfección real ni una perfecta participación en la vida d i vina . Las imperfecciones arrebatan a nuestra alma la nobleza y el vigor . Si no las combatimos eficazmen­ te, se adh ieren a todas nuestras acciones , deprimen el tono general de nuestra conducta y pueden llegar a impedir su completo desarrollo . La costumbre de obrar i m perfectamente conduce fácilmente a un re­ troceso en toda la vida espiri tual . Como consecuen­ cia de los m uchos actos imperfectos, es inevitable que vuelvan a pulular determi nadas tendencias des­ ordenadas que preparan el cam ino al pecado ve­ nial : comienza la cari da d a verse debilitada �or obstáculos que se le van acum ulando , y así empi ezan las desdichas : deberíamos crecer contin uamente en caridad , mas las muchas i mperfecciones atrofian su desarrollo ; ya no podemos cumplir sinceramente 1 30


Dios, con todo o n toda tu m e n t e n .

l' I m a n d a m i e nto u a m arás al Señ o r , tu tn corazón ,

con toda tu alma

y

c

d e a v a n z a r , nos hacemos u nas almas atraEl n i ñ o debe crecer , porque si no crece, no s6 l o no se h a rá n u nca u n h ombre , sino que se hará un ser deforme , un enano ; lo mismo ocurre en la vida i n terior : si no crecemos i n i n terrumpi dam ente en el a m o r , quedarem os como esas pobres cr i a t u r a s en tristecidas, enanos de l a vida e sp i r i t u a l . ,.¡ Y cuán ­ tos hay de éstos ! M u chas de estas almas se e¡i t i bian k•n tam e n t e , poco a poco se vacían y a l i geran . j Qué pena ! No es , pues , la i m perfecci ó n un d etalle si n i m ­ portanci a ; j a m ás es s u fi c i e n t e con t e n tarse con no Ce samos

1iada s .

cometer

n i ngún

pecado

venial ,

pues

queda

mucho

cam ino por recorre r . El que n o avanza , el que no está decidi d o a realizar cada u n o de sus actos m ej or cada día , con más fe , h u m i ldad y p a c i e nc i a , retro­ cede . O m ej orar o retroceder : no hay térm i n o me­ dio,

no

hay

ve n cern os

de

ni

puede haber tr egua .

Debem os

con ­

una vez para siempre . Lo m i s m o que

n u e st ra actitud frente a l pecado venial , tam ­ bién de n uestra postura fre n te a las i m perfecciones dependen nuestro progreso i n t erior, el aumento en gracia y virtu d , y , en últim a con secuenci a , un ma­ yor o menor grado de gloria e n la etern idad . Llegado el profeta Elías a Bersabé y habiéndose retirado desde allí hasta el próximo desi erto de Judá, se recostó baj o u n e nebro, y deseaba mori r . u ¡ Basta , Señor , recibe y a mi vida ! n , tal era su descorazonam i ento . Se adorm ece , mas u n ángel le d esp i erta , y Elías ve j u n to a sí u n vaso de agua · y un pan ; com e y bebe, y vuelve a adorm ecerse . Por segunda vez le toca el ángel y le ordena : cc Levánde

131


tate y come, porque te queda un largo camino» . Elías se levantó y, con la fuerza de aquel alimento, anduvo durante cuarenta días y cuarenta noches hasta el m onte de Dios, Horeb (3 Reg 1 9 , 3-8) . Podemos vernos bajo la figura de Elías, porque también nosotros m uchas veces querríamos decir : u ¡ Basta , Señor ! ll ¿ Será posible que no baste con­ servar el alma pura de todo pecado grave y de todo pecado venial deliberado ? ¿ Será posible que no bas­ te mortificarse continuamente para no cometer nin­ gún pecado venial semideliberado, por sorpresa, por debilidad ? A nosotros siempre nos parece que sí ; pero el ángel del Señor , la gracia, nos va despertan­ do de nuestros pensamientos y nos empuja : « Le­ vántate , que aún te queda un largo camino» , mien­ tras no hayas eliminado -- en cuanto te es posible en esta vida - todas tus imperfecciones. ¿ Cómo lograrlo ? El único medio garantizado es el amor puro , el perfecto amor de Dios y de Cristo . Que esto es lo esencial para nosotros : «esforzarnos para alcanzar el amor» ( 1 Cor 1 4 , r ) . Pregun témonos : ¿ cuál ha sido hasta la actua­ lidad mi acti tud frente a las imperfecciones ? , ¿ qué he pensado de ellas ?, ¿ no las he tomado demasiado a la ligera ? Pidamos al Señor la gracia de llegar , por me­ dio de una ardiente caridad , a hacer todo el bien en cada oc a sión que tengamos , y a hacerlo siempre c on perfe cción .

1 32


XI

LA HUMILDAD «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón.» M t I I , 29

El sa nt o bautismo nos ha transformado en miem­

vivos de Cristo, nuestra cabeza . Por tanto, el la vida i n t erio r del Señor tiene que fluir sobre nosotros, empapándonos por dentro y fuera . El espíritu d e Cristo es en su esencia es p ír i t u de humildad . Precisamente , hablando de l a hum ildad , nos dij o el Señor : <<Aprended de mí, que soy m an­ so y humilde de corazón» (Mt n, 29) . bros

espíritu,

l.

Qué es la h umildad cristiana

El mismo Señor nos traza un sublime cuadro de la humildad en la famosa parábola del fariseo y el publicano. u Dos h om b r e s subieron al templo a orar, el uno fariseo y el otro publicano. El fa r i s eo , de pie, oraba para sí de esta m anera : ¡ Oh , Dios ! , t e doy gracias d e que no soy com o los demás hom­ bres : rapaces, i n j ustos , adúlteros, ni como e st e pu­ blica n o . Ayuno dos veces a la semana, pago el diez­ mo de to do cuanto poseo . El pu bl i ca n o se quedó allá lej os, y ni se a tr a v e í a a l e va n t ar los ojos al cielo, 1 33


y hería su pecho diciendo : ¡ Oh , Dios ! , . ¡ sé pro­ a m í , pecador ! Os digo que baj ó éste j ustifi­ cado a su casa y no aquél . Porque el que se ensalza s e r á humillado , y el que se humilla será ensalzado» ( Le 18, 9- 1 4 ) . E l orgu llo es la estima desordenada de las pro­ pias cualidades . Es orgulloso el que se atribuye l o bu eno q u e en él hay como si fuese m érito suyo . El soberbio se complace en sus dotes , rumia con pla­ cer interiormente sus tal e ntos, su sa ber , sus mé­ ritos ; d esea que todos los demás se convenzan de lo m i s m o , que lo comenten y adm iren (vanagloria) . Esta autocomplacencia engendra u n a orgullosa con­ fianza en nosotros : el soberbio cuenta con su propia capacidad , su i nteligenci a , su criterio ; no necesita el consej o ni la ayuda ajenos ; se considera más inte­ ligente y p erspi caz que los demás ; n i siquiera sien­ te la necesidad de dirigirse a Dios para obtener su luz , su fuerza y su gracia . El soberbio cree bastarse a sí mismo. La com placencia prop ia lleva a consid erarse su­ p e riar a todos. E l soberbio desprecia a los demás, los m i r a de arriba abajo , se cree bastante mej or que ellos ; exactamente igual que el fariseo del que nos habla el Evangel i o . De la com placencia e n sí m i s m o se deriva tam­ bién la ambici6n, o sea , el deseo desordenado de alabanza , de admiración , est i m a y fam a , acom paña­ do por el temor de no ser ba st an t e considerado y apreciado , de ser olvidado quizá , de pasar inad­ vertido ; de s e r despreciado ; por el temor de q u e otro cualquiera nos pueda igualar o s u p e r a r , lograr un triu nfo y una reputación m ayores, ej ercer una influenéia más amplia . p icio

1 34


Así es como de la depravada raíz de la sober­ van brotando los movimientos de envidia, celos , odio y la más fe r oz enemistad . El ambicioso i ntenta s e r el primero en tod o , quiere dominarlo todo , tener siempre razón, imponer a todos sus opiniones y sus caprichos, desempeñar el primer papel , por lo cual no raras veces llega a ponerse en ridículo . Disimula cuanto puede sus defectos, y se transforma en es­ clavo de la vanidad y del respeto humano, e n per­ sona sin carácter , falsa e insincera en su talante, pa­ labras, sentimientos ; en todo su ser . E l humilde mira ante todo al Señor : Tu so lus san c tus, tu solus altissimus. Sabe que por sí solo nada tiene y nada es ; reconoce, desde luego, el bien que en él hay y las cualidades que posee, mas tiene siempre presente aquello de : u ¿ Qué tienes que no hayas reci bi do ? , y , si lo recibiste , ¿ d e q u é te glorías como si no lo hubieras recibido ? » (1 Cor 4, 7) ; se humilla en el reconocimiento de su propia nada y de su a bsol u t a dependencia de D i o s , y pe r m a n e c e en el puesto que le corresponde . El humilde ve con claridad que no tiene nada que no haya rec ibi d o , ni en el orden de la naturale­ za : vida, cuerpo, inteligencia , talento, salud y fuer­ za, ojos , m iembros : nada ; ni en el orden de la gracia : u Dios produce en nosotros el querer y el obran> (Phil 2 , 1 3 ) , u n o q u e de nosotros mismos sea­ mos capaces de pensar algo, que nuestra suficien­ cia viene de Dios » (2 Cor 3, 5) : ningún pensam iento , ninguna decisión saludable y g r ata a D i o s , ninguna obra buena, ni siquiera la más íntima, ninguna ora­ ción , ningún acto de fe o d e caridad proviene de n osotro s mismos, ni podemos llamarlo completamente nuestro . .� hi a

1 35


Nuestra m isma cooperación con la gracia, el no abusar de las gracias que Dios nos da y el corres­ ponderles, es fruto de la acción de Dios en nos­ otros . Tan exacta es la palabra del Apóstol : « l Qué tienes que no hayas recibido ? » Nada, absolutamen­ te nada . Hay, sin embargo , algo que es exclusivamente nuestro : el pecado . El humilde sabe muy bien que, por su propia cuenta , sólo es capaz de esto : de pe­ car ; sabe que abandonado a sí mismo es capaz de cualquier pecado. Si no ha caído en estas o eñ aque­ llas culpas, no se lo debe a sí mismo, sino única­ mente a Dios, que en su infinita misericordia lo ha preservado : abandonado, no hubiera podido defen­ derse . Como el publicano del Evangelio, se reco­ noce pecador , indigno de levantar siquiera su mirada hacia el Señor, indigno de la estima, la considera­ ción y el afecto de los hombres ; merecedor de ser tratado como lo que es : un pecador . La humildad de espíritu encuentra su expresión práctica en la humildad de voluntad y de acción . Al humilde no le preocupan su honor ni la afirma­ ción de su personalidad , s u s caprichos , deseos o gustos ; ama y aun busca el desprecio , la ignominia y la inj usticia, para sufrirlos j unto con el Reden­ tor humillado y repudiado por los hombres. Consi­ dera un honor el poder estar tan cerca de Jesús - como miembro de su cuerpo místico - para , con f:l , ser obedi ente , sumiso, postergado, y, con f: l , padecer contrariedades e i nj usticias. Comparte la vida humilde del Señor , y estima como un privi­ legio el poder convi virla . Lleno del e sp í ri t u d e Cristo , ni siquiera desea salir de esta condición en que se encuentra : no aspira a grandes y brillantes 1 36


afirmaciones personales, a gestiones, encargos , ho­ nores ; satisfecho como está de las modestas posi­ bilidades de acción que le han sido otorgadas, del trabajo y el campo de actividad que se le ha con­ fiado ; satisfecho incluso de ver cómo los demás rea­ lizan obras más dignas de consideración . El humilde tiene intuición suficiente para des­ cubrir sus propios defectos y debilidades, conoce al detalle sus infidelidades y faltas diarias : está dis­ puesto a admitir que tiene más deficiencias y debi­ lidades que los otros . Cuanto más adquiere conciencia de su propia nada e indignidad , tanto más se apoya en la mise­ ricordia , la gracia, el perdón, el favor y la cercanía de Dios y del Redentor . Nadie será mejor hombre de acción que el humilde, nadie invocará como él la 1 uz y la fuerza del cielo ; nadie tendrá una confianza en Dios como la suya , serena e inconmovible. Cuan­ to menos pueda y menos intente obrar a solas, tanto más actuará en él la gracia divina . A Dios le gusta crear de la nada . En Dios y en Cristo, el humilde s e encuentra fuerte , animoso, intrépido, al nivel de cualquier empresa y de cualquier revés, dispuesto a cualquier renuncia . uTodo lo puedo en Aquel que m e conforta» (Phil 4 , 1 3 ) . E l humilde tiende solamente a Dios, a s u vo­ luntad , a su beneplácito, su prescripción o su tole­ rancia . El humilde saborea la maravillosa hermosura de la voluntad divina y de su santa y sabia providen­ cia : vi ve sin preocupaciones , a bandonado a sus bra­ zos. Su vida e5 alegría en la voluntad de Dios y de Cristo : reconocerse pobre o débil no le preocupa ni agita ; no se mira a sí mismo, si no a Dios : sus dis­ posiciones, permisiones , misericordia, su amor y su 1 37


gusto . A pesar de reconocerse tan imper fecto, es feliz. No quiere sus imperfecciones, detesta y com­ bate sus <lef!ctos, pero no le inquietan ; sólo le humi­ llan , y por eso le empujan más hacia Dios . le incitan a la oración y la confianza . Ya querría él apresu­ rarse hacia las cumbres de la perfección, pero está contento de que las cosas vayan tan despacio y tan dificultosamente, a pesar de encontrarse tan lejos de la meta . Todo lo acepta como el Señor lo envía, en todo se acomoda plenamente a la guía , a la dirección y a la providencia di vinas. Lo único que quiere es ser pequeño, no hacer nada por sí mismo, sino depen­ der siem p re del Señor, abandonarse confiadamente en sus brazos. ¿ Quién puede gozar de una mayor liber­ tad interior que el humilde ? ¿ Quién hay más libre interiormente, más puro, más sereno, más tranquilo, más próximo a Dios ? Éste es el misterio de la humildad, el misterio de no querer ser nada ante sí y ante los hombres, el misterio de ansiar ser despreciado por amor a Jesús. Pero ¡ qué poc o lo comprendemos nosotros, los cris­ tianos, y la íntima, p rofunda alegría que encierra ! ¡ Por supuesto, amarga y muy amarga es la piel , y dura la corteza ; mas el fruto es inefablemente dulce ! 2.

Por qué debemos ser humildes

l. La humildad es la virtud de Cris t o . u El Ver­ bo se hizo carne y habitó entre nosotrosn (Ioh l , 14) . El misterio de la encartltlJción. del Verbo es el mis­ terio y el acto de humillación y anonadamiento vo­ luntarios y sin límites que de sí hace el Hijo de Dios. Aunque u existiendo en la forma de Dios, no

1 38


reputó codiciable tesoro mantenerse igual a Dios, se anonadó tomando la forma de siervo y ha­ ciéndose semejante a los hombres ; y en la condición de hombre se humilló , hech o obe diente, hasta la muerte , y muerte de cruz» (Phil 2 , 5-8 ) . El Hijo de Dios, la eterna y divina Sabiduría, elige delibera­ damente el anonadamiento, la ignominia de la muer­ te en la cruz . 1C Aprended de mín . Sigamos al Señor al establo de Belén, al escon­ drij o de Nazaret, donde lleva una vida de trabajo, pobreza y obediencia : El Hij o de Dios elige cons­ cientem ente, deliberadamente , la humillación y la obe­ diencia hasta la muerte . u Aprended de mín . Y sigámosle a Getsemaní en la vigilia de su do­ lorosa pasión , donde se ve cubierto por el sucio ves­ tido de nuestros pecados. c< A quien no conoció el pecado, Dios le hizo pecado por nosotros, para que en f:l fuéramos j usticia de Dios » (2 Cor 5 , 2 1 ) . ¡ Qué humillado, confuso , anonadado se siente ante el Padre ! ¿ Hubiera podido asumir una ignom inia mayor que la de los pecados de todos los hombres, pecados de orgullo, de sensualidad , de inj usticia , de impureza , desde el pecado de Adán y de Caín hasta el último que se ha de cometer en el mundo el día del j uicio uni versal ? Ahora ya se puede compren­ der por qué sµ cuerpo se cubre de un sudor de sangre : Cristo se ve recubierto por la sangrante vergüenza de nuestros pecados . Y todo esto lo ha cargado sobre sí , no obligado , sino porque libre­ mente ha querido . <cApren ded de mÍ» . Y ¡ q ué profunda es tam bién la humillación de v·ersc p üspuesto a Ba.r ra b ás ! E1 pueblo, que poco an­ tes l e había aclamado gritando : u Hosanna al Hijo de Davi d » , exige ahora a Pilato : u j Libera a Baantes

1 39


rrabás ! » ¿ Qué hace E l , el j u sto el inocente ? Calla, sufre en absoluto s i l e n c i o esta inmensa afrenta pú­ bli c a ; tanto más pú blica , cuanto que se produce ante el mundo romano-pagano r eprese n t ado por Pilato y ante el mundo hebreo allí presente . Sin una pal a­ bra de resentimiento, sufre ser j uzgado y tratado como un desecho de la humanidad por el p o der pú­ blico y por el pueblo , al que sólo había hecho bien ; ser t ratad o com o un proscri t o , de quien u n a solda­ desca cruel y desenfrenada se burla a sus anchas. ¿ No podía El impedirlo ? ¡ Sin d u d a alguna ! Pero quiere anonadarse hasta el fo n do . Este es el espíritu de Cristo : ansia de anulación , de desprecio, de hu­ m illación an te los h o m br es H Aprended de mÍJ> . j Y la humillación de la muerte en cruz, e n tre d os ladrones ! El m undo de e n t o n c e s n o conocía m u e r te más afrentosa ; era muerte de los esclavos y de los expulsados de la soc i eda d human a . Y es precisamente est a m u erte la que elige deliberada­ mente Cristo , a plena concienci a , ésta y no otra c ua l quie r a HSe humil l ó h echo o bed i en t e hasta la muerte , y muerte de cruz ll , por voluntaria obedien­ cia al Padre . !< Aprended de m í )) . Sí, no hay <luda al g u n a : la humildad es la virtud de Cristo . El , que es nuestra cabe z a , debe proseguir su vida en nosotros , que somos sus miembros. Esta es la razón por la que ta m p o co nuestra vida p u e de ser otra que vida de negación, vida de aut é nt i c a hu­ m i l dad y o bedi e n c ia . 2 . La hum ildad es el presup uesto d e toda vir­ tud y d e t oda perfe cción . Nunca se halla el al m a más d i spu e s t a a recibir la gracia que cuando es hu­ milde . H Dejad que los ni ñ o s se acerquen a mÍ» : ésta es una ley sagrada en el orde n sobrenatural : ,

.

.

1 40

,

,


(( el que se humilla s e rá e n sa l z ad o 1> , y también

da su gracia a los h u m i ldes11 (r P e tr 5, 5 ) .

:

« Dios

La hu m i ldad es, po r otra parte, la confesión de sabiduría , m agn ificenci a , bondad y mi­ sericordia de Dios. Es un con t i n u o u t u solus sanc­ tus », una i n i nterru m p i d a adoración del Al tísi m o . Tal hom enaj e glorifi ca excelsamente a Dios, que no pue d e menos de doblegarse sobre el alma con infinita misericordia y colmarla de sus mejores d o n es « El qu e se h u m i ll a será e n sa l z a d o » La e x c e l e nci a de la h u mi l d a d se ve cl a r a m e n t e en el hecho de que to d a s las d e m ás se basan en la hu ­ m i l d a d y se desarrollan en ella. V e rd a d es que la fe es el com i e n z o de la vida cristi a n a , la prim era de las vir t u de s sobrenaturales ; pero la fe se basa tam­ bién en l a h u m i ld a d , que es su condición . La fe su­ pone la sumisión y la d oci l id a d de la voluntad q u e i n fl uy e sobre la in tel i g e n ci a y la d e t e r m i n a a a cep­ t a r y acatar la verdad d i vina r e v e l a da , que no com­ prende . La fe es la que e l ev a el a lm a a Dios, som e­ tiéndola a S l en v i rtud de la humilda d . Por eso no es posible una vida de fe sin una humildad profun­ da , ni puede darse una verdadera y genuina vida cristiana que no se base en una fe viva . Lo m i s m o pasa con l a obediencia . ¿ Có m o e s d e e spera r una vida de obediencia sin una profunda h u m i l d a d o sea , sin el pro pó s i t o d e someter y sa­ crificar el propio yo, los propios cri t e ri os vo l un t a d y deseos ? ¿ Y c ó m o un s i n c e r o desi n teresa do amor al prój imo, si la humildad no guía el t i mon el del . alma ? Sólo el h u m i l de es verdaderam ente desinte­ resado y a l t r u i s ta : no piensa en :;í m i smo , no persi­ gue primero : m interés ; sólo é l , por lo tanto , puede ser realmente generoso para renunciar, para sacri la potencia, . . .

.

.

,

,

,

-

14 1


ficarse, para darse , para trabaj ar por Cristo y por las almas, para sufrir la i nj usticia y la i ngrat i t u d , para padecer y negarse a s í m i smo . Donde h a y poca h umildad , fatalmente h abrá poca caridad . Sólo e l alma humilde puede ser alma d e oració n . Orar qu iere decir reconocer la propia n a d a , la inca­ pacidad para obrar bien , Dios ;

la propia dependencia de

y al m ismo tiempo confesar la magn ificencia,

la bondad y el amor de Dios para con sus hijos, las criaturas. Y así , ¿ quién se encuentra en condicio­ n es más favorables para la oración que el hum ilde ? Sólo él sabrá agradecer y tomar como un regalo de Dios todo lo que el vaivén del día le trae y sabrá responder con una palabra de amor . El alma humil­ d e , bi en conocedora d � su personal insignificancia , dependencia y nulidad , alimentará una ilimitada e inconmovible sabia

confianza

providenci a .

en

Sabrá

Dios,

en

su amorosa

someterse sin

reservas

y y

aceptar con calma y paciencia todo lo que Dios le envía , a través de los hombres y de las circunstan­ cias difíciles entre las que se encuentre , y a través de la enfermedad y la penuri a .

L a humildad es, e n sum a , la condición i ndi spen­ sable de toda virtud y perfección , así com o , por el contrario, el orgullo constituye u n obstáculo insu ­ perabl e . « Dios resiste al soberbi o » . Por eso la autén­ tica p erfección cristiana n o puede florecer más que sobre el terreno abonado de la humildad . La humil­ dad y el esfuerzo serio por adquirir son todo u n o .

3.

la

perfección

L a humildad es el punto crítico y deci sivo d e

n uestra v i da y n uestras aspiraci ones religiosas . Hay m uchos cam inos , muchas virtudes y m u chos m edios que conducen a la perfecció n del amor ; pero todos 1 42


los medios y caminos por los que el hombre a vanza , se resumen en defi nitiva en la sum isión de la propia voluntad a la voluntad divina, es deci r , que todo se cifra en ser humildes . Orar es abso l u t a m e nte ind i s­ p e ns ab l e y son muchos los que oran, pero al mismo tiempo no acatan la voluntad de Dios , sino que si­ guen en m i l cosas sus propias ideas y caprichos : les falta la humildad . M u ch os se sa c r i fi ca n , pero a su gusto , no según la v o lu nt ad de Di o s , y corren fuera del camino r ec t o : les fa l t a la h u m i l d a d . Todos los m edios y c a m i nos que n os señalan la Sagrada Escr i tura y las vidas de los santos son bue­ n os ; pero, en la vida práctica, nos serán útiles y provechosos en la medida en que estemos entregados a la voluntad de Dios, es deci r , en la medida en que estemos cimentados sobre la humilda d . L a humildad , la sum isión filial a Dios , e s l a que sella la autenticidad y fertilidad de la vida cristiana y las g raci a s particulares y más elevadas que recibe el alma de Dios . Son auténticas especialmente n ues­ tra ora c ió n y n u est r a piedad si y en el gra d o en que van anim adas por la hum ildad , necesitán dose , por otra parte , mucha oración para alcanzar la perfecta humildad . La humildad y la piedad está n , como se ve, íntimam ente unidas . 4 . E l Señor h a vinculado a l a hum ildad u na pro­ m esa maravillosa : u A p'r en ded de mí, que soy m anso y humilde de corazó n , y en c on tr ar é i s la paz para vuestras almas» ( Mt u , 29) . Todos buscamos la paz del corazón , pero ¿ quién la encuentra ? Sólo el hu­ milde . u Hay cuatro cpsas, dice el autor de l a Im.i ta­ ción de Cris t o , que p ro p o rc i o n a n gran paz : Procura , hijo, h a c e r antes la voluntad - de otro que la tuya . Es­ coge siempre tener menos q u e m á s . Busca siempre el 143


lugar más bajo, y está sujeto a todos . D es ea siempre ruega que se cumpla en ti eternamente la divina volunta d Así entrarás en los té r minos de la paz y descanso » {libro 3 , capítulo 2 3 ) . ¿ No son éstos preci­ samente e l e sp íri tu y la ambición del alma humilde ? ¿ Puede darse un hombre más con t en t o en . la pri­ vación, adversidad, injusticia, mortificación u ofensa, que el que nada busea para sí, que nada quiere según el propio gusto y el propio d e seo sino que sólo asp ii:a a lo que es conforme a la voluntad y las disposiciones de Dios ? , ¿ el qu e se tiene por lo que es en realidad, por un pecador, por nada, y así se lo r ep i t e mil veces interiormente : yo merezco cosas aún peores ? En un alma así dispuesta, enmudece todo movimien­ to y todo inicio de descontento, de crítica , de impa­ ciencia o m urmuración contra Dios o las circunstan­ cias o los hombres . f:stas son las bendiciones de la hum i l d ad y

.

,

.

3.

C ómo llegar a l a humildad

Tendremos que recorrer un largo trecho antes de que - siendo como somos, por naturaleza, pa­ rien tes en espíritu del fariseo - nos veamos trans­ fo r m a dos en el publicano, en un hombre consciente de s u propia nada, de su personal incapacidad y d e su total dependencia de Dios y de la gracia ; un hom­ bre que sienta vi vam ente, conozca y r e co n ozca su propia perversidad íntima y su pe ca bi l i da d , y des�e ser t en ido y tratado por todos com o lo que es real­ mente. En nuestra naturaleza está a r r a i ga d a una viva a v e rs ió n a todo lo que es h u m il d a d y humilla­ ción . Reconocemos nuestra nulidad , pero , e n la prác­ t ic a no queremos vivir de acuerdo con esta idea . El ,

1 44


espíritu del mundo, del amor propio, del orgullo, ha penetrado también en nosotros, los cristi an os , incluso entre los que tienden a la perfección, y n o s domina , con frecuencia sin percibirlo , a pesar de que la humildad es el fu n d a m ent o sin el que no puede sostenerse la v e r dadera vida cr isti an a . He a qu í , pues, el gran problema : ¿ Cómo llegar a la humildad ? 1 . Nuestra primera tarea consiste en que nos asimilemos la doctrina del Apóstol : u ¿ Quién es el que a ti te hace preferible ? ¿ Qué tienes que no hayas recibido ? , y si lo recibiste, ¿ de qué te glorías ? » ( 1 Cor 4 , 7) ; u e s D i os quien obra e n nosotros e l que­ rer y el obrar» ( P hil 2 , 1 3) . Yo no puedo atribuirme nada. Si Dios no me diera nada , ¿ cómo podría yo conce bir un buen pensam iento, o desear, intentar o real iza r algo b u e n o ? D e pe n de m os de su acción en nosotros much o más de lo que podemos comprender y aun im a g in a r : ni un solo pens am i ent o , ni una sola decisión o acto de voluntad podemos tener por nu es ­ tras propias f u e rzas , de n osotro s mismos . Como dice e l Apóstol : « Nuestra suficiencia viene de Dios» ( 2 Cor 3 , 5 ) , es obra de su gracia . E s un a enseñanza explícita de l a fe : « El que afirma q ue la gracia de Dios nos es dada en virt ud de nuestra p r op i a oración y n o más bien que la gracia de Dios hace que podamos orar a Dios, contradice al Apóstol : « Fui hallado de los qu e no me busca­ ban , me dej é ver de los que no pregun taban por mÍ» (Rom 1 0 , 20 ; Is 65 , 1 ) . Y además : « El qu e afirma que con las solas fuer zas natural es y sin la ilumi­ nación e in sp i ra ci ón del Espíritu Santo puede pen­ sar o q u e r er algo útil pa r a su salvación eterna , es herej e, y no comprende la palabra del Evangelio » : uSin mí no podéis hacer nada » (loh 1 5 , 5 ) . 145


Por el e s píritu de fe conocemos y confesamos nuestra in.d ignidad a los oj os d e Dios, a los del pr ó ­ j i m o y a lo s nuestros ; nu e s tr a s d i a r i a s i m per fec c i o ­ nes, defectos, errores e i nfidelidades . ¿ Qué som o s ? Pecadores , fáciles al pecado, llenos de ceguera, fra­ gilidad, egoísmo, vanidad , co r r u pci ó n . Y todo, a pesar de tantas p l áti ca s , lecturas, meditaciones, y a pe sa r de las comuniones , quizá cot i d i ana s . j Cu�n­ tos motivos nos sobran para esco n der n os en un rin­ cón del templo , como el pu.Wicano del Evangelio , y s u p l i c ar g o l pe á n d o n os e l p ec ho : u ¡ Señor , ten p i ed a d de mis pecados ! » ¡ Cuántos, para ser sencillos en nuestra actitud, en el modo de andar, en los gestos, en l a mirada, en las palabras ! ¡ Cuántos, para pos­ ponernos sinceramente a los demás, para v a lora r al prój imo mucho más que a nosotros m ism os y so­ meternos voluntariamente a las i nj u s t i ci a s ! Porque nada mejor merecemos, por n uestros p ec a do s . El e s p í r i tu de fe nos hace profundizar en los mis­ terios de C r isto . Cuanto más honda sea la fe con la que nos a p r oxi m a m os a la pe r son a y a la v id a del Señor, tanto más se nos revela su más íntima esen­ cia : en su vida e sc on did a en el se n o de la Virgen , en su n a c i mi e n to en Belén, en s u infancia, en su recatada v id a de Nazaret, en su actividad . pública , en su pasión , en su oculta y misteriosa vida del Sa­ grario . Cuanto más le conte m p l e m o s , tanto más vi­ goro sa m e nt e impulsados nos sent i r e m o s a imitar su vida de humildad. Por el espíri tu de fe n os sornete mos in terior y exteriormente a los mandamientos, a la voluntad, d i s p o s i c i on e s y tr a n s ige n c i a s de D io s ; lo mismo que a los que le r e pr es e n t a n de c ual q u ier forma que sea : p a d r es , superiores, autoridades c i v il es y ec l e s i á s t i 1 46


Nos haremos con el Señor o be d i e n t es 11hasta l a 1 1 1 11erle1> , sin m urmurar, sin replicar, sin crítica ni descontento, con el s i nc e r o deseo de ser guiados por l os sup er i o res y d e pen d e r en cada momento de ellos . Por el espíritu de fe, cada obligación, cada artículo d e l reglamento, cada prescripción o disposición de h1s autoridades r ep r ese n t a para nosotros la v olun­ tad y el mandato de Dios mismo, y, por lo tanto, es excelsa y sagrada y la' a c a t a r e m os con humildad . El espíritu de fe es ta m bié n una gracia del Se­ li or que de bem o s pedir con fervor . 11 Pedid y reci­ hi réis» (J.\.ft 7, 7) . Al orar nos po s t ram os y humilla­ mos ante el Señor . En la oración pedimos que nos otorgue la virtud de la h u m i ldad . N osotros no pode­ mos concedérnosla y la esperamos s up l i c an t es de su h ondad . «Porque quien pide, recibe, y quien busca , hallará , y a quien llama, s e le abrirá>J (Mt 7, 8) . La oración confiada atrae la gracia de la h umil dad al alm a y la h a c e crecer y desarrollar . 2 . Ll egam os a la humildad por la obra de Di os , principal factor de la misma. « Si el Señ or no cons· truye la casa, en vano se afanan los que la edifican>J (Ps 1 36, 1 ) . Dios no nos abandona nunca ; interviene y trabaj a enérgicamente p ar a curarnos de n uestro orgullo, de nuestra megalomanía, de nuestra vani­ dad . Con este fin e mp r en de su gran obra de n uest r a purificación y da suma importancia a que sintamos y experimentemos nuestra n ada y nos v e am os libres de vanas complacencias y de falsa confianza en n o s­ otros mismos. Con este fin permite las arideces y desconsuelos, las tentaciones, a veces h o rr ibl es , y l as humillaciones de toda especie que nos sobrevienen . Nuest ro único deber es doblegarnos a sus deseos, dejar que :f:l h aga e n n osot r o s y con nosotros lo que rns.

147


quiera , como quiera ; ya directamente, ya a través de los acontecimientos , del ambiente, las experien­ cias, las circu nstancias tem porales , las personas, etc . Es decir, no hay que desear siempre que los hombres y la s cosas sean di versos de l o que son : jamás hay que negar nada , n unca rebelarse contra nada, acep­ tarlo todo con alegría o al m eno s con resignación tal y como viene, porque , en efecto, todo sucede según su voluntad infinitamente buena y sa bia y confor­ me a las disposici ones de su amorosa providencia .

¡ A cep tarlo tod o !, esto es lo esencial : saber aceptar, saber agradecer , saber decir sí s ie m p r e y a todo , aun

a las cosas am argas e ingratas, aun a las que hieren nuestros sen timientos más íntimos, nuestra persona­ lidad , nuestro modo de ver , o nues tr a más íntiina esencia . ¡ Sólo como tú lo quieres , dispones , per­ mites ! Por mi parte, nada quiero : nada según m is deseos o a te n or de mis e sp e r a nz as ilusiones , cri­ terios o caprichos . ¡ Sólo como a ti te plazca ! Esto sí que es humildad ; humilde, si n cero y total silen­ cio personal ante Dios ; entrega y a le grí a en la vo­ luntad, disposiciones y providencia de Dios . :f: ste ,

es el acto más sublime de la personali dad : la con­ tinuación del acto de h um il da d y obediencia de nues­ tro Salvador en el monte de los Olivos : cc Pa d re , si es posibl e , pase de mí este cáliz ; mi

m as no

se

haga

voluntad , sino la tuya» ( Le 2 2 , 42) .

En primer lugar , aceptar y acoger los mil deta­ ll es ingratos y a veces penosos de la vida , las circuns­ tan cias , dificultades , contrariedades y obstáculos ; todo lo que se nos presen ta al revés de n u e s tros sueñ os, distinto de lo que creíamos j usto y bueno ; todo lo que es contrario a nuestro m odo de ser , todo lo que nos gustaría eliminar . Aceptarlo p orque El 1 48


lo quiere asl, porque El así lo manda y lo permite, 110rque ha establecido que nuestra vida en este mo­ mento sea así y no de otra manera. Por medio de estas disposiciones, que tan e ni g máti cas nos parecen , Dios interviene en n uestra vida día tras día y hora tras hora . 11 Y o soy el Señor . » El es quien debe dis­ poner y quien nos i ndica el camino ; yo he de decir <¡ne sí e inclinarme h umildemente . Así es como El quiere enseñ a rm e a ser humilde y pequeño. 11 Cuan­ do eras joven , tú te ceñías e ibas a donde querías ; cuando envejezcas, extenderás tus manos y o t ro te ceñirá y te lle va r á a donde no qu i era s » (Ioh 2 '1 , 18) . Así nos educa el Señor en la humildad .

En segundo lugar, aceptar el hecho humillante de lo mucho que hemos pecado en nuestra vida . El lo ha p erm i t i d o , para labrar nuestra salvación , a

partir de

nuestros propios pecados.

Nos

arrepenti­

mos, por supuesto . Pero sometámonos también , hu­ mildemente , a la con fe sió n de nuestros p ecados y recitemos continuamente con profunda convicción y contr ic ión nuestro 11 mea culpa, mea culpa , mea maxima culpan . El orgulloso se enoj a por haber pe­ r.ado ;

esta com probación le atormenta toda la vida,

y se sien te desgraciado por tener que admitir que

a

él le haya ocurrido semej ante cosa . Pero el alma humilde· acepta esta su miseria y la con vierte en instrumento para convencerse de su propia nulidad ,

a nona d a rs e ante Dios y ex p o ne r l e su arrepenti­ miento : u n nuevo medio para adherirse tanto más firme y confiadamente al único que es c apaz de sa­

car lo del pecado , al único que puede preservarlo en el futuro. Aceptar , a d e m á s , las continuas humillaci ones co­ t i di a na s que experimentamos en la -vida in terior: 149


nuestras diarias culpas, miserias, tentaciones, los primeros movimientos, las imperfecciones y debili­ dades, nuestra ineptitud, la aridez de nuestra ora­ ción, nuestra ceguera , nuestra falta de compren­ sión , nuestras tinieblas, la incapacidad de poner en práctica nuestros buenos propósitos . Si estas cosas nos agitan o inquietan, si nos sorprenden o fácil­ mente nos confunden o abaten , es señal de que aún no hemos salido del campo del orgullo. Deberemos humillarnos y gritar al Señor : «i Padre, sí, porque así lo quieres fú ! 11 (�t I I , 27) , « porque quieres hacerme tocar con la mano que no soy sino un saco de basuran . Así nos educa el Señor en la humildad. Aceptar, finalmente, las mortificaciones que pro­ vienen del ex terior: la crítica más o menos benévola, los juicios falsos del prój imo respecto a nosotros, el trato i nmerecido, los reproches infundados , las calumnias , difamaciones, acusaciones de todo gé­ nero, la incapacidad o las equivocaciones personales que comprometen nuestro buen nombre, aunque nada tengamos que reprocharnos en conciencia. Detrás de todo esto que tanto nos hace sufrir, se halla el Padre amoroso, nuestro Redentor, dispuesto a mostrarnos los caminos de la humildad , de la · perfec t a sumi­ sió n , del completo abandono a su guía y a su volun­ tad . Así, día a día , nos educa el Señor en la hu­ mildad. « La verdadera ganancia consiste en que te ofrez­ cas de verdadero corazón a la voluntad divina, sin buscar lo que sea tuyo, así en lo pequeño como en lo grande , así en el tiempo como en la eternidad ; de forma que, siempre con igual faz , continúes dando gracias, entre las cosas prósperas y las adversas, pesándolo todo en j usta balanza . Si eres tan fuerte 1 50


v longánime en la espc:: r anza , que dispongas tu co­ r azón a sufrir aún tnás cuando se te haya privado de consolación i nterior ; si no quieres j ustificarte ; � . i n o que me ensalzas como santo ; entonces j usta­ m ente andas por 1a senda de la paz y puedes espe­ rar confiadamente volver a ver m i rostro con j úbilo . Y si llegares a1 perfecto menosprecio de ti mismo , sábete que entonces gozarás de abundante paz cuan­ to cabe en este destierro » (Imit . d e Cris to, libro 3 , cap . 2 5 ) . Concluiremos estas consideraciones sobre la hu­ mildad cristiana con las palabras de la Imitación de Crist o 1 1 , 2 : « Cuando un hombre se humilla por sus defectos, entonces fácilmente ap1aca a los otros y sin dificultad satisface a los que le odian . Dios defi.e nde y libra al humilde ; al humilde ama y consuela ; al hombre humilde concede gracia, y después de su abatimiento le levanta a gran honra . Al humilde descubre sus secretos y le trae dulcemente a sí y l e convida . El humilde, recibida la afrenta , está en paz , porque está en Dios y no en el mundo . » No pienses haber aprovechado algo si no te estimas por el más inferior de todos 1> . « El que se ensalza , será humillado y el que se humilla, será ensalzado » (Le 1 4 , I I ) .

151


XII LA ORACIÓN «Sefior , enséñanos

a ora r . •

Le

11,

1

Hay a lgo conmovedor en l a oració n del Señor. Cristo ora en su vida terrena y ora por m edio de nosotros en el santís i m o sacramento del altar : adora , ama, d a g r a ci a s , al aba r uega y ex p í a siempre sin cansarse . Día y n o ch e Su oración es tan p ura tan acendrada , t a n infinitamente valiosa, que los oj os del Padr e se posa n en Él con infini ta com p l a ce n ci a y la acogen benignamente . Un día quedóse un rato en oración ; cuando terminó , uno de sus discípulos le pi dió : «Señor , enséñanos a orarn (Le II, 1 ) . El discípulo había quedado �autivado pro­ fundamente por el Señor o r a nt e También nosotros podemos acudir a Él y pedirle : «Señor, en séñ an os a orarn , danos la luz y la gracia necesarias para penetrar el secreto de la o r ac i ó n cristiana, para que aprendamos a llevar una vida de oración según el modelo que tú nos das. ,

.

,

­

.

1.

Por qué debemos

orar

« Todas las c o sa s tienen por .fin la oración ,, (san Sales) , esto es, las ha c r ea do Dios para

Fr anc i s c o d e 1 52


que le glorifiquen y le reconozcan como punto de partida y meta de cada una de ellas y le rindan ho­ menaje con humildad y sumi sión total. Los seres no dotados de razón cumplen este cometido si mple­ mente por el mero hecho de existir, es decir , porque al ser llamados del no-ser al ser por el C reador , confiesan e l p oder , sabiduría y bondad d el Dios qu e les ha dado la existencia y se la conserva, que les da continuamente su se r y su obrar para que pue­ dan así c u m pl i r su papel dentro de la totalidad del uni verso. Si « todas las cosas tienen por fin la oración » , e l hombre, en primer lugar, está puesto e h l a tierra para reconocer a Dios como su cre a do r como el pri­ mer fu n d a men to y el fi n de su existencia , y admi­ rar y alabar la g r ande z a , el poder , la sabid urí a y la bondad de Dios, entregarle su amor, acatarle , en­ derezar t od a su personalidad hacia 1!1 como su último fin ; e sto es, adorarle, glorificarle, bendecirle, darle gracias. La oración es, por lo tanto , una exigen­ cia que para todo hombre se deduce del hecho de ser colocado en la existencia por Dios y haber recibido de Dios todo cuanto es y posee Para nosotros , los cristianos, la necesidad de la oración estriba en otros fundamentos completamente sobrenaturales . Los cristianos oramos : 1 ) Porque nos hemos t ra n sforma do , en v i r t ud de la redención de Cristo , en hijos de Dios. 11Al lle­ gar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para re­ dimir a los que estaban bajo la ley, a fin de que todos (judíos y gentiles) recibiésemos la adopción . Y por ser hijos envió Dios a nuestros corazones el Espíri tu de su Hijo , que grita : ¡ Abba, Padre ! >1 ,

.

153


(Gal 4, 4-6) . En idfntico sentido nos explica el Após­ tol :

el espíritu de siervos habéis recihido el

u No habéis r e cibi d o

recaer en

el

temor ,

ritu de adopción por

an te s

para espí­

el que clamamos : ¡ Abba , Padre ! 11

(Rom 8, 1 5 ) . En nosotros , los bautizados , alienta un n uevo es­ píritu, el espíritu de la fili ac ió n lial

hacia

el

Pa d r e

Espíritu Santo que

p rodu c i d o

en nosotros

divina, e l amor fi­ en nosotros por el mora

y que

desde

D i os con

amor «Pad re » En esta palabra, 11 Padre11 , encerramos toda nuestra fe, nuestra confianza filial , nuestra entrega , nues­ tro amor, nuestro arrepentimiento, nuestra oración, nuestra decisión de amarle y de so me t e r n o s en todo a su santa voluntad . Nuestra o rac i ó n cristiana no es , pues, el lenguaj e del hombre p uram ente natural en su diálogo con Dios , s i n o que nos llegamos h asta F:l, como hijos al Padre, para adorarle, alabarle , amarle y pedirle la ayuda que tanto necesitamos . No olvidamos n u es t r o ser de cri a t u ras, pe r o no nos apoyamos sobre F: l en nuestra oración, sino en nues­ tra dignidad y grandeza como hijos de Dios. Llenos de veneración filial , nos a ce rc a m o s al Padre con l a convicción de que Él nos trata siem pre divinamente bien como a hijos suyos y que po d e rn o s entregarnos a F:l con toda confianza y con el c ar iñ o más íntimo . Así pues, nuestra oración cr istia n a s e funda en nues­ tra filiación divina, esto es, en la gracia sa ntifi can te, y nos hace brotar el Espíritu Santo que habita en n o sotr o s Es obra no de nuestro esfu erzo humano­ den tro nos im pele a llamar

a

.

.

natural , sino de la graci a . Los cristianos oramos :

.2)

Porque

en Cristo 1 54

en virtud

de

somos sarmientos

n uestro sant o bautismc. suyos,

ya

que F:l

es


nuestra vid, en cuya vida participamos, y la com­ partimos, como los sarmientos la de la vid . Podemos hablar al Padre en nuestra oración, podemos can­ tarle n uestra palabra de amor sólo en la medida en que estemos en Cristo y vivamos su vida . Pero la vida de C r i sto es esen c ia lme nt e vida de entr eg a al Padre , una oblación , un ofrecimiento al Padre, lle­ no de amor . En virtud de n u estr a comunión de vida con Cristo, estamos incluidos en esta su oblación amorosa : en Él , con Él y por Él pronunciamos la palabra del amor : «Santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino , hágase tu voluntad » . E n f:l, con f: I y por Él p ronunciam os con filial confianza la palabra de la gran petición : «El pan nuestro d e cada día dánosle hoy, perdónanos nues­ tras deudas . . . , líbranos del maln . Así nos unimos a la oració n de Cristo nuestro Señor y expresa­ mos sus mismos sentimientos ; nuestra oración no es ya la de un mero hombre abandonado a su insu­ ficiencia y nulida d , sino que es al propio tiempo y ante tod o la de Cristo , que en nosotros y con nos­ otros ruega al Padre . Nuestra oración, i nsignifi­ cante en cuanto nuestra , es real z a d a y ennoblecida por la dignidad y la maj estad de Cristo : «El que permanete en mí y yo en él, éste da mucho fruto » (Ioh 1 5 , 5 ) : e l que en m í vive y y o en é l , s u oración dará mucho fruto . « No vivo yo, es Cristo quien vive en mfo (Gal 2 , 20) : no oro yo propiamente , más bien es Cristo quien ora en mí. Nuestra oración será, pues , tanto más fructuosa y eficaz cuanto más íntimamente nos fundamos con Cr i s t o y con vi vamos su v i da . Cristo es el gran oran t e . Como Hijo eterno de Dios , como Logos o Verbo, es la palabra en la que 1 55


el Padre expresa la eterna plenitud divina y la majestad de su ser y de sus divinas rique� as, y en la que se reflejan la magnificencia y el sublime es­ plendor del Padre . Cristo es 11 el esplendor de su gloria y la imagen de su sen> ( Hebr 1 , 3 ) , la repre­ sentación perfecta de la grandeza e infinidad divi­ nas, un eterno canto de alabanza a Dios Padre . Lleno de un fecundo amor contempla el Hijo la majestad resplandeciente del Padre y le eanta eter­ namente el himno de la alabanza, el único que es perfectamente digno de Dios. Este verbo eterno de Dios se ha hecho hombre en Cristo, siendo así incorporada la vida humana del Señor a la alabanza que eternamente rinde al Padre el Verbo y convirtiéndose en una exaltación constante , en una oración y en una palabra de amor. Esta exaltación penetra e informa toda la vida de Cristo desde su entrada en esta vida en el seno de la virgen madre y el pesebre, hasta la vida oculta de Nazaret , la vida pública, la m uerte en la cruz, la vida inmortal que ahora tiene en el cielo y e n el santísimo sacramento del · altar. Una alabanza siempre perfectamente digna de Dios, una oración santa. Mas Cristo quiere seguir prolongando su vida en nosotros , continuando también en nosotros su misma oración . Con este fin nos ha hecho partici­ par de su vida en el santo bautismo y nos convida diariamente al s&crificio de la misa y a la comunión , para . que podamos vincularnos más hondamente a su oración , a su amorosa · entrega , a su alaban­ za y a su adoración del Padre . Cristo quiere mul­ tiplicar su oración en nosotros, para que en cual­ quier momento y en cualquier lugar resuene en miles 1 56


y mi le s de cora zo n es amantes, en un coro for�ida­ bl e, en l a comunión con la Iglesia tanto en el c ielo como en la tierra . Tal es la d ign i dad de la oración cristiana . Nosotros, los cristianos, oramos : 3) Por q ue tenernos necesidad externa de la ora­ ción, sobre todo de l a oración impetratoria . « No q u e seamos capaces de p en sar algo como de nos­ otros mismos, sino que nu est r a suficiencia viene de Dios» (2 Cor 3 , 5) ; y en otra p arte precisa el Apóstol : <<Dios es el que obra en n oso tr os el que­ rer y el obrar según su beneplácito» (Phil 2 , 1 3) . Som os , pues, sencillamente incapaces po r nuestras pro­ pias fu erz as naturales, a pesar de nuestros buenos deseos y de los mejores propósitos, de superar el mal, resistir a las te n tacion es , querer y obrar lo bueno y l o recto . Pero el Ap ó st ol nos declara con toda seguridad : 11Todo lo puedo en aquel que me conforta» , todo, incluso lo más grande y l o más d ifí ci l ; pero todo 11en aquel que me conforta » . ¿ A q u i én co n fort a m ej o r y a quién da D ios con más facilidad la fu erza y l a gracia ? Al que ora . 11 Ped i d y recibiréis » (l\It 7, 7) . Si n o se p ide , no se recibe ; si se pide poco o mucho, se re c i be poco o m u ch o : ésta y no otra es la norm a general en el orden de la salvación . Dfos desea darnos generosamente su gracia, pero la vincula y la condiciona a la oración . E s verdad que t am b i é n cualquier otra obra buena nos aproxima a Dios y p rod u c e un incremento de gracia santificante ; pero hay una manera extraor­ dinariamente eficaz de obtenerla , y es la oración . f:ste es el m ed i o que está a disposición de todos en cualquier m omento y l u g ar . Es e l primer medio para el alma que qu i e re avanzar y llegar a la per1 57


fección,

y el último recurso de la

que se encuentra

ya en el umbral de la e t er n ida d . Es un m e d i o de la máxima efi c a c i a para uni rnos co n D io s y a s i mi ­ lar su fuerza . « Pe d i d y recibiréis)) , p u e s «a los hu­

su gracian (1 Petr 5, 5) . En la ora­ impetratoria o d e súplica con fe sa m os nuestra nada y nuestra im p o t e n ci a , y lo e spe ra m os todo de D io s ; en la oración reconocemos la g ra n d e z a , la omnipotencia y la bondad d ivi n a s , e incluimos siem­ p re al mism o tiempo un e l e m e n to de a d o ra c i ó n , de acatamiento de s u s designios, de glorificación amorosa . Nosotros , los c r i s t i anos , oramos : 4) Porque somos hijos de la I g l e sia , y la Iglesia necesita almas de oración . Ella es prop iam en t e la « Iglesia oran t e n , y toda su existencia se ordena a rogar , a adorar, bendecir y glorificar a D io s , y su­ fri r y t ra baj ar por los d i v i no s i n tereses . Mantiene siempre su pensamiento, su corazón, sus d e se os , sus ojos d i ri gi d os a D io s en estrecha unión de p e n sa ­ m i e n to y d e intenciones con el gran orante, Cristo, su esposo div i n o ; ora en el cielo, ora e n e l purga­ torio, ora aquí en la tierra : « Laudamus te . Bene­ dicimus te. A d ora m u s te . Glorificamus te. Gratias agimus tibi propter m agnam gl o r iam tuam » . Si en la tierra un cor o de almas en oración se cansa o debe pasar a otras ocupaciones, le reemplaza otro y p r o ­ sigue la oración de la I g l e sia , n oc h e y d ía , sobre todo el globo terrestre . La Iglesia ora en sus sacerdotes , a los que, e n el dfa de su ordenación de subdiáconos, co n fí a su o r a c ió n por excelencia, el breviario, con la o b liga ­ ción rigurosa de recitar infatigablemente todos los días h asta su m uerte la o ración oficial de la Iglesia .

mildes da Dios c i ón

1 58


La Iglesia ora e n los muchos religiosos, en cuyas manos coloca el br e viar i o el d ía de la profe sión ; n och e y día, donde haya sacerdotes y con ven tos , está reunida la Iglesia, representada en su s sacer­ dotes y religiosos, en torno al gran liturgo y o r a n te en ·el tabernáculo, y une su adoración, su caridad , su acción de gracias, su i ntercesión y su reparación , a l a oración infinitamente santa y grata a Dios del sumo sacerdote, Cristo ; o ra c i ó n pura , santa , infi­ nitam ente fecunda en , con y por Cristo nuestro Señor .

La Iglesia ora en nombre de los muchos hijos s u yo s que no saben , han olvidado o no pueden orar ; ora por los muchos que no q ui e re n ser hijos suyos y están fuera del redil, lejos de la Madre, y p erece n de h a m b r e y de mi se r i a ; ora en representación de todos los h o m br e s , sean cuales fueren sus necesida­ des , tentaciones , apuros y peligros . El mundo alejado de Dios no ora ; busca la salvación en c i s t e r n as agrieta das (Ier 2 , 1 3) , en el i n cr em e nto de la producción ma t e ri a l y de la acti­ vidad cultural , en e m p r e sa s cada vez más r efina­ das, en la d es t r u c c i ón del pasado, en el progreso técnico, en la siempre insatisfecha ayidez de ganan ­ cia y de bienestar , incluso en el alejamiento de Dios y de Cristo y en la lucha contra la Iglesia , en la divulgación del ateísmo, en la divinización del hom­ bre y de la h u mani d a d , en la elevación a valor ab­ soluto del trabajo, el dinero, la nación o el Estado. El · mu n do no tiene necesidad de ningún dios, de ninguna luz, de ninguna ayuda : se basta a sí mis­ mo ; por esta razón ni si ent e la falta de la ora ci ó n , ni la desea . Por eso es aún m u ch o mayor la n ecesi ­ dad de la oración de la Iglesia y d e la nuestra , para 1 59


completar y compensar, expiar y satisfacer, conse­ guir perdón y grac ia mediante la oración ; y esto especialmente en nuestros tiempos, con sus necesi­ dades mate riales, religiosas y moral es . ¿ Quién pue­ de salvar al mundo de hoy "? Ni la c iencia ni la técnica, ni la política, ni la fuerza humana : lo único que nos puede salvar es la misericordia de Dios y la gracia divina que obte nem os por medio de la oración . En la oración está la salvación del m undo . El mundo de hoy, sus calamidades, p iden a gri­ tos almas de oración que se unan a la Iglesia oran­ te y, con ella, al gran orante, Cristo, en un común «Kyrie eleiso"m> , que fuerce el corazón de Dios , y en un incesante «santificado sea tu nombre 11 . 1( j Orad sin interrupción ! 11 , 11 j p edi d y reci bi réis ! 11 «Creemos que nadie obtiene su sal vación sin la ayu­ da de Dios, que nadie obtiene esta ayuda sino el que ora11 (san Agustín) . uTodos los santos se h a n santificado por medio de la oración . Todos los con­ denados se han condenado porque no han hecho ora­ ción ; si hubieran orado con constancia, se h ubieran salvado11 (san Alfonso de Ligorio) . 11 No hay hom­ bre más poderoso que el que reza n (san Juan Crisós­ tomo) . En la oración está la fuerza de la Igl esia y del cristiano. ,

2.

Sentido

de

1a 'Oración cristiaóa

¿ Qué pretendemos al orar "? En último término, no p reten d em os otra cosa que la unión amorosa de nuestra voluntad con la d e Dios, la entrega total de nuestro corazón, y estar junto al Padre, ren dirl e vasallaje y colocarnos cerca de .€1. 1 60


Podemos ponernos en c om un i c a c i ó n con Dios y a É) por un do ble cam i no : por la i n t eli ­ g e n c ia y por la vo lu n t a d . Del p r i m e r modo se tm , · e l alma con Dios mediante sus refl e x i o ne s sobre L; . sus me d i ta cion es sobre su omnipoten cia o sus d i ­ versas perfecciones . su providencia y s u acción, , , considerando uno de los misterios cuya intelige n c i a ¡: uede llevarle más cerca de Dios . Mas sería un gran error el c r e e r que la e se n c ia de la oración consiste e n est e modo de unirnos con Dios : es sólo la p repa ­ ración para la oración propiamente dicha, que con­ siste en la amorosa unión del cora z ón y la vol untad de Dios . E n e s ta un ión de voluntad con Dios q u eremos , a n te todo , adorarle y entregarnos a É) am o r o sa m en ­ te, . para que f;l haga respland ecer en n u e s tr a alma la plenitud de su poder y m aje sta d y p u ed a realizar en nosotros, sin cortapisas, s u d o m i n io y su p r esen­ cia . La adoración, el acatam iento amoroso es la ín­ tima esencia y el alma de toda oración ver d ade ra , incluso de la impetratoria , porque, en p ri m er lugar, hay que colocar el <1 santificado sea tu nombre » , la a d orac i ó n , la a s ce n s i ón a Dios ; y , después, el <1 pan nu es t ro de cada día» . La oración como amor d e adora-ción , como a ca t a m i e n to y gl or i fi cac ión de Dios , e s e l obj eto a l q u e han d e subordinarse t o d a s las demás formas de oración y al que están endere­ u n i r n os

zadas .

Si a loca rl o s oración para el ri tu a l o c i on a rs e

Dios mismo y su g l or i fi ca ción hay que co­ en primer lugar, sería un error ver en la esencialmente y en primera línea un m e dio <1deleite espiritual u , pa ra la 1C dulzura » espi­ aun para el provecho moral, para perfec­ a sí mismo, y su!>ordinar 1a glorificación 161


de Dios al 11serv1c1on de la propia alm a , como si la salvación del alma fuese el supremo y ín t i m o fi n de la oración . Por el contra.-io, es la obra de nues­ tra santificación la que debe ordenarse a la glorifi­ cación de Dios . Debemos santificarnos y aspirar a progresar espi ri tualmente para así poder adorar y honrar más perfectamente a Dios , y para que el culto que le consagramos sea menos indigno de f:l . Con la adoración v a unida 1 a acción d e gracias . Cada día experim entamos y sabemos con más cla­ ri dad lo obligados que estamos a dar gracias a Dios. Todo cuanto somos y tenemos, sea en el orden de la naturaleza, sea en e l de la gracia, en último aná­ lisis lo tenemos por bondad y m isericordia divina. ¿ Dónde estaríamos , si :f:l n o nos hubiera amado tanto desde la eternidad , que decidió crearnos y do tarnos de las cuali dades, talentos y capacidad que poseemos ? l Dó 1de estaríamos, si :f:l no nos hu hiera en viado misericordiosamente a su Hijo unigé n i to para librarnos de las cadenas del pecado, del de­ monio y del infierno, hacernos hijos de Dios y con­ quistarnos las gracias con las que podemos lograr la visión eterna de Dios ? ¡ Cuá n to amor despilfarra personalmente con nosotros todos los días y todas las horas ! : gracias sin medida , gracias de ilumina­ ción , de excitaciones interiores de la voluntad , fuerza con tra el mal, ánimos para el bien y para perseve­ rar valiosamente en él. Todo esto nos insta natural �· necesariamente a estarle agrn decidos y a expresar n u estra grati tud en la vida . Un tercer objeto que podemos procurar en la oración es el de volver a Dios Padre, a quien hemos o fendido por nuestros pecados, con sentimientos de , 1 r r cpenti m i e n to y penitencia, y con la voluntad 1 62


pronta a expiar y satisfacer . Es verdaderamente Pe­ que hayamos ofendido groseramen te a n uestro Padre bondadoso oponiéndonos a su volun t ad, que h ayamos preferido nuestros vanos caprichos a los

noso

preceptos y la voluntad de Dios, despreciándole y postergándole a nuestros propios gustos y deseos . ¿ Qué podemos hacer frente a tantas ofensas, sino entonar de corazón nuestro ((m ea culpa » , arrepentir­ nos, llorar sobre nuestros pecados y hacer peniten­ cia por ellos ? Por lo tan to , hemos de acercarnos al Padre en santo y amoroso arrepentimiento y esperar los cristianos le reco­ n ocemos y glorificamos com o el Dios santo y Señor d e las misericordias. Un cuarto sentido de nuestra oración cristiana ele 'f:l su palabra de perdón :

resplandece en la oración i mpetratoria .

En nuestras

peticiones nos dirigimos al poder de Dios , cuya bon­ dad nos puede conceder las ayudas y socorros ne­ cesarios . En esta forma de oración demostramos que creemos en el amor del Padre hacia nosotros, sus hijos, y manifestamos, además, al m ismo tiempo , n uestra dependencia, nuestra indigencia y nuestra necesidad constante de É l , y expresamos nuestra fe en que Él , como Padre nuestro , ha de otorgarnos a nosotros, sus h ijos, una participación en la plenitud

de sus riquezas para hacernos santos, y h a de darnos todas las ayudas que n ecesitamos para l legar com o cristianos a l a m e t a de la vida etern a . Levantamos, orando, nuestras manos y corazón al Padre , y pen­ samos con ainor e interés en los otros m uchos que están encomendados a nuestra intercesión y por quienes estamos obligados a orar : por los vi vos y por los difuntos , por los que nos aman y por los que nos desprecian , dañan u odian . En la oración 1 63


pe ti t o r i a

pod e r , la bondad y el amor a ell o s amorosamente ; por esto nuestra oración impetratoria no se limita a p edi r el remedio de nue st r a indigencia, si no que, con nuestro grito que i mplora auxilio , llegam os hasta el mismo Dios y po n e m o s a sus pies nuestra entrega y n u e str a a d o ra ci ó n . Por lo demás, no pretende nuestra oración im­ pe t rat o r i a al t e ra r l o s plane s de Dios ni consegui r de f:l q u e c am bie sus p u n t o s d e v i s t a y s u s pro­ yec to s . Antes bien , rogamos a D i os con la convic­ ción de q u e l!l , desde la et e rn i d ad , ha i n cl ui d o en los planes de su p r o vi d en c ia divina nuestras ple­ garias co n a m o r p at er nal . De ahí que nuestra ora­ ción i mpet rat o r i a tiene un senti d o y una eficacia indudables , aunque sea verdad que la voluntad de de

honramos

Dios y

n os

el

sometemos

Dios es absoluta e inmutable .

Así , lo que sube en form a de or a c ió n a Dios baj a forma de bendición y de gracia sobre e l orante . La ora c ió n c ri st i ana es esencialment� y en primer lug a r adoración de Dios y m eta de n u e stra vida, siendo , por otra parte , pero en segundo l u ga r , el g r an instrumento para la construcción de la v1da c r i s t i an a . No es exageración alguna el llamar a la o rac i ó n , con san Juan Endes, u algo tan i m po rtan te como la tierra que nos sustenta , el a i r e que r espi ­ ramos , el pan que comemos, el corazón que late en nue s tr o pech o , q u e son a l os hombres t a n necesa­ rios para llevar una vida humanan (Royaume 2 , I I ) . Toda verdadera y auténtica or ac i ó n nos cambia, nos asemeja a · D i os y nos santifica p rog re si v am en t e ; libera el corazón y el espíritu del amor desordenado a las cosas c re adas , cuando éstas se oponen a la entr e ga a Dios . �or ser la oración e n t r ega y eleva-

en

1 64


cton del alma, nos libra del poder y dominio del propio , las pasi ones y las m alas i n clinaciones. A l orar n o s introduci mos más íntimamente en el m undo de lo di vino y reconocemos más sinceramente la caducidad de los bienes y delei tes que la ti erra nos ofrece, dado que la oración exige que nos u na­ mos a Dios. En ella nuestro espíritu entra en con­ tacto con Él y es p e ne t r a d o cada vez más por su luz ; la vo l u n t ad va uniéndose a Él , a su santa vo­ l u ntad y a sus intereses ; el corazón se siente atraído si empre de nuevo por la bo n d ad infi nita y el amor del Padre y se ve colmado del amor , que es Dios m ismo . Así , la oración �u téntica transforma irresis­ tiblemente al hombre y le hace participar cada vez más en la santa vida de Dios. La fuerza y la excelencia de la oración cristiana se revelan tan to en la vida interior com o en la ex­

amor

terior del cristian o .

e l secreto d e l a fecundidad de acción d e oraban bi en y mucho ; de la ora­ : ción sacaban las fuerzas para el abnegado y cons­ tante cum plimiento del deber, para el trabaj o duro e incansable , para sus actos h eroicos . Trabaj o y oración , acción y contemplación van j untas y se apoyan mutuam ente . Nuestra oració n , sea a d o r ac ión alabanza, acció n de gracias o impetración , vuel ve de Dios a nosotros en fonna de bendición y de graci a , en forma de fe­ cundación y de ayuda para el crecim iento espiritual y para una umon siempre más íntima y profu n ti a c o n D i o s . Así se puede comprobar la v e r d a d de aquello de que « la oración es el a l i m ento del alma y como la respiración del alma cri stiana » . Quien cesa de orar, cesa de respirar y de v i vir , y, viceÉste

es

nuestros santos

,

1 65


s i el cristiano quiere llevar una vida de fe si con . la gracia de Dios pretende ace rca r s e a la per fección , s6lo puede hacerlo orando , ya que al mismo tiempo que ora recibe la gracia divina y se versa , viv a ,

·

sum erge en Dios . De todo esto h a de quedar bien claro qu e el fin \.Jtimo

de

la

oración

no es el

crecim iento

interno

del hombre , ni el servicio o la salvación de su alma ;

antes

bien ,

oración

nosotros

nos

para así poder

rarle y amarle ;

santificamos

glorificar

más

Dios,

ser

por nues­

De esta form a nuestra oración sirve al

oración .

- crecimie n t o

i nterior ,

pero éste

sirve a su

vez

a

gl or ifi c a c i ó n y la adoración d e D i o s . ¡ Sea,

pues,

algo grande ho m br e s

,

la

ado­

y lo podremos tanto m ej or cuanto

m ás puros , ricos y san tos lleguem os a

tra

m ediante

a

para

y san to !

nosotros

la

oraci ón

la

cristiana

¿ No es para nosotros , pobres

la mayor h onra y gracia que

se

no s puede

hacer el poder orar , el tener acceso a Dios, nuestro Padre celestial , se

incline

hacia

preste oídos

y el poder hablar con

nosotros con

amor

y

a1 ,

y que

bondad ,

J!I nos

y acepte complacido la veneración que

l e tributamos ? ¡ Cómo debemos d ar gracias por poder orar

!

¡ Cómo hemos de preocuparnos p or orar bien ! i Cómo hemos de valorar y amar la oración cris­

t i ana !

« i Señ o r , enséñ anos a orar ! 11

1 66


XIII LA ORACI Ó N

Con t inuación «Si conocieras

el

don

de

D ios . •

foh 4 , I 0

Respecto a

orac10n circulan muchos engaños , y equi vocaciones . Consecuencia d e esto es que l a oraci ó n r e s u l t a aún más difícil de l o que es en sí m isma, de q u e ooco a poco s e vaya per­ diendo , no sólo la alegría , sino hasta el á n i m o d <: orar y l a confianza en e l valor d e l a oración, y vaya entrando el cansancio . Muchos de esos errores ra­ di can en que no se sabe claram ente en qué co n s i ste propiamente la oració n , cuál es su esencia y en que se ignora qué es el orar j usto y bueno . Piensan muchos que es de la esencia de la orac10n c r i sti a na que los arrebate y conm ueva profu n d a ­ me n t e ; que de ningún modo puedan distraerse ha­ cia atracción algu n a , a u n q u e sea de u n modo invo­ luntario y , por lo tanto , inculpable . Otros creen 1¡ue hay que sentir hacia la oración u n a interior dis­ posición de ánimo acompañada de cierto gusto por orar : piensan que no es p o s i b l e una auténtica ora­ ción si en ella ne> surgen d el i cados sentim ientos y afec t o s del alma , s i n que el orante note n i ngú n ca n ­ sancio, agotam i e n to , debilidad o d i stracci ón , s i é n la

desconoc i m i ento

·

1 67


dole, por lo tanto, imposible permanecer frío , insen­ sible, seco y vacío . Otros hay que se trastornan por una distracción o cualquier fracaso de su ora­ ción , de tal forma que desestiman lo que han orado y vuel ven a comenzar su oración hasta que les pa­ rece pueden estar por fin contentos de ella . Víctimas de estos tormentos, tienen , sin embargo, siempre la mejor voluntad , m as i ncurren continuamente e n nuevos engaños y dificultades . l.

¿ Qué es orar ?

Orar e s , en sentido general , hablar amorosa1 1 1 cnte con Dios, comunicarse con SI, e n ta bl ar un < l i úlogo enamorado , aunque sea sin palabras , c o n f:I. I . a gen uina oración se basa en el amor, brota del a m or y tiende al amor. El termómetro de la oración , n nn o de toda virtud y obra buena, es el amor de Dios , que puede expresar� por obra y por palabra . Llamamos oración a l amor que se expresa p o r pala­ bra , no siendo imprescindible que la palabra sea vo­ cal . La oración es el enunciado del a m or que hace­ m os en D i o s a Dios . Esta expresión de amor a Dios, al Señor y Crea­ dor del universo, va necesariamente acompañada de reverencia y respeto, del santo temor que nos sobrer coge al entrar en su intimidad y sen tir la maj estad de su gloria ; va asimismo acom pañada de esa acti­ tud de obediencia y sumisión a la divina volunta d . E l verdadero amor d e Dios no puede menos de s e r reverente y sumiso, es decir, una oración de ado­ ración . La esencia de la o r a ci ó n es, por consiguiente, l a expresión del amor que adora reverente y obe­ d iente . 1 68


Pero no sólo oramos a D i o s y a Cristo , el Señor ; nos d i ri gi mo s también a los ángeles y san tos del cielo, particularm ente a la virgen María , madre de Dios y madre nuest�a . Estos seres no son Dios, sino simples criaturas , que han sido sumergidas por la gracia divina en la vida y en la gloria de Dios . Por eso los amamos y l es expresamos nuestro amor, que no tiene el mismo valor que el que nos lleva a Dios y a Cristo . Los amamos de otro modo, porque nos­ otros no a d ora m os a la V i rg en y a los santos , sino que l o s veneramos . Asim i smo la oración dirigida a l a madre de Dios entrañ a un a veneración ( cultus hyperduliae ) que difiere de la qu e tributamos a los santos ( cul tus dulía.e ) . La oración a D i o s y a C r i sto e s l a oración por anto nom as ia , la oración e n su pleno sentido , el enun­ ciado del amor en la más renp ida adoración, en la que e n t regam o s a Dios todo nuestro ser ; es la expre­ s i ó n del amor , que alaba , ag radece , pide y e x pía . E l a c t o d e oración , considerado desde e l p u n to de v ista de la vida humana del alm a , no e s funda­ m e nt a lm e n te un acto d el entendimiento, un esfuerzo por comprender espiri tua lm e nt e un t e xto de l e ct ur a o de me di t a c i ó n , o una reflexión, como o r d i na r ia ­ m ente se piensa . El acto de oración , si se toma e n su e s e nci a , no es rii siquiera un acto de atención , si se enti ende de modo que la oración en la que uno se ha distraído p o r eso solo deja de se r una oración hi cn hech a . y m u cho m enos es el acto de oración un acto de la fantasía , una imagen que , de Jesús, de María o de un pasaj e del Evangeli o , producimos e n nosotros al o r a r . La oración no es tampoco una emo­ c1on , o un sen timient-0 de devoción . No queremos decir que esto s actos del ente nd i m i e n t o y de la i ma 1 69


ginación o estas emociones nada signifiquen para la orac10n ; antes bien , pueden ser y son de hecho m uy importantes y preciosos e incluso indispensables como preparación para ella y manifestaciones que pueden acompañarla ; pero no tocan la esencia de la oración , en sí mismos no son oración. Faltando todos esos actos, puede darse muy bien una oración per­ fecta , santa y agradabl e a Dios . Orar es, más bien , uno de los actos sobrenatu­ rales de Ia voluntad, animados por el Espíritu Santo que vive y obra en nosotros : es en el fondo un acto por el que nosotros, que somos hij os de Dios, nos dirigimos al Padre con obsequioso amor para entre­ garnos a f:l y estar j unto a f:l en amor, y, amándole , obedecerle y adorarle . El mismo amor que ¡e se nos infunde en los corazones por e l Espíritu Santo» (Rom 8 , 1 ) j unto con la gracia santificante, la gracia de la 0 filiación divina, es lo que nos m ueve a lo s hijos hacia el Padre . Queremos expresarle nuestro amor , n u e s­ tra entrega y veneración amorosas, n ues t r a alabanza que el amor nos sugiere, nuestra g ra ti t u d adm ira­ ción y alegría por su belleza, maj estad y bo n d a d ,. por su maravilloso gobierno del mundo, tanto del de la natu�aleza corno del de la graci a ; queremos expresarle nuestra súplica filial , basada en la con­ fianza que su amor y su bondad nos producen , y condicionada a los i ntereses y la voluntad del Padre que nos ama ; queremos decirle nuestra palabra de arrepentimiento, que brota de un amor filial y de la conciencia de haber incurrido en culpa contra el Pa­ dre . Orar es , en su más íntima esenc ia u n acto de amor , y la oración es tanto más perfecta cuanto más se reflej a en · ella el amor, cuanto más se eleva el que ora del amor imperfecto al perfecto . ,

,

1 70


Cua11to más eficiente sea el amor en el corazón del cristiano, con tanta más fuerza le impulsará a manifestar al amado su palabra de amor, aunque haga mucho tiempo que sepa que es amado . Quien ama, d ebe gozarse en expresar su amor , sencilla­ mente porque se trata de una palabra de amor . Si empre que el amor de Dios es vivo y eficaz en nosotros , tenemos la convicción gozosa y feliz de que el Padre, que habita con su Hijo y e1 Espíritu Santo en el fondo de nuestra alma, escucha nuestro requie­ bro amoroso , lo aprecia y lo acepta, principalmente porque esta misma expresión de am'lr la pronun­ ciamos unidos con el gran orante, Cristo, que in­ cluye nuestra oración y nuestra entrega amorosa al Padre en su oración y en su entrega . En la Igle­ sia oramos siempre ((por Cristo nuestro Señor >> , como miembros de su cuerpo místico, unidos ínti­ mamente, vitalmente con f:l , que es nuestra cabeza . i Qué admirable dignidad y qué poder tiene la oración del cristiano si se considera de este modo ! En el acto de oración nos separamos de nuestro 1>ropio yo, abandonamos el . mundo creado que nos rodea , y vamos al Padre para echarnos en sus bra­ zos con el fervoroso deseo de permanecer a su h�do y servi r su gloria e intereses. Precisamente para expresar esta nuestra entrega juntamos nuestras t�anos : así lo hacía en la Antigüedad el vasallo, 1>oniéndolas entre las de su señor en señal de hu­ m ilde entrega a su servicio. 2.

El hábito de oración

El acto de oración es algo transitorio . Pero por la frecuente repetición de los actos se forma un há171


bito, u na disposición duradera , u n estad o de ora­ ci ó n , que se alimenta Y se afirma en los a ctos de o ra c i ó n los cuales, por lo tanto, le son i n di sp e n­ sa ble s Es e v i d e n t e que , al hablar de la oración habi­ tual , no se trata de l a oración vocal , ni si qu ie ra de la oración interior llamada contemplativa, ya que en la t ie r r a nos es imposible a los hombres pensar ininterrumpi damente en Dios y oc u p a r nos con at e n ción constantt! , de l a s cosas divinas . Por hábito de o ra c i ó n hay que enter.der más bien la prontitud interior para la en tre ga amorosa a Dios , la suj eción filial a su santa volun tad y a las d isp o si ci o nes de su di v i n a providencia en tod a s las cir­ cunstancias de la vida . Es esa p os tur a c o n s t a n te y e sa decisión de la voluntad de aceptar todas y cada u na de las cosas que Di o s quiere de n o so tro s y de realizar con amor todo lo qu e nos sale al paso : de­ beres, reg l a s , prescripciones ; e sa costumbre de pr o­ n u n ciar si e m p r e y en cualquier mom e n to y hasta las úl t i m a s consecuencias, a pesar de las m ole s ti a s y sacr i fi os que se nos exijan , l a p a l abra del amor : «Sí , Padre , porque así te agradan ( M t I I , 26) , 1<san­ tificado sea t u nombre , hágase tu vohmtad n . Es esa d i s po s i ci ó n constante de aceptar i n c l u so tod a s l a s d i fi c u l t a d es , s i n sa bo r e s , h u m i ll a c i on es , t e n t ac i o n es y p r u e ba s , desengaños , su fr i mi e n t o s , enfermeda­ des , etcét e r a y recibir co m o de D i os las fae na s de cada día . El fin pró x i mo de la oración cristiana es e l há­ bi t o de oración, la continua unión interior con Dios, que vive en el fondo de nuestra a l m a y n os atrae fuertemente hacia sí . Al o r ar nos dejamos llevar por los i m p ulso s del Espíritu San to p erm i t i é n d ol e ,

.

,

,

,

,

1 72

­


que

lleve a

c abo

ma rav i l losa

su

obra

en

nosotro s .

A sí s e acrisola en n o sot ros e l amor , que n o s u n e con

D ios , que v a transform ando poco a poco nuestro modo de j uz ga r , pensar , querer , obra r y sen tir , n u es­ tras accion e s y misiones h asta que llegu e a ser puro ,

deiforme y s a n t o . es

El fin remoto de nuestra orac i ón

s ie m p r e la a d or ac ió n y la !doria de Dios .

La oración habitual es un a en trega

inaccesible a nuestra una

disposición

voluntad

n uestra

de

a

p ro p i a

de

entrega

Dios

muda ,

conciencia , n uestro

casi

constante ; corazón

y

y la suya , con e-1 fin de

dejarle c ol abo r ar con nosotros en el modo y medi da que Él cr e a oportunos según su sa bid uría y carid a d d i vinas. Es la oración de la profundidad , h echa en las más r ad i c a l e s intimidades del alma , allí donde ésta se une por m ed i o de l a gr a ci a santificante con el D i os trino que vive y obra en ell a . Es, si quere­ mos expresarlo en un símbolo , l a brasa siempre dis­ puesta a echar chispas que se conviertan en llamas ;

la

brasa

está

si empre

allí,

aunque

no

esté

pro d u c ien d o hogueras.

A e st a oración interior , estable de u n ión y entrega los actos de o ració n , que se L'n

modo o

como a

Dios,

siempre

c onduct a

sirven y ayudan

mueven , por así decirlo ,

la periferia y son como una oración de superficie .

Viceversa , de la ora c i ón de profundidad, de la ora­ ción h a b i t u a l brotan los actos de oració n , que son más puros , frecue n tes perfectos y fecundos cua nd o el alma ha alcanzado con más seguridad el h á bito ,

de oración . Somos

realmente

piadosos en

la

m edida

en q u e vive

logramos este estado de u n i ón con el Dios que dentro

de

La

p iedad

auténtica

es ,

ese m o d o estable d e ser del al ma

que

nuestra

precisamente ,

alma .

1 73


hace que el cristiano esté dispuesto a hacer y sopor­ tar por amor a Dios todo lo que :f!:l le pida, le exija o

le imponga . La oración habitual

es la actitud

fructífera con

que debemos valorar todo nuestro traj ín diario y su trascendencia para la gloria de Dios y nuestro propio desarrollo

espiritual .

Mientras mantenemos esta ha­

bitual entrega amorosa a Dios y a su voluntad , esta­

mos orando también con nuestro trabajo , con nuestros sacrificios

y nuestros sufrimientos, aunque no reali­ y no pensemos en orar. Sólo

cemos actos de oración

en virtud de ese modo estable de ser del alma nos es

( 1 Thess (Le

posible el 11orar sin interrupción»

el u orar siempren que nos exige el Señor

5, 18,

1 7) , I) .

Hay momentos en que debemos concentrar la aten­ ción

el trabajo y no podemos pensar al mismo

en

tiempo en Dios

y en las cosas divinas ; esto nos

ocurre continuamente a través de la jornada ; pero , no obstante,

en virtud

de esa

disposición

habitu�l

del alma, de esa unión con Dios, de ese ánimo de hacerlo y sufrirlo todo por Dios , estamos orando inin­ terrumpidamente. El hábito de oración es de grandísima importan­ cia en las dificultades internas

y externas que sole­

mos experimentar cuando oramos : de

cabeza,

aburrimiento ,

distracciones,

sequedad ,

cansancio ,

incapacidad repugnancia,

dolor

para

pensar,

tedio

y fas­

tidio, y especialmente las distracciones internas que no podemos dominar mente.

En

virtud de

unirnos siempre , voluntad de impedimentos estorban : 1 74

los

y que nos acechan continua­ esa

disposición

constante de

especialmente en la oración ,

Dios, que

h aremos a

oración d e

todos

a la esos

primera . vista parece que nos

convertiremos

en

oración,

acatando


la voluntad de Dios que nos asigna esa cruz en la oración , aceptando con humildad nuestra impotencia, nuestras distracciones involuntarias, nuestras dificul­ tades y contrariedades. Precisamente al someternos así a la voluntad de Dios , nos unimos con 1!1 , y esto es hacer oració n . Y, reconociendo humildemente to­ das nuestras distracciones involuntarias, nuestra im­ potencia , nuestras dificultades y nuestros fallos, al dar nuestro sí a la voluntad de Dios , unimos con ella , no precisamente nuestra inteligencia, sino, más profundamente, nuestra propia voluntad , y esto es orar . En fuerza de nuestra oración interior, debemos hacer lo posible para prevenir las distracciones y , cuando las descubrimos, deberemos reconcentrarnos de nuevo . Pero cuando , contra nuestra voluntad , no logremos librarnos ni protegernos contra las tenta­ ciones, no es necesario que nos desanimemos o nos entristezcamos por ello , como si no hubiéramos orado rectamente : basta con que expresemos nuestro sí a la cruz de las distracciones y de nuestra incapacidad uniéndonos a la voluntad de Dios , y esta unión amo­ rosa , este sí de nuestra vohmtad, será ya una autén­ tica, fecunda y santa oración . Que también sobre la oración reina la ley que es base de toda vida cris­ tiana aquí en la tierra , la ley de saber llevar la cruz . Sometámonos humildemente a esta ley. Siem­ pre que existe esta voluntad constante, firme y sin­ cera de u nirnos en la oración totalmente a la volun­ tad de Dios, es decir , siempre que realmente quere­ mos orar, oramos bien , a pesar de todas las dis­ tracciones i n vo l unt ari as y de nuestra incapacidad . Es un sentimiento altamente consolador que · nuestra im potencia humana y nuestras frecuentes 1 75


distracciones no perjudiquen en modo alguno a nues­ tra oración, mientras vive en nosotros esa postura de entrega a la voluntad de Dios y a sus . designios. ' Un acto de oración que brota de esta postura de voluntad, es siempre una oración perfecta, pues ella , ese sentimiento de confiada entrega a la vo­ luntad de Dios , es precisamente la «oración esen­ cialu . Que a esto se una o no la llamada devoción accidental o sensible, el i:.1tenso vibrar óe nuestra afectividad , es de poca importancia. Lo único deci­ sivo y fundamental es la postura habitual de entre­ ga de nuestra voluntad : ella constituye la esencia de la oración . Esta misma disposición total interna guía a la vez nuestro espíritu hacia Dios siempre con mayor atención, y esto en mayor grado a me­ dida que vamos formando en nosotros más perfecta entrega interior . Mientras tanto , sin embargo, debe­ mos hacer todo lo posible para evitar las distraccio­ nes y hacer más desembarazado el camino de la oración, sin olvidar que nunca nos veremos libres de la cruz de las distracciones. Las d istracciones se insinúan furtivamente en nuestra oración sin que lo notemos y contra nuestra positiva voluntad . ¿ Perderá por eso el valor y la fecundidad ? Nada en absoluto . La voluntad per­ manece unida a Dios, aun durante las distracciones involuntarias . Hay que abrazar la cruz de las dis­ tracciones con amor, entregados totalmente a la santa voluntad de Dios. Así la distracción no nos habrá separado de F:l , sino que nos habrá unido más : estrechamente. A pesar de la distracción, de la aridez y del vacío interior, nuestra oración no habrá perdido su valor : nos habrá hecho más humildes y se habrá convertido en ayuda para nosotros. 1 76


Debe qu eda r bien claro que, para nosotros, la l'scncia de la oración reside en esa postura de unión d e n u e s tr a voluntad con la santa voluntad de Dios . Quede también bien claro que podemos orar perfec­ t a m e n te y con fecundidad , a pesar de to d a s las d i fi ­ c u lt ad e s , d ebi lidad e s y distracciones involuntarias . Oramos tanto cuanto nuestra voluntad busca en la oración a Dios, sólo a Dios y su voluntad . Oramos a Cristo con el m ismo sentido que a Dios Padre , al Espíritu Sa n to o a toda la santísima Tri­ n idad, pues Cristo, el Hijo de Dios hecho hombn- . l'S , por ser ve rd a d e r o Dios, objeto de la misma ado­ ración que el Padre. La esencia de la oración a Crist 1 , es ad ora ci ón , entrega amorosa a sus preceptos , a sus mandamientos, a su santa voluntad . Nos e n t r L· ­ ga l i1 os al Padre c o n Cristo y por m edio de É l . C r i s t o nuestro Señor ac ep t a la oración que le di r i gim os y la presenta al P a d r e . Así, n u e s t r a oración a Cris­ to es una o r ac i ó n dirigida al Padre en Él, con El y p o r Él . Nuestra o rac i ón a los s a n t o s es un acto de volun­ tad que admite y r eco n o c e las g r a n d e z as , las g rac i a s , las virtudes, l a sa n ti d ad , el poder de intercesión d e los san t os , pero pasa por ellos hasta Dios y C ri s t o para darle gracias, alabarle, glorificarle y a m arl e en y por sus santos, con sus corazones, su amor y su entrega . Aunque acudimos con confianza y a m o r filiales a n u estr a madre c e l e s t i al y nos en tre g a mo s a i:l la y des e a mos permanecer junto a ella , sabemos cíaramente que no puede ni q ui e re ser para nosotros el úl ti m o término o el último grado : al contrario, como madre nos ll ev a si e mp re a su H i j o, y con 'Él y por Él al Padre, para que ella sostenga con a m or v fidelidad maternales n u estro amor y n u est ra ado1 77


ración , nuestra entrega amorosa, nuestra acción de gracias, nuestra p etició n , sc n te a Dios . n u e stra

alabanza, y

los prc­

*

¡ Si conocieseis u el don de Dios» ( loh 4 , 1 0 ) : l a la sublimidad , el poder d e la oración cris­ tiana ! Nuestra oración cr ist i a n a e n cie rra y p o see un y al o r y u na fuerza que sobrepasa en mucho todas las demás fuerzas humanas y t od as las grandezas n atu r ale s . ¿ Qué pueden s i g n ifi c ar , frente al poder de la o r ac ión cristiana, de la oración hecha o pre­ s e n t ad a al Padre por Cristo , todo el saber , todo el poder de los ho m br es ? ¿ Qué puede significar el mismo poder de Satanás y de todo el infierno ? u ¡ Si c o noci er as el don de D i o s ! » ¿ No hemos de v al o r ar , por lo tanto , mucho más a ú n n u e s t ra oración cristiana ? ¿ N o hemos de c o n­ fiar m u c h o más aún en nuestra o r a c ió n y co n fiar más en su pod e r ? Cristo , el gran orante, ora con nosotros y nos h ace partícipes de la d ig n i d ad y efi­ c ac i a de su oración. ¡ Tal es nuestra fe y nuestra confianza ! g r ac ia ,

1 78


XIV

LA SANTA MISA «Me Dios. »

acercaré

al

altar

de

P s 42, 4

ldoal del sacrificio eucarístico

Centro y com pendio de la vida y la p i ed a d cris­ t ianas es la celebración o , m ejor dicho , l a concele­ hración del sacrificio eucarístico , que u el sumo sacerdote, Jesucristo, instituyó y es ·renovado en la Iglesia constantemente p or sus m in i stros » (ene. Me­ diator Dei, n .º 84 1) . Es, pues , i m p o r ta n t.fsi m o que todo cri s t i a n o tenga una idea j usta del santo sacrificio y de su colabo­ ración en él . Hubo tiempo en que, si d ej a m os a un lado lQs círculos de los teólogos especializados , se creyó vul­ garmente q ue la san ta misa no tenía ya una signi­ ficación litúrgica . Todas las ceremonias y detalles de su celebración se explicaban más bien alegórica­ mente : cada una se tomaba como escena c u a lquiera de la vida y de la pasión de Cristo . La santa misa 1 Los números que se citan en el t e x t o corre sponden a la edición española de Ediciones cSígueme • (Salamanca, 1948) .

1 79


vino a ser una :figuración retrospectiva e histórica de los misterios de la vida y la muerte de Jesús. Esta interpretación alegórica dominó como idea popular de 1a m i s a todo el período comprendido entre el si­ glo IX y principios del x v 1 . Es en este tiempo cuando se recapacita en la explicación profunda d e la misa ante la u r g e n cia de consideraciones teológico-dog­ máticas, y v i e n e a considerarse como el sacrificiq de alabanza y de acc ión de gracias de la Iglesi a , es decir, de la co mu n id a d celebrante . La lucha de la Iglesia contra el protestantismo lleva consigo el qu e , después del C o n c i l i o d e '!' re nto ( 1 545- 1 563 ) , se haya hecho hincapié en el sacrificio y en el carácter sa­ crificial de la muerte de C r i s t o, así como en el d e la m isa como sacrificio d e e x p i a c i ó n . Poco a p o c o se fue superando la estrechez de m iras en el modo de considerar la m isa, especial mente en los últimos años, gracias al llamado movimiento d e renovación litúrgica de n uestro siglo y l a en dclica M e d iator Dei de S . S. Pío X I I . ¿ Qué p re ten d e la celebración de la misa ? Quiere hacernos prac t i ca r ese acto de entrega , acatamiento , homenaje y a d o rac ió n al Dios Tr i no y Uno q ue Cristo - nuestro Señor realizó a n te el Pa­ dre d u ra nte toda su vida terrena y particularmente e n su muerte en la cruz, en forma de sacrificio, del único perfecto sacrificio. El Señ o r nos incluye en este acto suyo de adoración y de entrega a Dios, p a ra que tributemos con É:l y p o r É:l a la santísima Trini dad el obsequio, homenaj e y entrega de que sólo f: l es capaz : obse qu io, h omen aj e y entrega , ado­ ra c i ó n y glorificación t a le s que excedan i n fi nita m e n ­ te c u a l q uier acto semej ante que por nuestra propia cuenta podamos realizar . Es una gra cia inestimable 1 80


la que nos ha sido regalada al ser convidados a la concelebración de la santa misa . El santo sacrificio es la conmemoración de la pa­ si6n y m uerte del Señor . uCuantas veces comáis este pan y bebáis este cáliz, anunciad la m uerte del Señor hasta que f: l venga>> (1 Cor u , 26) . En el centro de la institución por . el Señor �n la última cena se hallan los sufrimientos de su m uerte, cuyo recuerdo debe ser mantenido constantemente en la Iglesia por m edio del sacrificio eucarístico y como reali zado ante nuestros ojos por f:I . De este modo cada misa nos transporta a la cruz en la que nuestro Señor y Salvador se entregó con m uerte cruenta por nosotros, personalm ente por cada uno de nosotros. 1< f: ste es mi cuerpo , que es entregado por voso­ tros. Haced esto en m emoria mía . Y asi m ismo el cáliz, después de haber cenado, diciendo : Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre , que es derramada por vosotros » (Le 2 2 , 1 9-20 ) . En la celebración de la santa m isa hacemos re­ vivir el recuerdo de tantas atrocidades como el Hij o de Dios hecpo hombre soportó interior y exterior­ mente, e n el alma y en el cuerpo, e:>pecialmente al ser clavado cruelmente en la cruz y quedar colgado d e ella durante tres horas en la agonía más amarga . Contemplando su pasión y m uerte reconocemos l"ll f:l la expresión y confirm ación de su entrega amorosa al Padre y de su perfectísi ma obedienci a : uSe hizo obediente hasta la m u erte y m uerte de cruz» ( Ph i ! 2 , 8) ; reconocemos la manifestación de su amor por nosotros , por cada uno de nosotros en par­ t icular , que supera todos nuestros cálculos y todas n uestras medidas : ese amor sublime que le hizo l·ntregarse por nosotros - por mí - para expiar en 181


nuestro lugar, para alcanzarnos el p e r dón de los p ecados y hacernos hijos de Dios, objeto del amor del Padre. «Cristo me amó y se e n t r eg ó por mÍ» (Gal 2, 2q) . Al considera r en la celebración de la santa misa su pa s ión y su m u er t e reconocemos que l a salvación nos ha v e n i do por la m uerte de Cristo en la cruz : por ella se n os h an a bi � r t o l o s c i e l o s y la e t er n a p ar tic i pa ció n de la vi da y de los bienes divinos . En la concelehración del santo sacrificio c on t em p lamos el acto de a d o r ació n , de homenaj e supremo, de maravillosa glorificación del Trino ren­ dido por el Hijo de Dios hecho hombre : tan ex­ celsos, que sólo son dignos de Él ; tan exhaustivos, q ue toda otra adoración , glorificación u homenaj e a D i o s ha de unirse a e ll o s si es q ue quieren ser atendidos. Porque « en É l , con É l y por Él es dado a D i os Padre todopoderoso , en unidad del Espíri t u Santo, todo honor y gloria por los siglos de los si­ glos » (canon de la misa) . Con la memoria de la pa si ó � y m uerte de Cristo está estrechamente enlazada, según el espíritu de la l iturgi a , la de su resurrección y ascensión glor io s as , q u e se fu n da n en su pasión y en su mu erte y fo r m a n con é s t as un todo compacto . Mas la celebración euca­ rística subraya especialmente la mu er t e en cruz del S eñ o r ya q u e en ella Cri sto es significado y re p r e sentado en e s ta do de vícti m a » (Media t or Dei, 89) y « las es p ec i es eucarísticas (pan y vino) s i m bol i za n la cru e n t a separación del cu er p o y de la sangre» (ibid ) La celebración eucarística , que se d esar r oll a en el altar, es todavía más : es un sacrificio, es ofrenda de un sa cr i fic i o El Se ño r ofreció _por primera vez e s t e sacrificio en la última cena en Jeru sa l é n y e n ­ cargó su ce l ebr a c ió n a la Iglesi a , diciendo : (( Haced ,

,

,

··

.

.

1 82

.


l'Sto

en

1 Cor 1 1 , 24 ,

memor i a mía)) (Me 1 4 , 2 2 - 24 ;

2 5 ) . El Concilio de Trento explica y acentúa,

te

fren ­

a la herej ía de los protestantes, el carácter sacri­

ficial

de

el

orden

l' n

su

la

m isa :

de

HCristo,

Melquisedec

sacerdote eterno

109,

(Ps

4) ,

según

quiso

dej ar

última cena a su amada esposa la Iglesia un

sacrificio cnerdo

visible .

del

Por

sacrificio

esto

debía

cruento

el re­

conservarse

realizado

l<i

en

cruz

h asta el fi n de los t i emp o s y convertírsenos en poder sal vífi c o para

mente

el

perdón

cometemos .

cuerpo y

los

de

Cristo

su sangre baj o

p e c ad o s

ofreció las

a

que

Dios

diaria­

Padre

su

y

de

especies de pan

vino» (sess . 2, cap . 1 ) . " ((El augu sto sacrificio del altar no es, pues, una m era y si mple conmemoración de la pasión y m u erte nuestro Señor J e sU'cristo , sino que es un sacri­

de

ficio propiamente dich o , en el cual , i n m olán dose in­ cruentamente

el

tonces en la

d re ni

vícti ma

como

núm .

sum o

cruz ,

67) .

sacerdote ,

ofreci én dose gratís i m a n

hace

lo

en t eram ente

que

en­

al

Pa­

Media. l a r

(en e .

Dei,

Naturalm e n t e , no derram a ya su sangre ,

sufre como en la cruz , pero « l a sabi d u ría divina

h a encontrado un medio admirable para hacer man i ­ fies to el sacrificio de Cristo p o r signos externos q u e son símbolos d e su m u e r t e )) , y a q u e H las especies e u ­ carísticas ,

las

b� j o

cuales

está presente ,

la cruenta separación del cuerpo y de la

la

dem ostración

se

r e p i te

por

en

medio

muestra

todos

de

que

de su

Jesucr i s to

(Media.t or D e i , 89) . La

los

símbolos

cel ebración

del

m uerte

real

sa c r i fi c i o s

distin tos está

en

del se

el

Así

Ca l va r i o

altar ,

porque

significa y d e ­

en estado

sacrificio

si mbolizan san g re .

de

víc tima »

eu carístico

es

el

ofreci m iento de u n sacrificio en el que Cri sto real i z a 183


m isteriosamente por su inmolación incruenta lo mis­ mo que en la cruz

:

ofrece a sí mismo al Padre

se

como víctima agradable a sus oj os . Así, pues , el sa­ crificio de la santa misa es el sacrificio de la propia o frenda, el au t o-sacrificio de Cris to: el mismo Señ or es

la víctima que es ofrecida a Dios en la santa misa ;

sólo

ella

altar

puede

consagra

sangre ,

su

obsequio

satisfacer Jesús

a

corazón ,

y

amor,

al

su

con

santo

Padre

todos

adoración

Dios.

Sobre

el

vida,

su

sentimientos

de

toda

sus

su

alabanza,

y

con el fi n

d e p e d i r todo lo q u e ha orado d esde el primer mo­ mento de su entrada en este mundo, todo lo que ha trabaj ado y sufrido :

Cristo es la víctima y la hostia

« p ura , santa, inm aculada ,, , en la que u el Padre tiene sus complacencias n . El

sumo

sacerdote

que

ofrece

el

sacrificio

es

también u e l m i smo sacerdote que se i nmoló a sí mis­ m o en otro tiempo sobre la cruz » (Con c . d e Trento) : Cristo celebra en el altar su santo sacrificio con ma­ nos

lim pias y corazón puro .

com o sacerdote es sólo su Cristo

ofrece

por

medio

sacerdote en el alta r .

SI

de

él,

y

es

que ejerce su órgano ;

el

verdadero

está presente baj o las espe­

consagradas d e p an

cies

El hombre

instrumen to,

y

de

vino y (( Se ofrece al

Padre ·como en la cruz , si bien no en forma cruen t a . En l a s especies consagradas de pan y de v i n o , por

las

que

está

representado

(Mediator Dei, 89) ,

en

estado

de

vícti m a >>

expresa a su Padre la total en­

trega que le i n duj o a aceptar l a cruz y que mantiene si empre.

En estos principios se basa la dignidad excelsa de

la

santa m i sa :

es u n

único

y mismo

sacrificio

con e l de Cri sto en la cruz , u n obsequ i o de infinito nll or 1 84

para el

Padre .

Por

eso el

valor

de la santa


misa, en cuanto que es sacrifi cio que C ri s to hace de sí mismo al Padre, es i l i m i ta do e infinito en cuanto a adoración , glorificación, ac c i ó n de grac i as , expiación y p et i c i ó n dignas de Dios . Al p a rtic i pa r en la ce l e braci ón de la santa m isa, p od e m o s y de­ bemos satisfacer n ues tro ardien te deseo d e adorar, glorificar, alabar, dar gra c i a s y expiar y e n tr ega r n os a Di o s con todo nuestro a m or ; lo podemos porque « en El , con El y por Él (con Cristo) le es dado todo h o n o r y gloria>l (ca_non de la misa) . El sa crifi ci o de la misa es también el sacrificio d e la Iglesia. Cristo no conoce sólo el sacrificio e u ca ríst i co , sino que lo ofrece como cabeza de su I g l es i a en- la u n ió n más í n t ima y vital con ella . Todos los que son miem­ bros de la Iglesia, en el cielo, en la tierra, e i ncl u so las almas del purgatorio, se re ú n e n en torno al sumo sacerdote, Cristo, y o fre c en juntos el sac r i fi cio en el q�e El se ent r ega al Padre . Por me d i o del sacer­ clote celebrante es toda la Iglesia la que eleva el cuerpo y .Ja s a n gr e de Cristo vícitma . « Nosotros, tus siervos (los sacerdotes) , y tu pueblo santo (la Ig l e ­ sia) ofrecemos a tu excelsa majestad una hostia santa, pura, inmaculada )) (oración después de la CQ!l sagración) . Todos po d e m os y d e be m os unirnos íntimamente con Cr i s t o , su mo sa cerdote , y «ofrecer el sacrificio con El y por E l , sa n t i fi cá n d o n o s con Él n (Mediator Dei, 79) . Al inmolarse Cristo, se in­ mola la Iglesia , se inmolan todos los que c o n c e l ebra n el sa n to sacrificio de la misa : quedamos todos j un­ ta m en t e sacrificados e inmolados a Dios. La Iglesia entera se i nm ol a como víctima en el c i e lo y en l a tierra j untamente con Cristo, a q ui e n sacrifica en la santa misa, y el sacrificio de Cristo en la cruz ,

1 85


se con vi e r te en el sacrificio de la Iglesia, en nuestro propio sacrificio . E n la concelebración de la santa misa nos inclui­ mos y nos acogemos al sacrificio que Cristo ofreció en la cruz para consacrificarnos y «concrucificar­ nos11 con f:l . « La celebración de la santa misa tien­ de a re p rod u c i r en n o so t ros , por medio del misterio de la cruz, la imagen del divino Salvador, según la palabra del Apóstol : " Estoy crucificado con Cristo. V i vo yo, mas ya no soy yo : es Cristo quien vive en m í " (Gal 2, 20) , y así nos convertimos en víctimas para l a mayor glorificación d e Dios Padren (Media tor Dei, 1 25) . (( Es, pues, a bsol u ta m e n te nece­ sario que e n t r em os en íntimo contacto con el sumo s ace r d o t e , ofreciendo con f:l y por Él, santificán­ donos con f.:1 11 ( ibi d . 79) . E l p rofun d o se n t i do y la más íntima significa­ ci ó n de la celebración eucarística es, pues, que, en la santa misa , la Iglesia y nosotros mismos nos ofre­ cemos como víctimas con Cristo crucificado, en santa unidad de sacrificio, en un mismo espí ritu , en u na m i s m a v o l u n t ad y un m i sm ó acto. Mas sólo podre­ mos participar en el sacrificio de Cristo en cu a nto aceptemos y preservemos en nosotros su espíritu sa­ crificial , su espíritu de obediencia a los deseos de Dios, de h u m i ldad, de e n trega ilimitada al Padre, de a d or a ci ó n de glorificación , su amor vehemente y sacrificado a las almas, su odio a todo pecado , su d e t e r m i na ci ó n y d i sp osi c i ón constante de expi a ci ón , m ortificación y p e n i t e nc i a . Sólo así nos es p osi ble mani festar a la excelsa m?.,jestad del Dios Trino el tribu to de u n a adoración digna de El y h ac ernos participantes en las g ra ci as de la redención . La condición esencial p ara que p odam o s ofrecer ,

1 86


j u stamente la

víctima, que es C ri s t o en la concele­ misa, es q u e nos o fre z cam os n os ­ y nos hagamos una sola e id é n t i c a víctima ofrecida con C r i sto al Padre, y con el m i smo espíritu con que f:l se ofreció en la cruz y ahora se ofrece continuamente en el altar : esto es lo deci­ sivo. Concelebrar la santa m isa s i g n i fi ca y exige algo más' que el mero reflex ionar piadosam ente so­ bre los tex tos del m is al y sobre las c e r e m on ias y sím bo lo s sa gr ad o s ; sig n ifi c a y e xi ge algo más que deleitarse en la contemplación d e las m aj e st u osas funciones litúrgicas, e n . el profundo canto coral o en las a r m o ní a s d e l ó rgan o Hay q u e ofrecérse con Cristo en muerte m ística

bración de la o t r os m i sm o s

,

santa

.

i nterior ,

tal real como m isteriosa , a semej a nza de su c e d e en la transustanciación de las especies del p a n y del v i no del sacri fic io : son con sagrados , dej ando de ser lo que · a n t e s eran ; m ueren , por así decirlo , y se c o n vie r t en en algo nuevo : el cuerpo y l a sangre de C r i s to A l go semejante debe o c u rri r en nosotros siempre que asistimos al santo sa c r i fi c i o de la m isa : e l p a n y el v i n o son n uestro ej emplo : d ebemo s , como. ellos, dejar d e ser el h o m br e de ayer el hombre de la i n fi d el i d a d , de l a f:�lta de autodo­ m i n i o , el h om bre que rehúye el sa cr i fi c i o , el hom bre de deseos desordenados, p a s i o n e s i n c li nacione s y hábitos perversos , el hombre de los apegos absur­ dos, de la p r e o c u p ac ió n desmedida p o r l o terreno, del amo r p r o p i o desordenado y del egoísmo - . Que­ remos y d e be m o s ser v íc t i m a s o fre c i d as c on s ag ra d a s a Dios , convirtiéndonos a f: l con t o d o n uestro modo de pensa r , s en t i r y a s p ir a r , e n u ni ó n con el sentido sacrificial de Cristo y d e su e nt r ega total y am orosa como víctim a . lo que

.

-

,

,

1 87


Demos gracias a Dios por disponer de un sacri­ ficio « puro, santo , inmaculado11 . Démosle gracias porque podemos ofrecerle diariamente esta víctima in finit a m ent e excelsa : el cuerpo y la sangre de Je­ sucristo . Con esta víctima tributamos a Dios una glorificación , hom enaje, adoración y alabanza real­ mente dignas de :f:I . Sa lgam os de la santa misa con la consciente con­ v icc ió n de que hemos s i d o ofrecidos e inmolados con Cristo a Dios. Animados por esta conciencia, vaya­ m os al encuentro de las ocupaciones diarias y de­ m ostremos en la vida práctica , en el trato con los hombres , en las obl i g a cione s profesionales , que he­ mos a d q u irido en 1a co n ce l ebr a ci 6 n de la santa m i sa fuerzas y arroj o para ser más mortificados, más pacientes, más entregados al trabajo y al amor . Nuestro

sacrificio no

se limita

al corto

tiempo

de

sino que d ebe durar todo el día . La santa misa sigile obrando : encuen­ tra su mejor expresión práctica en la alegre y amo­ rosa aceptación de todos los sa cr i fi cios y preocupa­ ciones que el Señor querrá enviamos durante

la celebración de la santa misa,

el día .

1 88


XV LA SANTA MISA Cont inuación «Me ace�caré Dios . •

al

altar de Ps 14, 4

La realización de la idea de sacrificio en nuestra asistencia a la santa misa Si la m i sa es el sacrificio de

Cristo ,

de la I gl esia

y el nuestro propio, el sacrificio en el que ofrecemos

C ri s to y a nosotros m i smos al Padre , surge una pregunta importantísima : ¿ cómo hay que asistir a la santa misa ? Porque de la recta inteli gencia del santo sacri ficio de J? cnden nuestra oración y nuestra vida cristiana : la misa es rea l m e n t e el centro y

a

vértice

de

la piedad

Muchos

no . saben

celebra

la

cristiana . qué

santa m i sa ;

deben

i ntentan

hacer

m i e n tras

se

ocupar

el

entonces

tiempo en alguna (( de voción» o en determi nadas <! Ora­

ciones» :

hacen

la

rezan el breviario , en

otras cosas . Y

bautizados , misa :

son

medi tación ,

algunos

sacerdotes

otras ·personas emplean el tiempo no se dan cuenta de que, como

llamados

a

concelebrar

la

santa

f:l y con f:l a nosotros entregarnos con f: l a Dios .

ofrecer a Cristo y en

mismos

al

Padre,

1 89


El gran mérito de la llamada renovación litúr­ gica de este siglo consiste en que desde el principio tomó como obj etivo principal de su aspiración el fo­ mento y la comprensión profunda de la celebración del sacrificio eucarístico, ya que no podía olvidar que « el misterio de la santísima eucaristía, institui­ da por el sumo sacerdote, Jesucristo , y renovada constantemente por sus ministros , en fuerza de su propia voluntad , es como el compendio y el centro de la vida cristiana » (Mediator Dei, 84) . De esto se deduce que para nosotros, los cristia­ nos, tiene una importancia decisiva que aprendamos el modo de asistir y concelebrar debidamente el san­ to sacrificio, lo cual lograremos solamente cuan­ do nos asimilemos el espíritu de sacrificio con el que el Señor se ofrece en la cruz y nos dejemos pe­ netrar por él enteramente. Asistimos a la santa misa para ofrecer a Cristo al Padre , y con l!l y por l!l ofrecernos nosotros mismos, de forma que « nos con­ vertimos en víctimas juntamente con Cristo)) (Me­ d iator Dei, 1 25 ) . Para lo cual es necesario que cc ten­ gamos los mismos sentimientos que tenía Cristo Jesús y que reproduzcamos en nosotros m ismos, en cuanto lo permite la naturaleza humana, el mismo esta do de ánimo que tenía el Redentor cuando hacía el sacri­ ficio de sí mi smo» en la cruz (ibi d . r n 1 ) . ¿ Cómo podremos asimilarnos este espíri tu sacri­ ficial de Crist o y reproducir sus mismas disposicio­ nes sacrificiales de fa cruz ? Sólo si tomamos , de co­ razón , parte, interna y externamente, en la acción que se verifica en el altar . La participa.ción externa puede realizarse de di­ versas maneras . Bien estará siempre que usemos el misal y nos unamos de este modo a las oraciones 1 90


y sentim ientos de la Iglesia ; que t om emo s parte en la llam ada misa de comunidad, o en misas dia­

logadas,

cantadas, etc .

cipación

externa nun ca son esenciales : lo esencial funda"m entalmente en que asistamos a la

Mas

estas formas de

parti­

_

consiste

n ta misa con la íntima intención de ofrecernos y de inmolarnos con Cristo, que ésta es - la manera más perfecta de 11 concelebrarn la santa m isa . Así pues , decisiva es, ante todo, la participación interior en el santo sacri ficio. Esta participación interior no requiere esencial­ mente la penetración del sentido de los textos litúr­ gicos, símbolos o ceremonias , o eL e n t e nd er perfecta­ sa

m ente las fases de evolución del año litúrgico y el proceso de formación de las fiestas particulares o de los ciclos festivos ; de

ni siquiera requiere la meditación

los pensamientos propios de 1a fiesta contenidos

en las oraciones, epístola, evangelio y otros fragmen­ tos bíblicos propios del día . Todos estos conoc1m1en­ tos que

son

muy buenos, sin duda alguna,

se

po sean del mej or modo posible ;

y

oonviene

m a s nunca

forman lo que podemos llamar la alta ciencia de la participación interior y de la asistencia espiritual de la santa misa . La participación interior es , esencialmente, cues­ tión de ánimo

voluntad : sacrificiales,

de una disp<?sición y estado de mayores

cada

día ,

de un pro­

pósi to de la voluntad cada día más d ec i d i do y for­ tifi ca do, más

determinado a la perfecta entrega en

manos de Dios, a su adoración y su servivio, a1 cum­ plimiento

de

sus mandamientos y de su

voluntad ,

al humilde y amoroso abandono en los brazos de la provi dencia di vina

con

todo lo que

ella,

para

nos­

otros, disponga y permita . 191


f: sta tencia

es

al

la gran tarea a la que n os obliga la asis­ santo sacrificio . De que nos empeñemos

seriamente en calcar cada vez más profundamente en nosotros el espíritu sacrificial que vemos en Cristo crucificado y en avivar ese mismo espír itu durante la celebración de la santa misa, depende nu estra posi bilidad de participar debida y respetuo­ samen te en ella : para mayor bien nuestro y m ay or gloria de Dios. En esta penosa y constante tarea consiste , en cierto modo, la única preparación re­ mota aceptable , habit u a l en nosotros, que nos dispo­ ne a la asi stencia i nterior a la santa m isa : una pre­ p a r ac i ó n que comprende toda nuestra vida, con sus preocupaciones, sacrificios, lucbas y dificultades . Pero e s t a preparació n , que debe preceder nues­ tra asistenci a al santo sacrificio, debe ser vivificada con t i nuamente en la misma asistenci a . A este fin debemos o r denar lo qu e se llama 11 misa de los ca­ tecúmenos » o pre-misa, con sus oraciones y lectu­ ras , en la q u e ocupa un lugar preeminente la reci­

tación de algunas oraci ones y de la confesión de las culpas para obtener la total rem isión de los pecados.

Siguen luego n ueve exclamaciones de m isericordia Crjsto

en

el

« Kyrie eleison »

y

la oración

Iglesi a . N u estro espíritu de oblación tiene a ú n ocasión para ser reanimado en el ofertorio,

a

de la mejor e1

en

que reproducimos espiritualmente lo que los fieles de los pr i me ro s siglos realizaban visiblemente acer­ cándose al altar y depositand o allí sus ofrendas :

vino, pan , dinero, víveres, etc . , como expresión de

común v o l u n t ad sacrificial . También nosotros reproducimos esta escena espiri tualmente y depone­ su

m os 1 92

nuestros

dones .en e � altar :

nuestro corazón ,


yo , nuestro arrepen timi ento , nuestro e st a ánimo, nuestro ardien t e d eseo de v i v i r en el Señor , de darle hoy todo , de aceptarlo todo de buena v o lu n t a d y dejarnos guiar hum i ldemen t e en todo por la suya . Somos u la got a d e agua » que el sacerdote vierte en el cáliz, i de n t i fi cá n donos con la vícti m a , que e s Cristo. Los rel igi osos deben re n o v a r e l sacri ­ ficio total de sí m ismos que h i c i er o n en la hora d e gracia de su profesió n , y deben confi rmarlo con nuevo ardor, c on n ueva determi nación de u n i r se al sacrificio de Cristo sobre la cruz y el alta r . El c a n t o del p re/a.c ío n o s u n e al coro e x u l tante y bullicioso d e los ángeles, c a n t a n d o con ellos el u santo, santo, santo » . Nos ponemos a conti nuación nuestro

­

do de

en

co munión

con los

santos

y

bic n a v e n t n rados del

ciclo, y así, u cstando en co m u n i ó n » , nos p r e p a r a m o s a asimilar la vol u n tad d e s a c r i fi c i o qu e se p a l p a en el sagrado momento de l a co n s a g r a c i ó n . Como e n otro tiempo sobre l a víct i m a de Salomón se abrió el c i el o y descend i ó fuego que c o n s u m i ó sus dones, así tam­ bién se ab r e n los ci clos sobre los n uestr o s d e pan Y de vi no , desciende u n fuego san to q u e se posi:si o n a d e ellos , l os t ra n s form a y l o s presen ta a n t e e l t ro n o d e Dios . Este fuego d el ciclo es e l m ismo C ri s t o n uestro Señor, sumo s a c e r dp t e y víct i m a al m i s m o t i em p o En el mom en to de la c o n sagra ci6n se realiza u l a i n m ol a c ió n i n cr u e n t a por m edi o de la cual , una vez pronu nciadas las palabras de la c o n s a g ra c i ó n Cris­ to se hace presente en el altar en estado de víct i m a . C o n lo c u a l , al p o n e r sobre el a l t a r l a víctima d i v i ­ na, el sacerdote la p r ese n t a al Pad re com o oblación a su glori a » (Med iat or Dei, 1 1 2 - 1 1 3 ) . U n i é n d o n o s al sacerdote celebrante, ofrecemos al Pa d r e a Cristo, ,

.

,

.

1 93


nuestra víctim a , la m i sm a víctima que se ofreció en la cruz ; a su sa c ratís i m o corazón , con todo su amor, su entrega , su veneració n , su alabanza , su acc ión de g rac ias, sus m é ri t os y sa t isfa cc i o ne s su intercesión para lograrnos el p er dón y la gracia. u En memoria de la sa grada pasión , de la resurrección de ent re los m uertos y de la gloriosa asc e ns ió n de tu Hijo, nuestro Señor Jesucristo , ofrecemos a tu e x ce l sa m a­ j estad una hostia p u ra santa e inmaculada : el pan santo de la vida e terna y el cáliz de perpetua salud » , es decir , a Cristo, que está presente, como sumo sacerdote y com o víct im a sobre el altar en el m ismo estado de inmolación en que en otr o tiemp o estuvo una sola vez sobre la cruz . Ofrecemos al Padre esta víctima santa c o m o u n d o n nue stro, c o m o una p rop iedad nuestra , como un perfecto complemento de n u est ra s obras y nues­ t ra oración , de nuestro amor y de n u e s t r o sufri­ mientQ, de suyo insuficientes, como u n a oración y u n a acción de gracias , una satisfacción , adoración y glorificación n u e st ra s Pronunciamos en estos sa­ g r ados momentos un doble u sín de nuestra volunta d . E n primer lugar , e l u sín agradecido a l o q u e se v er i fi ca misteriosamente en el altar : Cristo se ofrece como lo h i z o en la cruz ; el « SÍ» alegre a todo lo que :fH incluye en ·este ofrecimiento, v alora do y ence­ rrado en su sacratísimo corazón : su entrega ge­ n ero sa , su amor, su oración , su acción de gracias, su alabanza , sa ti sfa c c i ó n y e xp i aci ó n por n ue st ros pecados, sus méritos para lograrnos fuerza y graci a para nosotros y para todos nuestros se re s q u e r idos ; el u sÍ» agradecido, porque podemos ofrecer al Padre el sa n tí s i mo corazón de Cristo con todas sus infini­ tas riquezas y así suplir n u e st r a pobreza . uBendito ,

,

,

.

1 94


,.¡

q t1 e

ha venido (en la consagración) en el n o m br e H osanna in e x ce lsis » . un seg undo cc sÍ » , el de n u estra volun ta d de

d l ' l Seño:· .

V �l·r

i nmolados :

queremos

vernos ele vados

t e rreno y l o caduco en e stos l l' l l l O S

ofrecernos

a

Dios

y

santos ser

sobre lo

momentos ;

cosa

suya ,

que­

que

lo

v i vamos total y absolu tam en t e , no según n u estra pro­

y

pia

voluntad

l'O l l

l a d i sposición sacrificial

v ador ta

en

n u estro

sacrificio,

si no

en

umon

de n u e s t ro Señor y Sal­

en la cruz . Lo que hacemos de forma i n cruen­ l a concel ebración litúrgica de la santa m i s a ,

huy que realizarlo d e form a cruenta ; en una autén­ t ica i nmolación , a través d e toda la j ornada , con un u sín serio y eficaz a las palabras d,el Señor : « El q u e quiera ser m i d i scípul o , niéguese a sí m ismo y t o n w su cruz y sígame » ( Mt 1 6 , 2 4 ) . En la asistencia a la santa misa se trata de algo p rofundamente serio : 11... n c i a cristiana ,

de los fundamen tos de la exis-

de un i n terno con-mori r misterioso ,

111ás

efi caz , con el Señ or crucificado .

mu

una

entrega

total

Se trata de que

eli j a m os de nuevo

cada día

d camino de la cruz y p ron unciemos un desi ntere­ "ado u sín a las fatigas, sufrimi entos y amarguras q u e nos imponen el día de hoy y la preocupación por el fu turo , con sen t i m i entos de humilde y uni­ ve rsal obediencia, idénticos a los de Cristo cruci­ li cado : ccTened los mismos sentimientos que tuvo l' risto J esÚ s >> (Phil 2 , 5 ) . Con vertidos e n víctimas , j u n t o a Cristo clavado en cruz , digamos también l ' o n Bl : « M i ali m ento es hacer la voluntad del que m e envióH (Ioh 4, 2 4 ) , p ues u ya no vivo yo, es Cristo qu ien v i ve en mín (Gal 2 , 20) . Este HSÍ» es incluido en

l a recitación del padrenuestro, que expresamos en

l a más íntima unión de espír i t u , corazón y volun1 95


tad con el Señor, quien lo reza en este momento con nosotros y con toda la Iglesia celestial y terrena . La santa comunión pertenece a la integridad del santo sacrificio . La concelebración de la misa está vinculada a la « sagrada cena del Señorn (r Cor I I , 20) , «en la que comemos el pan del Señ or y bebemos su cáli z » (r Cor u , 2 2 ) . Es el banquete en que ccanunciamos la m uerte del Señorn (r Cor u , 26) y en el que se reúne la com u n i da d que lo celebra. La comunión de los santos con el Señor y entre sí tiene que encarnarse y profundizarse en este banqude . Puesto que el banquete eucarístico pertenece a la in­ tegridad del santo sacrificio , el que concelebra el sacrificio debe también tomar parte en la mesa del Señor, debe com ulgar . En la sagrada comunión vi ene a nuestra alma Cristo en persona , Crü;to víctima ; la llena y pe­ netra d e s u voluntad y espíritu de sacrificio y de entrega al Padre , fortaleciénd onos para la dura rea­ lidad de la j ornada y para la i nmolación cruenta que cada día se exige de nosotros , y que la inmo­ lación li túrgica , y como tal incruenta, de nosotros en la santa misa, deberá manifes tarse en la vida práctica e n nuestro trabaj o profesional , en nuestras relaciones, e.n nuestra aéti tud , digna de quien se ha convertido en víctima agradable a Dios en el santo sacrificio del altar , j unto con Cristo crucifi­ cado . La exclamación del diácono o del sacerdote en las misas sencillas, He Missa est, significa algo más que un simple ccpodéis > marcharosn : representa un encargo y una recomendación : la m isión de entrar en el trabaj o o la ocupación d iarios con ánimo de total entrega a Dios y a su voluntad , sus manda­ m ientos, designios y disposiciones . 1 96


Es particular designio del Señor, que se ha in­ molado con infinito amor por nosotros, los hombr es , l' l l la cruz , el derramar en nuestra alma, mediante l a sa gra d a comunió n , el resplandor y la fuerza de su l"aridad , y hacer que nos j untemos los c rist i a nos e n santa éom i;. n ión de mesa y vi d a como hermanos y h ermanas, en unidad interna e indivisible, for­ mando un sol o cuerpo y una sol� alma . De este modo la comunión es cada día para nosotros una i n ­ v i tación a l a caridad co m o 1a p i d e el Apóstol : « La caridad es paciente , es benigna ; no es e n v idiosa , no es jactanciosa, no se hincha ; no es descortés , no es interesada, no se irrita , no piensa mal ; no se alegra de la i nj u sti c i a se c o m pl ac e en la verdad ¡ t odo lo excusa , todo lo cree, todo lo espera, todo lo tolera » ( 1 Cor 1 3 , 4-7) ; una i n vit a c i ó n a la cari­ d ad , de la que dice el Señor : u Éste. es mi precepto : q u e os améis unos a otros, como yo os he a ma d o V o os he el e g i d o y os he d e s t i n ado para que vayáis v deis fruto » (!oh 1 5 , 1 2- 1 6) ; el fruto de la caridad c r i stian a que se o lvi da de sí , que sirve, que ayuda . S6 1 o con la f u e r z a de su amor, que nos co mun i c a en l a c o m u n ió n , podemos cumplir este precepto . L a sagrada comunión debe servir también para <¡ue nos i dentifiquemos ca d a día más profun d amen­ te con el Señor, ofrecido en la c r u z y en el santo sacrifi cio de 1a m i sa . << Tened los m ismos sentimien­ tos que tuvo Cristo Jesús, quien, existiendo en la forma de D i os , no reputó codiciable tesoro mante­ n erse igual a Dios, antes se anonadó , tomando la fo r m a de siervo y hacién dose sem ej a n te a los hom­ bres, y en la condición de hombre se humill ó , he­ cho obediente hasta la muerte , y m uerte de cruz 1> ( Phil 2 , 5-8) . Pío XII explica así esta expresión del ,

,

.

1 97


Apóstol duzcan

<cexige

:

humana ,

t uraleza

el

tenía mismo

de todos

en sí m i smos, · en

el

Redentor

los cristianos que repro­ n t o lo permite la na­

cua

mismo estado de ánimo qu e cuando hacía el sacrificio de sí

la humilde sum isión de espíri tu, la

:

a d ora­

ción , el h o no r y la alaba nza , y la a cc i ón de gracias a la divina m aj estad de Dios ; exige, además, que reproduzcan en sí mismos las c ondic i o ne s df! víc­ tima

:

la

abnegación

prop i a ,

según

los pre ceptos del

e j e r c i c i o de la p e n i t en c i a , el dolor y la expiación de los propios pecados. Exige , e n una palabra, nuestra muerte

Evangelio ,

vol u n tario y

el

espontáneo

de tal form a que po­ Pablo : « Estoy crucifi cado con C r i sto » (Mediator Dei, r n r ) . De este modo , 1a recepción de la sagrada comu­ nión p r o l o n g a la parte precedente del santo sacri­ fi c i o : se trata , en todo ca s o , de la últi ma esencia de n u e stro ser de cristianos , que es la unión con Cristo y la s emej anza co n su m u e rt e ( R om 6 , 8 ) . Un cri stian i s m o que no exige sacrificio y no se acer c a continuamente a la cruz , in tentando asemejarse al Crucificado, no es auténtico cristianismo . Terminará e l sacrifi cio eucarístico, pero nosotros mística

la .

en

cruz con Cristo,

d a m o s decir con san

p<>dremos

hacer

que

poder y

eficacia

perpetúe

iqin terrump i damente

vivido en Ja fun­ ción litúrgica deberá s er mantenido en nuestra vida y en c on t r a r su prolongación en un sincero « SÍ» de h vol u n t a d , dispu esta al sacr i fi c i o , y la realización generosa de todo lo que nos proponga el día con sus su

:

lo que hemos

e�igencias e i m p osi ciones ; un continuo ofertori o em. el que vivimos d u ra n te toda la j ornada nuestra a s istenci a a la santa misa. Así , el dí a viene a ser un 1 9:..S

cántico

de

acción

de gracias, práctico y efi caz ,


virtud de n u estra asistencia al santo sacrificio, será al m ismo tiempo la m ej or p r epar a c i ón para la misa del día siguiente. La asistencia a la santa misa , debidamente en­ tendi da, no debe quedar sin i nfl uencia sobre el con ­ j unto de la vida cristiana. No, porque la misa es el centro de la pi edad y de la vida del cri s t i a r'i o , que la pe ne t r a y va convirtiendo cada día más en lo que r eal m en t e es y debe ser : una vida de u n ión estrecha con el espíritu sacrificial de Cristo, un con ­ morir con El , una aut é nti ca imitación del Señor : « El que quiera venir en pos de m í, niéguese a sí mis m o y tome su cruz y sígame . Pues el que quiera salvar su vida , la pe r d e r á ; y el que p i e r d a su vida por mí, l a hallará » (Mt 1 6 , 24) . ¿ No es realmente algo grande y sublime el po­ der asistir a la celebración de la santa misa siem ­ pre que queramos ? ¡ Cómo d e b e m o s dar gracias ! ¿ No es una riqueza y una gracia sin igual el que tengamos un sumo sacerdote, Cristo, y que por su bondad dispongamos de sacerdotes que t i e nen el po­ der , recibido en su ordenación, de ofrecer el santo sa c r i fi c i o , y que nosotros , los cristianos , podamos concelebrar y podamos unirnos al sacrificio de C r i sto ? - ¡ Qué gratitud d e b em o s también al s a ce r­ dote, que sube diariamente con nosotros y por nos­ o t ros al altar y nos da ocasión de poder unirnos al sacrificio del Señor y de su Iglesi a , ofrecien do así al Dios santo una adoración , una a cc ión de gracias y u na gloría dignas de El ! en

y

199


XVI

LA VIDA INTERIOR •Orad r

sin interrupción . • Thess 5 , r 7 ; L e r S , 1

En la epístola a los Colosenses describe san Pa­ blo la vida del cristiano como debería realizarse todos los días : u Buscad las cosas de allá arriba , donde Cristo está sentado a la diestra del Padre . Porque estáis muertos (según el hombre viej o) , y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Despojaos del hombre viejo con todas las obras y vestíos del nuevo n . De un modo especial pertenece la caridad a la vida cotidiana del cristiano : uSoportaos y per­ donaos m utuamente, siempre que · alguno diere a otro motivo de quej a . Pero , por encima de todo , ves­ tíos de la cari dad , que es vínculo de perfección . y la paz de Cristo reine en vuestros corazones, pues a ella habéis sido llamados en un solo cuerpo . La pa­ labra de Cristo habi te eri vosotros abundantem ente, enseñándoos y exhortándoos unos a otros con toda sabiduría, con salmos, himnos y cánticos espiritua­ les , cantando y d.mdo gracias a Dios en vuestros co­ razones . Y todo cuanto hacéis de palabra o de obra , hacedlo todo en el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por É:l n (Col 3 , 2 ss ) . Y en otro sitio : u Apli caos a la oración, velad en ella con hac i 200


m i ento de gracias» (Col 4 , 2 ) . A los de °Sfeso, en ca m bi o , los exhorta así : « Aprovechad bien el t i e m ­ p o , p o r q u e los días son m a los . Por e s to , no seáis in­ s e n s at o s , sino p ro c ur a d entender cuál es la voluntad 1lel Señor . L l e n a os del E sp í r i t u S a n t o , siempre en salm o s , hi mnos y cánticos espirituales, c a n t a n d o y sal modiando a l Señor en vuestros corazones, dando s i empre g rac i a s por todas las cosas a Dios Padre en nombre de n u e stro Señor Jesucristo» ( Eph 5, 1 6- 2 0 ) . U n continuo d i r i gir a Dios nu e str a mirada efe reco­ nocimiento, una po s t u r a de al eg rí a sobrenatural en Dios, de c o n fi a n z a en Dios, de a m o ro s a familiaridad l' O ll Di o s : así e s c o m o , según vemos , p r e se n ta san Pablo l a vida del cristiano .

1.

Qué

es la vida interior

no fue tan grande para los pr i m e ro s crispara n oso t r o s la dificultad de c o nver t ir l a vida d i a r i a en oración y e n sa n t i d a d . Quizás nin­ _¡:· t t n a otra é p o c a ha sentido com o la n u estra el pro­ l ikma de sant i fi car n u e st r a actividad cotidiana y t ra n s form arla en orac i ó n . Los h o m bres llevaban en o t ros t i e m pos u n a v i d a más tranquila y desconocían l' l agotador acti v i smo de n u estros días ; la tensión 1 · n tre i n terioridad y ac t i v i d a d no era tan fuerte co­ c o en los tiempos actuales . Hoy nos vemos p re cisa ­ d o s a c o n c e n t ra r el pensam iento y e l espíritu sobre l' l t rabaj o , el c u m plimiento del deber o la máq u ina q tt e se nos confía . Estamos a v e ce s tan a bsor t o s e n n u estra o cu pació n , q u e durante h o r a s enteras n o po­ demos permitir que aflore n i ngún otro pensam iento, y m ucho m e nos l a i d ea d e D i o s . Nos encon tramos Acaso

1 i a n os como

201


muy lej os tad

del i deal que rios traza san Pablo :

u C ai1-

y salmod i a d a Dios e n vuestros corazones » .

Es­

l ej o s de la i n vi t aci ó n que n os dirige el Señ o r : u Es p r e ci so orar e n todo t i e mpo y no d esfa ­ llecen> ( Le 1 8 , 1 ) . D e todo lo cual br o t a una pregun­ ta i n qu i e t a nte : ¿ có m o pod remos c o n c ili ar la u n i ó n con Dios , esa u oración sin interrupción » , piedad , o v i d a i nterior , con la vida p rofe s ion al y la actividad t a m o s muy

coti diana ? No

bas t a ,

por

otra

part e ,

ú n i c a m e n te

vida i nterior

en

que

c o n s i d e r em os l a

r elac i ó n con la

acti vi dad ,

con l a a c t i v i d a d por antonomasi a . Esto ser í a hacerse

una idea deficiente de la v i da i n te ri or . Uno que ll e­ va

u n a vida poco activa puede car ecer

de

vida i n terior .

No lleva

más o m e no s

una v er da der a vida i nte­

qu ie n

a la cu r i o s i d a d y quiere saber lo , Tam poco llevan u na verdadera vi­ se ocupa sin n ece s i d a d de asun­

se

han

r i o r quien se entrega

verlo y oírl o todo . da

i n terior

tos que n o

le

e n co m e n dado ;

quien

vive al

que pasa a s u alred edor ; qu ien se inte­ resa por todas las d ebi lidades y faltas del prój i m o y las comenta c o n otros ; q u i e n se da a toda clase d e c h a rl as y d i stracciones ; q u i e n ,;e entrega con exceso a leer p e ri ó d ic o s , escuchar la r a d i o y es muy locuaz . T o da s estas cosas no dej a n ti empo y espacio a la vida i n terio r , a l a con versación con D io s . La · v i da inter i o r , la u n i ó n con D i o s , no consiste simplemente en el m a yo r número p o sibl e d e prácti­ cas de pi ed ad , oraciones vocales , m e d i taciones, lec­ turas p i adosas , y n i si q u ie ra en asi stir lo más fre­ cuen t eme n te posible a las funciones religi osas . Tam­ p oc o consiste en m e d i t ar s i n cesar sobre Dios y sus misterios ni en te n e r la idea fi j a de que Dios está p res e n te y de que nos ve, nos p enet ra y nos sigue acecho d e l o

202


siempre

con

su

mirada .

Muchos

la

confunden

pie­

dad , que es vida interior , con las prá cticas de piedad , y

creen tanto más piadosos cuantas más de estas

se

¡ Como

prácticas acumulan .

si la suma de las obras

consti tuyera la piedad ! La

verda dera interioridad

cristiana

o unión

con

Dios no e s , en su fun d a men to y en s u esenci a , u n a actividad de la mente, s i n o d e l a voluntad . E s una ac­ titud,

un

radera

t!

estado,

una

i n m u table

de

determinada am or a Dios,

Dios, de total ent rega

a

d i sposición

du­

de confianza en

las órdenes, deseos, precep­

tos y beneplácito de Dios, una perm anente y delica­

da atención a la voz de Dios que habla � n n uestro corazón

baj o

la

for m a

de

inspiraciones,

l l am adas y

toques de concienci a . La vida i n terior es la docilidad con stante de l a voluntad, que se a dap t a a la d i v i n a voluntad y s e abandona a Dios.

y

v i vo por su

Se funda sobre un

abierto espíritu de fe ; que . sin esfuerzo, casi

una

buena costu m bre ,

en

todo percibe

a

Dios,

acción y su amor . Por esta m irada de fe el . alma

a c epta paso a paso , t·asi

por

hábi to,

s i n i n q u i etantes preocupaciones,

con

grati t u d ,

am or

y

alegría ,

la

\' Oln ntad y las d i sposiciones d e Dios , arroj án dose c o n ­ fi a d a m e n t e en m ada

de

sus brazos . E s c u c h a l a v o z y la lla­

D i os en todas

las

cosas y sucesos,

o bligac iones y dificultades, lo · ,Kencias de

la

propia

concienci a .

pon de con un exultante La parte,

unión

con

ce como

en sus

mismo que en las exi­ Y

a todo ello res­

tú lo qui eres » .

Dios consist e ,

pues ,

por

n u estra

en una elevada d i sposición de amor de D i os ,

c i mentada en un profu n d o espíri tu d e fe y de con­ fianza

nna

en

:f:l ;

alegre

todo lo

en

una

prontitud

actitud de

que Dios quiere y

permanente del al m a ,

n u estra

como

voluntad lo quiere ;

a

hacer

u n a go-

203


zosa

presteza a

vas a

y entregarnos sin reser­

someternos

todos los sacrificios,

y fracasos que

É;l

sufri m ientos ,

d i ficultades

nos manda valién dose de las cir­

cunstancias y de los hombres. No

es

que en esta « oración sin interrupció n » es­

temos pensando continuamente en Dios,

mas tam po­

p e n sami e n t os inútiles o

nos ocupamos dé

co

positi­

vam e n t e malos ;

no form ulamos constantemente l!Ue­

y

j aculatorias, n i hacemos nuevo s « ac­

vas plegarias tos)) .

Lo

tad y

que ante

todo i n t e r esa

nuestro corazón

e ::; t é n

es que n u estra vol u n ­

conti nuamente

endere­

gozoso empeño de e v i ta r toda de cumplir su voluntad y s u j e tarnos a

zados hacia Dios e n el desviación y

ella s i e m p re y en todas las cosa s . La oración continua - al igual ción

v e r dadera -

precisa ,

por

que

cualquier ora­

tanto ,

una

renun cia

p rop io y o y a todo lo que n o se ajusta a l a v ol u n t a d y al be neplácito d e Dios. P o r más que ele ­ v e mos al cielo un considerable número de j ac u lato­ t ota.l a.l

rias,

nunca

m i e n tras

no

llevarem os real mente

cación del corazón

de

ción

de la

La con

lo

purifi­

perfecta posible , u na v i d a

prop i o ,

a l a manifestación

y exalta­ y los propios criterios . una disposición de a m or a lo más profundo del alm a ,

se

cual

in terior asienta

es

en

debemos

realizar

y

santi fi car

n uestro

él n u estra sati sfacción ni alabanza de los h ombres o el éxito, sino solamen­ la v oluntad de Dios , su i n terés y su honor . Con esta disposición de amor debemos aceptar

t rabaj o .

nuestra Dios, 204

interior

una

propia personal i da d

vida

D i os q u e

te

lo más

vida

mortificación real y d e renuncia a todo, especial­

mente al amor

la

una

aseg uremos sus - prem isas :

No busque m os en

cruz

.

d i aria . Sepamos d e scubrir

sus tolerancias y su

pro v iden c i a

,

la

mano

de

y pronuncie-


a le gr e m e n t e nuestro « fiat» : sometámonos a É:l siempre nuestra adhesión, felices de que nos haya tocado en suerte cumplir su santa voluntad . Acoj amos con esta d isp os i c i ón de amor las innu­ merables pequeñas a t e n c i on e s con las que e l Señor nos alegra l a vida de nuevo cada día . Son los pe­ queños «gozos» que flo re c e n a lo la rgo d e la vi d a : tanto en el orden de la nat u r a lez a como en el de la g r a ci a , goces en el t r abaj o , en el estudio, en las re­ laciones con l a s personas queridas ; alegría de la s flores y de l o s páj aros, de las muchas cosas bellas que nos o fre c e n la n a t u ral ez a y la civilización . De­ trás de todas ellas p o d e m os descubrir c on st a n t e men­ te la amorosa atención del Señor y atr i bu i r l a s a su a m or co n co r azó n a g ra d e c i d o . Precisamente por e sta disposición de amor no nos detenemos en el placer que las cosas no s procuran . Ello lo convierte e n oca­ sión de subir a Dios y de a lz a r la mirada hacia É:l , de darle gracias y de amarle : nuestra fel i ci d ad se transforma en or a c ión . D e esta orien tación y de esta p ost u r a de la vol un­ tad b rot a n necesariamente incontables a.c tos, afe c t.o s, ja.cu latorias, no r ebu s c a d a s ni artificiosas , sino ab­ solutamente espo n t á n eas . Son como llamadas que surgen de las brasas y a la vez a l i m e n t a n y man­ . ti e n e n en el alma el fueg o del amor d i v i no . En­ tonces empezamos a « or a r sin interrupción » y a « cantar y sa l mo d i a r a D i o s en n u e s tr os corazon es » . E nton c es vi vimos la vida que pr e te n d e san Pablo cuando nos dice : « A p rove ch a d bien el t i em p o , por­ que los días son malos : Llenaos de Espíritu Santo, si e m p r e en salmos, h im no s y cá nt ic os espiri tuales , cantan d o y salmodian do al Señor en vuestros coramos

Y m ant e nga m os

205


zones, dando siempre gracias por todas las cosas a Dios Padre en nombre de nuestro Señor Jesncristo u (Eph 5 , 1 6-20) . Aquí , en 1a cima de una vida , impregnada del amor puro y santo de Dios, prospera la vida interior , que s e traducirá espontáneamente en nuestros rezos y j aculatorias no estudiadas ni artificiales , sino autén­ ticas, que rebosarán vida y fervor , y casi involun­ tariamente nos vendrán continuamente a los labios . El trabaj o , las distracciones , las contrariedades , las tentaciones, las dificultades diarias que suelen agitar y abatir a los hombres , serán para nosotros ma­ teria de oració n , ocasión de levantar los ojos a Dios en actos de agradecimiento , ofrenda y am_or . Vivire­ mos verdadera y totalm ente para Dios, refiriéndolo todo a Sl. Habremos llegado a ser almas interiores y a «orar sin interrupción » . 2.

Cómo conciliar actividad

y

vida

i nterior

Nuestra e quiv ocación fundamenta.l consiste en considerar la vida interior y la actividad exterior como dos enemigos irreconciliables . Partiendo de este error , lo que procuramos es establecer entre ellos una especie de compromiso , una tregua , asignando rigu­ rosamente su parte .a cada uno como si no debieran tener relación alguna entre sí . Sobre este supuesto, relegamos las prácticas de piedad a un determina· do momento del día , aislándolas del curso de nuestra vida , y así i nfluyen sobre ella y sobre nues· tra alma solamente en ese corto rato que les dedicamos , Análogamente, a nuestro meditar y pen­ sar en Dios lo restringimos y encerramos en estas prácticas de piedad, como en un caj ó n , de modo que 206


sé>lo logran evad irse de ellas en de te r m i na d a s oca­ siones y e n c ont a do s momentos ; son u n acto pasa­ j ero , un bre ve r e c u er d o y una i m agen m o m e n tá n e a , y no r e pres en t a n para n o s o t r os una fuerza vital n i 1 1 1 1 p r i n c ipio d e v i d a , n i una . i n d i cación que orienta d e fi n i t i va m ente n u estra alma ; no saturan n u e s t r o en­ t e nd i m i e n to , ni a c om p a ñ a n nuestra acció n , n i son esen­ ci a l e s a n u e s t r a vida . En est e sen t i d o j a m á s p od r á n d ar s e u n a v inc u l a c i ó n y fusión orgánicas entre v i d a i n terior y act i v i d a d externa . Una segund a confusión : l i m i t a m o s n uestra con­ tem p la c i ó n , n u estra u o r a c 1 0 n con t i n u a » y n uest r a unión con D i os , a pensar en f:l y t en e r en :f:l fija la · atención : a una tarea del e n t en d i m i e n t o y de la imaginación , en l u g ar d e considerarla primordialmen­ te como a c t i v i d a d de la v o l u n t a d y , por t a n t o , del alma e n t e r a , es d e c i r , como actividad que com pro­ mete a t od o e l hom bre . La contemplación no es sólo , n i princi palm e n t e , pe n sa r en Dios , qu e r er l o i m aginar a t o d a costa : es u n a act i t u d de la volun­ tad, es a m o r de Di o s , es una constant e d i s p o s i c i ón de amor y u n co n t i n u o espír i t u de o r a c i ó n , y es, al m i s m o tiempo, una dem ostrac i ó n del amor e x p r e sa da en o b r a s perfec tamente co n fo r m e s a l a vol u n tad d i v i n a y e n prácti cas d e o r a ci ó n e s p o n t á n e a s y casi i n v o l u n t a r ia s , que son lo que llam amos j aculatorias . Oram os en cuanto amamos a D i o s . N u estra vida i n ­ terior e s t a n t o m á s profu n d a e i n te n s a cuanto más s i ncero es n u e st ro amor a D i o s y cu a n t o más hace­ mos y s u fr i m o s por su puro amor . ¿ Có m o , p u e s , conciliar vida i n te r i o r y acti vidad ­

externa ? Debemos

c on'Z! e rt i r

diaria, lo que

en

lo gr a re mo s ,

oración

n u est ra

pri ncipalmente,

actividad inicia-

s1

207


acostumbra­ si la i nterrumpimos de vez e n cuando para lle var a c abo los ej ercicios de piedad prescritos ; lo lograremos si pa sa mos n u estra acti­ vidad en el espíri t u de oración d e que antes se ha m o s la j ornada con

la santa m i sa y los

dos rezos y oraciones , y

hablado, es deci r , e n esa p e rmanente entrega amoro­ sa a Dios y a su vol u ntad , en que consiste 1a oración continua

que

y

convierte

todas

n u e stras acciones y

o m i s i one s en oración . Este espíritu de oración i m p l i ­ ca

tres

cosas :

que

E n p r i m e r lugar , elimina t o d o lo

podría desagradar a Dios, a u n la más pequeña infi­

imperfecciones

delidad y las

consci entes.

En

segun­

do luga r , nos mantiene dispu estos a hacer cuanto es­

de

el

deber,

delidad

para cumpli r escrupulosamente

nuestros deberes, sacri fi cando

exac titud,

y n u e stros gustos ,

cosas

des, 1a

todos

y

voluntad las

mano

n uestra

desagradable s ,

disgustos , etc . ,

la máxima fi ­ n uestra

prestos a aceptar todas

las dificultades ,

con

Providencia d i v i n a ,

paciencia .

con

totalmente

enferm eda­

u n a entrega in con d i cional a

perse verando en

eso

con

toda

Si e n n uestra j ornada de trabaj o guarda­

mos este propósito y esta postura de oración i n t erior , esta i ntención pura , este abandono en Dios,

este espíritu

vol u n tad d i v i n a , duda alguna , pido

de

los deseos de

completa con form i dad

con

la

entonces n u e stra act ivi dad será , si n

una constan te oración ,

« gloria Patri » , u n

un

i n i n terru m ­

u santificado s e a tu

auténticamente v i vido . Oramos en todo

n o m br e H

tiempo

vien­

do y am ando a Dios en todo .

Dichosos

nosotros

si

apren demos

con

la

gracia

i ntermisión y a v i vir realmente c o n Dios como hombres d e vida interior. El hombre i n terior no v i ve ya en y con l a s cosas y las i m pre­ de

Dios a

siones n i 208

orar sin

se

d esbarata

n i extra vía e n

el

vaivén

in-


quieto del traj ín cotidiano. Está firmemente afincado en la santa voluntad de Dios, por encima de la con­ t inge n ci a y a vatares de los acontecim i entos, impre­ si on e s y experiencias di arios . Está más allá d e las alabanzas y de las reprensiones, de la� honras y de las humillaciones , dueño siempre de su vi d a . Vive en la voluntad de Dios, donde encuentra su paz y reposo en medio de todas las alternativas y marej a­ das. Vive en un santo abandono y se halla en todas las cosas a punto . Siempre está con t ento , porque ve a Dios en tod o y s o br e todo . No siente los t em o r e s y angustias que a co ngoj an a los d e má s , porque su con­ fianza en la bondad y provi dencia de Dios es incon­ movible . La c o nsta nt e unión con Dios favorece in­ clu so 1a armonía de la v i da intelectual y corporal , p reserva de agotamientos nerviosos, de la irritabili­ dad y de la i m presionabilidad violenta, nos hace amables a qu i e n es nos rodean , nos hace alegres y sen ­ cillos, n o s hace magnánimos y generosos, libres de la estrechez de m iras y de las tacañerías del corazón . En cuanto a las solici tu des que el hombre mun­ dano tiene sobre el bienestar, la salud, el trabaj o , el honor y la estima, el éxito, el hombre interior sabe que el s en .t id o de la vida y la verdadera di ch a no están en t odo eso , sino que se . cifran en cosa muy distinta , en centrarse interiormente en Dios más allá .del gozo y del sufrimiento tal como lo entienden los m u ndanos, más allá de las honras y fa vores h uma­ nos. El verdadero sentido y 1a verdadera d ich a se ci­ fran en vi vir Dios, como nos lo describe la Imitación de Cris to en el lib. 3 , cap . 3 1 . « No hay hombre más d i ch o so y feliz que el hombre de vida interior» . ¡ D ios nos dé la gr a ci a de llegar a serlo e fectiva­

m ente

!

209


XVII

LA SANTA VOLUNTAD DE ·DIOS . . cHágase

tu voluntad . •

Convivir l a vida de D io s . Tener un solo que r er con Dios. La voluntad de Dios es divinamente santa y sabi a , y nosotros seremos s a n to s y . s abio s en la medida en que sepamos v e rt e r nuestra voluntad en la suya : así es, además, como vivimos la · vida de Cri st o , cabeza nuestra , que no conoció otra voluntad q ue la . del Pad re . Su c o mid a es cumplir la voluntad del que le ha e n v ia d o (Ioh 4, 34) ; obediente a la voluntad del Padre , sa l e al encue n t ro de la cruz (Phil 2 , 8) . Por eso p u do promulgar esta ley : 11 No el que dice Señor , Señor, en trará en e l reino de los c i elos , sino el que cumpla la voluntad de mi Pa d re qúe está en los c ie l o s » (Mt 7, 2 1 ) . Se nos ha fij ado una meta gl or iosa : compartir la vida d i v i na en el cielo eternamente, inalienable­ m ente , perfectamente . « i Venga a nos tu reíno !-» P e r o el ca m i n o que a e ll a conduce es la voluntad de D i o s : 11 Hágase tu voluntad » , y sólo lo rec or re r e ­ mos si nos so m e t emo s amorosamente a la voluntad di v i n a : en esto consiste prácticamente la perfección cristiana. En la conformidad con la voluntad d e Dios se d e m u es t r a prácticam ente el a mo r de Dios y de Cristo , y e n la u n i ón perfecta de n u e stra vol un ta d 21 0


la suya se traduce el grado de nuestra u n ión Dios. De dos modos nos da a conocer Dips su santa v o l u n tad : por medio de lo q ue nos prohíbe , manda o aconsej a , y valiéndose de las disposiciones de su providencia. La primera forma se llama « voluntad r e v elada» de Dios, y la segunda constituye su (( VO­ i u n tad de beneplácito» . ('On con

1.

La v<>luntad revelada de Dios

Tiene como característica la de indicar lo que I >ios exige o desea de nosotros, a saber : ya de to­ c i os los hombres en general, ya de algún grupo de h o m bres , ya, en particular, de una persona . En e l ord e n natura.l esta v ol u nt a d de Dios se nos revela en las exigencias de la na tu ral e za , del raciocinio y 1k la inteligencia natural , en los deberes de mora­ l i dad y de j usticia con el prój i mo y con la sociedad , 1 • 1 1 las exigencias de decoro y de c o r t e s í a . Sería una fal sa piedad la de quien creyera poder sustraerse a l a s e x i ge n c i as de la sana razón na t u ral . Dios quiere u n te todo que pensemos y reflexionemos s e g ú n la rnzón , que e mpl e em o s los medios naturales para co1 1 ocer su vol m;J.t ad, que nos dej emos aconsej ar por o t ros y que usemos la inteligencia : precisam ente . n o s la ha dado Dios para que sepamos aplicar a los 1 ·11sos

concretos de nuestra vida las exigencias de la

v o l u ntad explícita de Dios, porque en m u chos casos

1 1 1wstro raciocinio es para rlosotros la única luz . En e l orden so brenatural se nos revela la vo­ l 1 1 n tad de Dios mediante sus mandam ientos , los de la santa madre Iglesia y las obligaciones del estado d1· cada cual . 21 1


Los mandamien tos de Dios son la expresión más universal de su voluntad , norma primera y funda­ mental de todas las obligaciones, incluso de la pie­ dad. Observarlos es el primer deber. Cuanto más fielmente los cumplimos , tanto más perfectamente nos adherimos a la voluntad de Dios y tanto mejor q ueremos lo que °SI quiere . L os p recep t os de la Iglesia son la segunda e in­ dispensable norma de nuestra conducta y de nuestra religiosidad : determinan las exigencias de la fe res­ pecto a nuestra razó n , las de la moralidad respecto a nuestra voluntad y las de la disciplina respecto a nuestra conducta . Una piedad que se resistiera a con­ formarse plenamente a los preceptos de la Iglesia, en la fe, e n la moral y en la disciplina, se conde­ naría por sí mism a . Las obligacio nes d e l propi() estad o determinan aún m4s concretamente lo que Dios exige de cada uno de nosotros a tenor de nuestra condición : son la expresión de la voluntad de Dios para cada perso­ na y en cada caso. Nunca nos santificaremos si no cumplimos estas obligaciones con absoluta fi delidad ; no sería genuina una piedad que se entregara a la acción apostólica o a las obras de caridad o a la oración , descuidando los deberes que el propio estado le impone. Las obligaciones del estado sacer­ dotal están contenidas en las leyes que regulan ra vida de los sacerdotes, en las prescripciones litúr­ gicas y en la parte del derecho canónic o que trata del clero . Las de los religiosos, en su regla : en cada prescripc1on , aun aparentemente insignificante , en el reglamento de la casa , en la distribucion del tiempo diario, en cualquier orden de los superiores y en cualquier toque de campana:, Dios hace saber 212


al religioso lo que quiere de él . Las obli gaciones de estado de los cristianos que viven en el mundo están especifi cadas por los deberes profesionales de. cada uno, sea e n pl ea d o , médico u obrero , padre o madre de fam ilia o subordinado. En estas obl i ga cion e s del propio estado v e cada uno lo que Dios en cada ins­ tante quiere personalmente de él. Al t ra t ar de llegar a la perfección, no basta ya h acer solam ente lo que está e x plícitame n te man­ d a d o : el perfecto asp i ra a realizar todas sus accio­ nes del mej or modo posible, hace todo el bien que l e permiten sus c o n d i c ione s y circunstancias, tras­ l'icnde el estricto « deber y realiza las que se llaman obras supereroga.tvrias, si son conciliables con las obl i g a cio ne s de su estado . Ora más de lo rigurosa­ m ente necesario, asiste a la santa misa· otros días además del dom i ngo y las fiestas de precepto, recibe los sacramentos de la penitencia y d el altar más de u na vez al año . Es el a m or lo que empuja al alma a h a c er más , y en esta incl i nación interior y en las ocasiones externas de hacer obras supererogatorias se revela la voluntad de Dios. ¿ Cuál d ebe ser n uestra postura respecto a la vo­ l u n tad r e vela d a por Dios ? Ante todo, distinguirla, re con ocerla. No hay que c ll'tcnerse en la obligación, exigencia , mandato o pro­ h i bición , ni en las personas , sean o no superiores, q 1 1 e nos dan las órdenes ; hay que elevarse hasta la causa primera que e s Dios, hasta su voluntad y hl·ncplácito, y sabe r verlos en todos nuestros debe1 l'S , obligaciones y prescripciones, lo m ismo que en las exigencias de la naturaleza respecto al a lime n to 1 al descanso , en 1as im posi ciones so c i ales y en las 1 1 n:csidades de todo género . Pero para todo esto se .

21 3


precisa una profunda y viva fe : nunca lo lograre- · mos si , como la gente vulgar , pensamos y j uzgamos de un modo m eramente humano, natural . La mira­ da limpia de la fe que nos hace decir «tú lo quieres y tú me llamas, hágase tu voluntad » , debe llegar a sernos familiar y connatural , hasta que en toda ocasión nos resulte espontánea . Para conocer siem­ pre mej or la voluntad y el be n ep l á c i to divinos, habrá que releer y meditar asiduamente el evangelio , el misal , el reglamento . Un segundo paso es amar la 1.1 o luntad de Dios . Amemos los mandatos , las prescripciones, las obli­ gaciones de nuestro estado, nuestra regla de vida, porque en todos ellos vemos a Dios , su san t a volun­ tad y su beneplácito. Todo mandamiento es de suyo gravoso al hombre, y toda obligación, du r a, porque se contrapone a nuestros deseos e i nclinaciones natu­ rales ; mas, si llegamos a amar su voluntad y su beneplácito, entonces « el yugo es suave y la carga ligera» . U n mandato , el deber o la regla , terminarán por aplastarnos si nos sometemos a ellos por la fuerza y con desgana ; pero si , por el contrario, nos abra­ zamos a la santa voluntad divi n a , com o Jesús se abrazó a ella en la cruz, entonces el mismo d e be r y el mandamiento nos sostienen y nos unen estrechí­ simamente a la, amabiHsim� voluntad de D i os ' El amor a es t a santa voluntad divina que descubri­ mos bajo el velo de los deberes y de las prescripcio­ nes, nos da la fuerza necesaria para cumplir de co­ razón lo deb ido, aun en las cosas más pequeñas, nos hace car a s y sa n t a s todas n u e s t r a s obligaciones, nos en­ sancha el corazón y nos libera , de modo que en nada depositamos mayor afecto que en la santa vo.

214


seremos cumplidores,

luntad divina : escrúpulos

puntuales, fi�­

sin ag obi a n tes , sin a11siedades ni angustias ;

les, pero sin rigorismo farisaico, no desearemos

sólo

conocer

sin pedantería ,

mandamientos para

los

observarlos , si no que más bien ve r e m o s en ellos la vol u ntad de · Dios, que nos

si rve

y a u n observán dolos con

la máxima escrupulosidad,

de

norma

en la vida ¡

perman eceremos siempre i nteriormente libres, y · tan­ to

c u ant o

urecorramos el camino de los 32) � Nuestro amor a la voluntad r e v el a da de Dios nos más

más

mandamien tos del Señorn (Ps 1 1 8 ,

lleva espontáneamente a cumplirla con alegría y fe­

l i c ida d ,

con pl e na entrega a su realización exterior ,

lo que a Dios agrada y como a Él le gusta . De este modo todo nuestro o br ar se transforma en una o raci ó n continua , en vida de p i e d a d y de unión con Dios, y, en último a n ál i s is , en vida de santidad . h a cer

2.

El beneplácito de Dios

El ben e p l ác it o de Dios no se dirige , como su e n conjunto o a categorías enteras de h o m b r e s , si no a cada . Per­ son a en singular, y nos da a conocer no lb que nos­ o tr o s debe m os h acer por Dios , sino lo que Él hace p o r nosotros en parti cular , lo qu e obra e n , sobre y por nosotro s . Si somos fi e l e s en la ejecución de la voluntad revelada de Dios, con nuestra obedien­ voluntad revela d a , a todos los hombres

cia nos adherimos a su s deseos e intenciones y nos dej amos guiar

por su

mano a

donde

quiera lle var­

n os . Mas si nos aba ndonamos a su beneplácito , Dios

nos

to ma

caminamos pasos,

en

los brazos de

m idiendo el

su

camino

providencia

:

ya no

con nu estros cortos

sino que nos hac e m o s conducir por

Él

y de 21 5


este modo avanzamos mucho más, al paso de Dios (san Francisco de Sales) . « Todo contri buye OJl bien de los que aman1 a Dios» (Rom 8, 28) . _ Hay una providencia divina que se preocupa de cada uno de nosotros en particu­ lar. « Ni siquiera un pájaro está en olvido a los oj os de Dios ; aun los cabellos de vuestra cabeza están contados todosn (Le 1 2 , 6 ss) . « Ni un solo cabello de vuestra cabeza se perderá n (Le 2 1 , 18) sin el per­ miso del Padre . Hay una providencia que se oculta tras todos Ios aco n tecim i e n tos y « azares de la vida» ; todo lo ordena, dirige. y dispone como mejor puede servir a nuestra salvación, a la salvación de cada uno ; todo, absolutamente todo, tanto lo que sucede en el ámbi to general del universo como lo que nos ocurre en el pequeño mundo de nuestra profesión y de la vida de todos los días. Al servici o de la providencia están los hombres todos, quiéranse bien o m al , y todo lo que tiene algún influj o e.n nuestra vida : todos los hombres son sólo instrumentos de los que el Señor se sirve para n uest r a santificación . Tam­ poco en las cosas de la vida interior hay « casuali­ dad» o «ciego destino» . Esta providencia de Dios se ocupa continuamen­ te de nosotros - de . mí -, trabaj ando siempre por .p urificar nuestra alma, por fecundarla, iluminarla y cond uc i rla hasta las cumbres de la santidad . ¡ Qué delicada es y qué firme al mismo tiempo ! Dios aprovecha la ocasión más oportuna y el momen­ to más propicio para actuar en nosotros del me­ jor modo posible ; sabe tener en cuenta nuestro estado de ánimo y nuestras necesidades , sabe apelar a tCXilos los r ecur sos y agotar todos los medios. f:l , 216


y sólo Él, sabe cóm o tratamos en cada caso y qué impresión nos va a producir tal o cual disposición . F:l, y sólo Él , es bastante sabio y potente para unir y coordinar entre sí todos los factores que influyen en nuestra vida, que determinan · o deben determi­ nar nuestro modo de p en sa r y de querer, con el fin de hacerlos servir a nuestro verdadero bien, tanto en su conjunto como cada uno aisladamente . El beneplácito de D i o s se revela en esas tole­ rancias o transigencias divinas que las más de las veces nos parecen a bsol u tam e n t e inexplicables . Dios nunca quiere el mal ni qu e nadie sea inj usto con nosotros, que m ienta por nuestra culpa o h aga el mal de cualquier forma : no lo qu.iere, pero lo per­ mite de una u otra manera, aunque podría impe­ dirlo con toda facilidad . Pero cuando algo nos ofen­ de, nos hallamos entonces con la voluntad positiva de Dios que quiere que aceptemos y suframos la inj us­ ticia . El beneplácito de Dios se manifiesta, además, en todas las disposiciones y permisiones divinas , en todo lo que el vaivén de la j ornada nos presenta, interior y exteriormente : penas y alegrías, humi­ llaciones y sacrificios, d e beres desventuras , dificul­ tades, fracasos , inj usticias que nos vienen de los hombres ; faltas de caridad con nosotros, contrarie­ dades, tentaciones, enfermedades. N un c a se da el u azar » . « Aun los cabellos d e vuestra cabeza est á n contados ; ni siquiera uno de ellos cae sin el permiso del Padre . » Todo cuanto sucede en nuestra vida está, de un modo u otro, permitido o positivamente querido por la voluntad infinitamente sabia y j usta de Dios, que vela sobre nosotros incesantemente . « Echad sobre El todos vuestros cuidados, puesto que tiene providencia de vosotros» (1 Petr 5, 7) . ,

217


El beneplácito de Dios, su acci6n en n oso tros Y

vida interior . Si permanecemos unidos a f:l, caminamos como El a gr an de s pasos y alcanzamos pro nto la santi d a d Lo que realizamos con nuestro esfuerzo person �l contribuye también a nuestra santifi ca­ c ión , pero será siempre po co y nos hará ad elantar pocos m e t ros . El v e rdader o progreso comienza cuan­ do inicia su obra el divino ben e plá c i to ¿ Qué actitud debemos adoptar respecto a esta acción de D io s en nosotros, su beneplácito ? Antes que na d a , 11er y cre er. Será el paso d eci ­ sivo . Ver en todas las cosas a Dios, su pr ov i d e nc ia, su permisión , su acción . Pero esto requiere una fe viva y profunda : una fe que no se detenga en lo que perciben y e xp e r i m ent an los sentidos, ni en lo que afirman el j uicio humano y la i n tel i g en c i a pu­ ramente natural ; una fe que se eleve hasta Dios y lo considere todo, absolutamente todo, como en­ viado o al menos permitido por "fil , por su amor . E s v er d a d que est e <> a q u e l gozo y tal o cu al pena Iio vienen d ir e c t am e nt e de los hombres, de las cir­ cunstan cias , de una u otra contingencia o combi­ na ci ón : mas nuestra fe va m á s allá : no se para en los hombres y en s u s intenciones, no atiende obtu­ samente a lo desagradable y a lo amargo : una cruz oprimente , un a injusticia padecida, una grave ofen� sa, una enfermedad , un fracaso ; d escubr e la razón más profunda : la disposición d e Dios, su a mor osa providencia , su santísima volunta d . u Tú qu i e re s , Señor, que yo lleve esta cruz , que sufra este c on ­ tratiempo . » Lo que importa , pues, es ver a D i o s en todo , ver s u v olun ta d y su amor m ás allá y a tr a v és de

sobre nosotros, es el principal factor de nuestra

.

.

21 8


todos los sucesos : 11Bienaventurados los que sin ver creen >l (Ioh 20, 29) . Debemos, además, entregarnos con a bsolu ta sim­ plicidad en brazos de est e divino beneplácito, con­ fiarnos a él ciegamente, y dejar que obre en nos­ otros y sobre nosotros. Aquí se abren vastos hori­ zontes para el ej e rcici o del santo abandono en Dios. · Aquí se realiza la gran proeza de la fe y de la confianza en la voluntad de beneplácito de Dios cc que no se nos había manifestado todavía» . Entregarse, abandonarse sin reservas y s in comprenderlo a todo · lo que Dios permite que se realice a nuestro alrede­ dor, para entregarnos incondicionalmente a su ac­ ción , manifestada en las pruebas i n t e r na s y externas con las que nos purifica : aceptar y acoger con gra­ titud las innumerables pequeñas alegrías, materiales y espirituales, naturales y sobrenaturales, que cada día nos acarrea : en la naturaleza , con su sol y sus flore s ; en la familia, en el trato con los hombres, en el trabajo, en nuestra comunicación con Dios, Cristo, María y los santos. Acoger y aceptar reconocida­ mente las m uchas dificultades y las penas de la vida cotidiana, las tentaciones, la sequedad, todas las penosas pruebas de la vida interior y exterior : por­ que no son sino la expresión de la- voluntad de Dios, la fórmula de acción de su beneplácito, el testimo­ nio del amor que nos tiene y de su deseo de salvar­ nos, purificarnos, santificarnos, prepararnos para la bienaventuranza eterna . Debem os aceptar esta acción de Dios y estas permisiones de su provi den­ cia sin reserva alguna , sin curiosidad, inquietud o desconfianza , porque sabemos que Dios quiere si e m ­ pre n u e s tro bien ; aceptarlas incluso con agradeci­ miento, confiando en su proximidad y en la asís219


tencia de su gracia . Nuestra única respuesta a esta acción de Dios en nosotros sea siempre : «Sea como tú, Señor, lo quieres ; hágase tu voluntad» . Y esto e s el ciel o e n l a tierra : entrega abso lu t a a Dios y a su providencia , a sus disposiciones y transigencias. Llegada a estas alturas, el alma agra­ dece a Dios todas sus decisiones, por muy penoso que resulte todavía acatarlas, y ama todo lo que Dios permite u obra en ella o en lo que le concierne. Nada le parece que tenga ya importancia si no es la voluntad de Dios, la conformidad absoluta de la propia con la suya, el abandono incondicional a cuanto f:l quiere , hace o permite . Ya no se lamenta de haber perdid o un consuelo, una posición o cual­ quier otra cosa del mundo, ni siquiera la salud : sabe que nada · podrá ayudarle tanto , para identifi­ carse con la santa voluntad de Dios, como la ausen­ cia y la pérdida de todo lo creado . En su entrega a las disposiciones y permisiones de la providencia encuentra el alma toda su felicidad y su paz, su cielo en la tierra. Ya no siente envidia o celos, ni temor, ni preocupaciones o angustia : no se apega a nada ni a nadie, y sólo quiere lo que quiere Dios. «Amar la voluntad de Dios cuando nos vemos endulzados por los consuelos es, sin duda, buena cosa , si es que se ama la voluntad de Dios y no la consolación que en ella encontramos. Amar la vo­ luntad de Dios manifestada en sus mandamientos, consej os e inspiraciones, es un amor aún más eleva­ do. Pero si , por amor a Dios, ambicionamos el sufrimi ento , la desolación y otras pruebas semejan­ tes , hemos alcanzado las cumbres del perfecto amor , ya que entonces no reconoceremos otro amor que la santa voluntad de Dios» (san Francisco de Sales) . 220


Voluntad revelada de Dios - actividad nues. tra -, piedad activa . Voluntad de beneplácito divino - acción de Dios -, piedad pasiva. Aquí comienza sobre nosotros la acción de Dios, nosotros acogemos y secundamos su impulso , la noción de la actividad di�ina , y de este modo somos activos con Dios Y a la medida de Dios, en absoluta dependencia de su ac. ción en nosotros y con nosotros. De esta unión de la voluntad y acción divinas con las nuestras brotan las obras de perfección, que son preciosas para la vida eterna : tanto más preciosas cuanto con más fe y amor nos hayamos entregado a la voluntad y a la acción divinas. Pidamos al Señor, con el autor de la Imita.ci6n de Crist o : uSeñor, tú sabes lo que es· mejor ; haz esto o aquello , según te agradare . Da lo que quisieres, y cuanto quisieres, y cuando quisieres. Haz conmigo como sabes y como más te agradare y fuere mayor honra tuya. Ponme donde quisieres, dispón de mí libremente en todo . En tu mano estoy ; vuélveme y revuélveme a la redonda . Ve aquí a tu siervo dis­ puesto a todo ; porque no deseo, Señor, vivir para mí, sin o para ti . ¡ Oj alá que viva digna y perfecta­ mente ! Dame que desee y quiera siempre lo que te es más acepto y agradable a ti . Tu voluntad sea la mía y mi voluntad siga siempre la tuya, y se con­ forme en todo con ella . Tenga yo un querer y no querer contigo y no pueda querer ni no querer s ino lo que tú quieres y no quieres. Tú eres la verdadera paz del corazón, tú el único descanso ; fuera de ti todas las cosas son molestas e inquietas . En e sta paz permanente, esto es, en ti , sumo y eterno Bien, dormiré y descansarén (libro 3, capítulo 15) .

221


XVIII

NUESTRA UNIÓN CON CRISTO eYo soy la vid, y vosotros los sarmientos . • loh 15, 5

Dios es plenitud de vida. Por puro amor a nos­

otros, Dios ha decidido comunicárnosla de modo que podamos conservarla , v i virla , gozarla . Mas, antes de sernos infundido, este torrente de vida se almacena

uel primogénito entre todos los hermanos» ( Rom : (( plugo a Dios dotarle de toda plenitud » (Col 1 , 19) . Lo que Cristo recibió quiere ahora repa rtír­ noslo a nosotros : con este obj eto le ha erigi do el Padre en cabeza del cuerpo místico, que es la Igle sia (Col 1 , r8) , y le ha hecho la· vid, cuyos sarmi entos

en

8, 29)

vivos somos los

organismo : cen

nosotros : Vi d

sarmientos . »

soy la

sarmientos

y vosotros

vid,

forman un

del mismo modo,

los ba uti­

nosotros,

formamos c o n Cri sto una única vid,

cuerpo,

en

solo

viven y . obran unidos, y unidos prod u­

el fruto ;

zados,

uYo

y

cuyo

interior circula la

un solo

vida

que

sólo

Cristo posee en toda su plenitu d . ¿ Qué

es

lo esencial

en

la

práctica

de

la vida

:g1 en la unión vital con Cristo, vernos siempre compenetrados con :gi . (( Como el sarmiento

cristiana ? Que nosotros ;

222

permanezcamos . en

conservar

Cristo

y


no puede dar fruto por sí mismo si no permaneciere en la vid, tampoco vosotros si no permaneciereis en mí . El que no permanece en mí, es echado fuera como e1 sarmiento, y se seca, y los amontonan y los arrojan al fuego para que ardan» (Ioh 16, 4-6) . Lo esencial de la vida cristiana consiste en «ser en Cristo» : inj ertados y vitalmente unidos a Él, sarmientos de la vid que Él es .

En Cristo Jesús

1.

Si leemos atentamente el Evangelio y las cartas de los apóstoles, se nos revelan dos importantes princip i os : lo que Jesús ha hecho y hace, no lo hace so lo : noso tros lo hacemos con Él y en É l; lo que hace cada uno de nosotros, no lo hace solo : Cristo lo hace con nosotros y en n osotros. Cristo y nosotros somos una misma' cosa : también nosotros hemos muerto eón Él (2 Tim 2, n ) , sido sepultados con Él (Rom 6, 4) , resucitados con Él ( Eph 2 , 6) , y con Él hemos subido al Padre (Eph 2 , 18) . Por otra parte , Cristo vive en los suyos como la vid en los sarmien tos (Ioh 1 5 , 5) : vive en el pobre , en el en­ fermo, en, el mendigo que pide un pedazo de pan (Mt 25 , 35) ; en nosotros es perseguido (Act 9, 4 s s) , en nosotros sufre, combate, vence, y e.n nosotros con­ suma «lo que falta a su pasión» (Col 1 , 24) . Estamos unidos al Cristo his t óri c o : al Cristo que nació en Belén y que concluyó su vida oculta de Nazaret y su vida pública con la muerte en la cruz . Estamos vitalmente unidos a Él , porque aceptamos por la fe su doctrina tal como nos la han transmi ti do los evangelios y porque ajustamos nuestra vida cris­ tiana a sus enseñanzas y al ej emplo de su santa vida . ·

223


Pero al ha blar de nuestro «ser y esta r en Cristo Jesús» , nos referimos particularmente a nuestra unión real y óntica con el Señor gl orifi ca do El Cris­ to, que v i v i ó en la tierra , es el Señor que reina e impera en los cielos, es el Kyrios que pervive mis­ teriosamente en su " cuerpo místico» y en los miem­ bros de este cuerpo, en los bautizados, en quienes Y· por q u i en es co n ti n úa y se hace fructífera la o bra de la redención hasta la consumación de los siglos . Le es tan familiar a san Pablo el hecho de que en el bautismo quedamos incorporados a Cristo, que todas sus ca rtas nos hablan repetidamente de él . Pa­ rece que san Pablo vivía totalmente anegado en este m i sterio de Cristo y no se cansaba de imbuírnoslo en t odas sus facetas y ap l i ca c i ones . Hasta qué punto le as ombr a ba y sobrecogía de gozo e ste misterio, lo vemos especialmente en la Carta a los Efesios : " Ben­ dito sea Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo que en Cristo nos bendijo con toda bendi ci ó n espi­ ritu a l en los cielos, por cuanto que en g1 n o s eligió antes de la con s ti t u c i ón del mundo, porque fuésemos santos e inmaculados ante E l , y nos predestinó en caridad a la adopción de hijos suyos por Jesucristo conforme al beneplácito de su voluntad para alabanza y gloria de su gracia. Por esto nos hizo gratos en su Amado , en quien tenemos la redención por la virtud de su sa n g re , la remisión de los p e ca d os según las riquezas de su gracia que superabundantemente de­ rr a m ó sobre nosotros . En El (Cristo) también vos­ o t ros fuisteis sellados con el sello del Espíritu Santo prometido , prenda de nuestra herencia, rescatando la p ose sió n que El se a d q ui ri ó para ala ba n za de su glorian (Eph 1 , 3-14) . Toda gracia y sa lva c ión nos son dadas en Cristo, uporque en Él habéis sido enri.

.

224

.


quecidos en todo : en toda p al abra y e n todo conoci­ m i e n to » ( 1 Cor 1 , 4) .

Con la m i s m a claridad, si bien no con t ant a fre­ cuencia, nos atestigua el A p ósto l el otro h e cho , es decir, que C ri s t o vive en nosotros, l o s cristianos . En la Ep ís t ol a a los Corintios dice : << Examinaos a vo s­ otros mismos si estáis en la fe ; pro b ao s a voso t ro s m i sm o s . · ¿ No r e.c o n oc é i s que Jesucristo está en vos­ otros, a no ser que e st é i s reprobados ? » (2 Cor 1 3 , 5} . A los Gálatas les escribe estas osadas p alabras : «Y ya no vivo yo , e s C r isto quien vive en mfo (Gal 21 20) . Y más a d e l a n t e : « Hijos m í o s , p o r quienes su­ fro de n ue v o dolores de parto, hasta ver a Cristo fo rm ad o en vosotros» (Gal 4 , 1 9 ) . Y pide por los efe s i os . a Dios Padre para que « h abite Cristo por la fe en vuestros c o r a zo ne s n (Eph 3 ;· 1 7 ) . Cristo

mismo

sagrada eucaristía m i sangre , está

en

nos 1o :

u El

asegura

al

prometernos la

que come mi

carne y bebe

mí y yo en él . Así como me envió

mi Padre vivo, y vivo yo por m i Padre, así también el que me c om e vi virá por mÍ» (loh 6, 56-5 7 ) . « Per­ m an e ce d en mí y yo en vosotros . Como el sanmento no p u e d e dar fruto de sí mismo si no pnmaneciere en la v i d , tampoco vosotros si no perm aneciereis en mí . Yo soy la vid , vosotros los sar m i e n tos . El que permanece e n m í y yo en él, ése da m u ch o fruto, porque sin mí no podéis hacer nada » (loh 1 5 , 4 s) . El papa Pío X I I n o s expon e esta sublime verdad en su encíclica sobre el c u er p o místico de Cristo . De la unión viva con el C ri s t o glorioso dice Pío X I I que es « al go subl i m e misterioso y divi non , u n a unión que la sagrada Escri tura compara con la unidad or­ gánica y v i t al de la vid co n los sarmientos y de la cabeza con los miembros . ((Sí , nuestro mismo Sal12S


vador

no

teme

comparar esta

umon

con

la m ara­

vi llosa unidad por la que el Padre está en el Hijo y

el Hijo en el P ad r e » . Nosotros poseemos esta u n i ­ e n la Iglesi a ,

dad con Cri sto

en

la que t o d o s nos­

otros co n sti tui m o s una única « persona m í s t i c a » , for­ mando el Cristo tota l .

« Cristo v i ve en noso tros por

el Espír i t u que nos co m un i c a

y

por el que actúa en

nosotros , d e tal manera que todas las a cci ones sobre­ naturales del Espíri tu Santo en n uestras almas de be n i g u a lm e n te

ser

e s ta

atribu i das

« comunicación

dones,

virtudes

y

del

a

Cristo.

Espíritu

carismas,

que

virtud

de

San t o ,

En

todos

los

colman

de

m odo

em i nent e , sobreabundante y e f ect i vo la cabeza (Cris­ to) , fluyen sobre t odos los m iembros d e l a I glesia y se realizan d i a ri a m en t e en ellos » .

ti c a entre Cristo y n o s otros se es­ u ¿ O ignoráis qu e cuan­ tos hemos si d o ba ut izados en C risto Jesús fu i m os bautizados p a ra participar en su m u erte ? Con El h e m os sido sepultados por el bau tism o , para p a rti c i ­ par en su muerte, para que , como Él resucitó de entre l os muertos por la glor i a d el Padre, así tam­ La unión

mí s

t a blece en el santo b a u t i sm o :

bién nosotros vivamos una vida nueva . Porque si hemos si d o inj ertados en É l por la semej anza de su

(o sea , e n el ba u t ism o ) , también lo ser e mos de su resurrección » (Rom 6, 3-5) . El s an t o bau tismo no es un mero símbolo que exprese sola­ m e n t e el efecto de la j u st i fi cació n , sino que e s un

m u er te por la

sign o

eficaz

que produce

la

j ustificació n .

El

santo

bautismo en tabla de t a l modo l a unión entre e l ba uti­ zado y Cristo, que l a r ea l i da d y el fruto de l a m uerte de Cr i s to fluye

sobre

quien recibe el bautismo .

Los . demás s ac r a m e n t o s , sobre todo el de la sagra­ d a e u c a r i stía , p ro fu n d i za n , solidifican y d e sarroll a n el

226


en el bautism o . El Señor se nos une en la sagrada com u nión no sólo medi ante su fuer­ za y virtud , c om o en los demás sacramen tos , sino que se nos adhiere con todo su ser y poder , de mo­ germen d eposi tado

do que se establece una unidad en tre la cabeza y los miembros . Por eso la sagrada « co m u n ión » ,

f:l .

u n ió n ,

La eucaristía

yo vivo por

el sacra­

y de ser uno con

y más en k plenitud d e su vida . « Como

el Padre , así también el que come vivirá

decir que Cristo vive

estamos en

realmente

transformán dole más

Cristo , colmándole con por m Í» .

es

h acerse uno,

sum erge más y más al bautizado

el Cristo glorioso ,

Al

eucaristía

la i n corporación a C r i s to

mento de en

es decir ,

Sl ,

en

y nosotros

nosotros

hablamos de Cristo no só l o en cuan­

to a su huma n i da d glori osa , sino también en cuanto a su d i vi nidad . Y no nos r eferimos a la unión de Cristo con n osotros, que consi stiría en el mero hecho de que Crist o nos conoce y

se

preocupa am orosa y so­

decir

líci tamente de nosotros . Tampoco qu er e m os

el Señor glorioso mora

que

conti nuamente en tre nosotros

cuerpo y alma el santísi mo sacramento dei

con su d i vinidad y h u m a nidad, con :. u

tal como está presente

en

altar . Nos referimos más bien a la com unión de vida íntima y ba utizado .

real que surge entre el , Señ or glorioso y el Quien está en Cristo, posee una vida que

trasciende s u propia

vida

natural y humana ;

en él

opera l a vida d e C ri sto como la vida de la vid es par· ti cipada por los sarm i entos .

Cristo

es,

en

efecto, la

raíz y capi tal fu ndamento de nuestra vida cristian a . Una vida,

la de la vid,

q u e es Cristo ,

y la d e los

de vida, <le sufrimien tos , de esfuerzos y batallas, d e amor y <le entrega en m a n os del Padre : la oración , el sufrisarmientos , que somo� los cri stianos . U n idad

227


m iento y el amor del Señor que se funde con nues­ tras pobres oraci ones, sufrim i entos y amores . En esta fusión radica nuestra confianza y d e ella brot a el coraje que nos ani ma : · en la nada y miseria de nuestra vida, de nuestras oraciones y ofrendas está l! l , el Señor glorioso , que les da el mérito y pujanza de su oración , de su amor al Padre . Esto es lo que encierra la frase que repetimos : Él está en nos­ otros y nosotros en l!I. Y o vivo, yo oro, mas ya no yo, s i n o que l! l vive y ora en mí. Él v i v e mi vida , la anima, la empapa y colma con el mérito y valor de su propia vida . Nuestra vida cristiana es así realmente una par­ ti cipación de la vida de Cristo, un reflejo_ de su santa vida, totalmente entregada al Padre . Y todo esto tanto más, cuanto más profundamente arraigados es­

t amos en l!l , cuanto más espacio damos a su acción sobre nosotros. Toda esta realidad es todavía un secreto miste­ rio que captamos sólo por la fe. « Vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vuestra vida , entonces os manifestaréis tam­ bién con !U en gloria n (Co l 3, 3 ss) . Brillará por toda la etern i dad con el resplandor de su gloria . ¡ Tal es el designio que tiene Dios con nosotros, pobres hom­ bres ! ¡ Cómo debemos agradecer , sentirnos dichosos y alabarnos, porque Cristo está en n osotros y nos­ otros en l!l ! 2.

Consecuencias prácticas de nuestro estar en Cristo

C1 En l! l tenemos la redención por la virtud de su sangre , la remisión de los pecados» (Eph 1 , 7) . Cuan228


do nos unimos a Cri s t o en el santo bau tismo, cuando fuimos incorporados a É;l , se realizó en n oso tro s algo inefablemente grandioso ; se nos comunicó y se nos asimiló de tal modo a la pasión y muerte de Cristo , que nosotros m ismos, por así decirlo, las sufrimos . En el momento en que nos unimos com o miembros a la cabeza, que es Cristo, constituimos <mna persona mística » y, por consiguiente, fluyen sus m ér i tos y sa­ tisfacción sobre nosotros, he cho s miembros de Cristo, hechos unos con S l en el bautismo . Es lo que enseña santo Tomás de Aquino cuando dice : 1• És ta es la verdad, que en Sl , en virtud de nuestra incorpora­ ción a Cristo, la cabeza, obtenemos el perdón d e l os pecados, porque su expiación y satis fa cc i ón se hacen nuestras, como si nosotros mismos hubiéramos dado la plena satisfacción de nuestros pecados, quedando libres del castigo eterno que hemos m erecido y recon­ c ili ad o s con Dios en Cr i sto Jesús» (Summa t h e o l . qu m, . 48 , a. l ; qu . 69 , a . 2 ) . Somos asimismo adoptados por Dios Padre como hijos en la caridad, en Cristo, en virtud de nuestra i n corporación a Sl. Al na ce r éramos hijos de la ira ( Eph 2, 3 ) ; ahora somos en Cristo h ij os queridos de Dios . ¡ Qué no­ bleza ! El santo bautismo nos coloca como hermanos y hermanas j unto al Hijo e ter n o del Padre, J>'lra ser partícipes con Sl del amor del Padre . 11Ved qué amor nos ha mostrado el Padre, que llamados hijos de Dios , lo seamos» (1 T.oh 3, l ) . Para hacernos ca­ paces de su amor paterno, nos constituye miembros de su amado Hijo y nos asemej a a Sl de tal m o do y nos eleva a tal grado de unión , que ve y ama en nos­ o tros a su Hij o . Nos predestinó a ser conformes con la imagen de su Hijo, para que éste sea primogénito 229


en tre muchos hermanos ( Rom 8 , 29) . Incorporados a Cristo , llevamos sus rasgos en nosotros y su vida y su Espíritu nos embargan . El Padre derrama sobre nosotros el amor que tiene a su Hijo y, puesto que hemos recibido el Espíritu de la filiación , podemos decirle : «i Abba , Padre ! » , entablar un diálogo filial con :f:l , escucharle, preguntarle, pedirle, darle gra­ cias , adorarle y amarle. ¡ Qué riqueza ! u En É: l habéis sido enriquecidos» ( 1 Cor 1 , 4) . Una nueva y sublime fuerza obra en nosotros : « Concédaos Dios , ilumine los ojos de vuestro cora­ zón , para que conozcáis cuál es la excelsa grandeza de su poder para con nosotros , los creyentes» (Eph 1 , 1 8- 1 9) . En nuestra vida cristia n a no estamos solos, obligados a servirnos sólo de nuestras fuerzas . Una fuerza más elevada y poderosa opera en nosotros. En ella debemos apoyarnos a pesar de nuestra flaqueza y precisamente porque somos tan flacos y débiles : « Todo lo puedo en Aquel que me conforta n (Phil 3 1 1 3 ) , e s decir, en virtud d e Cristo que actúa en mí . u En la flaqueza del hombre llega al colmo el poden> ( de Cristo) ( 2 Cor 1 2 , 9) . La magnimidad y el co­ raj e invencible del apóstol san Pablo en los trabajos, fracasos, persecuciones y sufrimientos sobrepasan todas las fuerzas naturales humanas (cf. 2 Cor 1 1 , 1 6-3 3 ) . :f: l sabe que hay otra fuerza que le sostiene : u Me fatig o y lucho con la energía de su fuerza que obra poderosamente en m Í» (Col 1 , 29) . ¡ Y qué po­ der el que v i ve en nuestros santos, inflama sus ora­ ciones y sus palabras, fructifica sus bendiciones y obra insospechadas maravillas ! « Esto no es virtud humana , sino gracia de Cristo, que tanto puede y ha c e en la carne flaca , que lo que naturalmente siem­ pre aborrec e y huye , acometa y acabe con fervor de 230


espíri tu . No es según la condición humana lle v a r la cruz, amar la c ru z , castigar el c u e r p o, ponerle en se r v i d u mbre huir las honras , sufrir d e grac�o las i nj u rias, despreci arse a sí m i s m o y d ese a r ser des­ preciado ; sufrir toda cosa ad versa y dañosa , y n o d esea r cosa de prosperidad en este mundo . Si miras a ti , no p o d r á s por ti c o sa alguna de és ta s ; m as si confías en Dios, Él te e n v i ar á fortaleza del cielo y hará que te estén suj etos el m u n d o y l a carne» (Imi­ tación de Cris t o , libro 2 , c a p ít u l o 1 2 ) . uTal es la g r a c i a de Cristo » u i bidem ) , el p oder del Señor que obra en ·n osotros. u En Él habéis s i do enriquecidos» . En Él reciben n ue str a v i d a , nuestras obras, su fri m i en t o s y sa c r i fi cios un valor nuevo, m ás ele v a d o y subl i m e . ¿ Qué valen n u e s tra s acciones y trabaj os consi derados en sí m i smos ? ¡ Cuán deficientes e imperfectos son , enve­ nenados todos ellos por el amor p r op i o ! ¡ Qué di st an tes están de lo que d ebier a n ser ! Pero estando nos­ otros en Cristo, ya es otra cosa . El Señor vierte en nuestra v i d a y en n u e st r os empeños, en nuestras la­ bo r e s y sufrimientos unas g o t as del valor y m é r i to s de su oración y de su amor al Padre . El Pa d r e ve en nuestra ora ci ó n y en nuestra acti vidad el espíritu y el amor con que su H i j o le ama . A t ra vé s de nues­ tras oraciones y sú p l i c a s d i s t i n g u e la voz del pri­ mogénito, de su a m a d o H i j o . La vida cristiana al­ canza así e n Él su pleno valor . Con p a l a bras persua­ sivas recuerda el apóstol san Pablo a la joven Iglesia de C or i n t o que no tiene por qué vanagloriarse de méritos y grandezas terrenales. No hay en ella e sta d i s ta s ni grandes filósofos , ni ricos ni potenta­ dos ; solamente p obr e s y e scl a vos despreciados que nada significan a los oj os del mundo ; pero t ienen su ,

­

­

231


grandeza, cc valen algo » en Cristo Jesús (cf. 1 Cor 1 , 26-30) . E n realidad, las grandezas terrenas nada importan frente a la grandeza de quien está en Cris­ to. Esta es la verdadera grandeza ante Dios, la que revaloriza toda la vida del cristiano a los ojos de Dios. ce ¡ En Él habéis sido enriquecidos ! » En El ad­ quieren las acciones y aspiraciones , los esfuerzos y sufrimientos del cristiano la fertilidad y eficacia que prometió el Señor : ccEl que permanece en mí y yo en él , ése da m ucho fruto , porque sin mí no podéis hacer nada . El" que no permanece en mí, es echado fuera como el sarmiento, y se seca , y los amontonan y los arrojan al fuego n (Ioh 1 5 , 5 s) . Aunque haga­ mos todo cuanto está en nuestra mano, somos inca­ paces por nosotros mismos de la más pequeña obra sobrenatural , incapaces de obras que den fruto para la vida eterna . Sólo en Cristo puede haber creci­ miento sobrenatural, sólo en É l podemos prosperar en bendiciones celestes, recibir gracia sobre gracia y dar frutos de vida eterna , no solamente para nos­ otros individualmente, sino además para todos nues­ tros hermanos y hermanas, para toda la Iglesia y para toda la humanidad , en mayor o menor medida, según que .nosotros estemos más o menos en Cristo y Él en nosotros . La fecund idad de este « estar en Cristo n refulge con esplendores meridianos en los santos de la Iglesia . Todo cuanto ellos han hecho y padecido y los milagros que han obrado no son más que el fruto de la ac t'uación del Señor en ellos, de Cristo glorioso en los cielos . Nuestra vida cristiana y nuestros esfuerzos serán también fecundos en Él . A pesar de nuestra propia impotencia, confiamos en su acción en nosotros. 232


Nuestra

gra ndeza y nobleza

q n e nosotros

estamos

en

consisten ,

Cristo y

pues,

en

v i ve y opera

'f:l

e n nosotro:; . No somos m eros hombres, dotados de cu a ­ lesquiera c u a l i dades plemente

h umana :

n aturales , esta mos

con una m isión si m­

a

i n corporados

Cristo .

De las si m as del pecado y de la l ej anía de Dios he­

mos

si do

elevados al estado de g r ac i a y de la vida

sobrenatura l ,

herederos

para

ser

con

Cri sto

hijos

d el ciclo .

¡ Oj alá q u e nos miremos a

nosotros

de

Dios

y

m ism o s como

sarm ientos v i vos de Cristo , la v i d , como a n i m a d o s y

vigorizados por la gracia y la v i r t u d de Cristo ! u Todo lo p u ed o e n Aquel que m e c o n fo r t a n (Phil 4, 1 3 ) . Somos más fuertes q ue todas las pasiones , más fuer­ tes que t o d a s las seducciones del m u ndo y t o d a s las concupi scencias de la c ar n e . Por n u estras venas co rr e la fuerza de Cristo v i ctori oso y tr i unfa nt e contra to­ do s los enemigos . ¡ Creamos en 'f:l ! ¡ Apoyémonos en Él ! ¡ M i embros de C risto !

za y

El

secreto

de nuestra fuer­ que estemos

c o n s i st e en

nuestra g r an de z a

de

vinculados a la c a bez a y n o s dej emos guiar y c o n d u ­ c i r por Él ; en que no nos a i sle m o s , no nos apoyemos e n n osot r o s mismos, no nos aband o n em o s a una necia

y orgullosa c o n fianz a en

nosotros mismos ,

ba s t ar an

luces

nu estras propias

humanas ;

en

y

como si

f u e r za s naturales ,

que presinta mos las intenciones y de­

signios de la cabeza y queramos y hagamos lo que Cristo qu iere,

poniendo n u e st r o s deseos y aspiracio­

nes en perfecta consonancia con l a s d e Cristo , nues­

tra

cabeza .

¡ Mi embros peto

a

de

Cristo !

n o so tr o s mism o s ,

tale n tos , cualidades, dones

T en g am os un a

n uestra

s an to

alm a ,

res­

n uestros

y obras . j Respeto a nues233


tro c u e rp o y miembros ! Ya no son nuestros, sino de Cristo , que es la cabeza . San Pablo llama miembros de Cristo a los · m i em bros de nuestro cuerpo , y nos conj ura diciendo : « ¿ Y vamos a tomar los m i cm bros de Cristo para hacerlos miembros de una meretriz ? ¡ No lo quiera Dios ! n ( 1 Cor 6 , 1 5 ) . j Miembros de Cristo ! Veamos también en n ues­ tros hermanos y hermanas los m iembros de Cristo . Teniendo ese santo y sobrenatural respeto a nuestros hermanos y hermanas, meditemos las palabras del Señ or : « En verdad os digo que cuantas veces hicis­ teis eso a uno de estos m i s hermanos más pequeños, a mí me lo hicistei s . Cuando dej asteis de hacer eso con uno de estos pequeñuelos , conmigo no lo hicis­ tei s » (Mt 25, 40-45 ) . ¿ No pensaríamos .Y hablaríamos de nuestros pró­ j imos con m u cho mayor respeto, benevolencia y amor, no serían mucho mayores nuestro celo y en­ trega , si viéramos én ellos a los miembros de Cristo ? «Conocemos que permanecemos en Él y 'f:l en nosotros, en que nos dio su Espíritu» ( 1 Ioh 4 , 1 3 ) . El Espíritu de Cristo vive en nosotros . Él nos orien­ ta ·e i m p el e hacia Dios, hacia la verdad y el bien . Nos otorga la gozosa y alegre decisión de realizar en n u e s tr a vida los principios de Cristo y del Evan­ gelio, de renunciar al pecado, de cumplir los man­ damientos de Dios . Nos hace fuertes en la batall a contra Satanás, en el dominio sobre nosotros mis­ mos, en la abnegación y e l sacrificio, en dejarnos crucificar en Cristo . Nos impulsa al amor de Dios, de Cristo y del prójimo . Es el Espíritu de la verdadera sabiduría , de la inteligencia de las cosas de Dios , del consejo , de la fortaleza , de la piedad , del santo temor de Dios . Él nos transforma , haciéndonos amar 234


la soledad , el recogimiento , la oraci6n , la pobrez a , hl castidad , la mortificación , la humildad, la obcd icn. cia . Él nos exhorta , nos apremia, nos amonesta , n o s habla, nos _presta luz y fuerza con sus inspiraciones, sus auxilios y sn gracia . Somos nada por nosotros m i smos y dej ados a n uestros pobres juicios, conse. j os , reflexiones y esfuerzos ; pero actúa y vive en nosotros el Espíritu de Cristo . «f:l, a cuyo poder y ciencia están sometidas todas las cosas, nos protege, por medio de sus i nspiraciones, contra nuestra po­ quedad , ignorancia , cerrazón o dureza de corazónn (santo Tomás de Aquino , Summia the ologica 1 - 1 1 q . 68 a . 2 ad 3) . ¡ Qué fuerzas y auxilios tan maravillosos se nos otorgan por n uestra unión con Cristo ! Si tuviéramos siempre y en todas las circunstancias la fe vi va y consciente de nuestra comunión de vida con Cristo , tendríamos un poderoso estímulo en nuestra ascen­ sión a la perfección cristiana .

235


XIX EL AMOR AL PRÓ TIMO

«�ste es mi precepto, que os améis unos a otros como yo os he amado . • Ioh 15,

12

Convivimos la vida divina en Jesucristo , en quien h emos sido inj ertados . Mas la vida de C r i s t o es esencialmente, al mis­ mo tiempo que vida de inmolación y de entrega al Pa�re , vida de amor a los hombres, sus «herma­ nos » ; es vida de amor al prój imo . Él es el buen sa­ maritano que no sabe pasar de largo sin prestarnos ayuda ; su amor lo i mpul sa a incli narse sobre nues­ tras heridas para de r ramar sobre ellas vino y a c e ite y llevarnos al mesón , la Iglesia , donde podamos cu rar y, por su influj o , seguir viviendo . « Acoge a los p eca d o r es y com e con ellos» (Le 1 5 , 2 ) . Si debe�os co mp a r ti r su misma vida , la nues­ tra de be ser, tambi én , una vida de caridad fraterna , porque « en esto conocerán todos que sois mis dis­ cípulos, si tenéis ca r id a d unos para con otros» (Ioh 1 3 , 35) 236


1.

Formas de la caridad

Dios, al crear al hombre, le ha infu n d i do en i n fi n it a sabiduría, un impulso a a m a r y a ser amado . La forma prim itiva del amor humano es el amor se ns i b l e : innato en todo hombre, es su pasión natural más v i olen t a , y consiste en esa involuntaria s i m p a tía , en ese i mpulso espontáneo que sentim os hacia una persona u obj eto, apenas hemos descubier­ to en ellos algún aspecto que nos agrada o es con­ form e a nuestros gustos. De nosotros de p en de el d o m i n ar este impulso mediante una potente refle­ xión y fuerza de voluntad, a fin de convertirlo en resorte d e nuestra fel i cidad personal y de la aj ena . Si , por el contrario, no sabemos dominarnos reflexi­ vamente , p o d e mos dej arnos arrastrar por el amor hacia e! camino de la perdición, arrastrando con no­ sotros a otras pen;onas . La p a s i ón y el senti m iento del amor producen grandes bienes a los h ombres, mas también casi todo el m al y -casi todas s u s des­ gracias . Depende de q'.l.e el amor sea diri g i d o y vi­ gilado , o se abandone a su propio desenfreno . Este amor sensible, esta simpatía nat u ral , anida también en el corazón de los más perfectos . Todos sabemos por experiencia lo vigilantes que debemos mante­ nernos frente a estas i nclin a c i o n es y movim ientos que surgen espontáneamente . Existe , además , u n amor p uramen.te natural y huma.n o, que encontramos por doquiera entre los hombres . :Más que un sentimiento, es ya una inten­ ción y una disposición de la volutad, una virtud : fruto de trabajo y de libertad . Es una dilatación del alm a , una necesidad de fusión con o tra s almas : su,

su

.

237


pera la estrechez y la mezquindad del propio yo . T an to más rica es un al m a , cuanto m ayor y más no­

El amo r ensancha los

ble es su a m or . profun d i za a

la

compre n sión :

fectament e oj os,

.

h o r izo n tes y

i dea s y la comprende per­ noble amor, a bre los

vez los sentim i e n tos,

la s

sólo lo que se ama se

El a m o r , el p u ro

agudiza la

y

p e r m ite

m i rada :

conocer profundi­

d a de s q u e p e rmane cen i n sosp echa d a s al

que

no ama ,

al

que permanece i n sensi bl e al amor . Si se le orien­

ta

hacia la

alm a

un

fección tan das

las

y

verdad

n ivel

tan

De

e st e

Dios .

un

y

n o bl e

co nfi e r e y

no bl ez a

al

per­

llegar a abrazar to­ t o das

las

virtu des

está necesariam ente

r e al m en t e orientada

p i adosa

debemos

amor

una y

m or al e s

amor puro alma

Mas

y

subl i m e s , que puede

perfecciones

n atur a le s .

dotada

el

el bien ,

ele v a d o

d e s p e r t a rl o

h aci a

continuam ente

en

no s o t ros en sus m a n i festaciones de gen til benevolen­ cia

h umana

que fuere ;

de

felices ;

de

ir

y n a t ural para

n oble

siempre

viendo ; bu e n o s

deseo

con

en

de lea l empeño

el

p rój i m o , sea

el

hacernos m utuamente

d e no hac e r su frir a na d ie ,

sembrando

alegrí a ,

a y u d a n do

y

s ir ­

de sincero es f u e r z o por se r j u sto s , am a bl es ,

y

corteses

unos

con

otros.

La

virtud natu­

ral del am o r no se fi j a en las p ropias necesidade s n i

bu sca su

propio i nterés : . se

bas a únicamente

bueno que encue nt r a e n el hermano,

en 1o

y cua ndo éste

ha a b a n do n a d o el camino recto, respeta al m e n o s en él la naturaleza humana que el h ombre , a u n desca­ rriado, no p ue d e destr u i r , com o tampoco puede des­ arraigar

los

gérmenes

de

bondad

1 a ten t e s

en

ella .

Más aún , encuen tra en este de svío u n a nueva ocasión para aviv a r su de t e rminació n d e reconquista r al her­ mano para e1 bi en q ue h a aban donado. 238


es el egoísmo el sobre la virtud natural del amor, ya que el amor es in d i spe n sa ble a nu e s t r a vida humana. Sólo s i tiene u n móvil puro alcanza alturas morales dignas de l a máxima esti­ ma . La virtud natural del amor constituye el su s­ trato normal del amor propiamente sobrenatural o ca r i da d cristiana, base de la paz y la felicidad de una fa m il i a , de una co l e c t i v i da d o de una nación. E l pr i n ci p i o teológico es el siguiente : lo sobr e n a ­ tural no d e s t r u ye la naturaleza , sino que la presu­ pone , la enriquece y la ennoblece . Lo cual signifi c a que el verdadero cristiano, el hombre r ea l m e n t e pia­ doso, es por necesidad un hombre naturalmente no ­ ble, altruista, generoso, bueno, un buen carácter lleno de fe y de bondad , incapaz de cualquier inj us­ t ici a en sus j uicios, palabras y obras , in c a p a i de mentira, deslealtad y artera diplomacia : un hom­ bre que sentirá la necesidad de comportarse recta­ mente con todos y de dar amor siempre, todo el amor que pueda. Es evidente q u e esta forma de amor exige u n es­ fuerzo y u n a superación personal . La prueba d el amor consiste en saber soportar, renunciar, tras cen­ der lo indicado, perdonar, aceptar las humillacio­ nes. El amor genuino y noble debe saber lo que p uede amar y hasta dónde lo puede am ar ; y tiene que amar, sencillamente, porqu e no puede m enos de amar . El amor n a t ural es obra d e la vol u n t a d, y por eso una virtud, si bien sólo una virtud na­ Con mayor

que

ej er c e

o

una

menor

frecuencia

influencia

decisiva

tural .

Este amor humano natural es ampliamente supe­ rado por el a.mo r s o b re n atural del prój imo o caridad, qu e purifica el amor natural de las imperfeccion es, 239


fáci lmente se le adhieren , y lo t r a n sfo r m a en prójimo p or amor de Dios y de Cristo . Puesto que se funda en e l amor de Dios, no e s sino su flor más bella . . Nos hace amar al prój imo n o por sí y p o r lo que en él nos atrae, sino p o rque Dios lo q u ie re , por un m otivo sobrena tural , es decir , p or u n motivo tomado de la fe , y por un bien q u e se conoce sólo a través de la fe . La caridad nos hace amar al prój imo por Dios y p or C r i s t o , que n o s m a n ­ da n amarle . Desea y quiere para el p r ój i m o el bien so br e n a t ura l y la salvación del al m a , que ha sido rescatada por la sa n g r e de Cristo . Reconoce en el que

a m or del

quien Dios ama y cuida p rój i m o al hombre redi­ m i d o por Cristo , al miembro de C r ist o , a C r i s t o mis­ mo . «Cuantas veces hicisteis . eso a uno de estos m i s herma nos menores, a mí me lo hicisteis » ( M t z s , 40) . La caridad cristiana ve en el alma del prój imo las excelsas riquezas y los tesoros d e la vida d i v i n a , de la inhabitación de la santísima Tri n i da d y de su destino a ser eternamente copartícipe de la felicidad de Dios . A partir de esta visión sobrenatural de la fe , ama al prój i m o y le desea todos estos bi en e s y val ore s sobrenaturales , le desea que abu n de cada vez más en ellos y sea así más di choso en Dios . La caridad sobrenatural no es ot r a cosa que el a m o r mismo de Dios que n o s ha sido i n fun d i do en n uestros corazones · por la gracia santificant e . En el amor c r is t i an o del prój imo no hacemos sino exten­ der hacia el prój imo nuestro amor a D i o s y a Cristo . Por consi guiente , p odemos y d ebe mo s amar cri s tia­ namente , es deci r , sobrenaturalmente, al prój i m o en la medida en que am amos a Dios y a Cristo y esta­ mos con ellos ligados por este amor . p rój i m o al Hij o de Dios, a con amor infinito . V e en el

240


La n obleza ::.ublime del amor cristiano y sobrena­ tural del prój imo es tal que se identifica con el amor de Dios y de Cristo ; es «el amor divino, que se ha derramado en nuestros corazones p o r virtud del Es­ píritu Santo, q ue nos ha sido dado» { R o m 5 , 5) . La caridad cristiana se manifiesta en la prác tica como estima y respeto sobrenatural de nuestro her­ mano, hij o de Dios, u en el que el Padre ha puesto sus complacencias» (Mt 3, 1 7) , miembro del cuerpo místico en el q ue honramos al mismo Cristo, templo de l a santísima Trinidad , vaso en el que Dios ha querido derramar su amor y su vida ; se manifiesta en constan te esfuerzo por mantener los derechos de la verdad y la j usticia al pensar, j uzgar, hablar y tratar al prój imo ; como ten dencia a observar siem­ pre , reconocer y apreciar ante todo sus aspectos fa­ vorables, y a interpretar con benevolencia y gene­ rosidad todas sus faltas ; como actitud de paciencia , perdón, compasión y prontitud para socorrerlo en toda necesidad material o espiritual ; como propó­ sito de nunca cometer deliberadamente faltas de ca­ ridad contra él , tanto en nuestra conducta como en las palabras, pensamientos o j ui cio s ; en fin, la caridad cristiana se manifiesta como leal determi­ nación de dar amor , si empre y en todas partes. En las comunidades , la virtud de la caridad se revela, más concretamen i:e, en forma de deseos de co­ laboración , para lograr que todos const i tuyan un solo corazón y una sola alma, y especialmente en el pro­ pósito decidido de estar en paz con todos y de formar así realmente una fam i l i a en Dios, hijos to­ dos del m ism o Padre , m iembros todos del cuerpo único cuya cabeza es Cristo, vivificados todos por el mismo espíritu de Cristo , que es espíritu de amor . 241


Mas la caridad sobrenatural es tan fuerte, que se ve impulsada a amar también a los enemigos : u Amad a vuestros enemigos y haced el bien a los que os aborrecen ; bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian . Al que te hiere en una mej illa , ofrécele la otra , y a quien te tome el man­ to , no le impidas que te tome la túnica . Da a todo el que te pida y no reclames de quien toma lo tuyo . Amad a vuestros enemigos , haced el bien y prestad sin esperanza de remuneración . Sed miseri­ cordiosos, como misericordioso es vuestro Padre . No j uzguéis y no seréis j uzgados ; no condenéis y no seréis condenados ; absolved y seréis absueltos . Dad y se os dará ; una medida buena, apretada , col­ mada , rebosante, será derramada en vuestro sen o . L a medida q u e con otros usaréis, será empleada pa­ ra vosotros» ( Le 6, 27 ss) . 2.

I mportancia de la caridad fraterna

«Si hablara lenguas de hombres y de ángeles y no tuviera caridad , soy como campana que resuena a címbalo que retiñe . Y si tuviera el don de pro­ fecías y conociera todos los misterios y toda la cien­ cia , y tanta fe que trasladase los montes , mas no tuviera caridad, no soy nada . Y aunque repartiera toda mi hacienda y entregara mi cuerpo al fuego , no teniendo caridad , nada me aprovecharía . Ahora permanecen estas tres cosas : la fe, la esperanza y la caridad ; pero la más excelente es la caridad . Es­ forzaos, pues, por alcanzarla» (1 Cor 1 3 , 1 - 3 y 1 3 ; 14 , 1 ) . Si falta el amor, falta todo ; si hay amor, está todo , porque el am-0r es la perfección . 242


El amor cristiano del pro3 1 m o es la me dida d e 11 u estra unión con Dios. E n la noche d e l j ueves santo , después de instituir la eucaristía y a n t e s de comenzar su pasión , pron unció el Señor la oración sacerdotal : su gran deseo es que « todos sean uno » . 11 Ruego no solamente por éstos (los apóstoles) , si no por cuantos han de creer en mí p o r su palabra , para q u e todos sean uno , comb t6 , Padre , estás en mí y yo en ti, para que tam bién ellos sean uno en nos­ otrosn (Ioh 1 7 , 2 0 - 2 1 ) . j Padre, Hij o y Espíritu San t o , la santísima Tri ­ n i dad, la multiplicidad en la · unidad de un mismo amor, un m ismo pensa r , querer y obrar : la unidad de un amor que enlaza al Padre y al Hij o por me­ dio del Espíritu Santo ! En esta unión inefable en­ contramos el prototipo de toda vida de comunidad . « Que ellos sean uno, como t ú , Padre, estás e n m í y yo en ti . n Estamos , pues, en comunión viva y vital c on Dios y compartimos la santísima y felidsim a vida. intratrinitaria en la m e d i d a en que estamos u n i ­ dos entre n osotros por la caridad . Para que no p ueda asaltarnos ninguna clase de duda, continúa Jesús : «Yo les he dado la gloria que tú me diste , a fin de que sean uno como nosotros so­ mos u n o . y o en ellos y tú en m í , de m odo que su u n i dad sea perfectan (Ioh 1 7 , 2 2 ) . El Padre le ha dado la gloria de la filiación divina, que el m i s m o Cristo h i z o extensiva a nosotros cuando, p o r medio d e la gracia santificante que nos fue infundida e n el bautismo , nos hicimos participantes de su vida divina . ¿ Con qué fi n ? « Para que sean uno (todos una cosa o unidad ) , como nosotros somos uno » . La gracia santificante une los espíritus y los corazo­ nes de los cristianos, de modo semejante a como ·

243


la naturaleza divina une al Padre con el Hijo en el Espíritu Santo. La gracia santificante es parti­ cipación en la naturaleza y la vida divinas ; y te­ nemos comunión de vida con Dios, conservamos la gracia y adopción divinas, en cuanto estamos dis­ puestos a ser un solo corazón y un solo espíritu con nuestro hermano. Precisamente porque es par­ ticipación de la vida divina, la gracia santifican te es esencialmente unificadora de espíritus y corazo­ nes, modeladora de comunidades. El primer fruto de la gracia y de la adopción divina es, por lo tanto, la caridad fraterna en sus diversas manifes­ taciones, tanto exteriores como interiores . «La cari­ dad procede de Dios, todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Diosn ( r Ioh 4 , 7) . Compar­ timos la vida divina , en cuanto amamos a nuestro hermano . Nuestro amor al prój imo es la medida de nuestra un.i6n con el espíritu de Cristo. Sus sentim ientos para con nosotros son sentimientos de amor . u Como yo os he amado» (Ioh 1 5 , 1 2 ) . ¡ Y cuánto nos ha amado desde la encarnación hasta la cruz ! ¡ A pesar de nuestra indignidad, a pesar de nuestros pecados, aun habiendo previsto con claridad absoluta cuán poco habíamos de corresponder a su amor y con cuánta ingratitud íbamos a recompensarle, prefirien­ do nuestros estúpidos deseos y toda clase de ídolos , injuriándolc conti nuamente, volviendo a crucificarle ! ¡ Y cuánto amor nos demuestra en su vida euca­ rística ! Todo en ella respira amor , un amor que sólo piensa en nosotros, que por nosotros se consu­ me en sacrificio, en oración y en generosidad . Jesús infunde constantemente en nuestra alma su luz, su fuerza y su vida, la cultiva sin descanso, 244


la purifica

por medio de sus gracias actuales y de

los sucesos que dispone , perm ite o tolera : tenta

j un tarnos

Dios,

para

más

íntimamente

enriquecernos,

sólo in­

consigo

santificarnos

y

y

con

hacerno,;

felices .

¡ Y lo que su amor nos ha obtenido y nos guarda para la ni

eternidad !

«Ni

el oj o vio,

n i el

ocurrió a la mente del hombre lo nos

Cristo. ¿ Cuál

ama

Dios ha

(1 Cor 2, 9) .

preparado para los que le aman u Así

oído oyó ,

que

es, por el contrario ,

el grado de n uestra u n i ó n de espíritu c o n Él ? ¿ Has­ ta qué amemos.

punto

« Uno ll

somos

« Éste

con

es m i precepto ,

Él ? que

a otros como yo os he amad o . ll

Hasta os

donde

améis unos

Compartimos real­

mente la vida de Cristo , n uestra cabeza , en cuanto amamos a nuestros hermanos .

medida de nuest1'o CTisto. Nuestro Sa.Ivador es muy claro en

Nuestra caridad fraterna es la

amo1' sus

a

exigencias .

¿ qué

os

Un

exigirá

a

día ha de fin

ser

de cuen tas

n uestro

j uez ,

Y

? Amor , caridad .

¿ A tenor de qué ley ? « Lo que habéis hecho a uno de mis hermanos menores , l o habéis h echo conmigo . Tuve hambre y me disteis de comer ; disteis d e beber ;

desnudo y me vestisteis ;

y

te

« Señor ,

alimentamos,

estaba

enfermo y me visitasteis ;

preso y vinisteis a verm e . ll preguntarán :

tuve sed y m e

peregriné y m e acogisteis ;

Y

entonces los j ustos le

¿ cuándo te vimos hambriento

sediento

y

te

dimos

de

beber ?

¿ Cuándo te vimos peregrino y te acogimos , desnudo y te vestimos ?

cárcel y

fuimos

¿ Cuándo te vimos enfermo o en la a

verte ? ll

Y

Él

responderá :

«En

verdad o s digo q u e cuantas veces hicisteis e s o a u n o de (Mt

mis

hermanos

25, 34

m enores ,

a

me

lo

h i cisteis ll

ss) . En el prój imo amamos a Cristo :

en 245


el miembro , 1a cabeza ;

en el sarm iento , la vid . El

amor crist i a n o del prój imo es amor d e Cri sto .

Se pregun tan m uchos si aman a Cristo, y v a n buscando

señales por

las

cuales

poder

de»cubrir

y

reconocer si le aman : la señal que no engaña n unca e s- la car i d a d fraterna . Siempre que faltamos con tra n u e�tro hermano , sietnpre que somos injustos o fríos

él, duros de palabra , obra o j uicio, ofendemos

con a

la

vez

a

Cristo

y

a

un

m i embro suyo, por

el

que el Hij o de Dios se hizo hombre y murió en cruz , y

a

quien acari cia

con

infi n ito

amor

para

santifi­

car y salvar su alma. ¡ Es i mposible que am emos a Cristo y que, al m ismo tiempo , no tengamos caridad con el hermano ! La caridad fraterna es tam bién la me dida d e l estad o d e nu estra v ida interior, especialmente de nues­

tra

vida de ora.ci6n .

padrenuestro : hoy , caer

perdónanos en

Rezamos todos los días en el

H E! pan nuestro de cada día dánosle nuestras

la tentación ,

deudas . . . ,

no

mas líbranos del

sólo podemos rezar así si

amamos

nos

dejes

m al n ;

pero

sinceramente

a

n uestros h ermanos , a cada uno de n uestros herma­ nos.

Asistimos qu izá diariamente al sacrificio euca­

rístico : oramos y ofrecemos como colect i v i dad - uno para todos , todos para uno -, apropián donos los go­ zos y penas del herm ano ; fraterno,

pero si nos falta el amor

excluimos por n uestra propia culpa de la oración y el sacrificio comunes, y no tendre­

mos en

nos

ningu na,

o

la santa m isa .

nión

acaso Y

una

míni m a ,

r e c i bi r em os

la

part i c i pación

sagrada comu­

« sacramen to d e la unión y vínculo de la ca­

ridad » , como la llam a san Agustín ; pero el primer fruto de l a· comunión es la unidad del cuerpo místico de Cristo , 1 a intimi dad 246

de corazones

u para


que todos sean uno)) . El fruto esencial de 1a comu­ nión es el amor, la propensión a Ia vida en común, el deseo de formar un solo corazón y u n solo espíritu con el hermano, a pesar de los graves obstáculos que nuestro amor propio y nuestro egoísmo puedan ir acumulando. i Cuántos se acercan al altar por la mañana y después, apenas llegan a su casa , colocados de nuevo en su vida ordinaria, amon tonan más y más faltas contra la caridad , en sus j uicios, palabras y su com­ portamiento todo ! A pesar de tantas comuniones, meditaciones y rezos, son groseros, caprichosos , des­ ganados, fríos, ¿ Dónde impacientes, inflexibles . está el verdadero amor ? , ¿ dónde, el sentimiento de benevolencia, el j uicio y la con versación corteses, el trato cordial ? No queremos decir que nunca, ni siquiera de vez en cuando, podamos caer en alguna falta de ca­ ridad , aun a pesar de las más fervorosas comu­ niones ; pero estas faltas deben provocar un arrepen­ timiento y una reparación inmediatas. En el alma bien dispuesta hay siempre un vivo, firme y deci­ dido propósito de perdonar, sufrir, ayudar, y una actitud que mueve siempre a realizar actos de ca­ ridad . Si en el alm a ha arraigado este deseo de amar y este ideal de amar desinteresadamente, tendrá con ello la prueba más convincente , de que sus com u n i o­ nes, confesiones, meditaciones y toda su vi da de oración están en orden y son sinceras y fecundas . La caridad fraterna es la medida de nuestro gra­ do de amor propio. -g ste suele disimularse en nos­ otros hábilmente , bajo apariencias de virtud, mortifi­ cación , celo , aposto l a d o , etc . M a s poseemos una infal i bl e piedra de toque para determinar nuestra 247


virtud : nuestra actitud hacia el p roJ 1 m o en los mil c a sos de la vida práctica . El alm a dominada p or el amor p ro p i o es susceptible , celosa , suspicaz , fría , par c i al e i n j usta en sus j ui c i o s . El que intente con­ servar la cari d ad debe morir al espíri tu prop i o y a las p r op i a s pre fe re n c i as y g u s tos ; el que qui era debe poseer

amar

cienci a , de

la

caridad

ciente ,

una

desinterés . es

virtud

Sólo no

gra n

porque

cristia n a ,

benigna ;

ín tegra ,

una

es

humilde ,

caridad

«la

envid i osa ,

no

pa­

es capaz

vi r tud

es

pa­

es j acta n ­

h incha , no piensa m al , no se com place todo lo excusa , todo lo cree, todo lo esp eTa , todo lo tolera » ( 1 Cor 1 3 , 4-7 ) . La caridad in cluye toda virtud y p erfección . Si nos domina , h a que dado destruido el a mor propio .

ciosa , no se

en la i nj u sti cia, sino en la verdad ;

*

« :f:ste es m i

p re cepto ,

los otros como yo os he vida

cristiana está

brenatural , que es

que

os améis

a m ado » .

los

u n os

a

En el cen tro de la

el amor, la cari dad cristiana so­ lo m is mo que el amor a Dios . Con

él están estrechísimam ente vinculados todos los man­

da m i entos y en é l culm ina toda la ley. La verdadera caridad no se contenta con no tam ente contra el prój i m o ,

pecar o no faltar d i rec­

sino que anhela traducir

sus sentim ientos internos e n p ensami entos, y

obras :

hecho

no t od o lo

puede darse

palabras

tr eg u a mientras no haya

que puede .

Examinémonos

seriam ente

sobre

la

cari dad ,

no

con el fi n de descubri r si fal tamos a e l l a , sino para ver

si

amamos

h a cemos el herm ano,

a

p os i ti vamen t e ,

bien,

si

serv i r l o,

estamos

a

y en qué

si

ten erl o contento, a amarlo

11 co m o Cristo nos ha amado » y nos ama .

248

m edi da ;

di spu e st o s a ayu dar al


« No os maravilléis, h e rm a n os si el mundo os aborrece . Sabemos que hemos sido trasladados de la muerte a la vida , porque amamos a los hermanos . El que no ama permanece en la m u e r t e Quien abo­ rrece a su hermano es homicida, y ya sabéis que ningún homicida tiene en sí la vida etern a . En esto hemos conocido la c�ridad, en que Él dio la vida por nosotros ; y nosotros debemos dar la vida por nues­ tros hermanos . El que tuviere bienes de este m undo y v i en d o a su hermano pasar ne c e si d a d le cierra sus entrañas, ¿ cómo es posible que more en él la cari­ dad del Señor ? Hij itos, no a memos de palabra ni de lengua, sino de obra y de verdad " (Ioh 3, 1 3-18) . ,

.

249


XX EL SANTO AMOR DE DIOS cAmarAs al Señor, tu Dios . • M t 22, 37

La sabi duría de Dios tiende a l e v a ntar n o s a n o s ­ otros, hombres, de nuestra nada y a h acer n o s com ­ p a rt i r su vida . Pero su vida es amor . «Dios es cari­ da d n (Ioh 4, 8) . Por eso nuestra vida debe ser tam ­ bién caridad , tenemos que arder en la llama de aquel amor que es Dios mismo. 1.

E l mandamiento del amor

Dios exige nuestro amor, mi amor en parti cular, el punto d e darnos este mandamiento : cc Ama­ rás al Señ or , tu Dios, con todo tu coraz6n , con toda tu alm a y 'con t o d a tu rh ente . 'l!ste es el más grande y p r i m e r mandam iento . El segundo, semejante a éste , es : A m arás al prój imo c o m o a ti mismo . De estos dos preceptos penden toda la ley y los profetasn (Mt 2 2 , 37-40) . Amar a Dios es el más grande y p r i m er manda­ miento , que liga nuestra conciencia y la obliga en todo momen to . Un ma n dam i e n t o sin lím i tes : por más que h a g a m o s , no lo cumpli remos como para poder decir : cc ya es bastante n ; siempre t e n e m os que se-

h a s ta

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guir amando . Es un m an d am i e n t o que nos o bl i ga a Dios con u todas las fu er z a s >> (Me I 2 , 30) . ¿ Cumplimos en verdad este mandamiento ? No p re gun tamos si po s e e m o s ahora , hoy, el perfect o amor de Dios ; p re g u n t a mos más bien si nuestras as pi ra ­ ciones y am bi c i o n e s continuas son las de amar siem­ pre más, cada vez más perfectamente , a Dios . Con e st o cumplimos el m a n dam i e n to principal y, por con­ si gu i e n t e nuestra solicitud debe se r i a m e nt e concen­ trarse en el empeñ o de dilatar nuestro corazón , d e perfeccionarnob en el am o r de llegar al amor integral e indiviso . ¿ P o dem os amar realm e n te a Dios ? ¿ P od e m o s nos­ otro s , miserables pecadores , abrazar con amor al Dios i n finit a m e n t e santo y excelso ? ¿ Podemos l e v a n t ar ­ nos en alas del a mor hasta Él ? Por n o s ot r o s m is­ mos, no ; no lo p o d e mo s con el a m o r que brotaría de n u e s t r as propias facul tades ; pero lo p od e m o s con el amor que El mi.smo enciende en nuestros corazo­ nes, c on la gracia santificante. Cuando recibimos el santo bautismo, « el amor de Dios se d er r a m ó en n uestros corazones po r virtud del Espíritu Santo » (Rom 5 , 5 ) . Con este a mo r , otorgado por Dios mis­ mo, podemos am arle y cu mpl i r el m a n da m i e n t o que n o s dio de amarle . Es l a virtud divina de la cari­ dad : divina no só l o por q ue t i e n e por obj eto a Dios , ni p o r q u e nos r e l iga con Dios, haciéndonos uno con Él ; es a n t e todo divina porque , por medio d e ella , amamos a Dios del m ismo modo que se a m a Él y pue d e am arse así mismo en virtud de su naturaleza divina , con un amor que quiere a Dios por sí m ismo y q u i e r e todo lo demás , que no es Dios, por Dios y en Dios. El amor d ivi n o derramado en n u e st r o s co­ razones es t o d a v í a algo m á s : es la participación del amar · a

­

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2S l


que Dios se am a a s{ m ismo y ama todo lo q u e está fuera de :SI ; es la centella , la llama del hor no del corazón mismo de Dios Nos hace ser un espíritu con Dios, fundidos en Él , p or así d ecirlo , como dos ll a m a s que se j untan y forman un solo fuego . Gracias a este amor divino derramado en nuestros corazones, Dios trino es en verdad nuestro Dios y h a bi t a en nosotros , según n o s lo asegura el Señor : « Si alguno me ama , guardará mi palabra y mi Padre le amará, y ven dremos a :SI y en :Sl h are mos mor a d a 11 (Ioh 1 4 , 2 3 ) . «Si alguno me ama11 , es decir, con un amor sobre todas la s cosas , con u n a m or cuyo m oti vo p rofu n do no es ya la perfección d el p rop i o yo ni la esperanza del p r em i o ni el temor

amor con

.

­

del castigo, sino únicamente Dios, su volun tad , su gl o r i a ¡ B i e n a ve n t u ra do tal amor , porque Dios pon­ d rá su gozo y com placen cia en él ! El santo amor de Dios se manifiesta en dist i n ta s formas. Una de ellas es el amor de com place n cia en Dios , en su gra n dez a , en sus atributos , en su s ma­ ravillosas obras de la creación , de la reden c ió n y del m un d o de la grac i a Le a d m i ra m os nos alegramos de su gr a n de z a y de sus g e s ta s le al a ba mo s y glo­ rifi ca m os Del amor de com placencia brota el de be­ n e vo l e ncia Deseamos que Dios sea más conocido y más a m a d o por nosotros y por todos los h o mbre s 1 V é nga n os tu reino , hágase tu voluntad ! Otra manifestación del santo amor de Dios es la co n form ida d de nuestra voluntad y de n u est r as obras con lo que Dios quiere y d e sea Dej amos nuestro q u e r e r y obrar en l a santa voluntad de Dios . N u es­ tro amor es d e am istad con Dios, por el que nos en­ tregamos totalme n t e a :SI . Dios es el centro de nuestro ser y de n uest ra vida . Dios, que habitó e n .

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otro tiempo entre nosotros e n forma de hombre y nos llamó amigos suyos . «Ya no os llamo siervos, porque

siervo no sabe lo que hace su señor ; pero os digo amigos, po r que todo lo que oí de m i Padre , os lo he dado a conocern (loh 1 5 , 1 5 ) . ¡ Qué sentimientos de amor y de gratitud hacia el mi se r i cord i oso bienhe­ chor de nuestras almas tiene que despertar esta con­ descendencia d i v i na para con noso tr os ! U na fo rm a esencial del amor de Dios es el amor del prój imo. Con la fuerza y la d i spos i ci ón del amor de Dios derramado en nuestros corazones abrazamos también amorosos a todas l as criaturas que han sa­ lido de las manos de Dios, parti c ula r mente los hom­ br es, nuestros prójimos. En ellos abrazamos a los hijos de Dios, que, rescatados con el precio de la sangre de Cristo, están adornados con la gracia sa n ­ tifica n te , son templos consagrados del Dios vivo y están d est i n ados a la bienaventuranza eterna . El a mor cristiano del prój imo es, l o m ismo que el amor de D ios, un amor santo , sobre natural y di vino Está muy por encima del amor humano natural más no­ ble , porque es el cumplimiento radical del manda­ miento más grande y prim er o : u Amarás al Señor , tu Dios, y al prój imo (por amor de Dios) como a ti mismo11 . el

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2. El

Los frutos del amor de Dios amor,

c

om o la más

en

el alma

e m i nente de todas l a s v i r­

tudes, nos viste con la túnica de la santidad .

Es el

cc vínculo de la perfecc i ón » ('Col 3 , 1 4 ) , e n cie rra en sí to das las virtudes, dándoles la orientación a Dios . Nada más gra n de ni santo podemos hacer que amar, y por ningún otro medio podemos santificarnos sin o por el amor . 25 3


El amor nos une con D i os y t r an s fo r m a n u estras espirituales . I n c l i na a la in t e l i ge n c i a a aj ustarse. a la loc u ra de la cruz ; libra a la voluntad de to d a terquedad y propio capricho , haciéndola dó­ cil a la voluntad divina ; el corazón se dispone más y más, con sus tendencias, d e seos e im p ulsos, a en­ tregarse por amor a la gloria de D i os y salvación del p rój i m o, derramando, si es p re c i so, la sangre . Po r q u e u el amor es fuerte como la m uerte» (Cant 8 , 1 ) . D ice la I mi t ación d e Crist o ; uGran cosa e s el amor , y bien sobremanera grande : él solo hace ligero todo lo p e sado y lleva con igualdad todo lo desigual . Pues lleva la carga si n ca rga , y hac e dulce y sabroso todo lo amargo . Anima a hacer gra nd es cosas y m ue­ v e a dese ar siempre lo más p erfecto » (lib. 3 , cap . 5 ) . El santo amor de Dios si m p l i fi ca enormemente tanto la vida exterior como la interior del hombre . Dios, como espíritu puro, es e se n c i a.! e i n fi n i t am ent e simple ; el amor que nos une con Dios , nos h a ce semej an tes a :f:l y nQs comunica su s a n t a simplicidad . facultades

Hace

sencillos

nuestra

inteligencia ,

nuestros j uicios

y c r i t e rios y nues t ra s a s p i r a ci o nes . Vemos a n u e stros prój imos e n Dios , en Cristo, qu e habita en ellos, que son miembros de su cuerpo m í stico . E n to da s l a s c o y un tu ras y circunstancias de la vida reconocemos la bon d ad y sabiduría de Dios . Tenemos un solo dese o , hacemos un solo conato : el que Dios sea glo­ rificado, su voluntad cumplida . Ya no so m os vícti­ mas, como antes, de mil i nqui e t udes , de se os y p r e oc u p a cio n e s . Encontramos r ep oso en la santa vo­ luntad de Dios . Amamos cuanto debemos amar : el p rój i m o , la p r ofe sión , el trabajo, la o r ac i ón ;. pero lo amamos todo en Dios ; vemos , b usca m os y q u e ­ remos en t odo su santa voluntad. 254


Este amor santo simplifica también nuestros per­ sonales intereses e inclinaciones. Lo que antes amá­ bamos, conversaciones, lecturas, etc . , se no!' vuelve cada vez más insípido . Coartamos nuestro trato y comercio con los hombres . El amor propio se bate en retirada en todos los frentes. Obramos con toda se n c i ll e z lo que creemos ser nuestro deber, sin preocu­ p a rno s por lo que digan o piensen de nosotros nues­ tros vecinos . Avanzamos despreocupados por nuestro ca m ino , solícitos únicamente de a g r a d a r a Dios. Dios simplifica asimismo la oración del alma aman­ te . Ya no es capaz de múltiples consideraciones, propósitos , pensamientos, ni de continuas preguntas y respuestas . Su oración es reposada y sencilla : un rato de filia.1 entretenimiento con el Padre . Árida o sumergida en íntimo gozo, r e c og i da o d i str aíd a a p e sa r suyo , mas siempre feli z , en unión con Dios, que conoce Lodos los deseos de nuestro corazón , aunque no se los enumere uno a uno. (( El más pe qu e ño acto de amor puro tiene mayor valor a los oj os de Dios y es más provechoso a la I gles i a que todas las otras obras j untas » , dice san Juan de la Cruz , refiriéndose a la incomparable fe­ cundidad del santo amor de Dios . ¿ Qué p e n s a r , pues, d e la vida entera de esas almas felices que realizan c a s i sin interrupción actos y obras de amor ? E sa s almas so n las únicas que dan toda la gloria a Dios. ¿ Y quién pued e cooperar mejor que ellas a la realiza­ ción de los planes salvíficos de Dios ? Todos sus pensamientos y sentimientos, todo su querer y obrar son, por así decirlo , una obra de perfecto amor . A ellas cabe aplicar las palabras de san Francisco de Sales : « Todo cuanto se hace por amor es acto de amorn . Son innum erables los hombres que deben 255


estas obras de los a ma n tes perfe cto s la gracia de la conversión, la victoria en las tentacioD'es , el coraje en la batalla , la gracia de la vocación sa c er dotal Y religiosa , la gracia de la perseverancia . ((Todos Jos bienes me vinieron j untamente con ella (con el amor perfecto de D i o s ) y en sus manos me traj o una r i qu e za incalculabl e . Es para los hom­ bres tesoro inagotable y los que de él se aprovechan se hacen participantes de la amistad de Dio s ll (Sap 7, I I - 14) . Todos e st am os llamados a las cumbres del amor .

a

:F:s ta es la meta a la que corremos :

<<Amarás al Se­

ñor, tu Dios, con todo tu corazón , con toda tu alma, con toda tu m ente y con todas tus fuerzas» (Me 1 2 , 30) . ¿ Quién cumple acabadamente este m anda­ miento ? El amante que no sabe ni busca sino a Dios y que j amás se cansa de amarle vehementemente .. ¡ Sólo Dios ! Pero no sólo cuando pasen fos años , cuando nos vaya blanqueando el cabello, como si debiéramos dedicar los mej ores años de nuestra vida exclusivamente a la fase negativa que es la purifica­ ción del corazón de todos los pecados . Ya desde ahora , desde los pri mero s a ños y desde el mismo c omi e n z o de nuestra entrega a Dios, aspiremos al amor y aprendamos a amar . En el amor se encierran y del amor nacen todas las virtudes, y con amor hay que practicarlas. Sea ésta nuestra norma : no llegar al amor al cabo de los años y a través de otras virtu­ des, sino , al contrario, alcanzar fa perfección de todas las virtudes a través del a mor. « Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma , con toda tu mente y con todas tus fuerzas» . « Procura os la caridad » (1 Cor 1 4 , l ) .

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