Un desague atascado

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Un desagüe atascado Hacía tiempo que sabían que aquello iba a suceder, tarde o temprano el destino les uniría. Cada vez que se encontraban por la calle ambos se lanzaban claras miradas de deseo. Habían representado los respectivos papeles de marido y esposa con total fidelidad. Solo les hacía falta un pequeño empujoncito, un paso que ninguno se atrevía a efectuar. Su deseo no impedía que tanto uno como otra siguieran amando a sus respectivos cónyuges. Con todo, el tiempo y las formas, que era lo que les impedía tener una aventura, hacían que esta atracción carnal fuese aumentando de intensidad. Como compensación por un favor recibido, y como era muy mañoso, él se ofreció al matrimonio amigo a arreglarles un par de cosas que no funcionaban en su casa. Un buen día se presentó con su caja de herramientas. Le recibió el marido y le hizo pasar hasta el cuarto de baño. Ahí anidaba el peor de sus dolores de cabeza domésticos: un desagüe que continuamente se atascaba. -

Ningún problema, esto es pan comido (dijo el recién llegado).

Aunque a primera vista parecía un asunto menor, pasada media hora todo seguía igual. No lograba descifrar qué obturaba la cañería. Sonó el teléfono. Ella se puso al aparato. Llamaban a su marido. Una emergencia. Se despidió de ella con un beso. - Ya te llamaré cuando sepa lo que puedo tardar. Cuida de ella, John. Antes incluso de que la puerta se cerrara, la mujer ya estaba haciendo planes. Corrió a su dormitorio y se cambió de ropa rápidamente. Se puso una falda cortísima y una blusa vaporosa. Se plantó delante del espejo y se maquilló. Estaba bellísima. Fue a la cocina y cogió una cerveza fría.


Agachado, luchando con el desagüe, el amigo creyó haber encontrado la solución al problema. Gritó llamándola. Cuando ésta asomó la cabeza por el umbral, él enseñó un manojo de pelos. Las mujeres tenéis un pelo hermosísimo, pero son el principal enemigo de un desagüe. - Me alegro mucho de que lo hayas resuelto. Este asunto daba muchos quebraderos de cabeza. ¿Te apetece una cerveza fría? -

En ese instante él reparó en lo atractiva que ella se había puesto. Aquello que ambos deseaban desde hacía tanto tiempo iba a ocurrir. - Espérame en el salón, me aseo un poquito y vengo a tomármela allí. Después de lavarse la cara y las manos, se afeitó rápidamente sin espuma y con la maquinilla del marido. Después fue al salón. No la encontró allí. La llamó buscándola con la mirada. Por fin dio con ella. Estaba en el dormitorio doblando ropa. - Mientras te lavabas he aprovechado para avanzar un poco mis tareas del hogar. Le daba conscientemente la espalda, para que él la observara con libertad. Aquellas prendas la mostraban muy sexy pues destacaban sus curvas. El se acercó hasta casi tocarla. -

Desprendes un olor muy agradable.

Ella le esperaba y él lo sabía. Por eso cuando la rodeó con sus brazos, ella misma dirigió las manos de él hasta sus pechos. ¡Te deseo desde hace tanto tiempo! - Yo también. -

Se fueron desnudando sin dejar de besarse y acariciarse.


- Deja que te ayude. Me encanta sacarte la ropa. Rodaron sobre la cama. Él se concentraba en los pechos mientras ella paseaba las yemas de los dedos por debajo de los testículos ascendiendo hasta el miembro. -

Tienes unos pechos muy bonitos. Y tú un pene más que interesante.

Ella bajó su cabeza y, después de masturbarlo varias veces con ambas manos empezó a besarle el glande. -

Me gusta, con dulzura pero con pasión (susurró él).

La mujer abrió la boca e introdujo la punta entre sus labios. Fue sorbiéndosela, entrándola y sacándola como si la acariciara. Por su parte, él pellizcaba suavemente los pezones de ella. -

Ahora yo.

La tumbó de espaldas y la abrió de piernas. Puso su cabeza entre ellas y se puso a recorrer aquel sexo con la lengua. Más arriba, más al centro. Ahí, lo has encontrado (dijo ella ronroneando). -

Estaban cada vez más calientes y dispuestos al acto culminante: la penetración. Ella se ofreció. Él se cogió el pene con una mano mientras con la otra se aferraba a la cadera de ella. Acercó la pelvis para que aquel ariete enfilara la entrada. Lentamente, con suavidad, sobre todo las primeras embestidas, luego ya podrás poseerme con fiereza. - ¡Ah, qué cálido y acogedor! Me gustas muchísimo. - Tú a mí también. -


La penetró bastantes veces agarrándola del culo mientras ella gemía, cerraba los ojos y se amasaba los pechos con ambas manos. Esto va bien,… esto va muy bien. Sigue así. - Sí, a mí también me va viniendo. -

De repente sonó el timbre del teléfono. Se detuvieron asustados. Sonó un par de veces más hasta que ella se separó de su amante y corrió hasta el aparato. ¿Sí, dígame? Ah,… sí… de acuerdo…. ¿John? Sí, lo ha arreglado. Si no está ya en su casa, debe de estar al llegar. ¿Cómo?... De acuerdo. (Y colgó) ¡Vístete, rápido!, no tenemos mucho tiempo. Era mi marido. Ha llamado desde su coche. Viene hacia aquí. No tardará. -

Él se vistió deprisa con la ayuda de ella. ¿Y tú, no te vistes? - No tengo tiempo. Lo importante es que te vayas cuanto antes. -

Miró por la ventana. Su marido ya estaba aparcando. La vecina del segundo se acercó al coche para decirle alguna cosa. -

Es demasiado tarde, tenemos que pensar algo. ¡Ya lo tengo! ¡Rápido, ven!

Abrió un par de cajones y sacó varios pañuelos grandes de seda. - ¡Átame! - ¿Cómo dices? - Venga, no tenemos tiempo para explicaciones. ¡Átame!


Se tumbó de bruces sobre la cama y cruzó las muñecas en la espalda. Él cogió un pañuelo y fue envolviéndolas hasta inmovilizárselas. -

Ahora los pies.

Cogió otro pañuelo y se los rodeó bien juntos hasta no poder moverlos. - Ahora me amordazas, abres la ventana y te escondes debajo de la cama. El resto es cosa mía, no te preocupes. El atónito amante obedeció sin comprender nada. Le tapó la boca con un último pañuelo y la dejó tumbada como un fardo. Abrió la ventana y corrió a meterse bajo la cama. Diez minutos pasaron y el marido aún no había llegado. Hubiésemos tenido tiempo de arreglarnos (dijo él saliendo de su escondite). -

Se levantó y oteó a través de la ventana. El marido seguía hablando con la vecina. -

Sigue con la cotorra de la vecina. ¿Qué hago?, ¿me voy?

Ella asintió con la cabeza. El alcanzó la puerta de entrada, pero en la escalera se oían voces. Alguien podría verle. Se dio cuenta de que lo mejor que podía hacer era volverse a esconder bajo la cama. Cuando volvió a entrar en el dormitorio, ella se meneaba sobre la cama escenificando el papel que debía de representar para su marido. La miró con deseo.


¡A saber lo que tardará en llegar! Podríamos aprovechar el tiempo. Para meterme debajo de la cama no necesito mucho. -

Puso sus manos sobre los pechos de ella, lo que provocó que empezara a gemir. Después deslizó una hasta su sexo. Un par de dedos se pusieron a resbalar alternativamente sobre el clítoris. Ella movía el culito ronroneando. Tenía los tobillos atados pero pudo separar las rodillas, aceptando la iniciativa y mostrando gran placer. Estaba volviendo a presentir la llegada del orgasmo. Sus cuerpos gozaban sobre la cama pero sus oídos se mantenían concentrados en la puerta de entrada. La situación, tan al límite, les resultaba peligrosamente excitante. Y sucedió lo que más temían. Justo empezaba ella a orgasmar que se escuchó el inoportuno sonido de la puerta de entrada abriéndose. La mujer se dejó caer sobre la cama a la vez que el amante se apresuró a esconderse debajo. Uno intentaba frenéticamente eludir sus enormes ansias de eyacular mientras la otra no podía evitar el impulso instintivo de restregarse el pubis contra la almohada. Querida, ¿dónde te has metido? Ya estoy de vuelta. Me ha entretenido un poquito la vecina del segundo. ¡Vaya una cotorra! -

Del dormitorio de matrimonio le llegaban unos sonidos apagados, como unos lamentos. Se acercó preocupado. Quedó enormemente sorprendido al descubrir la espeluznante situación en que se hallaba su esposa. Medio desnuda, de bruces sobre la cama, atada y amordazada, gemía y se contorsionaba en lo que él creía era la lucha por liberarse. La cogió entre sus brazos y la incorporó. Le quitó el pañuelo de entre los labios. -

¿Qué te ha pasado? He sido atacada. ¿John? No. Deja que te explique.


- Eso quisiera. La esposa se mojó la lengua antes de hablar. John estaba arreglando nuestro desagüe cuando han llamado a la puerta. En el umbral había un hombre que llevaba un par de libros bajo el brazo. Quería vendérmelos. Le he dicho que no y que se marchase. John ha asomado la cabeza y ha dicho que quería ver de qué trataban. Parecía querer ver si podían ser interesantes para su esposa, a quien tiene que hacer un regalo dentro de nada. - Sí, conozco a John, está muy enamorado de su mujer. - Le ha dejado pasar y se han sentado en el sofá del salón. El tipo ha demostrado no ser mal vendedor pero sus libros… una auténtica porquería. John se lo ha echado en cara sin ambages. En vez de desistir, el vendedor se ha puesto pesado en que a mí sí me gustarían porque era mujer. Mientras discutía con él, John ha debido de recoger sus trastos porque, cuando me he dado cuenta, ya se había marchado. Al límite de la mala educación, le he mostrado el camino de salida al pesado de los libracos. Ha recogido sus panfletos y sus trastos yendo hacia la puerta. Antes de llegar, me ha preguntado si no le interesarían a mi marido, hermanos, padres, o a alguien. Y yo, estúpida de mí, le he dicho que no había nadie más en casa y que se marchara. Al escuchar estas últimas palabras se ha detenido y me ha mirado de forma amenazadora. No me ha hecho ninguna gracia su actitud por lo que le he conminado a que se marchara amenazándole con llamar a la policía. Se ha llevado una mano al bolsillo y ha sacado un pequeño revólver. Con voz profunda me ha soltado que yo no llamaría a nadie porque él no lo iba a consentir. Me he asustado muchísimo. - ¡Joder! - Le he preguntado que qué era lo que quería, que aquí no había nada de valor. Con una sonrisa más que diabólica, me ha empujado hasta el dormitorio y me ha hecho darle la espalda. Me ha obligado a desnudarme, me ha atado las manos y los pies. Luego me ha tapado la boca con este pañuelo. Era muy evidente lo que quería el muy cerdo. Yo creía que iba a poseerme acto seguido. No era esa su -


intención, de momento. Ha abierto uno de los libros donde salían imágenes pornográficas y se ha empeñado en que las mirara. ¿Qué podía hacer yo sino obedecer? Ha estado tocándome un buen rato. Entonces ha sonado el teléfono. Me ha sacado la mordaza, puesto el auricular cerca de la boca y me ha obligado a contestar. - Sí, ya me he dado cuenta de que algo te preocupaba. - Al colgar ha vuelto a silenciarme con el pañuelo y entonces sí ha hecho conmigo muchas de las obscenidades que se veían en las fotografías aquellas. Ha sido una experiencia terrible, te lo juro. No he podido hacer nada. He sido su juguete sexual durante bastante rato. Me ha salvado el ruido de la puerta de la entrada al abrirse. El muy cerdo ha cogido sus cosas y ha desaparecido dando un salto por la ventana. No creo que le encuentres, ya debe de andar lejos. - Pobrecita, tú aquí sufriendo y yo aguantando a la cotorra del segundo. - Desátame, por favor. - Antes me gustaría comprobar una cosa (llevó su mano al sexo de ella) Ahora ya la sé. La atónita mujer vio como su marido salía corriendo de la habitación para regresar un par de minutos después. Llevaba puesto un pasamontañas. -

Pero, ¿qué te propones?

Él cogió el pañuelo con ambas manos y volvió a amordazarla. De un tirón se bajó pantalón y calzoncillos, desnudándose de medio cuerpo para abajo. Hace días que la veo por la calle, señorita, poniendo cachondo a todo el mundo con este magnífico y deseable cuerpo que tiene. Más de una vez me he masturbado pensando en usted. Poco a poco fue anidando en mi cabeza la idea de conseguirla. Como usted parece ignorar a todo aquel que no sea su marido, me he dado cuenta de que el único modo de tenerla era usando la fuerza. Sabía que ahora iba a estar sola durante varias horas. He esperado a que marchara su -


marido y he subido. Cuando la he visto, tan deseable, casi no he podido articular palabra. Le he pedido un poco de sal y usted se ha apresurado a ir a buscarla. He entrado y he cerrado la puerta con llave. Cuando ha querido reaccionar ya tenía el filo de mi navaja sobre su cuello. Deseoso, la he desnudado. Ha sido una buena niña, no ha ofrecido demasiada resistencia mientras la iba atando y amordazando. Ahora voy a follármela. Será la compensación de todas mis noches de onanismo por su culpa. Bajo la cama, John no salía de su asombro ante la inesperada reacción de su amigo. Al otro lado del colchón, el del pasamontañas levantaba el culito de su esposa y se lo magreaba con descaro, como si fuera la primera vez que lo cataba. Luego la penetró una y otra vez furibundo. El catre empezó a subir y a bajar amenazando con aplastar la cabeza del de debajo. Sí, me gusta el sonido de mi polla al entrar y salir de tu sexo. Oír tu coño recibiéndola hecho un charco. Mueve el culito puta. Sé que te gusta. -

Golpeó las nalgas con la palma de la mano. Empezaron a ponerse sonrosadas. Deberíamos filmar como te follo, perra. Se lo podrías enseñar a tu marido a ver si aprende el modo correcto de hacerlo. Me corro, síiii. Toma leche, toma. -

Mientras el rayo del orgasmo le fundía, se agarraba a los senos de ella con fuerza, estrujándolos apasionadamente. Ambos, fundidos como un solo cuerpo, cayeron rendidos sobre el edredón. Tras unos instantes de jadeos y respiraciones alteradas, la desamordazó y desató con lentitud, como si fuera una ceremonia. Me ha gustado. ¿Y a ti? - A mí también, me he corrido dos veces. -


- Eso me ha parecido notar. Se vistieron y se dispusieron a arreglar el desorden de la habitación. Algo así como una hora más tarde, se decidían a salir a pasear cogidos de la mano. Hacía tiempo que no lo hacían. John aprovechó para desaparecer discretamente. Pasaron los días y los dos matrimonios volvieron a coincidir. ¿Sabes una cosa John? Aquel desagüe funciona perfectamente ahora. -

Dijo mi marido abrazándome con fuerza. Ya lo sabéis, siempre que queráis que os arregle algo solo tenéis que llamarme. -

Lo que sucedió a continuación resulta complicado de explicar. Mi esposo y yo nos miramos y sonreímos en complicidad, como si conectáramos telepáticamente y supiéramos lo que el otro estaba pensando. Me fijé que John y su esposa hacían algo parecido. Hasta aquí podríamos decir que comprensible pero… ¡es que mi marido y John también lo hicieron! Daría lo que fuera por descubrir qué diablos estaban pensando esos dos truhanes, a qué se debían esas misteriosas sonrisas ladeadas. ---www.coralmalikk.com

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