Contratiempo 26 • Junio 2005

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Alejandro Pérez Cervantes Morirás lejos. José Emilio Pacheco. 1967. Joaquín Mortiz, Serie El Volador. 137pp.

Es 1967. Mientras José Agustín, Gustavo Sáinz y demás especímenes de La Onda escandalizan con artificiosos juegos verbales, espejismos que a la larga resultarían más inscritos en los cementerios de la moda que en los anales de la literatura, José Emilio Pacheco (Ciudad de México, 1939), una de las voces más coherentes y totalizadoras de la literatura mexicana escribía Morirás Lejos, un clásico cuasi desconocido que se anticiparía por mucho a los experimentos estilísticos que en el pasado fin de siglo trataran infructuosamente de renovar las letras mexicanas. Integrante de la Generación del Medio Siglo (junto a Carlos Monsiváis, Elena Poniatowska, Juan García Ponce, entre muchos otros) y formado en los suplementos culturales que la figura de Fernando Benítez aglutinara en derredor suyo durante la década de los sesenta, Pacheco ha sabido desde entonces incursionar en casi todos los géneros literarios con una honradez y una solvencia cada vez más raras en el panorama literario mexicano: del ensayo a la novela histórica, de la poesía a la traducción, de la ficción breve al periodismo cultural... Era 1966, y con apenas 27 años de edad, el autor de Las batallas en el desierto supo asumir el riesgo de parir una de las novelas más arriesgadas y propositivas de la narrativa contemporánea. Adelantándose por mucho al “Crack” mexicano, donde Jorge Volpi e Ignacio Padilla retomaran el fenómeno del nazismo como sujeto literario (En busca de Klingsor, Amphytrion) Pacheco se vale de recursos inusitados a las vanguardias de hace casi medio siglo: la falsa erudición, los tiempos simultáneos, el testimonio histórico, para ir participando a la par del lector en un mismo sobresalto y una misma incertidumbre, un enigma que se construye y se desdice a cada página: un hombre espía detrás de una persiana frente a un parque vacío. Todo es conjetura, aproximación. La víctima o el verdugo. Nadie sabe. Mientras tanto, una misma hecatombe se sucede: el historiador judío Flavio Josefo narra la sangrienta destrucción de Jerusalén en el año 73, al tiempo que el Ghetto de Varsovia es arrasado por las hordas nazis en un mismo y pavoroso reflejo de la barbarie. La historia es una rueda dentada que emboza y confunde las voces y rostros de víctimas y verdugos. Pacheco es uno de los primeros narradores mexicanos en abordar la amarga lucidez de la soledad urbana, la construcción del azar y el equívoco, una mirada despiadada y clara por donde siempre se filtra la voz del verdadero poeta: “...el desastre organizado y particularmente grotesco de un hombre que debió atravesar por ahí a los dieciocho, con veinte años, y no ahora, en el malestar, la humillación de envejecer, resistir la sordidez conyugal y la nostalgia de otra a quien el recuerdo devolverá a la hermosa juventud deseable: por la despedida en una esquina furtiva y la mohosa secuencia cinematográfica, ver que te alejas, perderte, media vuelta, gesto de actor, mal actor, sufrimiento en las calles que oscurecen, cigarrillo en las comisuras, augurio que convalece, voluntad de reencuentro en dónde?...” Metaliteratura. El modelo para armar que luego propusiera Cortázar. Historia sin afanes psicologistas. Y sobre todo, una temprana y esclarecedora indagación sobre El Mal. El Mal a secas y con mayúsculas. El Mal repetido de Sobre heróes y tumbas de Sabato: El Mal ubicuo y absurdo, como lo entrevieron Poe y Quiroga. En tiempos de mucho ruido y blandenguerías, a casi cuatro décadas de su aparición, Morirás Lejos brilla como una herida resplandeciente. Una obra que exige lectores con agallas, como una bandera de hielo y de fuego, compleja, múltiple, bella y atroz: “Alucinación. Entonces desvarío. Desvarío de un hombre que pasados los años resiente aún más en su estructura psíquica lo que le hicieron los campos. Y el único remedio de su angustia es tramar una emboscada que no existe, pasar toda la tarde frente a un basurero donde imagina una casa de dos pisos y un hombre que se oculta tras las persianas, un verdugo al acecho morirá esa y todas las tardes, cuando alguien abandona su trabajo en la fábrica de vinagre y en la banca de siempre espera que llegue, con las tinieblas, el rayo, el carro envuelto en fuego, la espada sobre la tierra, la prueba de que Dios vengará a millones de muertos, a millones de hombres deshechos, a billones de crímenes cometidos y que se cometerán...”

Alejandro Pérez Cervantes es diseñador gráfico y escritor, originario de Saltillo, Coahuila. Actualmente reside en Chicago.

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Febronio Zatarain Hace un mes recibí un documento donde se avisaba que el suplemento cultural de La Raza, Arena, reaparecería. Como lo señala dicho documento, el suplemento cultural no es una tradición del periodismo estadounidense; ésta la encontramos en Europa y Latinoamérica. Originalmente, el suplemento incluía desde un artículo de fondo sobre algún fenómeno artístico o un ensayo filosófico hasta un poema o un cuento. En la actualidad, la mayoría de los suplementos hispanoamericanos no publican ni poemas ni cuentos; como ejemplo está Babelia, del diario español El País; o Ñ, del diario argentino el Clarín. Es en México donde quedan escasos suplementos que todavía publican creación literaria; el más conocido es La Jornada Semanal. Por eso, los primeros números de Arena en 1999 eran sorprendentes, pues en sus páginas no sólo se encontraban poemas o cuentos de nuevos escritores latinoamericanos que residían en Chicago, sino que se incluía un ensayo sobre el escritor publicado, escrito por el ya fallecido doctor John Barry. Era gratificante leer un artículo de Carlos Fuentes y en la siguiente página encontrarse un texto del poeta local León Leiva Gallardo. Por desgracia, Arena dejó de salir un tiempo; luego reapareció con su número 50 en junio pasado para conmemorar el primer centenario del nacimiento de Pablo Neruda y de nuevo desaparecer. Esto explica mi ansiedad por ver el número 51, y cuando lo vi me llevé un chasco porque no encontré ni el artículo del escritor consagrado ni el poema del escritor desconocido. Arena se ha convertido en un boletín comercial de la Association of American Publishers. A excepción de una nota sobre el pasado Coloquio de la lengua, todo lo publicado son textos (la mayoría sin firmar) para promocionar libros que van desde Zorro de Isabel Allende hasta Por qué lloras del comediante George Lopez escrito en colaboración con Armen Keteyian. Ojalá que sus editores recapaciten y vuelvan a su sendero inicial, pues en verdad resulta ofensivo que en la portada se ponga la palabra “cultural” cuando lo que se está ofreciendo es completamente comercial.


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