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LO ARTIFICIAL DE LA INTELIGENCIA
Últimamente no se habla de otra cosa más que de inteligencias artificiales (IA).
Todo internet se volvió loco cuando en noviembre del año pasado se lanzó al público el Chatbot ChatGPT, una aplicación donde, a través de un modelo generativo de inteligencia artificial y un simple chat, se le puede hacer preguntas de cualquier índole sin preocuparse por la forma o complejidad; y como si de un agente de call center se tratase, recibes una respuesta demasiado elocuente, aunque no siempre es del todo precisa.
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Lo cierto es que, aunque se trata de una super innovación de la ciencia de datos, a simple vista parece una fuente arcana de infinita sabiduría, esas que solo se ven en cuentos de ciencia ficción o en películas. Pero vamos, toda esa literatura junto con la cultura pop, nos ha preparado de antemano para este momento y la sociedad lo está recibiendo con los brazos abiertos, curiosamente esto solo es la punta del iceberg. Se estima que a finales del año pasado, solamente en los Estados Unidos, había más de 13,500 nuevas empresas o “startups” ofreciendo servicios de IA, de las cuales, más de la mitad vieron la luz ese mismo año. También se espera que solo este mercado crezca un 70% para 2024. Definitivamente la gente encorbatada de las grandes empresas tiene los ojos bien puestos sobre esto. Las IAs llegaron para quedarse y es mejor que nos vayamos acostumbrando.
Hay un dilema ético que la UNESCO lleva abordando desde hace varios años y que finalmente en 2021 lo consolidó con un extenso documento, donde básicamente se aborda el tema desde una perspectiva de la tecnología como una “entidad” de transformación cultural, que de no manejarse adecuadamente, conlleva más riesgos implícitos de los beneficios que ofrece.
Como ocurre con las redes sociales, para que existan este tipo de servicios, se necesitan bancos colosales de datos, donde al final del día ciertas compañías terminan custodiando más información que la mayoría; información que luego utilizarán a su favor para entendernos de una manera más sofisticada y con ello mantener el negocio. ¿Y entonces de dónde sacaron todos esos datos para desarrollar estas IA desde un principio? Pues de toda la información pública de internet.
Lo crucial de todo esto, es que al ser un software público (mas no siempre gratuito), que tiene contacto directo con muchísima gente, y siendo que las IAs se mejoran a sí mismas a medida que interactúan con personas, o con la información que estas le comparten, representa un asunto de privacidad relevante. De alguna u otra forma nos vigilan, dejan en nuestras manos el volante, pero son otros los que eligen el destino.
Otro asunto a tomar en cuenta, es la neutralidad de este tipo de tecnología. A medida que se van desarrollando y a través de las cientos de miles de interacciones, pueden surgir comportamientos sesgados o tendenciosos, cosa que ya ha sucedido antes. Como cuando Microsoft publicó en Twitter su Chatbot Tay en 2016, a las pocas horas comenzó a dar respuestas sexualizadas y racistas, por comentarios e insultos que los mismos usuarios le hacían, tuvieron que apagarlo para siempre a las 48 horas de su lanzamiento.
Hoy en día, por cierto, ya se tiene que pagar una licencia para utilizar ChatGPT en todo su esplendor. Aunque la innovación esté abierta para el uso de cualquiera, no deja de ser un negocio donde nuestros datos son la primer moneda de cambio, nosotros somos una pieza clave en su continua evolución y este principio aplica para cualquier aplicación “gratuita” de la red, si bien solo sea el gancho al principio. No es algo nuevo el querer delegar esfuerzos a las máquinas, pero algo tán básico y estrecho con nuestro propósito de estar aquí, como lo es el hacer uso de la razón, para encontrar respuestas a nuestros cuestionamientos; es algo que me gustaría seguir haciendo por mi cuenta, con la tecnología sirviendo sólo como un valioso instrumento.
Las inteligencias por algo son artificiales, pero nosotros somos los naturales.