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iiantes, cabellos de color ele trigo maduro .... ¡Cuánto ha perdido usted, señora I Sin dote, , " usted notenía dote. Era hija de un honrado sub-jefe, en cuya hoja de 3ervicics ponían sus superiores esta nota desesperante. "Modesto, labo(ioso y lÍiil para el cargo que des.cm' ¡>eña;" hija de aqllel buen hombre que cuando as:st!a ;i algún baile, acompañando á usted, no se le V¡Ó jamás sentarse á la mesa en que se jugaba al whist ;i diez sueldos la ficha, de aq llel hombre que registraba. continuamente el bolsillo de su chaleco para asegu· .-arse de que estaban allí las monedas destinadas al pago del alquiler del carruaje que habia de conducir .' lstedes á su domicilio. i Sin dote. , .. 1 Todos íos espejos del salón deeian á usted que no lo necesitaba, cuando entraba en él del brazo de su padre, racliante de juventud y de beileza, con su vestido de color de rosa, ¿ Quién iba á suponer que la madre habia permanecido en casa algunos días arreglando aqw 1 traje sobre la mesa del comedor, y que usted se habla privado también del cuotidiano paseo, para que se acabase más pronto la tarea? ¿ Quién iba a saber que tenían pinchazos de aguja las yemas de sus dedos, llevando usted como llevaba guantes que la llegaban hasta el codo? Escuche usted, la antigua polka que toca el piano de manubrio mientras se acerca á su fin el crepúsculo vespertino de un dia de Noviembre ¿Verdad que parece el canto de una loca entrecortado por los sollozos? A menu::lo era usted invitada por él para saltar por el salón al compás de ese mismo bailable. i Qué simpático era aquel joven que respondía al nombre de Federico! i Con qué elegancia llevaba el frac de corte esmerado .... ! No bailaban ustedes solamente la polkai también el vals; también la ma-