TESTIMONIOS 83
toda su secuela de heroísmo doloroso y tragedia militante. Nadie como Hostos, representó ese espíritu de rebelión creadora. Nadie como Hostos, más tenaz, perseverante; nadie mejor toreador de la adversidad; nadie más pronto a asumir "sin mancha y sin desmayos" la necesidad tantas veces cruel de sus actos, y el destino trágico, previsible o no, de aquéllos que sostienen indoblegablemente enarbolados los principios de justicia y razón. Nadie como Hostos, portó más heroicamente el fuego que afirma lo imposible como posible y que niega lo visible como lo únicamente posible. Gracias por el fuego, Hostos. Gracias por el fuego.
En la última página del Diario, escrita sólo cinco días antes de su muerte, Hostos, contemplándose a sí mismo, lamentaba estas palabras:
Luego de este somero recorrido por el recuerdo de Hostos, duele y sorprende escuchar voces muy autorizadas sostener la tesis de que Hostos "murió de asfixia moral". La frase anterior es de Henriquez Ureña. Juan Bosch sugiere que la muerte adviene como consecuencia de un abatimiento general y no de la "afección insignificante" que 10 atajaba. Es innegable que en el Diario encontramos heridas como ésta:
Volví a hallar al pobre Sócrates. Ya está muy abatido. Al "¿Cómo va señ011", me contestó: "Arrastrándome". Y efectivamente arrastraba un tanto las piernas. Y comentó el arrastre: "Hace días siento calambres que a veces son fuertísimos al despertarme y que después se convierten en un cansancio de piernas doloridas. Aun más fastidioso que ese achaque de casa vieja, es la cantidad de sedimento de estómago que se me han depositado en la lengua, y que ya parece que no cede a los purgantes. M ientras tanto, trabajando, a pesar de que me prescriben el descanso completo. Pero el trabajo es hasta un entretenimiento indispensable en mi mal". "Pero, en suma -le pregunté con interés afectuoso¿qué mal es?" "¿Mi verdadero mal? ¿El verdadero?" "Ese." "Mi mal verdadero..." No habia en su voz ninguna amenaza de suicidio; pero sí una tan intensa expresión de fastidio de la vida, que repercutió hondamente en mi cerebro, tan poseído ya también del fastidio de la vida.
¿Qué vale un hombre que, al cabo de treinta y tantos años de continuo agitarse en el vacío, cae de repente en el centro de la realidad para confundirse violentamente contra ella y saber, al cabo de su vida, que no ha estado viviendo, que ha estado soñando, que son sueños insensatos sus aspiraciones a todo bien, a todajusttcia, a toda verdad, a toda perfección individual y colectiva y que la única cosa que no es sueño, por más que parezca una pesadilla del infierno, l:S la aterradora realidad del infortunio irreparable de su patria, del sacríficio irreparable de su familia, de su propia irreparable desventura?
Si bien estas palabras expresan desalientos con gran fuerza, es cierto que las páginas de pesimismo y frustración no son pocas a lo largo y lo hondo del Diario, y que van seguidas, a menudo con ritmo súbito, de páginas de gran exaltación, esperanza y, como él mismo decía, "deber de iluso". Además, las páginas citadas no muestran una progresiva decadencia del ánimo. Están insertas entre otras en las que Hostos, Fénix de sí mismo, se muestra ya observador, ya ecuánime, ya entusiasta, ya pronto al consejo y a la rectíficacíón. El Diario transparenta a un Hostos, ora abatido por las renovadas luchas civiles que sangran nuevamente las
5. Hostos: unción de acero
calles dominicanas, ora interesado en el análisis de las causas. Sí nos habla Hostos de "este mortal fastidio de las horas", pero es el "fastidio de las horas continuas sin trabajo" que para Hostos es, en los pueblos turbulentos, "el gravamen más pesado". Dudamos sinceramente que este recio luchador, Sísifo depuesto mil veces y mil veces dispuesto a ascender, perdiera repentinamente, al final de su vida, una de las propiedades más constantes de su esencial carácter: la unción de acero. ¿No tuvo cosecha Hostos? ¿Fue triste su cosecha como sugiere Bosch? Al hacer Hostos, en el 1872 la biografia de Plácido, concluye con estas palabras: La eternidad hace bien en ser paciente. Los momentos pasan; pasan con ellos los hombres; pero siempre llega el día de la victoria para la justicia. Que no lo vea el que por ella ha sucumbido, eso ¿qué importa? El fin no es gozar de ese día radiante; el fin es contribuir a que llegue el dla. Y mientras llega el día. que "ni mares, ni sirtes, ni ventisqueros. ni caos, ni torbellinos os arredren; más allá de la tempestad está la calma: con hojas se hacen tierras, con verdades se hacen mundos". Imbuido de tal convencimiento no tuvo aliento Hostos para el desaliento que desaira y postra. Presto a volver con sólo pedirlo, lo sentimos reanimarse entre nosotros. Airado, álgido y tronante, Hostos es la imagen de un pueblo armado, finalmente, de su alma; armado, finalmente, de su muerte y de sus muertos; armado finalmente de su vida y su destino; armado de su· amanecer, y amanecido.