Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña

Page 19

ción de aquellos buitres si Bermúdez, su propio abogado, con la obsesión de aprovechar el tiempo sería el primero en proponerles ese conciliábulo imperfecto, esa trastada. El tiempo. El no pensaba organizarse de mngún modo, ni parcelar su vida en horas ni trazar planes de meses y mucho menos años. Cuando por fin estuviera todo resuelto le devolvería a Fermina los dos relojes que se llevó de la casa. Uno de pared, nimbado de rosas plásticas, regalo de boda de sus suegros. Una auténtica afrenta cromada, en la punta de cuyas manecillas volaban sendas mariposas que celebraban un breve coito simulado al filo de las doce. El otro, un despertador que le regalaran en el banco la Navidad pasada. Margarita. U no de esos obsequios en serie que se le hacen a los buenos clientes. El calendario para los que tienen cuentas corrientes de cinco milo menos, y se sobregiran mucho, y el relojito para los que movían un poco más de plata. Margarita.

Ilustración utili~ada con lurmiso de .luan Alvare~ O'neill. Tomada del libro Veintitrés y una tortuga, de Mayra Montero (/CP, 1981).

ausencia. Los demás siquiera habían comparecido. Ni Fermina, ni la prolija humanidad del abogado, ni en especial Bermúdez. U na desazón casi pueril, una sensación de niño extraviado entre la multitud lo atolondró a la altura del primer piso. Recordó que en caso de incendio o cataclismo recomiendan no usar los ascensores, así que el resto del trayecto, hacia arriba, lo realizaría a través de la escalera. Revisó ese piso sin detenerse demasiado tiempo en las oficinas. Un distribuidor de telas exóticas, un obstetra, un laboratorio, un oculista. Forcejeó con dos o tres puertas cerradas y al final, casi por instinto, halló la que lo conducía a la escalera. Comenzó a contar los escalones entre un piso y otro para conservar la calma. Un, dos, tres, cuatro. Las tres y cuarenta. A esta hora, si no estaban aquí dentro, Bermúdez y Fermina y el orangután infecto que la representaba, estarían negociando a solas. Claro que sí. Era inútil esperar un poco de considera-

Tenía que decírselo, pero no abruptamente, sino con diplomacia. Se arrancaría un botón de la camisa, a ver, este del centro que es el que más se nota. Y se le acercaría a mediodía, con el pretexto de que le abreviara el trámite de su depósito. Si ella le comentaba algo, si acaso le miraba de reojo para pecho, él exclamaría azorado: "Ah, eso nos pasa a los hombres que vivimos solos". Penecto. Treintitrés, treinticuatro y treinticinco. Salió al vestíbulo del segundo piso. Estaba ligeramente agitado. La falta de ejercicio, seguro. ¿Hay alguien aquíiiiii, aquí, aquí, aquí, aquí? El grito se multiplicó con una perfección alpina y él echó a caminar por los pasillos, cruzándose de frente con el eco que le retornaba intacto basta los labios. Margarita. Claro que podía ser más dramático. Entrar al banco, por ejemplo, con una gran mancha de café en la portañuela. ¿Con qué se puede limpiar esto? Los hombres solos nos convertiremos en un asco. Y los ojos de ella, declinantes y conmiserados. Hecho. La búsqueda fue inútil. En una de las oficinas encontró un detalle que lo inquietó. Un florerito y el portarretratos de los niños de la secretaria estaban volcados. La alfombra todavía conservaba una veta húmeda provocada por el agua de las flores. ¿Había sido una estampida? Fermina. Cuánto batalló la muy estúpida contra la costumbre suya de dormir desnudo. Siempre se adelantaba a la hecatombe. "¿y si una de estas noches", le argumentaba ya deshecha, "sucede una d~sgracia y tienes que salir corriendo?". La pobre era muy simple. "Podrías ahorrarnos la vergüenza. Ponte aunque sea el calzoncillo". Abrumadora-

3


Turn static files into dynamic content formats.

Create a flipbook
Issuu converts static files into: digital portfolios, online yearbooks, online catalogs, digital photo albums and more. Sign up and create your flipbook.
Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña by La Colección Puertorriqueña - Issuu