Una Visita a Santander POR MARIGLORIA PALMA
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L LUGAR A LAS DOS DE LA TARDE A LA ESTACION del tren Principe Piode Madrid aquella tarde del 10 de julio de 1974, era aún temprano, pues el tren salía a las dos y media. El profesor Alfred Stern. su disdpulo Her· nán Rodríguez y yo nos sentamos en una mesa del café y pedimos refrescos, Madrid atravesaba por una ola de calor. Conversamos sobre diversas cosas: la Universi· dad de Madrid. el hijo de Hernán y la buena mesa del restaurant alemán Edelweiss y sus precios módicos. . Un rato después Alfredo y yo nos hallábamos senta- I dos en un tren eléctrico, bastante moderno, frente a dos 'ancianas idénticas. indudablemente gemelas. vestidas de la misma manera, con zapatos idénticos e idénticas expresiones en la cara. Sus ojos claros y pequeños, nos observaban fríamente. como si (uéramos dos animali· tos raros entrometidos en su mundo. sin previa autorización. Era molesto y maldije el moderno tren que pone cara a cara a unas parejas antagónicas: turistas y viejas aldeanas. El paisaje verde y dulce de las planicies inmediatas a Madrid se fue haciendo hosco. chirriante. Empezaron a aparecer enormes rocas negras, peladuras áridas y ruinosas soledades. El tren ascendía lentamente. De vez en cuando se veía alguna cabaña de piedra de techo bajo. donde supuse viviría algún pastor de ovejas. en minúsculos prados verdes abrazados por bajas tapias de piedra, ¿a quién pertenecían? A la distancia la humareda gris·azul de nuevas soledades; algún pájaro discursante. parlanchino. proclamando su autoridad abso. luta. ¿Pero cómo escapar a la mirada insistente, perforadora de dos caras idénticas pálidas, a su insolenda? Me fijé que vestían de medio luto y pensé que habrían perdido a un pariente en Madrid y que luego del entierro y el imprescindible apoyo moral, regresa. ban a la provincia. Al llegar a la estación del tren de Medina del Campo unas horas más tarde, se nos informó que el tren se
había roto y que debíamos trasbordar. Nos precipitamos fuera. yo sacudiéndome de encima los ojos de las vecinas. El próximo tren era viejo y allo. había que trepar pero trepamos ágilmente. Los asientos miraban todos en la misma dirección y tuvimos la suerte de conseguir uno cerca de la puerta. Alcancé a ver por la ventanilla una mole que derrotaba el sol y un sentimiento de placer y de asombro me sobrecogió, era el caslillo de la Mota. En aquel castillo vivió Juana la Loca al comienzo de su enajenación, sobrecogida por la violen· cia de los celos según nos cuenta Ludwig Pfandl en su interesante libro Juana la Loca. Estaba la real dama encinta y separada de su esposo Felipe el Hermoso. Se esperaba que el parlo aminorase la crisis por la cual atravesaba Juana. Sin embargo el parto no cambió su ánimo. En una ocasión intentó huir del castillo al cual consideraba su prisión. El obispo de Córdoba. quien custodiaba a la princesa le suplicó que esperase el regreso de su madre Isabel la Católica y. acto seguido. mandó a levantar los puentes y a cerrar las rejas de salida. Juana, en un arrebato de insania sacudía los barrotes de las rejas. En vano intentaron ponerle un manto y la toca para protegerla del frío de aqueIJa noche de noviembre, no hubo quien la separase del portón. y alH la encontró su madre. la reina Isabel al regresar y se llenó de espanto. Y fue en el castillo de la Mota que la reina Isabel murió llena de anicción el 26 de noviembre de 1504. El viejo tren es lento. afortunadamente nos regodeamos en la contemplación de la torre. Atravesábamos la campiña verde, fresca, en dos mitades bajo los últimos rayos de aquel intenso sol veraniego. Empecé a notar que el tren pareda resistirse, que careda de impulso, pero descarté de mi mente un nuevo inconveniente. La alegría de haberme libertado de los cuatro ojos de mis vecinas, la frescura reposada del paisaje y la perspectiva
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