Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña

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que la palabra no suda. En el auditorio está sentada la Generación del Cincuenta (menos René Marqués que está muerto); Magali me hala por el codo y me dice que fuera de Puerto Rico eso no me lo entiende nadie, pero añade: la Generación de los Hombres en )a Calle. Ya están diciendo que eso de la Generación de las Mujeres de la Calle no es buen epileto para los '80, que hay que volver a inventar el lenguaje. El cuento es cosa de mujeres, dijo alguien desde el público, y estoy de acuerdo: Schehrehzada emancipó las musulmanas que estaban en la calle de la muerte, y todo contándole cuentos interminables al verdugo. ¿Quién es el nuestro? Una noche, en otro bar de otra esquina, me había dicho mi amiga Vanessa: "¿Quiém no conoce el cuemtista? ¿Quiem no conoce esa figura que se detiene em cualquier esquina. escogiendo como l"ÍClima al primer borracho crédulo, al bartemder aburrido cuyos oídos estam prestos al comsuelo momemtáneo, a la figura que romda calles pero que tambiém forma parte del círculo familiar: al que siempre imvemta sus historias y las que no im\'emta las exagera hasta el pumto de la ausemcia total de reconocimiemto? 'Ese vive del cuemto', 'ese es um cuemtista', se le motea com desprecio y, al mismo tiempo, com Cascinaciom por su capacidad para el imvemto, para el embuste. No hace nada, sólo cuemta. Vive y muere del cuemto. Es um paria amado y odiado, romdador de pueblos, imdispemsable". Yo se lo tomé en serio, le dije a Magali. Magali añadió: tú sabes cómo es Vane, Vane es poeta. Yo estaba viviendo del cuento y Magali contando cuentos de mujeres, de mujeres que podaron sus resentimientos, o de mujeres que eran del mar, de mujeres como la Flor María Córdova, de la cual Monserrate Alvarez contaba tanto en sus cartas, en su cuento epistolar bajo el quinqué y la luz eléctrica de la crónica histórica de un viaje tratando de entender Jaíees. en el mara\'ilIoso testimonio de la palabra escrita que antes de serlo había sido imaginada. ¿Te acuerdas de aquello que nos escribió Monserrate AI\'arez en una de sus cartas (le escribí a Magalí cuando ella regresó a su apartamento del abanico de aspas, después de la conCerencia), recuerdas el resenti· miento de su Crase 'el que se Cue no hace falta'? ¿Estamos escribiendo todo esto porque nos sentimos culpables de no haberlo sabido antes? ¿O lo nuestro es un bochinche irremediable de cuentistas vagos buscándose una oreja que nos oiga? ¿Lo nuestro es comunismo o espiritismo del bueno? 1:no que se comunica con las almas de otros cuentislas muertos, que si Poe con láudano, que ~i Felisberto con lámparas que se prenden y se apaRan solas, que si como dice Dinesen ... 'para las mujeres de Dinamarca el café es para el cuerpo lo que la palabra del Señor es para el alma', que !¡i la coca intravenosa hace que uno diRa todas estas cosas, y aquí me tienes. Un cuentista es la droR3 del otro. MaR3lí escribió El cuento por hacer, publkado en dos partes en el periódicoEI Mundo, el 26de junio y el3 dejuIiode 1983. En su 'anículo periodístico' MaRali clamaba por la escri-

tura de un Cuenlo cuya proposición exi~e la ambi~iil'­ dad de un final abierto y la invitación para seguir contando el cuento, un cuento, otro cuento.

He oído contar a muchos puertorriqueños en Hawaii que no fue hasta los años '50 cuando se les mejoró la cosa como puertorriqueños... que los clubes sociales y las reuniones de los viernes por la noche con comida típica y una música que había viajado tanto que ya no tenía la misma tonada habían cambiado la imagen del puertorriqueño. Yo, a la verdad, que no me acuerdo. Me quedé huérCano de madre ya hecho un hombre, y desde entonces Cue el ejército y un trabajo detrás de otro hasta que me tiré por los bares de Honolulu y conseguí un trabajo de bartender. El bar se llamaba Aquí me quedo, y allí me quedé por mucho tiempo. El dueño era un boricua de Loba de los del primer cargamento; nos hicimos amigos de inmediato, como reconociendo cosas de las que ninguno de los dos jamás hablaba. La vida del bar es otra vida. No era lo que se dice un bar de mala muerte, aunque la muerte se paseaba con cuchillas por el bar lo más campante. Nunca me llevé bien con la calaña de los soldados ni los marinos: trago pagado, trago servido. Pero hay soledades de borracho con las que uno se identifica y entonces viene el cuento, el aquí te digo Juan Antonio, el como me lo contaron te lo cuento Ana Lydia, el soy todo oídos Manuel soy todo oídos. Se oye y se habla, se bebe juntos con extraños y caras familiares, el reloj sobre la enlrada del pasillo que va para I¿s baños se vuelve más que un hábito y de momento tienes 45 añoso más y sigues celebrando que estás vivo. Pero todas las madrugadas, cuando cierras el bar, caminas por las calles más oscuras y eternamente húmedas de la ciudad hasta el cuarlO donde vives solo, desde hace tantos años, mirando a través de la ventana el mar, más allá de la bahía. Tienes un presentimiento de que tu cuento de vivir del cuento se está terminando, y no son los callejones sin salidas sino los caminos abiertos. Te pones a imaginar que por el cuarlO camina la mujer con la que debiste haber compartido los años, para decirle sin creerlo que nunca la has conocido, que nunca hubo suficiente para dos o más de dos, queel quesolo la hace solo la paga. Ya yo rendí cuentas o como dicen los americanos: Tve paid an my dues ' El bar Aquí me quedo ha sido para mí como la última cena de Cristo: después de haber estado cambiando tanta aRua por vino me tienen crucificado. O acaso habrá sido de otra forma: después de tanto milaRfO de agua por vino y noches de parranda con sus doce amiRos, Cristo acusa a uno: Judas, me vendiste... yal fin y al cabo lo que pasa es que cada vez que el crucificado se emborracha la cORe con Judas. No se puede decir que Monserrate Alvarel ha sido un hombre de iRlesia, pero eso sí, soy reliRioso. La amistad es como una red de pescar, de cuando en cuando caen peces amiRos, uno los acompaña un rato para que no estén solos y después los suelta. Por eso no la p('~ué de 9


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