Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña

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Una circunstancia favorable a sus designios condujo a su casa a Sabedo, joven español que iba de paso, al cual recibió con grandes muestras de consideración dándole a su partida algunos indios para que le aliviasen en su viaje y le sirviesen de guías. Uno de estos salvajes que lo montó sobre sus espaldas para atravesar un río, lo arrojó al agua y allí lo retuvo con la ayuda de sus compañeros hasta que no se movió más. Se sacó a continuación su cuerpo a la orilla. Ante la duda de si estaba muerto o todavia vivía, se le pidió mil veces, perdón por la desgracia que le había ocurrido. Esta comedia duró tres dias. Por último la hediondez del cadáver convenció a los indios que los españoles podian morir y se cayó por todas partes sobre los opresores. Cien fueron masacrados. Ponce de León reunió inmediatamente a todos los castellanos que habian escapado de la conspiración. Sin pérdida de tiempo embistió a los salvajes que quedaron desconcertados por este brusco ataque. Su terror aumentó a medida que sus enemigos se multiplicaban. Este pueblo tuvo la simplicidad de creer que los nuevos españoles que llegaban de Santo Domingo eran los mismos que habían sido matados quienes resucitaban para combatir. Con este tonto convencimiento, desanimados para continuar la guerra contra hombres que renacían de sus cenizas se volvieron a poner bajo el

yugo. Se les condenó a las minas donde perecieron en poco tiempo bajo los trabajos de la esclavitud. VI. Puerto Rico tiene treinta y seis leguas de largo, dieciocho de ancho y cien de circunferencia. Podemos asegurar que es una de las mejores islas y, quizás, en proporción a su extensión, la mejor isla del Nuevo Mundo. El aire es allí sano y bastante temperado. Un gran número de pequeños ríos la riegan con sus aguas puras. Sus montañas están cubiertas con árboles útiles o preciosos y sus valles son de un fertilidad que raramente se encuentra en otras partes. Todas las producciones propias a la América prosperan en este suelo profundo; un puerto seguro, radas cómodas y costas fáciles son otras de sus ventajas. Sobre esta tierra privada de sus salvajes habitantes por las ferocidades que tres siglos no han hecho olvidar, se formó sucesivamente una población de cuarenta mil ochocientos ochenta y tres hombres blancos o de razas mezcladas. La mayor parte estaban desnudos. Sus casas eran chozas. La naturaleza sola, o casi sola, proveía su subsistencia. Era con tabaco, ganado y con lo que el gobierno enviaba de dinero para sostenimiento de un estado civil, religioso y militar que la colonia pagaba las telas y algunos otros objetos de poco valor que las islas vecinas y extranjeras le suministraban clandesti-


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