1871 Y 1895, que tanto estimularon la labor creativa de los pintores puertorriqueños. Finalmente llegamos a Francisco Oller, artista pintor respecto a quien se ha hecho tradición errónea el referir su lugar de nacimiento como Baya. món. Pero Oller nace en la Ciudad Capital el año de 1833, específicamente en la calle de la Fortaleza, esquina San José, lugar no muy distante del que había sido el hogar de sus padres cuando recién casados, junto al edificio que hoy conocemos como Casa Roja. No es éste el lugar apropiado para repetir los múltiples detalles que enriquecen la biografía del pintor, pero es imprescindible señalar que con su pintura se inicia en la Isla el interés por traer al lienzo los distintos aspectos de la realidad puertorriqueña, ya mediante la captación de la belleza de sus paisajes, de lo típico de sus costumbres o el interés por señalar cuestiones pertinentes a nuestra problemática social. A su vez el pintor es tanto o más importante en su proyección universal al ser copartícipe en el proceso gestador de la nueva estética impresionista, experiencia ésta que se posibilita por los importantes lapsos en que reside en Francia, donde cultiva la amistad de Camille Pissarro, Paul Cézanne, y otros. En San Juan funda varias escuelas de arte: en 1868 establece la primera en la misma casa en que tuvo su taller José Campeche, calle del Sol esquina de la Cruz, donde tiene por discípulos a Jacinto López Laborde, Pío Bacener, y Manuel E. Jordán. Casi simultáneamente crea una Escuela Pública de Dibujo, <ienominada Salón Washington, en un aposento en los bajos de la Diputación Provincial; en 1888 se incorpora al Instituto Libre de Enseñanza Popular como maestro de dibujo del natural y perspectiva. Al separarse de ésta un año más tarde, organiza una nueva escuela de arte en los salones del Ateneo Puertorriqueño, situado entonces frente a la Plaza de Armas, en el solar que hoy ocupa el edificio Padín. (Por estos años ya está haciendo los apuntes preliminares para El Velorio). Y en 1898.
24
en medio de la tensión que suscita la invasión nor· teamericana, funda su última Academia en la calle de la Fortaleza. Si bien Oller no deja discípulos que adquieran nombradía, la vivencia de su propia obra sirve de estímulo a las generaciones que le siguen ya entrado el siglo veinte. En San Juan se debaten Elías J. Levis, José López de Victoria, Juan Palacios Andreu, el español Fernando Díaz McKenna, que establece una muy productiva escuela; Juan A. Rosado, Félix y Julio Medina, y otros. En la década del treinta se prepara ya la primera simiente de lo que habrá de ser la pintura sanjuanera contemporánea en el taller de Alejandro Sánchez Felipe, quien hace despertar conciencia de valores puertorriqueños a través de enseñar a ver rincones y tipos de la Ciudad Capital a sus discípulos Augusto Marín, Fran Cervoni, Rafael Palacios, Narciso Dobal, Osiris Delgado, Luisina Ordóñez, etc. Luego llegan Cristóbal Ruiz, Carlos Marichal, y Guillermo Sureda, quien hace casi toda su obra a la acuarela con motivos del viejo San Juan. En 1946 se crea el taller de artes gráficas de la División de Educación de la Comunidad; en 1950, el Centro de Arte Puertorriqueño; en 1955, el Instituto de Cultura Puertorriqueña; yen 1966, la Escuela de Artes Plásticas del I.C.P. Como producto del esfuerzo y dedicación de pintores-maestros e instituciones culturales y profesionales del arte, afloran hoy día en el medio sanjuanero un número de artistas que pueden significar a Puerto Rico en el plano más alto de las creaciones plásticas. Basta recordar, entre los de generación mayor, a Félix Bonilla, Lorenzo Homar, Rafael Ríos Rey, José Oliver, Rafael Tufiño, Epifanio Irizarry, Fran Cervoni, Jorge Rechany, Tony Maldonado, y otros, quienes sirven de base a unas generaciones posteriores que por su dedicación y afanes de superación pictórica son ya, más que esperanza, una realidad en el panorama de logros espirituales que deben enorgullecer al San Juan en que debaten su existencia.