Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña

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mo no me respondió nada, creí que no me entendía, y le dejé para hacer una reflexión, estimándome feliz de haber nacido entre fieles y tener un Dios a quien puedo comunicarle mis deseos, dirigir mis acciones, mis súplicas, y pedir por mis necesidades, y en quien espero mi soberana felicidad. Por el contrario considero a estos infieles desgraciados, por no tener otros deseos que los de la vida presente. ¿Con quien tenemos nosotros estas obligaciones, sino con el Padre de las Luces, y de las misericor· dias, que nos ha hecho cristianos desde la cuna? El nos ha dado su gracia cuando estábamos en pe· cado y en el estado menos apropiado para conocerlo y amarlo; así, nos ha marcado con el carácter bautismal, lo que nos ha librado de las asechanzas de Satanás, quien hace tanto mal a estos pobres Salvajes. Algunos franceses les ponen rosarios benditos al cuello, para preservarlos de Maboyar. Tienen una puerta en sus bohíos por donde dicen que éste entra y sale y un hoyo donde le ponen de beber y de comer, y si nuestros Franceses cuando los van a ver, comen de esto, ellos les dicen que son afortunados al no ser golpeados por aquél, pues los salvajes no se atreverían hacerlo ya que sí lo serían. Así es de cierto que Maboyar respeta en nosotros el carácter de cristianos. No obstante lo anterior, es difícil el convertirlos, a causa de su libertinaje, poligamia y ebriedad (ya que se embriagan de uicu), desnudez, crueldad, desconfianza, simulación, inconstancia, y ociosidad, madre de todo vicio e impunidad del vicio, no teniendo en el presente ni Fe, ni Ley, ni Rey. En un principio algunos de estos Insulares se regeneraron en la sagrada fuente del Bautismo, y a los cuales, después de haberlos bautizado, se les daba a probar ron; sin embargo, aprovechaban la primera ocasión para volver a bautizarse de nuevo, con la intención de volver a probar de este licor; soy testigo de que son muy golosos; unos de estos susodichos Salvajes, sabiendo que yo tenía una ,pequeña vasija en la habitación donde yo dormía, me venía frecuentemente a pedir por la ventana mostrándome con el dedo el lugar donde estaba colocada. En cuanto a estos de tierra firme, varios han seña-1ado, para confusión de los Europeos, que la ambición, la avaricia, y la blasfemia del nombre de Dios, que son los tres tiranos de los Cristianos, no reinan entre los Salvajes Septentrionales; menos aún entre nuestros insulares que no tienen ni norma, ni dignidad, ni cargo, ni uso del oro y la plata, ni del Tabaco; los cuales no obedecen al más fuerte más que por benevolencia. Aun cuando noto que están sujetos a otros vicios, al menos no se entre· gan al Diablo por las riquezas, no se matan por honor, y no juran jamás: tres vicios que perderán eternamente a la mayor parte de los Cristianos.

He visto en la Martinica y en San Cristóbal algunas Salvajes cristianas que han perseverado, y perseveran todavía, en la fe con sus maridos franceses y he hablado frecuentemente con una que está ca· sada con la Verdure, Abanderado de una Compañía, la cual era muy sabia y juiciosa. Ellos tenían varios Mulatos. La Conversión de los Salvajes que retornan entre sus hermanos es muy rara; y más rara toda"la su perseverancia cuando ellos están convertido i. Parece pues que este fruto no está todavía mad~lro, y lo estará cuando a Dios le plazca; sólo él puede ablandar los corazones de mármol y sacar aceite de las piedras. El fruto es más grande y las conversiones más fáciles y comunes en los distritos de tierra firme, donde han sido bautizados después de doscientos años un número incontable de Cario bes y Salvajes. Es verdad que el número de éstos es sin comparación mucho más grande; pero quiero decir que es cierto lo que se indica comúnmente, que las gentes Insulares son más bravas y salvajes, sino crueles, y menos propias para la Religión. Hay tres Arzobispados en Tierra Firme, en México, Lima y en la Plata que tienen bajo ellos varios Obispados, tales como son Quito, Cuzco, Porto-Vio,1 S. Miguel, S. Francisco y otros. Hay varios conventos en Tierra Firme sin hablar de las casas de los RR. PP. Benedictinos, Jesuitas, Franciscanos, Jacobinos, Agustinos; sólo en el Brasil hay nueve conventos carmelitas, habitados por doscientos religiosos de esta orden; de los cuales unos son Portugueses, y otros Brasileños de naci· miento. En nuestro último capítulo General efectuado en Roma en el año de 1648, el Vicariato de Brasil ha sido elevado a Provincia. He visto Carme· litas Portugueses que han vuelto de este país. y nos han dado noticias del mismo; en aquel entonces fui invitado en Roma por nuestro Superior mayor para ir allí a la Misión con un alto cargo, pero mi salud no me lo permitió. Volvamos otra vez a nuestras Islas Francesas: no hay obispados, sino varias casas Religiosas, como las de los Jesuítas en la Martinica, de los Padres Dominicos en la Guadalupe y Jesuítas y Carmelitas en la San Cristóbal. Si los americanos de tierra firme sobrepasan a los Insulares en Religión, no lo hacen menos en piedad. ya qu~ la mayor parte cuidan de sus padres en su extrema vejez con gran caridad. Van a pescar y a cazar en los bosques con sus flechas, como otros Esaus para obtener la Caza. Y los Insulares, cosa inaudita, los matan cuando están tan enfermos, o tan viejos, que no los creen ya capaces de gustar de las dulzuras de la vida. Dicen que al hacerles esto les evitan muchos suspiros, disgustos y amarguras los cuales no les harían más que mal a sus padres y también a eUos mismos. Crueldad que clama ven· 1. Portoviejo, en el actual Ecuador.

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