Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña

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ambos, con las gárgolas, en contraste con la severa recta de la columna griega o de la predominancia renacentista que quiere volver a ella en son de rescate. Por ello cabe ubicar sin titubeos a Rodón en la corriente romántica, predominio de la forma femenina sobre la masculina, más rica en curvas la mujer que el hombre, donde el ángulo se hace más . presente. No debe pues extrañarnos la preferencia del artista puertorriqueño por expresarse a través del retrato de las hembras. En esta opción formal se involucran montones de conceptos, tan solo que nosotros, en tanto críticos de arte, debemos rastrearlos a través de lo formal más que de las opiniones o referencias literarias del artista. Forma dat esse rei. la forma da el ser a la cosa, como querían los escolásticos, y es a través de esta forma barroca y romántica que irán apareciendo las implicancias del estilo. Sabido es que el romanticismo fue en buena medida un retorno a la Edad Media, y con ella al culto de la dama como la mantiene Quijote a Dulcinea en la tozudez del alma española que se prolonga hasta Unamuno, primo espiritual de Rodón. El culto de la curva y de la mujer tiene además sus implicancias cósmicas, en todos los órdenes. En el del tiempo, opta por el retorno, al estilo de las estaciones, en contrapartida del tiempo lineal, histórico, de un pasado que muere y de un presente fugaz dirigido a un futuro sin virar a los costados. El tiempo histórico es una linea recta, así como el cósmico describe un círculo, que se hará espiral en el punto en que Rodón horada el presente por la intensidad de su sentimiento destinado a la búsque. da de la perduración eterna de esa actualidad. . En esto Rodón se integra con naturalidad en el ritmo de su propia cultura, hispana y americana, que se resiste a ver la muerte como catástrofe irreparable y que por ello debe ser ignorada. Sus niñas (otra vez el "eterno" femenino) reaparecen aún después de muertas, renovada la abuela en la infancia de las nietas y éstas a su vez reencarnando en este concepto cíclico una niñez pretérita que el artista no dejará morir. En el orden del espacio, también Rodón huye de las perspectivas matemáticas o lineales en el lenguaje más ortodoxo de la crítica, enfoque intelectual del clasicismo, para moverse en espacio visual de rica tradición entre los orientales. Baste recordar la estampa japonesa, tan presente en los postimpre. sionistas que son los padres del art nouveau, como Gauguin, o en la obra decorativa de Whistler, como acontece en su famoso Peacock room, hoy preserva· do en la Freer Gallery de Washington. El espacio así entendido no se somete a las leyes

de la óptica desde un punto focal, se toma por el contrario en dimensión simbólica a lo Jung. El artista ordena y distribuye las formas ajeno también a las perspectivas aéreas o vibracionales que se vuelven a la luz como factor determinante. No se trata tampoco de una luz supeditada a la forma, como ocurre en ese movimiento clásico moderno que se llamó el cubismo; el espacio de toma, en vez, en factor determinante, supeditando el resto a sus propias exigencias. El pintor ordena sus formas integrándolas a su espacio, sin temerle a las implicancias decorativas, que serán añadido valor de la resultante compositiva. Importa mucho la distribución de espacios en la obra de Rodón, y en esto, sin proponérselo, desde el ángulo simbólico, su obra se transforma en rica fuente de deleite para la sensibilidad arquitectónica. Tan sólo que fiel a su sensibilidad pictórica como en el caso de los simbolistas franceses (volvemos a Gauguin y a la definición de Denis: un cuadro es una distribución de líneas y colores en un espacio bidimensional) su espacio se desarrolla en el muro, sin necesidad de invadir las dimensiones particulares de la escultura y de la construcción. Esta sensibilidad particular que retoma aquí también a fuentes románicas y bizantinas, destacará de modo inevitable y jubiloso la importancia del color. No es tampoco casual que la estampa japonesa, a diferencia del aguafuerte incomparablemente manejado por los campeones del claroscuro a lo Rembrandt, apele invariablemente al color como ingrediente decisivo de su instrumental, presencia rescatada a través del simbolismo por ese gran maestro de la pintura que es Henri Matisse. Tampoco sería impertinente recordar aquí el expresionismo nórdico y a Eduard Munch, bien traído a colación en su ensayo basado en la obra de Rodón que escribe Marta Traba. En el análisis estilistico de un artista es imposible particularizar sin este esfuerzo de ubicación paral~la, puesto que los estilos nunca son creaciones ex nihilo, sino que por el contrario surgen a raíz de opciones a través de las cuales el artista va definiendo su personalidad. Al insertarse Rodón en el espacio cósmico, caen en su sitio los restantes elementos de su repertorio formal con las variantes lógicas que les imprime su peculiar talento. Así, por ejemplo, conserva articulación de planos, pero más que al servicio de metas intelectuales como las que señala Cezanne, como una instancia más de definición espacial. Esta articulación por otra parte en ningún momento explicitada. sino apenas insinuada, se preserva para algunas zonas de la composición, subra· yando delicadamente la importancia de los rostros o de algunos objetos. El color, empastado en las primeras etapas, se

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