mes del vecindario. Y al otro extremo se desgarra en llanto otro muchacho que recibe una pavorosa felpa de una mujer que a juzgar por las trazas diríase está loca o embriagada de licor. Maloliente agua corre por medio del patio v va a perderse en un sumidero enrejillado que hay en una de las esquinas. Largos cordeles cruzan el espacio desde una yentana a otra del enorme y vetusto edifi· cia. Ropas recién lavadas están colgando de ellos. Allí se publican los recónditos secretos del vestua· rio femenino y hasta pañales de los críos y otras lin· dezas del mismo arte. Las paredes despintadas se prolongan hacia arri· ba, dejando apenas sin luz, ni sol al patio, que obscu· ro se ahoga en medio. Hay allí un frío húmedo que penetra por los pies y llega hasta los huesos. Todo el encanto de otros tiempos se ha marchitado. La antigua casona se ha rematado con pisos sobrepuestos, y sus amplios salones han sido divididos con paredes artificiales pintadas con calcina blanca. Viven allí, hacinados promiscuamente, tipos y personajes de rara catadura y mirada sospechosa. Se fuma, se bebe, se juega, se canta, se disputa, se grita y hasta la agresión sienta sus reales en el contorno. Por una ventana, cuyas persianas están rotas y desmontadas, sale desbocado el último bolero que se transmite por la radio y que recoge una dama de noche, en un aparato chillón y destemplado. Ha sido también el amparador de la santa pobreza. Viejo amigo del hogar humilde. Familias cuya única diversión es la apacible charla a la puerta que da al patio. Puerta que comunica ~on la única habitación oscura, que es sala, comedor, y dormitorio a la vez. La cocina tiene que valerse de un alero y acurrucada está alIado d~ la entrada. Allí la buena madre
prepara el guiso, mientras el padre descansa de sus faenas fumando un veguero y los chicos repasan las lecciones. Ya ha muerto la dulce poesía de sus encantos. El patio se ha vulgarizado. Ahora sólo da albergue a la tertulia de gente alborotada. Pero esta etapa de su evolución en su vida, ofrece la simpática peculiaridad de que aún llena su cometido, y acogedor, ampara la niñez desvalida, y a la honrada mujer del pueblo que trabaja entre sus muros para ganar el sustento, escaso siempre, del hombre del mañana. Si se escribiera la historia de nuestros patios, cuántas sorpresas nos causarían sus íntimos secretos. Sería un gran ensayo interpretativo de la psicología de un país a través de sus patios. Tendríase que reseñar sus albores legendarios, sus gestas gentiles. su vida prolongada, luego sus arrebatos de soles. El fiel cronista no podría dejar de ir apuntando sus grandes conmociones, sus iras y espantos, reyertas que valían lo que una revolución para un pueblo. El patio de San Juan es casi un ente o una institución que tiene luenga historia y ha sido teatro de risas y encantos, de tristezas y dolores. Día llegará sin duda alguna en que saldrá del in· justo olvido y añorando su gentil viveza volverá a ser resplandor del trópico. Entonces volverán las perfumadas macetas, los pajarillos delirantes, su sombra mitigadora y sus inefables delicias. Ya no dará albergue a gentualla soez e inmunda, porque ésta, estará redimida en justicia y en verdad, y en vez de su hórrido gemido, de sus grises tardes y de su mustia nostalgia, resplandecerá de nuevo su hidalga prestancia, aparejado de rosas y claveles, de aguas claras, presto a las sonrisas del amor y de la vida.
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