Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña

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liarse. También se usa como sustituto de estas otras posibles locuciones: es lo que importa, lo que tiene inmediato interés, es de actualidad, está en orden o está puesto a votación o sujeto a discusión o en disputa, es algo sobre lo que hay que pronunciarse (1 fallar, es asunto pertinente, no es extemporáneo, viene al caso o a cuento, está en la agenda o en el programa, no está en suspenso o relegado o pospuesto, no está fuera de lugar u ocasión, está en lítigiCJ o en controversia, es lo que urge o apremia, se trata de eso, constituye un problema o es el problema o la alternativa, ha lugar a ello, es el busilis, está en juego, es la cuestión candente o la cuestión batallona o la cuestión palpitante o cuestión de principios o cuestión de gabinete. O, sencillamente: "es la cuestión"; donde la palabra cClestión tiene el significado evidente de "proposición que se somete a votación o a discusión" o bien, "oposición o contraste de razones que exigen detenido estudio en la resolución de un asunto". El caso de reportar es algo diferente. Todos sabemos que es palabra castellana con diversas acepo ciones (reprimir o moderar, traer o llevar, lograr u obtener). Pero aquí es motivo de confusión y se abusa de ella como verdadero anglicismo, con sentidos diferentes. Así usada, vale entre nosotros por acusar o formular cargos, por avisar, por acudir o presentarse. Reportarse no quiere decir -como debiera- contenerse, sino hacerse presente. "Me han reportado" es que se ha trasladado al superior jerárquico una queja de mí. Un reporte no es siempre una simple noticia o novedad que se comunica, sino que indica el resultado de un estudio, de una investigación, y toma a veces el carácter de informe administrativo, de oficio o comunicación escrita entre funcionarios, y también de memoria o documento público. Pero el carácter de comodín, en este caso, se nota principalmente por la abundante freo cuencia con que se repite la palabra -o sus derivados- cuando al alcance del que habla hay llanas palabras nuestras para decir las mismas cosas con mayor precisión, claridad y sindéresis. De parecida clase es el comodín "chequear" que se oye a cada paso, aunque, a diferencia de reportar, no existe en castellano tal palabra. Chequear vale por marcar, inventariar, cotejar, comprobar, contar, probar, indagar, investigar, reconocer, etc. Un "cheque físico" es un reconocimiento médico. La mujer que "chequea" al marido es la que le vigila suspicaz. Y reflexivamente "chequéase" el marido que toma precauciones para desarmar esa suspicacia conyugal. En este último y particular caso chequearse y reportarse (con el sentido de acudir al quite, de curarse en salud, o de ponerse el parche antes de recibir el golpe) suelen ser exactamente sinónimos. Anotemos de paso que no faltan ejemplos de locuciones donde sería imposible utilizar la original

palabra de donde proviene el alglocomodín usado, al traducirlas al inglés. Podría aducirse que el uso de muletillas o como· dines verbales es cosa corriente en cualquier vernáculo; que, sin interferencia de factores extraños, algo parecido suele ocurrir con palabras de nuestra propia lengua en la conversación familiar. Aquí mismo se notan algunos ejemplos: cosa, cosiata, apara· to, vaina, usados con frecuencia en vez del vocablo adecuado. Pero cuando esto ocurre, el hecho tiene fundamentales diferencias de importancia capital con lo que sucede al abusarse del anglocomodín. La primera es que la muletilla de origen propio nunca obliga al rodeo o al desquiciamiento sintáctico, nunca va ni contra la sintaxis ni contra la prosodia del lenguaje nativo; tampoco contra el genio o la idiosincrasia del materno idioma. Lo cual no es siempre cierto cuando el comodín es un anglicismo. La segunda consiste en que, por lo general, la muletilla española se usa exclusivamente en la conversación, en el habla, mientras que el anglocomodín tiene la marcada tendencia de invadir, orondo y presumido el reino de las letras. Por último, existe también una importante diferencia que podríamos llamar de tipo sicológico: En el caso de la muletilla propia, tanto el que habla como el que oye saben muy bien a qué atenerse respecto a la palabra usada. No engaña ni confunde a nadie. Todos perciben con mayor o menor acuidad que se trata de un giro arbitrario, de una laxa manera de hablar. Todos comprenden que la muletilla está sustituyendo al vocablo genuinamente apropiado por mera viveza expresiva del que habla, por excesiva animación verbal, por chisporro· tea o por desgaire más o menos conciente y voluntario. O, en el peor de los casos, por sencilla pereza mental momentánea o por simple ignorancia u olvido -siempre implícitamente confesados, tácitamente admitidos- de la expresión precisa, de la palabra exacta. Detrás de este inofensivo triquitraque parlanchinero no hay problema lingüístico. Lo que casi siempre hay en su trasfondo es la sombra de una sonrisa. En cambio, lo que se recuece y rebulle muchas veces tras el anglicismo es una vacuidad casi siempre solemne. El que usa la palabra ajena es el primer engañado o confundido, pues usualmente cree de buena fe que está empleando un término casi técnico por su precisión y elocuencia, y cuyo significado exacto está al alcance de todos. Generalmente, al usar el anglocomodín no se reconoce o admite ignorancia o desconocimiento; no se presume de viveza, desgaire o buen humor, sino al revés. Se usa con entera seriedad y deliberación en los más casos. Con frecuencia se cree a pie juntillas, al tomar la palabra prestada de otra lengua, que no basta la nuestra propia para el necesario rigor y exactitud de la expresión, para la adecuada precisión del concepto. El elemento de pereza o vagancia que pueda haber en esto no es, 25


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