colonizadora como' nuevos vasallos del Rey de España. Hay hennosos ejemplos de estos actos donde el conquistador, bajo las banderas verdes y rojas que lucían las coronas de los Reyes Católicos, tomaban posesión de la tierra a nombre de los Reyes. Si había escribano o secretarios, éstos se encargaban de legalizar, mediante documentos, el acto. El título de donación Papal era en todo caso preferido y alegado ante los asombrados indios, por los capitanes conquistadores. Los choques entre conquistadores y frailes fue cosa corriente. La enseñanza y cristianización de los indios corría comúnmente a cargo de la Iglesia. Los frailes desconocían al principio las lenguas de los indios y para poder cristianizarlos fue necesario que las aprendieran. El evangelizador comenzó por indÜlni,arse -aprendió las lenguas y costumbres de los indios- para mejor educar al indígena. En 1528 los frailes dominicos de San Juan de Puerto Rico fundan en la parte alta de la ciudad un monasterio al que pusieron el nombre de Santo Tomás de Aquino. Tenían en las tierras del monasterio crianza de ganados que cuidaban indios cris· tianizados. En los tiempos de prosperidad fue un monasterio de buenos edificios y solfa mantener hasta veinticinco religiosos. La capilla mayor del monasterio, de bóveda, llamada hoy Iglesia de San José, fue fundada por Garcfa Troche, yerno del con· quistador don Juan Ponce, casado con su hija Juana. El soldado y colonizador porta un bagaje civili· zado que va sembrando al mismo tiempo que ad· quiere lo que los indios le ofrecen. El maíz, el pan casabe, el tabaco, la piña y muchos frutos y coso tumbres se adquieren de los indios, a cambio de lo cual el poblador hispano introduce los frutos de España, el trigo, la cebada, el arroz, las naranjas, los limones, los almendros y hasta el lirio y la rosa. A los pobladores españoles que se distinguían como soldados o guerreros se les premiaba con tí· tulos de nobleza o regalos de tierras e indios. De España se introducían en buques que afanosamente cuidaban de enviar los encargados del gobierno de las Indias: animales (caballos, yeguas, cerdos, va· cas y becerros), semillas de toda clase de árboles y plantas e instrumentos de labranza: arados, hachas de hierro, armas de fuego, pólvora, clavos y todo lo demás necesario para la fundación de nuevas ciudades y poblados. Incluso trajeron los pobladores sus juegos de naipes, y sus fiestas de teatro, toros y cañas, donde dos cuadrillas de jinetes a caballo hacían toda suerte de escaramuzas y juegos con grandes lanzas de madera, recuerdo de las justas y torneos medievales de España y Europa. Los españoles de la época de la conquista trajeron, además, consigo algunos libros famosos de España: El Quijote, el AmadIs de Gaula, el Lazarillo 6
de Tormes y muchas obras de poesía y de teatro que se representaban en las ciudades en los días de fiesta y de descanso. El típico conquistador brotó del común de la clase del pueblo y venía principalmente de provincias españolas como Castilla, Extremadura, Galicia y Andalucía. Fue por lo general un individuo joven, duro para el trabajo y endurecido en los tratos de la guerra. Incluso vinieron algunos caballeros miembros de la nobleza española, y médicos, boticarios, sastres, carpinteros y labradores. Algunos sabían de letras, como los abogados o los escriba· nos; otros, marineros, sabían de las cosas del mar; otros, de la agricultura o de la fabricación de muebles o la confección de ropas y vestidos. Algunos sabían labnu: los metales, otros manejaban el martillo, la escuadra y otras herramientas del oficio de carpintero. Fueron los conquistadores valerosos. individualistas, defensores del honor, estoicos y su· fridos, decididos y audaces, dignos, como los modelos de los libros de caballer1~ que habían leído. Las armas de artillería, las escopetas, los mas· quetes y los arcabuces, fueron decisivos en la con· quista. Para el indígena el ruido atronador de la pólvora era algo diabólico e inexplicable. Para ellos las balas eran rayos que obedecían al mandato de los invasores. Al hablar de las armas de los pobladores españoles debemos hacer mención de los caballos y los perros. En un principio los in· dios creyeron que el hombre y el caballo formaban una sola pieza y les tenían un gran temor. Los conquistadores supieron aprovechar con astucia la admiración y temor que causaban las bestias entre los indios y en más de una ocasión éstos fueron un factor importante en las victorias guerreras. Perro hubo en la conquista de Puerto Rico como "Becerrillo", que en las batallas y persecuciones de los indios jugó un importante papel, maravillando el instinto del animal para distinguir a un indio guerrero de otro pacífico. Cobraron los indios tan· to miedo a estos perros de ayuda, que en la bata· lla que venía algún perro desmayaban y se teman por vencidos sin ofrecer resistencia. Algunos conquistadores realizaron proezas iguales a muchas de las que se contaban en las novelas de caballería. Dignas de recordación son las hazañas del espa· ñol Diego de Salazar, que solo y aguerrido libró del cautiverio entre los indios al joven español Pedro Suárez, dando muestra de gran audacia y valor al entrar solo con su espada en el poblado de los indios. En una ocasión uno de los soldados que había leído en un libro sobre las hazañas de los caballeros, quiso imitar al héroe del libro y así, en Uno de los asaltos que dieron a los poblados de los indios, se mostró tan valeroso que difícilmente lo sacaron con vida. Al reprenderle su temeridad con· testó: "¡Ea, dejadme, que no hice la mitad de lo