Los «Cuentos del Cedro», de DOll Miguel Meléndez Muñoz* Por M,\NUEL
FELICES y
REGOCIJADOS
TIEMPOS AQUELLOS EN QUE
los ingenios, antes que la alegría, contra el mundo circunstante, esgrimían la sátira! En esta soledad de isla en que vivimos y en que son los poetas, como Tácito, hombres de silencio y retiro, es la risa piadosa y el humorismo bienhechor. Norabuena nos acorra su influencia. Para personificar nuestro mundo social, mejor que sollazas sean el epigrama, la ironía, la sátira, la estocada del caballero de la Tenaza. Detrás de la risa suele esconderse acíbar y ¡cuántas veces en lágrimas se condensan carcajadas! A los umbrales de nucstro parnaso lIcga Mc· léndez Muñoz con sus «Cuentos del Cedro». ¿Te. nemas parnaso? Cuento que sí le tenemos, con almas aladas, aunque a las veces con liras mudas e invadido por pedantes de los que de su parnaso un día arrojara Moratín. Ante el manuscrito de «Cuentos del Cedro» escribo estas líneas. Nada diré del autor porque harto le conocemos, y aunque de la medida del pie de Hércules dicen mitologías que pudo inferirse su fuerza, la obra conocida de este escritor dio ya la amplia medida de su ingenio. Diré sólo de su libro. Cuando leí en el prefacio explicada la novedad del título, me asaltó el recuerdo de un hecho que con «Cuentos del Cedro» tiene identidad alegórica. Una vez, en Cuba, enterró el acaso una piedra pulida de esas que la antropología estudia. En la tierra, debajo de la piedra, la semilla de un árbol brotó en crecimiento, y al encontrarse ca· mino del sol la piedra, la empujó al exterior, se desarrolló en torno y, haciéndola suya, la abarcó en el interior del tallo. Cuando el arbolillo fue árbol grande, al derribarle, se encontró la * Prólogo de la obro Cuentos del Cedro.
ZENO
GANDfA
piedra pulida que vivió siglos dentro del tronco. El cedro de los cuentos de Meléndez, al surgir del feliz talento de éste como el árbol de Cuba, de la tierra cubana, estrechó entre sus maternos brazos los pulidos cuentos. En la originalidad de este título, la ideación que le inspiró es de suma delicadeza y embellece y encomia el lib¡:o antes de leerle. Es éste, libro costumbrista. Aparte de su prefacio y los primeros capítulos, que son himnos a Puerto Rico, y de la dedicatoria a los jíbaros, viejo tronco arrugado y flagelado por los años, todos los cuentos fueron escritos con tinta de sarcasmo. Percibense en ellos los estremecimientos de nuestra alma social y son vivisección sin sangre en que el disector ríe. Crea escenarios que en todas las primaveras y en todos los inviernos florecen, pero los contornos y los horizontes son trágicos. Alturas en este libro parecen convertirse en abismo; luz de sol en relámpagos. Un pobre pue· blo mirase en los cuentos tendido sobre la mesa e~perimental, eventradas las recónditas entrañas y, como lúgubre concepción de Edgardo Poe, aún el cadáver sonríe. Esboza en sus cuadros remedios a los males, bálsamos a las amarguras y, cuando no los ofrece, se vislumbran, se adivinan, como esas veredas montañosas que se pierden en la altitud de las cumbres; y es diestra la pluma que escribe, capaz de allanar escarpas y de llanuras hacer montañas, paseando la mirada por las maravillas de nuestra isla y oyendo lamentos de mortal pesadumbre. ¿Pero cómo pudo en el buen humor inspirarse ese libro? Sí, pudo: el talento realiza paradajaso Están los cuentos escritos en lengua jíbara, en el folk-Iore de nuestros campesinos, y da de
15