Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña

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ciente número de estas gentes que acude a Puerto Rico, otros nutridos grupos que se difunden por los campos de Hatillo, Camuy, Quebradillas e Isabela,, 6 Será precisamente debido en buena medida al número de tales nuevos vecinos que logran alcanzar sus declaratorias de pueblos, entre 1819 y 1823, las hasta entonces riberas de Isabela, Hatillo y QuebradilJas. En otras regiones del interior de la Isla hacia donde se van extendiendo los nuevos colonos, por ser tierras colindantes con las zonas donde venían estableciéndose sus paisanos desde el siglo XVIII, también surgen ocho pueblos adicionales, entre 1815 y 1829 -Gurabo y Adjuntas, 1815; Morovis, 1818; Ciales, 1820; Naranjito, 1824; Orocovis, 1825; Comería, 1826; Lares, 1829-, en cuyas respectivas fundaciones es preciso abonar el esfuerzo parcial de los inmigrantes isleños. A partir de 1821, además, procedentes de Venezuela, es probable que llegaran a Puerto Rico, como parle del contingente de peninsulares, isleños y criollos realistas que huyen de las huestes separatistas de Bolívar y aquí buscan refugio, un número indeterminado de canarios hasta entonces establecidos en aquel país. Por otra parte, el la de abril de 1826, a solicitud de la capitanía general de Puerto Rico, el ministerio de la Guerra, en Madrid, aprobaba el esta. blecimiento en Canarias de un banderín de enganche a los fines de que, cubriéndose con reclutas na. turales del archipiélago las bajas que ocurrieran en la guarnición militar de Puerto Rico, subsistiera ésta en su mismo nÚffiero,!7 Durante las décadas cuarta y quinta del siglo prosigue la entrada de canarios a Puerto Rico, solicitada y reglamentada dicha inmigración por las autoridades de la colonia. Así, en 1834 la Junta de Comercio de San Juan recomienda a los dos procuradores que, al amparo del Estatuto Real promulgado por la regencia de María Cristina, iban a representar al país en el estamento legislativo in. feriar del gobierno de Madrid, que gestionaran, entre otras cosas, «el aumento de la población hasta el límite que la Isla pudiera mantener, mediante la introducción de colonos de las islas Canarias'!! Esta necesidad de pobladores del archipiélago que continúa sintiéndose en el país, explotada inescrupulosamente por algunos patrones de buques, da pie al surgimiento de un repugnante comercio mediante el cual se recluta engañosamente a los emigrantes en Canarias para dejarlos luego entregados, en plan de siervos forzosos, en manos de quienes pagaren el subido flete que se cobI:aba por su 16. P. G. MiIlcr, His/oria de l'ucrlo Rico, Nue\'a York·Chicago. San Francisco, e:d. de 1946. p. 342. 17. C. eoil y Toste:, .Banderln de enganche en Canarias para cubrir bajns en In guarnición de Puerto Rico_, Bole/11l /lis/úrico de PI.er/o Rico. 1916, 111, p. 346. 18. L. Cruz Atonclova, op. di., p. 282, nola 8.

transportación al Nuevo Mundo. Una circular del gobernador don Santiago Méndez Vigo, publicada en ::lan Juan el 4 de diciembre de 1841, va dirigida a evitar en lo sucesivo tales prácticas. 19 De otra parte, durante el decenio que se extiende de:>dc aquel mismo año de 1841 hasta 1850, entre el número limitado de inmigrantes que por entonc~5 arriban a Puerto Rico, en su mayoría soldados y facciosos peninsulares, llegan algunos isleños uc Canarias, según ponen de manifiesto los e'itudios de la doctora Loubriel.20 En contraste marcado con la calidad de los humildes labradores que de siempre habían cons· tituido y seguirían constituyendo después la inmensa mayoria de los inmigrantes de Canarias aquí recibidos, llega a San Juan, en 1838, el deán don Garciliano Alonso, procedente de Trinidad. donde había permanecido desterrado desde que en 1823 al restaurarse el absolutismo de Fernando VII, se viera obligado a salir de la Península debido a sus ideas políticas liberales. Durante los meses que pasa en Puerto Rico, antes de regresar a su tierra natal, realizará este ilustre hijo de Canarias algunos trabajos literarios que habrán de dejar li· gado su nombre a la historia de las nacientes letras del país: publica en San Juan, en el citado año, una traducción del griego de las Odas de Anacrconte y del poema de Museo Los amores de Hero y Leandro, junto a una coleción de veintisiete anacreónticas originales que tituló El beso de Abibina, y compone, asimismo, varios poemas, aún inéditos recogidos en la colección manuscrita titulada Poesías varias, hoy depositada en el Museo Canario, de Las Palmas de Gran Canaria.21 Los diez años que van de 1851 a 1860 marcan la época de mayor flujo inmigratorio en Puerto Rico durante el XIX. Alrededor de una tercera par· te del total de entradas a la Isla de gentes de afuc· ra durante toda la centuria -informa la doctora Loubriel- ocurre en dicho decenio, y dentro de ese aluvión de nucvos vecinos, excluidos los de la clase militar, -quienes constituyen la mayor parte, figuran en cantidad de importancia, completando el resto, los jornaleros canarios y asiáticos que «vienen a llenar los huecos producidos en las fi19. V. .CirculaTCs expedidas por el Excmo. Sr. Presidente, Gobernador, Capitán General y GeCe Pollllco Superior a los Auto. ridades de la Isla. Capitanla General y Gobierno Superior Poli· tico. - Circul:lr número 89-, Gacela de Puerto Rico, 4 de dich:m· brc de 1841, Vol. lO, Núm. 145, p. 577. 20. E. Cifre de Loubriel. .Los inmlgnmles del siglo XIX. Su conl ribución a la Conn:lción del pueblo puertorriqueño., Rel'isla del lustilUlo de Cullura Puertorriqueña, 1960, IlI, núm. 7, p. 33. 21. M. Menéndcz y Pelayo. llisloria de la poes{a llispalloame. riC/llla, ed. preparada por Enrique Sánchez Reyes, S:lntander, 1948, 1, p. 332. AndllRdo el mismo siglo Xlll:, otro ilustre c:lnarlo vinculará 5'.1 nombre al de Puerto Rico, si bien nunca estuvo en nuestro p:lls: D. Benito Pérez Galdós, quien duranle los años de 1886 a 1990 se sienta en hls Caries Esp:lñol:ls como diputado cunero por el distrilo de Guayam:l.

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