Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña

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El conyite del compadre Baltasar* Por MATíAS GONZÁLEZ GARCíA

LA CAUE CON EL COMPAdre Bal tasar. -Compadre Matías ... -Compadre Baltasar... -¿Y ]a comae? -Buena. -¿Y 'los niños? -También. -Que Dios se los conserve. -Muchas gracias. compadre Baltasar... ¿Y ]a comadre Rosa... ? ¿Y el ahijado... ? -Toítos buenos, mi compadre Matías. -¿Y a qué ha bajado usted hayal pueblo? -Pues na, compae; que tenía que pagar ]a con"trebusión, y como mi mujer me encargó que comprara algún líenso para los muchachos... -Caramba, compadre Y el ahijado debe estar ya hecho un hombre . ~Usted no sabe, compae... : ·]e dijo a usté que eso es un finómeno ... ¿Y cuándo piensa usté dir por allá... ? -Cualquier día, compadre BaHasar. ......Pues convídese a un amigo, y el domingo entrante nos comeremos una lichona... Precisamente tengo una tan buena y tan buena, que es un mesmo finómeno ... -Perfectamente: pues entonces, espérenos usted el .domingo compadre Baltasar. -Pa nojotros será de gran satisfacción, cornpae Matías. Y el domingo por la mañana, a eso de las ocho, ya estábamos mi amigo y yo montados en nuestros respectivos jamelgos y en disposición de emprender el camino de ]a cuchilla. Y que no era cualquier cosa, pues el compadre

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• En: Cosas de antaño y cosas de ogaño. uleccioncs. por Ma. tfas Gonzálc1. Gare/a. Ml.Wco, Editorial Orión, 1953, p. 52-57.

Baltasar vivía en el barrio de Masas, a tres hora~ de la población y con unos caminos infernales. Pero, de 'todos modos, la idea de pasar un ale· gre día en aquellas alturas, y más que nada, ]a de saborear un trozo del clásico 'lechón asado, comido en yagua, con sus correspondientes plátanos. bajo un cielo azul y sobre la verde alfombra de nuestra hermosa campiña, halagaba nuestro ca· razón, por no decir nuestro apetito, que ya em· pezaba a manifestarse con sólo pensar en tan agradable convite. Repechamos, pues, por la cuesta del Pimien· to, y anda que te anda, escurriéndonos en ciertas ocasiones por la grupa del animal, cuando no apeándonos por las orejas del mismo; besando el santo suelo con frecuencia y dándonos al propio Satanás, pudimos distinguir por fin la morada del compadre Baltasar, aUá sobre una elevada loma y casi oculta por unos guayabales. Lo primero que se me ocurrió observar fue si salía algún humo de la citada casa o de sus cer canías, pues es ya probado que el consabido lechón, si no se asa en la cocina, por 10 regular e asa en el batey. Pero nada divisábase como no fuese alguna nubecilla que allá a ·10 lejos corría impulsada por el viento, cuando no alguna paloma o alguna tórtola que cruzaba el espacio, internándose en la espesura. -Antonio -le dije a mi amigo-, paréceme que mi compadre Baltasar no tiene mucha prisa y que el almuerzo estará tarde, pues ni humo veo por estos alrededores -No digas eso, hombre, que con el apetito que tengo sería capaz de comerme hasta a tu propio compadre... Lo que hay es que la lechona estará ya asada y debemos avanzar para que no se pasme. 21


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