Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña

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opera en el virreinato de la Nueva España. El coronel Antonio Valero de Bernabé tiene su segundo contacto con la América continental. Esta vez será más permanente. Va a conocer al sufrido indio de la América española, ese indio del que dirá José Martí años más tarde, que hasta que no eche a andar no andará América. Y va a conocer al criollo en su intimidad americana, criollos como él, hijo de español y criolla, que andan preocupados buscándole un camino por donde América pueda ofrecerle a sus hijos la libertad en un mundo nuevo. En ese contacto americano van a despertársele muy nobles ansias. No va a necesitar hacer muchos esfuerzos para percatarse que América es cosa muy distinta de Europa y que la América española, al desarrollarse, sin perder sus esencias hispanas, es muy diferente de la España que él dejara, donde Fernando VII se apresta a retomar al trono para restablecer su bárbaro absolutismo, apoyándose en las bayonetas de los Cien Mil Hijos de San Luis, que al mando del Duque de Angulema cruzarán los Pirineos para sojuzgar al pueblo español. Y es que el coronel Antonio Valero de Bernabé es, como su jefe el mariscal O'Donojú, un liberal que odia el absolutismo y cree en el pueblo, en sus derechos y en su destino histórico. La llegada de O'Donojú a México va a ser definidora de las relaciones entre el virreinato y su metrópoli. El brigadier Agustín Itúrbide, un criollo que por más de una década ha sostenido la causa del ~ey de España contra sus compatriotas, acaba de manifestarse inconforme con la política de los jefes militares realistas. El virrey Apodaca ha tenido que abandonar la capital mexicana, mientras el brigadier Itúrbide proclamaba, en Iguala, su bistórico Plan, donde anunciaba su propósito de establecer una monarquía en México, independiente de España. Veracruz se hallaba en poder de las tropas realistas leales a España. Las manda el brigadier Novella, pero no se atreven a desplazarse en persecución del insurrecto Itúrbide porque en realidad carecen de fuerzas para ello. O'Donojú, hombre de ideas liberales, se percata rápidamente de esa rea· lidad y en vez de abrir la campaña contra Itúrbide va a la ciudad de Córdoba en su busca, para pactar y convertirse en su aliado. El coronel Valero va a ser testigo de este acontecimiento en la historia americana. No será con la importancia que él se atribuye. En una Exposición dirigida a los colombianos, en 1824, agradeciéndoles la acogida que le han brindado, asegura que csin perder un instante luego que saltamos en tierra me adelanté a unirme al ejército patriota, y tuve la satisfacción de ser uno de los primeros que influyeron en los tratados de Córdoba, que firmaron O'Donojú e Itúrbide-. Este es un hecho en la vida de Valero del que sólo poseemos su propio testimonio. Mariano Abril, en su biografía de Valero, lo admite como cierto, pero

frente a ello nos encontramos que el nombre de Valera no aparece mencionado entre las personas que intervinieron en la negociación. Además, apenas si hubo negociación. Todo fue rápido y se resolvió en horas. O'Donojú llegó a Córdoba el 23 de agosto de 1821 y el 24 ya se firmaba el Tratado de Córdoba o de las Tres Garantías, como también se le conoce en la historia mexicana. Ahora bien, hay un hecho cierto y es que el caronel Valero, por su cargo de Ayundante del Mariscal O'Donojú, estuvo presente en este acto de indiscutible trascendencia histórica. Como es seguro que el coronel Valero se hallaría junto a su jefe, O'Donojú, cuando el 26 de septiembre siguiente hizo su entrada en la ciudad de México, unas horas antes de que lo hiciera el brigadier Agustín de Itúrbide al frente del Ejército Trigarante. El 28 se instala la Junta Provisional Gubernativa que designa un Consejo de Regencia, del que forma parte O'Donojú. Ese mismo día se redactó y firmó el Acta de Inde· pendencia del Imperio Mexicano, otro hecho ameri· cano del que va a ser testigo el puertorriqueño An· tonio Valero de Bernabé. O'Donojú fallece, víctima de una artera pleuresía, unas pocas semanas después. El coronel Valero ha pasado, de acuerdo con el Tratado de Córdoba del ejército español al ejército imperial mexicano. y cuando ltúrbide, convencido de que Fernando VII ni ningún otro príncipe de la casa Barbón vendrá a ceñirse la corona que él tan dadivosamente les ofrece, decide entonces proclamarse emperador de México, el coronel Valero es premiado con un ascenso a brigadier. Pero será en México donde su americanismo va a ·sufrir la primera prueba. Como hijo de América, que es tierra nueva, Antonio Vale. ro es liberal, repudia a la tiranía, ama la República y rechaza la idea monárquica. Por eso todos los halagos del emperador mexicano no serán suficientes para convencerle de la bondad de la monarquía y conspira rebelándose. Es otro rasgo de americaoidad que se le acentúa: el de rebelarse, el de ser un inconforme, el de protestar. No se ha podido establecer con claridad histórica la forma en que el brigadier Valero abandonó México. Es otro hecho que amerita una indagación que en cierta forma he anticipado, sin agotarlo, publicando hace dos años tres artículos en el cmagazine- dominical de El Mundo, de San Juan. El 29 de julio de 1822 el teniente general español don José Dávila, que se habia refugiado en el Castillo de San Juan de Ulúa, donde se sostenía gracias a la ayuda que desde La Habana le enviaba periódicamente el capitán general Francisco Dionisio Vives, escribía al Gobierno de Madrid participándole que el general Valero ha sido despedido de México y «que pasa a Puerto Rico donde es natural intente insurreccionar aquella Isla-. 21


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