Revista del Instituto de Cultura Puertorriqueña

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y atardecer. Existe una interesante corrélaclón entre estas tres modalidades de este paisaje marino y el ca· rácter de la aventura piratesca narrada. La Trova blanca describe al pirata: hurgando si la fortuna le serd o no serd fiel, y d~spojando la margarita del alba a sus pies, con trasfondo de la plata del día que comieza a nacer. Plata, níquel, espumas, flor, velas, bajel blanco, ele· men~9s blancos en secuencia, para lograr la imp,resión de la amanecida: ¡Plata en las crines del viento! .•. ¡Plata del amanecer! • .. Aire de plata niquela los arbustos de café en los montes que dormidos desde la costa se ven. Oculto tras los manglares de la ensenada, el bajel mira el alegre rebaño de las espumas pacer. En la Trova Roja la Canícula del medio día se deslíe tiñendo en rojisollas aguas, las rocas y la playa: ¡Cabo Rojo, cabo rojo en rojo flamboydn lengua roja de pasarse las horas lamiendo sal! Rocas rojas que a las olas hacen saltar hacia atrds dientes rojas que se ríen de las trompadas del mar! En perfecta correspondencia con el cuadro de san· gre presentado, está este paisaje de sol en costa: ¡Lucha feroz! el pirata, sin sangre y sin fuerzas ya, da un rugido de coraje que apaga el rugir del mar; se le enrojecen los ojos, se le enrojece la faz, y le ar.de la barba roja en llamarada infernal. A la caída de la tarde el bergantín se desliza por las aguas entre un derroche de azulados tonos. La Trova Azul recoge los zafiros y añiles de los cielos, el azul de los ojos del pirata, el mar, las aves, las violetas de abril, los peces azules y los deposita en el silencio que rodea el triunfo del pirata, al vencer sobre el capitán del barco enemigo: Aves azuladas vuelan en el cielo azul zafiro .. Peces azulados nadan en el mar azul turqlli• •. Requetesaladas ondas, en rumba corabalí,

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remenean las caderas bajo mantones de añil. Las turquesas de sus ojos al mar se le quieren ir. Zumban lejanos inciensos de las violetas de abril; aves azuladas vuelan en el aire azul zafir; peces azulados nadan en el agua azul turquí; La gracia del paisaje borincano hace que Lloréns alardée de él, que lo vocée a viva voz, bien como sim· pIe motivo central de su verso o como telón de fondo de su acentuado erotismo. En Claroscuro logra esa dual reproducción: La noctívaga neblina huye por las verdes haldas, y en los riscos pace el hato de sus azuladas cabras. El aire, como que ríe, el agua, como que canta. Dos drboles juntos, como que se besan 'Y se abrazan. Humea la burra y el burro humos de brasa con brasa, e iguales que burro 'Y burra son don Pancho y doña Pancha. ¿Hay serenidad en el paisaje de Lloréns? No, no es paisaje sereno lo que recrea en su poesía, aunque a veces la tónica que él intenta impartirle sea de na· turaleza apacible y de beatífica contemplación. Su paisaje es escozor de los sentidos y aunque su espíritu desee posesionarse del paisaje, diluirse en comunión con él, el resultado es una fuerte carga de sensualidad que emana de las condiciones inherentes al poeta en abierta fusión con la perturbadora oferta del paisaje tropical. Cuando Lloréns se posesiona dd paisaje, descarga en él sus fuertes vibraciones sensoriales y eróticas. El paisaje de Lloréns jamás podría ser el de An· tonio Machado. Ambos poseen el virtuosismo poético para realizar la perfección en el mensaje artístico qu~ nos regalan, en el mensaje anímico de la poesía lo· grada, pero en Machado hay otras cualidades y cate· gorías que determinan la tónica de sus emociones. De ahí la gran diferencia entre ambos. Machado en su paisaje nos da el tránsito de su alma a otra alma, la fusión pura y absoluta de su plenitud interior con la plenitud del medio físico, porque en su espíritu hay los mismos atributos que en el paisaje que le rodea. La tierra de Castilla es tierra antisensual, sin gracia, sin encanto evidente. La fuerza e impacto de este paisaje residen en el contenido espiritual que tiene.


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