Diálogo (dic. 1997)

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cuentos, muchos de ellos de origen folklórico, fueron

importantes para mí por dos razones. En primer

JUAN ANTONIO RAMOS Mis primeras «lecturas» fueron los programas hípicos que mi papá me prestaba. Mi padre me puso en contacto muy

pronto con el hipismo; me llevaba al hipódromo y

me elevaba sobre sus hombros para que mis ojos gozaran con la fiesta colorida y excitante de las

carreras de caballos. Recuerdo que yo iba a la agencia hípica, solito, con el programa

hípico y un lápiz y

recogía de una pizarrita que ubicaban en la entrada, la información relativa a los cambios de jockeys y peso, los caballos retirados, y las carreras nulas. Por otro lado, me embelesaba con Lluvia de estrellas: detalles biográficos de muchos de los artistas que yo veía en el cine, y que aparecían en las contraportadas del fracatán de novelitas rosa que mami leía y

valiente) y de Perrault (Caperucita Roja, La

descubría soluciones a problemas similares a los que yo me topaba en la vida diaria como el miedo a perderme en la oscuridad, equivalente -ahora lo entiendo- al miedo a la muerte que yo entonces no

Cenicienta, El gato con botas, Piel de Asno, Blanca

porque me descubrieron desde niña «la voz» de la literatura, esa «voz» sin la cual un escritor no puede llegar nunca a ser escritor. Aún hoy, cuando estoy

Más

escribiendo un texto, siempre lo voy recitando en voz

Mark Twain, Alí Babá y los Cuarenta Ladrones, Los Viajes de Gulliver al País de los Gigantes y al País de los Enanos, entre otras lecturas. También leí cuentos, fábulas, canciones y poemas en el idioma de Góethe, pues estudié toda mi infancia y adolescencia en el Colegio Alemán de La Paz. En los cursos de primaria y secundaria, cuando fuimos niños y luego adolescente,

ni definir; y en segundo

lugar,

alta. Por lo general lo re-escribo cuatro o cinco veces, y no es hasta que esa «voz» me suena bien, que

considero que está terminado. Es como si descubriera la sombra o el eco de un lenguaje que me antecede, y

yo sólo le quito el polvo, lo redescubro. Eso

precisamente fue lo que sentí cuando leí por primera vez Caperucita Roja, La Reina de las Nieves y La Sirenita, mis cuentos preferidos. En algún momento de mi existencia -quizá en el sueño, o en otra reencarnación- yo había sido esos personajes, había sufrido esos terrores, y Su «voz» era la mía.

MAYRA SANTOS

Ratón, Henry, Tristán Tristón, El Gato Félix, Roy Rogers, Gene Autry, El Llanero Solitario, Tarzán, El

Halcón Negro... y más tarde, Archie, Pepita y Lorenzo, Vidas Ejemplares, Superman y Batman.

MARÍA SOLÁ

niñez la incomparable Edad de Oro de Martí. Sin embargo, antes de descubrir «los cuentos» en las páginas, los descubrí en las conversaciones de las

empleadas domésticas, que entre comentario y comentario de noticias, amores o boleros de moda,

contaban repetidamente cuentos: los de Juan Bobo, el de la matita de ají, que me fascinaba, y otros por el estilo. Creo que la literatura oral y la conversación

despiertan y estimulan el impulso de leer, no sólo en el principio, sino paralelamente a través de nuestras vidas.

De niña leí muchas

fábulas, cuentos de hadas y cuentos de aventuras, en unas colecciones

argentinas de la editorial Molino intituladas Cuentos de la China, o Cuentos de la India,

Cuentos Rusos, etc. que se vendían en Ponce. Estos

de Tom

Sawyer,

de

recorrimos mundos, islas, tragedias y comedias. Esta

base nos permitió que en el futuro comprendiéramos obras más complejas. Para mí leer y escribir no es ni un hobby ni un requisito. social de una persona «culta»; al contrario, es una de las razones de mi vida. Es, tal vez la dedicación que más trabajo y sufrimientos me da, pero siempre que, al contacto con su universo recupero la emoción infantil, creo ascender y, a veces, rozo la felicidad.

a un mundo especial

vez que aprendía el

español, un idioma nuevo para mí a los siete años. Mi

veo. Bugs Bunny,

Nieves y los Siete Enanitos, la Cenicienta,

Ricitos de Oros, etc. Me aburrían muchísimo. También

Yo nací en Hungría y aprendí a leer a la misma

la Mujer Biónica, la Mujer Maravilla y muchos muñequitos me hacían reír en cantidad, y que todavía definitivamente mi favorito. Aunque ahorá que me siento a recordar, sí hubo libros en mi casa, que yo devoraba sin casi darme cuenta. Recuerdo una colección de Walt Disney con libro y «Lp» incluido mediante el cual leí todas las historias conocidas de Blanca

KALMAN BARSY

infantil. Charlie's Angels,

recuerdo unos libros, bellamente ilustrados,

de una editorial española que narraba historias clásicas del Gato con Botas, La Gallina de los Huevos de Oro y otras aventuras fantásticas. Pero el primer libro de mi infancia que recuerdo con locura fue Las aventuras de Robinson Crusoe. También le robaba los Cosmopólitan a mi madre y me ponía a leer las novelas rosas (que de rosa tenían poco) que se publicaban por capítulos en la sección trasera de la revista. Ya entrada la pre adolescencia, mi pasión fue Agatha Chistie. Me leí 48 de sus 82 novelas detectivescas donde narraba las insólitas aventuras del Inspector Poirot. Así que me imagino que esas fueron mis lecturas formativas.

BEATRIZ NAIVIA Tuve la suerte de nacer en una familia que valoraba el enriquecimiento del «ser» muy por encima de la

búsqueda del «tener». Mi padre, profesor universitario de Filosofía y Letras y actualmente Doctor en Lingúística y mi madre, una mujer polifacética, sensible y creativa, cultivaron en sus siete

ROSARIO FERRÉ

tarde encontré Las Aventuras

Libros, libros, es

curioso. Lo que me viene a la mente de primeras instancias es programas de televisión, y no precisamente de contenido

Lulú, El Pato Donald, La Zorra y El Cuervo, Super

día importunando a todo el

Nieves). Libros protagonizados por héroes de la mitología (Hércules y otros tantos), fábulas

protagonizadas por animales; conocía también al Príncipe Valiente, al Sabio Merlin y al Rey Arturo. El Mago de Oz nunca me gustó, me daba miedo, y adoraba al Patito Feo de Hans Chr'stian Andersen.

podía comprender

Mi pasión por la lectura, empero, comenzó con los comics: Porky y sus amigos (Bugs Bunny, Piolín y Silvestre, El Pato Lucas, Quique Gavilán), La Pequeña

mundo para que alguien me leyera un libro. En casa estaba el Tesoro de la Juventud (o algo parecido) y había libros ilustrados de El gato con botas y El sastrecillo valiente y Cenicienta y Blanca Nieves. Mirando hacia atrás desearía haber podido leer en la

Grimm (Pulgarcito, Hansel y Gretel, El sastrecillo

lugar, porque en ellos-el niño o la niña héroe

almacenaba.

Mi enamoramiento de la literatura fue tan temprano que mi mamá me llevó a la escuela donde era maestra cuando apenas había cumplido cuatro años, extra oficialmente, para que me enseñaran a leer. Fue lo único que se le ocurrió para evitar que estuviera todo el

clásicos infantiles. Las historias de los Hermanos

hijos una profunda pasión por la literatura, por las

primer año en la Argentina lo pasé en un orfelinato. Mis padres lo habían perdido todo en la guerra y no podían mantenernos a mi hermano y a mí. En aquel ambiente feroz, las revistas de historietas (los «comics»), además de leerse, funcionaban como un

valor de cambio universal. El que tenía muchas revistas era rico. Supongo que aquel primer contacto marcó para siempre mi valoración por la literatura.

Aprendí el idioma, en parte, de aquellos «comics»,

algunos de ellos traducidos en México o en Colombia. Mi primer español, por lo tanto, fue una pintoresca mescolanza: yo decía «¡cáspita!», «¡recórcholis!» y «Bah, doble bah, triple bah», como Tribilín o los

sobrinitos del Pato Donald. Más tarde crecí en un hogar de padres muy cultos, pero sin dinero para libros. No teníamos ni una radio y yo me iba a escuchar la radionovela de aventuras «El León de Francia» a casa de los vecinos. Mi maestra de segundo grado detectó mi curiosidad por los libros y me ofreció la modesta biblioteca de su casa, con la condición de que los leyera ahí. Tenía todos los tomos de la maravillosa enciclopedia El tesoro de la juventud y yo leía de ellos como vuela un pájaro, con la total libertad de no tener que aprender nada, por

puro placer. En algún momento de la infancia le metí

el diente a Tolstoi y aún a Dostoievsky, sólo porque estaban a la mano. Leía solamente los diálogos, la pura acción; lo demás me lo saltaba sin misericordia. Mis lecturas favoritas, sin embargo, eran las novelas de aventuras. Cuando descubrí a Julio Verne mi madre tuvo que amenazarme con un castigo si no

dejaba de leer a todas horas. Pienso que, si bien es cierto que a todos los niños

artes y por las «causas justas». En este ambiente afectivo e intelectual los libros tuvieron gran

les gusta que les cuenten un cuento, no todos están

presencia. Creo que no fue a la manera clásica (papá y

todo placer cultural, la lectura requiere un tipo de

mamá leyendo al pie de la cama) que nos acercamos a la literatura infantil. Se trató de un proceso natural (tal

vez de imitación) mezclado con un proceso algo dirigido. Natural, porque en casa siempre jugamos y nos divertimos en escenarios donde había libreros de

todo tipo y porque era normal ver a nuestros padres leyendo. En mi infancia leí y releí, como muchos niños, a los Diálogo» diciembre 1997+13

hechos para disfrutar el placer de la lectura. Como

personalidad, o talante. No es un disfrute automático

ni universal. La lectura no es pasiva, como mirar la televisión o una película; requiere un acto de creación imaginaria a partir de las palabras allí escritas. En mi

propia infancia, anterior a la televisión, la mayoría tampoco leía. Éramos más que ahora, los lectores,

pero siempre fuimos los menos.


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